The Proposal

Da caferegui

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Muy pronto su reputación de playgirl sería cosa del pasado... Lauren Jauregui necesitaba una esposa, una muje... Altro

Palabras...
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capitulo 8
Capitulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capitulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capitulo 19
Capítulo 20
Capitulo 21
Capítulo 22

Capitulo 1

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Da caferegui

Camila Cabello sería una esposa perfecta para ella porque ni la quería ni se sentía atraía por ella, pensó Lauren Jauregui.

En realidad, apenas la conocía.

Sus reuniones semanales desde que empezó a trabajar para ella siete meses antes nunca les habían dejado tiempo para charlas personales. Camila trabajaba de día, cuando el club estaba cerrado, y Lauren trabajaba por las noches, cuando Estate estaba abierto. De modo que sabía muy poco de ella salvo lo que estaba incluido en su currículum.

Un golpecito en la puerta le indicó que la mujer en cuestión acababa de llegar.

-¿Quería verme, señora Jauregui?

-Entra, Camila. Siéntate, por favor.

Ella se sentó en una silla frente a su escritorio, tan seria como siempre.

Según su abogada, que era su mejor amiga y en cuyo sentido común confiaba por completo, Camila era la candidata perfecta para ser su esposa. Y no era una chica fea. Un poco sosa, sin maquillar, pelo castaño que siempre llevaba sujeto en un moño...

Pero también era una mujer inteligente e independiente. De no ser así, no la habría contratado para llevar las cuentas de un club nocturno multimillonario.

-¿Ocurre algo? Hoy no es el día de reunión habitual -Camila se colocó las gafas sobre el puente de la nariz antes de estirar primorosamente su aburrida falda azul marino.

Lauren nunca se había fijado en sus manos, pero tenía unas manos muy bonitas. Claro que nunca había imaginado esas manos tocándola. Íntimamente. Sus uñas cortas, naturales, no tenían nada que ver con las uñas largas y pintadas de rojo de las mujeres con las que ella solía salir.

Pero además de una buena manicura necesitaba ropa nueva para hacer su papel. Y lentillas. Quizá un cambio de imagen. De no ser así nadie creería que la había elegido a ella como esposa cuando estaba acostumbrado a salir con las modelos y actrices que frecuentaban el Estate y su cama.

Lauren conocía a muchas chicas, pero ninguna de ellas era el tipo de mujer que necesitaba.En la Cámara de Comercio la consideraban un playgirl y una equivalente femenina no lo ayudaría nada. Camila, en cambio, no era una chica alegre. Lauren había preguntado, discretamente, y nadie en el club sabía nada sobre su vida privada.

Camila carraspeó, recordándole que no había contestado a su pregunta. Eso era algo que siempre había admirado de ella: sabía cuándo permanecer en silencio en lugar de charlar incesantemente.

-No pasa nada, Camila. De hecho, me gustaría ofrecerte un aumento de sueldo... una especie de ascenso -contestó por fin, con una sonrisa destinada a tranquilizarla. O a ella mismo.

La verdad, no estaba convencida de que aquél fuera el mejor plan. Sólo tenía treinta años y le gustaba ser soltera. Entre la mala relación de sus padres y lo que veía todas las noches en el club nunca había pensando en casarse, pero no veía otra manera de conseguir su objetivo.

Lauren quería tomar parte en la dirección del negocio familiar y la única manera de conseguirlo, aparte de asesinando a sus dos hermanos mayores, era ganarse su respeto. Su padre había muerto inesperadamente en el mes de junio y ahora, en noviembre, Chris y Taylor seguían sin ofrecerle una posición de responsabilidad en Jauregui Inc. porque no la tomaban en serio.

Camila arrugó el ceño.

-No la entiendo. Siendo la única contable de Estate no sé cómo va a darme un ascenso... ¿piensa contratar un ayudante? Porque le aseguro, señora Jauregui, que puedo hacer mi trabajo sin ayuda.

-Lauren -la corrigió ella, no por primera vez.

Nunca parecía relajada a su lado. De hecho, siempre parecía un poco incómoda y no sabía por qué. Lauren se llevaba bien con todo el mundo, en particular con las mujeres. Más de un crítico había atribuido el éxito de Estate a su encanto personal. Lauren sabía cómo tratar con la gente, cómo hacer que los clientes se sintieran bienvenidos y quisieran volver.

Claro que nunca había intentado ser encantadora con Camila Cabello. Ella era una empleada y ésa era una línea divisoria que no cruzaba nunca. Pero lo haría aquel día.

-El presidente de la Cámara de Comercio de Miami se retira el año que viene. Y, como imagino que sabrás, es un grupo muy conservador.

-Sí, lo sé.

-Yo soy miembro activa desde hace años, pero al Consejo de la Cámara no le gusta la idea de que una mujer soltera, lesbiana y especialmente una que dirige un escandaloso club nocturno en South Beach, se convierta en presidenta... por muy cualificada que esté.

-¿Quiere ser presidente de la Cámara de Comercio? -preguntó Camila.

La sorpresa que había en su tono fue como sal en una herida abierta.

-Pues sí. Y la única manera de entrar en la terna de nominaciones es convertirme en una mujer madura y estable. Y para eso necesito una esposa.

-¿Y eso qué tiene que ver conmigo?

-Tú eres la candidata perfecta.

Ella parpadeó un par de veces.

-¿Para ser su esposa?

-Eso es.

-Pero... ah, lo está diciendo de broma, ¿verdad? -sonrió Camila.

Bonitos labios, pensó Lauren. Limpios, nada de carmín. Y sin colágeno. Natural. Exactamente, Camila era natural.

Una pena que tuviese que cambiarla, por suerte, sabía que Camila también le gustaban las mujeres.

-No, no estoy de broma -le dijo, mostrándole una carpeta-. Dinah Jane Hansen, mi abogada, se ha encargado de organizar todo el papeleo. Te pagaré quinientos mil dólares al año durante dos años... más los gastos. Después de eso, nos divorciaremos discretamente. Firmaremos un acuerdo de separación de bienes, naturalmente. Lo que es tuyo seguirá siendo tuyo, excluyendo los regalos que yo te haya hecho, y lo que es mío seguirá siendo mío.

Lauren sacó los documentos de la carpeta y los empujó hacia el otro lado de la mesa, pero ella no se movió.

-Puedes pedirle a tu abogado que los revise.

Camila, agarrada a los brazos de la silla, miraba los papeles como si fueran una cobra.

-¿Espera que acepte esta... proposición?

-Te pagaré un millón de dólares por no hacer nada. ¿Por qué no ibas a aceptar?

-¿Porque no lo quiero?

Un poco sorprendida, Lauren se encogió de hombros. Conocía a una docena de chicas que habrían saltado de alegría ante esa proposición, pero no eran el tipo de mujer que necesitaba.

-Yo tampoco te quiero, pero sería una unión ventajosa para las dos. Vivirías en mi ático y te compraría un coche nuevo. Quizá un Mercedes o un Volvo. Hay que dar la impresión de que queremos formar una familia.

Camila la miraba con los ojos muy abiertos.

-¿Una familia?

-No vamos a hacerla, claro, pero es parte del plan.

-¿Parte del plan? -repitió ella.

Que fuese rápida con los detalles era una de las cosas que siempre le había gustado de su contable, pero no estaba siendo muy rápida aquel día.

-La viva imagen de la felicidad doméstica: estables, maduras, pilares de la comunidad.

Ella sacudió la cabeza, atónita.

-Lo siento, es que no puedo creerlo. ¿Me está pidiendo de verdad que me case con usted?

-Sí.

-Señora Jauregui... Lauren. Lo siento, pero yo no soy la persona adecuada para ese... puesto.

-Yo creo que sí. Eres inteligente, seria y conservadora. Exactamente lo que yo necesito.

Lauren había pensado que así la convencería pero, en lugar de eso, ella se levantó de la silla.

-Me siento muy halagada por su... proposición, pero me temo que debo declinar.

-Camila...

-La negativa no me costará mi puesto de trabajo, ¿verdad?

-No, claro que no. ¿Pero qué clase de imbécil crees que soy? Pero si te casas conmigo estarás demasiado ocupada haciendo... lo que hagan las señoras de la alta sociedad de South Beach como para trabajar aquí.

Lauren se levantó para acercarse a ella y, por primera vez, notó que olía muy bien. Olía como las parras que crecían en el patio de su vecino. Y algo más... algo picante y atractivo.

-Considéralo unas vacaciones pagadas. Podrías ir de compras, a un balneario...

-Pero a mí me gusta mi trabajo. Lo siento, pero no. Estoy segura de que encontrará a otra mujer que...

-Quiero casarme contigo, Camila.

Ella levantó una mano temblorosa para colocarse las gafas, pero Lauren la interceptó. Al tocarla le pareció como si saltaran chispas y se dio cuenta de que era porque estaba cruzando la línea divisoria entre jefe y empleada por primera vez.

Cuando le quitó las gafas comprobó que tenía unos ojos cafés extraordinarios, más brillantes que las aceitunas, más oscuros que la hierba. El tono exacto de las piedras en el agua en la costa de Miami.

Y su pulso se aceleró.

Por lo que estaba en juego, se dijo a sí mismo.

Lauren no se sentía atraída por aquella chica. Pero estaba bien que no le resultase desagradable su contacto.

-Seré un buena esposa -la voz le salió más ronca de lo que pretendía y tuvo que aclararse la garganta-. Te garantizo que quedarás satisfecha.

Ella abrió mucho los ojos.

-¿Está diciendo que dormiríamos juntas?

-Dormir... no sé. A mí me gusta tener mi espacio. Tengo un estudio que podríamos convertir en un dormitorio para ti, así tendrás toda la intimidad que quieras. Pero, de cara a los demás, el nuestro debe parecer un matrimonio normal.

-Pero esperaría... sexo -insistió ella.

No parecía gustarle nada la idea y eso lo picó. Ella era muy buena en la cama. Había estado perfeccionando su técnica desde los dieciséis años. Y nunca había dejado a una mujer insatisfecha.

-Definitivamente. Estaríamos juntas dos años y eso es mucho tiempo para ser célibe. Y de ser infiel todo el mundo pensaría que no soy una persona de confianza.

Ella apartó la mano de golpe.

-No, no puedo.

¿La estaba rechazando? ¿Cuándo la había rechazado una mujer? ¿Cuándo había tenido que ser ella quien diera el primer paso? Normalmente levantaba una ceja y su elegida hacía lo que le pidiera. Todo lo que le pidiera.

Tenía que hacerle cambiar de opinión. Camila era la mujer más adecuada para ser su esposa... una persona que no era de su círculo y no le contaría sus secretos a todo el mundo. Además, no tenía tiempo de buscar otra candidata. La terna final de nominados sería propuesta en seis meses y eso significaba que tenía poco tiempo para demostrar que era una mujer estable y madura.

-Di la cantidad que quieres, Camila.

-No es eso... creo que será mejor que me vaya.

-Te llamaré mañana.

-No, señora Jauregui. No me llame. Si quiere volver a hablar de este asunto, no me llame.

Aquello no iba nada bien.

-Además del dinero habría otras ventajas...

-¿Dinero por vender mi cuerpo?

-Perteneciendo a los Jauregui de Miami se te abrirían muchas puertas.

Ella emitió un sonido estrangulado.

-Me da igual estar en la lista de VIPS de todos los clubs de esta ciudad. Ni siquiera estoy despierta cuando abren.

Tenía la piel de color porcelana, no morena como la mayoría de las chicas en Miami. ¿Estaría tan pálida por todas partes?

-Supongo que, como es rica, cree que puede comprarlo todo. Incluso una esposa. O la presidencia de la Cámara de Comercio.

-Camila...

-No, déjelo. Antes de que esto se convierta en una demanda por acoso sexual. Supongo que su abogada le habrá advertido sobre eso, ¿no?

Oh, sí, Dinah había insistido en ello en cuanto le dijo que Camila era la candidata idónea. Y esa advertencia era la razón por la que no la besaba para demostrarle que podía complacerla en la cama. Pero no la convencería tan rápidamente y lo mejor sería una retirada. Por el momento.

-Permíteme recordarte la cláusula de confidencial de tu contrato. Cualquier cosa que tenga que ver con mis negocios, y eso incluye esta proposición o mi deseo de convertirme en Presidenta de la Cámara de Comercio, no puede salir de este despacho.

-Nadie me creería si les dijera que Lauren Jauregui está intentando comprar una esposa. Pero no se preocupe, no diré nada... a menos que usted me obligue a hacerlo.

Después de decir eso salió del despacho y cerró la puerta tras ella.

Dejando escapar un suspiro, Lauren se dejó caer en el sillón. Ella estaba acostumbrada a que las mujeres la persiguieran, no a que salieran corriendo como si tuviera la gripe aviar.

Como una de las herederas de la fortuna Jauregui, que consistía en hoteles y locales de entretenimiento, era un partidazo. Las columnas de sociedad y su declaración de Hacienda lo dejaban bien claro. Su familia estaba forrada y sus propias inversiones habían aumentado de valor con los años. Además, recientemente había heredado el quince por ciento del imperio familiar y decir que era una mujer acomodado sería decir poco.

Y se había mirado en un espejo. No era fea precisamente.

Entonces, ¿por qué Camila no mordía el anzuelo?

Debía haber algo... algo que pudiera usar para convencerla.

Lo único que tenía que hacer era encontrarlo.

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