Ojos de gato Sirio

mhazunaca द्वारा

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Él es salvaje, pero no sabe ni lo que es un beso. Marien va a quedar fascinada por su naturaleza y va a quere... अधिक

Sinopsis
Prefacio
Capítulo 1: Ojos verdes
Capítulo 2: Investigaciones
Capítulo 3: Fuera de la realidad
Capítulo 4: Ellos quieren la toxina
Capítulo 5: Leyendas y sospechas
Capítulo 6: Lo que realmente era
Capítulo 7: Dejando que me conozca
Capítulo 8: Hacia la capital
Capítulo 9: Curiosidad
Capítulo 10: Lecciones
Capítulo 11: Aventuras en la ciudad
Capítulo 12: Un lugar perdido
Capítulo 13: Debo ser fuerte
Capítulo 14: Cediendo a los impulsos
Capítulo 15: Confío en ti
Capítulo 16: Decisiones
Capítulo 17: Mi plan
Capítulo 18: La luz
Capítulo 19: Confesiones
Capítulo 21: Lo que somos
Capítulo 22: Mi compañera eterna
Capítulo 23: Situaciones frágiles
Capítulo 24: Encrucijada
Capítulo 25: Juntos
Capítulo 26: Rigor en la capital
Capítulo 27: Una nueva rutina
Capítulo 28: Algo oculto
Capítulo 29: A entrenar
Capítulo 30: Sueños y promesas
Capítulo 31: Nueva compañía
Capítulo 32: Desafortunada intervención
Capítulo 33: Cita oficial
Capítulo 34: El amor es ardiente
Capítulo 35: Mensaje encargado
Capítulo 36: La noche apenas empieza
Capítulo 37: Más problemas
Capítulo 38: Ataque
Capítulo 39: Te amo, por siempre
Capítulo 40: Muerte interna
Capítulo 41: A entrenar
Capítulo 42: En su búsqueda
Capítulo 43: Fin del viaje
Capítulo 44: Los milagros existen
Capítulo 45: Revivir
Capítulo 46: Recuperar el tiempo
Capítulo 47: Volviendo a la realidad
Capítulo 48: La batalla y la verdad
Capítulo 49: Nueva era
Epílogo
Capítulo especial 1: Un raro beso
Capítulo especial 2: ¿Playa? No, gracias
Capítulo especial 3: Bienvenido
Mini capítulo: Un encuentro inesperado

Capítulo 20: Compañía no grata

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mhazunaca द्वारा

La chica se puso de pie y nos miró. Era algo más alta que yo. Tenía los ojos de un hermoso color celeste como el cielo, el cabello claro y rubio. Un aspecto bastante similar al de un gato salvaje. Pero Dios, tenía los músculos suavemente tonificados. Todos estaban en buena forma, incluso mujeres. Yo era una debilucha a su lado. Ella estaba con una camiseta blanca sencilla, pantalón negro y zapatillas.

—Sirio, ya volviste —dijo mientras se acercaba, con una suave voz perfecta.

Le rodeó el cuello con sus brazos y juntó su frente a la de él por un segundo para luego apartarse. Me ruboricé de los celos, no pude evitarlo, ya que ese gesto suyo me tomó por sorpresa.

Ella me miró como a un bicho raro.

—¿Y esta humana? —preguntó.

—Viene conmigo.

Ella lo miró sorprendida.

—¿Qué? —dijo casi horrorizada—. Escuché que habías vuelto a ver a tu madre, pero se supone que a la humana la dejabas con Orión.

—No, la dejaré en la capital.

—¡Estás loco! —Me miró con rabia y luego volvió a mirarlo a él—. ¿Quieres que te maten? Esto no estaba en el plan, ahora era cuando debías unirte a mí, no morirte.

Espera, ¡¿qué?!

Antonio negó con la cabeza y una leve sonrisa de despreocupación. Volteó a mirar un matorral cercano.

—Rigel, Deneb, salgan —ordenó.

Yo estaba con la boca abierta, ¿cómo que iba a unirse a ella? ¿Se refería al núcleo del que me había hablado aquel día? ¡¿Cómo era que había omitido ese detalle?! ¡Otra mentira, caramba!

La chica me miró indignada y luego con rabia de nuevo. Genial, me odiaba, y yo no esperaba menos. Del matorral salieron dos jóvenes. Yo hubiera jurado que eran humanos si no fuera porque ambos tenían un ojo de color celeste y el otro de color verde, gemelos.

—Perdóname —me dijo Antonio—, no te los he presentado. Ellos son los hermanos Rigel y Deneb —dijo señalándolos, ambos me sonrieron asustados—, y ella es Ursa —agregó señalando a la chica que lo miraba completamente indignada—, mi amiga.

Perfecto, Ursa. Ella era una constelación de pura belleza, y me odiaba. Asentí lentamente y ella me dedicó una mueca.

—Voy a mostrarte mi cuidad, antes de que los hombres de Orión pasen buscándome.

Sí quería ver su ciudad, por supuesto que sí, pero no sabiendo que él podía morir, así no era como lo había imaginado... No quería...

Fui traspasada por la mirada de odio de la chica nuevamente, podía sentirla detrás de mí. ¿Así que ella había sido prácticamente su prometida? Me sentía completamente pequeña y patética a su lado, ella era majestuosa como un puma al igual que Sirio, y yo era una ardilla. Y peor, él iba a morir por haberme elegido por sobre su gente.

Caminamos un largo tramo, cada vez me ponía más ansiosa y me sobresalté al sentir que Antonio tomaba mi mano.

—Todo irá bien.

—Sí, bueno... Si no intentan matarme es algo bueno, ¿no? —dije en susurro.

Sonrió.

—No lo harían, yo no lo permitiría, y en verdad ellos no querrían enfrentarse a mí por muchas razones —respondió confiado.

Apreté un poco más su mano. No me gustaría ver que se enfrentaran por mí. Aunque ya llevaba su posible muerte sobre mi espalda. ¿Por qué demonios empezaba a sentirme culpable ahora yo?


Después de casi veinte minutos divisé una ciudad y me impresioné. A las afueras había parcelas de cultivos, vi algunos evolucionados trabajando esa tierra y ellos me miraban sorprendidos. Entramos a la ciudad, las casas se veían bastante campestres. La vegetación abundaba, casi parecía ser otro bosque, solo que las plantas crecían cubriendo paredes.

Me di cuenta de que tenía la boca abierta y la cerré de golpe. Antonio tenía razón, había incluso algunos edificios de hasta cuatro pisos que usaban a los árboles como elementos estructurales, también con plantas en los pocos muros que cerraban solo algunos ambientes.

—Edificios —murmuré.

—Sí —sonrió—. Te lo dije.

Le sonreí también.

Llegamos a una zona residencial. Al parecer los evolucionados no usaban medios de trasporte, quizá porque la ciudad era pequeña y ellos se valían de su resistencia al caminar, correr y trepar. Además, les gustaba mantener la buena salud por lo visto.

Cada sector de viviendas contaba con un parque central, me sorprendía cada vez más. Vi niños jugando y correteando, hubiera sido una vista muy normal si no fuera porque a veces se agarraban a mordidas o corrían y brincaban más rápido y alto que un niño humano, trepando árboles en segundos como gatitos.

Nos detuvimos afuera de una de las casas y me bajó la presión arterial por los nervios.

A los segundos la puerta se abrió y me puse casi detrás de Antonio automáticamente. Una H.E. se asomó, tenía los ojos verdes, casi tan verdes como los de Antonio, al parecer ya tenía sus cuarenta años o un poco menos, pero se le veía bien conservada. Su cabello era un castaño oscuro.

—Sirio.

—Madre —respondió él, había devoción en su voz.

La mujer me miró de reojo.

—Creí que habías vuelto con Orión.

—He decido dejarlo.

—Traición.

—Ya he aceptado las consecuencias.

Ella asintió de forma fría. ¡Vaya forma de reaccionar! Su hijo iba a morir... Aunque con su cultura, no sabía ya qué esperar.

—Pasen, por favor.

Pasamos y nos sentamos en el sofá. Era una casa normal, nuevamente podría jurar que era de humanos. Una amplia sala, algo que parecía ser un radio en una mesa, y grandes aberturas hacia un enorme jardín. Era un hogar acogedor y bonito, sonreí al pensar que aquí había vivido Sirio, aquí pasó su infancia, y parte de su adolescencia quizá.

—Ella se ha convertido en alguien muy especial para mí —dijo Antonio, sacándome de mis pensamientos. Me ruboricé de golpe, ¡¿cómo rayos decía eso en momentos como este?!—. Se llama Marien.

Ursa estaba contra la pared, cruzada de brazos y me miraba ofendida.

—Es un enorme gusto conocerla —le dije a la señora—, y disculpé las incomodidades.

Sentía que los nervios me fulminarían en cualquier momento así que espiré hondo. Los gemelos me miraban con leves sonrisas.

—El gusto es mío —respondió educadamente la madre de Sirio, pero seguía mirándome con cara de no creerlo—, siéntete como en casa, si mi hijo siente que eres especial entonces no voy a refutárselo.

Me sorprendí.

—Gracias —respondí con una leve sonrisa.

No me importó que no me la devolviera. Miré a Antonio, él me sonreía y se le veía encantador, sus ojos destellaban ese hermoso color verde.

—Te enseñaré mi ciudad más tarde —susurró.

Le sonreí de forma dulce.

Me preguntaba en dónde estaría su padre, dijo que trabajaba construyendo casas, a menos que hubiese sido mentira. ¿Seguiría decepcionado de él? ¿Pensando que merecía estar con Orión? Justo ahora me empezaba a llenar de nuevas dudas.

—La llevaré a la capital y la dejaré a salvo. Luego me entregaré a Orión —comento él.

Enif respiró hondo, seguro tratando de aguantarse algún reclamo.

—Así que eso es lo que decidiste al final —dijo ella—. ¿Por eso estabas tan intranquilo? ¿Por eso volviste a desaparecer? —Noté que intentaba ocultar su angustia.

Me sentí mal, Sirio había renunciado a tanto. Era un joven rebelde, pero no valía que angustiara a su madre, por lo que veía ella adoraría que su hijo acatase sus órdenes en todo.

—Ya lo he decidido, y estoy dispuesto a ello.

Me angustié y apreté su mano que se encontraba apoyada entre nosotros dos. Su mamá me dirigió la vista por un fugaz segundo, había olvidado que quizá estaba prohibido tocarlo, si estaban prohibidas las muestras de afecto o no era su costumbre, no sabía bien cuáles eran las reglas, así que lo solté disimuladamente.

—Solo vine a despedirme, no te preocupes, ellos no van a molestarte más.

Su madre respiró profundo.

—Bien, como digas. Bienvenido nuevamente. —Se puso de pie—. Prepararé la cena.

Se retiró llevándose al venado que habían traído los gemelos sin dificultad. Podía ver que estaba triste, pero rayos, ¿qué le costaba venir y abrazar a su hijo? ¡¿Por qué demonios nadie lo detenía?!

Empecé a tener dificultades para respirar. No podía ser.

—Quita esa cara, Ursa, por favor —le dijo Antonio sacándome de mis pensamientos.

Ursa seguía viéndome con algo de rabia y ofensa. Nuevamente me sentí reducida por su mirada, pero podía entenderla, yo estaba al lado del joven que ella probablemente amaba, yo era humana, y como si eso no fuese suficiente, él había decidido morir por mí.

—Es que no puedo creerlo, Sirio —respondió ella de forma tosca.

Quizá ella podría convencerlo de no entregarse y escapar...

—De antemano te pedí disculpas porque iba a fallarte, creí que te había quedado claro que no iba a unirme a ti, lo siento. —Okey, quizá ella no iba a detenerlo—. Oigan, chicos —dirigiéndose a los gemelos, ambos alzaron la mirada—, ¿quieren ir a pasear?

—Sí, ya nos estábamos estresando —respondieron casi al unísono.

Sonreí aliviada, parecían bastante agradables. Antonio miró a Ursa.

—Puedes venir si gustas —le dijo a la chica.

Fue a su antigua habitación y al rato volvió, salimos de la casa.

Caminamos hacia lo que yo suponía que era el centro de la ciudad. Me había puesto de los nervios la conversación tan corta y vacía que había tenido con su mamá, los H.E. eran algo raros en cuestión a cosas que tenían que ver con los sentimientos, pero no esperaba tanto.

Tenía que detenerlo, aunque me fuera increíble que hacía unas horas a mí no me importaba que muriera, pero ahora que lo asimilaba... no podría soportarlo.

Recorrimos observando los locales del mercadillo, había de todo: pequeños restaurantes, tiendas con ropa, muebles, electrodomésticos rudimentarios y demás, todo hecho por ellos, era fascinante.

Los evolucionados creían que yo era una joven en transición, esa etapa en la que ellos se veían como humanos, aunque según me había dicho Sirio, casi no salían en esos días. Felizmente los gemelos también estaban en transición y nos acompañaban.

De todas formas, algunos pobladores se quedaban más tiempo mirándome detenidamente, sin parpadear, como depredadores sabiendo que una presa estaba camuflada cerca de ellos, quizá porque mi olor era diferente.

Pedí entrar un momento a una tienda para ver las cosas. Busqué algo pequeño que pudiera comer, y encontré un paquete de algo que parecía ser galletas, obviamente hechas ahí mismo y envueltas en un fino papel.

Esos productos eran muy distintos, era como si las ciudades de los evolucionados pertenecieran a otro país o algo así. El mundo no había tenido distintos países desde hacía siglos, pues ahora todo era un «mega país». Se me hizo más raro cuando vi que el símbolo de la moneda no era el mismo que el de la moneda de los humanos.

Me quedé ahí congelada mirando el paquete.

—¿Lo quieres? —me pregunto Antonio con su dulce y elegante tono de voz.

Sonreí avergonzada.

—Creo que mi dinero es inservible.

—Pero el mío no —comentó con una sonrisa divertida.

Compró el paquete de galletas y salimos. Los gemelos se hallaban riendo un poco y Ursa a un par de metros de ellos, mirando hacia otro lado y con los brazos cruzados, era muy orgullosa.

Continuamos nuestro camino mientras comimos de las raras galletas que prometían una buena dosis de proteína. Los gemelos recibieron lo que les ofrecí muy alegres, pero Ursa no.

Nos acercábamos a una especie de plaza, podía escuchar el murmullo de la gente. Cuando estuvimos más cerca vi que había una especie de escenario construido en ladrillo en el medio de una gran plaza y había un grupo en él, tenían instrumentos, seguro harían música. Sonreí y recordé cuando Antonio me dijo que me mostraría esto.

El grupo empezó a tocar, era una bonita melodía, parecía alguna balada antigua e instrumental, se parecía mucho a un vals, pero no tenía el acompañamiento de la voz de algún cantante. La mezcla de sonidos de los distintos instrumentos hacía un buen conjunto, eran instrumentos similares a los conocidos por los humanos; yo estaba embobada con la canción.

Uno de los gemelos tiró del brazo de Ursa y la llevó a donde se encontraban reunidos los evolucionados, al parecer bailaban.

Sonreí, no sabía si era Rigel o Deneb, pero estaba dando vueltas con Ursa algo lejos de las parejas del centro, ambos se divertían, al menos había logrado subirle el ánimo a ella.

Sin embargo, mi felicidad no era completa.

—Celebran la unión de algunos nuevos núcleos de familia —murmuró Sirio—. Mañana les van a dar su primera charla individual y secreta sobre lo que lo que conlleva la unión. Luego todos ellos se irán a quedar en sus nuevos hogares por un tiempo, como ya te había explicado.

Imaginé que en esas charlas les explicaban... eso...

—Entonces, esas parejas... ¿son recién casados?

—Sí, puede decirse, esa es la palabra que ustedes usan.

Se puso frente a mí, hizo una reverencia y me extendió la mano. Lo miré anonadada y le di la mano. Me mostró una espléndida sonrisa luciendo esos bonitos colmillos, y me llevó más al centro.

—No sabía que bailabas —comenté, sintiéndome todavía triste.

—No sé mucho.

Rodeó mi cintura con su brazo derecho y con su mano izquierda tomó mi mano derecha, era como bailar un vals. Él me miraba de una forma especial, era dulce y profunda, no estaba cómoda al estar ruborizada, pero no podía desprender la vista de esos ojos hipnóticos, con esas pupilas rasgadas, era como estar cara a cara con un felino. Le sonreí.

Me dio una suave vuelta y volvió a pegarme a su cuerpo. Me pregunté si de algún modo éramos algo más que amigos, no sabía cómo lo estaba considerando él, pero mi corazón latía feliz recordando que había confesado estar enamorado de mí, sin ser consciente, claro.

Miré a mí alrededor, todos bailaban similar. Terminé recostando mi mejilla en su pecho y él apoyó su mentón en mi cabello. Al rato pude ver que algunos evolucionados volteaban a mirarnos, quizá eso estaba prohibido, no veía a ninguna pareja estar como nosotros. Otro error. Me separé de él, miré hacia mi otro costado y vi que Ursa y los gemelos nos miraban raro. «Oh-oh». Intenté separarme más, pero él me lo impidió.

—¿Sucede algo? —preguntó.

—Creo que no deberíamos estar tan juntos, creo que está mal visto en tu sociedad, ¿no?

Sonrió levemente.

—Bueno, ahora mismo se estarán preguntando qué significa.

—Y... ¿qué significa? —pregunté nerviosa.

Juntó las cejas un poco confundido por unos segundos.

—Hum... no sé, siento que quiero estar así contigo, no veo el problema... quiero darte todo de mí, si me das la oportunidad, eso es lo que siento.

Mi corazón se quería derretir.

—Pero...

Ursa se acercó a nosotros.

—El sol ya casi se oculta, deberíamos volver a tu casa —sugirió.

Antonio asintió y regresamos.


El sol ya se había ocultado y había entrado la noche cuando llegamos a su casa. Su mamá nos esperaba con una leve sonrisa, eso me llamó la atención.

—¿Le ayudo a servir? —preguntó Antonio a su madre.

Su mamá asintió y él la siguió a la cocina.

Me senté en el sofá, Ursa se sentó en el de mi costado, y los gemelos se miraron y se fueron, al parecer al jardín. Oh no, momento tenso. Me aclaré la garganta. Quería hablarle y ese era el momento.

—¿Qué le has hecho? —preguntó ella, sorprendiéndome.

—Uh... nada... —respondí.

—Arruinó su vida, él tenía todo, reconocimiento de Orión y por ende prestigio ante toda la ciudad —dijo en tono de lamento.

—Perdón —fue lo único que pude decir a eso.

No sabía si yo era la más culpable de eso o no, pero de tener culpa sí, seguramente la tenía. Hubo otro momento de silencio.

—Te vi pegada a él... Esas cosas las hacen los humanos, ¿verdad? Piensas hacer que se pierda en tu mundo de cosas perversas...

—No —la interrumpí algo ofendida—. No... no todos somos así. Yo no quiero cambiarle, solo quiero salvarle, y tu deberías hacer eso también, creí que ibas a unirte a él...

—Sí, claro. Pero esas son sus decisiones. Yo no voy a interferir tampoco y tú deberías entender eso. Morirá con honor y eso también limpiará mi nombre, es su deber, ya que hoy fueron las uniones y ya me manchó a mí también con su desaparición repentina de hace un par de días. No puedo creer que haya sido por ir a sacarte.

Apreté los puños. Caramba, debía suponerlo.

—Sientes algo por él, ¿no? Si es así deberías dejar de lado el prestigio y detenerle...

—¿Qué? —me interrumpió—. No digas tonterías, no siento nada por él, esas cosas son de humanos, nosotros no tenemos permitido sentir cosas tan absurdas. Solo sé qué era lo que le convenía más. Y a él le convenía estar aquí, en su mundo, le convenía yo, soy su compañera perfecta.

—Entonces... ¿sabes sobre eso?, ¿sobre el amor? —pregunté.

Ella pareció verse descubierta y decidió contestar de mala gana.

—Solo a nosotras las chicas nos advierten un poco después de los veinte; eso solo debemos sentirlo cuando formemos un núcleo, pero no siempre de todos modos, solo si se da, solo si él muestra indicios de algo. En caso contrario, viene a ser algo indecente e irrespetuoso. Un deshonor... Pero ¿qué saben los humanos sobre el honor? —preguntó con tono de desprecio.

Ahora estaba mucho más impresionada con su forma de ver el mundo. La madre de Antonio dejó unos platos en la mesa y volvió a retirarse. Ursa continuó:

—A nosotras nos advierten sobre lo que no debemos hacer nunca con un chico y a ellos igual, pero les omiten muchas cosas, ya que por naturaleza no les nace. Nosotras somos algo diferentes quizá, no lo sé... Pero tú —respiró hondo y estaba obviamente incómoda—, apuesto que tú has hecho todo tipo de tonterías que seguro hacen ustedes las mujeres humanas —dijo con algo de repulsión.

—No... no, bueno... —Me sentí avergonzada. Le había tocado y besado sin siquiera sospechar que tenía una prometida.

¿Cómo explicarle todo lo que había pasado sin que se lanzara a matarme? Empecé a molestarme, quería evitar que él muriera y ella estaba queriendo pelear por otra cosa sin sentido ya. La madre de Antonio dejó más platos.

Ursa empezó a murmurar frustrada.

—Conmigo hacía un excelente equipo. A él le encanta competir, tú no podrías darle eso.

Recordé cuando le golpeé en el estómago y mi débil golpe le divirtió, también cuando lo vi reír mientras competían por cazar al venado, y no pude evitar sentirme triste. Ursa continuó.

—Le gustaba desfogar su energía peleando, le conozco, entrené con él unos años. Yo siempre estuve con él, ¿crees conocerlo como yo y saber qué hacer para animarlo cuando lo requiera? No tienes idea de lo grandioso que es, no podrías ni correr con él, no sabes que es lo que más le hace enojar...

Tenía mis puños apretados. Era cierto, no conocía a Sirio, ni siquiera me había confesado su verdadero nombre, y tampoco podría hacer las cosas que él hacía. Sentí envidia y celos. Ahora él podía morir así sin más, y no había podido ni conocerle.

—Sé lo grandioso que es, a pesar de que lo conozco poco como dices... por eso... Si por mí fuera yo lo dejaría aquí a que continúe con su vida, pero por mi culpa ahora Orión lo perseguirá, por eso es mejor que vaya a la capital conmigo. Ya que tú no quieres salvarlo, yo lo convenceré.

—Ursa, ella no tiene la culpa de nada —dijo Sirio de pronto—, y ella no ha hecho nada que yo no haya permitido o pensado que estuviera mal.

Ursa resopló molesta.

—No me asustes, Sirio. No me digas que ha hecho alguna cosa inmoral y a ti te ha parecido bien —Antonio la miraba de forma fría y ella a él también.

¡¿Por qué demonios seguía reclamando por algo tan estúpido en vez de tratar de convencerle de no morir?!

Su mamá entró con los últimos platos.

—Pueden pasar —dijo amablemente.

Ya no tenía hambre.

Antonio suspiró pesadamente al igual que Ursa. Incluso eso me produjo celos y me hizo sentir pequeña ante lo que ella podría significar para él, su antigua amiga. Sus padres habían acordado su unión, mientras que yo apenas había llegado a su vida, no era nadie y obviamente no les agradaba. Ni siquiera podía reclamarlo como mi novio, él no era un hombre humano y no sabía sobre esas cosas.

Y peor, no parecía que iba a poder salvarlo, y mi esperanza se iba. El sentimiento de seguridad de que él era algo para mí o que yo era algo para él, empezó a desvanecerse y a dejarme con la angustia.


***

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