Azul, museo de desastres natu...

By linecxnesugar

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Si algo define a Azul Davis es su sarcasmo y su alma libre. Su familia no es el prototipo ideal, pero hacen e... More

Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27 - Final

Capítulo 23

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By linecxnesugar

Abro la puerta de mi recámara para que se ventile un poco y el escándalo de la lavadora me hace avanzar hacia el cuarto de lavado. Ahí está Meg, con un chongo mal hecho y vertiendo un chorro de suavizante a la lavadora. A su izquierda tiene dos cestos hasta el borde de ropa y uno vacío.

—¿Lavas mi ropa? —le pido, esperando que esta vez sea comprensiva de mis ánimos.

—Por supuesto que no —me gruñe.

Nos levantamos bravas, eh.

Como de costumbre, lavar la ropa significaba mal carácter.

—Tápate esas ojeras que pareces mapache —me dice mi hermana—. Por cierto, ¿ronqué anoche? Porque me duele la garganta.

—Roncaste, pero te di una patada y paraste —le sonrío con malicia.

—Recuérdame decirle a mamá que llame al plomero, así no tendré que dormir contigo.

La licuadora se oye en la planta baja. Si iba a bajar, necesitaba encontrar unas gafas. Sin que se dé cuenta, me adentro en su cuarto para tomar prestado una de sus gafas que reposan sobre el tocador con luces que tiene.

Me pongo unas con forma de corazón y con pasta roja, las menos extravagantes que puedo encontrar a la vista. Su cuarto es un desastre, ropa tirada en el suelo y todas sus pinturas de uñas regadas sobre la sábana de su cama. Teníamos que ser hermanas.

Huele a panqueques en la parte baja. Como cada sábado, mi madre está en la cocina preparando el desayuno. Abro la ventana de la cocineta y le doy los buenos días. Últimamente me regañaba por no darlos, para mí sólo era una simple frase.

Noto que se extraña por las gafas que traigo puestas pero no dice nada. Quizás ya nada le sorprendía viniendo de mí. Ella también había aplicado eso de las gafas oscuras, fue cuando nos desvelamos viendo la película de Hachi y al otro día tuvo que ir al trabajo con los ojos hinchados por tanto lloriqueo.

Debajo de la puerta algo hace sombra. Recojo los papeles; es el recibo de luz, el correo y un sobre morado pastel que me alerta en el primer segundo cuando veo una estampa de un biberón en el centro. Ignoro los otros papeles y abro el sobre morado con curiosidad.

Mi baby shower

Pongo los ojos en blanco y me dirijo al baño. Arrugo el papel con ayuda de mi puño y lo tiro en el inodoro para bajar la palanca en seguida.

Cuando quiero voltear, mi madre me espera en la cocina cruzada de brazos.

—¿Qué tiraste?

—Se me resbaló de las manos.

—Claro —dice no convencida.

—¿Cuánto crees que le hayan costado las invitaciones?

Mi madre me da una sonrisa cómplice con los labios y niega con la cabeza.

—Lávate las manos, ya está el desayuno —me ordena al misma tiempo que se adentra en la cocina para traer consigo un plato con una montaña de panqueques.

Abro el refrigerador y saco todos los aditamentos: la crema de cacahuate, la de avellanas, queso crema, mermelada. Este desayuno era uno de mis favoritos, y si mi madre lo preparaba, es que andaba de buenas.

Mi hermana baja las escaleras, gesticulando una mueca como si le doliera algo.

—Se me rompió una uña —hace un puchero.

—Es que no debiste lavar, mira las consecuencias —le digo, siguiéndole el juego—. Debiste dejar la ropa para lavarla dentro de un año.

Si alguien exageraba en el tamaño de las uñas, era mi hermana. Se ponía uñas de un metro. ¿Cómo no se le iban a quebrar?

Se instala en su lugar de siempre y se dispone a comer al igual que nosotras. Como siempre, la televisión no puede faltar en el desayuno. Con el control remoto busca el programa de noticias y le baja el volumen.

—¿Llegó el recibo de la luz? —me cuestiona mi madre, dándome un vistazo fugaz, volviendo a su lugar.

—Sí, lo puse en la mesita de centro.

—¿Vas a salir hoy, Meg?

—¿Necesitas que haga algo? —se inclina hacia adelante.

—Pagar la luz, por supuesto —le dice mi madre.

—¿Podrías pasar a dejar algo a correos?

Una idea grandiosa se me viene a la mente. Mi hermana me mira sin entender.

—¿Vas a mandar una carta?

—Te cuento luego —le murmuro para no atraer la atención de mi madre.

Sin duda Briana mandó la invitación con intenciones no exactamente buenas. Somos las últimas personas que pensaría invitar, pero las ganas de restregarnos en la cara al nuevo integrante y que ahora ella tiene una familia con mi padre, saca su peor lado.

En la alacena hallo una lata de sardinas, la última que queda. En el mismo sobre morado en donde venía la invitación, vacío todo el contenido de la lata, además de un huevo crudo que se me ocurre en el último segundo.

Seguido de eso, adjunto una nota:

"Felicidades por el nuevo integrante en camino. Te mando este manjar..., ya sabes, para los antojos del embarazo"

PD: Saludos a Max. Besos y abrazos! Espero que cuando acabes despilfarrar su dinero, tu amor por él siga durando J Gracias por la invitación.

Escribo la dirección de ellos y devuelvo la invitación en la bolsa de plástico en donde venía. Para cuando Meg está lista, le entrego el sobre y la soborno con dinero para que no me cuestione.

En la casa, nos quedamos mi madre y yo haciéndonos compañía cuando Meg se va. Al principio mi madre revisa su agenda, en donde lleva el control de los gastos de la casa, hasta que se cansa de ello y apaga las luces de toda la casa para sólo dejar la de la sala prendida y no forzar la vista al ver la televisión.

Tengo que estar escuchando las carcajadas que da cada vez el que un señor en el stand up cuenta un chiste. Todos son con doble sentido. Mi madre me anima a que le preste atención a lo que cuenta, pero los chistes jamás me han hecho reír.

—Me enteré que hay un lugar vacante en Abejita, en el centro comercial.

—Interesante.

No es que le dé el avión, pero cada persona que le informa sobre un trabajo disponible, no duda en decírmelo, mientras que a Meg jamás le ha dicho algo.

—Es una buena opción para las vacaciones. Tendrías un salario, puedes comprarte las cosas que tal vez no pueda darte yo. Has querido un mueble para tu cuarto, esta es la oportunidad.

—¿Trabajar mientras Meg se lima las uñas viendo This Us?

—No será mucho tiempo. Los abuelos nos invitaron a su boda de oro. Amenazaron con venir por nosotros con tal de que estemos presentes.

Mis abuelos vivían en una hacienda en donde hay grandes hectáreas de pasto y a lo lejos el paisaje se cubre de montañas y viñedos. Lo único que no me gustaba, eran los mosquitos.

—¿Quién te dijo sobre el puesto?

Hago una mueca y resoplo.

—Tu tía Fran. Tu prima trabajaba ahí, pero empezará a ayudar a su padre en la Refaccionaría.

—¿Su hija? ¿La de los pompones en su overol?

—Ella misma. Tiene mucho que no las visitamos.

—¿Para qué querría? Jamás he congeniado con ninguno de mis primos. Todos son raros.

—Eso es porque los evitas en las reuniones familiares. No te has dado la oportunidad de conocerlos bien.

—Una se la pasa exhibiendo sus buenas notas y su viaje de intercambio a Canadá que fue hace cientos de años y aún no puede superarlo, y se cree mucho por ser el orgullo de mi abuela. El otro, se la pasa escuchando música country con sus camisas de cuadros y con su iguana pegada en la ropa.

Se levanta para acomodar la mesa en la que hemos dejado todo después de terminar de comer. Pasa un trapo húmedo sobre los manteles y luego los coloca sobre el microondas. Desde la mesa, me advierte algo.

—Baja esos sucios zapatos del sillón. Suficiente tienen con la mancha de leche que te recuerdo, provocaste.

—Es un sillón, una cosa material. Tampoco pretenderás que dure la eternidad.

—Sí, pero con el tiempo se hace feo y nuestro presupuesto no está pensado para una nueva sala.

Mi madre se hace cargo del control nuevamente y se acomoda en el sofá más amplio. Cambia los canales a una velocidad que ni siquiera puedo ver la programación, algo así como la escena del cerdito en Toy Story.

Le deja en un canal de animales, en donde un león persigue a una liebre.

—Cámbiale —le exijo, moviendo mis pies de un lado a otro.

—Es mi canal favorito. Además es lo más rescatable de la programación a esta hora.

—¿Disfrutas ver como se atacan entre si? —alzo las cejas, como acusación—. ¿Eso es buena programación?

—No todo es malo, mira a esos patitos.

Al anochecer, me quedo en la sala. Son cerca de las nueve y mi hermana ya está en casa. Después de que mi madre me abandona y sube a su cuarto, sin encontrar nada bueno en la tele, le dejo en donde están transmitiendo una película a blanco y negro. Probablemente es de la época de mi abuela, en donde los señores usan bigote de pacotilla y las mujeres usan vestidos largos y peinados elaborados.

Todo fluye bien hasta que dejo de prestarle atención y mi mente comienza a mostrarme escenas que desearía borrar para siempre. En mi mente sólo existía Dean al parecer, porque me olvidaba de las cosas simples y todo podía pasar desapercibido menos él.

¿Cómo puedo estar así mientras que él está en otro lugar haciendo su vida? ¿Cómo él no tenía idea del dolor de cabeza que estaba resultándome en los últimos días?

Apago la televisión repentinamente y aviento el control en el sillón en donde estaba.

Estaba harta de la situación.

En los cajones del librero, busco el directorio. En él debe haber algún especialista que pueda ayudarme a quitarme todo lo que vengo cargando en la cabeza. Encuentro el nombre de dos psicólogas y subrayo su número con un marcador fosforescente.

—¿Qué haces con el directorio?

Doy un brinco. Mi hermana se me acerca y lo primero que ve es lo que subrayé.

—Buscando a algún psicólogo.

—¿Un psicólogo?

—Sí, un psicólogo. Me he vuelto loca, ¿sí? Creo que necesito ayuda psicológica. Ir a terapia. Así me harán entrar en razón y volveré a ser la misma, volveré a mi vida de antes.

Descuelgo el teléfono de casa, dispuesta a marcar los números que encontré. Introduzco los primeros dígitos, hasta que mi hermana me baja la mano y me quita el teléfono de las manos.

—Azul —me llama—. No hay terapia que pueda hacerte dejar de sentir esto. Tal vez, te enamoraste, y ahora lo extrañas, ¿no es así?

—Es que no quiero sentirme así. No quiero. No ahora. No de este modo. No estoy lista para esto. Esto no va conmigo, mírame, ni siquiera me reconozco.

—No se trata de que estés lista o no para enamorarte, Azul. Eres humana, sientes. Cuando dejes de pelear contra ese sentimiento, verás que podrás olvidarlo más rápido.  

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