✧. ┊ 𝔖𝔦 𝔱ú 𝔡𝔢𝔠𝔦𝔡𝔢𝔰...

By DannaL1342

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❝Ella debería ser pura violencia. Pero lo que se hacía cada vez más evidente era su amor.❞ Aioros creía que l... More

𝒜𝓃𝓉𝑒𝓈 𝒹𝑒 𝓁𝑒𝑒𝓇...
𝐼𝓃𝒹𝒾𝓇𝑒𝒸𝓉𝒶𝓈
𝒞𝑜𝓃𝓈𝑜𝓁𝒶𝓇
𝒫𝓇𝑒𝓈𝓉𝒶𝓇 𝒶𝓉𝑒𝓃𝒸𝒾ó𝓃
𝒸𝓊𝒷𝓇𝒾𝓇
𝒽𝒶𝒸𝑒𝓇 𝓇𝑒í𝓇
𝐻𝒶𝓁𝒶𝑔𝒶𝓇
𝓒𝓸𝓶𝓹𝓪𝓻𝓽𝓲𝓻 𝓽𝓲𝓮𝓶𝓹𝓸
𝒫𝓇𝑜𝓉𝑒𝑔𝑒𝓇
𝒮𝑜𝓃𝓇𝑜𝒿𝑜
𝐸𝓂𝓅á𝓉𝒾𝒸𝑜
𝐸𝓃 𝓁𝒶 𝓂𝑒𝓃𝓉𝑒 𝒹𝑒𝓁 𝑜𝓉𝓇𝑜
𝒜𝒷𝓇𝒶𝓏𝒶𝓇
𝑅𝑒𝑔𝒶𝓁𝒶𝓇
𝒾𝓃𝓋𝒾𝓉𝒶𝓇
𝒜𝓎𝓊𝒹𝒶𝓇

𝒮𝑒𝓇 𝓈𝒾𝓃𝒸𝑒𝓇𝑜

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By DannaL1342

╭ ─┉─ • ─┉─ ╮

╰ ─┉─¡! • !¡─┉─ ╯

❝Días y días corrieron, y Sinar esperaba. Porque en su esclavitud era feliz.❞

—María.

Había veces en las que después del entrenamiento a Aioros le gustaba perderse en sus recuerdos del pasado. Literalmente los únicos recuerdos a los que podía atenerse eran los que tenía de su adolescencia. Los recuerdos que tenía antes del atentado de Saga en el que por el bien de su deber perdió la vida, para que esta fuese reiniciada de un momento a otro años después en una etapa completamente diferente tanto para él como para el resto del mundo. No mentiría al decir que le había costado un montón acoplarse a dicha etapa, al punto de que hubo un tiempo en el que se había sumido en una especie de depresión en la que sólo quería huir, huir de un Santuario al que ya no creía pertenecer, huir de su diosa y de su hermano que ya no eran niños pequeños, huir de Shura y de Saga que por bastante tiempo fueron incapaces de siquiera mirarlo a los ojos. Habían sido necesarias largas conversaciones con la Señorita Saori, un par de escarmientos por parte de Aioria y buenas dosis de larguísimos sermones por parte de Shion que pudo afrontar todo aquél embrollo —al menos en lo que creía posible— y por lo menos logró recuperar su amistad con Shura, ápices de su antigua amistad con Saga y volvía a sentir la misma energía al ayudar a la Señorita Saori que antaño.

A pesar de que a todos ellos los valoraba y quería incluso más que a sí mismo. La verdad es que conocer a Mei Ling le había servido como una especie de válvula de escape en esos momentos donde las inseguridades volvían a corroerlo. Escapar del Santuario y hablar con alguien casi por completo ajena a la dogma de Athena era de alguna manera refrescante para él y la mayoría de las veces regresaba sintiéndose mejor. Porque ella no lo miraba como el Santo de Sagitario y el héroe del Santuario a punto de desmoronarse. La Kunoichi sólo lo miraba como un hombre normal, uno que necesitaba de ella.

Por lo general Aioros odiaba necesitar a alguien, porque sabía muy bien que en algún momento él tendría que abandonarlo o viceversa. Pero las cosas eran muy diferentes cuando se trataba de Mei y ni siquiera él estaba seguro de por qué. Sólo sabía que, cuando no le hablaba, terminaba de un modo u otro pensando en ella, en qué estaba haciendo o que tenía un montón de cosas qué contarle. Incluso cuando realmente no había sucedido durante el tiempo que estaban separados.

Un incidente ocurrió cuando Aioros fue con Shura y Aioria a una misión que consistía en desmantelar una red de tráfico de armas. Una bala de uno de los lacayos había alcanzado a Aioros en la parte alta del muslo, en donde su armadura no alcanzaba a cubrir. Y si bien no perforó ningún punto grave ni lo incapacitó por completo sí le ocasionó dificultades para moverse más tarde y requirió un tiempo recuperándose en la Fuente del Santuario.

Al despertar después de haberse desmayado producto de la fatiga y el dolor del disparo, Aioros se sobresaltó cuando sintió un toque delicado sobre su pierna herida y se alzó a toda prisa sobre sus codos, listo para agarrar su arco y amedrentar a quien fuese que estuviese toqueteándolo así. Hasta que vio que sólo era Mei y se relajó al instante. Ella, sentada junto a él, le había sacado las vendas ensangrentadas y se hallaba limpiando en silencio su herida, las vendas nuevas estaban a su lado y Aioros alcanzó a notar una profunda tristeza en sus ojos. Como si la herida le doliese tanto como a él de sólo verla.

—¿Mei? —fue lo primero que dijo con la voz ronca al recién despertar. Ella alzó su mirada para encontrarse con la de él y le sonrió, aunque la sonrisa no llegase a los ojos.
—Hola. Al fin despiertas —susurró la mujer.

Aioros se terminó de incorporar lenta y dolorosamente y miró a su alrededor. Mei soltó por un momento su pierna y se movió para ayudarlo a acomodarse.

—¿Cuánto tiempo he dormido?
—Como tres horas —contestó ella acomodando las almohadas a su espalda—. Shura me contó que te desmayaste en el camino hasta aquí.

Aioros se permitió hacer una mueca.

—Que vergüenza —el de ojos verdes miró con cierto desagrado su pierna herida, la misma que Mei nuevamente estaba vendando—. Tengo que trabajar más en mi resistencia. No se supone que a un Santo de Oro lo derribe algo tan simple como una bala.

Luego de cortar con tijeras el vendaje y terminar de ajustar este. Mei volvió a observar a Aioros y frunció el ceño.

—Es broma ¿No? —inquirió— Aguantaste casi media hora herido, cualquier otro ser humano común habría muerto, y con todas las veces que fuiste golpeado y arrastrado ¡Deberías agradecer que no se haya infectado!

Al ver la expresión de sobresalto —y también algo intimidada— de Aioros la mujer ninja suspiró pesadamente para relajarse. Alejó las manos de la herida del castaño y las posó sobre su propio regazo

—Discúlpame —habló ella—. Es sólo que se exigen demasiado y —Mei movió una de sus manos y la puso sobre la mano de Aioros. Su tacto tibio y delicado hizo que casi en automático el cuerpo de Aioros se destensara— olvidan que más allá de ser Santos de Oro son seres humanos.

El corazón del arquero se ablandó y al mismo tiempo se comenzó a acelerar. Mei tenía razón y él lo sabía. También la señorita Saori les había dicho lo mismo, que no siguiesen haciéndose de hierro con golpes dejando de lado su humanidad, lo que los hacía tan preciosos y diferentes de los otros ejércitos de los dioses ¿Pero qué más podían hacer? Era lo único que todos ellos conocieron en mucho tiempo. Sólo conocían el destino que los astros les impusieron, el de alzarse por encima de los humanos normales y dedicarse por completo a su diosa. Y por esto mismo de un modo u otro se forzaban a sí mismos a parecer lo menos humanos posible, aunque fuese de manera inconsciente.

Y en el caso de Aioros; el hecho de que por mucho tiempo su actuación hace trece años al salvar a la bebé divina fuese el máximo ideal de lealtad de un Caballero de Athena y que ahora lo considerasen una leyenda caminando no ayudaba en lo absoluto.

Intentar mantener la expectativa de todo el mundo, aunque fuese de manera inconsciente ¿No había sido eso lo que causó que la relación entre los Santos de Oro se hubiese fragmentado ya una vez?

Aioros clavó la mirada en sus muslos y alejó la mano del agarre de Mei. Sintiéndose culpable.

—Sí. Lo entiendo —contestó en un murmullo.

Sintió la mano de Mei de nuevo acariciando su musculoso brazo, y aunque no se atrevió a mirarla podía sentir de alguna manera que su expresión se había suavizado. Eso era común en ella. Rara vez miraba con severidad genuina a una persona, a lo ser que esa persona fuese Saga o Deathmask.

—No te culpo, Aioros —terció ella dulcemente—. Entiendo que quieras ayudar a todo el mundo, pero definitivamente no lo harás si apenas puedes moverte por estar lleno de heridas.
—No, tienes razón —Aioros se sentó con cuidado en el filo de la cama—. La señorita Saori nos ha dicho lo mismo, varias veces.

Mei hizo una mueca y recogió las vendas y tijeras para ponerlas en el sitio donde las había encontrado.

—Pero al parecer es en lo único que no son capaces de obedecerla —dijo la fémina entre dientes. Aunque Aioros sí la escuchó.
—¡No se trata de eso! —se defendió— ¡Se me olvida! ¡Eso es lo que pasa!
—Sí, como digas Aioros —respondió Mei mientras guardaba las vendas en su cajón correspondiente.

Por alguna razón la indiferencia en la voz de ella le dolió, pero lo ofendió a partes iguales.

¿Él cuándo le había mentido?

—¿No me crees? Es verdad. En el calor de la batalla a veces la adrenalina es tanta que me olvidó de las heridas y...
—Está bien —ella lo interrumpió , lo miró por encima del hombro y le sonrió. Si bien no era una sonrisa del todo feliz, la ternura de esta hizo que el sagitariano se sintiese más tranquilo—. Yo sí te creo.

Días después Aioros sólo pudo salir del Santuario una vez Shura, Athena y Seiya estuvieron seguros de que la herida de la bala había cicatrizado por completo y Aioros podía correr o caminar sin riesgos. Personalmente él había encontrado exagerada toda esta vigilancia y más aún considerando que había soportado cosas aún peores en pos de defender la voluntad de Athena pero ¿Para qué mentir? Se sintió bastante bonito el saberse cuidado con tanta vehemencia por todo el mundo, visitado por su hermano, su mejor amigo y por Mei.

Hablando de Mei.

Aioros se hallaba sencillamente vagando por el pueblo de Rodorio y pasando por el orfanato notó que los niños afuera estaban haciendo bastante escándalo. El sagitariano arqueó una ceja curioso y se acercó un poco más y se dio cuenta de que, en el patio delantero, varios niños de edades distintas rodeaban a una persona, niñas en su mayoría. Y Aioros no tardó nada en reconocer a esa persona. Era la Kunoichi.

Sabía que no era de su incumbencia. Pero Aioros no había podido evitar quedarse mirando a la mujer, que le daba la espalda, inclinada con la atención fija en los niños que le jalaban la falda y los dedos como compitiendo por su atención. Sabía que ella adoraba a los infantes y varias veces había visto lo cariñosa que era con los Santos de Bronce e incluso con la señorita Saori. Pero esta vez, pese a ser esencialmente lo mismo, se sentía por completo diferente.

Porque hubo un momento en el que Mei se dio la vuelta para fijarse en una niña que parecía estarla llamando, que era una de las que más tiraba de su falda y parecía que en cualquier momento lloraría si la mujer no la miraba. Mei se puso de cuclillas para colocarse a la altura de la pequeña y esta comenzó a tocar con inocente delicadeza el cabello largo de Mei Ling, quién no la detuvo e incluso sonrió más de lo que ya lo hacía, las otras niñas parecieron ver esto como una señal y también acercaron sus manitas para tocar y acariciar los mechones e incluso las mejillas de la Kunoichi. Una escena de por sí tierna.

Pero lo que más conmovió al castaño fue la sonrisa de Mei. La forma en la que sus ojos zafiro se iluminaban al recibir la atención y los roces de los infantes. La mayoría de sus compañeros tenían tendencia a ponerse nerviosos o apáticos al tener cerca niños pequeños, al no saber cómo actuar alrededor de ellos. Pero Mei, la forma en la que se inclinó para cargar a la pequeña que le había tocado el cabello tras hacerle un gesto a la cuidadora de los niños, la ternura pura en su semblante y los chiquillos acercándose a ella para tocarla como si no hubiese nada que temer, como si fuese completamente natural, era una visión tan impresionante que Aioros sintió el calor subirle por las mejillas.

Sin decir palabra Aioros comenzó a acercarse al patio en donde estaba la muchacha, que se hallaba tan entretenida con los huerfanitos para notar su presencia en el momento. Consiguió distinguir un poco más lo que le estaban diciendo.

—¡Cuándo sea grande quiero cantar tan bonito como tú, señorita! —dijo una de las niñas, con dulces trenzas rubias atadas con lazos.
—¿Ah sí? Seguro que serás una cantante increíble —respondió la Kunoichi con tal dulzura que el corazón de Aioros se encogió.
—Usted es hermosa. Parece una princesa —terció otra pequeña, extremadamente baja y con corto cabello castaño. Mei le sonrió y la niña se sonrojó.
—Es un honor para mí que una niña tan bonita me diga eso —contestó.

Aioros no quería romper aquella escena tan dulce, más que todo porque sentía que quizá no volvería a ver a Mei así en mucho tiempo. Pero lo hizo porque comenzaba a sentirse muy fuera de lugar al saber que la muchacha no se daba cuenta de su existencia. Tosió lo más ruidosamente que pudo y si bien ella no lo notó al instante, una pequeña pelirroja se giró y al instante de verlo lo señaló con el dedo y gritó.

—¡Es el señor Aioros del Santuario!

Las niñas gritaron, llamando en el proceso la atención de algunos varoncitos esparcidos en el resto del patio, al momento siguiente Aioros tenía la estampida de niños rodeándolo, y tomado por sorpresa sólo atinó a saludarlos.

—Tiene grandes músculos —comentó uno de los niños. Aioros sonrió al oírlo.
—Tengo un compañero que los tiene incluso más grandes que yo —respondió Aioros acordándose de Aldebarán.
—¿Es verdad que estuvo muerto pero luego revivió? —cuestionó otro ¡Aioros no podía responder eso!
—¡Hace tanto no vemos a un Caballero del Santuario! —se emocionó una niña, un puñado de ellas estaban bastante sonrojadas, se podía suponer que ellas no veían simplemente al castaño como un héroe.
—Relájense todos. No lo asfixien —la voz melódica de la Kunoichi volvió a llamar la atención de las chiquillas. Mei, quién todavía tenía a la niña en sus brazos le sonrió a Aioros.

Esa sonrisa seguía siendo tierna, pero no se parecía en nada a la manera en la que le sonreía a los huérfanos. Le generó de alguna forma sentimientos encontrados al arquero.

—Hola, Aioros. Creí que estabas en una misión —le dijo ella con tono gentil, Aioros se rascó la nuca.
—Sí, acabo de llegar de hecho, pero no quería regresar aún al Santuario —sus ojos se encontraron con los de ella—. Yo no esperaba encontrarte aquí.
—Me gusta pasar el tiempo aquí cuando no estoy en el teatro. Tengo una conocida aquí... Nena, cuidado me arrancarás la gargantilla —la mujer se distrajo para apartar con toda la delicadeza posible las pequeñas manos de la niña que sostenía, que no dejaban de tirar y jugar con su collar.
—¿Puedes cantar con esto puesto?—inquirió inocentemente la pequeña, Mei recuperó la sonrisa tan encantadora de antes y sólo le dijo que sí con la cabeza, los ojos de la niña se iluminaron— ¡Genial!
—Te ves bien... Así —murmuró Aioros sin pensarlo, aunque hasta después no se dio cuenta de que había pensado en voz alta.

Un grito asombrado por parte de los pequeños los hizo saltar a ambos. Estos no dejaban de pasar su vista del Santo de Oro a la híbrida como si estuviesen en un partido, todos con expresiones distintas.

—¡¿Ustedes se conocen?! —exclamó uno de los niños.
—¿Son buenos amigos?
—¿Son novios? —preguntó la pequeña a la que Mei estaba dejando con todo cuidado en el suelo.
—¡¿Fueron novios?! —preguntó la niña de las trenzas.
—¿Su amor está prohibido y se casarán en secreto? —preguntó la niña pelirroja que antes había notado la presencia del sagitariano.

A cada pregunta cada vez más comprometedora Aioros sentía su rostro más caliente, y cuando miró de reojo a la mujer notó que ella no estaba mejor que él. Seguía inclinada en donde había dejado a la chiquita y el cabello le cubría los lados del rostro, pero podía entrever que también se había puesto roja.

—¡No! ¡Claro que no! —contestó al fin— Nosotros no... No tenemos esa relación.
—¿Pero están enamorados? —les preguntó un niño para su sorpresa.

Aioros empezó a balbucear, su primer impulso era decir que no. Pero por alguna razón no podía, no le salían las palabras. Quizá porque pensó que sería una falta de respeto para Mei que seguía ahí delante, y no había dicho nada.

Fueron salvados por la campana en el sentido más literal, puesto que una mujer que parecía ser parte de la administración del orfanato hizo sonar la campana en el techo del edificio, y los niños entraron corriendo atropelladamente en el mismo, ignorando por completo a una enfermera en la puerta que trataba de decirles que entraran de manera ordenada. Típio caos en los niños.

Viéndose solo con la mujer, Aioros la miró, ella lo veía también por encima del hombro y le sonrió suavemente.

—¿Vienes aquí dos veces por semana? —cuestionó Aioros, ambos se estaban alejando juntos del orfanato porque el castaño decidió acompañarla a casa, aunque ella dijo que no era necesario.
—Sí, la mayoría de las veces cuando pasaba por aquí los niños me pescaban y no me dejaban ir. Así que les tuve que prometer que vendría a visitarlos a menudo, sólo para que no intentasen retenerme cada vez que pasaba junto a ellos —respondió ella. Aioros se fijó en la canastilla que ella llevaba colgada del brazo.
—Les llevaste regalos —eso no era una pregunta.
—Claro que sí, es cortesía cuando visitas un lugar.

Aioros frunció el ceño: —¿De dónde te conocen esos niños?

Ella lo miró por encima del hombro y exhaló una risita.

—Te dije antes que tenía una conocida que trabaja ahí. Ella asiste a veces a mis actuaciones y un día comenzó a grabarlas para mostrárselas a los niños... Digamos que algunos de ellos son admiradores.

Aioros sonrió esta vez, con calidez. —¿Cómo juzgarlos? Eres la mejor cantante que conozco.

—¡Soy la única cantante que conoces, Aioros! —rió ella.
—¡Pues eso agrega más peso a lo que digo!

Ella soltó una breve carcajada e hizo ademán de arrojarle algo al Santo de Oro, que sólo volteó el rostro sonriente como si lo esquivara.

—Eres la última persona que habría imaginado así. Ya sabes, yendo a un orfanato a jugar con los niños —comentó el de cinta roja.
—¿Saga al fin te convenció de que soy una bruja sin corazón? —preguntó ella con tono demasiado serio
—¡No, por supuesto que no! —exclamó, luego comenzó a titubear tratando de defenderse, pero la risa de Mei lo interrumpió.

Aioros siempre solía pensar que ella tenía una linda risa, si se riera más a menudo.

—Tranquilo, lo sé muy bien —respondió ella entre risas—. Eres demasiado noble para tu propio bien.
—No te hagas la dura —se defendió el arquero—. Te acabo de descubrir jugando con un montón de niños.
—No puedes juzgarme al respecto —contestó la mujer— ¿Viste sus rostros? ¡Sólo deseas abrazarlos!

Esta vez fue Aioros el que se rió. Enfrascados en la conversación ni siquiera se dieron cuenta cuando habían llegado a la puerta de la casa de Mei. Y Aioros no pudo evitar prometerle a Mei que asistiría a su próxima presentación.

—Llevaré a Seiya también —dijo el arquero y luego afirmó en tono de broma—. Puede que se ponga celoso si se entera de que abrazas a otros niños aparte de él.

Ella se rió. —Dile en ese caso que no se preocupen. Los niños del orfanato son encantadores, pero lo adoro a él y te adoro a ti incluso por encima de ellos.

—¿Ah? —Aioros la entendió claramente, pero aún así le costó procesar el ¿Halago? Mientras su rostro se coloraba como por tercera vez en el día.
—Descansa, Aioros.

Justo antes de que Aioros pudiese responder ella había entrado en casa y había cerrado la puerta. El arquero tuvo que sacudir la cabeza en un esfuerzo inútil de eliminar el calor en su rostro y sin mayor palabra se dio la vuelta para regresar al Santuario.

Había descubierto este lado de ella por puro accidente.

Y si le preguntaban a él, era uno de los lados más dulces de ella que había visto.

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