Resplandor entre Tinieblas

By WingzemonX

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La Dra. Matilda Honey ha dedicado toda su vida a ayudar a los niños, especialmente a aquellos con el "Resplan... More

Capítulo 01. El Sujeto
Capítulo 02. Vengo aquí para ayudarte
Capítulo 03. De una naturaleza diferente
Capítulo 04. Demasiado peligrosa
Capítulo 05. Evelyn
Capítulo 06. La Huérfana
Capítulo 07. Mi mejor intento
Capítulo 08. Un horrible presentimiento
Capítulo 09. Mátala
Capítulo 10. ¿Fue la niña?
Capítulo 11. Adiós, Emily
Capítulo 12. Avancemos con Cautela
Capítulo 13. Un Poco de Sentido
Capítulo 14. Imagen de Niña Buena
Capítulo 15. ¿Nos vamos?
Capítulo 16. ¿Qué está ocurriendo?
Capítulo 17. Su nuevo mejor amigo
Capítulo 18. El Detective de los Muertos
Capítulo 19. Ojos Muertos
Capítulo 20. ¿Trabajamos juntos?
Capítulo 21. Respira... sólo respira
Capítulo 22. Un Milagro
Capítulo 23. Entre Amigos
Capítulo 24. Carrie White
Capítulo 25. Todo será diferente
Capítulo 26. Plan de Acción
Capítulo 27. Sin Pesadillas
Capítulo 28. Abra
Capítulo 29. Cosas Malas
Capítulo 30. Yo mismo
Capítulo 31. El Monstruo
Capítulo 32. Mi Niño Valiente
Capítulo 33. Has despertado mi curiosidad
Capítulo 34. Tenerte miedo a ti mismo
Capítulo 35. Él aún la busca
Capítulo 36. Un poco de aire
Capítulo 37. Algo está pasando
Capítulo 38. Ya no puedes detenerme
Capítulo 39. El Baile Negro
Capítulo 40. Usted me lo prometió
Capítulo 41. No me detendré
Capítulo 42. Mira lo que hice
Capítulo 43. Tuviste suerte esta vez
Capítulo 44. No estoy bien
Capítulo 45. ¿Qué haremos ahora?
Capítulo 46. Ningún lugar a dónde ir
Capítulo 47. Buenas amigas
Capítulo 48. Tío Dan
Capítulo 49. Lo mejor es dejarlos ir
Capítulo 50. Bobbi
Capítulo 51. Tu última misión
Capítulo 52. Una leal sierva
Capítulo 53. Hacia el sur
Capítulo 54. Pagar por los pecados de otros
Capítulo 55. Un Iluminado de Dios
Capítulo 56. Se viene una batalla
Capítulo 57. Ya estás en casa
Capítulo 58. Calcinarlo vivo
Capítulo 59. Ayudar a alguien que me necesita
Capítulo 60. No enloquezcas
Capítulo 61. Ven conmigo
Capítulo 62. Vamos por él
Capítulo 63. Una pequeña bendición
Capítulo 64. Santa Engracia
Capítulo 65. Ann Thorn
Capítulo 66. Amor y fe
Capítulo 67. La quinta tragedia
Capítulo 68. Yo siempre le he pertenecido
Capítulo 69. La Caja
Capítulo 70. Lote Diez
Capítulo 71. Andy
Capítulo 72. Hola otra vez
Capítulo 73. Oscuro y maligno
Capítulo 74. Nosotros perduramos
Capítulo 75. El castigo que merecemos
Capítulo 76. Maldigo el momento
Capítulo 77. Juntos y Vivos
Capítulo 78. Mami
Capítulo 79. ¿Qué demonios eres?
Capítulo 80. Últimas lágrimas
Capítulo 81. Inspector de Milagros
Capítulo 82. Orden Papal 13118
Capítulo 83. Protector de la Paz
Capítulo 84. Quizás era demasiado
Capítulo 85. Su queja está anotada
Capítulo 86. Gorrión Blanco
Capítulo 87. El plan ha cambiado
Capítulo 88. Tenemos confirmación
Capítulo 89. No la abandonaré
Capítulo 90. Noche de Fiesta
Capítulo 91. No hay que preocuparse por nada
Capítulo 92. Así como lo hace Dios
Capítulo 93. Se te pasará
Capítulo 94. Rosemary Reilly
Capítulo 95. Yo soy su madre
Capítulo 96. No debes titubear
Capítulo 97. Reunidos como una familia unida
Capítulo 98. Un trato
Capítulo 99. Un tonto que se cree héroe
Capítulo 100. Soy Samara Morgan
Capítulo 101. Gran Huida
EXTRAS 1: Memes y Cómics (Parte 1)
EXTRAS 1: Memes y Cómics (Parte 2)
EXTRAS 1: Memes y Cómics (Parte 3)
Capítulo 102. Un regalo para su más leal servidor
Capítulo 103. Inconcluso
Capítulo 104. Un lugar seguro
Capítulo 105. Volver a casa
Capítulo 106. Nuestra única oportunidad
Capítulo 107. Al fin nos conocemos de frente
Capítulo 108. Terminar la misión
Capítulo 109. Fuego de Venganza
Capítulo 110. Objetivo Asegurado
Capítulo 111. Mi poder es mío
Capítulo 112. Si lo deseas con la suficiente fuerza
Capítulo 113. Terminar con este sueño
Capítulo 114. Código 266
Capítulo 115. El Príncipe de Chicago
Capítulo 116. Una buena persona
Capítulo 117. Somos Familia
Capítulo 118. Un mero fantasma
Capítulo 119. Bienvenida al Nido
Capítulo 120. Confirmar o enterrar sospechas
Capítulo 121. Mucho de qué hablar
Capítulo 122. Encargarnos de otras cosas
Capítulo 123. Era mi hermana
Capítulo 124. No Ha Terminado
Capítulo 125. Lo que tengo es fe
Capítulo 126. Haré que valga la pena
Capítulo 127. Primera Cita
Capítulo 128. Levántate y Anda
Capítulo 129. Una chica tan bonita como yo
Capítulo 130. Eres extraordinario
Capítulo 131. Resentimientos
Capítulo 132. Una verdad más simple
Capítulo 133. Yo no necesito nada
Capítulo 134. En lo que tú quieras
Capítulo 136. Miedo Irracional
Capítulo 137. Eli
Capítulo 138. Duelo a Muerte
Capítulo 139. Adiós, estúpida mocosa
Capítulo 140. Algo viejo y destructivo
Capítulo 141. Nuevo Truco
Capítulo 142. VPX-01
Capítulo 143. Propiedad Privada
Capítulo 144. Base Secreta
Capítulo 145. Lo que se esconde en su interior
Capítulo 146. Sólo queda esperar
Capítulo 147. El Lucero de la Mañana ha Salido
Capítulo 148. Ataque a Traición
Capítulo 149. La Destrucción del DIC
Capítulo 150. Combate en dos frentes
Capítulo 151. Una pesadilla hecha de realidad
Capítulo 152. Destrucción Fascinante

Capítulo 135. Me necesitas

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By WingzemonX

Resplandor entre Tinieblas

Por
WingzemonX

Capítulo 135.
Me necesitas

Una tarde como cualquier otra durante su estancia en casa de los Coleman, Leena Klammer se acomodó en el banquillo frente al piano de Kate, y comenzó a pasar sus habilidosos dedos por las teclas pulidas y brillantes, haciendo que en conjunto lograran hacer sonar la hermosa Sonata de Claro de Luna de Beethoven, llenando todo aquel silencioso y solitario espacio de un aire melancólico y pesado.

Era agradable poder soltar sus dedos de vez en cuando, y no tener que fingir todo el tiempo que no entendía siquiera las escalas más básicas, sólo para complacer los deseos maternales de la aburrida y frígida de Kate. Aunque claro, no podía dejarse tan en evidencia, por lo que sólo podía hacerlo en ocasiones en las que se encontraba sola; o, más bien, "casi" sola. Después de recogerlos en la escuela y dejarlos en casa, Kate se había ido a la sesión con su loquera. John, por su parte, estaba metido en su estudio trabajando, tan enfocado en ello y en su música para concentrarse a todo volumen que era improbable que los escuchara siquiera gritar; y eso que se suponía que él los estaba cuidando. Y Daniel... bueno, Esther no sabía dónde estaba con exactitud, sólo que había salido por la puerta trasera en cuanto llegaron de la escuela.

«Debe estar en su casita del árbol jalándosela con su revistas» concluyó con cierto humor.

Tocar y dejar que la música fluyera por sus dedos siempre le había ayudado a pensar, y ciertamente necesitaba hacer eso justo en esos momentos. No podía negar que había sido divertido interpretar el papel de huérfana desvalida con otra familia, o que la casa y las comodidades que le habían brindado eran ciertamente un goce luego de pasar todo ese tiempo en aquel sucio orfanato con todas las mocosas llenas de pulgas. Y claro, tampoco pasaba por alto que su nuevo "papi" era un deleite a la vista; un hombre de verdad que estaba como quería, totalmente hecho a un lado ya que su esposa apenas y le ponía atención.

Lo sensato habría sido, ya que estaba al fin fuera del orfanato, tomar todo el dinero y joyas que pudiera, escaparse de ese sitio la primera noche, y ponerse en camino a California como siempre había sido su plan al querer ir a América. Deseaba ir a Hollywood, donde la esperaban la fama y la fortuna; donde personas "diferentes" como ella no eran discriminadas o ridiculizadas, sino elogiadas como estrellas... o al menos eso creía. Pero no lo había hecho, y no estaba muy segura si seguía siendo lo que quería en realidad.

Estaba cómoda ahí. Estaba segura que si jugaba bien sus cartas, podía pasar una agradable temporada ahí antes de seguir con su viaje. Lo único que tenía que hacer era deshacerse de un par de estorbos, entre ellos Kate y el estúpido de Daniel. Así podía quedarse a solas con John y ser su hija y, por supuesto, su única mujer.

Bueno, quedarse con John y claro, quizás también con...

La presencia de una persona cerca no pasó desapercibida para Esther, pero aquello no la desconcentró ni un poco. Miró por el rabillo del ojo hacia un lado, y pudo ver la cabecita de rizos dorados y los ojos saltones de la pequeña Max, asomándose por encima del último escalón que llevaba al área del piano. Al notar que se volteaba ligeramente hacia ella, la pequeña ocultó más su rostro, aunque sus risos quedaban claramente a la vista de todas formas.

Esther soltó un suspiro de exasperación y se giró de nuevo hacia el piano.

—Sabandija estúpida y molesta —soltó en alto acompañando a su melodía, lo suficiente para que cualquier otra persona en el sitio de Max pudiera escucharla, pero por suerte ella no; un pequeño regalo cortesía de su sordera.

De hecho, era también por eso que aun sabiendo que su nueva "hermanita" menor rondaba por ahí, podía tomarse la libertad de tocar así. Al no poder escuchar la melodía, ni tener conocimiento de la técnica que ésta implicaba, de seguro pensaría que simplemente estaba practicando las lecciones que tenía con su madre, sin saber que se encontraba muy por encima de lo que Kate Coleman podía enseñarle.

Al mirar de nuevo discretamente por encima de su hombro, notó que Max volvía a asomar los ojos para observarla desde su posición. Esther se preguntó qué vería de interesante de estar ahí mirándola, sin siquiera ser capaz de escuchar la canción; incluso con sus aparatos auditivos, era probable que no lograra captar más que escasas vibraciones en el aire.

Aunque claro, era bien sabido por todo amante de la música que Beethoven había sido capaz de componer la Oda a la Alegría estando ya prácticamente sordo en su totalidad. Aunque claro, él había tenido la ventaja de no haber nacido así, y de haber experimentado la magia de la música por tantos años, hasta el punto de que ésta se quedara arraigada y presente en su mente, incluso si ya no era capaz de oírla directamente. Y ese, lamentablemente, no era el caso de la pobre Max Coleman, que lo más seguro era que nunca pudiera saber cómo sonaba lo que Esther tocaba en ese momento, o cualquier otra cosa.

Una vez que terminó de tocar, separó las manos de las teclas y se estiró un poco para desentumecer los músculos de sus brazos. Esa evidentemente fue suficiente indicación para Max de que había terminado, lo que al parecer estaba esperando. Salió de su no tan brillante escondite, y se dirigió con paso presuroso hacia ella; su rostro radiaba de emoción, adornado con una amplia sonrisa que dejaba a la vista todos sus dientes de leche. Se aproximó hacia ella y se sentó en el banquillo a su lado.

—¡Ah!, ¡Max! —exclamó Esther con una muy forzada y sobreactuada sorpresa—. Pero, ¿de dónde saliste? —le preguntó igual de (supuestamente) azorada, apoyándose de sus labios pero también del lenguaje de señas—. Me sorprendiste.

Max rio divertida, aunque fue una de sus usuales risas silenciosas que se reflejaban más en su expresión pues de su boca solía dejar escapar algo más parecido a un quejido; de seguro así como la música, tampoco sabía cómo sonaba una risa real.

La niña le extendió entonces a su nueva hermana lo que traía consigo en sus manitas: un pedazo doblado de papel, con varias rayas de colores en él. Un dibujo, sin duda.

—¿Y esto qué es? —preguntó Esther con curiosidad, tomando el papel para mirarlo de cerca.

Era un dibujo, ciertamente. Y uno realmente "feo", por decirlo de forma amable. Aunque bueno, considerando que lo había hecho una niña de cinco años, suponía que podría haber sido peor. En él se veían, hechas con lápices de colores, las figuras de dos niñas: una de cabellos amarillos, camiseta roja y pantalones, y la otra de cabellos negros con dos colitas y vestido verde, paradas una a lado de la otra, y con lo que parecía ser una sonrisa en sus rostros, y un vago intento de fondo verdoso y un cielo detrás de ellas.

No tenía que ser una experta en arte para adivinar de quiénes se trataba, o al menos a quiénes se intentó que se parecieran.

—¡Oh!, ¡somos nosotras! —exclamó Esther con (falsa) emoción, a lo que Max respondió sonriendo y asintiendo—. Está muy bonito, Max. Pero, ¿y Daniel?

Max hizo una mueca de disgusto, y con señas le respondió:

"No, él no es bonito."

Esther no pudo evitar soltar una risa divertida por el comentario; ésta resultaba de hecho bastante más sincera.

—Tienes razón —le respondió con señas, pero también hablando en voz alta—. Él afearía el dibujo con su sola presencia.

Max volvió a reír, de la misma forma casi silenciosa que antes.

"Me gustaría pintar igual que tú", mencionó la niña rubia con sus manos. "O tocar el piano como lo haces con mami."

«Sí, suerte con eso» pensó Esther con ironía, pero procuró que esto no se reflejara en su rostro y se limitó a seguir sonriendo.

—Bueno, si quieres te puedo enseñar a dibujar y pintar como yo lo hago —propuso con una sonrisita amistosa. La idea evidentemente emocionó mucho a Max, y de inmediato la abrazó fuertemente.

Aquel repentino acercamiento tomó un poco por sorpresa a su receptora, y por unos momentos no estuvo del todo segura de cómo se suponía que debía reaccionar. Por suerte no tuvo que soportarlo por mucho, pues unos momentos después se escuchó la puerta principal abrirse, y luego la distintiva voz de Kate pronunciando en alto:

—¡Ya volví!

Con sus aparatos al parecer Max logró escuchar lo suficiente para distinguir la voz de su madre, pues de inmediato se paró y corrió emocionada hacia la entrada. Como todo niño, quizás esperaba que le hubiera traído algún obsequio.

Una vez sola, Esther se sacudió un poco, temerosa de haberse impregnado del olor dulzón y pegajoso de su hermanita menor. ¿Por qué a las niñas siempre les gustaba tanto abrazar? En el orfanato se las había arreglado para que las otras se abstuvieran de ese tipo de actos. Al final apenas y le hablaban, lo que de cierta forma hacía todo mucho más sencillo para ella.

Echó un vistazo más al feo dibujo. Su boca se torció en una aguda mueca de desagrado.

—Qué porquería —susurró despacio para sí misma y se dispuso en ese momento a romperlo en pequeño pedazos para luego tirarlos en el bote de la cocina. Luego le inventaría a Max que lo había perdido o algo.

Sin embargo, antes de hacerlo, pareció titubear un instante. Volvió a echarle un vistazo al dibujo. Si lo veía desde cierta perspectiva, no era en realidad tan feo. Incluso podía ver que Max se había tomado la molestia de dibujar sus pecas, así como los listones de sus muñecas y cuello; incluso buscó el color verde más apropiado para el color de sus ojos.

Esther resopló, y en lugar de romperlo lo dobló y lo guardó en un bolsillo de su suéter, sin estar muy segura del porqué.

«Quizás pueda usarlo luego para sacarle un poco de plática a John. ¡Mira papi!, mira el bonito dibujo que Max me hizo... Algo así, tal vez»

Se paró entonces del banquillo y se encaminó también hacia la puerta.

* * * *

Los ojos de Esther se abrieron abruptamente, al ser sacada de su sueño sin razón aparente. Todo su cuerpo se puso tenso al instante; ni siquiera recordaba haberse quedado dormida. Miró rápidamente a su alrededor, mirando fugazmente los demás asientos, así como los rostros de los otros pasajeros; algunos igualmente dormidos, mientras que otros leían un libro, se concentraban en sus teléfonos o se distraían con el paisaje seminevado que se apreciaba por las ventanillas.

Seguían en el autobús al que se habían subido hace... no sabía qué tanto tiempo, pero debía ser al menos una hora; quizás dos. Por la ventanilla se veía el cielo nublado, por lo que era difícil determinar qué hora era, pero debía ser más de media tarde.

Se permitió calmarse un poco y volver a respirar con normalidad. Y sólo hasta ese momento sintió la presión contra su hombro izquierdo. Y al girarse hacia un lado, no tardó en percibir el rostro totalmente dormido de Lily, sentada a su lado, con su cabeza contra su hombro y su boca abierta babeando un poco su chaqueta. La peluca rubia de su disfraz se encontraba ligeramente desacomodada, dejando a la vista parte de su cabello castaño debajo de ésta.

Esther soltó una maldición silenciosa, y sin reparó agitó su hombro con violencia, empujando la cabeza de Lily hacia un lado. La niña de Portland se agitó asustada por el exabrupto, soltando un pequeño chillido al aire. Miró desconcertada a su alrededor, tardando unos segundos en comprender lo que había ocurrido.

—¿Cuál es tu problema? —exclamó molesta, mientras se limpiaba la baba de su boca con una mano.

—¿El mío? ¿Por qué te quedaste dormida, tonta? —exclamó Esther con severidad, mientras con una mano le acomodaba de forma poco cuidadosa la peluca a Lily—. Se supone que debemos estar alerta.

—¿Por qué te quedaste dormida? —le respondió Lily con ímpetu, agitando una mano para quitarse las de ella de encima—. Tú eres la fugitiva paranoica, ¿recuerdas?

—¿Por qué no lo gritas más alto? —masculló Esther entre dientes con enojo.

Cada una volteó a su respectivo lado, y no dijo nada más. Sin embargo, Esther ciertamente se cuestionaba lo mismo: ¿cómo se había permitido quedarse dormida estando en la situación tan apremiante en la que se encontraban? Aquello ciertamente había sido un gran descuido de su parte, y en esos momentos el más mínimo descuido podría resultar fatal.

Habían pasado ya unos cuatro días desde aquella desastrosa noche en Los Ángeles, pero por suerte ambas habían logrado salir de la ciudad antes de que las cosas realmente explotaran; figurativa y literalmente. Habían tenido que pasar primero rápidamente al antiguo departamento de Esther en el barrio bajo, que una perra drogadicta ya había reclamado como suyo. Por suerte ésta no había encontrado su escondite en el muro tras la cama en donde había guardado su dinero, un par de armas, y algunas joyas que había robado para emergencia. Se puso difícil, pero al final lograron salir por la puerta con todo lo suyo, mientras que la nueva inquilina salía por la ventana y estrellaba su cabezota con el pavimento. No estaba muy alto, así que con un poco de suerte (si se podía decir así) seguiría con vida.

Salieron de Los Ángeles en tren hasta Phoenix esa misma noche, en donde tuvieron que pasar un par de días. Esther se contactó con una persona que conocía de su tiempo de fugitiva, luego de su encuentro final con Kate Coleman, para vender las joyas y obtener más efectivo para transporte, disfraces, y en especial más balas. Aquel individuo era un truhán aprovechado que les vio la cara dándoles apenas la mitad de lo que las joyas valían, pero por las prisas no les quedó más que aceptarlo.

Una vez que tuvieron el dinero, las armas y mejores disfraces, tomaron un autobús hasta Albuquerque en un extenuante y cansado viaje de más de nueve horas. En Albuquerque se las arreglaron para poder descansar una sola noche tranquila (aunque "tranquila" era quizás decir mucho). El plan era seguir hacia el este rumbo a Oklahoma. Sin embargo, a la mañana siguiente algo ocurrió en Los Ángeles que alteró por completo a Esther, junto con sus planes: una conferencia de prensa en la televisión en dónde anunciaban que Samara había sido rescatada... y se mencionaba repetidas veces el nombre de "Leena Klammer".

La tranquilidad se esfumó de un sólo golpe.

Ninguna se quedó el tiempo suficiente para ver qué más decían con exactitud, y de inmediato emprendieron la huida como si el mismísimo demonio viniera detrás de ellas. En su desesperación, Esther hizo que tomaran el primer autobús que salía de la estación, sin siquiera preocuparse demasiado de su destino. Lo único que deseaba era ponerse en movimiento, para que si acaso alguien veía la dichosa conferencia y le venía a la mente que había visto a dos niñas hospedándose o viajando solas en Albuquerque, ya estuvieran a varios kilómetros de ahí y les resultara complicado descubrir hacia qué dirección habían huido.

Y ahora ahí estaban, rumbo al norte al parecer, sin un destino claro, y con un paisaje desprovisto de mucha vegetación, pero con pequeños rastros de nieve blanca cubriendo el páramo y mojando las ventanillas. ¿Y qué harían después? Esther aún no lo tenía claro. Pero en definitiva lo que menos debía hacer en ese momento era quedarse dormida en un autobús rodeado de gente que, a pesar de su astuto disfraz de peluca castaña clara, anteojos y ropas nada llamativas, podría llegar a preguntarse quiénes eran esas dos niñas viajando solas.

«Y aún nos faltan al menos unos cuatro mil kilómetros hasta Maine. No llegaremos muy lejos a este ritmo»

Eran alrededor de las cuatro de la tarde (aunque por el cielo nublado parecía bastante más tarde) cuando el autobús ingresó a lo primero que parecía ser una ciudad, o algo remotamente parecido a ello, por lo que Esther consideró que era momento de bajarse. Así lo hicieron justo en la siguiente parada, y se dirigieron presuras hacia afuera de su transporte, cada una cargando el escueto equipaje que llevaban consigo, compuesto principalmente por dos bolsos de viaje con apenas unas cuantas prendas que habían conseguido en Phoenix para cada una, y claro las armas y el dinero, aunque Esther igualmente tenía un poco de esas dos cosas guardadas en una cangurera en su espalda, oculta bajo su chaqueta; siempre a la mano por si se ocupaba.

En cuanto pusieron sus pies fuera del bus, un aire frío les pegó en la cara, y Lily por mero reflejo se abrazó con fuerza, temblando un poco.

—Pero qué maldito frío hace —soltó con voz trémula—. Creía que Nuevo México era un desierto, ¿cómo es que hay nieve?

—La nieve depende de la altura a la que nos encontremos —le respondió Esther con ironía—. ¿Qué no aprendiste nada en la escuela?

—Sí, aprendí a decir: "¿qué te importa?" en francés y español, aunque no en el que sea el idioma que hablen en tu extraño país. Mejor dime, ¿en qué culo del mundo estamos ahora?

—Lamento decirte que de seguro estamos aún bastante lejos del culo del mundo —le respondió Esther de malagana.

La parada en la que se encontraban estaba justo al costado de un gran edificio, así que una vez que el autobús se alejó dejándolas atrás, avanzaron un poco hacia dicho edificio en busca de alguna pista de en dónde se encontraban. El edificio color arena era al parecer un hospital, cuyo nombre divisaron en lo alto de éste con letras grandes y azules: "Los Alamos Medical Center."

—Supongo que debe ser Los Alamos, Nuevo México —susurró Esther como escueta conclusión.

—Genial, no tengo ni la menor idea de dónde queda este sitio —indicó Lily con sequedad.

Esther sólo se limitó a encogerse de hombros. Si estaban en algún pueblo pequeño y escondido, sería más fácil moverse sin llamar la atención. Incluso quizás podrían pasar un par de días ahí antes de tener que volver a moverse.

Avanzaron con todo y sus maletas en dirección a la fachada frontal del hospital para buscar alguna parada de taxis.

—¿Qué tan lejos seguimos de Maine? —preguntó Lily con voz cansada mientras avanzaba unos pasos detrás de Esther.

—Bastante lejos.

—No sé por qué quieres ir hasta allá sí en la televisión dijeron que Max y Daniel, o como se llamen, los iban a mover de sitio. En otras palabras, podrían estar en cualquier lugar del mundo, menos ahí.

—En algún lugar debemos empezar a buscar —declaró Esther con vehemencia—. Si acaso nos lo puedes facilitar rastreándolos de alguna forma, eso haría las cosas más sencillas.

—Ya te dije que yo no puedo hacer eso. No como la tal Mabel lo hace, definitivamente. Quizás hubiera sido buena idea no matarla después de todo.

Esther calló, meditando un poco sobre aquellas palabras. Ciertamente tener a alguien como aquella mujer capaz de encontrar dónde se hallaba la gente aunque fuera en sitios remotos, sería una habilidad útil en esos momentos. Pero no habría forma de que pudiera confiar en ella ni un poco. Aún ni siquiera era como si confiara del todo en Lily, aunque tenerla a su lado resultaba muy conveniente.

Por ejemplo, en ese mismo momento, en su camino al frente del hospital, casi se cruzaron directamente con una patrulla de policía estacionada delante de la entrada principal. Y antes de que alguna se planteara dar media vuelta, un oficial uniformado se bajó del vehículo, vistiendo una gruesa chaqueta de piel y un sombrero de ala ancha, y sosteniendo un vaso de café en una mano. Al dar un par de pasos hacia la entrada, su mirada inevitablemente se fijó en las dos niñas que se aproximaban desde la parada.

«Genial» pensó Esther con abrumador sarcasmo.

—Lily —susurró despacio, y ésta no ocupó mayor indicación para saber qué hacer.

—Estoy en eso.

En un segundo el oficial divisó a las dos pequeñas caminando en su dirección, pero de un momento a otro las perdió de vista cuando terminaron escondidas detrás de una gruesa columna. El oficial avanzó unos pasos intentando volver a divisarlas. Sin embargo, para su sorpresa y total confusión, detrás de la columna ya no había rastro alguno de las dos niñas. Y mirando hacia todos lados, siguió sin mirarlas en ningún sitio. Aquello ciertamente lo desconcertó, pues no parecía haber algún lugar en el que pudieran haberse metido tan rápido, y sin que se diera cuenta.

¿Las habría imaginado?

Mientras el policía parecía comenzar a convencerse de esa posibilidad, no se dio cuenta de que de hecho las dos niñas en cuestión habían pasado justo a su lado, escondidas por completo a sus sentidos por obra de Lily.

Lo cierto era que los poderes de la niña de Portland habían sido de gran ayuda durante esos días de escape. Cada vez que se cruzaban con algún oficial o alguien que les ponía demasiada atención, Lily se las arreglaba para ocultarlas o cambiar su apariencia. Era una carta que era útil tener a la mano. Sin embargo, Esther sabía muy bien que no les serviría por siempre. Al final alguien las reconocería a pesar de sus disfraces, o alertaría a las autoridades sobre dos niñas viajando solas de una punta del país a otra.

—Tenemos que encontrar la forma de ser menos llamativas —masculló Esther mientras dejaban detrás al molesto oficial—. Necesitamos a un adulto.

—Sí, porque Dios sabe que la que tengo en estos momentos no sirve para el papel —indicó Lily con ironía.

—¿Y no podrías cambiar tu apariencia para verte como una adulta? ¿O a mí? Eso solucionaría nuestros problemas.

—Podría, pero recuerda que te dije que para crear una ilusión necesito proyectarla en la mente de cada persona que deseo que la perciba. Y en el momento en el que deje de hacerlo, como por ejemplo si me quedo dormida, todo vuelve a la normalidad. Así que sería mejor buscar algo más permanente.

—Valiente demonio poderoso resultaste ser —indicó Esther de forma hiriente.

—Mejor ni te quejes, que estoy haciendo por ti más de lo que te mereces. Y no me llames demonio, que el único monstruo aquí eres tú, ¿recuerdas?

A Esther no le pareció nada divertido aquel comentario, pero lo dejó pasar. Al menos de momento.

Encontraron un taxi vacío estacionado justo en la acera frente al hospital. El chofer estaba distraído leyendo un periódico con su asiento reclinado hacia atrás, y no se dio cuenta de las dos niñas que se aproximaban hacia su vehículo hasta que abrieron la puerta y se metieron al asiento trasero, trayendo consigo parte del frío del exterior.

—Hola —le saludó Esther con tono jovial, esbozando una amplia y adorable sonrisa. El conductor las volteó a ver por encima de su hombro—. ¿Podría llevarnos a algún motel de por aquí, por favor? Hace frío, y estamos cansadas.

El chofer inspeccionó detenidamente a ambas, visiblemente inquieto.

—¿Acaso están viajando solas, niñas? —les preguntó con discreción.

—Ella es mucho más vieja de lo que parece —indicó Lily con demasiada honestidad, señalando con su pulgar hacia Esther. Ésta le picó un brazo con su codo, usando más fuerza de la debida, lo que quedó claro por el quejido de dolor que Lily soltó después, y como se agarró su brazo.

—Disculpe a mi hermana —pidió Esther, acompañada de una risita socarrona—. Le está llegando su primer periodo, y las molestias la hacen decir tonterías.

Lily dibujó una expresión de molestia, pero no dijo nada. Por su lado, el chofer obviamente no quiso saber más del primer periodo de la niña, pero también era evidente que el transportar a dos mocosas tan sospechosas no le convencía del todo.

—Hagamos esto —indicó Esther con voz entusiasta. Llevó entonces una mano hacia su espalda, introduciéndola en su cangurera oculta. Sus dedos rozaron ligeramente el contorno del arma, pero se enfocó más en extraer un billete de los que tenía ahí guardados—. Llévenos a un motel que conozca que sea barato y discreto, sin hacer preguntas... y puede quedarse con el cambio.

Esther extendió entonces el billete hacia el hombre del asiento delantero. Éste lo miró, al parecer no muy impresionado por la propina propuesta.

—¿De un billete de un dólar? —bufó incrédulo.

—No. ¿Por qué no lo mira mejor? —insistió Esther, mientras miraba de reojo a Lily. Ésta suspiró, y de nuevo no necesitó mayor indicación.

Cuando el conductor miró de nuevo el billete que aquella niña le ofrecía, de un parpadeo a otro le sorprendió ver que no era más de un dólar con la imagen de Washington en él. Ahora lo que él veía era un billete de ni más ni menos que cien dólares, con la imagen de Benjamin Franklin devolviéndole la mirada. Aquello ciertamente despertó su interés, y sin vacilación alguna se apresuró a tomar el billete, antes de que aquella niña se diera cuenta o cambiara de opinión.

Y aceptando en silencio la oferta, el chofer encendió el vehículo y comenzó a conducir hacia el lugar que le habían solicitado.

—Bien hecho —susurró Esther en voz baja, sentándose a lado de su acompañante. Ésta se encogió de hombros, indiferente.

—Las mentes simples son fáciles de engañar.

Sería una decepción para el amable taxista cuando llegara a su casa y se diera cuenta que el billete en efecto sí era de un dólar después de todo, sin tener ni la menor idea de cómo era que se había confundido de esa forma.

— — — —

El motel barato y discreto al que las llevó se encontraba a las afueras, aunque sobre una carretera secundaria que salía del pueblo hacia el oeste, lejos de... cualquier cosa, al parecer. El taxi las dejó justo al frente del establecimiento, y en cuanto se bajaron salió disparado dando media vuelta para volver por dónde había venido, de seguro ansioso de quitarse de encima la responsabilidad de preocuparse por las dos niñas, y pasársela a alguien más.

Aquel sitio, cuyo nombre evidentemente era "Motel Blackberg" de acuerdo al letrero grande de luces de neón rojas que se alzaba alto para ser apreciado por los automovilistas, se componía principalmente de un edificio alargado de tres niveles. Desde el frente no se apreciaban las habitaciones, sólo una fachada de apariencia rústica color arena, como al parecer era común en la arquitectura de esa región, con detalles en azul. En el centro de la fachada se encontraban unas puertas de cristal que evidentemente llevaban a la recepción. A un lado de las puertas había una escalera hacia los niveles superiores, y un pasillo lateral que llevaba a la parte trasera. El estacionamiento del frente estaba totalmente vacío, salvo por una vieja camioneta color rojo opaco de vidrios polarizados estacionada a dos lugares de la puerta de recepción.

En general la apariencia del lugar era "normal", e incluso se atreverían a llamarlo "bonito". Sin embargo, lo que más llamaba la atención eran los alrededores, pues el motel parecía estar construido en un páramo un tanto desolado, en donde además de los edificios que lo conformaban sólo se apreciaban árboles y colinas, una parada de autobús a orillas de la carretera con apariencia de abandonada, y una vieja cabina telefónica en el mismo estado a un lado. A lo mucho se lograba apreciar lo que posiblemente era una gasolinera más adelante en el camino, pero lo suficientemente alejada para no resultar atrayente la idea de caminar hasta allá.

En esencia, aquel era casi un sitio "a mitad de la nada" como se decía coloquialmente.

El tipo de lugar en dónde nadie te oirá gritar.

—Bienvenidos al Bates Motel —soltó Esther con sátira. Lily volteó a mirarla, confundida.

—Ahí dice que se llama Blackberg —indicó señalando hacia el cartel grande sobre sus cabezas.

—Es una referencia a una vieja película. No te gustaría.

Aunque el lugar se veía lúgubre y aterrador, ciertamente parecía cumplir con el requerimiento de ser "discreto". Y no sólo por la ubicación, sino por la ventaja de que las puertas de las habitaciones no eran visibles desde la calle y eso les ayudaría a moverse con mayor libertad. Así que en parte era el sitio perfecto para dos prófugas como ellas.

Avanzaron hacia las puertas de la recepción, que para su sorpresa se deslizaron en automático hacia los lados en cuanto se acercaron. El interior estaba bastante más cálido y agradable que el exterior, lo que ambas (en especial Lily) agradecieron enormemente. Era pequeña, pero acogedora. Tenía incluso una pequeña salita de espera con dos sillones, plantas de plástico como decoración, algunos cuadros con fotos locales colgadas en las paredes, y, quizás lo más llamativo, la cabeza de un ciervo disecado colgado justo encima del mostrador. Todo estaba muy bien iluminado y olía a limpio

La sorpresa en ambas fue evidente, pues ninguna se esperaba que aquel sitio fuera tan... bien cuidado, podría decirse; mucho más de lo que uno pensaría que sería un motel olvidado en la carretera. Tanto así que Esther comenzó a cuestionarse si quizás el precio por noche podría superar lo que estaba dispuesta a pagar. Sin embargo, al aproximarse al mostrador y ver la tabla de precios colgada en la pared, estos de hecho no parecían muy distintos a otros lugares en los que se habían hospedado durante sus viajes de esas semanas.

«Sospechoso» pensó Esther, aunque quizás no lo era tanto. Su primera deducción era que el ingreso principal no venía de los turistas (que por la ubicación y la ciudad muy seguramente no eran muchos), sino de otras fuentes menos legales. Venta de drogas o prostitución serían sus apuestas. Se había cruzado con un par de sitios así en su múltiples etapas huyendo, e incluso habían sido su hogar por una temporada. Aunque no recordaba alguno tan limpio y cuidado como ese.

No había nadie detrás del mostrador, por lo que Lily se tomó la libertad de aproximarse rápidamente y hacer sonar con una mano la pequeña campanilla sobre éste repetidas veces; muchas veces con bastante insistencia. Y no se detuvo hasta que Esther la tomó firmemente de la mano y la hizo detenerse.

—Ya voy —se escuchó que pronunciaba con fuerza una voz masculina desde la oficina trasera.

—Déjame hablar a mí —le susurró Esther despacio a su acompañante.

—No se me ocurriría hacer otra cosa —respondió ésta con ironía.

Tras una corta espera, alguien salió por la oficina, esbozando una amplia y radiante sonrisa al tiempo que se pasaba un paño por sus manos para limpiarlas. Era un hombre alto, de hombros anchos y complexión al parecer fornida. Parecía estar en sus cuarenta, con una cabellera corta totalmente oscura, y una barba recortada del mismo tono; ambas demasiado negras y sin ninguna cana a la vista para ser naturales. Tenía los ojos claros, grandes y seductores, frente a los cuales usaba un par de anteojos redondos de armazón discreto. Usaba un suéter color marrón y jeans azules ajustados.

En cuánto lo vio, Esther no pudo disimular demasiado su impresión, ni la forma en la que su mirada lo recorrió de los pies a la cabeza. Era, sin lugar a duda, un hombre muy, muy atractivo. Y en cuanto se paró delante de ellas y centró su mirada justo en la mujer de Estonia, ésta sintió pequeñas mariposas revoloteando en su estómago.

—Hola, señoritas —les saludó el hombre con voz afable—. Bienvenidas al Motel Blackberg. Mi nombre es Owen. ¿En qué puedo servirles?

Había algo curioso en su voz. Era cálida y amigable, en efecto. Sin embargo, aunque hablaba inglés bastante fluido, tenía un pequeño rastro de acento, apenas apreciable para un oído entrenado; como el de Esther. Sin embargo, ésta se encontraba de hecho lo suficientemente distraída para no darle demasiada atención a ese detalle.

Tanto Lily como aquel hombre aguardaron a que Esther diera algún tipo de respuesta, pero ésta no llegó pues la mujer parecía totalmente sumida contemplando fijamente al apuesto hombre de barba. Y no reaccionó hasta que Lily la picó fuerte con su codo en las costillas (en parte como venganza por lo que ella había hecho en el taxi hace rato).

—Ah, sí —pronunció Esther rápidamente, intentando recobrar su compostura, aunque su sonrisa inocente y el tono dulce de su voz dejaba en evidencia que se había metido bastante más de la cuenta en su actuación de niña inofensiva—. ¿Podría darnos una habitación?, por favor. Por una noche por lo pronto... aunque quizás nos quedemos un poco más si nos gusta por aquí.

Su voz sonaba juguetona, aunque con un pequeño toque de coqueteo que para cualquiera resultaría de seguro incómodo; ciertamente para Lily lo era. Pero aquella persona de nombre Owen no pareció molestarle, o quizás no lo notó. Sólo les sonrió, y observó a ambas con detenimiento, para después preguntar lo más esperado:

—¿Acaso están viajando solas, chicas? —cuestionó con ligero tono de acusación.

—No, no —se apresuró Esther a responder por mero reflejo, aunque se corrigió casi de inmediato—. Bueno... algo así. Pero no se preocupe, a pesar de cómo me veo tengo de hecho... —vaciló un poco antes de responder—. Dieciocho, recién cumplidos.

Lily la miró de reojo, incrédula de que en serio hubiera dicho eso. Por supuesto que tenía más años que eso, pero dudaba que alguien le creería siquiera si decía que tenía más de trece o catorce.

—Oh, ¿en serio? —pronunció Owen con tono amistoso—. Y supongo que tendrás una identificación que lo pruebe, ¿verdad?

—De hecho, la tengo —indicó Esther con bastante seguridad.

—¿La tienes? —soltó Lily por mero reflejo.

Esther no le respondió y se enfocó en esculcar en su bolso de viaje hasta extraer de éste justamente una identificación, misma que extendió al encargado. Ésta tenía una foto suya con su disfraz actual (peluca castaña corta y anteojos), una fecha de nacimiento precisamente de dieciocho años atrás, y el nombre de Jessica Coleman.

—¿De dónde sacaste eso? —le susurró Lily despacio cerca de su oído, mientras el encargado inspeccionaba la credencial.

—Del imbécil de Milo —susurró Esther entre dientes, refiriéndose a aquel "amigo" de Phoenix al que le habían vendido las joyas—. Es un estafador, pero sabe hacer este tipo de cosas...

—Muy convincente —indicó Owen de pronto, extendiendo la credencial de regreso hacia Esther—. Apuesto a que te dejan entrar a los bares con ella.

—No precisamente —susurró Esther, soltando una pequeña carcajada divertida como si aquello hubiera sido un chiste.

—¿Acaso escaparon de su casa, niñas? —preguntó Owen con tono ligeramente severo.

Ambas guardaron silencio unos segundos.

—Si fuera el caso —comentó Esther tras un rato—, ¿no sería lo correcto darnos hospedaje por una noche en lugar de dejarnos vagar afuera en la oscuridad por estos parajes tan desolados? Quién sabe qué enfermo con una camioneta podría intentar hacernos algo.

Lily soltó una pequeña maldición silenciosa, y se giró hacia un lado para intentar disimular su expresión de exasperación. Evidentemente la tonta calenturienta de Esther no estaba pensando con claridad, y estaba por tirarlas a ambas de cabeza. Lo mejor sería que le causar una pesadilla a ese individuo, y salieran disparadas de ese sitio lo antes posible. Y estaba muy dispuesta a hacer eso, cuando entonces aquel hombre pronunció:

—Bueno, ciertamente no me atrevería a arrojar a dos niñas inocentes a la noche con este frío. Está bien, pueden quedarse por esta noche a descansar, y mañana hablaremos más seriamente de esto si se sienten listas, ¿de acuerdo?

Tanto Lily como Esther se sorprendieron al escuchar aquello. Su voz sonaba sincera, y su mirada igual. Parecía genuinamente preocupada por ellas... lo que no dejaba de parecer bastante sospechoso.

Owen se viró para tomar una de las llaves del mueble detrás de él, colocándola sobre el mostrador cerca de ellas.

—Habitación 304 en la planta de abajo, justo frente al área de juego. Si salen por esta puerta —indicó señalando con un dedo hacia una puerta de cristal posterior que al parecer daba hacia el interior del motel, opuesta a la puerta principal—. Sólo caminen hacia la derecha rodeando la piscina y verán el área de juegos. La 304 es justo la de en medio; no hay pierde.

—¿Tienen piscina? —preguntó Lily con curiosidad.

—Claro. Pero normalmente la clausuramos desde mediados de noviembre por la temporada de frío. Lo siento.

Lily pareció decepcionada, pero tampoco era que la nieve de afuera le dejara muchas ganas de nadar en realidad.

—Muchas gracias, señor —comentó Esther con tono jovial, mientras sacaba algunos billetes de su bolso para pagar.

—No, déjalo así —le indicó Owen, extendiendo una mano en señal de rechazo a su pago—. Mañana veremos lo del pago, si es que se necesitara uno, ¿de acuerdo?

—De acuerdo —pronunció Esther sonriente guardando su dinero y tomando la llave—. Es usted una persona muy considerada.

—Se hace lo que se puede. Disfruten su estancia.

Owen las despidió con un gentil ademán de su mano y una sonrisa aún más ancha que la anterior; ambos gestos le parecieron desconcertantes a Lily.

Ambas se dirigieron rápidamente a la puerta que les había indicado, saliendo al patio central del motel, que en efecto era ocupado en su mayoría por una piscina cubierta por una gruesa lona azul, y una pequeña área de juegos con columpios, un resbaladero, y barras para escalar.

Una vez que se alejaron una distancia prudente de la puerta, Lily se inclinó hacia Esther y le murmuró despacio:

—¿Por qué no eres más obvia y te pones en la frente un gran cartel que diga: "tengo cuarenta, estoy caliente, desesperada, y con serios problemas paternales" como en los anuncios de internet?

—Tienes una boca muy grande para ser tan pequeña —susurró Esther con desdén, sin mirarla.

—Sólo digo que evidentemente es tu tipo, ¿no? Hombre... viejo... y eso es todo; tus estándares son un poco bajos. Pero quiero realmente convencerme de que no estás tan embobada como para no darte cuenta de que todo eso fue demasiado extraño.

La verdad era que Esther siempre había tenido un punto ciego en lo que respectaba a hombres adultos, atractivos e inteligentes, y el tal Owen parecía encajar bien en esa descripción. Sin embargo, también era cierto que en ese momento tenían demasiadas complicaciones encima como para meterle un adicional como esa. Y sí, los ojos profundos, casi hipnóticos, de aquel individuo no evitaron que también dudara de que sus intenciones fueran del todo buenas y caritativas.

—No estamos en condiciones de ponernos exigentes —masculló Esther despacio—. Como sea, conseguimos hospedaje por esta noche, y mañana temprano nos largamos antes de que quiera hacernos más preguntas.

—Si es que no llama a la policía antes de eso y nos arrestan a mitad de la madrugada —susurró Lily con fastidio.

Miró entonces pensativa a su alrededor mientras rodeaban la piscina y se dirigían hacia su cuarto. El lugar estaba bien alumbrado, limpio y al parecer recién pintado. El césped en el área de juegos era claramente artificial, aunque había un par de árboles, que en esos momentos estaban ya casi completamente pelones de hojas. Hasta ese momento todo seguía transmitiendo esa sensación de un sitio nuevo y bien cuidado... pero desconcertaba el gran silencio y soledad que se sentía. ¿Serían acaso los únicos huéspedes?

Intentó concentrarse a ver si recibía la señal del pensamiento de alguien más detrás de cualquiera de esas puertas, aunque fuera un rezago de miedo, cansancio, alegría, o cualquier emoción. Sin embargo, no le llegaba nada parecido a ello, lo que le hacía en efecto suponer que no había nadie más. Y aunque considerando que en su estado de prófugas aquello debería ser algo benéfico... la verdad es que al menos a Lily le resultaba bastante inquietante.

De pronto, a pesar de que su mente no logró captar el pensamiento de ninguna persona en aquel espacio, sus ojos sí lo hicieron repentinamente.

Al alzar sólo un poco la mirada, logró divisar en el pasillo de la planta superior la silueta de alguien, de pie frente al barandal, y observando atentamente en su dirección. Aquello tomó a Lily por sorpresa, y la hizo detenerse y contener el aliento. Desde su distancia no lograba verla con total claridad, en especial porque ese pedazo en específico parecía no tan iluminado como el resto pues las luces mercuriales del patio no la alcanzaban, y la luz del pasillo parecía fallar y parpadear un poco, dejándola sólo a la vista por escasos parpadeos.

Parecía ser una niña, o quizás un niño, de cuerpo pequeño y delgado, piel muy pálida y cabello negro rizado, corto hasta sus hombros. Vestía una sudadera negra demasiado grande para ella, y debajo de ésta lo que bien podría ser un vestido amarillo corto, o una camiseta muy larga. Pero sus piernas, tan pálidas como su rostro, estaban totalmente expuestas a pesar del frío. Pero esos detalles palidecieron para Lily, pues su atención estaba fija en su mirada; y en esos ojos que, cuando la luz a sus espaldas se apagaba y la dejaba casi en total oscuridad, parecían permanecer en su sitio, brillando como dos lunas pequeñas. Y Lily podía sentir cómo la miraban a ella, y sólo a ella...

—Oye —pronunció Esther en alto, llamando su atención.

Lily se estremeció y se viró rápidamente hacia ella, dándose cuenta de que se había quedado detrás más de la cuenta, y Esther ya se encontraba a varios metros de distancia, ya delante de la puerta con el número 304 en ella.

—¿Vienes o no? —le insistió Esther con impaciencia.

Lily miró rápidamente el mismo punto en donde hasta hace unos momentos había estado de pie aquella persona en el primer piso. Sin embargo, para su asombro, ya no había rastro de ella. Sólo podía ver el pasillo vacío, y la misma luz tintineante, pero nada más.

Sintió en ese momento una opresión en estómago, y sus pies se movieron por sí solos comenzando a prácticamente correr hasta alcanzar a Esther.

—¿Estás bien? —le preguntó la mujer de Estonia en cuanto estuvo a su lado—. Te ves casi tan pálida como Samara. ¿Qué te pasa?

—Estoy bien —se apresuró Lily a responder de forma tajante. Aunque su voz sonaba firme y agresiva como siempre, los latidos nerviosos de su corazón eran tan intensos que podía casi sentirlos en su garganta—. Entremos de una maldita vez que me muero de frío.

Esther resopló, y sin más sacó la llave y se apresuró a abrir la puerta para que ambas entraran. Lily sólo volvió a sentirse calmada hasta que estuvo dentro del cuarto.

— — — —

La habitación era pequeña, pero confortable (definitivamente más que otros cuartos en los que se habían estado quedando últimamente). La decoración seguía intentando combinar ese estilo rústico pero elegante que mantenía el resto del establecimiento. Olía bien, como si lo hubieran limpiado a conciencia muy recientemente. Tenía dos camas de cobertores cafés, y los colchones estaban suaves y bastantes cómodos. Incluso había unas botellas de agua y dos chocolates con menta de regalo; estos últimos Lily no esperó ni un segundo antes de tomar ambos, sin siquiera plantearse la opción de darle uno a su acompañante.

Esther igualmente se sintió más a salvo al estar en un espacio cerrado, pero no por completo. En cuanto cerró la puerta puso todos los seguros, así como la cadena, e incluso se tomó el tiempo de colocar una silla atrancada contra la puerta. Normalmente Lily habría hecho alguna broma sobre lo paranoica que estaba, pero en esa ocasión la verdad era que no le molestaba la idea.

El ocaso llegó y terminó en el siguiente par de horas. En ese lapso, ambas permanecieron casi por completo en silencio. Lily se entretuvo lo mejor que pudo leyendo algunas revistas de obsequio que había sobre la mesita para comer. Tenía que conformarse con eso, pues Esther tenía totalmente acaparada la televisión, recorriendo cada canal de noticia en busca de cualquiera que estuviera hablando de la maldita conferencia de prensa en Los Ángeles que las había hecho salir disparadas de Albuquerque con tanta prisa.

Por un lado era cierto que era un caso importante, pero estaban a dos estados de distancia, además de que aquello había ocurrido temprano. De seguro la gran mayoría de los comentarios al respecto se habían hecho en el transcurso del día mientras ellas viajaban. Sería más sencillo si buscara la noticia en cuestión en internet, usando el teléfono celular que tenía guardado en su bolso de viaje. Pero Esther sabía que mientras menos rastro digital dejara de que estuvieron en algún sitio, sería mejor. Así que ese teléfono lo guardaba sólo para un caso de excepcional emergencia, y saciar su paranoia y curiosidad no entraba precisamente en dicha descripción.

Al final sí logró encontrar un noticiero que resumía las noticias más importantes del día, y entre las notas comentadas estuvo precisamente la conferencia de prensa. Colocaron parte del video del evento, aunque sin audio mientras el comentarista hablaba. Pero en las imágenes que se mostraron en la televisión, un rostro conocido se hizo presente: el detective de policía rubio que habían visto en Eola, y claro en el pent-house de Damien. El maldito que invocó a todos esos fantasmas.

—Ese desgraciado sigue vivo —señaló Lily, incrédula. Daba por hecho que Mabel y su novio habían acabado con él, o quizás lo habría hecho sus heridas.

Esther no comentó nada hasta que la nota terminó, que en pocas palabras podría resumirse en: Samara había sido heroicamente rescatada, y la culpable de absolutamente todo eran Leena Klammer y sus "secuaces".

—¡Pero qué puta mierda! —dejó escapar Esther llena de rabia, tirando el control remoto por mero reflejo contra la pantalla, aunque por suerte terminó pasándola de largo para estrellarse contra la pared detrás de ella. Se paró entonces hecha una fiera de la cama, comenzando a caminar histérica de un lado a otro—. ¿Ahora además de asesina serial soy la líder de una jodida banda de secuestradores de niños?

—Bueno, a mí me secuestraste, ¿recuerdas? —comentó Lily con humor, sentada en su cama mientras seguía hojeando una revista.

—¿Qué yo fui la responsable de todo? —exclamó en alto, ignorando por completo el comentario de Lily—. Genial, y Damien debe estar ahora cómodamente sentado en su casita tomando chocolate caliente. Mientras que yo encabezo la lista de los más buscados. ¡Maldita la hora en la que me crucé con ese mocoso! ¡Maldita sea!

Lanzó en ese momento una patada con fuerza contra el muro. No lo dañó, más allá de raspar un poco la pintura, aunque la marca de la suela de su zapato quedó bastante marcada.

—Nos van a cobrar eso —susurró Lily, observándola de soslayo—. Y no sé por qué te molesta tanto. En comparación con las cosas malas que has hecho, que te acusen de secuestradora no suena tan grave, en mi opinión. Y mira el lado bueno: ahora eres súper famosa. ¿No me dijiste en alguna ocasión que soñabas con ser actriz? Ahora de seguro sí te harán una película.

—Cállate —le gritó Esther con brusquedad.

Respiró hondo, intentando entonces de alguna forma calmarse, aunque fuera un poco. Se sentó en la cama, cerró sus ojos, e intentó despejar su mente.

—Tenemos que pensar en algo —susurró despacio para sí misma—. Aún nos faltan 4,000 kilómetros para llegar a donde ocupamos, y tenemos que hacerlo con toda la policía del país buscándonos.

—¿Buscándonos, dices? —rio Lily con ironía—. Te recuerdo que la criminal y secuestradora eres tú.

—Si no vas a decir nada útil, ¿por qué no mejor te callas y me dejas pensar?

—¿Dependemos de que tú pienses? Entonces sí que estamos perdidas.

Esther se giró lentamente hacia ella, y en sus ojos fue evidente el intenso fuego de furia que la inundaba por completo. Lily sabía muy bien que su acompañante no estaba en lo absoluto de humor de aguantar sus comentarios hirientes. Y, quizás, por eso mismo los hacía.

—Quizás me iría mucho mejor si me moviera yo sola —señaló Esther tajante—. En lugar de estar cargando un peso muerto como tú.

—¿Disculpa? —exclamó Lily, ofendida, parándose rápidamente de la cama—. Si has llegado hasta aquí sin que te pongan las esposas y te metan al primer manicomio que encuentren, es sólo porque yo lo he impedido. No sé cómo has pasado tantos años evitando que te atrapen. Sólo te falta pararte frente a un policía y gritarle a la cara quién eres.

—Yo sé muy bien lo que hago sin necesidad de que metas tu nariz en mis asuntos —profirió Esther, encaminándose hasta pararse delante de ella—. Después de todo para ti todo esto es un juego al que metiste sólo para no aburrirte, y para fastidiarme todo lo que puedas hasta que te hartes, ¿no?

—¿Y? —respondió Lily desafiante, encogiéndose de hombros—. Yo dije muy claro desde el inicio por qué estaba aquí, y aún así me dejaste venir. Como la masoquista pérdida que eres.

—Bueno, quizás ya no estoy de humor para seguir soportando tus niñerías.

—Ay, no me digas. ¿Qué harás al respecto?

Esther llevó de inmediato su mano a su espalda, sacando de su cangurera el arma de fuego, sujetándola con firmeza entre el rostro de ambas.

—Quizás haré que te tragues entero el cañón de mi arma de una vez por todas —respondió con brusquedad, pero Lily no pareció en lo absoluto intimidada.

—De nuevo amenazándome con tu pistolota. Ya cambia de repertorio —masculló Lily con voz risueña, atreviéndose incluso a empujar el arma hacia un lado con sus dedos—. Ya deja de fingir. Ambas sabemos que me necesitas.

Un profundo silencio se formó entre ambas. La mirada penetrante y asertiva de Esther estaba fija en la de la niña de Portland, mientras sus dedos se apretaban tensos contra el mango de su arma. Lily, mientras tanto, sonreía confiada y segura. Sin embargo, eso cambió un poco cuando la propia Esther dibujó ella misma una amplia y astuta sonrisa en sus labios.

—Quieres convencerte a ti misma de eso, ¿verdad? —canturreó Esther, bajando su arma con indiferencia—. Sentir que en verdad hay alguien en este mundo al que no le resultas enteramente repulsiva; alguien para quién incluso eres "valiosa".

—Debes estar hablando de ti misma, ¿no? —respondió Lily con sequedad.

—Buena respuesta —susurró Esther despacio—. Pero al menos yo sí soy capaz de aceptar lo sola que me siento, y lo mucho que deseo amor. Pero, ¿qué hay de ti, Lilith? ¿Cuándo dejarás tu patética actuación de niña mala y aceptarás lo que eres realmente?

—¿Y eso es?

—¿No es obvio? —Esther dio un paso más hacia ella, hasta que el rostro de ambas quedaron a centímetros de distancia—. Sólo otra niñita pequeña, temblorosa y llorona que no quiere estar sola. Eso es lo que has estado buscando, ¿no? Alguien que te entienda. O, mejor aún, alguien que te aguante tus majaderías y gusto morboso por el dolor ajeno. Y por eso te has pegado a mí como una pequeña sanguijuela. Así que deja de hacerte la importante ya que, en realidad, eres quien me necesita a .

Esther aproximó una mano juguetona hacia el rostro de Lily para acomodar uno de sus mechones fuera del lugar. Sin embargo ella la apartó rápidamente de un fuerte manotazo antes de que pudiera acercarse demasiado.

—Yo no necesito nada de ti —espetó Lily con agresividad en su voz—. En el momento que me dé la gana, puedo envolverte en tu pesadilla más espantosa, y dejarte viviendo en ella por el resto de tu patética existencia.

Esther bufó con clara burla a aquel comentario.

—De nuevo amenazándome con tus pesadillas. Ya cambia de repertorio —le respondió, imitando el mismo tono exacto que Lily había usado anteriormente.

Los ojos de Lily chispeaban, y sus labios se apretaron entre sí en una mueca de desagrado, junto con sus puños que se abrían y cerraban a sus costados. El aire entre ambas se sentía incluso un poco similar a aquella última noche en el pent-house de Damien, en donde Esther le había arrojado la taza a la frente y esperaba que la niña le respondiera con una de esas pesadillas de las que tanto hablaba, pero no lo hizo. De hecho, su acción resultó bastante parecida a la de ese momento: le sacó la vuelta a Esther, haciendo chocar su hombro contra su brazo, y se encaminó en dirección a la puerta.

—¿A dónde crees que vas? —le cuestionó Esther con severidad.

—¿A dónde más? —soltó Lily al tiempo que jalaba la silla lejos de la puerta—. Afuera. Prefiero estar en el frío que encerrada aquí contigo.

—¡No sin tu disfraz, estúpida! —espetó Esther, arrojándole su peluca que terminó golpeando a Lily en la cara—. Y no te dejes ver demasiado. Se supone que debemos llamar la atención lo menos posible, ¿recuerdas?

—Lo que tú digas, mamá —le respondió con sarcasmo, colocándose torpemente la peluca, y saliendo al momento siguiente dando un fuerte portazo.

Esther suspiró con pesadez y se dejó caer de espaldas contra la cama. Cruzó sus manos sobre su vientre, y contempló pensativa hacia el techo. Era en verdad difícil de entender cómo habían llegado hasta ahí sin matarse la una a la otra; en especial ahora que no tenían a Samara para moderarlas un poco. Aunque era cierto que esa locura de viaje había comenzado de cierta forma con ellas dos, en ese hospital de Portland. Muchas cosas habían pasado desde aquel día... muchas cosas.

Pero no podía, ni quería, dedicarle demasiado tiempo a pensar en Lilith, y el constante dolor de cabeza que representaba su sola presencia. Lo que debía hacer, aprovechando aquel momento de soledad, era justamente pensar cómo había dicho. Pensar en cuál sería su próximo movimiento, y si en efecto le convenía o no seguir arrastrando a esa niña con ella.

FIN DEL CAPÍTULO 135

Notas del Autor:

Y volvemos de nuevo con el dúo favorito de muchos, Lily y Esther, que se han metido en su propia aventura. Y bueno, como pudieron darse cuenta en este capítulo, está pasando algo misterioso cerca de ellas. De seguro algunos ya se están dando una idea de qué con exactitud, pero los que no... no sé preocupen, con suerte en los siguientes capítulos quedará más claro.

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