JOTA

By Lepidoptera84

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Ganadora Wattys 2021. Un delincuente juvenil roba el ordenador de una estudiante y la chantajea para recupera... More

Nota Importante
Prefacio
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Actualmente los personajes de esta historia...
Capítulos extra
Prefacio
Capítulo 1: favores
Capítulo 2: La casa.
Capítulo 3: Aprendiendo a sentir.

Capítulo 4: Problema. Solución.

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By Lepidoptera84

"Dicen que hay personas condenadas a ser como un punto de luz en mitad de la niebla, tal vez yo sea una de ellas".

—Nathan.


Había pasado una semana en la que Nathan atendía las demandas de Jan esperando recibir una crítica respecto a la limpieza y el orden de su hogar, pero no dijo nada. Le extrañó, pero al mismo tiempo la ausencia de incidentes le relajó. Lo único que rompía esa aparente tranquilidad, era el deseo del jefe de ir a pelear al suburbio de la ciudad cada pocos días. Pese a que lo hacía bien, no era más que un hombre rico acostumbrado a tenerlo todo jugando a un juego peligroso con la gente inapropiada; cualquier error podría enviarlo al hospital, pero al parecer a él era al único que le importaba ese hecho, Jan no parecía temer por su vida.

Por otro lado, Judith hacía días que no daba señales de vida, estaba muy motivada en su nuevo empleo y el poco tiempo que le quedaba libre lo aprovechaba para cuidar a Holly. Nathan respiró aliviado al sentir que, por primera vez en su vida, todo estaba en orden y podía permitirse el lujo de bajar la guardia. Fue en uno de esos momentos cuando ocurrió lo inevitable.

Hacía un par de horas que Nathan estaba al lado de Jan, esperando a que acabara una larga reunión para llevarlo de vuelta a casa, cuando una llamada procedente de su teléfono móvil hizo que todos los presentes se giraran en su dirección. Se puso nervioso al ser el centro de atención y sacó con torpeza el teléfono para silenciarlo, pero este se movió entre sus dedos como si quemase y, sin poder evitarlo, cayó al suelo haciendo un ruido estrepitoso. Jan frunció el ceño e intentó proseguir con su discurso ignorando el revuelo, pero cuando iba a proceder a hablar, el móvil de Nathan volvió a sonar con su animada melodía y, con resignación, se cubrió los ojos con la mano, rindiéndose a la constante interrupción.

―Dejaremos este asunto para mañana si os parece bien, todos estamos un poco cansados hoy.

Sus empleados se sintieron aliviados y agradecidos por terminar la reunión, aunque no mostraron ninguna reacción mientras cerraban sus ordenadores portátiles y abandonaban poco a poco la sala para dirigirse a sus puestos de trabajo.

―Lo siento ―se disculpó Nathan tras presionar el botón de rechazo de llamada―, había olvidado silenciarlo y...

Volvió a sonar con estridencia y, con desesperación, empezó a tocar los botones laterales tratando de bloquearlo.

Jan meneó la cabeza y empezó a recoger los papeles que tenía extendidos por su escritorio con tranquilidad.

―Puedes cogerlo, ya hemos terminado.

—No, qué va. Puede esperar.

Jan guardó algunos documentos en el archivador que había a su espalda y percibió el malestar de su empleado, cuando se volvió para mirarle lo encontró tratando de enviar un mensaje con dedos torpes.

―Solo es mi hermana, a saber qué quiere, la llamaré cuando llegue a casa ―aclaró avergonzado.

―Hazlo ahora, puede ser importante.

Nathan negó con la cabeza, restando importancia, pero en ese momento su teléfono comenzó a vibrar y sus mejillas enrojecieron con rapidez.

―Joder, perdona, es que es una pesada...

Descolgó malhumorado dando la espalda a su jefe y alejándose al mismo tiempo para tener algo de privacidad.

―Sabes que estoy trabajando. ¿Qué coño quieres? ―murmuró en tono bajo.

―Es importante Nat, no sabía a quién acudir... nos hemos quedado literalmente en la calle, nuestro casero nos ha echado y...

―¿Bromeas? ―interrumpió desquiciado.

―No, es que... ―suspiró―, verás, tenía un retraso en el alquiler y le dije que le pagaría en breve, pero no quiso escucharme, así que intentó cobrárselo de otro modo... me tocó y... no pude evitarlo; le he roto un brazo.

―¡¿Qué?!

―¡Intentó propasarse, Nat! No podía permitirlo, yo ya no... en fin, solo le dije que este mes me pagarían y podría saldar la deuda a tiempo, incluso podría cobrarse todo lo atrasado...

―¿Le has roto el brazo? ―Bajó la voz todo lo que pudo para que Jan no fuera testigo de la conversación, pero a esas alturas ya había escuchado más de lo que deseaba, y aunque no acababa de entender todo lo que se decían, creía saber el motivo principal de la llamada.

―¡Le ha dado igual que Holly esté enferma! Nos ha echado igualmente y ahora debo encontrar otro sitio o...

―Joder... si es que siempre te pasa igual, ¿cómo das con tantos pervertidos? No doy crédito.

―Perdona, Nat, ¿eres consciente de dónde vivimos? Tan solo en nuestra calle hay tres prostíbulos, así que todos se creen con derecho a utilizarte como si no valieras nada, dan por sentado que ser pobre basta para...

―No te hagas la víctima ahora, que nos conocemos... ―Suspiró y empezó a caminar con nerviosismo―. No puedo ayudarte esta vez, sabes que en mi casa no puede ser, ¡joder, Jude, no vivo solo!

―Ya lo sé, pero si me prestas algo de dinero puedo alquilar una habitación hasta que cobre, todavía no he acabado el mes y no tengo dinero suficiente.

―¿No tienes nada ahorrado? ¿En serio?

Judith suspiró al otro lado.

―Me temo que he gastado lo poco que tenía, vivo al día, ya lo sabes.

Dio un paso hacia la derecha, nervioso; siempre pasaba lo mismo: Judith se metía en problemas y luego él tenía que ir a solucionarlos.

―¿Y qué pasa con el viejo? ¿Va a denunciarte?

―Le he dicho que si lo hacía volvería y le rompería otra cosa... creo que ahora me tiene miedo.

Nathan puso los ojos en blanco.

―Madre mía, siempre haces igual, te metes en problemas constantemente y, ¿sabes qué te digo? Que ya estoy harto. No puedo ayudarte cada vez que te metas en un lío, lo siento, pero tendrás que apañártelas tú sola esta vez.

―Pero...

―Todos somos mayorcitos aquí y debemos limpiar nuestra propia mierda, no puedes dejar un rastro de cadáveres a tu paso y luego pedirme ayuda para que solucione todos tus problemas.

―¿Un rastro de cadáveres? ¡No he matado a nadie! Pero no pienso consentir que la gente se crea con derecho a aprovecharse de mí de esa manera solo porque necesito el dinero.

―No sería la primera vez...

Se hizo el silencio.

―No, eso no es cierto. De todas maneras te recuerdo que yo tengo el poder de decidir si quiero o no hacerlo, ¿no te parece? Nadie tiene por qué obligarme a hacer nada.

―¡Oh, Jude, es realmente conmovedor ver cómo te has vuelto tan digna de repente! ―comentó en tono mordaz.

Judith suspiró, solo tenía ganas de llorar. Sentía que había vuelto a fracasar; que, como siempre sucedía, todo lo que con tanto cuidado construía se venía abajo sin poder remediarlo. Creía que esta vez sería diferente, pero todo era igual que siempre.

Retiró las lágrimas que bañaban sus mejillas y se culpó por haber llamado a su hermano.

―Tienes razón, soy mayorcita para arreglármelas sola; debo empezar a asumir las culpas de mis errores. Siento haberte llamado.

Estaba a punto de colgar cuando Nathan se apresuró en contestar.

―Espera, espera, ¡joder! ―Se masajeó la cabeza con nerviosismo―. ¿Qué vas a hacer, eh?

―No te preocupes por eso, no es asunto tuyo.

―Soy muy consciente, no tengo nada que ver. Debería hacer lo correcto y desentenderme de vosotras de una maldita vez, pero sabes que no puedo, ¿verdad? Por eso me llamas. Además, sabes que tengo dinero ahorrado, te lo dije, sería un ser despreciable si no te ayudara, ¿no es así?

―No, no... yo no he dicho...

―¡No me trates como si fuera tonto! ¿Sabes lo que me cuesta vivir con lo mínimo para ahorrar y poder saldar mis putas deudas? Y por si eso fuera poco, tengo la obligación moral de ayudarte, no podría vivir un solo día más si no lo hiciera.

―Nat, te comprendo, de verdad. Ojalá pudiera prescindir de tu ayuda, pero sabes que no puedo porque no tengo absolutamente nada. De todas formas no te preocupes, encontraré la manera, de verdad. Te llamo en cuento lo solucione, ¿vale?

―¡Espera! Joder... ―Volvió a suspirar―, pásate por mi casa, te prestaré dinero.

―Gracias, pero trataré de buscar otras opciones, ¿de acuerdo? Cualquier cosa te digo, Hasta pronto.

Judith colgó y él se quedó con el teléfono en la mano y una sensación de frustración increíble. Cerró los ojos unos segundos para contener las emociones, siempre sentía lo mismo después de hablar con ella.

―Nathan... ―susurró Jan, obligándole a guardar rápidamente el teléfono en el bolsillo y darse la vuelta.

―Perdona, ya nos vamos...

―Sí, claro. ―Frunció el ceño―. ¿Te ocurre algo?

Nathan negó con la cabeza y le dedicó una impostada sonrisa carente de emoción.

―Oye... sé que no es asunto mío. Normalmente, no me meto en estas cosas, pero si necesitas algo...

―Gracias, Jan, pero no necesito nada. ¿Nos vamos?

Jan asintió y acompañó a su empleado hasta el coche. Acostumbraban a ir en silencio durante todo el trayecto, Jan era poco hablador. A veces Nathan le hacía una pregunta o lanzaba algún comentario aleatorio para hacerle reaccionar, ese empeño de querer devolverle al presente cuando se ausentaba le recordaba a un amigo de su infancia, un amigo que siempre permaneció a su lado, incluso en los peores momentos, un amigo al que abandonó por el dolor que le suponía mantener el vínculo con el Jan del pasado. Después de ocho años y once meses todo su mundo seguía patas arriba, puede que el dinero fuese algo por lo que ahora no debiera preocuparse, pero en su fuero interno sentía que no había avanzado nada, seguía estancado, sumando minutos sin que en su vida se produjera algún cambio.

Desvió el rostro para mirar a Nathan que conducía en un silencio impropio y, sin saber muy bien por qué, quiso ayudarle. Por lo general era algo que no solía hacer, veía problemas a diario en la gente que le rodeaba, cosas normales carentes de importancia que debían solucionar las personas implicadas, después de todo, cada uno se labraba su propio futuro; a él nadie le había regalado nada, nadie le había ofrecido ayuda, por eso había aprendido a salir adelante por sus propios medios, trabajando con una enorme determinación y siendo sumamente cuidadoso en los detalles. Claro que eso era algo que mucha gente desconocía, al mirarle muchos pensaban que siempre había tenido una vida fácil, que no era más que un pijo con dinero acostumbrado a mandar. Solo él conocía la verdad, solo él había saboreado todas las capas amargas de dolor, había experimentado el vacío, la desolación y la pérdida más que cualquier otra persona de las que había conocido a lo largo de su vida.

Seguidamente, devolvió la vista al frente, confuso. ¿Qué era eso? ¿Qué era ese sentimiento? ¿Pena? No recordaba su nombre, no sabía expresar con palabras lo que significaba esa emoción, pero era algo, ¿no? Era la segunda vez en ocho años que sentía algo, la primera fue en el almacén cuando esos tíos le partieron la cara, y ahora sentía... sentía...

Tragó saliva e inspiró hondo.

―La casita del jardín ―dijo sin girarse.

Nathan le miró sin comprender a qué venía ese comentario.

―La casita del jardín estaba alquilada al poco de mudarme ahí. Recuerdo que el antiguo dueño mencionó algo de que tenía esa casa para la cuidadora de los niños; al parecer necesitaba una niñera las veinticuatro horas del día y la alojó ahí durante un tiempo. Está toda acondicionada con lo imprescindible. Habré entrado un par de veces, es bastante pequeña, solo tiene un baño, cocina americana, un dormitorio y una sala de estar, pero está toda amueblada y... bueno, creo que es un lugar provisional bastante acogedor.

―Perdona, pero... no entiendo qué tratas de decirme.

―Pues que puedes alojar ahí a tu hermana hasta que encuentre otra cosa.

Nathan le miró con los ojos desorbitados.

―¿Has escuchado la conversación?

Jan se encogió de hombros.

—No lo he hecho adrede.

Nathan devolvió la mirada a la carretera, confuso.

—¿Y propones meter a mi hermana en tu casa?

―No exactamente, propongo dejarle la casita del jardín hasta que encuentre otra cosa. Siempre y cuando respete las normas, ya sabes... No quiero encontrarme con nadie cuando llegue a casa. No quiero ruidos ni nada por el estilo. Si piensas que puede respetar ese par de normas... podría quedarse. Sabes que yo paso la mayor parte del tiempo fuera de casa, así que no tenemos por qué cruzarnos.

―Pero... ¿por qué ibas a querer hacer eso? A ver, no me malinterpretes, no es que quiera ser descortés o algo de eso, agradezco que quieras ayudarme, pero no lo veo apropiado.

―Si prefieres que te deje dinero, pídemelo, podemos llegar a un acuerdo.

Nathan detuvo el coche antes de llegar a su casa, necesitaba un respiro para aclarar las ideas.

―No quiero favores de ningún tipo porque si no, siento que estoy inmerso en una espiral de la que no voy a poder salir. Estoy deseando desprenderme de mis deudas, no sería sensato ampliarlas más.

Jan asintió, orgulloso.

―Valoro eso en las personas: valoro que tengan principios y que pongan remedio a sus asuntos por sus propios medios; al fin y al cabo la vida es así, un día estás arriba, otro abajo. Pero independientemente del lugar en el que te toque estar debes nadar a contracorriente, todos tenemos nuestros propios desafíos, sean económicos o de otra índole.

―Pues eso es lo que trato de hacer. ―Dio un giro de volante y volvió a la carretera.

―Por eso te he ofrecido la casita del jardín, no dinero ―puntualizó Jan―. Mira... no se me dan muy bien este tipo de cosas, tú lo sabes, pero aunque no lo queramos admitir, hay momentos en los que todos necesitamos algo de ayuda; la vida me ha enseñado que hay dos tipos de personas: las que no les tiembla la voz para pedir ayuda y las que no dicen nada y tratan de salir adelante con discreción y créeme, a veces pedir ayuda es la opción más acertada. Te estoy ofreciendo una solución porque llevas bastante tiempo trabajando para mí y jamás me has pedido nada, soy muy consciente de tu situación y de que a veces has tenido que hacer malabarismos para llegar a final de mes, pero te has mantenido firme y has trabajado como el que más para estar donde estás ahora. Si quieres ayudar a tu hermana, te estoy proponiendo una alternativa que no te supondrá ningún gasto, pero obviamente la última palabra la tienes tú y espero que sepas que elijas lo que elijas no insistiré; es decir, si rechazas mi ofrecimiento te las apañas tú solo.

Nathan tragó saliva, estaba muy nervioso y no sabía qué hacer; jamás hubiese imaginado que Jan quisiera hacer algo así por él.

―Verás, es que el problema es mi hermana... es... es un dolor de muelas ―rio―, y encima no viene sola.

―¿Con su marido? ―aventuró Jan.

Nathan rio con ganas.

―¡No, qué va! Ella no es de las que se casan. Se trata de Holly, nuestra hermana menor.

Jan le miró extrañado, sin entender por qué no se refería a ellas como sus hermanas, parecía que Holly iba aparte.

―Bueno, en cualquier caso mi oferta sigue en pie. Si son capaces de respetar las normas que tú ya conoces, yo no tengo ningún inconveniente. Piénsatelo y ya me dices algo cuando decidas lo que vas a hacer, no hace falta que sea ahora.

Nathan se mordió el labio inferior. Realmente era algo que no esperaba, otro golpe de suerte que le había venido sin más desde el momento en que conoció a Jan.

Estuvo todo el camino de regreso a casa pensando en lo que iba a hacer, hasta que llegó a la conclusión de que no había nada que pensar: ayudaría a sus hermanas aun a riesgo de perder su trabajo porque, aunque no lo demostrara, sentía que les debía al menos eso; las quería mucho y ellas siempre habían estado ahí para él en los momentos más críticos de su vida. 

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