El Carnicero del Zodiaco (EN...

By Jota-King

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Primera entrega. Una seguidilla de asesinatos perturban a la ciudad de "El Calvario". Las víctimas son mutila... More

Notas del autor.
Prefacio.
El enfermo de los Marmolejo Tapia.
Cuerpo sin alma.
El despertar de una bestia.
La decisión de Dante.
El Toro de Creta.
Símbolo.
Protocolo.
Bajo sospecha.
Perla Azul.
En la penumbra.
Fuego cruzado.
Frustración.
Los gemelos Mamani.
Hojas secas.
Negras ovejas.
Eslabón perdido.
Cruce de miradas.
Horas de incertidumbre.
Oscuro amanecer.
Hasta siempre amigo.
El carnicero del zodiaco.
Recogiendo trozos del pasado.
Huellas al descubierto.
Condena del pasado.
En lo profundo del bosque.
Una delgada línea.
El cangrejo se tiñe de rojo.
Epístola.
El último adiós.
Amor en evidencia.
Desde las sombras.
Catarsis.
Una luz al final del túnel.
La fábrica.
Plan B.

Piedras en el camino.

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By Jota-King

A medida que avanzaban por el frío pasillo, los improperios por parte del teniente, que al dejar la oficina eran simples murmullos, aumentaban en intensidad, así como también la velocidad de sus pasos que muy de cerca seguía el sargento Meza sin entender lo que estaba sucediendo, pero imaginaba que era de suma importancia y que seguro les daría problemas, no por nada el repentino cambio en el teniente tras aquella llamada.

Al llegar al estacionamiento abordaban el vehículo del teniente, aquel viejo y fiel Peugeot 504 GLD Piel de Toro. Era increíble que aquel coche funcionara a la perfección, considerando su año de fabricación, 1968. Aunque era de esperar que así fuese, pues el teniente era el único dueño, y desde que lo compró lo cuidaba como lo que era hoy en día, una verdadera joya, un verdadero clásico.

—¿Qué está pasando mi teniente? —no podía seguir esperando.

—Se trata de Rojas y González, tenemos un problema.

—¿Sucede algo con ellos —el tono de voz por parte del teniente era indicativo de que algo malo sucedía—, tiene algo que ver con la llamada que recibió señor?

—Se vieron envueltos en un accidente mi amigo. Recibí un mensaje por parte de González diciendo que venían en camino y que traían un par de detenidos —mientras hablaba, le daba arranque al motor y se abrochaba el cinturón de seguridad, al igual que lo hacía el sargento, saliendo rápidamente del estacionamiento—, en el camino se cruzaron con un operativo, una persecución para ser más específico. Por desgracia el vehículo en fuga los impactó de lleno.

—¡Dios mío! ¿Qué tan grave fue el accidente?

—La información que me dio el capitán es que González está en estado grave, al igual que los detenidos, pero aparentemente fuera de peligro. Sin embargo Rojas recibió el impacto del vehículo en persecución, por lo que su estado es crítico.

—Esto no puede estar pasando —se tomaba la cabeza sin poder creer lo que su superior le estaba comunicando, y pensando en lo que podría pasar con la salud de sus compañeros—, ¿seguro que el capitán no exageró con la información?

—No tengo idea mi amigo, sonaba muy alterado, por lo que puede ser una opción.

—Espero que no tengamos que lamentar...

—¡No sea pájaro de mal agüero sargento, no se comporte como un estúpido —lo interrumpía el teniente con voz firme—, los agentes son jóvenes y fuertes, debemos esperar lo mejor!

—Lo sé, pero es imposible no pensarlo señor, en especial si fue Emilio quien recibió de lleno el impacto. ¿Y qué pasó con el vehículo en fuga, cuántos hombres eran, lograron detenerlos tras el accidente?

—Dos jóvenes, un hombre y una mujer. Veinteañeros por lo que me dijeron. Irrumpieron en una pequeña joyería y se llevaron un modesto botín. Los oficiales que los perseguían daban una ronda por el lugar cuando fueron alertados.

—¡Espero que les caigan encima varios años de cárcel! —exclamaba con rabia empuñando sus manos.

—Por el contrario, lo único que les caerá será varios kilos de tierra, los bastardos murieron en el lugar a causa del impacto —un grado de satisfacción se sentía en sus declaraciones—, ahora lo importante es saber el estado de salud de los nuestros y constatar cómo se encuentran los detenidos para interrogarlos.

—Concuerdo con ello señor.

El Hospital General era el más cercano al lugar del accidente, por lo que fueron trasladados allí dada la gravedad en la que se encontraban los involucrados, especialmente el cabo Rojas, quien al llegar a una intersección y encontrarse sorpresivamente con el vehículo en persecución, recibió todo el impacto en su puerta. Fue tal la fuerza del golpe que la patrulla fue arrastrada varios metros.

La patrulla que perseguía a los jóvenes bandidos logró esquivar por escasos centímetros a los vehículos que colisionaron, evitando así que la tragedia fuese de proporciones mayores. Los malogrados cuerpos de dichos bandidos yacían sobre el capot tras ser eyectados a través del parabrisas a consecuencia de la velocidad que llevaban, el violento choque y el no utilizar el cinturón de seguridad. La bolsa con el modesto botín yacía en el suelo de la parte posterior del vehículo, y las joyas desparramadas por doquier producto del impacto.

Bastaron unos diez eternos minutos para que los bomberos se hicieran presentes con sus maquinarias para iniciar las maniobras de rescate, y otros diez para que la ambulancia llegara al lugar del accidente. En total, veinte minutos de agonía entre los fierros retorcidos de la patrulla por parte de los oficiales y los detenidos, quienes terminaron por perder el conocimiento, ignorando por completo lo que tuvieron que batallar los bomberos para lograr rescatarlos.

Y como era de esperar, diversos periodistas se encontraban en el lugar reporteando el fatal accidente, entrevistando en vivo a diferentes testigos de lo sucedido. Otros más avezados intentaban con sus cámaras obtener el mejor ángulo para grabar las maniobras de rescate de los malogrados agentes y detenidos, los que eran contenidos por los agentes policiales y bomberos que se hicieron presentes en el lugar.

Tras lograr rescatarlos y trasladarlos al hospital, diferentes medios siguieron el recorrido de la ambulancia para obtener más información respecto al estado de salud de los involucrados, otros sin embargo se mantuvieron en el lugar de los hechos para recabar información respecto a los fugitivos, el motivo de la persecución y el accidente en general.

Al llegar al hospital y evitar las preguntas de los medios, el teniente Espinoza junto al sargento se entrevistaban con el doctor de turno para conocer el real estado tanto de los agentes como de los detenidos, constatando la gravedad de los involucrados en el accidente. En referencia a los agentes, Rojas se debatía entre la vida y la muerte, mientras que González permanecía grave, pero fuera de riesgo vital. En cuanto a los detenidos, ambos presentaban lesiones de carácter leve, por lo que estaban fuera de peligro.

—Necesito entrevistarlos a la brevedad posible, ¿cuánto debo esperar para ello? —el teniente no podía perder el tiempo, necesitaba saber el motivo por el cual eran trasladados a la estación de policía, y si algo recordaban del accidente en el que se vieron involucrados por desgracia.

—Un par de horas serán suficientes señor —respondía el médico entrevistado—, hay un par de los suyos resguardando la habitación donde se encuentran, así que no se preocupe, no intentarán escapar de aquí.

—Es lo que menos me preocupa por ahora —manifestaba fríamente el teniente—, lo importante aquí es el estado de salud de mis agentes.

—Hacemos todo lo posible por salvarlos señor. Pero lamento decirle que uno de ellos lucha por sobrevivir. Le aseguro que haremos todo lo posible por evitar lo peor.

—Sargento —volteaba la mirada hacia su compañero—, usted permanezca aquí e interrogue a esos bastardos apenas lo autoricen, ¿le queda claro?

—Por supuesto señor.

—Y que se contacten con los familiares de los agentes y víctimas, deben estar al tanto de lo ocurrido, antes que la prensa haga de las suyas y comience a dar información errónea como de costumbre.

—¿Qué hará usted mi teniente?

—Iré a ver lo que sucede con los resultados de la autopsia de las víctimas, avíseme apenas tenga noticias de Rojas y González —sin esperar respuesta, daba media vuelta y emprendía la marcha.

—Se nota que su teniente está con la rabia por las nubes —le murmuraba el médico al joven sargento—, no se preocupe agente, apenas pueda le daré la autorización para que entreviste a los detenidos.

—¿Qué hay de los agentes doctor —necesitaba escucharlo—, se salvarán? Sea sincero por favor.

—Tenemos a uno muy grave y la verdad, dependerá de su fortaleza para lograr salvarse, nosotros hacemos todo lo posible por él.

—Lo entiendo, manténgame informado por favor.

—Pierda cuidado que así lo haré —el médico se retiraba en el momento, dejando a Meza con la incertidumbre a flor de piel respecto a la suerte de sus compañeros.

El teniente se enfrentaba una vez más a los periodistas que se agolpaban en la entrada del hospital, donde los guardias poco y nada lograban hacer para contenerlos. Le cortaban el paso y le podían encima los micrófonos y las cámaras, hostigándolo con diferentes preguntas, muchas de ellas sin el tacto que ameritaba la situación.

Pero el teniente no tenía tiempo que perder y no pretendía responder ningún tipo de pregunta a los medios, no era su estilo ni su forma el hablar frente a las cámaras, por lo que se abría paso a punta de empujones hasta llegar a su automóvil. Quienes más lo conocían, sabían que intentar sacarle algún tipo de información sería una pérdida de tiempo, pero también estaban los que pese a conocerlo, de igual manera intentaban alguna declaración de su parte.

—¡Malditos buitres —esbozaba ya dentro de su vehículo, encendiendo el motor y abandonando el lugar con dirección a la jefatura. Su rabia era tal que incluso olvidaba abrochar su cinturón de seguridad—, odio tener que lidiar con ellos, son unos insensibles, malditos hijos de perra!

No tardaba mucho en estar de vuelta en el estacionamiento de la jefatura de policía, permaneciendo en su vehículo por largos minutos antes de descender. No comprendía cómo un par de agentes que apenas se habían incorporado a su unidad hubiesen estado en el lugar y momento menos indicados, y lo peor, uno de ellos luchando por sobrevivir. Necesitaba imperiosamente unos minutos a solas, respirar profundo y calmarse. Pero muy poco le duraba aquello, pues su celular comenzaba a sonar.

Se trataba del capitán al otro lado de la línea. Los improperios por su parte no se hicieron esperar, no concebía el hecho de no tener ni un minuto de tranquilidad, pensando que seguramente su superior lo llamaba para otra de sus estupideces. Pero al contestar, sus suposiciones se iban por el drenaje, pues para variar, eran malas noticias, por lo que debía presentarse en su oficina lo antes posible.

Tras colgar la llamada, volvía a respirar hondo, no podía perder el control de sus acciones, y menos ahora que un nuevo inconveniente se presentaba, aunque era algo que ya veía venir. Tomó nuevamente su celular y revisó en su agenda, buscando un número en particular, dudando por segundos en realizar la llamada, pero estaba obligado a hacerlo, especialmente ahora que había conectado los recientes casos con el de los Marmolejo Tapia.

—Benjamín, tanto tiempo amigo mío.

—¿Eres tú Joel? —la voz del otro lado de la línea se escuchaba cansada al preguntar.

—En efecto, ¿quién más te estaría llamando? Tenemos que reunirnos lo antes posible.

—Sabes bien que estoy retirado mi amigo, no me imagino en qué pueda ayudarte.

—También lo ignoro por el momento —le revelaba un tanto dubitativo—, pero tienes una pieza clave en un caso que investigo, el que fue tu último caso.

—Ya veo, ya veo —murmuraba la voz del retirado teniente Almeida—, puedo mandarte la información si la necesitas con tanta urgencia.

—Tiene que ser en persona mi amigo.

—No estoy en condiciones de viajar mi amigo, tendrías que venir a mi residencia, pero como ya lo sabes, estoy lejos de la ciudad.

—Lo sé, por ello te estoy llamando, ¿tienes problemas en recibirme?

—¡Para nada —el teniente Almeida forzaba un poco la voz, tosiendo por unos segundos antes de continuar hablando—, sería feliz si me visitaras mi amigo!

—¿Tu dirección es la misma que me diste antes de partir?

—Así es mi amigo. Y por ahora no tengo intención de cambiarla.

—De acuerdo, dame unos días antes de partir, debo resolver unos temas primero.

—Tú como siempre no paras de trabajar —el teniente Almeida respiraba largo y hondo, tratando de esclarecer su voz, la que sonaba cada vez más débil—, eso te pasará la cuenta en algún minuto. Debes detenerte un poco, sacar el pie del acelerador mi amigo.

—Tendré una eternidad para descansar —respondía con franqueza el teniente Espinoza—, por ahora me es imposible hacerlo, estoy a manos llenas.

—Pues si tú lo dices. Pero te lo advierto, te queda poco tiempo si pretendes hablar en persona conmigo —el teniente Almeida sonaba un tanto triste y acongojado, su voz resquebrajada y carente de fuerza, se notaba que la forzaba en cada palabra para hacerse entender.

—¿Sucede algo Benjamín? —unos segundos de silencio eran la antesala a la respuesta.

—Me estoy muriendo mi amigo.

Un frío recorría el cuerpo del teniente Espinoza al escuchar esas palabras, entendiendo porqué la voz de su amigo sonaba tan extraña. Al igual que él, tenía una voz firme y gruesa, pero ahora era muy distinta, sonaba como los últimos días en que se mantuvo en servicio, débil y frágil al igual que se observaba su cuerpo, como si de golpe se le hubieran venido encima los años.

Pero así como el teniente Espinoza, su amigo y compañero no era de aquellos que se dejara amedrentar por alguna enfermedad pasajera, ni mucho menos divulgar entre los agentes policiales algo personal e íntimo. Ambos eran de la vieja escuela, hombres rudos y para nada sentimentales, eran hombres cuyo único objetivo era el de llevar ante la justicia a quienes osaran romperla.

—Ahora entiendo —murmuraba tras largos segundos de silencio—, ahora entiendo tus motivos para pedir tu baja, tu retiro no fue por cumplir años de servicio, fue por motivos de fuerza mayor, fue por tu estado de salud.

—Así es mi amigo, creí que lo habías notado en mis últimos días.

—Tú bien sabes que este trabajo te consume hasta la última de tus fibras —le reconocía muy a su pesar—, y muchas veces dejas pasar por alto cosas tan nítidas como esta, y cuando te das cuenta ya es demasiado tarde.

—Espero que no sea demasiado tarde para nuestra reunión mi amigo, puede que sea la última.

—¿Alguien más sabe de tu condición?

—Por el momento solo tú.

—¿Y te molestaría si le comunico esto a alguien más?

—Imagino que te refieres a Sixto —era de esperar que se refiriera a él, pues los tres eran buenos amigos dentro de la institución.

—Si no te molesta que se lo diga, de lo contrario mantendré silencio.

—Descuida Joel —un largo suspiro se escuchaba a través del teléfono—, me parece que es lo apropiado, mal que mal, trabajamos juntos por largos años. También tiene mi número, pero no he recibido llamado alguno de su parte.

—Pues le diré que te llame, sé que no es mucho, pero merece saber por lo que estás pasando. Imagino que si no te ha llamado, es por algo. ¿Quieres que me acompañe?

—Dudo mucho que tenga tiempo de venir a visitar a un moribundo, imagino que al igual que tú, debe de estar colapsado con el trabajo.

—Por desgracia el crimen no descansa mi amigo —aquello era una gran verdad.

—Siendo así, esperaré su llamado y tu visita mi amigo.

—Más te vale que nos esperes —le advertía—, estoy seguro que no dudará en acompañarme, así que no hagas planes para cambiarte de domicilio, de lo contrario me obligarás a patearte el culo.

—Tú como siempre, tienes un tacto divino para decir las cosas —a duras penas lograba reír, pese al cansancio y lo delicado de su estado de salud, su amigo de alguna manera siempre lograba eso, sacarle una sonrisa—, voy a extrañarte amigo.

—Guarda tu melodrama para otro, sabes bien que eso no funciona conmigo.

—Los estaré esperando entonces, tengo un café muy especial para compartir con ustedes.

—Ya estás hablando mi idioma —intentaba cambiar el tono de su voz—, pronto nos veremos.

—Hasta pronto mi amigo.

—Hasta pronto.

Por minutos se mantuvo dentro del vehículo en completo silencio y con mirada perdida. Uno de sus mejores amigos se estaba muriendo y nada podía hacer por él, y muy a su pesar escapaba de sus manos lo que le ocurría. Lo que sí podía hacer por él, era cerrar definitivamente aquel caso que dejó inconcluso con su partida de la institución, atrapar a ese desconocido criminal y llevarlo ante la justicia.

Sin dudarlo, buscó el número del teniente Sixto Pérez y lo llamó para darle la triste noticia respecto al estado de salud de su amigo, tomándolo por sorpresa con la inesperada y lapidaria noticia, pues también desconocía por lo que estaba pasando. Aunque le revelaba que tenía sus sospechas dada la repentina solicitud de retiro, y su comportamiento durante los últimos meses en que se mantuvo en servicio. Y sin dudarlo aceptó su ofrecimiento de acompañarlo.

—No esperaba menos de ti mi amigo.

—Para eso somos los amigos, la distancia no es impedimento.

—Sin embargo ninguno de nosotros se dignó a llamarlo desde que partió.

—Somos culpables y no tenemos excusa alguna, y como hombres debemos aceptar nuestro error.

—Te aviso la fecha del viaje.

—De acuerdo amigo. El permiso no es tema.

—Concuerdo.

Mucho tiempo no pasaría antes de resolver el dirigirse a la oficina del capitán, quien lo esperaba un tanto alterado producto de la reunión que durante el mediodía había sostenido ni más ni menos que con el senador José Mamani, padre de las recientes víctimas del desconocido asesino. El capitán estaba un tanto temeroso, pues su carrera estaba amenazada por las influencias del senador, quien exigía respuestas y un culpable a la brevedad.

—De modo que el maldito bastardo no vino precisamente a hablar en buenos términos.

—¡Para nada teniente —aullaba aún intranquilo desde su asiento el capitán—, el muy maldito me amenazó en mis narices, si no le entrego pronto al culpable, mi cabeza rodará!

—Dudo mucho que eso pase señor —con toda tranquilidad, el teniente se acomodaba en la silla, dándole un vistazo a un mueble donde el capitán mantenía una jarra con agua—, y menos con lo que le diré ahora.

—¿Tiene algo nuevo en el caso, ya sabe quién es el asesino?

—¡No sea estúpido Sanhueza —esbozaba campaneando con la cabeza, se levantaba y caminaba hacia el mueble para servir un vaso de agua—, crímenes de semejante magnitud no se resuelven de la noche a la mañana!

—¡Pues hable pronto entonces, le recuerdo que es mi cabeza la que está en juego!

—Debemos retroceder en el tiempo y desempolvar un viejo caso —revelaba mientras a paso lento se acercaba a su lado, extendiéndole el vaso de agua y lanzándole una mirada donde entre líneas se podía leer claramente que el líquido debía ser café, más el capitán no entendió el mensaje—, o mejor dicho, retomar un viejo caso.

—Sea más claro teniente —para variar, no entendía a qué se refería.

—Este asesino que anda suelto, es el mismo que le dio muerte a los Marmolejo Tapia hace dos años atrás, y lo más probable es que no se trate de un único individuo —tomaba asiento y se acomodaba a placer ante la mirada perpleja del capitán—, por desgracia el expediente de dicho caso se perdió casi en su totalidad.

—¿Y eso en qué nos ayuda a descubrir al misterioso asesino, o asesinos? —seguía sin entender.

—Por el momento en nada —lo observaba esperando alguna pregunta estúpida, sin embargo, se mantenía silente—. Es por ello que debo ausentarme unos días para realizar un viaje. El retirado teniente Almeida es el único que me puede ayudar por ahora, es el único que tiene en sus manos aquel expediente completo.

El capitán lo observaba en silencio y con atención tras sus dichos, pues aquello estaba fuera de todo protocolo. El que alguien en retiro conservara expedientes de casos no estaba permitido bajo ninguna circunstancia, más si se consideraba que este caso en particular permanecía abierto.

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