"Los caídos" cuarto libro de...

By VeronicaAFS

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Cuarta parte de la saga "Todos mis demonios". Eliza se enfrente a una nueva realidad que superará todas sus e... More

"Los caídos" cuarto libro de la saga "Todos mis demonios".
"Los caídos" libro 4 de la saga "Todos mis demonios". Capítulo 2
"Los caídos" libro 4 de la saga "Todos mis demonios" cap. 3
"Los caídos" cuarto libro de la saga "Todos mis dmeonios". Capítulo 5.
"Los caídos" cuarto libro de la saga "Todos mis demonios" cap. 6
"Los caídos" cuarto libro de la saga "Todos mis demonios", capítulo 7.
"Los caídos" cuarto libro de la saga "Todos mis demonios", capitulo 8.
"Los caídos" cuarto libro de la saga "Todos mis demonios", cap. 9
"Los caídos" cuarto libro de la saga "Todos mis demonios" cap. 10
"Los caídos" cuarto libro de la saga "Todos mis demonios" cap. 11
"Los caídos" cuarto libro de la saga "Todos mis demonios".
"Los caídos" cuarto libro de la saga "Todos mis demonios" cap. 13
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"Los caídos" libro 4 de la saga "Todos mis demonios". Cap. 19
"Los caídos", libro 4 de la saga "Todos mis demonios".
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"Los caídos" libro 4 de la saga "Todos mis demonios" cap. 22
"Los caídos" libro 4 de la saga "Todos mis demonios"
"Los caídos" libro 4 de la saga "Todos mis demonios".
"Los caídos" libro 4 de la saga "Todos mis demonios", cap. 25.
"Los caídos" libro 4 de la saga "Todos mis demonios".
"Los caídos", libro 4 de la saga "Todos mis demonios" ca. 27
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"Los caídos" libro 4 de la saga "Todos mis demonios", capítulo 44
"Los caídos" libro 4 de la saga "Todos mis demonios".

"Los caídos" cuarto libro de la saga "Todos mis demonios". Capítulo 4.

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By VeronicaAFS

4. Luna menguante.

Al otro lado de la pequeña ventana, la luna menguante brillaba. Dentro, ardían tres soles a punto de convertirse en supernovas capaces de convertir en polvo a toda la humanidad.

Por encima de su diario parisino, Vicente espiaba en dirección a Anežka. La chica dormía acurrucada en la amplia butaca, arropada con una manta beige. Incluso dormida, ella desparramaba una gran cantidad de energía (la cual como nos encontrábamos encerrados dentro de la cabina, no tenía por dónde escapar).

Al otro lado del avión, yo frente a Vicente, sostenía una taza de café entre las manos, procurando entretenerme bebiendo, cosa que obviamente, no daba resultado. Los nervios, la presencia de Anežka, mi discusión con mi esposo (eso continúa sonándome raro), ser consciente de que volvería a ver a Eleazar en un par de horas…a mi padre-pensé-, al Diablo, Lucifer, hacía que mi temperatura se mantuviese mucho más alta de lo normal.

Esta suerte de fusión nuclear se completaba con Vicente, no sé si por algo en particular, o por la suma de todo, él también irradiaba demasiada energía.

Fugaces, sus ojos pasaron sobre mí cuando cerró el diario. Con la mano sana, se estiró y apagó la luz de encima de su cabeza. Su otra mano, herida y vendada, descansaba sobre su pecho. Se acomodó sobre el asiento y cerró los ojos.

- Qué demonios sucede aquí- me pregunté en silencio-. Decidida a no dejar las cosas como estaban, coloqué la taza sobre la mesita y me levanté de mi lugar. Fui hasta él y me paré frente a sus rodillas. Mi cercanía le hizo abrir los ojos.

- ¿Qué?- me preguntó en un susurro.

Me incliné sobre él y comencé a besarlo.

- Nada cambiará- le juré cuando colocó su mano sana y caliente sobre mi muslo.

- No hagas promesas que luego no podrás cumplir.

- Voy a mantener mi palabra.

- Esto es lo mejor que yo haya tenido jamás y no quiero perderlo.

- No vamos a perderlo- acomodándome sobre su regazo rodeé mis hombros con su brazo-. Tú y yo hasta el fin de los tiempos, por siempre.

- Sea lo que sea que eso signifique- apostilló él. Cosa que no me gustó.

Tengo tendencia a querer quedarme siempre con la última palabra, quizá, esta, por primera vez, debió ser la oportunidad en que debí hablar, en vez de callar, sin embargo, como sus ojos me pedían silencio, lo abracé y cerré la boca.

Antes de llegar  París llamé a Eleazar a su celular, otra vez no contestó (era la tercera que me saltaba la casilla de mensajes; mucha tecnología y así y todo cada vez que deseaba ponerme en contacto con alguien, no podía), de modo que le dejé un mensaje avisándole que en un par de horas llegaría a su departamento. Preferí no adelantarle nada sobre los motivos que me llevaban no solamente a llamarlo, sino a visitarlo. Esta sería la primera vez desde la noche en que nos salvó a Vicente y a mí, que nos veríamos las caras. Es más, desde entonces no habíamos tenido mayor comunicación. Eleazar me llamó dos veces, la primera para saludarme por mi casamiento, y la segunda, como no le respondí el llamado, para ver si yo aún continuaba con vida.

El frío de París no tenía mucho que envidiarle al de Praga.

En un inmenso auto de alquiler metimos nuestro equipaje y emprendimos camino al departamento de Eleazar. Si bien la ciudad parecía todavía dormida, el día ya despuntaba. El sol teñía el concreto de la autopista, sus carteles, la nieve y la pintura de nuestro auto, de dorado. Incluso nuestros rostros tenían algo de color.

Como ya no soportaba el silencio (las cosas entre Vicente y yo fluían un poco mejor, eso suponía un gran respiro para enfrentar lo que se nos venía encima, el hecho de ser conscientes de que pronto volveríamos a tener frente a nosotros a mi padre, nos tenía alterados) saqué conversación. La pobre de Anežka debía padecer un fuerte estado de shock por los hechos de las últimas horas y yo apenas si había atinado a intentar reconfórtala. Puede parecer una insignificancia, pero si hasta me dio la impresión de que la pobre se sentía incómoda en mis ropas.

- Si todo sale bien, y se te apetece, en la tarde podemos ir de compras, para que puedas cambiarte de ropa.

Cruzamos una mirada por el espejo retrovisor y ella articuló un suave “gracias”.

- Es  lo mínimo que puedo hace por ti.

- ¿Entonces, vamos a quedarnos aquí o qué?

Vicente giró la cabeza, mi miró, le devolví la mirada y luego me giré sobre el asiento.

- Veremos a alguien y luego regresaremos a casa.

- ¿Y dónde es exactamente eso?

- En Buenos Aires, en Argentina.

- Al otro lado del mundo.

Asentí con un gesto.

Anežka resopló.

Vicente me espió por el rabillo del ojo alzando las cejas.

- ¿Alguno de ustedes tiene un cigarrillo?

- No- contestamos los dos a coro.

- Bueno, y a quién vinimos a ver.

- A alguien que puede ayudarnos a mantenerte segura.

- ¿Para que no vuelva a sucedernos lo de ayer?

- Así es.

- ¿Cómo es que ustedes sanan tan rápido?

- Simplemente así es- le contestó Vicente.

- Tu mano todavía no cura.

- Ya lo sé- le gruñó en respuesta.

- ¿Por qué?

- No estamos seguros- fue mi turno de contestar. Me imagino que a Vicente no le caía en gracia el interrogatorio.

- ¿Cuántos de ustedes hay en este mundo?

- Cientos, miles…

- Probablemente millones- completó Vicente interrumpiéndome.

- ¿De veras? ¿Y cómo es que el mundo aún continúa en pie? ¿Es esto una suerte de apocalipsis, la vida del mundo mengua, viene el juicio final o siempre ha sido así?

- Me figuro que la población demoníaca ha ido aumentando junto con la humana.

Vicente me espió otra vez por el rabillo del ojo como diciendo: ¿todavía no le cuentas nada?

Inspiré hondo y lo solté. - Hasta hace unos meses solía ser humana, digo, todavía lo soy, al menos en parte. Cambiamos en parte y una parte de nosotros…

Anežka soltó un insulto. - ¿Es eso cierto? ¿Todos ustedes solían ser humanos?

- Y hemos elegido cambiar. Es lo mismo por lo que pasarás tú- explicó Vicente.

- O sea que…tengo que cambiar porque no me queda otra opción al menos que quiera morir, y cuando cambie, seré igual que ustedes.

Asentí con la cabeza.

- Y podré hacer eso que tú hiciste en ese callejón, eso de la explosión y el calor.

Vicente apartó otra vez los ojos del camino, cruzamos una mirada.

- No somos muchos lo que podemos hacer esto.

- ¿A no? Tú y quién más.

En respuesta miré a Vicente.

- ¿Ustedes dos?

- Y probablemente ese último demonio al que nos enfrentamos. Quizá también había otro más aparte de él en Praga, alguien le hizo lo mismo a él.

- En la mano- completó ella.

- Así, es- Anežka comenzaba a comprender.

- Bueno, esos son bastantes demonios que pueden hacer eso.

- Como sea, hay muy pocos de nuestro tipo.

- ¿Qué es exactamente eso que ustedes hacen?

- Tenemos permiso de manipular fuego- articuló Vicente con voz áspera.

- ¿Tienen permiso de manipular fuego? ¿Eso qué significa?- inquirió sonriendo, todo esto debía parecerle ridículo.

- El fuego le da vida al infierno, es la posesión y el bien más preciado del infierno, solamente unos pocos tiene permiso de generarlo y manipularlo. Nosotros somos de esos.

- Tenemos autorización de jugar con fuego…con el fuego tal cual tú lo conoces- continué yo.

- Y de generar otro que nada tiene que ver con el mundo humano, un fuego que tiene el poder de quemar y matar a otros demonios. Ese fuego nos mata- entonó Vicente.

- Entonces no son infalibles.

- No del todo- respondí-. Así y todo nosotros…Vicente tiene más de ciento veinte años. Existen otros todavía mucho más…

- ¿Viejos? ¿De cuánto?

Anežka estaba que se le salían los ojos de las órbitas.

- Cientos de años.

- Es decir- tragó saliva-, que cuando cambie a lo que son ustedes básicamente voy a ser inmortal.

- Algo así.

Anežka palideció.

Aproveché la oportunidad y le hablé de Gaspar y su familia y le expliqué a qué se dedicaban, le conté cómo vivían y le adelanté que ellos formarían parte importante de su cambio, y de la primera etapa posterior a este. Le conté cosas sobre nuestro mundo, procurando aclara las confusiones típicas de esta situación. La verdad sobre los demonios, tal cual yo aprendí en el transcurso de un par de años, no era la misma que la humanidad creía conocer. Supongo que le tomaría un tiempo asimilar esto que sacado de contexto y de su nueva realidad, semejaría ser un cuento chino. También le conté sobre Lucas (obviando las partes enredadas y que no venían al caso), le conté sobre mi familia (explicando que aún los veía), y le hablé de todos nuestros otros amigos, de Jan, Anita, Marie y el resto que al igual que nosotros, no era lo que se espera de un demonio, incluso, dentro de nuestra sociedad.

Además intenté echar algo de claridad sobre los cambios que traería su transformación, aparte de la gracia de sanar con suma rapidez y no enfermar y no envejecer.

Probablemente esta fuese una conversación demasiado importante y transcendental para mantenerla en un automóvil de camino al centro de París, pero no quería que ella tuviese que enfrentarse a Eleazar sin conocer absolutamente nada de lo que sería su futuro.

Lo que sí no alcancé a explicarle, porque no tenía ni idea de cómo hacerlo, era quién y qué era Eleazar y lo relacionado sobre el lazo que nos unía.

Como cualquier humano, Anežka reaccionó con exclamaciones y muecas de lo más variadas y expresivas ante la nueva realidad que le solté sin anestesia o piedad. Las nociones de inmortalidad, eterna juventud, fuerza inconmensurable, poderes incomparables para cualquier humano no pasan de cualidades de super héroes y demás criaturas de ficción. Nadie siquiera puede soñar con ese tipo de cosas. Supongo que también le llevará un tiempo asimilar que su trabajo, para mantenerse fuerte, al menos durante los primeros años, y por qué no, siglos, será comprar almas para el infierno (hasta lo que me contó Vicente, solamente los muy viejos o muy poderosos pueden prescindir de eso).

Creo que mis palabras la aturdieron todavía más.

Solté mucho de lo que a mí me había tomado meses aprender (ella no tenía meses para aprender, tendría que cambiar cuanto antes para estar segura), aquello la dejó muda recostada sobre el asiento trasero, con la mirada perdida en el paisaje. Aproveche el momento y llamé a Eleazar otra vez.

- Soy yo, otra vez. En un par de minutos llegaré al departamento. Necesito que nos veamos, de verdad es urgente, no te lo pediría de no ser así. Por favor, Eleazar, tenemos que hablar. Te estaré agradecida si al menos me llamas. Bien…adiós-. Me costaba horrores acabar estos mensajes, qué se supone que debía decirle: “bien papá, te dejo un beso, nos vemos luego” o “besos, te quiero”.

Quererlo…no tenía ni la menor idea de qué sentía por él además de gratitud por habernos ayudado tanto a Vicente y a mí. Por lo demás, ese asunto todavía era confusión.

En cuanto corté llamé al departamento. Eleazar no encontraba allí, de hecho su mayordomo me comentó que llevaba un par de días fuera, y por supuesto, el Señor no tenía por qué explicar dónde iba, por cuanto tiempo, ni nada.

Me limité a avisar que caeríamos por ahí en un par de minutos; el hombre, tan formal y solicito como siempre, me aseguró que tendría todo listo para entonces.

Con poderes o sin ellos, humana o demonio en potencia, Anežka no dejaba de ser una adolescente. París la obnubiló. París, su moda, el lujo, sus hombres y mujeres, el barrio y el edificio frente el cual nos detuvimos.

Ella era una niña que debió crecer demasiado rápido, que ahora tenía en frente el mundo y, otro mundo impresionantemente distinto al que sus poderes la lanzaron así sin más, sin paracaídas, sin un guía, sin nada, sola y desamparada.

Lo único que opacó la fastuosa visión de todo aquello, que quizá bajo otras circunstancias hubiese sido el sueño de toda quinceañera que internamente desea sentirse princesa por un día, fue que Anežka percibió en el aire lo que Vicente podía oler, y yo sentir y oler, lo que nosotros dos sabíamos de sobra: que allí vivía más de un demonio, que uno en particular, era demasiado fuerte, el más fuerte todos.

Fue movilizante traspasar las puertas de aquel departamento. Lo fue para los tres.

Nadie allí pudo darme más datos sobre el paradero de Eleazar. A Vicente no le gustó ni un poco: insistí en que nos instalásemos allí al menos por veinticuatro horas. Sugerí, para cálmalo, que se comunicase con Gaspar y que lo pusiese al tanto de nuestra situación, mientras yo intentaba ponerme en contacto con Eleazar, además también parecía lógico que le diésemos un respiro a Anežka, en las últimas horas no habíamos hecho más que arrastrarla de aquí para allá.

Mientras Vicente hablaba con Gaspar, me llevé a Anežka a la cocina, las dos necesitábamos comer algo, en el avión apenas si habíamos probado bocado y ya era media mañana. Lo que sí, tomé el recaudo de pedir que nos dejasen a solas, mi pupila no era tonta, miraba con desconfianza a todos los que la rodeaban.

Preparé café, le puse en frente algo de fruta, pan, improvisé unos huevos revueltos y saqué dulce y manteca de la heladera. Mientras cocinaba y preparaba la mesa, fui picoteando un poco de esto y algo de aquello, lo cual llamó la atención de Anežka, olvidé explicarle el asunto de la comida y el hambre, y el tal vez, posible futuro desinterés por el alimento.

- No, no necesitamos comer- le contesté a su pregunta-. Es que durante los primeros tiempos la ansiedad es fuerte y te da hambre, mucha hambre. También hay quienes a la larga, pierden el gusto por la comida, los que son más apegados a las reglas de nuestro mundo, se reúsan a comer, es algo muy humano y por tanto una debilidad, una mácula en nuestras existencias.

- Yo nunca he sido de comer mucho, en casa no solía haber demasiado y además…- no terminó la frase.

Ella era muy delgada, me pregunté su sufriría de anorexia o algún otro tipo de desorden alimenticio..

- Reunirse alrededor de la mesa es agradable, muchos de nosotros prestigiamos ese momento, lo valoramos, ya sea con amigos o con familia es siempre un momento de gran valor-. Le coloqué enfrente una porción de huevos revueltos y algo de pan tostado-. Come, necesitas comer para estar fuerte.

- Por lo que dijiste pronto voy a ser fuerte, más que cualquier humano.

- Como sea- empujé el plato más cerca de ella-, come, por ahora lo necesitas.

- ¿Duele?

- ¿Qué cosa?

- Cambiar.

- No necesariamente, es extraño.

- ¿Te sentiste menos humana? No sé si la pregunta es la correcta- se encogió de hombros-. Es que no me hago a la idea; todo pasó tan rápido. Tengo la sensación de que en cualquier momento voy a despertar. Tengo miedo, tanto de despertar como de seguir soñando.

- No, no me siento menos humana. También tuve miedo, dudas, cientos de dudas, según mi experiencia, cambiar no es perder algo, sino ganar algo, es como si poco a poco fueses completándote.

- Mencionaste que tus padres están vivos y que los ves, ellos saben lo que eres, lo qué es Vicente.

Todavía recuerdo lo complicado y estresante que fue el día en que mamá y yo intentamos explicarle a mi padre, cuál era la realidad; el caso es que sé que el que se llevó la peor parte de aquella experiencia fue mi papá. Saber la verdad, toda la verdad, incluso sobre aquel que me engendró, le supuso unos cuantos días de atolondramiento mental. Eso ya no era algo sobre lo que discutiésemos, es más, soy consciente de que todos hacíamos un esfuerzo para evitar el tema.

- No creo que por lo pronto puedas volver a ver a tu familia. Si quieres llamarlos…

- No tengo a quien llamar. No tengo ni idea de dónde está mi padre, como te dije yo me fui de casa hace mucho. Mi papá bebía y no estaba mucho en casa. Tengo hermanos mayores que me figuro ya hicieron sus vidas.

- ¿Y tu madre?

- Se suicidó hace seis meses. Aquella cruz era lo único que me quedaba de ella.

- Lo lamento.

- Era muy católica. Es el día de hoy que no termino de entender por qué lo hizo. Ella creía tanto en el cielo como en el infierno. ¿Estará allí? ¿Existe?

- No tengo ni la menor idea de si existe, o si es como se piensa, o si tu madre está allí por haberse quitado la vida.

- Espero que no, ella no lo soportaría- bajó los ojos un momento y luego volvió a mirarme-. Por mucho tiempo creí odiarla, me hacía la vida imposible, fue ella quien convirtió mi existencia en un infierno, aun así, me dolería mucho saber que está allí.

- Estoy segura de que tu madre está bien, alguien que amó tanto, que se preocupó tanto por su hija, no puede tener un destino así.

- ¿Incluso si estuvo a punto de llevarme a la locura?

- Los que más aman y más se preocupan son los más susceptibles a cometer errores. Los que son fríos, los que no se interesan, simplemente no hacen nada, por lo tanto, es difícil que se equivoquen.

- Supongo que eso es cierto.

- Anežka, ser esto no es tan malo si eliges serlo, y continuar valorando tu humanidad. Existen muchas cosas que puedes hacer sin dañar a nadie, cosas que pueden ayudar a otros, cosas que mantienen la balanza entre el bien y el mal tanto más equiparada. Nosotros lo intentamos y esos amigos de los que te hablé también lo hacen.

- Todo esto es tan jodidamente loco.

- Sí, lo es.

Mi celular se puso a vibrar e inmediatamente a sonar. En el visor apareció el nombre de Eleazar. El corazón se me disparó.

- Hija, que milagro.

- Eleazar…

No me permitió hablar.

- Si deseas verme te puedo dar quince minutos, es todo, estoy de pasada por la ciudad y no pienso alejarme hasta el departamento. Si quieres hablar te subirás sola, al auto que envié a recogerte. Nos veremos allí donde yo estoy.

- Es que yo…

- Soy tu padre, que no se te olvide ese detalle.

- No se me olvida.

- Han pasado meses.

- ¿Me recriminas que no te llamara? Te recuerdo que viví más de veinte años sin saber que…- me interrumpió otra vez.

- Todo tiene un tiempo y un lugar.

- Por eso mismo.

- Dime ahora si vendrás o no, tengo muchas cosas que hacer como para continuar perdiendo el tiempo con esta discusión.

- Subiré a ese auto.

- Perfecto, entonces nos vemos luego-. Sin despedirse me cortó.

- Quién era.

- El dueño de casa. Tendré que salir para reunirme con él.

- Voy contigo.

- No puedes. Vicente cuidará de ti mientras tanto.

- No me gusta la idea, él no me agrada y creo que no le agrado.

- Que tontería, puedes confiar en Vicente.

- Es que me da la impresión de que él desconfía de mí.

- Nada de eso- mentira. Odiaba mentir, pero en este caso, o me quedaba otra opción.

Dejé a Anežka comiendo y fui a avisarle a Vicente que tenía que salir para reunirme con Eleazar; a él tampoco le gustó ni un poco la idea de que lo dejase al cuidado de la joven, y menos que menos, que me enfrentase sola a mi padre en Dios vaya a saber dónde. ¿Qué otra opción teníamos?

Mientras me preparaba para salir, Vicente me contó que Gaspar se había puesto en movimiento para ayudarnos a resolver el embrollo. Unos de sus hijos iban camino a Praga y otros esperaban la orden para salir hacia aquí.

Una ducha y un cambio de ropa más tarde, estaba lista para salir a enfrentar a Eleazar.

El chofer no quiso decirme dónde me llevaba, según él, no tenía autorización de hacerlo. Cuando le pregunté cuánto demoraría el viaje, se limitó a contestar que eso dependía del tránsito con que nos topásemos.

Tanto secretismo me puso los pelos de punta.

Imaginé que a Eleazar mi silencio no lo hacía feliz, esperaba muchas cosas de mí, demasiadas me figuro; lo principal del caso, es que sé que le complacería muchísimo tenerme a su lado, lo presiento y yo solamente me esforzaba todo lo posible en mantenerlo alejado de mí. El saberlo enojado (o al menos molesto; se le notaba en la voz que lo estaba) no era algo inesperado, lo barajaba entre las posibilidades, es que tener que enfrentar el rencuentro, dadas las circunstancias, hasta a mí me parecía bajo; volver a él simplemente porque necesitaba de su ayuda no era lo que puede definirse como una demostración de amor filial.

Desde el automóvil, unos veinte minutos más tarde, mandé un mensaje de texto a Vicente avisándole que aún me encontraban en camino a no sé dónde. Luego de enviar el mensaje, le quité el volumen al celular y lo puse en vibrador. A los pocos segundos recibí respuesta: - bien, mantenme al tanto de todo-.

A pesar de que apenas era otoño, la ola de frío que cubría toda Europa, también pegaba duro sobre las afueras de París. La nieve lo cubría todo.

Haciendo malabarismos para no perder la calma, contemplaba el paisaje gris. El cielo llevaba desde la media mañana cubriéndose cada vez más y más, y ahora, era una funda blanco grisácea tan baja y densa que resultaba opresiva.

Admito que no estaba lista para lo que sucedió a continuación. El chofer frenó de golpe sobre la banquina.

- Hemos llegado- anunció.

Llegado a dónde- pensé yo, si nos encontrábamos en medio de la nada.

- Baje y caminé todo derecho, tiene que pasar aquellos árboles de allí-. Apuntó en dirección al campo nevado.

Apenas si lograba distinguir los árboles. No soy capaz de estimar a qué distancia se encontraba dicho bosquecillo, lo que sí sé, es que era lejos, demasiado para andar a pie sobre ¿cuántos?, veinte centímetros de nieve recién caída.

- ¿Está allí?

El inmutable chofer me contestó que sí con la cabeza.

Tiene que ser una broma. De verdad que Eleazar intenta desquitarse porque no respondí a sus llamados.

Resoplé y me bajé del auto. Antes de cerrar la puerta le pregunté al hombre si iba a esperarme (lo único que me faltaba era tener que hacer dedo o caminar de regreso a la civilización). Obtuve una respuesta afirmativa, “esas son mis órdenes” entonó.

Di la media vuelta y comencé a andar. El terreno daba la impresión de ser liso, pero dudé un instante antes de poner el pie dentro del mar de nieve blanca que se extendía bajando la elevación sobre la cual estaba construida la ruta. Mi pierna se hundió hasta la rodilla en la nieve helada.

- ¡Perfecto!- Gruñí al sentir que por debajo de la capa blanca, mis tacos se hundían en barro helado. Y yo que me preocupé tanto por verme presentable.

Gracias a la dificultad del trayecto a franquear, entré en calor muy rápido. Mientras andaba, le mandé otro mensaje a Vicente explicándole que rayos hacía en este momento; él me contestó con un motón de signos de interrogación para los cuales yo no tenía respuesta alguna.

Si esto no era algo más que una simple insignificancia para el diablo (existía la posibilidad de que siquiera se hubiese puesto a pensar en lo que me obligaría a hacer para reunirme con él), debería disfrutar con esto.

Más o menos a los setecientos metros de llegar a los árboles, me quité el abrigo. El viento frío tenía el poder de cortar mi piel (sobre todo la de las mejillas, nariz y manos), también me lo ponía difícil a la hora de intentar abrir los ojos mucho más allá de una hendija: del suelo desprendía polvo blanco helado, que se arremolinaba formando volutas con formas extrañas, muchas de ellas semi humanas, aquí y allá, sobre todo, entre los troncos de los árboles.

Al entrar en el bosque me atenazó una espeluznante sensación; mucho tiempo transcurrió desde la última vez que me sentí así de observada, como por cientos de ojos ávidos de mi imagen.

El mundo se oscureció a mí alrededor. La nieve no lograba traspasar la copa de los árboles, tampoco la luz.

Calada de frío hasta los huesos, y movida hacerlo por el brusco cambio en mi temperatura corporal, me metí en el abrigo otra vez. Los dientes empezaron a castañetearme. Lo siguiente que experimente fue una debilidad extrema, tan inusitada desde mi cambio que temí por mi vida. Algo sucedía, un algo ni normal, ni bueno.

Saqué mi celular e intenté llamar a Vicente pero apenas si lograba distinguir las teclas de aparato que cargaba en la mano. Lo único que me movía hacia adelante era una luz blanca muy brillante.

Supongo que si no me hubiese sentido tan atontada, habría buscado ayuda o huido, lo cierto es que con las pocas fuerzas que me quedaban, me arrastré hacia la luz, y cuando llegué a ella, caí de rodillas rendida. La cabeza me daba vueltas, los brazos me pesaban y el sonido áspero de mi respiración era lo único que lograba oír.

- Eliza.

No alcé la cabeza porque no logré juntar en los músculos de mi cuello, la fuerza necesaria para eso. Me limité a mover mis ojos. Frente a mí se hallaba una sobra.

Una mano caliente, alzó mi mentón. En cuanto me tocó, mi vista se aclaró. Los oscuros ojos de Eleazar a diez centímetros de los míos, ardían. Verlos era como verme en el espejo, bien, en este momento él tenía toda la fuerza que a mí me faltaba, y me figuro que eso es literalmente así, no me cabe duda de que el causante de mi estado era él.

Eleazar rechistó meneando la cabeza.

Un hedor mefítico impregnó el aire frío entre nosotros.

- ¡Ved ojos del cielo y del infierno, quien vuelve arrastrándose a mí!-. Entonó alzando la vez luego de soltarme y enderezarse.

Un trueno rajó el cielo y la tierra.

El suelo tembló debajo de mí. Por un fugaz instante, temí que la tierra fuese a abrirse para devorarme entera y viva.

Empujándome con las manos sobre las rodillas, enderecé la espalda y levanté la cabeza todo lo que pude. Lo hice a tiempo para ser testigo de aquel hombre parado con su imponente presencia de siempre. Sostenía los brazos en alto y el viento le daba coletazos al ruedo de su pesado abrigo gris.

- Si me arrastro es porque me obligas- conseguí articular a duras penas. Después de lo de recién no sé de dónde me quedaron ganas para enfrentarlo.

Bajo los brazos y me miró. Llevaba gruesos guantes negros de cuero que hizo crujir cuando se refregó las manos envolviendo una con la otra.

- Siempre acabas pronunciando algo que termina por desarmarme-. Dio un paso al frente-. Hija mía, de no ser porque te pareces mucho a mí cuando era joven, ya habría acabado contigo hace meses. Tu progenitor está furioso contigo. Mira que no devolverme un solo llamado, no dar absolutamente ninguna señal de vida- salmodió impostando la voz de un modo muy teatral.

- Creí que habías dicho que éramos libres.

- Así era- contestó y vino a arrodillarse frente a mí otra vez-. Pero como soy tu padre, y tu mí hija, esperaba algo más de ti.

- No entiendo qué podía ser eso.

- ¿Puedo confesarte algo?- no esperó mi respuesta-. Me quedé con las ganas de entregarte en el altar.

- Eso sí que no me lo creo.

- Es cierto. La paternidad se siente de una única forma, seas un padre severo o lo seas permisivo, tus hijos son siempre tus hijos-. Me puso las manos sobre los hombros y con ese contacto a través de sus guantes y de toda la ropa que llevaba yo encima, experimente una tenue subida de mi temperatura corporal, la cual me ayudó con el castañeteo de mis dientes y el temblor generalizado de mi cuerpo-. Créeme cuando te digo que sé muy bien lo que significa tener un padre severo, el mío solía serlo, al menos, conmigo; por lo tanto permíteme que te diga, que yo no lo soy contigo. Esto- me soltó- no es ni la milésima parte de lo que me tocó experimentar.

De repente todo en mí se normalizó. De este extraño castigo no restaba más que una lejana sensación de entumecimiento.

- ¡Levántate!- exclamó-. ¡Cómo si me gustase verte así! ¡Semejante escena no es más que una vergüenza para ambos!

Me incorporé. De pie analicé el paisaje; campo abierto, virgen, con suaves ondulaciones. No hallé ni un vehículo, ni ninguna propiedad cerca, tampoco ningún camino que le hubiese puesto a Eleazar su arribo aquí, menos complicado que el mío.

- Ahora bien, qué puedo hacer por ti, a qué viene este súbito amor por tu padre.

- Casi me matan ayer.

Eleazar por poco se desnuca para darse la vuelta y mirarme.

- ¿Cómo has dicho?

- Fue en Praga- comencé a decir. Resumí la historia al máximo, cuanto antes me largase de aquí, tanto mejor. Nunca antes la presencia de Eleazar me afectara tanto. Pasé de no tener energías a convertirme en algo que haría chirriar como loco un contador Geiger.

- ¿De verdad has tomado un aprendiz?- preguntó visible y agradablemente sorprendido.

Acaso no oyó que acabo de decirle que casi nos matan a ambas, y a Vicente; que alguien que produce fuego, anda suelto por ahí.

- Sí, así es. En contra de lo que todos opinan decidí ayudarla.

- Y dices que sus poderes se presagian sobresalientes.

- Eh, bien, ella irradia…

- ¿Entiendes lo que te deportará dicho evento, no es así?

- Bue…

- ¡No podría experimentar más orgullo del que siento ahora!- lanzó interrumpiéndome en la mitad de mis cavilaciones, siquiera había meditado ese detalle. Todos, e incluida yo misma, nos inclinamos directamente por enfocarnos en los problemas inmediatos resultantes en mí por tener que hacerme cargo de una entidad tan fuerte siendo yo todavía una neófita.  Incluso luego del ataque, lo más urgente fue meditar sobre los pasos a seguir para salvaguardad nuestra seguridad. Nadie siquiera había mencionado el hecho de que fuera lo que fuese en que Anežka se convertiría, repercutiría inmediatamente sobre mí. Para bien o para mal sus fuerzas serían de algún modo, en parte mías, hasta tanto y en cuento, Anežka no fuese capaz de valerse por sí sola.

Eleazar estaba en su elemento. Su sonrisa era tan amplía que amenazaba con devorarle el rostro. Que sonrisa tan maliciosa aquella.

- Tienes todo mi apoyo hija. Y no te preocupes por nada, averiguaré quienes son esos indeseables entes que se atrevieron a alzarse contra ti, y los haré pagar por eso. Tú concéntrate en esa muchacha y en ti misma, que por lo que veo, tu estado avanza a pasos demasiado lentos. No tengo idea de qué es lo que has estado haciendo en los últimos meses, pero me imagino que nada tiene que ver con tu evolución. Quizá deberías considerar cambiar de maestro.

- Vicente es mi maestro.

- Por eso lo digo.

- ¿No te agradaba?

- Lo has expresado bien, “me agradaba”, pasado. No es que tenga nada contra él, no me molesta que sea tu esposo, me molesta que se haya convertido en un lastre para ti.

- No es un lastre.

- ¿Segura?

- Totalmente.

- Te propongo algo, porque no vienes conmigo, pasaremos un tiempo juntos, viajando por el mundo, aprendiendo cosas; esa joven que encontraste puede venir con nosotros, sería en extremo beneficioso para ambas.

- Eleazar, eso no va a suceder, yo tengo una vida, y todo lo que necesito conmigo.

- Permíteme discrepar, soy tu padre, sé perfectamente lo que es mejor para ti.

Eleazar me contempló un momento en silencio, luego se dio la vuelta y comenzó a caminar junto a los arboles alrededor de los cuales el viento continuaba arremolinando la nieve.

- Lo dudo. Obviamente conoces mejor que nadie esta cara del mundo, pero no me conoces a mí, te perdiste casi toda mi vida.

- Eso no es cierto, y la verdad es que veinti tantos años no hacen ni la menor diferencia frente a la eternidad. Para tu información querida hija, permíteme confesarte un pequeño secreto- volvía hasta mí, y no hablo hasta no pararse frene a mis zapatos embarrados-. Siempre estuve allí; que no me vieses, no implica que yo no te viese a ti-. Alzó su mano derecha y la posó sobre mi mejilla-. ¿De verdad crees que pude haber sido capaz de abandonarte?

- Abandonaste a mi madre.

En el rostro de Eleazar quedó plasmada una mueca de disgusto comandada por la tirantez de una sonrisa nada alegre.

- No hables de lo que no conoces o sabes, indefectiblemente caes en errores.

- Sí sé- la mano de Eleazar se movió hasta mi boca, con uno de sus dedos cruzó mis labios.

- Discutiremos eso en otro momento. Tengo prisa.

- No tenemos que discutir sobre eso, no me interesa.

- ¿Ah sí?, apuesto un millón de almas a que sí. Hija, apenas si comienzas a asomarte al mundo. ¿Crees que lo has visto todo? Te equivocas-. Se inclinó sobre mí y me estampó un beso en la frente-. Regresa a casa, cuidaré de ti y de la muchacha. No te preocupes por nada, todo mejorará día a día, de hecho, a partir de ahora todo irá de maravilla. Por fin este mundo parece tener algo de sentido-. Giró a mi alrededor y sobre mi hombro derecho susurró:- grandiosos días se aproximan.

Una fuerte ráfaga de viento impactó contra mi espalda. Cuando me di la vuelta, Eleazar ya no estaba allí, de hecho, no estaba por ninguna parte.

Regresé chapoteando otra vez por el barro congelado.

Desde el auto, de regreso al departamento llamé a Vicente para decirle que todo estaba bien, que organizase nuestra partida para lo antes posible.

Sorprendí a mis dos acompañantes al llegar con las semejantes fachas -sucia, embarrada y empapada de pies a cabeza-.

Luego de ponerme en condiciones otra vez, cumplí con mi palabra y llevé a Anežka de compras por París.

Dimos vueltas hasta que se hizo de noche.

Ocuparnos de algo tan trivial y femenino como comprar ropa, zapatos, carteras y demás artilugios femeninos, no sacó a las dos de tema. Nos relajamos y lo disfrutamos. Si bien las fuerzas de la joven continuaban suponiendo un foco de alteración en mi estabilidad, comprendí que disfrutaba de su compañía. Supongo que de alguna parte (ni idea de dónde), brotó en mí cierto instinto maternal. Quería cuidar de ella, mimarla, enseñarle cosas.

En ese lapso de tiempo que pasamos juntas, experimentando esas horas de normalidad, me percaté de que las dos teníamos muchas cosas en común, las dos éramos algo parcas y secas a la hora de demostrar nuestros sentimientos, nos habíamos sentido durante buena parte de nuestras vidas fuera de lugar, muy comunes, demasiado comunes y al mismo tiempo completamente extrañas a comparación de los demás. A las dos nos costaba recibir y aceptar gestos de cariño y cuidado, y las dos teníamos tendencia a encerrarnos en nosotras mismas.

En el taxi de regreso al departamento, me percaté de que comenzaba a encariñarme con ella.

¿Se habría sentido así Gaspar al conocer a los que luego se convirtieron en sus hijos?

- Gracias- me susurró Anežka abrazando una de las bolsas de Chanel que cargaba sobre la falda. Ella al principio también se inhibió frente a lo extravagante de este mundo. Durante las primeras dos horas solamente dimos vueltas por negocios de rebajas y saldos, hasta que finalmente logré convencerla de que tanto daba dónde comprase su ropa. Ella acotó que por lo visto, no, mientras el resultado final fuese verse bien, despampanante, tal como Vicente y yo. Le expliqué que más allá de las ropas, básicamente, cuando se cambia, es para convertirse en algo atrayente, el algo que te haga desear eso mismo.

- No hay por qué- le contesté.

- No es solamente por la ropa, los zapatos y lo demás- inspiró hondo-, es por todo.

- Es lo mínimo que puedo hacer por ti.

- De verdad quiero aprender, quiero que me enseñes, quiero quedarme contigo para descubrir de qué va todo esto.

- Pues entonces así será.

- Me siento como Alicia en el País de las Maravillas.

- Así también me sentí yo.

- Estoy aterrada, y muy emocionada también.

- Es lógico, apenas si pasan cuarenta y ocho horas de que te enterases de la existencia de todo esto.

Anežka cayó dormida como una piedra poco después del despegue y prácticamente no abrió los ojos hasta que llegamos a Buenos Aires. A la pobre la sobrepasaba la situación.

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