Videtur

By NeverAbril

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Jess siempre quiso enamorarse, pero nunca pensó que su primer novio sería uno falso y mucho menos que sería X... More

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0 | Videtur
1 | A blind date with a serial killer
2 | Best friends, best lovers
3 | From Hollywood to Broadway
4 | Aphrodite's love
5 | World record

Especial de San Valentín

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By NeverAbril

✨ El gif fue hecho por  -Starlana

🎶 XOVE 🎶

A pesar de que todos los indicios indicaban que íbamos a terminar mal, cada vez que volvíamos a empezar se sentía mucho mejor.

Salimos del ascensor para introducirnos en el pasillo vacío. Estudié el lugar con la mirada para encontrar mi habitación de hotel sin dejar de sostener su mano. No podía dejarla ir, no sin conocerla un poco más.

―Así que, ¿en serio te hospedas aquí o solo me vas a tener dando vueltas por ahí?

En cuanto logré mi objetivo, volteé para ir caminando de espalda y jalar de ella con el objetivo de acercarla a mí. Su contacto, su perfume, una mezcla de lavanda y ella, y muchos otros factores hicieron que me pegara a su cuerpo como un imán.

―¿Por qué? ¿Te estoy aburriendo?

Se tambaleó y soltó una risita que acabó con su boca liberando un jadeo cuando llevé mi palma libre hacia su rostro.

―Yo no dije eso.

―¿Esto es aburrido para ti? ―repliqué, corriendo su cabello castaño para recorrer la longitud de su cuello, sentir su pulso acelerado, aspirar el aroma de su piel caliente, y comenzar a depositar besos sobre la misma―. ¿Preferirías hacer otra cosa? ¿O que te haga otra cosa? Todo lo que tienes que hacer es pedir.

Por más que había algo feroz en mí que me pedía que volara al cuarto, fui despacio, no gentil, solo despacio. Quería tomarme mi tiempo y darle el suyo a ella.

Su espalda se arqueó, lo que alteró mis peores instintos, y rodeé su cintura con mi brazo libre. Succioné y le di un pequeño mordisco en aquel punto que noté que la afectaba más para igualar las cosas justo cuando sentí sus uñas clavarse en mi hombro tras apretarlo.

Todavía no podía creer que eso estaba sucediendo, por ende, cada movimiento lo hacía más real y me elevaba como si fuera una droga potente que te volvía adicto con una probada. La probé. Una y otra vez. Una y otra vez.

―¿Cómo qué? ―desafió en un susurro intenso en vez de suplicar―. ¿Qué serías capaz de hacer?

Abandoné su cuello para ir besando su garganta, su mandíbula, y luego detenerme para estudiar sus labios suaves e hinchados, sus mejillas ligeramente rosadas por el calor, y sus ojos tímidos que no se atrevían a mirar los míos y se desviaban para contemplar el resto de mi rostro.

―Ya lo sentirás.

Sus dedos jugaron con el borde de mi camiseta y los límites de mi cordura.

Cada vez que subía y bajaba el pecho para respirar, me entraba el impulso de arrancarle la ropa para acabar con todo. Ya no escuchaba nada más que su voz y el sonido de nuestras respiraciones a coro. La fama, el dinero, y los problemas. El conjunto se disolvió. Solo quedó la chica frente a mí. Era imposible dejar de mirarla.

―Enséñame ―pidió ella y se elevó con las puntas de los pies para besarme y me perdí en el instante en que sus labios rozaron los míos―. Enséñame. ―Colocó una de sus manos en mi nuca y la otra a la altura de mi corazón para aferrarse a mí―. Enséñame todo. Ahora.

Sonreí sin saber cómo decirle que acababa de despertar a un monstruo. Casi me sentía culpable por todas las cosas sucias y perversas que planeaba hacerle.

―¿Estás segura de que puedes con ello?

Pese a que no estábamos haciendo nada mal, sentía que estaba un paso más cerca del infierno con cada movimiento que hacía, por ende, cometería todos los pecados posibles antes de cumplir con mi sentencia.

―¿Por qué no me pruebas?

Tomé sus palabras como un desafío y luego la tomé a ella. No me contuve. Ya no era capaz de hacerlo. Me rendí ante mis básicas y más primitivas necesidades. Por suerte, las suyas se parecían a las mías. Después de todo, éramos humanos y, sin importar las diferencias que podíamos llegar a tener, el deseo por lo prohibido, por hacer lo que decían que estaba mal, nos gobernaba cuando algo digno de pecar se nos presentaba y ella lo era.

A pesar de que dejé atrás la idea de ir despacio, no pareció molestarla, sino que me dio una mirada sensual y casi malvada que con la que me rogaba que la follara y que yo no sabía que era capaz de hacer luego de una charla que tocó temas serios en el bar. La besé. Ahí. Justo en el medio del pasillo. Con urgencia. Como si fuera mi único propósito en la vida.

No tardé más de dos segundos en empotrarla sin delicadeza contra la pared del hotel y arrojar por la borda cada pensamiento racional que tuve. No sabía de dónde venía aquella lujuria poderosa, solo que la fuente era la forma en la que ella se aferraba a mí, me besaba con un apetito voraz y su lengua, y me hablaba con sus caricias desesperadas y malditamente sabrosas.

Ignoré el hecho de que la puerta de mi habitación estaba junto a nosotros. Continué besándola y dejándome llevar por aquella corriente novedosa y letal.

Una tensión irresistible se había estado gestando entre nosotros y explotamos en ese momento.

Al principio, fuimos erráticos y divertidos y luego le agarramos el ritmo y la impudicia nos gobernó.

Me encantó tener su cuerpo contra el mío y a mi disposición. Adoré la sensación enérgica que vino con el choque. Dominé el beso, arrancándole suaves gemidos y la capacidad de respirar, y su cabeza se movió con mi mano sobre su garganta, profundizándolo hasta que solo quedó el sabor de su boca en mi lengua. Era deliciosa, hábil, y poderosa. No se quedó atrás. Me consumió como si fuera la primera vez y yo la devoré como si fuera la última.

Mi corazón latió como loco, pero toda mi sangre bajó hacia un sitio en específico. El control se había ido de viaje y una vorágine de sensaciones se hizo cargo.

En contraste, sus brazos delgados no se anclaron a una parte, sino que viajaron entre mi pecho, mis hombros, mi rostro, mi nuca, y mi pelo, pero se aseguraron de mantenerme cerca.

Yo tampoco me despegué de ella. La solté y mi mano se dio un tour por sus curvas divinas, trazando el vestido hasta el final para subirlo un poco y detallar la sedosidad de sus muslos gruesos antes de regresar y tocar todo lo que me permitió. Había algo en cómo nos ajustábamos el uno al otro que nos ayudaba a ir más allá, incluso cuando no debería ser posible.

Por más que los dos estábamos de pie, en el lío del impacto, me las arreglé para ubicarme entre sus piernas descubiertas y estuvimos condenados en el instante en el que colisionamos. La fricción que se causaba con cada movimiento era una delicia maligna.

Bajé el brazo con el que antes la había rodeado para trazar la cremallera de su vestido, acariciando su espalda arqueada en el proceso, y finalmente palmeé su culo a través de la tela, sintiendo sus nalgas firmes. Encajaban tan bien en mis manos que tuve que apretarlas. Qué manjar.

Los sonidos que emitió tampoco fueron inocentes. Se notaba que trataba de contenerlos y eso ocasionaba que fueran todavía más fuertes. Sus caderas se giraban contra mí, encontrando mi entrepierna a pesar de la diferencia de altura, y su pelvis se frotaba contra mí casi por accidente a medida que la empujaba. Mi erección era tan potente que ya casi resultaba dolorosa. No necesitaba una simple liberación, la necesitaba a ella.

Era hermosa, preciosa, más que todos los diamantes del mundo, con sus colores, su modo de hablar, y el brillo natural de sus ojos. Pero, por alguna razón, también tenía la habilidad de hacerme desearla como nunca.

La forma en que caminaba como si tuviera que hacer que hasta eso fuera divertido y capturaba mi atención con sus piernas y me hacía pensar en lo mucho que me divertiría metiéndome entre ellas. La manera en que arqueaba la espalda, tiraba la cabeza para atrás y parecía que sonreía cuando gemía. El modo en que se agitaba, haciéndome fantasear con enterrar la cara entre sus pechos. Era incontenible. La combinación electrizó cada rincón de mi piel.

Aunque los dos sabíamos sería solo sexo, eso no impedía que disfrutara como nunca de la única vez que nos veríamos en la vida.

―¿Quieres entrar a mi habitación o estás cómoda con hacerlo en el pasillo? ―propuse en chiste.

No me concentré en nada más que en su boca.

―Ahora mismo me da lo mismo. ―Hizo una pausa, luchando para respirar―. No lo dije en serio. Abre la puerta.

Fingí buscar las llaves.

―Creo que perdí las llaves.

Ella se adelantó a meter la mano en el bolsillo de mi pantalón y las sacó.

―No. Están justo ahí.

Se las quité y las sacudí entre nosotros antes de ir y acercarme de nuevo.

―O tal vez solo quería una excusa para que hicieras eso.

Sus ojos se entrecerraron.

―Eres malvado.

―Yo te lo advertí. ―Tomé sus labios con los míos solo para terminar tirando de los suyos con mis dientes―. Ahora dame un beso.

Jugó conmigo, pasándose la lengua por la boca.

―¿Solo eso?

Tomé su cintura e hice que se sacudiera para mí.

―Puede que yo sea el malo, pero tú eres la que me está torturando.

―¿Quién dice? ―Ella tomó mi mano para robar las llaves―. Tal vez yo también lo sea.

Entonces, rio y se escapó para ir hacia la puerta e intentar abrirla. El juego me resultó tan exasperante como gracioso. La agarré por sorpresa y la abracé desde atrás para que se apresurara. Las risas torpes y lujuriosas fueron más altas que el tintineo de las llaves. Alguien pasó por el corredor y nos sorprendimos sin preocuparnos porque justo conseguimos entrar al cuarto. Le rogué a las fuerzas del universo y a los tabloides que no fuera un periodista.

―Casi nos atrapan.

Gracias a que apagué las luces cuando salí de la habitación la última vez, la única iluminación de la que disponíamos era la luz del sol que se filtraba a través de las cortinas cerradas. Aun así, reconocí la sala que funcionaba como un recibidor y estaba conectada al cuarto principal con una puerta. No fuimos allí de inmediato. Continuamos bromeando en las penumbras.

―Lo dices como si estuviéramos haciendo algo ilegal.

―Detenidos por follar en público. Ese es el sueño ―bromeé, observándola sin miramientos.

Ella dejó de estudiar el lugar y se enfocó en mí para suspirar indignada.

―El sueño de Satán, quizá.

―Era una broma.

―Gracias al cielo, no puedo ser arrestada.

Reí.

―¿Por qué? ¿Eres una fugitiva?

Su reacción me generó sospechas.

―¡No lo soy! ―se defendió cuando se me fue la sonrisa de la cara―. El padre de mi amiga es policía y si me arrestan, va a usar eso para molestarme por el resto de mi vida.

―¿Por qué?

―Nos conocimos porque yo llamé a la policía quejándome por ruidos molestos. Ella solía poner la música muy alta en la madrugada y yo no podía dormir ni siquiera lo mínimo porque las paredes del edificio eran muy delgadas. La peor parte es que lo hacía para que no se escuchara cada vez que ella llevaba a un chico al departamento para realizar actividades recreativas, por decirlo así.

Me quedé más tranquilo con la explicación y también más anonadado.

―¿Actividades recreativas?

Ella me respondió entre dientes lo siguiente:

―Como esta.

Contuve las ganas de reír.

―Sí, yo también te habría molestado si fuera ella.

Agachó su cabeza con frustración.

―Perdón por la anécdota larga en medio de esto. No es sexy.

Tomé su barbilla para que subiera la vista y la solté.

―Está bien ―aseguré―. En realidad, me dio una idea. ¿Quieres que ponga música?

Se emocionó de inmediato.

―¿Para generar el ambiente? Lo he visto un millón de veces en las películas románticas. Nunca entendí por qué.

Mi odio hacia la industria del romance resurgió en mi memoria.

―¡Porque son poco realistas!

Fue firme.

―No vamos a discutir sobre esto otra vez.

Cedí.

―Cualquier otro día, te hubiera odiado.

―¿Y hoy? ―preguntó ella, mordiéndose los labios casi de manera inconsciente, y la tentación se apoderó de mí.

―Hoy solo me apetece besarte, entre otras cosas.

Sonrió, contenta con mi declaración, y justo cuando parecía que iba a besarme, frunció el ceño y se detuvo a medio camino.

―¿Por qué?

Me confundió un poco.

―¿"Por qué" qué?

―¿Por qué quieres besarme?

La respuesta me pareció muy obvia.

―¿Qué clase de pregunta es esa?

Me dio la impresión de que era algo importante para ella.

―Responde, por favor.

―Porque ahora mismo quiero hacerlo más que nada ―contesté, franco, tal vez demasiado.

―¿En serio?

―¿Por qué mentiría?

―No sé qué hay de ti, pero yo tengo casi veintidós años y nadie lo ha intentado antes, no así, no como tú ―balbuceó acerca de nuestro beso―. Así que, siempre supuse que había algo malo en mí.

―Hasta donde yo sé, no tienes nada malo. Nada.

―Entonces...

―Al contrario de lo que piensas de mí, yo no beso a cualquiera.

―¿Debo sentirme honrada?

―No, solo soy un hombre que conoció a una mujer graciosa y hermosa y ahora realmente quiere besarla ―resumí sin rodeos.

―Es raro que hables de ti en tercera persona.

―Estaba tratando de no ser un imbécil.

―Ibas muy bien hasta que dijiste eso último ―expuso, entretenida conmigo.

―Tengo la tendencia de arruinar las cosas.

―Yo también.

―No quiero arruinar esto.

Ella se estiró para sujetarse de mi chaqueta abierta.

―Yo tampoco. Estoy cansada de oír sobre la vida de los demás, quiero empezar a vivir la mía como me plazca, tener aventuras locas, y hacer lo que quiera cuando me apetezca, y ahora mismo tengo muchas ganas de hacerlo contigo.

Su aliento cálido bailó cerca de mis labios. Aunque la conversación era fluida e interesante, más de lo que uno pensaría dado que nos habíamos conocido ese mismo día, tuve que esforzarme para mantenerme sereno ante su cercanía.

―Si pasaban dos minutos más, probablemente se hubieran topado con una escena para mayores de edad, cielos, para mayores de cuarenta.

Torció la boca, formando una mueca.

―Soy prácticamente virgen, cuando dices cosas así, pones las expectativas muy altas.

Me incliné hacia ella con seguridad.

―Porque sé que puedo y voy a cumplirlas.

No retrocedió, sino que me miró directo a los ojos.

―Yo seré quien juzgue eso ―se divirtió.

Enarqué una ceja.

―¿Así es cómo serán las cosas?

Imitó mi gesto a modo de burla.

―¿Cómo creíste que serían?

Llevé mis dedos hacia el lazo de su cabello y lo recorrí hasta el final, luego pasé tanto el índice como el corazón por su clavícula y acabé trazando el camino al borde su escote. Me entretuve ahí.

―No lo sé. Mi cabeza está en otro lado.

Su respiración pareció cortarse.

―¿Dónde está?

Ya no pude aguantar más.

―Lo importante es dónde estará en los próximos cinco segundos y será entre tus pechos, tus piernas, todo.

Me provocó.

―¿Qué te detiene?

Doblé la cabeza un poquito y ella entendió a qué me refería.

―Solo quiero asegurarme de que esto es lo que quieres ―expresé, ya que sería su primera vez y sería conmigo.

―¡Lo es!

―¿Tú cambiaste de opinión?

Negué con la cabeza, siendo muy consciente de la erección que no parecía querer bajar.

―No, para nada.

―De acuerdo.

―Pensé que querrías que fuera algo especial o algo por el estilo.

―Es especial. Es Día de San Valentín en una suite elegante con un hombre gracioso y guapo ―masculló en un tono burlón por lo que dije antes―. ¿Ves?

―Te estás burlando de mí.

―Un poco. ¿Cómo fue tu primera vez?

―En la parte trasera de un auto. Tenía diecisiete. Nada especial.

―¿Y te arrepentiste?

―No ―me encogí de hombros y sonrió de manera sutil.

―Entonces, yo no lo haré.

―De acuerdo.

Vaciló sin saber qué decir o hacer.

―Entonces...

Procedí a girarla con mis manos en sus caderas para mostrarle el camino al dormitorio. Rio y yo también. En esa ocasión, yo abrí la puerta para que nadie nos molestara.

―Después de ti ―le susurré en el oído antes de depositar un beso fugaz sobre su pelo y apartarme para quitarme la chaqueta y arrojarla sobre la mesa pequeña y redonda de la entrada.

Dio un paso adelante, alejándose para inspeccionar el lugar, y me miró con escepticismo.

―¿Qué? ¿Quieres que entré primero para ver si no hay un asesino serial? ―bufó―. ¡Oh por Dios! ¡Es eso!

Su deducción y su sentido del humor me dejaron sin habla.

―¡Por supuesto que no! Espera, ¿tú crees que hay uno?

Puso sus manos a sus costados, molesta. Terminó yendo directo hacia la cama que se ubicaba contra la pared con las sábanas perfectamente acomodadas junto con los almohadones y cobertores.

―Solo hay un modo de saberlo. Tendré que fijarme.

Iba a decirle algo y me detuve para observarla con los brazos cruzados, admirando la escena escandalosamente tentadora que me regaló.

―No hay nada aquí ―agregó y me dio la espalda para agacharse, causando que su pelo cayera hacia adelante.

No pude evitar morderme el labio ante la imagen exquisita de su culo.

―Fíjate de nuevo.

Tras soltar un suspiro, ella lo hizo. Sonreí y sonreí todavía más cuando volteó y cruzó sus brazos sobre su pecho al atraparme en el acto.

―¿Qué estabas haciendo? ¿Estabas mirándome el trasero?

Bajé los brazos a medida que caminaba en su dirección.

―No.

Puso los ojos en blanco.

―¿No?

―De hecho, estaba mirando tu vestido. Es muy bonito, por cierto. ―El ambiente cambió en cuanto estuvimos parados uno frente al otro―. Y se verá genial cuando termine en el suelo después de que te lo quite.

Se lamió los labios, desafiante.

―Eres malo.

Llevé mis manos a sus brazos para que los aflojara a sus costados.

―Sí, y estoy a punto de dedicarme a hacerte sentir muy bien.

―Bueno, felicidades. ―Sus dedos acariciaron mis antebrazos―. No hay nada debajo de la cama.

―No, pero ahora tú estarás en ella.

No lo planeé. En un inicio, quise jugarle una broma y me dejé caer sobre ella para que termináramos sobre el colchón, luego de las pequeñas risas, los suaves suspiros de sorpresa, y los movimientos torpes que realizamos para acomodarnos, se tornó en algo más.

Me encontraba sobre su cuerpo, sus piernas se habían anclado a cada lado de mí, sus ojos miraban fijamente los míos a pesar de que yo apoyé los brazos a los costados de su cabeza y mi rostro estaba a unos considerables centímetros de distancia. Mierda, la tela de su vestido era tan sedoso que provocó que se subiera hasta la cadera y me atormentara con las posibilidades. Cada parte de mí se tensó. Resucitó la desesperación de ir por algo más.

No pude evitar imaginar su silueta al desnudo, la forma de sus tetas, el sabor de su coño en la punta de mi lengua, y su expresión cuando la llenara con mi pene. Era demasiado. No podía esperar y a su vez quería disfrutar del camino que me conduciría hasta aquella maldición disfrazada de bendición.

―Lo hiciste a propósito.

Ni siquiera me molesté en negarlo.

―Sí, tengo algo que se llama voluntad propia.

Arrugó la frente.

―No seas condescendiente. No me gusta eso.

―¿Y qué te gusta? ―pregunté, paseando la palma por su cuerpo para dar con su pierna y dejarla sobre su rodilla.

Me atrajo hacia sí.

―Lo que estás haciendo ahora mismo sirve de ejemplo.

Moví la mano para viajar hacia la cara interna de su muslo.

―Me preguntó qué más.

Percibí cómo le afectaba mi accionar gracias a que levantó las caderas, incitándome de maneras gigantescas.

―Podemos averiguarlo.

Miré directamente a su boca, declarando lo que haría a continuación.

―Me parece una idea brillante.

―Solo deja de hablar y bésame de una vez.

No me opuse. Fue una brillante, espléndida idea. Usualmente, odiaba San Valentín, pero de repente aquel día en específico se convirtió en mi favorito por alguna razón.

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