Rodrigo Zacara y el Espejo de...

By victorgayol

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Rodrigo está acostumbrado a que su amigo Óliver le meta en algún lío de vez en cuando, pero jamás hubiera pod... More

1. La Torre del Tormento
3. Un lugar inesperado
4. La huida
5. La fortaleza de Gárador
6. El código secreto
7. El nombramiento de los escuderos
8. La historia del Rey Garad
9. La premonición
10. La loba herida
11. En la enfermería
12. La carta de Balkar
13. El combate
14. El escondite de Dónegan
15. El torneo
16. La revelación del espejo
17. El traidor
18. El Espejo del Poder

2. La salida secreta

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By victorgayol

Rodrigo sintió que alguien le agarraba del brazo e intentó liberarse con todas sus fuerzas. Tenía que escapar de ese maldito lugar.

—¡Despierta, Rodri! Ya son las nueve.

En cuanto abrió los ojos se encontró con la cara de Óliver a medio metro de la suya. Miró a su alrededor sin comprender muy bien dónde se encontraba, hasta que por fin distinguió el dormitorio que compartía con sus tres amigos. Estaba empapado en sudor, sin duda debido a la pesadilla que lo había atormentado durante toda la noche. Podía recordarla tan claramente que parecía real como la vida misma. Estaba bajando las escaleras de la torre, pero por más escalones que bajaba nunca llegaba a encontrar la salida. Mientras tanto, unas palabras no dejaban de aparecer ante sus narices cada pocos metros: Caerán las estrellas del cielo antes de que puedas salir. La luna saldrá en pleno día antes de que puedas huir.

—¿Te encuentras bien? —le preguntó Óliver.

—Sí, sólo ha sido una pesadilla. No te preocupes.

Durante el desayuno, los del dormitorio de al lado todavía estaban discutiendo sobre quién había tirado las bombas fétidas. Rodrigo y Óliver no pudieron evitar reírse.

—¿De qué os estáis riendo? —preguntó uno de ellos.

Rodrigo se dio cuenta de que empezaba a sonrojarse, pero afortunadamente Óliver supo reaccionar.

—¿Seguro que eran bombas fétidas? ¿No sería que alguno de vosotros tenía incontinencias?

—Muy gracioso. ¿No habréis sido vosotros? Estáis en la habitación de al lado. No me extrañaría que hubierais encontrado un hueco en la pared.

—¿Sabes lo que dicen, Andrés? —replicó Óliver—. El que primero lo huele debajo lo tiene.

Por suerte su comentario tuvo el efecto que él pretendía y los del otro grupo volvieron a sospechar entre ellos.

—Muy bueno, Óliver —dijo Rodrigo en voz baja.

—Necesitaremos un plan diferente para esta noche —comentó él—. Si volvemos a tirarles bombas fétidas van a sospechar de nosotros y se lo dirán al Topo.

—¿Pero todavía tienes ganas de volver a la torre?

—Ellos tienen que verlo —respondió Óliver, señalando a Álvaro y a Sergio—. A lo mejor entre todos podemos encontrar la salida secreta. Yo creo que la clave está en las estrellas. Tal vez si consiguiéramos un mapa de esos que salen las constelaciones...

—¿Pero qué dices ahora de las estrellas? —se mofó Alvaro—. Empiezo a creer que sí que habéis subido a la torre, pero tú te has debido de caer de cabeza por las escaleras.

—Claro —dijo Óliver—. Tú no lo entiendes porque ayer no tuvimos tiempo de contaros lo que decía el mensaje. Era algo así como "Sigue el camino de las estrellas cuando pretendas salir, y... y ...". Bueno, luego decía algo de la luna que no recuerdo muy bien.

Rodrigo se echó a reír. Óliver era tan malo recordando enigmas misteriosos como memorizando los afluentes de los ríos.

—«Caerán las estrellas del cielo antes de que puedas salir. La luna saldrá en pleno día antes de que puedas huir» —recitó—. Eso es exactamente lo que estaba escrito en la pared.

—Eso es —corroboró Óiver—. ¡Qué buena memoria tienes, Rodri!

—A mí eso no me parece una clave para encontrar la salida secreta —observó Álvaro—. Seguramente lo escribió el conde para atormentar a los prisioneros.

—Pero, ¿es que ahora te crees toda esa milonga? —le preguntó Sergio—. Te digo yo que estos dos no han llegado más allá de los servicios.

—¿Te apuestas algo? —le retó Óliver—. ¿Qué te apuestas a que esta noche volvemos con una cámara de fotos y os demostramos que es cierto?

—¿Volvemos? —repitió Rodrigo, que ya se olía las intenciones de Óliver—. ¿A quiénes te refieres?

—A nosotros dos, claro.

—¡Ya estamos otra vez! ¡Que a mí no se me ha perdido nada en esa torre! Con subir una vez ya he tenido más que suficiente.

—¡Psst! —interrumpió Óliver— ¡Calla, que se acerca el Topo!

Desde ese momento no volvieron a tener ocasión de hablar más del tema, lo cual a Rodrigo le pareció un alivio. Después del desayuno tuvieron una clase de malabares y a continuación un taller de cerámica. Estaba resultando una mañana mucho más entretenida que el día anterior, que lo único que hicieron fue escuchar las explicaciones del guía del castillo. De todas formas Rodrigo no lograba concentrarse. Su mente todavía seguía dándole vueltas a su aventura del día anterior, y parecía que a Óliver le ocurría lo mismo. El jarrón que hizo Rodrigo en el taller de cerámica tenía forma de váter, y el botijo de Óliver parecía una cabeza de cerdo. Cuando Andrea, una chica de clase, se acercó a ellos, Rodrigo intentó esconder su jarrón para que no lo viera. Afortunadamente sólo se fijó en el botijo de su amigo.

—Hola Óliver —dijo ella, apartando suavemente su largo pelo castaño de su cara—. ¡Qué cerdito tan mono! ¿Es una hucha?

Óliver se quedó mirándola como embelesado y balbuceó una respuesta que nadie logró entender. Rodrigo, Álvaro y Sergio se partían de risa.

—¿Se puede saber qué os pasa? —les preguntó Óliver, rojo como un tomate.

Parecía que Sergio le iba a responder algo gracioso, pero justo entonces el Topo entró en la sala y se quedó de pie esperando a que todos le prestaran atención, como solía hacer cuando quería anunciar algo importante.

—Tengo una buena noticia —dijo el profesor—. Esta noche vamos a acostarnos un poco más tarde de lo habitual. Va a ser una noche perfecta para observar las Gemínidas, y estamos en el lugar ideal para poder verlas.

Los murmullos que se oyeron a continuación demostraron claramente que Rodrigo no era el único que no tenía ni idea de lo que eran las Gemínidas. Sin duda el Topo ya se lo imaginaba, porque sonreía abiertamente al observar la cara de perplejidad de los alumnos. Sin duda algo raro le estaba pasando a su profesor de historia. Unos meses atrás habría sido un milagro verle sonreír, y jamás se le hubiera ocurrido dejar que se acostaran más tarde de la hora. Ni por todas las Gemínidas del mundo.

—¿Nadie sabe lo que son las Gemínidas? —preguntó el profesor, pero tras unos segundos de silencio tuvo que explicarlo él mismo—. Las Gemínidas son una lluvia de estrellas que tiene lugar todos los años el 13 o el 14 de Diciembre.

—¿Qué es una lluvia de estrellas? —preguntó Óliver, como siempre sin levantar la mano.

—Las lluvias de estrellas son momentos del año en los que podemos observar gran cantidad de meteoritos. En realidad el nombre lluvia de estrellas es algo erróneo, porque realmente no son estrellas, pero antiguamente la gente sí que lo creía. La verdad es que cuando lo ves, parece que las estrellas estuvieran cayendo del cielo.

Rodrigo sintió como si un calambrazo le recorriera desde la cabeza hasta los pies. Las palabras escritas en la pared de la torre volvieron a su mente en cuanto el profesor pronunció estas últimas palabras.

Caerán las estrellas del cielo antes de que puedas salir...

Rodrigo miró a Óliver pensando que él también se habría dado cuenta, pero su amigo parecía estar observando detenidamente las telarañas del techo. Seguramente no había escuchado ni media palabra, a pesar de que él mismo había hecho la pregunta.

—Las Gemínidas no son tan famosas como las Perseidas, también conocidas como Lágrimas de San Lorenzo —prosiguió el Topo—. Eso no es debido a que sean menos importantes, sino que normalmente no se pueden observar bien porque en Diciembre el cielo suele estar cubierto. Hoy sin embargo tenemos un día completamente despejado y además tenemos otra cosa a nuestro favor: esta noche no habrá luna.

—¿Cómo es posible que no haya luna? —preguntó Óliver, que por lo visto estaba más atento de lo que Rodrigo había pensado.

—Si prestaras más atención en las clases de ciencias sabrías que cada veintinueve días hay una noche sin luna —respondió el profesor—. Se llama luna nueva.

—¿Entonces no debería llamarse luna desaparecida? —preguntó Óliver, haciendo que muchos se echaran a reír.

—Bueno, en realidad no es que la luna desaparezca, sino que sale durante el día en vez de por la noche. De hecho, la luna está en el cielo ahora mismo, lo que pasa es que el brillo del sol no nos permite verla. Por esa misma razón no podamos ver las estrellas durante el día, aunque siguen en el cielo.

Rodrigo se quedó helado. Eso era exactamente lo que decía la segunda parte del mensaje: La luna saldrá en pleno día antes de que puedas huir. Primero lo de las estrellas y ahora lo de la luna... ¡No podía ser una casualidad! Sin pensarlo dos veces se inclinó hacia Óliver y le preguntó en voz baja:

—¿Has oído eso?

—¡Ya te digo! —respondió Óliver— Este tío está majara. Todo el mundo sabe que la luna sólo sale por la noche.

—¿Pero no te das cuenta? —insistió Rodrigo—. ¡Es lo que decía el mensaje de la torre! La luna saldrá en pleno día antes de que puedas huir.

—¡Es verdad! —exclamó Óliver, que con la sorpresa se había olvidado de bajar la voz—. Las estrellas caerán del cielo y la luna saldrá en pleno día ¡No puede ser casualidad! ¡Algo va a pasar esta noche!

—Me alegro de que la astronomía te apasione tanto, Óliver —dijo el Topo—, pero si vuelves a interrumpir sin levantar la mano te vas a quedar sin ver la lluvia de estrellas. Y ahora, todos a comer.

—¡Sigo sin creérmelo! —dijo Sergio, en cuanto llegaron al comedor y se sentaron—. Seguro que ya sabíais que hoy iba a haber lluvia de estrellas y luna nueva. Apuesto a que oísteis al Topo comentarlo con alguien y se os ocurrió que podríais gastarnos una broma.

—No se... —titubeó Álvaro—. La verdad es que si están fingiendo entonces son unos actores de primera ¿No has visto la cara de pasmado que puso Rodrigo cuando el Topo dijo lo de las estrellas?

—Pues claro —dijo Rodrigo—. Tú en mi lugar también la habrías puesto. ¿Sabéis qué? Ahora creo que Óliver tiene razón. Creo que la torre tiene una salida secreta, pero por alguna razón sólo se podrá ver esta noche, y yo pienso estar allí para comprobarlo. ¿Quién se apunta?

La emoción de su descubrimiento había hecho que se olvidara por completo del miedo que había pasado la noche anterior. Estaba seguro de que esa noche después de la lluvia de estrellas pasaría algo que les permitiría encontrar la salida secreta de la torre, y no pensaba perdérselo.

—Yo me apunto, desde luego —dijo Óliver.

—Creo que yo también iré —afirmó Álvaro, que parecía cada vez más convencido de que no era ninguna broma.

—Bueno, pues yo también—accedió finalmente Sergio—. Que conste que sigo sin creerme ninguna de vuestras historias, pero no pienso ser el único que se quede en el dormitorio.

Rodrigo se llevó una mano a la boca para disimular su sonrisa. Estaba claro que Sergio estaba empezando a dudar de sus propias palabras, pero no estaba dispuesto a reconocerlo.

—¿Y cómo vamos a hacer para salir los cuatro sin que nos pillen?—preguntó Óliver—. No podemos repetir lo de las bombas fétidas. Sería demasiado sospechoso.

—¿Y si nos escapamos cuando el Topo nos saque a ver la lluvia de estrellas? —sugirió Álvaro—. Podemos decir que nos hemos olvidado algo en el dormitorio, o que tenemos que ir al servicio.

—No creo que funcione —dijo Óliver—. Mientras yo esté en el grupo, el Topo desconfiará de cualquier excusa que inventemos. Siempre piensa que estoy tramando algo.

—¿Por qué será? —bromeó Rodrigo.

—No sé, me habrá confundido con otro —respondió Óliver, poniendo cara de ingenuo.

—El caso es que tenemos que pensar algo —insistió Rodrigo, poniendo fin a las bromas—. Es posible que hoy podamos resolver un misterio que ha permanecido oculto cientos de años.

—El guía nos dijo que los investigadores han registrado la torre muchas veces —dijo Sergio—. Si de verdad hubiera un enigma escrito en la pared, ellos ya lo habrían visto.

—A lo mejor nunca se les ha ocurrido subir de noche—dijo Óliver.

—Es verdad —dijo Rodrigo—. Si han inspeccionando la torre no creo que lo hicieran a oscuras. Incluso aunque alguien hubiera subido de noche seguro que llevaría una linterna.

—Bueno, ¿entonces cómo lo hacemos? —insistió Sergio—. Si queremos ir los cuatro, no va a quedar nadie que pueda distraer al Topo.

—Bueno, siempre quedan los espíritus, ¿no? —bromeó Óliver—. Tú que te entiendes tan bien con ellos podrías pedirles que hicieran un poco de ruido para distraerle. Ya sabes: aullidos, lamentos, golpes en las ventanas...

—¡Claro! —saltó Rodrigo, que acababa de idear un plan—. ¡Eso es! ¡Podemos grabar psicofonías!

Óliver lo miró con una mezcla de sorpresa y exasperación.

—Lo decía de broma, Rodri. ¿Acaso tú también crees en esas tonterías?

—No, no. Escuchad. Podemos coger el mp3 de Óliver y grabar voces que parezcan de fantasmas. Luego lo dejamos escondido en un dormitorio de las chicas y cuando se pongan a gritar de miedo el Topo tendrá que ir a ver qué pasa.

—Ya, pero estamos en las mismas —objetó Álvaro— ¿Cómo vamos a llevar el mp3 y dejarlo escondido sin que nadie se dé cuenta?

—Lo haremos justo después de cenar —dijo Rodrigo—. Intentaremos terminar pronto y subir antes que el resto.

—Pero a esas horas no nos sirve de nada —objetó Álvaro—. Tiene que ser por la noche, cuando todo el mundo esté en la cama.

—Óliver, has dicho tu mp3 puede grabar muchas horas, ¿verdad? —preguntó Rodrigo.

—Hasta diez horas.

—Entonces primero tenemos que dejar dos horas de completo silencio antes de grabar las voces de espíritus. Así podremos esconder el mp3 a la hora de la cena, pero no sonará hasta las doce.

—¡Qué buena idea, Rodri! —dijo Óliver—. Creo la próxima vez que me quiera escapar del internado lo consultaré primero contigo.

—Aún tenemos un problema —objetó Sergio—. Los dormitorios están cerrados con llave. No vamos a poder entrar para esconder el mp3.

—Tal vez Óliver podría conseguir que Andrea le invite a entrar... —bromeó Rodrigo.

—Ja ja, mira como me parto —replicó él, poniéndose rojo como un tomate.

—Entonces tenemos que meterlo en el abrigo de una de las chicas sin que se dé cuenta —concluyó Rodrigo—. Podemos aprovechar cuando salgamos a ver la lluvia de estrellas.

Una vez que todos estuvieron de acuerdo con el plan, subieron corriendo a su dormitorio. Óliver encendió el mp3, pulsó el botón de grabar y lo dejó metido en un cajón.

—Después de comer tenemos tiempo libre —comentó Rodrigo cuando los cuatro salieron por el pasillo—. Volveremos a la habitación y grabaremos las psicofonías.

Durante la comida, los cuatro estaban tan entusiasmados hablando de sus planes que ninguno se dio cuenta de que tenían el plato completamente lleno cuando empezaron a servir el segundo.

—¿Pero qué os pasa? —preguntó el monitor—. ¿A ninguno os gusta el puré? Pues os lo tenéis que comer todo.

Los chicos se pusieron a comer sin rechistar, pero a los dos minutos ya se habían vuelto a olvidar de las cucharas y los platos.

—Tenemos que conseguir otra linterna —dijo Rodrigo—. La de Óliver la encontramos al salir de la torre, pero sin la tapa de las pilas.

—No te preocupes por eso —dijo Sergio—. Se la pediré a mi primo, que también ha traído una.

Cuando los demás fueron terminando y empezaron a levantarse, Rodrigo y sus compañeros tuvieron que apresurarse para terminar todo lo que tenían en los platos. A los cinco minutos ya estaban de vuelta en su dormitorio. Óliver abrió el cajón procurando no hacer ruido y pulsó el botón de pausa.

—Vale, ya han pasado dos horas. Ha llegado la hora de los espiiirituusss —dijo con voz grave y resonante, provocando las risas de sus amigos.

—Vale —dijo Rodrigo después de unos segundos—. En cuanto lo pongas a grabar, nos iremos turnando para hacer gritos, lamentos, lloros, suplicar ayuda y todas esas cosas que dicen las ánimas en pena.

Óliver puso en marcha el grabador y Álvaro empezó a ulular como un fantasma, pero entonces Óliver chilló como un niño diciendo "Ayúdame mamá, por favor" y nadie pudo aguantar la risa. Tuvieron que rebobinar y empezar de nuevo. Esta vez aguantaron unos diez segundos, hasta que Óliver dijo "tengo sed de sangre" y todos se echaron a reír otra vez.

Después de muchos intentos por fin consiguieron grabar dos minutos seguidos de voces, aullidos y lamentos. Óliver rebobinó para escuchar el resultado y todos se miraron satisfechos.

Aún no hemos terminado —dijo Rodrigo—. Esto nos servirá para distraer al Topo y salir de la habitación, pero luego tenemos que volver. Hay que dejar media hora más de silencio y luego grabar más voces.

Siguiendo sus instrucciones, Óliver volvió a dejar el mp3 grabando dentro del cajón y los cuatro salieron del dormitorio para no hacer ruido. Media hora después volvieron y terminaron el trabajo, no sin tener que repetirlo unas cuantas veces.

Aquella tarde Rodrigo no escuchó ni una sola palabra de todo lo que les explicaron sobre la forma de vida en la edad media. No dejaba de pensar en el enigma de la torre y de preguntarse si esas mismas palabras serían las que habían permitido al conde Zacara y al otro prisionero escapar sin dejar rastro. En realidad no lograba imaginarse cómo podría haber una salida secreta oculta en la torre. Lo más lógico era que se tratara de un túnel, pero algo así no podría haber permanecido oculto durante siglos.

Por fin el Topo apareció al final de la cena y les mandó ir a buscar los abrigos y salir al patio del castillo. Rodrigo y sus tres amigos ya estaban ansiosos, preguntándose si conseguirían meter el mp3 en el abrigo de alguna chica sin que se diera cuenta. Al salir del castillo comprobaron que efectivamente se trataba de una noche sin luna, por lo que el cielo se veía plagado de estrellas. Afortunadamente, la densa oscuridad que les rodeaba también les ayudaría a llevar a cabo su plan.

—Venga, Óliver —susurró Sergio, mientras todos los demás observaban el cielo con atención—. Ahora es un buen momento.

—¿Y por qué no lo haces tú? —respondió Óliver, ofreciéndole el mp3.

—Lo echaremos a suertes —propuso Rodrigo, tratando de evitar una discusión inútil—. Tiraremos dos monedas. El primero que saque dos caras le toca.

Óliver argumentó que bastante hacía él poniendo el mp3, y que aún no sabía cómo lo iba a recuperar, pero como el tiempo apremiaba terminó cediendo y Rodrigo fue el primero en lanzar las monedas. Al ver que había salido cara y cruz se las pasó a Sergio, que también sacó cara y cruz. Luego tiró Álvaro, que sacó dos cruces y finalmente Óliver... que sacó dos caras.

—Lo ves —bromeó Rodrigo—. Hasta las monedas saben que tú eres el más experimentado en estas cosas.

A regañadientes, Óliver apretó el mp3 dentro de su puño y caminó hacia Lorena, que era la que estaba más cerca. Se acercó sigilosamente por su espalda, pero justo cuando estaba extendiendo el brazo para alcanzar su bolsillo, una de sus amigas se giró y lo vio.

—Eh —le dijo—. ¿Qué estabas haciendo?

—Yo... nada, de verdad —respondió Óliver, retrocediendo unos pasos.

—Déjanos en paz o se lo diré a Don Ramiro —amenazó ella.

Rodrigo se quedó perplejo unos instantes hasta que recordó que Don Ramiro era el nombre del Topo. Hacía tiempo que no escuchaba ese nombre.

—Me han pillado—dijo Óliver al llegar de nuevo junto a ellos—. Y con la pulla que me han montado creo que ahora todas las demás estarán en alerta.

No podían darse por vencidos. Esa noche tenían que subir a la torre, fuera como fuera. Rodrigo intentó pensar otra forma de conseguirlo y de pronto se le ocurrió una idea. Le pidió el mp3 a Óliver y se acercó a Lorena sin ningún disimulo.

—¿Ahora tú? —protestó la chica—. ¿Queréis dejarnos en paz?

—Sólo quería avisarte —respondió Rodrigo—. Óliver te ha metido un escarabajo en el bolsillo.

Tal como se imaginaba, la chica se puso a chillar. Se quitó el abrigo como si estuviera lleno de serpientes y lo lanzó lo más lejos posible. Rodrigo se acercó al abrigo, metió el mp3 en el bolsillo y luego fingió sacar el escarabajo y aplastarlo bajo su pie.

—Ya no está —le dijo a la chica, devolviéndole el abrigo—. Pero yo que tú no volvería a meter la mano en el bolsillo. Los escarabajos dejan un olor asqueroso.

—La chica cogió el abrigo mirándolo con repulsión y no volvió a ponérselo, sino que lo sujetó con el brazo estirado como si fuera un trapo sucio. Rodrigo se dio la vuelta y se reunió con sus amigos, sonriente.

—¡Impresionante! —le dijo Óliver, mirándole con tanta admiración como si se tratara del delantero de su equipo preferido—. Es una pena que no aproveches más este talento que tienes. Si yo tuviera tu inteligencia pondría el internado patas arriba y nadie sospecharía de mí.

—Bueno, tu fama de bromista también ha ayudado —respondió Rodrigo—. Lorena se ha creído de inmediato que le habías metido un escarabajo en el bolsillo.

—Claro —dijo él entre risas—. Es que una vez se lo hice a Sara, pero con una lagartija.

Media hora más tarde el Topo dio por terminada su jornada de observación estelar. Mientras subían a los dormitorios todo el mundo hablaba de las estrellas fugaces que habían visto, salvo Rodrigo y sus compañeros, que apenas habían tenido tiempo de mirar al cielo. Como ya eran las once y media, el Topo ordenó a todos lavarse los dientes y acostarse en cinco minutos. Ellos procuraron obedecer sin armar jaleo para no estropear su plan. Un poco más tarde, cuando ya no se oía a nadie por el pasillo, el Topo se asomó a su puerta y al ver que todos estaban en la cama y en silencio volvió a cerrar.

—Será mejor que nos quedemos en la cama hasta que oigamos los gritos de las chicas —susurró Óliver.

Los cuatro se quedaron en silencio, atentos a cualquier sonido que llegara a sus oídos. De vez en cuando se oía alguna vocecilla o alguna risa procedente de los otros dormitorios, pero nada lo suficientemente escandaloso como para hacer intervenir al Topo. Ya debían de ser las doce y cuarto cuando Rodrigo empezó a pensar que algo había fallado en su plan. Seguramente Lorena había encontrado el mp3 en el bolsillo de su abrigo, y en ese caso ya no podrían hacer nada.

—¡AAAAAHHHHH!

El estremecedor grito de pánico que atravesó todas las paredes del castillo no dejaba ninguna duda. Las chicas estaban oyendo las voces de ultratumba grabadas en el mp3. Los cuatro dejaron sus mochilas debajo de las mantas para hacer bulto y se agruparon junto a la puerta. Óliver se asomó y susurró:

—Adelante. Tenemos vía libre.

Una vez que consiguieron atravesar el pasillo sin ser vistos, el resto del camino hasta la torre resultó tan sencillo como el día anterior. El viento helado azotaba sus rostros cuando alcanzaron la entrada de la gran torre de piedra. Sergio sacó la linterna de su primo y apunto hacia las escaleras.

—¿Qué? ¿Subimos?

Rodrigo titubeó. ¿Y si subían arriba y la salida secreta aparecía en la planta baja? Parecía lo más lógico, aunque por otra parte tampoco sería extraño que el misterio se desvelara en el mismo sitio donde habían escrito el enigma.

—¿Y si nos separamos? —propuso—. Óliver y yo podemos quedarnos aquí mientras vosotros subís hasta arriba. No sabemos dónde puede aparecer la salida secreta.

—¡Lo que me imaginaba! —Sergio se plantó delante de él con el gesto torcido—. Todo esto es una mentira. Vosotros no habéis subido a la torre ni una sola vez. Queréis que subamos nosotros para gastarnos una broma. Seguro que estáis planeando marcharos y dejarnos solos.

Rodrigo sintió ganas de quitarle la linterna y golpearle con ella en la cabeza. No tenían tiempo para empezar otra vez con esa discusión.

—¡Bueno, pues subimos nosotros! Vosotros esperad aquí y estad atentos. Lo más probable es que la salida secreta aparezca aquí abajo.

Sentía rabia porque algo le decía que iban a ser sus amigos quienes descubrieran el misterio, pero lo mejor que podían hacer era separarse. Sin dar pie a más confrontaciones comenzó a subir.

—¡Eh, espérame! —dijo Óliver.

Rodrigo se dio la vuelta y vio que su amigo estaba unos escalones más abajo, con los ojos cerrados.

—Vaya, ya me había olvidado de tu claustrofobia —dijo—. Si quieres puedes quedarte aquí abajo y que Álvaro suba conmigo.

—No, no. Yo subo contigo —insistió Óliver, y se agarró a la parte de atrás de su chaqueta para no tener que abrir los ojos.

Una vez más los dos amigos subieron la empinada escalera hasta llegar a la pequeña salita circular que se encontraba en lo alto de la torre. Nada más superar el último escalón Rodrigo apagó la linterna y dirigió la mirada hacia la pared donde habían visto escrito el enigma. Las mismas palabras que les habían llevado a esta aventura seguían allí, desprendiendo un tenue brillo azulado. Rodrigo giró sobre sí mismo para observar el resto de la estancia, pero no encontró nada más.

«Aquí arriba no hacemos nada» —pensó—. «Si realmente hay una salida secreta, la encontrarán Sergio y Álvaro».

No pudo evitar sentir una punzada de resentimiento hacia sus amigos. A fin de cuentas habían sido él y Óliver los que habían subido a la torre y habían descubierto el enigma. Sergio y Álvaro no habían hecho nada para resolver el misterio, salvo reírse de ellos y burlarse de su historia. Eran ellos los que tenían que haber subido, mientras él y Óliver esperaban abajo. Pero ya era demasiado tarde. Estaba claro que allí arriba no podía haber ninguna salida secreta, a menos que supieran volar.

Tras comprobar que no había nada más en la sala que brillase en la oscuridad volvió a encender la linterna y miró a Óliver, que hasta se había atrevido a abrir los ojos. Justo en ese momento ocurrió algo extraño. Rodrigo ni siquiera se había dado cuenta hasta que vio el terror reflejado en los ojos de su amigo. Era como si el suelo hubiera desaparecido bajo sus pies y ambos estuvieran cayendo por el interior de la torre. La escalera de caracol giraba a su alrededor, pero ellos no alcanzaban a tocarla a pesar de que no paraban de agitar brazos y piernas buscando algo a lo que aferrarse.

«Esto es el fin» —pensó Rodrigo, consciente de que en dos o tres segundos alcanzarían el suelo. Él sabía que nadie podría sobrevivir a una caída semejante así que simplemente cerró los ojos, implorando que todo fuera tan rápido que no llegara a sentir dolor.


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