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By M_BlackIceCoffee

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By M_BlackIceCoffee

—AQUÍ ESTÁ—dijo Lockwood—. La pista oculta. Esto es lo que no quería que viéramos.

El guardapelo se abrió por las mitades dejando ver una inscripción, delicadamente grabada en la suave superficie del interior:

A/W

H.II.2.II5

—AW es, obviamente Annabel Ward—dijo Lucy.

—Y la H es de Hugo—dijo George, en un susurro—. ¿De Hugo Blake...?

Lockwood frunció el entrecejo.

—Hasta ahí, bien, pero tiene que haber algo más. ¿Qué son estos números? Una especie de código...

—Será mejor que se lo entreguemos al DICP—propuse de pronto—. No podemos quedárnoslo. Esto es una prueba importante que la policía debe conocer. Y Blake sabe que está aquí.

—Puede que tengas razón—dijo Lockwood—. No es que me apetezca contarle la verdad a Barnes, preferiría que resolviéramos esto nosotros, pero...—El teléfono sonó con estridencia en el despacho—. Tal vez no nos queda otra elección. George, ¿te importaría contestar tú?

George entró y tardó un rato en volver. A su regreso, Lockwood había devuelto el medallón al estuche de cristal y yo había empezado a barrer los escombros del suelo junto con Lucy.

—No me lo digas. ¿Barnes otra vez? —aventuró Lockwood.

George estaba un poco rojo.

—En realidad, no. Un nuevo cliente.

—Supongo que se trata de una ancianita con un gato fantasma atrapado en un árbol, ¿no?

—Estooo, no, y sería mejor que dejaran eso, Mari, Lucy y empezaran a ordenar lo de arriba. Era el señor John Fairfax, presidente de Fairfax Iron, y viene hacia aquí ahora mismo.

Por lo que en mis clase con George era sabido que el Problema que afligía a las islas Británicas afectaba negativamente a la economía. Muertos que regresan para rondar a los vivos, apariciones cuando cae la noche... Ese tipo de cosas tenían consecuencias. La moral y la productividad iban de capa caída. Nadie quería los turnos de noche. En invierno, los comercios cerraban a media tarde. Sin embargo, algunos negocios florecían gracias a que cubrían una necesidad básica. Uno de ellos era Fairfax Iron.

A pesar de que ya era una de las compañías punteras en la fabricación de productos en la fabricación de productos de hierro cuando empezó la crisis, Fairfax Iron enseguida se encargó de proveer de cierres herméticos, limaduras y cadenas a las agencias Fittes y Rotwell. Cuando el Problema empeoró y el Gobierno decidió fabricar farolas antifantasmas en serie, fue Fairfax Iron quien suministró las ingentes cantidades de metal necesarias. Solo con aquello, el futuro de la empresa quedó asegurado. Aunque, evidentemente, también habia otras cosas.

En consecuencia, el dueño de la compañía, John William Fairfax, era uno de los hombres más ricos del país, copando los primeros lugares junto a los magnates de la plata, los herederos de Marissa Fittes y Tom Rotwell y ese tipo que posee las granjas de lavanda de los Lincolnshire Wolds.

Y ahora iba a presentarse en casa, en persona. Ya pueden estar seguros de que ordenamos ese salón en un santiamén.

Unos minutos después oímos en la calle el zumbido del motor de un vehículo grande. Me asomé y vi un Rolls reluciente que se detenia con suma suavidad. Daba la impresión de que ocupaba toda la calle. Las ventanillas estaban protegidas por relucientes barrotes bañados en plata y una filigrama plateada recorría los lados.

El chofer se apeó, se aliso el uniforme gris recién planchado y rodeo el coche con gran solemnidad para abrir la puerta trasera. Volví adentro, donde Lockwood y Lucy estaban ahuecando los cojines frenéticamente y George barría migajas de pastel debajo del sofá.

—Está aquí—siseé.

Lockwood inspiró hondo.

—Bueno. Intentemos producir buena impresión.

Nos levantamos cuando el señor John Fairfax entró en la habitación... Aunque hubiera dado igual. Era un hombre muy alto y delgado. Mucho más alto que yo, y que Lockwood. George, que le pisaba los talones, quedaba completamente a su sombra. Incluso a sus setenta u ochenta años, o la edad que tuviera, era de dimensiones impresionantes, tanto que te entraban ganas de botarlo en los muelles de Southampton.

La primera impresión que me dio fue la de una extraña mezcla de fuerza y debilidad a la vez. Seria imposible que pasara desapercibido en una habitación con un centenar de personas.

—Buenos días, señor Fairfax—dijo Lockwood—. Le presento a Lucy Carlyle, mi socia.

George y yo compartimos una mirada.

—Encantado.

Tenia una voz profunda. Entonces comencé a sentir miedo. El miedo y la voz me recorrió la espalda y me vi sentada en el sillón de una enorme mansión riéndome, tapándome la mano con mis finos dedos barnizados de rojo y adornada con anillos. George me agarro del brazo. Cuando sonrió, vi que llevaba fundas de plata en los dientes. Se trataba de un rostro acostumbrado a ejercer autoridad y a mandar.

—Encantada de conocerlo—dijo Lucy.

Nos sentamos. Nuestro invitado sepultó su asiento. El bastón era de caoba y tenia un mango de hierro con forma de cabeza de perro. Un mastín o un bulldog, tal vez. Lo apoyó contra una de las grandes rodillas y extendió los dedos sobre los brazos del sillón.

—Es un honor tenerlo aquí, señor Fairfax—le dijo Lockwood—. ¿Le apetece un té?

El señor Fairfax inclinó la cabeza y emitió un retumbo a modo de afirmación.

—Breakfast, de Pitkins, si tiene. Dígales a sus muchachos que también traigan azúcar.

—¿Mis chicos? Esto...Sí. Vayan, Marianne, George. Té para todos, por favor.

George (que había olvidado quitarse el delantal) giró sobre sus piernas y salió de la habitación, impasible.

—¿No desea algún bisquet, señor Lockwood? —pregunte dándole una mirada mortífera antes de ponerme de pie—. ¿No? Bueno.

Salí hacia la cocina donde George ya colocaba la tetera y buscaba el juego de té entre las gavetas. Ni bien cerré la puerta de la cocina me desplomé de rodillas en el suelo. Las imágenes me aturdieron con rapidez y no podía enfocar mi vista, mi mente me traicionaba y no veía la cocina de Portland Row, solo veía la mansión, escuchaba las risas y...

—¡Mari! ¡Mari! —George estaba agitándome por los hombros en gritos silenciosos mientras me pasaba las manos con desesperación por los ojos—. ¿Mari estas bien? ¿Qué te sucedió?

—Annabel me volvió a mostrar sus últimos recuerdos, no sé porque tan de pronto... no podía evitarlo. ¿Crees que pueda ir a recostarme al cuarto de Lucy? No me siento bien...

—Eh, sí, sí, ve, yo le digo a Lockwood. Sube.








GRACIAS, GEORGE, Mari... ¿Y Marianne? —dijo Lockwood. George señaló con la cabeza la planta alta —. Aquí está bien.

George colocó la bandeja en la mesa, sirvió el té y ofreció dónuts. Al que ver que nadie se animaba, desenterró el más grande de todos, toqueteando de paso los demás, lo dejó caer en un plato y se sentó a lado de Lucy con un prolongado suspiro de satisfacción.

—Tira un poco para allá—dijo George—. Bueno, ¿me he perdido algo?

El anciano lo miró de hito en hito.

—¡Señor Lockwood, se trata de una consulta importante! Su muchacho debería esperar fuera, justo como su compañera.

—Esto... En realidad no es un chico de los recados, tampoco su compañera, señor Fairfax. Le presento a George Cubbins. Trabaja para mí.

El señor Fairfax estudió a George, que estaba ocupado chupándose la mermelada de los dedos.

—Ya veo... Bueno, en ese caso, no lo retrasemos más. —Se llevo una mano al interior de la chaqueta, donde rebuscó con algo de torpeza—. Échenle un vistazo a esto. —Lanzó una fotografía arrugada sobre la mesa.

Una casa. En realidad, algo más que una simple casa, una mansión de campo que se levantaba en medio de una extensa propiedad. La foto había sido tomada desde cierta distancia, desde el otro lado de un césped cortado con esmero. En los márgenes se veían sauces y parterres de flores, y también había algo parecido a un lago, pero la casa de detrás lo dominaba todo, un bloque de piedra alto y oscuro de varios pisos. Se veían columnas y una amplia escalinata de entrada, así como una profusión de ventanas estrechas y situadas a intervalos irregulares, pero era difícil adivinar la antigüedad y el uso concreto al que estaba destinado el edificio. Daba la impresión de que la foto había sido tomada o muy temprano o muy tarde. El sol quedaba oculto detrás del edificio, cuyas antiguas chimeneas proyectaban unas sombras negras y alargadas que se extendían por la hierba como dedos crispados.

—Combe Carey Hall—dijo Fairfax, pronunciándolo con soltura—. En Berkshire, al oeste de Londres. ¿Han oído hablar de la casa?

Todos negaron con la cabeza. Ninguno de ellos había oído nada.

—No, no es muy conocida, aunque tal vez sea la vivienda privada más encantada de toda Inglaterra. Estoy convencido de que también podría ser la más peligrosa. Me consta que cuatro dueños anteriores han muerto en la propiedad a causa de sus apariciones. En cuanto al número de sirvientes, invitados y demás personas que han acabado muertos de miedo, los ha rozado un fantasma o han encontrado la muerte de cualquier otro modo en la casa y alrededores—Se rió entre dientes. Una risita áspera—. En fin, la lista es larga. De hecho, el lugar fue clausurado hace treinta años, después de un truculento escándalo de esa naturaleza, y no ha vuelto a abrirse hasta hace poco, cuando cayó en mis manos.

—¿Vive allí, señor Fairfax? —preguntó Lucy.

La cabeza regia se volvió y clavó en ella sus ojos oscuros de inmediato.

—No es mi única propiedad, si es eso a lo que se refiere, pero la visito de cuando en cuando. La casa es muy antigua. En sus orígenes era un priorato, fundado por un grupo disidente de monjes de una de las abadías del lugar. Las piedras de la parte central del ala oeste corresponden a esa época. Posteriormente perteneció a una serie de señores locales, que reconstruyeron y adaptaron las ruinas antes que el edificio adquiriera su aspecto actual hacia finales del siglo XVIII. Por todo ello, arquitectónicamente hablando, es un batiburrillo: pasillos que no conducen a ningún sitio o que vuelven sobre sí mismos, cambios extraños de nivel... Sin embargo, lo más importante es que siempre ha tenido una fama siniestra. Las historias sobre Visitantes se remontan a siglos en esa casa. En resumen, se trata de uno de esos lugares en las que las visitas espectrales ya se conocían mucho antes del inicio del Problema. Se dice que...

—¿Hay alguien mirando por la ventana? —preguntó George de pronto.

—Ah, se ha fijado, ¿verdad? —dijo Fairfax—. Sí, parece una persona, ¿no? Dentro de la casa. Lo curioso es que esta fotografía fue tomada un par de meses antes de que yo heredara la propiedad. La casa estaba cerrada a cal y canto. Allí no vivía nadie.

Le dio un sorbo a la taza. Los ojos negros le hacían chiribitas. Una vez más se le parecía detectar regocijo en su actitud, como si aquella mancha y lo que implicaba le produjera cierto placer.

—¿A que hora se tomó la fotografía? —preguntó Lucy.

—Un poco antes del anochecer. El sol esta poniéndose, como puede ver.

Una emoción apenas reprimida había encendido el rostro de Lockwood durante toda la conversación. Estaba encorvado hacia delante, con los codos huesudos apoyados en las rodillas y las manos unidas, tenso por el interés.








MUCHISIMAS Gracias, señor Fairfax—dijo Lockwood—, pero puedo darle una respuesta ahora mismo: por descontado que aceptamos el caso. —Se levantó y le tendió la mano—. Lo dispondremos todo para estar en la mansión lo antes posible. ¿Qué le parece el domingo por la tarde?

Me desperté en el suelo de la habitación de Lucy, completamente llena de sudor y las uñas destrozadas con restos de sangre. Pronto descubrí que había arañado el suelo. Me levanté del suelo mareada y fría, como un muerto. Me atreví a hurgar entre la ropa de Lucy y me metí a bañar. Apenas me revisé el cuello en el espejo de baño cuando descubrí una marca de mano que abarcaba todo mi cuello y lo había dejado de un color rojizo. Cuando llegue a las escaleras, un pleito se suscitaba en la planta de abajo.

Lucy le recordaba la fama fatal de la mansión (seguro hablaban del caso) y George por muy extraño que parezca, la apoyaba diciéndole que necesitábamos quince días como mínimo, preferiblemente un mes, para investigar su historia como era debido. Menos, era un posible suicidio.

Cuando llegue a la cocina Lockwood los escuchaba en silencio, con una sonrisa.

—¿Ya han terminado? Bien hola Marianne, justo a tiempo—dijo y me senté abatida en una de las sillas en el comedor—. Bien. Tres cosas. Primero: tal vez sea la única oportunidad que tengamos de salvar la agencia antes de quebrar. Podemos saldar la deuda con los Hope de un plumazo y quitarnos al DICP. Es una oportunidad magnifica y no podemos desperdiciarla. Segundo: yo soy el que manda, y aquí se hace lo que yo diga. Y en tercer lugar: ¿no es el encargo más fascinante que ninguno de nosotros haya tenido nunca? ¿La Escalera de los Alaridos? ¿La Habitación Roja? ¡Por favor! ¡Al menos se trata de una misión a la altura de nuestros dones! ¿Quieren pasarse el resto de sus vidas liquidando aburridas Sombras en las afueras? ¡Por fin, esto es lo que estábamos buscando! Rechazarlo seria un verdadero crimen.

Yo me sentía perdida en la conversación. George se limpio las gafas con el jersey, fuera de sí.

—El verdadero crimen—dijo— son las indignantes condiciones de Fairfax. ¡Nada de bengalas de magnesio, Lockwood! ¡Es una completa locura!

Lockwood se desespero en la silla.

—No niego que sea un requisito curioso.

—¿Curioso? —exclamo Lucy—. ¡Indignante!

—Ese hombre no esta en su sano juicio—dijo George—. Si ese lugar es la mitad de peligroso de lo que nos ha contado, ¡sería una temeridad entrar sin armas!

Lucy asintió con la cabeza.

—¡Nadie se enfrentaría a un Tipo Dos sin latas de fuego griego!

—¡Es verdad! Y estamos hablando de un enclave de Tipo Dos...

—...al que se le atribuye una larga lista de muerte...

—Además, no disponemos de tiempo ni mínimamente suficiente para...

—... investigar en los archivos históricos—concluyó Lockwood—. Sí, sí, lo sé, dado que no paran de vociferármelo al oído cada medio minuto. ¿Por qué no hacen el favor de callarse y escuchar, par de verduleras? Por excéntrico que parezca, Fairfax es nuestro cliente y debemos acatar sus deseos. Llevaremos las espadas, ¿no es así? Y un montón de cadenas protectoras, de modo que no puede decirse que vayamos desarmados. —Torció el gesto—. Marianne, ya vuelves a hacer eso con los ojos, como si quisieras fulminarme.

—Es involuntario. Creo, pero es porque creo que no te lo estás tomando en serio.

—Error. Me lo tomo muy en serio. Si vamos a Combe Carey Hall arriesgamos nuestras vidas, de eso no te quepa ni la menor duda. —Sonrió—. Pero ¿no es a lo que nos dedicamos? ¿para lo que te estamos entrenando?

—Solo cuando vamos debidamente equipados—gruñó George—. Y dos cosas, lo que Fairfax dijo sobre el motivo por el que nos escogió, no tiene sentido. Hay quince agencia en Londres más importantes y con mejores resultados que la Agencia Lockwood, y aun así no parece sorprenderte que llamara a nuestra puerta. Lo otro, no creo que Marianne deba ir. Es una aprendiz, su manejo del estoque no es ni de lejos mejor que el mío, y hoy al entrar a la cocina tuvo un ataque de pánico y... ¿Qué te sucedió en el cuello?

Todas las miradas se fijaron ahora en el vendaje y Lockwood fue quien tiro de mi mano dejando ver las uñas ensangrentadas. No lo pensó mucho antes de ponerse de pie y quitarme las vendas del cuello dejando ver las marcas de la mano en mi cuello. Volvió a caer en la silla y Lucy me observaba con preocupación.

Lockwood negó con la cabeza.

—Al contrario, creo que es bastante sorprendente. Casi es lo más fascinante de este caso. Razón por la que deberíamos aprovechar la oportunidad y ver que ocurre. Respecto a Marianne, ¿que es lo que te sucedió?

—Así desperté, bueno, en el suelo, estaba fría y sudada. Después me vi las uñas, creo que rasgue el suelo y comparando el tamaño de la marca en mi cuello, creo que fui yo misma quien... la verdad no recuerdo haber hecho nada de eso.

—¿Tocaste el medallón? —preguntó Lucy.

—No, no, les dije que fue después de que venimos a la cocina, me dijo que Annabel no dejaba de mostrarle sus últimos momentos. Hablando de eso, ¿qué pasa con Hugo Blake y el medallón? Tal vez lo has olvidado, pero hace doce horas allanaron la casa. ¿Qué vamos a hacer al respecto?

—No me he olvidado de Blake—contestó Lockwood—, pero Fairfax y su oferta ahora son prioritarios. Nos ha dado cuarenta y ocho horas para prepararnos y tenemos que sacarles partido. Blake esta en la cárcel, así que ahora mismo no hay necesidad de llevarle el medallón a Barnes. Además, estaría bien descifrar la inscripción antes de eso. Tendríamos algo más que contar a los periódicos..., junto con los detalles de nuestro éxito en Combe Carey Hall. Con suerte. —Levantó una mano cuando iba a interrumpirlo—. No, Marianne, no volverán a allanar la casa, saben que ahora estamos sobre aviso. Y tu amiga Annie Ward lleva cincuenta años esperando justicia, así que no le importara esperar un par de días más. Además, de que George, Marianne si irá. Bueno, es hora de ponerse manos a la obra. George, hay unas cuantas cosas que quiero que averigües.

—Es obvio—gruñó George—. Sobre la mansión.

—Sí, y también sobre otras cosas. Prepárate y anima esa cara. Es hora de investigar, tendrías que estar dando saltos de alegría. Lucy, tu misión de hoy será acompañar a George, creo que los dos serán más rápidos. Marianne, tu me ayudaras a ordenar la casa y revisar el equipo. ¿Todo el mundo contento? Bien.

Contentos o no, descubrí en esos meses que era imposible discutir con Lockwood cuando estaba de ese humor. George, Lucy y yo sabíamos que no valía la pena intentarlo. Poco después Lucy y George salieron de camino a la hemeroteca, mientras que yo me reunía con Lockwood en el sótano. Y así comenzaron dos días de actividad frenética. Le avise a mi madre de mi ausencia.

Esa primera tarde, Lockwood supervisó la reparación y el refuerzo de las medidas de protección de la casa. Instalamos cerraduras nuevas en la puerta principal y firmes barrotes de hiero (adecuados para impedir la entrada tanto a los vivos como a los muertos) en la ventana del sótano.

Mientras los operativos trabajaban, Lockwood se sentó junto al teléfono y empezó a hacer llamadas. Se puso en contacto con Mullet & Sons, el distribuidor de estoques, para encargar espadas nuevas; habló con Satchell's de Jermyn Street, el mayor proveedor de suministros de las agencias de Londres, para pedirles nuevas remesas de hierro y sal con las que compensar la imposibilidad de utilizar bengalas.

Mientras tanto, yo me dediqué a disponer nuestras armas y sistemas de defensa en el suelo del sótano. Le saqué brillo a las cadenas y los estoques, y rellené los botes de limaduras. Volví a repasar la colección de cierres herméticos de plata y, dejando un lado el material más irrelevante, escogí las cajas, las bandas y las mallas metálicas mas resistentes. Finalmente, y muy a mi pesar, saqué las bengalas de los cinturones y las devolví al almacén. La cabeza del tarro (que me había sacado un grito la primera vez que la vi en el pasillo) observaba todo el proceso con gran interés, moviendo los labios sin parar, como si quisiera decirme algo a través del cristal turbio, hasta que acabé harta y lo cubrí con el trapo.

Durante los preparativos, Lockwood parecía distraído, fascinado por la magnitud de la aventura a las que nos afrentábamos. Desbordaba energía (nunca lo había visto tan optimista; iba dando botes por la casa y subía los escalones de tres en tres), pero también estaba extrañamente preocupado. Apenas hablaba y de vez en cuando interrumpía lo que estaba haciendo para mirar al vacío, como si siguiera un complejo esquema mental e intentara encontrar la salida.

George y Lucy se pasaron el día en la hemeroteca. Todavía no habían vuelto cuando me fui a la cama del cuarto de Lucy y ya se habían ido cuando me levanté a la mañana siguiente. Para mi sorpresa, descubrí a Lockwood preparándose para salir él también. Estaba junto al espejo del vestíbulo, encasquetándose con cuidado una enorme gorra plana de paño. Llevaba un traje barato y tenia al lado un maletín deslucido. Cuando me dirigí a él, me contestó con un marcado acento de pueblo, muy distinto al suyo habitual.

—¿Qué tal? —preguntó—. ¿Paso por pueblerino?

—Supongo que sí, porque apenas te he entendido. ¿Qué estás haciendo?

—Voy a Combe Carey. Quiero comprobar unas cosillas. Volveré bastante tarde.

—¿Quieres que te acompañe? No tengo nada que hacer aquí.

—¿Nada que hacer? Lo siento, pero aquí hay trabajo importante que hacer, Marianne, y necesito que te encargues de ello. Dentro de un rato llegarán las entregas de Satchell's y Mullet. ¿Te importaría sacar los estoques nuevos y echarles un vistazo cuando los traigan? Si tienes cualquier problema, llama al viejo señor Mullet. No te preocupes por lo de Satchell's ya lo abriré yo cuando llegue a casa. ¿Luego podrías volver a comprobar las bolsas y empezar a preparar los kits de comida? Además—se palpó el bolsillo de la chaqueta y sacó el pequeño estuche de cristal plateado—, quiero que te quedes el collar de la chica fantasma. Nos ocuparemos de él dentro de un par de días, mientras tanto, guárdalo tú. Llévalo encima, como Lucy. —Tomo el maletín y echó a andar por el vestíbulo—. Ah, y Mari, aparte de las entregas, no dejes entrar a nadie. Nuestro amigo enmascarado podría probar algo más sutil la próxima vez.

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la tipica historia de universos viendo otros universos atraves de pantallas flotantes que aparecerรกn en sus mundos aunque tambiรฉn agregare otras cosa...