Crónicas de la Superficie: Lo...

By arivazquez2310

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En un mundo donde la tierra ha sido consumida por la decadencia y la muerte, Zaine persiste en su lucha por s... More

01 "El Ishtelita"
02 "El Nido"
03 "El Fantasma del Desierto"
04 El Relato
05 "El Herrero Alquimista"
06 "El Mentiroso"
07 "El Entrenamiento"
08 El encargo
09 EL Campamento
10 El Monstruo
11 El Wyverno
12 El Sueño
13 El Duelo
14 El Aniversario
15 El Inicio
16 El Mercado
17 El acuerdo
18 El Baño
19 El Motivo
21 El Nombre
22 El Antifaz del Fantasma
23 El Deseo del Cazador
24 El armario
25 El libro negro
26 El color de sus ojos
27 El Interludio
28 El Ataque
29 El Dragón Carmesí
30 El Complot
31 El Rescate
32 El Rostro de la Muerte
33 El regreso a casa
34 El Reclamo
35 El Trato
36 El Estigia
37 El peso de la Determinación
38 El Cristal
39 El Lamento del Cazador
40 El Grito de los Condenados
41 El Momento de las Confesiones
42 El Traidor
43 El Fuego del Cazador
44 El Miedo
45 El Bosque en Llamas

20 El Polluelo

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By arivazquez2310


Mientras la pantera yacía recostada en el suelo, el mercenario peinaba su pelaje con un enorme cepillo. Era una de las trabas de tener un animal con el pelo tan largo. Y aunque Jason lo recogía todo para convertirlo en hilo de coser, terminaba quejándose de que era mucho trabajo.

Zaine no pudo evitar reírse.

Luego de su regreso de Estigia había estado muy ocupado.

Entre, Amal, Jason y él, registraron la caja de libros. Y aunque el cazador creía que era mejor devolver al menos la mitad de los volúmenes, el Istelita les pidió que le dejasen leerlos todos. Para Zaine, la sed de conocimiento del joven era similar a la de su maestro. Con la diferencia de que Amal tenía el tiempo y devoraba los libros con velocidad. Tras una semana, había consumido prácticamente toda la caja, dejando solo los volúmenes más importantes para él y Jason.

El mercenario se había quejado. Diciendo que hubiese sido más fácil hacer lo contrario, pero en secreto Zaine estaba complacido. Cada noche Jason le llamaba a su cuarto y leían los volúmenes juntos. Zaine se aseguraba de entregarle libros en el idioma de Caronte y de una forma u otra incluir alguna lección en la lengua común. Le complacía pensar que tras una semana Jason había mejorado su lectura.

Pero el líder de los mercenarios nunca se unió a sus clases con los niños, diciendo que prefería esos momentos donde le tenía para él solo.

Jason siempre intentaba convencerle para pasar la noche juntos tras sus ratos de lectura. Pero el cazador se las ingeniaba para marcharse. Las condiciones eran diferentes de los acontecimientos en la casa ancestral del mercenario. Zaine estaba débil en ese momento. Pero ahora que se encontraba mejor, no confiaba en que Jason se comportase como un caballero.

Ni en su capacidad para escapar de sus brazos.

Menos cuando la primera vez le tomó tanto tiempo.

Aun así, Zaine estaba contento.

Incluso cuando el mercenario le asaltaba a medio camino a las cocinas o al área de entrenamiento. Jason disfrutaba robarle besos. Abducirlo en las esquinas y rodearle la cintura con sus brazos. Por mucho que Zaine se criticase, se encontraba a si mismo esperando esos momentos donde finalmente podían estar solos. Tal vez era excitante porque se sentía como una travesura.

Algo prohibido.

Zaine no lo sabía. Lo que sí sabía, era que se encontraba buscando un espacio para el mercenario. Luego de las clases, de la cacería, procuró dos horas diarias para entrenar con Jason. Horas en las que batallaban por el control y el dominio.

Cada vez la sonrisa de Jason se volvía más grande. Sintiéndose motivado y ansioso, al punto de aparecerse mientras entrenaba a los niños para exigir su turno de tener al cazador. Y esto se había convertido en un espectáculo.

El recuerdo de lo que ocurría después, encendió sus mejillas.

– ¡Cuidado! – llamó Jason.

June se alzó sobre sus patas delanteras, obligando a Zaine a sujetarse con fuerza de las riendas. Mientras luchaba por controlar al animal, vio a Jason soltar el cepillo y acercarse al borde del cerco que habían construido para los venados rojos. La preocupación en sus ojos relajó los hombros del cazador, quien con un tirón sobre las riendas consiguió tranquilizar al ciervo.

– Bueno – comentó – eso fue divertido.

Jason soltó una carcajada.

– Juro por los dioses que ese bicho te odia – dijo el mercenario.

– Te dije que son inteligentes – comentó Zaine, acariciando el cuello del venado en un intento de calmarle – No olvidará que yo maté a su madre o ataqué a su manada.

– Pero sí que eres quien le da de comer – le recordó Jason, saltando el otro lado de la valla. – Esa mano no se muerde.

– Ayala también lo alimenta – contestó Zaine. Decidiendo que era suficiente entrenamiento por el día, descendió de su lomo – Mientras tenga a alguien más seguirá haciéndolo. Tiene que demostrarles a las hembras quién es el jefe.

Tomó las riendas, dirigiendo al inquieto animal junto a la caseta donde ordeñaban a las ciervas. Al verle acercarse las niñas que llenaban las cubetas con leche se levantaron para recibirlos. Algunas corrieron a saludar a Jason, pero el resto le rodearon. Zaine se sentía un poco incómodo por la forma en que habían comenzado a tratarle luego de que empezara con las clases.

– ¡Bienvenido maestro! – dijo la mayor de las muchachas. Una niña que apenas cumplía trece años. – ¿Ya domó a ese malcriado?

Zaine se encogió de hombros. Maestro era como él solía llamar a su protector. Un título que se le atribuía a un hombre al que ni siquiera se aproximaba. Ni en habilidad ni en inteligencia. Y sin embargo, para estos muchachos quería dejar la misma marca.

El mismo ejemplo.

– Tomará un poco más de tiempo – admitió.

El animal le observó con sus profundos ojos oscuros y Zaine creyó ver resentimiento en ellos. Y el reflejo de Jason aproximándose. Entregó las riendas a la muchacha, y ella lo llevó dentro.

Verle comportarse pasivamente con las niñas era la prueba clara de que era realmente él el problema.

– Esto sería más productivo si Ayala lo hiciese – escuchó decir a Jason.

Zaine le observó pararse a su lado, observando el interior de la caceta.

– Es la jefa de los centinelas – le recordó Zaine. – Está trabajando ¿recuerdas?

– Que lo haga en su tiempo libre – insistió Jason. – Es su culpa que ese venado sea tan desagradable.

– También podrías hacerlo tú – le recordó el cazador. Giró sobre sus talones, acercándose a una de las hembras y tomando un cubo lleno de leche. – No sé si lo has notado, pero los animales te respetan. Tienes el olor de Noche. Eres quien la controla y por lo tanto para ellos eres como el máximo depredador.

– Hum – murmuró Jason apoyando una mano sobre su mentón – ¿Es así?

Zaine detectó un cambio en su tono de voz. La malicia que venía cargada de segundas intenciones.

– A que no te parecen tan estúpidos ahora – comentó Zaine, viendo la sonrisa de Jason nacer en su rostro moreno.

– Estás aprendiendo Sunshine – murmuró el mercenario, acercándosele peligrosamente.

Zaine sintió sus latidos acelerarse. A esa distancia, ya podía sentir el olor a cigarro que emanaba de Jason.

Pero ellos no estaban solos y Zaine no tenía intenciones de dar una escena. No después de lo que ocurriese con Kaya.

Giró sobre sus talones, dejando a Jason con una mirada curiosa en el rostro.

– Llevaré esto a la cocina – dijo alzando el cubo – Kaya lo necesita para el postre de esta noche. – Jason asintió, retomando el camino de regreso junto a su pantera. – ¿No vas a venir? – preguntó al verle marchar.

EL mercenario no se detuvo, así que Zaine le siguió.

– Jais – comenzó Zaine, pero Jason le detuvo con un gesto de la mano. Recogió el cepillo del suelo, observándole con el rostro impasible.

– No – dijo el mercenario – Sé que tienes buenas intenciones, pero solo vas a empeorarlo. Esto es entre ella y yo.

Por más que Jason le asegurase que el disgusto entre él y Kaya no tenía relación con él, el cazador no le creía. Desde que regresaron de Estigia había tención entre la Suthaly y el mercenario. A su forma de verlo, ella no estaba de acuerdo en que él y Jason tuviesen esa clase de cercanía. Había cientos de razones para esto. Pero el mercenario no estaba dispuesto a conversar con ella o a decirle a Zaine los motivos tras su desacuerdo.

Lo único que sabía, era que cada vez que estaban en el mismo cuarto la atmósfera se volvía fría y tensa.

– Puedo escucharte pensar – dijo el mercenario, a pocos pasos del cazador.

Zaine no pudo más que suspirar.

– No es nada. – Aseguró – ¿A la misma hora?

La sonrisa de Jason regresó a su rostro. El mercenario tomó la mano libre de Zaine y la alcanzó a sus labios.

– No perdería nuestra cita por nada – dijo burlón y Zaine se limitó a rodar los ojos.

Dejó a Jason atrás. Viéndole regresar junto a Noche y reiniciar su labor de cepillarla. Zaine admiraba el vínculo entre ellos dos. Y muy en el fondo sentía un poco de celos.

Alcanzó las cocinas rápidamente. Los calderos hervían con el caldo que Kaya estaba preparando. La muchacha le miró por encima del hombro con el entrecejo fruncido. Solo al ver de quien se trataba su rostro se iluminó.

– Aquí tienes – dijo Zaine dejando la leche a su costado. – Es la primera de muchas. Me encantaría saber tu opinión.

– ¿Ya están produciendo? – preguntó la Suthaly – ¡Magnífico! – tomó un cucharon de madera y lo hundió en el líquido blanquecino. Al llevárselo a los labios se relamió. – Aún está tibia – dijo con los ojos brillantes.

– Recién ordeñada – explicó Zaine – Las niñas deben subir un par de cubetas más.

– Fue una idea brillante la que tuviste – le felicitó Kaya. – Ahora puedo preparar tantos dulces como se les antoje a mis niños.

Sin esfuerzo, Kaya cargó el cubo de leche, colocándolo sobre la meseta a su lado. Zaine apretó los labios.

Era incapaz de olvidar el conflicto. Se sentía parte del problema y él quería solucionarlo. Giró el rostro, observando el nido artificial. Lo había dejado en la cocina en la mañana mientras se iba de cacería. Según los libros, cuando el wyberno estuviese del todo formado comenzaría a rodar por todos lados, buscando las voces con las que estaba más relacionado. O sea, que seguía a Zaine a todas partes.

Los libros aconsejaban que siempre hubiese alguien vigilándolo. Porque era como tener un bebé ciego gateando alrededor.

Zaine se arrodilló junto al nido y zafó la tapa, alzando el cascarón en sus brazos. Se acercó a la silla, dejándose caer allí. Con una lenta respiración, aumentó su calor corporal. El eco del corazón del wyberno resonó en sus oídos, y Zaine le sintió moverse en el interior.

Era fuego. El wyberno.

Según los libros, la razón de sus sueños, de su sensación de calma al sostenerlo, era porque la cría buscaba una fuente permanente de calor. Aferrándose a Zaine como la fogata de sus sueños. El cazador había escondido aquel libro de Jason, manteniéndole junto al Fantasma en todo momento.

Pero ahora que sabía que el embrión estaba formado y sano solo le quedaba esperar que decidiese salir. El brillo era una muestra de su resistencia. De su crecimiento o de su dolor. Exponerlo al calor por mucho tiempo le hacía sentir mal, y la luz era su defensa.

– ¿Puedo tocarlo? – escuchó decir a Kaya. Alzó la vista, percibiéndola a su lado.

– Claro – aceptó. La joven acercó otra silla, sentándose frente a Zaine y colocando una mano sobre una de las manchas de la cáscara. – ¿Sientes el corazón?

– Sí – murmuró ella. – Es reconfortante.

Por unos instantes estuvieron en silencio. Zaine observó la expresión de su rostro, comprendiendo la frase de Jason "puedo escuchar tus pensamientos". Veía en el rostro de la chica como luchaba contra sí misma para mantenerse callada.

Zaine tomó aire.

– No hay nada entre nosotros – dijo en un suspiro. Kaya alzó los ojos, mirando al cazador confundida. – Jason y yo.

– Oh – murmuró ella. – Ya lo sé.

– ¿Entonces...? – comenzó a decir Zaine, pero la muchacha le interrumpió.

– Eso es lo que me molesta.

El cazador abrió los ojos como platos. Y ante su incertidumbre, la Suthaly volvió a centrar su mirada en el huevo entre sus brazos. Con sus dedos acarició suavemente la cascara.

– Jason es un gran hombre – comenzó – Es amable, encantador y apuesto. Sabe pelear, bailar y susurrar palabras dulces al oído. – Entonces alzó el rostro, y sus ojos cian cayeron sobre Zaine como una tormenta – Le he visto romper más corazones que cráneos. Y nadie ha hecho más misiones de asesinato en este bosque que nuestro bravo líder. – Zaine apretó los labios. – Sé que te gusta. – Continuó Kaya – pero...

– Sé que hay alguien más – murmuró el cazador y Kaya entrecerró los ojos. – Ella estaba antes de que yo llegara. Jason me dijo que se conocían desde el principio. Antes incluso de que entrases a su vida. No sé si tenga una oportunidad, pero quiero estar con él. Aunque cuando ella regrese todo se acabe.

– Así que ya te tiene enredado alrededor de su meñique – murmuró Kaya visiblemente disgustada. El cazador sintió su pecho encogerse ante la afirmación – Hay mejores hombres allá afuera Zaine. Quienes no van a ponerte en segundo lugar, ni jugarán con tus sentimientos como Jason.

– Él dice que lo que tenemos es pasión – murmuró el cazador. – Y que se acabará.

– ¿¡Qué va a saber Jason sobre la pasión!? – Espetó Kaya con desprecio, alzando el tono de su voz – ¡Lujuria es lo único que conoce ese mocoso!

– Pero no es eterno ¿verdad? – insistió Zaine manteniendo su tono de voz

– No – contestó ella, recostándose al espaldar de su silla. – Termina.

– Así que hasta que llegue el momento, quisiera estar a su lado. – murmuró.

La Suthaly apretó los labios, cerrando los ojos como si sus palabras le causasen verdadero dolor.

– Yo lo quiero – confesó la muchacha – De la misma forma en que quiero a mi propio hermano. Y creo que eres bueno Zaine. Mejor que muchos cuervos que se han criado en este nido. Sé que podrías hacerle un gran bien a Jason. Como has hecho por estos niños. Pero – extendió sus manos, sosteniendo las palmas del cazador entre las suyas – no quiero que te enamores de un personaje. De un espectro de hermosa sonrisa que no tiene corazón para sentir.

Zaine sintió su cuerpo enfriarse. El recuerdo de las lecturas del Fantasma sobre los signos vitales de Jason le golpearon. Siempre invariables a pesar de mostrarse tan disgustado.

Las constantes de un mentiroso.

Palideció, observando aquellos ojos cian que conocían a Jason mejor que él. Que no estaban segados por el deseo.

Y se sintió estúpido.

Sabía que era necio. Su maestro se lo había dicho cientos de veces. Se lo criticó hasta que su estupidez lo llevó a la tumba y él todavía...

Zaine apretó los labios, guardando silencio. Las manos de Kaya lo aferraron con fuerza.

– Mi dulce niño – murmuró – estarías más seguro en las manos de Caronte.

Zaine no podía negar la desagradable sensación que le recorrió el cuerpo.

– Sé que buscas algo que llene el vacío de tu corazón. – dijo la joven Suthaly – Pero eso no es Jason. –

Abrió los labios para dar su respuesta cuando el huevo entre sus brazos emitió un grave sonido. Los jóvenes se sobresaltaron. Zaine debió cerrar sus manos sobre el cascarón, para evitar que cayera por la forma en que se sacudía.

Pensó que se debía al brusco cambio de temperatura de su cuerpo. Un fuerte destello llenó la habitación y cuando las manchas desaparecieron el cazador comprendió lo que ocurría.

– ¡Busca a Jason! – ordenó y como si respondiese por impulso Kaya salió corriendo.

Zaine debió pelear contra las violentas sacudidas. Bajó de la silla, recostando el huevo en el suelo. Pero aun así debió cubrirlo con su cuerpo para prevenir que saliera rodando. En breve Amal, Jason y Kaya entraron en el cuarto. El Ishtelita se arrodilló a su lado, lanzándose sobre el huevo casi en un abrazo. La cría cantó, sacándole una sonrisa a Amal.

– Viene el bebé – dijo.

Jason soltó una risotada y cuando Amal se apartó, el ayudó a Zaine a sostener el huevo.

Un fuerte golpe hizo que la parte superior se rajara. Luego otro, y otro. Hasta que una boca de puntiagudos dientes asomó. Entonces, todo se detuvo.

La cría liberó un leve sonido. Similar a un llanto, y a Zaine se le erizó la piel. Entonces, como mismo supo que su madre estaba moribunda, sintió la fuerza vital del polluelo apagarse.

Como la llama en el desierto.

– ¿Qué pasa? – dudó Jason.

– Está débil – contestó Amal.

"Por supuesto que lo está" pensó Zaine. No había forma de que un huevo empollado en esas condiciones diese un polluelo saludable. Incubado en una caja, calentado por vapor de agua y un muchacho aterrado de su fuego interior.

El corazón del cazador se encogió, apenado de aquella vida que iba a apagarse antes de nacer.

Alzó la vista, percibiendo la mirada decidida de Jason. Sus ojos se encontraron y el mercenario le entregó una sonrisa torcida. En ese instante, Zaine supo que estaban pensando lo mismo.

Ambos jóvenes saltaron sobre le huevo. No iban a rendirse con la cría luego de tanto esfuerzo por traerle a este mundo. El mercenario hundió los dedos en el grueso cascarón y tiró, mientras Zaine agarraba el extremo opuesto. Pero por más presión que ejercieron apenas pudieron agrietarlo.

– Oh no. – Escuchó decir a Jason, como si el cascarón fuese un ser vivo que se le resistía – Ni siquiera lo pienses.

Aunque desprendió un trozo, aún era demasiado pequeño.

La cáscara era dura y las puntas rotas herían las manos del cazador, pero cuando Zaine arrancó un trozo y vio un par de ojos azules como el cielo mirándole, no volvió a detenerse.

– Puedo escuchar su corazón. – murmuró Zaine.

– Vamos pequeño – dijo Jason, como si quisiese animar al animalito dentro del huevo – Tu puedes.

Las manos de Amal se encendieron, cubriéndose de aquella niebla destinada para curar.

– Un poco más. – dijo el Ishtelita, como si con aquel gesto pudiese ver el interior del huevo.

– ¡Salgan de mi camino niñas! – ordenó Kaya.

La Suthali se arrodilló entre ellos apartándolos. Con ambas manos sujetó las dos mitades de la cascara y de un solo tirón, la abrió por la mitad. Un nuevo canto y el espectáculo de luces terminó. Kaya estaba cubierta de un oloroso líquido blanco que manchó el piso, las paredes y a ellos. En el centro del grupo de jóvenes, recostado en una de las tapas del huevo, yacía una pequeña réplica de la bestia que una vez sobrevoló sus cabezas.

Sus blancas escamas estaban cubiertas de plumas. Tras la cabeza tenía una melena que se expandía sobre el lomo hacia sus patas traseras. Sin cuernos y con sus diminutas garras parecía cualquier cosa menos amenazante. Los cuatro jóvenes en el cuarto se inclinaron sobre ella. Observándola con cautela. Entonces intercambiaron miradas.

– ¿Qué hacemos ahora? – preguntó Kaya.

Ahora es cuando debe imprentarse – explicó Amal. – Yo sugiero que alguien lo sujete.

Jason sonrió complacido. Sin dudar, extendió las manos para sostener a la cría.

"Gruuuuu" siseó el animalito en un bajo susurro que derritió el corazón de Kaya.

– Hola pequeñito – murmuró Jason en un tono muy similar al que usaba con Noche. Lentamente, acarició el lomo de la cría. Era tan pequeño que cabía sobre la palma de su mano. Y cuando lo levantó, la cola y las alas quedaron colgando. – Es muy suave – dijo alzándolo del suelo, acercándolo a Zaine entre sus manos.

– Es muy lindo – murmuró Kaya y por primera vez en días, ella y Jason intercambiaron una mirada cómplice que alivió el corazón de Zaine.

El cazador extendió un dedo, rosando la cabeza del pequeño dragón. El polluelo alzó el rostro ante su cercanía, olfateándolo con curiosidad. Y cuando su cuerpo estuvo lo bastante cerca, se restregó contra él.

"Gruuuugruuuuuu" silbó, emitiendo un eco similar al canto de las ballenas.

Zaine sonrió recordando las noches en que lo incubaba con su cuerpo. Donde conseguía conciliar el sueño gracias a su calor. Y se sintió agradecido de verle.

– Le gustas – murmuró Jason. Los ojos de los muchachos se encontraron y el pecho de Zaine se calentó.

Se inclinó hacia adelante, sintiéndose atraído a Jason con una fuerza magnética. Sin comprender por qué se sentía tan agotado apoyó la cabeza en el hombro del mercenario. Sintió la mejilla de Jason acariciar su frente. Hasta que soltó un grito.

– ¡Au! – se quejó el mercenario. – ¡Me mordió! – dijo sacudiendo la mano izquierda, donde una gota de sangre comenzaba a aparecer.

Ante la mirada atónita de Zaine, Kaya soltó una carcajada.

– Al menos ahora sabemos con quien no se imprentó – dijo la Suthali.

En la mano derecha de Jason, el polluelo de wyberno se alzó sobre sus patas y alas. Miró a Jason, inflando las plumas de su melena para verse más grande.

"¡Gruuuuuuuuu!" quiso rugir.

Y su fallido intento desbordó las risas de Kaya y Amal. Pero Jason le observó con los ojos muy abiertos mientras la cría saltaba al regazo del cazador.

– Creo – murmuró Jason – que es la cosa más joven en rechazarme.

Y aunque Kaya y Amal se rieron, un sentimiento desagradable burbujeó en las entrañas de Zaine. 

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