Helena y la búsqueda del espe...

By Martiqueta

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🌟LISTA CORTA DEL ONC 2023🌟 Helena pensaba que, después de siglos, había conseguido la paz que tanto anhelab... More

NOTA DE LA AUTORA
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Calle Granada, Málaga. 20 de diciembre de 2022.

Los astros se alinearon ese día pues, de otra manera, Helena hubiese asesinado a su visitante en la primera oportunidad que tuviese entre las callejuelas del centro. Sin embargo, consiguieron llegar hasta la terraza del Pimpi sin que la sangre corriese por el asfalto. Tanto Hilo como ella pasaron todo el camino en silencio para no perder las buenas costumbres.

Helena había conseguido salir del servicio mucho antes de fichar, tras una discusión con Don Francisco en la que él se quedó gritando insultos delante de todos los clientes diciendo que si salía por esa puerta no volviese nunca más. Nuestra heroína no estaba preocupada, sabía que podría recuperar su trabajo pues pocas personas estaban tan capacitadas para ese puesto como ella y, si no, cualquier otro chiringuito estaría encantado de contratarla.

Las prisas por no alargar la discusión y terminar apuñalando a su jefe, sus pantalones vaqueros largos y anchos y la camisa ancha con estampados florales que se había cogido esa mañana pensando que no la vería mucha gente y siendo de las pocas cosas que quedaban limpias en su apartamento, hacían que el calor se colase por cada poro de su piel y el sudor fuese tan pegajoso que intentaba mantenerse lo más calmada posible para no empeorarlo.

El bullicio se podía sentir alrededor, como siempre cuando era época de vacaciones en la Costa del Sol, pero parecía que nuestro nuevo compañero había avisado de su llegada pues,entre las personas que tomaban el postre y varios que ya estaban con las copas, había una mesa desocupada donde se podía leer "Reservado" en un pequeño cartel.

Hilo retiró una de las sillas, haciendo gestos a Helena para que tomase asiento. Esta, ignorando a propósito su ofrecimiento, se colocó en una de las de al lado haciendo que las patas chirriasen y los apoyabrazos le apretasen en las caderas. Aun estando incómoda, consiguió mantener la dignidad y la compostura. O, al menos, eso pensaba.

—Tienes cinco minutos para contarme por qué me has buscado o puedes aprovecharlos para tomar ventaja, pues cuando hayan pasado voy a acabar contigo —dijo Helena mientras su antiguo compañero se sentaba—. Tú decides.

—Si hubieses querido matarme ya lo habrías hecho, preciosa.

Levantó la mano y, casi al instante, un camarero apareció con un vaso de Cartojal y lo colocó delante de él. A pesar de ser una bebida que se tomaba, sobre todo, en verano, Hilo había acabado tan encandilado con su sabor que no podía evitar beber otra cosa desde que llegó a las tierras malagueñas. Para Helena, trajeron una jarra fría de Victoria, dejándola sorprendida, pues no había visitado mucho ese lugar. Aún así, no la rechazó.

—¿Bien? —preguntó la guerrera tras un largo trago a su cerveza— ¿Vas a decirme por qué me has sacado del trabajo y, por lo tanto, he tenido que soportar una charla con mi jefe?

—No sé cómo aún no le has clavado una flecha en el corazón —respondió Hilo con una sonrisa—. La verdad, lo único que puedo contarte es que me dijeron que viniese contigo aquí a esta hora, nada más. Parece que es muy difícil localizarte.

No le faltaba razón. Helena, durante bastantes años, había intentado alejarse de todo lo que había dejado atrás en su patria y eso incluía a las personas con las que había tenido el disgusto de coincidir en algún momento de su vida. Solo quería pasar la eternidad tranquila y disfrutar del máximo tiempo que le fuese posible en ese paraíso andaluz.

—Una tiene sus métodos —replicó con la jarra de cerveza ya terminada.

—No lo dudo.

Un silencio incómodo se instauró entre ellos. A pesar de años de pasión, amistad y muchas sábanas sucias, el odio que Helena sentía hacia su antiguo amante era tan fuerte que tenía que reprimir a cada momento las ganas de saltarle al cuello o clavarle un cuchillo en la entrepierna de los que había encima de la mesa. En medio de una de sus fantasías, en la que no había nadie en la plaza y conseguía incrustarle la prótesis de su pierna en el gaznate al engreído héroe que tenía delante, una música comenzó a escucharse sintió como su cuerpo se relajaba.

«Regálame tu risa, enséñame a soñar.

Con solo una caricia me pierdo en este mar»

Los acordes de una guitarra acompañaban estas palabras, siendo tan dulces y melódicos que todas personas que había reunidas en la terraza quedaron momentáneamente en silencio, ensimismados. Helena, sin quererlo, recordó todas las veces que se había sentido plenamente feliz: la primera vez que cogió un arco, la primera batalla en la que participó o aquella vez en la que consiguió deshacerse de veinte soldados romanos sin un solo rasguño.

Incluso una extraña sonrisa se dibujó en su rostro, hasta que fue interrumpida por el sonido de un cristal estrellándose contra el suelo. El ruido hizo despertar a todos los presentes, que comenzaron a aplaudir un poco desconcertados por lo que acababa de pasar.

—¡Maldito seas, Orfeo! —gritó Hilo, que había sido el que estrelló la jarra vacía de Helena contra el suelo—. ¿Tienes qué montar el espectáculo allá dónde vas?

Cucha, uno tiene que ganarse la vida —respondió con su extraño acento malagueño mientras pasaba su sombrero entre los presentes.

Cuando terminó, se sentó en una de las sillas que quedaban libres dejando su desvencijada guitarra en la que tenía al lado junto con la recaudación. A pesar de ser finales de diciembre, en Málaga reinaba un calor sofocante y resultaba extraño ver al escuálido chico vestido con ropa larga y negra que tapaba todas las partes de su cuerpo. Unas gafas de sol y un sombrero estrafalario completaban el atuendo que solo dejaba entrever su piel blanca en algunos puntos de su fisonomía.

—¿Qué estás haciendo aquí? —preguntó Helena tras darle un buen golpe en la pierna que hizo que nuestro nuevo compañero se llevase las manos a la zona con expresión de dolor.

—Lo mismo que ustedes —contestó Orfeo mientras tomaba un trago prestado de la bebida del rubio que estaba a su lado.

—Y ¿qué se supone que estamos haciendo? ¿Lo sabes?

—Vaya, vaya, vaya... parece que soy el único que conoce la finalidad de nuestra reunión. No esperaba ser la persona más importante de las que se sientan en esta mesa y... ¡Auch! ¡Helena, por Zeus!

—No mentes a mi abuelo —dijo Hilo con expresión seria mientras Orfeo intentaba protegerse de los pellizcos de nuestra heroína—. Cuéntanos lo que sabes.

—¿La verdad? No mucho. Solo que tenía que estar aquí para que nos diesen instrucciones.

Helena, con la paciencia ya colmada, levantó el brazo para asestarle un golpe en la nuca a su desesperante compañero, pero justo cuando estaba a mitad de recorrido una fuerza invisible se lo impidió. Apretando los dientes, comenzó a mirar a su alrededor, buscando a la que ya sabía causante de esa sensación que había experimentado otras tantas veces.

—Si le sigues pegando tan fuerte, acabarás mandándolo de nuevo al inframundo con su padre.

La hechicera apareció cerca de la mesa con los aires de grandeza que le caracterizaban. Su belleza solo era comparable al desprecio que sentía hacia casi todos los humanos que vivían en la tierra. Agria, hija predilecta de Circe y su amante, Odiseo, era la más poderosa de todos los que estaban sentados en la mesa del Pimpi. Aún así, su alma pacífica intentaba en todo momento mantenerse alejada del bullicio y, por eso, trabajaba en la reserva natural de la Sierra de las Nieves donde podía ejercer sus dotes de sanadora con las únicas criaturas que merecían su cariño y aprecio: los animales.

—¡Ole! Qué alegría de niña. —Orfeo levantó los brazos para acompañar sus palabras, intentando darle un abrazo que ella ignoró.

—No te pases. Te he defendido solo porque creo que quién nos haya reunido aquí necesita que estemos todos disponibles.

—Sé que, en el fondo, me quieres —respondió bajándose la gafas de sol y componiendo un guiño exagerado.

Agria quitó la guitarra, que estaba ocupando la última silla libre, con un gesto de desprecio mientras la dejaba en el suelo. Se sentó y permaneció en silencio esperando a que sus compañeros le explicasen el motivo de esa reunión después de tantos años sin verse. La Costa del Sol era una zona extensa donde resultaba casi imposible encontrarse por casualidad.

—Pero ¿quién os llamó? —preguntó Helena intentando atar cabos.

—No lo sé —respondió Hilo provocando un gesto de disgusto en la cara de la rubia al escuchar su voz—. Hermes vino a visitarme cuando estaba en la ducha del gimnasio y tras varios comentarios incómodos sobre el tamaño de mis músculos me dijo que tenía que estar en este lugar a esta hora. También me pidió que te buscase, Helena.

—¿Por qué no lo hizo él? Conmigo sí que contactó —dijo Orfeo mientras Agria asentía confirmando que ella estaba en la misma situación.

—Puede ser porque la última vez que intentó hacerlo acabó con varios dardos incrustados en los pies —contestó Helena con naturalidad.

Justo cuando Hilo estaba a punto de replicarle, hablando sobre la responsabilidad que tenían como héroes del Olimpo para con los dioses y la humanidad, una luz cegadora inundó toda la plaza. Solo ellos podían verla, pues hubiese sido un caos para los humanos darse cuenta de esa presencia extraña en el centro de Málaga.

—Hola, sobrina.

Una silla, que antes no estaba, se materializó al lado de Helena. El hombre que había pronunciado estas últimas palabras se sentó mientras gotas de sudor caían por su frente. Una túnica marrón cubría su orondo cuerpo, llamando la atención durante un segundo de las personas que les rodeaban. Aunque no tardaron en mirar para otro lado pues era común para ellos contemplar todo tipo de vestimentas extrañas.

Helena no contestó, simplemente se limitó a beber de la cerveza que un camarero le había traído con anterioridad a la mesa sin que la pidiese mientras sus compañeros se levantaban con rapidez, clavando su rodilla en el suelo y haciendo una reverencia.

—Rey Agamenón, nos honra con su presencia —comenzó a decir Hilo en un tono melosos reservado solo para los que creía que estaban en una posición de superioridad frente a él.

—Levantaos, por favor. No quiero llamar más la atención.

Era algo complicado, pues unido a su extraño ropaje una corona adornaba su frente. Para ellos era una muestra del poder que ese hombre seguía teniendo con el paso de los siglos. Para las personas de alrededor, completaba el delirio de un loco, borracho o novio en una despedida de soltero.

—¿Qué quieres de nosotros? —preguntó Helena deseosa de ir al grano.

—Es una pena que Antonio no se encuentre hoy en el local. Necesito que me dé entradas para el estreno de su próxima película —dijo Agamenón, ignorando a su sobrina.

El parecido entre ambos era bastante obvio, teniendo en cuenta que Helena era la viva estampa de su padre. Los dos eran rudos, recios y entrados en carnes. Lo único que les diferenciaba era la prominente barba que él lucía. Aunque, unas semanas antes, el mentón de Helena no tenía nada que envidiar hasta que las normas patriarcales se instauraron en su psique y, en un arrebato, quitó con cera y pinzas el vello que en él se adivinaba.

—Señor, permítame decirle que está espléndido. ¿Se ha hecho algo en el pelo?

—Deja tus halagos para quién le interesen, Orfeo. No tenemos demasiado tiempo. —De un trago se bebió la jarra de cerveza que estaba, probablemente, destinada a Helena—. Necesito que cumpláis una misión muy importante y urgente. No contaría con vosotros en otra situación, pero solo tenemos dos días.

—No seré yo quién ponga en duda sus decisiones, señor —señaló Agria con una voz tranquila que le caracterizaba cuando quería evitar conflictos—, pero ¿por qué nosotros? Menos Hilo, los demás llevamos años inactivos. Y, además, está el pequeño problema de...

Señaló tanto a Helena como a Hilo con fingido disimulo haciendo que Orfeo soltase una carcajada como si se hubiese dado cuenta de repente de lo incómodo de la situación. La rubia, por inercia, llevó la mano a lo que antiguamente fue su pierna. Pensó en que si tenía que pasar tres días junto al hijo de Heracles lo más probable era que acabara matándole.

—No será un problema. Somos héroes, sabemos cuál es nuestro papel —respondió Hilo como si hubiese estado leyéndole la mente.

—Espero que así sea —dijo Agamenón entrelazando las manos— y, respondiendo a tu pregunta, van a ser necesarias vuestras habilidades especiales para llevar a cabo la misión. Por eso os necesito a los cuatro.

—Y ¿cuál es esa aventura en la que los mejores guerreros del Olimpo nos tenemos que embarcar para ganar respeto, mujeres y algo de dinero? —preguntó Orfeo con un brillo en los ojos oculto tras sus gafas de sol.

—Tenéis que bajar al Inframundo para encontrar a Hades, que ha robado y escondido mi objeto más preciado: El espeto dorado.

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