Evan 1. Renacer © [En proceso...

By Luisebm7

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En un futuro cercano, donde los avances científicos se propagarán como milagros y donde el poder residirá en... More

Notas
Prólogo
01 - Las CES
02 - Storm Company
03 - Unidad 7
04 - Dolor
05 - Tarde libre
06 - El encuentro
07 - Malas noticias
08 - La cena
09 - La redada
10 - El cambio
11 - Disculpas
12 - Concupiscencia
13 - Ira
14 - Perversidad
15 - El experimento
16 - Brote
17 - Dudas
18 - Cacería
19 - Monstruos 1
20 - Monstruos II
21 - Respiro
22 - Resultados
23 - Mentiras
24 - Muertos vivientes
25 - Las instalaciones
26 - Rescate
27 - Atrapados
28 - Huida
29 - Perseguidos

30 - Sacrificio

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By Luisebm7

Leonard sorteaba hábilmente a los zombis y los coches abandonados que obstaculizaban la carretera mientras conducía el furgón hacia el puente principal de la isla. A pesar de que la vista se le nublaba a ratos y el dolor de sus heridas había dejado de ser una prioridad frente a la sensación de que todo su cuerpo estaba siendo sacudido por un terremoto, el agente manejaba como un verdadero profesional del mundo de las competiciones automovilísticas. Stuart, que ocupaba el asiento del copiloto tras intercambiarse con Andrea durante una breve parada, temía que su compañero se transformara en un muerto allí mismo, pues lo notaba muy pálido y más serio de lo habitual. Mientras tecleaba en su ordenador bajo presión, observaba de reojo la conducta de su amigo y estimaba su tiempo de reacción para alcanzar su arma en caso de que todo se torciera.

En la parte trasera del vehículo, los demás se acomodaron hombro con hombro en el reducido espacio. La cercanía permitió que Simón coincidiera con Mei. Hasta el momento, el muchacho no había interactuado con ella por la constante tensión, pero la calma que saboreaban lo impulsó a tomar la mano de la médica, ya que recordaba la bonita relación que había iniciado con ella antes de que se desatara aquella pesadilla. En su estado de enajenación mental, solo la veía con un cariño y una admiración desmesurados. Mei, sin embargo, se sintió condicionada por la presencia de Elisa, a quien miró con cierto nerviosismo. La sargenta, que estaba concentrada en limpiarle la sangre a Tatiana, no había percibido el gesto de su hermano.

—Tú también eres un ángel, Mei. Me gustas mucho —expresó Simón, sosteniendo una tierna sonrisa.

Frank, que era testigo de la escena, contempló a su discípulo con orgullo.

—Simón, tú también me gustas. Te pondrás bien. —Mei, sucumbiendo ante el magnetismo que existía entre ambos, se disponía a besarse con él.

—Simón, apártate de ella —los interrumpió Elisa—. El novio de Mei murió en el edificio Atenea. Te olvidaste muy rápido de Adams, Mei —escupió con crueldad, avergonzando a la chica.

—Novio... —Simón, afectado por la inesperada revelación, soltó la mano de Mei y se cubrió la cabeza como si así pudiera protegerse de la decepción que empeoraba su lamentable estado.

Frank y Richard sintieron pena por el chico. No había nada que pudieran hacer para consolarlo en esa situación, mucho menos delante de los demás, donde podría generarse todo un debate sobre el amor y las infidelidades que estaría fuera de lugar.

—Lo siento, Simón. No era... —se disculpaba Mei, afligida y avergonzada por las miradas que recaían sobre ella.

—No quiero hablar. Ya no eres un ángel —pronunció Simón con flaqueza y agachó la cabeza, gesto que ella también imitó.

—Elisa... —A Tatiana le bastó murmurar su nombre para recriminarle que se había excedido.

—No hace falta ser muy inteligente para entender lo que pasa. Y pensar que esa carita te hace parecer una santa. Puedo hacerte un hueco en las calles, tendrías mucho éxito —comentó Eva, resaltando su profesión a los que aún no la habían intuido por su descarada vestimenta.

—¡Joder, Mei! Te tenías bien callado este lado tuyo tan zorrón. ¿A cuántos tienes rendidos a tus pies? ¿Estás segura de que naciste virgen? —bromeó James con muy mal gusto dada la incomodidad que se respiraba en el ambiente.

—Eva, te recuerdo que estás entre agentes. Mantén la boca cerrada si no quieres que te procese cuando lleguemos al continente —le advirtió Andrea y Eva refunfuñó.

—Dejad a Mei en paz —dictó Tanque con seriedad.

—Venga, es solo una broma —replicó James, un tanto arrepentido al ver cómo se encogió Mei.

—Cierra la boca, James —lo riñó Richard—. ¿Tú estás bien? —se dirigió a Simone.

—S-sí... —respondió la chica, que lidiaba con el peso de la culpa y el castigo de la conciencia por los actos ruines que había cometido en el pasado.

—¿Cuál es su historia, inspectora? —le preguntó Ethan a Andrea.

—¿Cuál de las historias? ¿A cómo llegué hasta aquí?

—No. Hablemos de antes de esto. He tenido suficiente sobre hostiles. ¿Cuál es su función en las FOP? Los agentes que no llevan uniforme de combate no pasan el día en la calle.

—No te creas. Paso más horas investigando en la calle que en el despacho. Ayudo a resolver crímenes. Esa ha sido mi pasión desde pequeña. Mi padre se dedicaba a lo mismo en la Nación de Asia del Norte, concretamente en la vieja Shanghái —relataba Andrea con elocuencia—. Conoció a mi madre durante unas vacaciones en Land Heart y el amor lo arrastró hasta aquí. Desde que tengo uso de razón, mi padre contaba con mi ayuda para resolver sus casos. Decía que los adultos habían perdido la visión de los niños. Imagino que así me adapté a ver fotos de cadáveres.

—Lo lleva en las venas, inspectora.

—No hace falta que sigas con las formalidades conmigo —remarcó Andrea—. ¿Y cuál es tu historia?

—La mía no fue de cuento de hadas. Crecí en un orfanato y nunca conocí a mis padres, pero siempre he tenido claro que mis amigos son mi familia. Vivir solo y sin grandes responsabilidades es lo que me permitió dedicarme de lleno al trabajo. Así fui ascendiendo en el cuerpo de las CES. Cuando era más joven, aspiraba a llegar a coronel, pero ya no.

—¿Por qué no? —indagó Andrea con interés.

—Porque tengo lo que necesito. Tengo una familia y la protegeré hasta el final. —Con una mirada, Ethan expresó el profundo amor que sentía por su equipo.

—¡Jefe! ¡El coronel Xavier ha contactado con nosotros! —informó Stuart de pronto.

—Adelante. Pónmelo en privado —indicó Ethan.

—¡Teniente Ethan! Me alegro de que usted y su unidad sigáis con vida —transmitía Xavier—. Escuche, tenemos una situación de emergencia.

—¿Una como el aborto de la misión de evacuación sin avisar a los supervivientes de ello? ¡Podrían quedar personas indefensas en la isla! —le reprochó Ethan con enojo.

—Lo comprendo, pero usted también debe comprender la situación. Además, las órdenes vienen de arriba, no se puede hacer nada al respecto. Entiéndalo. En proporción, hablamos de millones de vidas que correrían peligro por unas pocas... Escuche, teniente. El ejército colocó explosivos en los puentes que comunican con la isla —exponía el coronel—. Todos han sido derribados con éxito, salvo el puente central. El soldado responsable de armar y detonar la carga explosiva ha desaparecido junto con el detonador. Por desgracia, solo puede ser detonada manualmente. Nos consta que el explosivo sigue en el puente. El ejército está atrincherado en el lado del continente repeliendo las amenazas que cruzan el puente y a esperas de las órdenes del general. Como puede suponer, no es fácil debatir a quién enviar.

—Porque implica enviar a alguien a morir, sacrificarle en nombre de la humanidad, y esperan que un héroe se ofrezca voluntariamente para ello. No me extraña. Pero sí me extraña que el ejército dependa de esa carga para explotar un puente que perfectamente puede derribar con un misil —sospechó Ethan.

—Verá, teniente Ethan, no es un explosivo cualquiera. Debe ser armado y detonado en su ubicación concreta porque forma parte de una carga mayor. Digamos que es una de las llaves que debe ser accionada en el lugar adecuado para activar un mecanismo de autodestrucción. Las otras llaves eran las cargas que ya fueron detonadas en los otros puentes. Sin esa, el ejército no puede completar su misión. Desconocemos muchos secretos del gobierno, pero esto no es más que una de sus medidas de seguridad para proteger a la población mundial. ¿Entiende por dónde van los tiros? —Las palabras de Xavier hicieron que Ethan tragara saliva porque comprendía lo que implicaban. Al menos, se alegraba de que sus acompañantes no escucharan la información.

—¿Qué quiere, coronel?

—Stuart me dijo que os dirigís a ese puente. Voy a ser franco, Ethan. Tarde o temprano, el ejército enviará a alguien y se quedará atrapado en la isla con su unidad. No habrá más rescates. El saneamiento será total. Sin embargo, puedo brindarle una oportunidad. Si me asegura que alguien de los suyos asumirá la responsabilidad de armar y detonar el explosivo, hablaré con el general para que espere a los supervivientes —propuso el coronel Xavier.

—Mejor un desconocido que no uno de los hombres del general. —Ethan rio con burla—. Imagino que no nos esperarían si dijera que no. Confío en su palabra, Xavier. ¿Me garantiza que los esperaréis?

—Tiene mi palabra, Ethan —afirmó el coronel con un tono más cercano—. La clave de activación final es seis, cuatro, cero, tres.

—Bien. Lo haremos. Recuerda tu palabra, Xavier. —Ethan cortó la transmisión.

—¿Qué quería el coronel? —inquirió Richard, empleando un tono de desconfianza—. No me da buena espina.

—Estamos de suerte. El puente central no ha sido derribado porque desapareció el encargado de armar el explosivo. El ejército no quiere sacrificar a más hombres enviándolos al puente, así que, si nosotros activamos el explosivo, nos esperarán y nos recibirán con una alfombra roja. Será pan comido —mintió Ethan parcialmente.

—¡Una buena noticia por fin! —celebró James.

—Entonces, esto terminará pronto —agregó Andrea.

***

A más de medio kilómetro del puente, Leonard detuvo el furgón debido a que la carretera estaba completamente bloqueada por un mar de vehículos abandonados, así que los supervivientes tuvieron que continuar a pie.

—Hay pocos hostiles, es una ventaja. Intentemos no atraerlos. Nuestro primer objetivo es encontrar el explosivo. En marcha —decretó Ethan, que lideraba al grupo.

Recurriendo a los cuchillos para evitar causar ruidos, los agentes lidiaron con varios zombis que vagaban entre los autos. En todo momento, protegían a los civiles dentro del círculo que conformaron a su alrededor. Tatiana, que andaba apoyada en Frank, lamentaba que su patético estado le impidiera aportar su alta destreza como agente. Mei ya le había confirmado que había sufrido una conmoción y que, por su bien, no debía asumir más riesgos dentro de lo que las circunstancias lo permitieran porque, si padecía un daño cerebral considerable, cualquier agitación brusca del cerebro podría agravarlo. Por otra parte, la joven Simone se aferró a Simón en busca de un respaldo para aliviar su miedo. El muchacho, no mucho mayor que ella, le transmitía seguridad por su actitud tan indiferente de cara al terror que reinaba en las calles cuando, en realidad, él solo tenía ojos para su angelical hermana y, bajo su condición mental, digería el engaño de Mei. En las cercanías, la médica sintió celos al ver cómo la chica se pegaba al brazo de Simón, sobre todo porque deseaba estar en su lugar.

Sin grandes dificultades, los supervivientes llegaron al extenso puente, cuyos dos sentidos de circulación estaban tupidos de vehículos como si fuera una selva tropical. Hasta donde alcanzaba la vista a lo largo de su interminable distancia, todos vieron cabezas de zombis balanceándose entre los autos. Además, El eco de disparos provenientes de la lejanía llegó a sus oídos. Los agentes supusieron que se trataba de los soldados rechazando a los hostiles que intentaban adentrarse en el continente.

A los pocos metros de aventurarse en el puente, el equipo localizó un pequeño convoy militar que cortaba un par de carriles de la vía. Por mera lógica, la bomba debía estar allí, así que se dirigieron al lugar a toda prisa.

Varios charcos de sangre y múltiples salpicaduras decoraban el escenario del convoy, donde no quedaba ni rastro de los cuerpos de los militares que habían llegado en aquellos vehículos, salvo uno: un brazo uniformado que yacía junto a un maletín blindado de color negro. Ethan asumió la responsabilidad de abrirlo y el destructivo artefacto relució ante todos. Rápidamente, el teniente silenció a Stuart con una mirada, pues sabía que este deduciría lo que pasaba.

—Bien, la hemos encontrado. Sargenta Elisa, escolte a los civiles y lidere al equipo. Yo activaré este monstruo —dictó Ethan.

—Te cubriremos y esperaremos por ti —contradijo Elisa—. Seguro que Stuart la arma en un instante.

—Esto tomará un buen rato y solo yo conozco las claves. Llévatelos. Id limpiando el camino. Si os quedáis aquí, atraeréis a más hostiles —insistió Ethan.

—Yo me quedaré con él —intervino Leonard al reconocer la situación. Además, había distinguido una silueta familiar entre el humo de los coches reventados que habían dejado atrás.

—Sargenta, es una orden. Marchaos ya —instó Ethan.

—Está bien. En marcha —indicó Elisa y lideró el avance.

—Nos vemos al otro lado, Ethan —se despidió Andrea, regalándole una sonrisa amistosa que prometía mucho más.

—Sí, nos vemos... —Ethan fingió la suya y esperó a que se alejaran para encender el panel de control de la bomba.

—Tenemos que darles tiempo, ¿verdad? —dedujo Leonard.

—Sí...

—De algún modo, sabía que esto acabaría así. Tú y yo nunca dejamos atrás lo que ocurrió aquel día. No volví a tocar a una mujer hasta que Irina entró en mi vida, pero estaba claro que era una falsa ilusión —se desahogó Leonard mientras preparaba sus escopetas.

—Esta vez los protegeremos a ellos. —Ethan recordó los rostros de sus antiguos amigos fallecidos.

—Tendremos que emplearnos a fondo. Por ahí viene nuestro "colega" muy bien acompañado —indicó Leonard.

—¡Ese desgraciado de Evan! —Ethan apretó la mandíbula y el puño en cuanto vio al científico.

Evan, sosteniendo una sonrisa triunfante y destilando una calma absoluta, encabezaba una gran horda de zombis. Sentía que nada ni nadie podía detenerlo. Para ese entonces, ya planeaba portar el apocalipsis hasta el continente y extenderlo por el mundo entero. Estando a poca distancia de ambos agentes, pausó su avance y el de los muertos.

—Volvemos a vernos las caras, solo que esta vez moriréis.

—No nos das miedo, Evan. No eres más que otro de esos monstruos —espetó Ethan.

—La diferencia es que yo soy la cúspide. ¿Creéis que podréis evitar la muerte de vuestros amigos? Adelante, hijos. —Ante la orden de Evan, los voraces zombis echaron a correr.

De inmediato, Leonard apuntó con sus escopetas y reventó varios cráneos. Ethan, por su parte, cedió ante el impulso de frenarlos y apretó el gatillo de su rifle, pero sabía que eso no los pararía.

—¡Chicos! ¡Chicos! —transmitía Ethan—. ¡Corred! ¡Un enorme grupo de hostiles se dirige hacia vosotros!

—¡Dios, no! ¡Tenemos que volver para ayudaros! —proponía Elisa, tensa y desesperada como el resto.

—¡No! ¡Tenéis que seguir! ¡Es una orden! Leonard y yo activaremos la bomba y abatiremos a los que podamos —decretó Ethan sin dejar de disparar ni un segundo.

—¡No puedo abandonaros! —se opuso Elisa.

—¡Elisa! ¡Basta! ¿Es que no te das cuenta? ¡Ellos no iban a regresar nunca! ¡El jefe se ha quedado para detonar esa bomba y morir en el acto! —confesó Stuart, conmovido, al ser incapaz de guardarse aquel detalle que lo corroía por dentro ni un segundo más.

—Ethan... —murmuró Andrea tan admirada como afligida por el valeroso gesto de aquel hombre.

—¡Maldita sea, Ethan! —Richard, compartiendo el mismo pesar que el resto, apretó su arma con fuerza—. Tenemos que seguir, es su voluntad... —dijo en contra de lo que realmente le habría gustado hacer.

—Eres un cabrón, Ethan. —Tanque, con los ojos humedecidos, aporreó el capó de un coche—. ¿Para esto me salvaste? ¡Yo debería estar en tu lugar!

—Eres el hijo de perra más grande que he conocido, Ethan. Te juro que te patearé el culo. —Tatiana se escurrió las lágrimas que le brotaron.

—Puto Leonard, tú también mereces que te pateen el culo por callártelo. ¡Viejo gruñón! —protestó James con la voz quebrada.

Mei fue la única que no pudo articular una palabra, pero su afligido rostro hablaba por sí solo.

—¡Dejad de quejaros como si fuerais niños y corred! ¡Salvad a los civiles! —bramó Ethan, esforzándose para no perder la firmeza.

—¡Nunca te lo perdonaré, Ethan! —expresó Elisa, acongojada, y tomó la decisión apropiada, pero no la que borraría el dolor que se grabaría en su corazón—. ¡Continuemos!

Los zombis, como meros peones de Evan, ignoraron la presencia de Ethan y Leonard. Aunque algunos cayeron ante los proyectiles de los agentes, la cantidad de criaturas era tan inmensa que dos personas no podían contenerlas. Como bestias salvajes, corrían y trepaban por encima de los coches rumbo a los demás supervivientes.

Evan aprovechó la distracción para acercarse a ambos.

—¡Hijo de puta! —escupió Ethan con rabia.

—Ahora lo comprendes. No puedes cambiar el destino de la humanidad.

—No podremos detenerlos a todos, ¡pero a ti sí! —Leonard, colérico, le disparó.

Evan hizo que uno de los zombis saltara delante de él y recibiera los plomos en su lugar. Veloz, desplegó sus tentáculos y azotó a Leonard, que salió despedido e impactó en el maletero de uno de los coches abandonados que había en las inmediaciones. En ese instante, un puñado de balas voló hacia Evan desde el rifle de Ethan. Sin embargo, el científico apresó a un hostil con las protuberancias de su otra mano y lo empleó como escudo antes de que los tiros lo alcanzaran. Luego, blandió al muerto como si fuera un arma para aporrear a Ethan. El brusco golpe arrojó al teniente contra el parabrisas de uno de los vehículos militares. El agente, tras caer en un charco de sangre, se fijó en que estaba junto a la bomba, por lo que decidió seguir calibrándola.

***

Elisa, convertida en la líder del grupo, apenas podía disimular que estaba afectada por el sacrificio que Ethan y Leonard habían asumido. En busca de consuelo, disparaba y asesinaba a todos los zombis que se dibujaban frente a sus ojos. Tanque tampoco podía digerir más dolor. Había perdido a su familia y le destrozaba pensar que también perdería a dos viejos amigos. Su violenta forma de machacar a las criaturas con el escudo exteriorizaba el sufrimiento que albergaba en su interior. Los demás, igual de abatidos, los respaldaban mientras protegían a los civiles. Así avanzaron varios metros a buen ritmo, huyendo de la despiadada horda que los perseguía. Sin embargo, la ruta de escape se volvió más peligrosa cuando una aberrante mutación apareció en su camino.

—¡Atrás! ¡Agachaos! —A la orden de Elisa, todos se ocultaron detrás de los coches.

—¡Tengo mucho miedo! —murmuró Simone, temblorosa.

—¡Sh! Todo saldrá bien —musitó Andrea para calmarla.

La criatura, de características humanoides, poseía una tonalidad rojiza en su arrugada piel y una altura gigantesca, luciendo más espeluznante por sus alargadas extremidades. No solo la amplia separación entre sus redondeados ojos y el triangular orificio que tenía como nariz hacían que su rostro fuera horrendo, sino también la ausencia de tejido alrededor de la boca y los terroríficos dientes que saltaban a la vista. Aquella monstruosidad se entretenía cazando y devorando muertos.

—¿Qué hacemos? No me quedan explosivos —expuso James al verse sin opciones.

—Yo lo puedo distraer para que vosotros paséis —propuso Richard, inspirado por el sacrificio de sus amigos.

—No quiero que nadie arriesgue su vida —se opuso Elisa.

—Podemos usar el paso de los operarios junto a los soportes del puente —sugirió Tatiana.

—¡Buena idea! Si pasamos a hurtadillas, no debería vernos —agregó Stuart, plenamente convencido de ello.

—Tú decides, Elisa —dijo Andrea para empoderar a la sargenta.

—Hagámoslo —asintió Elisa y todos la siguieron.

La sargenta cubrió al grupo para que acudieran a la vía de los operarios de uno en uno bajo el mayor sigilo posible. La criatura, por su parte, seguía ocupada con su sanguinario festín. En ocasiones, aporreaba coches hasta destrozarlos o los lanzaba fuera del puente para abrirse paso hasta sus presas.

***

—¡Cobarde! No puedes luchar por ti mismo. Dependes de esos monstruos para defenderte —espetó Ethan para provocar a Evan con la intención de ganar tiempo para sus amigos.

—¿De verdad crees que un humano endeble podría detenerme? —Evan exhibió una arrogante sonrisa—. Por cierto, tu amigo se convertirá en uno de mis servidores pronto.

—¡Muere, desgraciado! —bramó Leonard al disparar su último cartucho, creyendo que tomaría al científico por sorpresa.

Evan se desplazó a una velocidad prácticamente imperceptible para el ojo humano. Los agentes nunca habían visto algo semejante. El científico, tras aparecer delante de Leonard, le asestó un descomunal puñetazo en el estómago, otro en el mentón y concluyó con un brusco empujón. Leonard abolló la puerta de un coche en pleno impacto y se retorció de dolor en el suelo. Su uniforme de combate apenas había amortiguado el golpe que lo había dejado sin aire. De inmediato, Ethan apretó el gatillo. Logró perforar el torso de Evan, pero, por desgracia, solo le restaban dos balas.

—Insignificante —se burló Evan y agitó sus tentáculos para derribar a Ethan.

—Esto no se ha terminado... —Leonard escupió un buche de sangre con un diente, pero fue capaz de incorporarse y empuñar su cuchillo—. Te abriré la cabeza, monstruo. —Le atravesó la nuca a un muerto que le pasaba por el lado y se abalanzó sobre su objetivo principal.

Evan, sosteniendo una soberbia expresión, eludía los feroces tajos del agente como si jugara con él. Mientras, Ethan aprovechó la distracción para seguir interactuando con el panel de control de la bomba. Sin embargo, se doblegó ante la repentina sensación de que todos sus huesos se rompían en pedazos y desgarraban sus órganos. Leonard, que persistía en su intento de derrotar a su mayor enemigo, también sintió que perdía el control de su cuerpo como su amigo y volvió a vomitar sangre. Ante el momento de debilidad, Evan lo tumbó de un bofetón y lo pateó salvajemente en el suelo.

—¡Déjalo! —Ethan, poseído por un ataque de ira más allá de su naturaleza humana, se abalanzó sobre Evan y hundió su puño en su cara hasta el punto de desestabilizarlo. Enseguida desenvainó su cuchillo y lo ondeó para clavárselo en la frente, pero Evan le sujetó los brazos antes de que rozara su piel.

—Empiezas a mutar. Storm Company te inyectó uno de sus mejores productos, ¿verdad? Puedo sentirlo en la alteración de tus células. Pero eso será en vano para detenerme porque yo creé, mejoré y poseo la Cura Madre en mi organismo. No obstante, admito que siento curiosidad por ver en qué te transformarías si te infectara con mi ADN. —Evan, adoptando su monstruosa figura, le mordió el cuello a Ethan y bañó su boca con la sangre del agente. Tras deleitarse, lo estampó contra un vehículo militar—. Tal vez esto acelere tu mutación.

***

Los supervivientes, cautelosos, se movían por la vía de los operarios. En cada paso, sus corazones latían con violencia y sus cuerpos sudaban en exceso a causa de la tensión que afrontaban. Habían superado el punto más crítico del trayecto, que era el tramo más cercano a la criatura. La dejaban atrás cuando un zombi cayó entre ellos por culpa de una embestida de un coche que el monstruo había aporreado.

—¡Aah! —gritó Simone, aterrada porque el muerto le había caído encima. Ese había sido el detonante que necesitaba para liberar la presión que la estaba asfixiando.

Simón, al ver a la chica en peligro junto a él, reaccionó e intentó aprisionar al hostil desde atrás. Andrea, por otro lado, le tapó la boca a Simone y apuñaló la cabeza del frenético muerto.

Todos, implorando que la criatura no hubiera escuchado el ajetreo, permanecieron inmóviles. Unos inquietantes segundos se prolongaron en el tiempo, donde los supervivientes intercambiaron miradas expectantes y temerosas. Dada la calma que reinó sobre ellos, pensaron que habían pasado inadvertidos, por lo que se dispusieron a seguir.

Medio metro después, un espantoso grito de Eva les cortó la respiración. Horrorizados, contemplaron la aberrante mano gigantesca que había aparecido desde arriba y que le había perforado el abdomen con las garras al capturarla.

—¡Eva! —pronunció Andrea, lamentando el destino de aquella mujer, y se levantó con la pistola en las manos. A pesar de que efectuó varios disparos contra la criatura, no pudo salvarla.

—¡No! ¡Inspectora, ayúdeme! ¡Ah! —gritaba Eva mientras sangraba y era alejada del suelo. Algunos, consternados, observaron el miedo en su rostro antes de que la criatura partiera su cuerpo en dos y sus intestinos se desparramaran desde lo alto.

Por desgracia, el grito de Simone también había atraído a los muertos de las inmediaciones y la muerte de Eva había revelado su ubicación por completo. Los zombis empezaron a invadir el paso de los operarios, precipitándose uno de ellos sobre Simón. Los demás supervivientes, que se vieron forzados a repeler a los que se abalanzaban sobre ellos, no se percataron de que el hostil vencía la resistencia del muchacho en pleno forcejeo y, encima, Simone se limitaba a chillar cobardemente junto a él. Solo Frank, que enfrentaba a un muerto a escasa distancia de los jóvenes, distinguió el peligro que acechaba a su aprendiz. Armado de valor, apartó a su rival de una patada para ayudar a Simón. Mientras intentaba quitarle el zombi de encima al muchacho, el otro que lo había agredido arremetió contra él con más furia y le clavó los dientes en el brazo.

—¡Frank! —voceó Richard, denotando su preocupación al presenciar el fiero mordisco que recibía el viejo entrenador. Tras lanzar a un muerto por el borde del puente mediante una técnica de proyección, tuvo la ocasión de disparar y liberar a su antiguo mentor del tormento.

El propio Frank apartó al hostil que ansiaba catar la carne de Simón y lo arrojó fuera del puente para que el mar lo engullera. En ese instante, la monstruosa mano pasó por encima de sus cabezas en busca de otra presa.

—¡Corred! ¡Regresemos a la calle! —ordenó Elisa a la vez que le disparaba a la criatura para distraerla.

El resto de los supervivientes obedeció a su líder y corrió hasta salir del paso de los operarios. Mientras, los agentes apretaban el gatillo cuando tenían alguna oportunidad, destinando parte de las balas a frenar el avance de los muertos que los acechaban. Pronto se hallarían huyendo entre los vehículos otra vez.

El monstruo aplastó a un muerto y el capó de un coche empleando sus puños como pesados martillos. De un ágil salto, se enganchó a las vigas del puente, por donde se desplazó hasta que, en pleno chillido, se precipitó sobre ellos. Sus enormes patas aterrizaron como pesadas rocas encima de un turismo, hundiéndole el techo y reventando los cristales del parabrisas y las ventanillas. Aquello hizo que el grupo se fragmentara.

—¡Stuart! ¡Mei! ¡James! ¡Reagrupaos y proteged a los civiles! ¡Los demás nos ocuparemos de la criatura! —dictó Elisa, sometida por la presión, pero repleta de firmeza.

El trío de agentes eliminó a los hostiles más cercanos para crear una ruta segura entre los civiles y ellos. Mei socorrió a Tatiana, mientras que James y Stuart escoltaron a Frank, Simone y Simón hasta que todos se reunieron de nuevo y adoptaron una formación defensiva lejos de las garras de la bestia más peligrosa. La francotiradora, en particular, se odiaba a sí misma por seguir siendo una carga en lugar de un arma letal para proteger a sus amigos. En cuanto a los otros agentes, Tanque se expuso para captar la atención del monstruo con sus bramidos, Elisa y Richard se abrieron por los flancos mientras mantenían el fuego sobre su objetivo, y Andrea se escabulló por detrás de los coches para dar un rodeo.

La criatura, en ocasiones, se cubría la cabeza por el daño que le causaban las balas que rasgaban su carne. Sin embargo, eso la enfurecía y hacía que arremetiera con más violencia. En sus alocados intentos de aplastar a Elisa y Richard, machacaba los vehículos que ejercían de barricadas para ambos como si deshiciera frágiles montículos de arena. Ellos, como buenos agentes, se coordinaban para turnarse la atención de aquel ser y explotaban su entrenamiento al máximo para esquivar los ataques mediante diestras piruetas.

Tanque, por otro lado, soportaba los azotes que le llovían al azar y aprovechaba para contraatacar con los puntiagudos salientes de su escudo, perforándole los puños a la criatura y derramando su sangre con gusto. No obstante, el agente no previó que la bestia capturara su arma defensiva con los dedos. A pesar de que lo elevó por el aire, Tanque no soltó el escudo y permaneció colgado. Una nueva oportunidad se había dibujado ante él y no la desaprovecharía. Estando a corta distancia de la horrenda cabeza que lo observaba como si fuera un aperitivo, apuntó con su pistola y acertó en un ojo, que estalló como un globo y despidió un líquido espeso y amarillento. La criatura, chillando enloquecida, lo arrojó al suelo con severidad.

—¡Elisa! ¡Llévalo hacia tu izquierda! —le indicó Andrea al percibir una opción para acabar con el monstruo.

La sargenta se adelantó con ambas pistolas mientras Richard rescataba a Tanque. Sus disparos atraían la atención de la desquiciada criatura, que golpeó el suelo con tal fuerza que agrietó el asfalto. Elisa rodó a un lado para evitarla y se encaminó hacia donde le había señalado Andrea. El monstruo plantó una pata encima del taxi que perdía combustible por el agujereado depósito, justo como la inspectora había previsto.

—Te tengo —murmuró Andrea y accionó el gatillo.

La explosión provocada por una chispa consumió casi todo el cuerpo del horrendo ser. El fuego se propagó por la parte baja de su torso, alimentándose de su carne como si fuera leña. La pata que tenía encima del auto se le había quedado prácticamente en los huesos a causa del estallido, lo que derivó en que no pudiera sostenerse con normalidad y cayera hasta equilibrar su peso sobre las manos. Enseguida, los agentes le acribillaron la cabeza, pero la criatura, en un acto desesperado, sacudió un brazo con rapidez. Elisa fue la víctima que recibió el fiero manotazo y voló hasta estamparse contra el suelo junto a Richard y Tanque.

—¡No le deis tregua! —instó Andrea, que disparaba desde el otro flanco hasta que dos zombis la sorprendieron y la forzaron a defenderse.

El monstruo, con la intención de atacar al trío que lo abatía, se dispuso a incorporarse. Para entonces, Richard se quedó sin munición y Elisa le arrebató los últimos cargadores de las pistolas, ya que a ella se le habían acabado.

—¡Tanque, impúlsame! —le pidió Elisa con urgencia.

La sargenta, a pesar de estar magullada, se alejó para entregarse a una potente carrera. Aquellos que contemplaron su rostro en ese instante reconocieron la profunda convicción que la acompañaba. Tanque dedujo lo que su amiga pretendía, por lo que se agachó y alzó el escudo como si fuera un peldaño tras desactivar los pinchos. En cuanto ella pisó la superficie, él la impulsó hacia arriba con todas sus fuerzas, incluso liberó un enérgico bramido. Elisa, mientras sobrevolaba la cabeza de la criatura y disparaba incesantemente, liberaba la descarga de adrenalina a través de un vigoroso grito. Aterrizó en la espalda de la bestia a la vez que esta se desplomaba y, sin perder ni un segundo, se apresuró hasta su cráneo para vaciarle los cargadores encima y terminar de destrozar aquella sopa de huesos y fluidos viscosos.

—No volverás a levantarte —aseguró Elisa y regresó con los demás para empuñar el rifle de Tatiana. Después de rematar a la bestia con un disparo de aquella arma, lo único que quedó de su cabeza fue su mandíbula.

—Bien hecho, Elisa. Eres increíble —la halagó Andrea.

—¡Mi hermana voló como un ángel! —expresó Simón, fascinado.

—Ha sido gracias a ti —dijo Elisa, destacando el mérito de la inspectora.

—Todos sois muy valientes. Conseguiréis huir de esta locura, estoy convencido de ello. Yo no puedo decir lo mismo. El viaje concluye para mí. —Frank decidió revelar la mordida de su brazo para que todos supieran el peligro que representaba para ellos.

—¡De eso nada! Vienes con nosotros, ya falta poco para llegar —dictó Richard, incapaz de aceptar que la vida de aquel buen hombre se teñía de oscuridad.

—Tal vez el ejército está trabajando en el desarrollo de un compuesto para impedir o revertir la mutación —planteó Mei, esperanzada.

—Es verdad. No se rinda todavía —añadió Stuart.

La buena voluntad de todos convenció a Frank para que continuara con ellos. Si tenían razón, era pronto para rendirse, y eso no era lo que les predicaba a sus alumnos, a Simón.

—Le estás cogiendo cariño a mi rifle —bromeó Tatiana al apoyarse en Elisa para seguir caminando.

—Le diste un buen uso, solo le queda una bala —resaltó Elisa al comprobar el arma—. Stuart, James y Mei son los últimos con munición. Espero que nos baste... Ethan dijo que una horda venía detrás de nosotros. Necesito ver de cuánta ventaja disponemos.

Elisa detuvo la marcha para subirse en un camión, desde donde empleó la mira telescópica del rifle para mirar a lo lejos. Tras regular el lente, distinguió a la imponente jauría de zombis que avanzaba por el puente como un arrollador tsunami. Tragó saliva porque sabía que no podrían sobrevivir a esa horda, pero aún se interponían muchos metros de distancia entre ellos. Seducida por la angustia que sentía al pensar en los dos amigos que habían decidido sacrificarse por ellos, volvió a regular la mira telescópica para mirar más allá de los muertos. Alarmada y afligida, suspiró al enfocar a Evan, que destrozaba a sus amigos sin piedad.

Hasta entonces, Evan había seguido enfrentándose a Ethan y Leonard en un combate cuerpo a cuerpo. El teniente había logrado herirlo superficialmente con el cuchillo un par de veces gracias a la fuerza que le otorgaba su mutación, pero eso resultaba insignificante. Ambos agentes habían recibido una paliza por parte de su rival y el final de sus vidas estaba cada vez más cerca.

—Os lo dije. Era inevitable. Esto es lo que el destino quiere para la humanidad, por eso no podéis detenerme —enfatizó Evan.

—¡Maldito! ¡Muere! —Leonard, blandiendo su cuchillo, cargó hacia él, pero Evan le agarró el brazo y asomó sus aberrantes garras para apuñalar su torso incesantemente. Elisa, sintiéndose impotente, contempló con dolor la cantidad de veces que las garras le salieron por la espalda a su amigo.

Leonard escupió sangre hasta por la nariz. Su vida se apagaba segundo tras segundo.

—¡No! ¡Leonard! —Ethan sufrió ante el desvanecimiento de quien quería como a un hermano.

—No tiene sentido que sientas su pérdida. Sabías que iba a morir sí o sí —articuló Evan con un tono gélido, carente de empatía.

—¡No así, maldito monstruo! —expresó Ethan, destrozado emocionalmente.

—E-Ethan. Una... última v-vez... —Leonard forzó la sonrisa. Contraído por las incontables perforaciones que castigaban su torso y el dolor que anunciaba la muerte de su cuerpo, apretó los puños y los dientes y se puso de pie. Su piel palideció y adquirió la tonalidad de los muertos mientras su mente era consumida por una creciente ira. Poco le restaba como humano. De hecho, un humano normal no habría sobrevivido con tantas heridas mortales.

Ambos agentes, coordinados en un último ataque desesperado, arremetieron contra Evan. Apenas dieron un paso y el científico los ensartó a la vez con sus tentáculos. Las tres protuberancias de cada mano atravesaron sus troncos salvajemente. Leonard murió en el acto, mientras que Ethan aún resistía porque estaba mutando en un ser superior a un mero zombi, pero se daba por acabado, pues sangraba a borbotones, incluso las lágrimas que derramaba por la pérdida de su amigo se habían teñido de rojo.

—¡Nooo! —gritó Elisa, sumida en un espontáneo llanto que reflejaba la mezcla de su tristeza y su rencor—. ¡Te odio, Evan! ¡Te odio!

Todos vieron a Elisa apretar el gatillo y clavar las uñas con rabia en el rifle. Por su repentina reacción y las escasas palabras que había pronunciado con tanto sentimiento, se hacían una idea de lo que presenciaba a través de la mira telescópica.

En el otro extremo del puente, Leonard empezaba a gruñir y a abrir su único ojo. Aún permanecía suspendido en el aire por los tentáculos de Evan igual que Ethan.

—Tu amigo ya renace. Lo controlaré para que te mate. Así tú también te... —decía Evan hasta que un proyectil penetró en su entrecejo y le reventó la parte posterior de la cabeza. Su cuerpo se sacudió abruptamente y cayó inerte hacia atrás.

Ethan pudo liberarse de los tentáculos. Dentro de la poca vitalidad que le quedaba, le asombró ver que aún podía moverse a pesar de que tenía tres amplios agujeros por los que pasaba la luz en su torso. Tras mirar a Leonard con pena, se arrastró hasta la bomba. El coronel Xavier y el ejército en sí tenían razón, aquellas criaturas no podían llegar al continente por el bien de la humanidad. Él mismo había sido testigo del caos que esos seres eran capaces de sembrar.

Los muertos seguían pasando por su lado, ignorando su presencia como si ya lo consideraran un igual. De hecho, él empezaba a sentirlos por todas partes a la vez que afrontaba espasmos involuntarios y alteraciones físicas que solo podían significar una cosa. Un tejido oscuro sellaba sus heridas y se ramificaba por su cuerpo al tiempo que se le despertaba un hambre insaciable. No disponía de mucho tiempo, sabía que estaba a punto de convertirse en otro ser, así que tecleó los últimos dígitos para activar el explosivo mientras veía cómo los huesos de su temblorosa y ensangrentada mano se partían de forma atroz.

—Chicos... Vivid... —transmitió Ethan por última vez con lágrimas de sangre en sus ojos y detonó la bomba. Una imagen donde salvaba a su antiguo equipo se recreó en su mente cuando las llamas lo engulleron.

Los agentes, al escuchar su mensaje, sintieron una profunda aflicción que perduraría en sus corazones. A más de uno les tembló la mandíbula y se les humedecieron los ojos. La cadena de explosiones que se desató fue suficiente para saber que Ethan y Leonard habían sacrificado sus vidas para salvarlos. Pero el propio fuego que abrasaba el puente les recordó que no disponían de tiempo para llorar a los muertos, así que corrieron a toda prisa para no volar igual que las decenas de muertos que se desintegraban en trozos junto a la estructura colgante y los vehículos.

Afortunadamente, el grupo pisó tierra firme antes de que la explosión derribara el final del puente. Sin embargo, los soldados del ejército, que habían establecido un campamento en el perímetro y estaban atrincherados al pie del puente, los rodearon enseguida. Lo que parecía un alivio no tardó en infundir tensión en los supervivientes, pues les apuntaron como si fueran vulgares zombis, les ordenaron que no movieran ni un músculo e ignoraron sus alegaciones. Un militar canoso, de porte imponente, repleto de condecoraciones y de expresión rabiosa, se presentó ante ellos. Se trataba del general Nicholas Taylor.

—Al final, ese Ethan lo consiguió. Me hubiera gustado tener un hombre como él en mi regimiento —articuló Nicholas y comenzó a caminar alrededor de los supervivientes con las manos enlazadas detrás de la espalda mientras los examinaba de arriba abajo—. Soy el general Nicholas Taylor. Os doy la enhorabuena por haber sobrevivido, pero... —Se paró junto a Frank y, sin miramientos, desenfundó su pistola y le pegó un tiro en la cabeza.

Los supervivientes, que ni siquiera habían podido digerir la muerte de sus dos compañeros, se quedaron atónitos ante aquella ejecución a sangre fría. No se podían creer que el general hubiera cometido un acto tan cruel. Simón padeció un bloqueo mental más profundo al ver morir a su mentor de esa manera y Richard maldijo todo.

—¡Eres un hijo de perra! —Tatiana fue la única que se atrevió a ofenderlo directamente, pero los demás también expresaron su descontento.

—Tranquilos —les indicó el general a sus hombres para que no tomaran represalias contra ellos.

—¡General Taylor! —intervino el coronel Xavier con firmeza—. ¡Me prometió que los protegería!

—Cancelé la evacuación para impedir que se colaran infectados como este. No iba a ser la excepción. Imagina los daños que se producirían a nivel nacional o peor, mundial, si esto se propagara. Es ley de vida. Hay que sacrificar a unos pocos para salvar a la mayoría. Son los principios básicos de la supervivencia —argumentó el general Nicholas con plena frialdad—. Parece que los demás están bien. De todas formas, lleváoslos de aquí... —ordenó y reaccionó ante el alboroto que causaron sus nuevos prisioneros por el arresto injustificado—. Tranquilos, estaréis en primera fila para contemplar el saneamiento de Land Heart ahora que el problema ha sido aislado.

Esposados y subidos en un helicóptero como si fueran escoria, los supervivientes se alejaban del campamento militar cuando una explosión masiva se desató en toda la isla, pareciendo un gigantesco volcán en erupción. La vida que conocían y sus hogares desaparecían. Moría su pasado y nacía el presentimiento de que aquello solo había sido el principio del apocalipsis.

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