Lo predijeron las cartas

By RM_Brown

5.3K 702 4.6K

⭐ FINALISTA WATTYS 2023 Y MENCIÓN ESPECIAL ONC 2023 ⭐ Carolina ha sido invitada a la boda de su exnovio en Lo... More

🧭 Aclaración 🧭
🚐Preludio🚐
🌑PARTE 1🌑
🚌Capítulo 1🚌
🌒PARTE 2🌒
🚌Capítulo 2🚌
🚌Capítulo 3🚌
🚌Capítulo 4🚌
🌓PARTE 3🌓
🚌Capítulo 5🚌
🚌Capítulo 6🚌
🌔PARTE 4🌔
🚌Capítulo 8🚌
🌕PARTE 5🌕
🚌Capítulo 9🚌
🌖​PARTE 6🌖​
🚌Capítulo 10🚌
🌗PARTE 7🌗
🚌​Capítulo 11🚌​
🚌Capítulo 12🚌
🚌Capítulo 13🚌
🚌Capítulo 14🚌
🌘PARTE 8🌘
🚌Capítulo 15🚌
🚌Capítulo 16🚌
🧭PERSONAJES🧭

🚌Capítulo 7🚌

278 56 402
By RM_Brown

Flagstaff, Arizona. 12 de junio de 2023.

Dormir es para los débiles.

Llevo desde que me he levantado repitiéndome esa frase mentalmente como un salmo con la intención de creérmela. Me acompañan el sonido de la máquina de café de fondo y el barullo mañanero de los que en poco rato acudirán a sus respectivos puestos de trabajo. Que no he dormido una mierda está más que claro por las enormes bolsas bajo mis ojos y la cantidad de bostezos que no consigo reprimir, pero sobre todo por mi cara de incomodidad con cada mínimo ruido que supere la cantidad de cero decibelios; es decir, si de mí dependiera, en estos mismos instantes pondría al mundo en mute.

Mael había descubierto el motivo tras mi viaje a Los Ángeles y, a pesar de haberle estado dando vueltas durante toda la noche —de ahí mi cansancio actual—, aún no he decidido si contarle toda la verdad o no. No quiero darle ninguna lástima, ni mucho menos parecerle patética. Mentirle queda descartado, porque es tremendamente complicado, si no imposible, engañar al rey del engaño; tal vez sea mejor hacerme la loca, como si no lo hubiese escuchado.

No he terminado de dar con una solución a mi problema cuando una conocida melodía resuena, sobresaltándome, en toda la cafetería: la marcha imperial. Sonrojada, saco el móvil del bolsillo y cojo la llamada.

—Me da mucha vergüenza que me llames cuando estoy en lugares públicos. ¿No puedo ponerte un tono de llamada más normal? Odio que me mire todo el mundo —le digo a la persona al otro lado de la línea.

—¡Tía! —grita Karina haciéndome apartar el teléfono de la oreja—. ¿Se puede saber por qué demonios no me has llamado hoy? Bueno, ayer, porque son ya las dos de la mañana aquí. Quedamos en que hablaríamos todos los días para comentarnos avances de la misión y no sé nada de ti. ¿Has visto ya a Joel? ¿Qué te ha dicho? ¿Y Blake? ¿Es igual de guapa que en las fotos, o puro filtro?

La regañina barra interrogatorio me recuerda que no le he contado nada a mi mejor amiga sobre el imprevisto del vuelo, el reencuentro con Mael y la posterior decisión de recorrer el oeste de Estados Unidos con una tartana del siglo pasado.

—¿Qué haces despierta a las dos de la mañana? —Es lo que se me ocurre preguntar para desviar la conversación.

—Mañana libro y he salido a tomar algo con los del trabajo, pero, ¡por Dios!, cuéntame ya algo de tu viaje, tengo sed de cotilleos. —No ha colado.

Cuando decido proceder a contarle toda la historia veo que Mael entra por la puerta de la cafetería, así que intento despedirme rápidamente de ella para colgar, pero no lo consigo.

—¡Qué madrugadora, ratona! —suelta Mael una vez a mi altura—. ¿Has desayunado ya? —Asiento con la cabeza a la vez que le fulmino con la mirada y él se disculpa en silencio antes de dirigirse a la barra.

—¿Quién era ese? —pregunta mi amiga, desconcertada.

—¿Quién?

—Carol, tía, que lo he oído perfectamente.

—Ah, es... —titubeo, sin saber bien si confesárselo— Mael.

—¡¿Qué Mael?! —Karina está eufórica—. ¿Mael, Mael?

—Sí.

—Me he perdido, ¿te importaría explicarme...

—No —la interrumpo—, ahora no puedo. Te llamo en otro momento, ¿vale?

—Está bien, pero ten cuidado —dice ella, rendida.

—¿Cuidado?

—Con tu corazón, Carol, ya lo rompió una vez, no permitas que vuelva a hacerlo.

—Creo que te estás confundiendo, Karina, Mael y yo no...

—Sé muy bien por qué digo las cosas.

Karina vivió conmigo la que denominamos "la gran ruptura". Todo el dolor y sufrimiento que me ha causado Joel en el último año no es nada en comparación a lo que sufrí cuando Mael me abandonó. Fue como dejar a Epi sin su Blas. A Tom sin su Jerry. Pasé por todo tipo de etapas hasta superarlo, aunque he de confesar que sigue acompañándome cada día la incertidumbre del porqué.

—Está bien, descansa —me despido antes de colgar.

Mael toma asiento frente a mí en ese momento con una enorme sonrisa de oreja a oreja, rebosante de energía.

—Perdón por lo de antes, espero no haberte puesto en un compromiso, ni siquiera me había fijado en que estabas hablando por teléfono.

—No te preocupes, solo era Karina.

—Bien —sonríe de nuevo—, ¡hoy toca excursión! ¿No estás emocionada?

—Claro. —Me fuerzo a sonreír, lo que en verdad quiero es dormir.

—Eso no ha sonado en absoluto convincente. —Niega con la cabeza.

—¡¿Yupi?! —digo acompañando mis palabras con un gesto de emoción.

—Algo mejor —confiesa entre risas ofreciéndome su mano—. ¿Nos vamos?

Mentiría si dijera que no estoy disfrutando como una enana de las vistas que el Gran Cañón ofrece a sus visitantes. Es realmente maravilloso cómo un conjunto de piedras puede crear tan magnífico paisaje. Estamos sobre una pasarela en forma de herradura a mil doscientos metros de altura y, lejos de experimentar la típica sensación de vértigo, no puedo parar de asomarme por la barandilla, sintiéndome la reina del mundo.

—¡Esa Carol, cómo mola, se merece una ola! ¡Ueeeee! —grito a la nada, que se inunda con el eco de mi voz.

Mael me sigue de cerca mientras correteo de un lado para otro, con una euforia que hacía tiempo que no sentía invadiéndome de pies a cabeza. No me doy cuenta de que me está tirando fotos hasta que me giro para dar una vuelta sobre mí misma.

—¿Me dejas verlas?

—No —se ríe—, pero no porque no quiera. Es una cámara analógica, no hay forma de previsualizar las fotografías hasta que las revele. Lo siento —se disculpa con ironía encogiéndose de hombros.

—¡Qué antiguo eres!

—El término que nos define hoy en día es vintage, para que lo sepas.

—Anda, vintage, ven aquí, vamos a hacernos una foto de recuerdo, pero con mi móvil.

Saco el móvil de la mochila en lo que Mael se coloca a mi lado y le doy a la opción de selfie. El caluroso viento ha enredado mi pelo, así que tengo que recolocármelo un poco antes de sonreír y sacar la primera foto. Desgraciadamente, el viento sopla en nuestra contra, así que cuando veo la foto que nos acabamos de hacer, Mael parece estar posando con una prima lejana de Chewbacca.

—¿Quieren que les haga una foto? —se ofrece una mujer con acento mexicano.

Mael y yo nos miramos antes de asentir y darle el móvil a la mujer. Ahora estamos rígidos, sin saber muy bien cómo posar, como si un fantasma hubiese atravesado nuestros cuerpos. Hay suficiente confianza entre nosotros como para abrazarnos para la foto, pero a la vez no. La situación ha pasado a volverse algo incómoda para ambos hasta que la mujer habla:

—¿Es que, acaso, están enfadados el uno con el otro? —Los dos negamos con la cabeza con efusividad—. ¡Órale, pues acérquense un poco, chamacos!

El gracioso acento de la mujer ordenándonos aquello que por cuenta propia no nos atrevemos a hacer le resta incomodidad al ambiente y noto cómo Mael extiende el brazo por detrás de mí, abrazándome por la espalda y juntándome a su cuerpo. No me pasa desapercibida la sensación de electricidad que me invade, provocándome un leve escalofrío. Estiro yo también mi brazo por su espalda, notando la tensión de sus músculos.

Clic.

Oímos el ruido de la primera foto y nuestras miradas se encuentran. Sé por la forma en que sus ojos atraviesan los míos que está sintiendo algo parecido a lo que estoy sintiendo yo, esa corriente de electricidad que parece activar cada parte de mi ser, como un depredador ubicando a su presa y saboreándola de antemano antes de darle caza.

La mujer sigue haciendo fotos mientras el mundo desaparece a nuestro alrededor. Ahora solo estamos él y yo, como en los viejos tiempos, complementándonos el uno al otro. Cierro mis ojos cuando los recuerdos regresan, pasando a toda velocidad por mi cabeza, y sonrío mientras Mael deposita un suave beso sobre mi frente.

No sé cuánto tiempo ha pasado cuando vuelvo a abrir mis ojos, regresando así a la realidad y rompiendo con ello la fantasía tan bonita que había creado en mi imaginación.

—Hacen una pareja preciosa —dice la mexicana, atrayendo nuestra atención. Está sonriéndonos con ternura.

Aprovechamos para separarnos y carraspeo antes de agradecerle por las fotos. Cuando me doy la vuelta, Mael está apoyado en la barandilla, mirando hacia la inmensidad del paisaje, y me permito apreciar la tranquilidad en la expresión de su rostro. Antes de guardar el teléfono, abro la galería para ver las fotos y siento una especie de retortijón en el estómago al ver la última de ellas: los dos estamos de perfil y Mael besa mi frente mientras yo sonrío con los ojos cerrados.

No se puede negar que es una foto realmente hermosa. Es cierto que hacemos una buena pareja, cuánto desearía mi antigua yo que así fuera. Si tan solo él no se hubiese marchado años atrás, arrastrándome a su paso hacia la más amarga de las tristezas...

Ya lo rompió una vez, no permitas que vuelva a hacerlo.

La advertencia de mi amiga hace eco en mi cabeza y me enderezo, haciendo acopio de todas mis fuerzas, para centrarme en el presente y en mi misión.

—¿Nos vamos? —suelto con poca delicadeza hacia el destructor número uno de mi corazón. Se me antoja imposible aparcar mi resentimiento en este momento.

—¿Has terminado de disfrutar de estas hermosas vistas, ratona? —contesta él, girando levemente su cabeza parar mirarme. ¿Por qué tan irresistible?

—Sí.

No le doy oportunidad para abrir nuevamente la boca, pues cargo mi mochila a la espalda y comienzo a caminar en dirección a la salida.

—¿Todo bien? —pregunta cuando consigue alcanzarme.

—Perfectamente.

El resto del camino de vuelta a la furgoneta lo recorremos en completo silencio. Él con la incógnita de mi repentino cambio de actitud y yo con mi enfado a primera vista infundado. Pero no es en absoluto infundado, porque yo había cruzado el charco para recuperar al amor de mi vida, Joel, y no para dejarme embaucar otra vez por aquel que un día me abandonó.

Me había costado horrores recuperarme de su ausencia y no podía pretender llegar ahora como si nada hubiese pasado para llenar el vacío que me dejó. No podía permitírselo, no podía ser tan ilusa de creer que Mael seguía sintiendo algo por mí, si es que acaso algún día sintió algo de verdad, porque esa era otra de las dudas que me carcomieron por mucho tiempo. ¿Y si no llegó a quererme?

El portazo que pego al sentarme en el asiento de copiloto hace que se descuelgue el retrovisor y gruño conmigo misma mientras vuelvo a salir de la furgoneta para arreglarlo. Para colmo, cuando cojo el móvil para poner el navegador, me salta la notificación de batería baja y caigo en la cuenta de que me he dejado olvidado el cargador en la habitación del hotel, enchufado a la pared.

—¡Qué mierda, joder! —grito dando un golpe al salpicadero mientras me cruzo de brazos.

—¿Se puede saber qué te pasa, Carolina?

Miro a Mael, que acaba de terminar de despedirse del guía del tour y ha presenciado mi pequeña escena de rabia, y frunzo el ceño. Solo usa mi nombre completo para hablarme en completa seriedad y a modo de regaño.

—No tengo batería ni cargador porque me lo he olvidado en el hotel, por lo que no tenemos navegador.

—Pues qué casualidad, porque acabo de coger un mapa de la garita del guarda.

—¿Y no es más fácil que me dejes tu móvil?

—No, porque yo dejé de tener batería ayer por la tarde y a mí también se me olvidó el cargador, pero en Londres. —Abro mis ojos, sorprendida.

—¿Por qué no me has pedido el mío esta noche?

—¿Para qué? Puedo sobrevivir sin teléfono unos días —zanja subiéndose al asiento y cerrando la puerta.

Evito contestar para no terminar discutiendo y cojo el mapa, extendiéndolo delante de mí para ubicarme.

—Tenemos que tomar la I40 dirección este.

—Muy bien.

Mael arranca la furgoneta y ponemos rumbo a la carretera. Estoy nerviosa, porque, si todo sale bien, esta misma noche estaré en Los Ángeles y veré a Joel. No sé muy bien qué decirle o cómo comenzar la conversación, pero supongo que cuando lo tenga enfrente estaré más lúcida.

—Te oí —dice Mael de pronto, atrayendo mi atención—. La otra noche en el baño —intenta aclararme—, te oí.

Fijo la vista en su antebrazo derecho cuando cambia de marcha, está lleno de venas y musculado.

—No sé qué quieres que te diga, la verdad, ya pareces saberlo todo.

—Tenemos unas cuantas horas de viaje por delante.

—No sabría ni por dónde empezar.

—Si tú quieres, desde el principio. —Me mira unos segundos antes de volver la vista al frente—. ¿Sabes algo? Antes, en el Gran Cañón, ha sido la primera vez que te he reconocido, he vuelto a ver a la antigua Carolina. A una pequeñita pero gran persona que disfruta con cada aventura y situación que la vida le pone por delante.

—Esa Carolina murió hace mucho tiempo, antes incluso de Joel —confieso con inquina.

—Entiendo —dice, dándose por aludido.

El silencio vuelve a envolvernos, entremezclándose con el mal rollo que se respira dentro del vehículo, hasta que abre la boca de nuevo:

—De todas formas, puedes hablarme de él, puedes desahogarte conmigo si es lo que necesitas. Pasase lo que pasase entre nosotros años atrás, sigo siendo tu amigo, ahora y siempre.

Sus palabras me hacen soltar todo el aire que he estado conteniendo en mis pulmones y rendirme ante él, como un lobo se rinde ante su alfa. No le doy muchas vueltas cuando comienzo a relatarle toda mi relación con Joel de principio a fin; los momentos felices y no tan felices, la ruptura, la recuperación por abandono con terapia y mi plan de reconquista.

—O sea que tu plan consiste en reconquistarle para impedir que se case con la mujer con la que te fue infiel y por la que te dejó.

—Las relaciones son como una balanza, ¿sabes? Habrá momentos buenos y momentos malos, lo ideal es que la balanza esté equilibrada o se incline más hacia los buenos. No sería ético amañar la balanza por un error que cometió y del que estoy segura que se arrepiente o se arrepentirá tarde o temprano.

—Lo que no es ético es darle una nueva oportunidad a una persona que cogió tu confianza y la pisoteó con la deslealtad.

—Todos cometemos errores, Mael —digo, enfadada. Siento que está tratándome como si fuese una necia.

—Unos más graves que otros, Carolina.

—¿Qué estás insinuando?

—Absolutamente nada, pero es curioso todo el tema ese de la balanza. ¿Tienes también una para el perdón? Porque creo que la tienes estropeada —se burla, con indignación.

—Para el coche.

—¿Disculpa?

—Que pares el coche —repito con intervalos silenciosos entre una palabra y otra.

No hace falta que vuelva a repetirlo una tercera vez, Mael frena en medio de la nada y bajo de la furgoneta con la rabia estallando por cada poro de mi piel. Si hay algo que odio es escuchar que estoy equivocada, y escucharlo de Mael me hace enfadarme el doble. ¿Pero quién se cree que es para darme lecciones de vida a mí?

—¡Adónde vas! —Oigo que grita desde la furgoneta mientras camino en dirección contraria, alejándome de él.

Arena, piedras y cactus, o plantas redondas y rodantes es todo lo que me rodea. Al más puro estilo oeste, como en las películas de Clint Eastwood.

—¡Carolina! —vuelve a llamarme a gritos—. ¡Joder!

Mael llega a mí de un sprint y me frena en seco, haciendo que le mire con furia.

—¡Carolina, basta ya! Lo siento, ¿vale? Lo siento, joder, no quería hacerte enfadar con mis palabras, es solo que me duele ver el daño que ese imbécil te ha hecho y que sigas empeñada en quererle.

—Bueno, al parecer los gilipollas son un elemento fijo en la ecuación de mi vida.

—No digas eso. —Hace una mueca antes de envolverme entre sus brazos—. Perdóname, no soy quién para juzgar tus decisiones. Sea lo que sea lo que decidas hacer, te apoyaré.

Su disculpa suaviza mi enfado, disolviéndolo con cada segundo que paso abrazada a su cuerpo exteriorizando todo mi dolor a través de un silencioso llanto. Su agarre es firme, impidiendo que me derrumbe, y su pecho un pozo que recoge mis lágrimas.

—Gracias —consigo decir una vez aliviada.

—No hay por qué darlas, ratona. Venga, volvamos a la furgo.

Es entonces cuando veo el cartel que tenemos enfrente: Albuquerque. Corro hacia el vehículo y tomo el mapa entre mis manos. Albuquerque, Nuevo México.

—¿Qué pasa? —pregunta Mael, agitado por la carrera.

—Que nos hemos desviado bastante del camino.

—¿Por qué dices eso?

—Porque estamos aquí —le señalo nuestra ubicación en el mapa—, estábamos aquí —señalo Flagstaff— y deberíamos estar aquí —señalo California al lado contrario.

—¿No era que la orientación era lo tuyo? Podrías, por lo menos, coger el mapa del derecho, que lo estás mirando del revés —dice quitándome el plano.

—En realidad —digo arrebatándoselo nuevamente de las manos— lo estoy mirando perfectamente. Te lo explicaría, pero no lo entenderías.

—Por eso nos hemos perdido, ¿no? —Se ríe.

—No nos hemos perdido, yo nunca me pierdo —le señalo con el índice a modo de advertencia—, pero puede que te haya indicado hacia el este cuando era hacia el oeste. No lo sé, apenas he dormido esta noche pasada y me habré confundido con las indicaciones. Pero no pasa nada, damos la vuelta y solucionado.

—No pienso conducir más por hoy, ratona, busquemos algún lugar donde dormir.

—No podemos andar perdiendo el tiempo, Mael, sabes que tengo prisa; además, antes de nada deberíamos buscar una maldita gasolinera para comprar un cargador. No pienso volver a fiarme de un mapa físico.

—En realidad es de tu criterio del que no deberías fiarte —se ríe—, el mapa es solo un mapa, no hay errores.

—¡Ay, mira, déjame en paz! Que menudo día llevo...

—Venga, vamos, retomaremos el viaje mañana. —Me tiende una mano para animarme a subir a la furgoneta y la tomo entre maldiciones.

Cuando nos ponemos en marcha y cruzamos el cartel de bienvenida, comienzo a reír a carcajadas y lloro, pero esta vez las lágrimas no son de tristeza. No sé qué es exactamente lo que el destino está queriendo decirme con toda esta cadena de imprevistos sucesos, pero no estoy dispuesta a pasarme todo el viaje lamentándome por mis desgracias.

Como había dicho Mael horas antes, la antigua Carolina habría disfrutado de esta aventura. Tal vez necesitara dejar salir a ese antiguo yo para que pudiese fusionarse con el actual, porque crecer no debería ser nunca sinónimo de dejar de ser niños, y yo había encerrado a la mía bajo llave en mi interior.

Continue Reading

You'll Also Like

509 79 6
Con anillos en sus dedos y una confusión abrumadora, Vera y Marcos se enfrentaron a la asombrosa realidad de su repentino matrimonio una mañana, dond...
50.4K 4K 33
Kylie escribe notas a diario en su cuaderno de literatura, todas esas notas van dirigidas a Kyle. Ella ha estado enamorada de Kyle desde que el curso...
106K 9.5K 69
Júlia Fort García es la hermana mayor del joven lateral del Fc Barcelona Héctor Fort,el club invita al equipo a un partido de la sección femenina,est...
925K 48.1K 36
Melody Roberts es una chica muy sencilla, no es muy sociable y solo tiene una mejor amiga. Vive sola en un pequeño departamento, el cual debe de paga...