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Joder, lo siento. Lo siento mucho por no estar contigo cada segundo antes de perderte. Lo siento por no saber la lucha que tenías dentro de tu cabeza en todo ese tiempo. Lo siento porque recuerdo tus abrazos, tu tacto, tus ojos, tu aroma, todos... todos los malditos días. Te echo de menos. De haber sabido que tus besos se iban a acabar, yo te hubiera robado el siguiente. Ni si quiera se me hubiera ocurrido soltarte. Nunca. Nunca te soltaría. Yo... nunca, nunca lo haría. Joder. Por favor, regresa. Ya no sé que hacer sin ti. Aquí es todo gris, oscuro y vacío. Necesito que me cuides otra vez. Te necesito a ti. No puedo con todo esto por mi cuenta. Solo... dime que vas a volver. Lo siento tanto.
La voz se le quiebra en mil pedazos y de sus ojos comienzan a caer una catarata de lágrimas que humedecen mucho más que sus mejillas. El dolor viene desde a dentro de su pecho y no tarda nada en expandirse por todo su cuerpo. Se tira al piso de rodillas e intenta respirar. Sabe que para muchos es fácil, algo que se hace inconscientemente para vivir, pero ahora siente que no lo es. En lo absoluto. Tiene un nudo en la garganta y se siente su corazón tan roto que es incapaz de hacerlo hasta que...
Vacío.
Las lágrimas dejan de salir como si su vida estuviera en pausa. Mira a los costados y afirma con la cabeza con el celular en las manos. Se levanta del piso con indiferencia, limpia su mejilla y vuelve a respirar. Pero ya no tiene la misma respiración de antes, ahora es una pesada y agotada. Cansada. Las facciones de su rostro dejan de ser vulnerables y se convierten mucho más rígidas, indecifrables y oscuras.
Porque el dolor cambia, cambia mucho.
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