Romance en Roller Boogie

By Sunshink_

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"Kisses of fire" se escuchaba en el lugar. Theo se subió a ese artefacto de cuatro ruedas, y pese a que era s... More

Prólogo

Capítulo 1

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By Sunshink_

El viento helado le golpea la cara. Le duelen demasiado las piernas, pero no puede permitirse frenar: su única solución es correr y correr hasta sentir que está a salvo. Las flores silvestres rozan sus pantorrillas, y si no fuera porque algo extraño lo está persiguiendo, se sentiría como si estuviera en un video musical. Rápidamente sale de su ensoñación y se dirige al bosque que tiene adelante; percibe que la bestia le está pisando los talones, pero a lo lejos, en las profundidades del mismo, oye que lo llaman. Aunque intenta seguir las voces, estás le susurran todas a la vez en el oído, y de a poco comienzan a tomar poder y se convierten en gritos, gritos de los cual no puede escapar. "¡Theo! ¡Theo!", su nombre retumba en cada esquina del lugar y termina arrodillándose en el suelo agarrando su cabeza con fuerza, aturdido.

–¡Theo! –siente unas manos sobre sus hombros mientras lo sacuden– ¡Theo Emmanuel Kenedy! –escucha que gritan. El muchacho se incorpora repentinamente, con la mirada perdida en el horizonte. Todo le da vueltas y esta sin comprender nada, pero escucha esa voz de nuevo.

–Hijo mío, hazme el favor de levantarte ya. ¿Qué pasa que últimamente no te despiertas a tiempo? Ya van tres veces en la semana, vas a llegar tarde. –No era más que su madre.

Inconscientemente lleva sus manos a su pecho y comienza a tocar todo su cuerpo en busca de alguna herida, y para su alivio se encuentra sano y a salvo. Uf, fue solo un mal sueño, piensa, y se deja caer en la cama.

–¿Theo, qué haces? No te acuestes otra vez, arriba muchachito, arriba.

–Mamá, dame un minuto para despertarme, que casi se me va el alma del cuerpo cuando me gritaste –le dice mientras tapa su cara con sus manos debido al fuerte resplandor del sol que se cuela por la ventana. Ella ha corrido las cortinas verdes para que la "cueva", como denominó a su habitación, se iluminara un poco.

–Te doy quince minutos para que te higienices, estes arreglado y bajes a desayunar, ¿de acuerdo? –le anuncia– Ni uno más, ni uno menos –Theo asiente, resoplando de escuchar lo mismo de siempre.

Con demasiada desgana hace un intento de levantarse, arrastrando sus pies descalzos por el suelo frío, una costumbre que tiene desde pequeño y que su madre detesta. Al llegar al baño hace su rutina matutina: primero levanta su flequillo con dos hebillas, porque ya le ha pasado de mojarse todos esos mechones que tiene delante; luego se cepilla los dientes y lava su cara. Cuando termina, se coloca un poco de crema para que su piel quede bien hidratada (algo que aprendió de su hermana una mañana en que la vio) y regresa a su habitación.

Mientras desenredaba su cabello, vislumbró en su reflejo algunas opciones de un conjunto que podía vestir el día de hoy. A Theo le fascina la moda desde los catorce años, cuando comenzó a arreglarse por su cuenta, por lo que al abrir su ropero sabe con exactitud que prendas debe sacar. Toma dos camisas, ambas con diseños florales, y un vaquero color claro; la diferencia entre ellas es meramente la tonalidad: una tiene matices verdes opaco con mostaza, su favorita, y la otra es azul marino con lila, regalo de su hermana por su cumpleaños. Mientras termina de decidir cual ponerse, escucha a su madre desde abajo.

–¡Theo! Espero no estes por usar alguna de esas camisas ridículas que tienes. No eres mujer para vestirte de esa forma –le grita algo enfadada.

–¡Mamá, no son femeninas! ¡Son camisas con flores nada más! Además, todos los chicos la usan, ¿por qué yo no puedo también?

–¿Acaso tienes que ser como el resto? –le reprocha mientras aparece por su puerta– Te aseguro que a todos los que les gusta ese estilo son gais, y mi hijo no es así –dice con seguridad. Y es que realmente eso no lo sabe ni él mismo. No por ahora.

Es verdad que nunca ha tenido una novia, y no porque no se sintiera atraído por las chicas, sino que jamás tuvo esa sensación de estar enamorado, de experimentar lo que es mirar a esa persona especial a los ojos y perderse en su mundo, en su mirada y decirle: "Contigo me siento seguro y a salvo, no necesito a nadie más a mi lado". En los momentos en los que más triste estaba por esa situación, su hermana le hacía compañía; lo acurrucaba entre sus brazos mientras acariciaba su cabeza y le secaba las lágrimas, a la vez que le contaba con dulzura: "Tranquilo hermanito, ya va a llegar la ocasión en que encuentres a esa muchacha ideal y será muy afortunada de tenerte. Te amará tanto como si la vida le fuera en ello". Y sí que su hermana tenía razón, pero en una cosa estaba equivocada, y Theo lo descubriría más adelante.

–Así que ya mismo guardas ese espanto, ¿me oíste?

–Pero mamá por favor, son mis favoritas, déjame usarlas –le suplica.

–No es no. Maldigo el día en que elegiste tan mal gusto para vestirte –dice tocándose la cara, frustrada–. Te llego a ver otra vez con eso puesto y te las quemo, estás advertido –lo señala con el dedo y lo mira fijamente. El muchacho puede sentir la mirada de su madre atravesar toda su masa muscular y penetrar en lo profundo de su alma; sabe que no está jugando, así que solo asiente, tragando en seco y ahogando su llanto.

Su madre sale de la habitación con una rabia que no puede explicar, maldiciendo por lo bajo como siempre acostumbra, pero a pesar de todo el reproche y escena que le hizo hace un instante, Theo seca sus lágrimas y respira profundo, inhalando y exhalando con tranquilidad, permitiendo que la calma inunde su conciencia. Sabe que lo que está por hacer tiene graves consecuencias, pero se atreve a tomar ese riesgo; al final del día su plan puede funcionar a la perfección y salirse con la suya.

Busca en su ropero una remera básica y su buzo favorito para colocarse, y en su mochila lleva escondida la camisa y una chaqueta de jean que hace juego con el vaquero, así al llegar a clases puede cambiarse y estar con el conjunto que ideó. Se termina de arreglar y baja a desayunar, donde su familia lo espera. Por supuesto que aguarda que su madre le haga levantarse el buzo para confirmar que no lleva la camisa puesta, y al ver su cara sonríe triunfante. Ella le da una mirada de aprobación y continúa tomando su taza de café.

Ay mamá, si tan solo supieras, piensa.




Su estómago gruñe. Observa la hora en su pequeño reloj de cuero y este marca la una y cuarto de la tarde, aún le faltan quince minutos para salir. Resopla con fuerza y deja caer su cabeza hacia atrás, cansado ya de escuchar a su profesor hablar; se resignó a seguir escribiendo hace una media hora, y sabe que de igual manera puede pedírselo a alguien más tarde, por lo que no se preocupa tanto.

Cierra por un momento los ojos y se imagina disfrutando una tarta de limón, saboreando con exquisitez el mordisco que acaba de darle al postre. Sonríe a la vez que recuerda el aroma dulce de la crema y la perfecta combinación que hacía esta con el limón en su boca; simplemente fascinante. Pero alguien lo despierta de su fantasía.

Pst pst, Theo, ¿tienes hambre? –dice su compañera de al lado, señalando su estómago– Tengo unas galletas de manteca que hizo mi abuela, ¿quieres probar? –y le alcanza una. Theo no se niega ante el reclamo de su cuerpo de comer algo por lo que acepta la pequeña masita con gusto. Aunque tal fue su regocijo que el profesor lo descubrió.

–Señor Kenedy, ¿algo que quiera compartir con la clase? –pregunta, mirándolo fijamente. Él traga en seco, tosiendo un poco por la galleta a medio terminar que tuvo que ocultar.

–No profesor, todo está en orden –le regala una sonrisa tímida y se encoge en su asiento.

Siente que la cara le arde porque todos en el salón se giraron a observarlo cuando le llamó la atención; nunca le gustó que la gente se interesara en él, si podía pasar desapercibido ante los ojos de todos, mucho mejor. También por esa razón estarás solo, ¿no crees?, piensa, y se desacomoda el cabello en señal de frustración, un gesto que adquirió de su madre y que tiempo más adelante se convertiría en el punto débil de su ser amado.

Apenas escucha que el timbre suena, guarda sus cosas lo antes posible para salir de ese calvario que lo está hostigando. Se escapa del salón cabizbajo y con las manos en los bolsillos de su campera de jean, intentando dispersarse entre sus compañeros, pero no alcanza a caminar diez pasos que el profesor llama por su nombre. Theo quiere ocultarse bajo tierra y desaparecer, pero junta valentía de donde no la tiene y le hace frente a la situación.

–Si profesor, ¿me estaba llamando? –Aunque intenta lucir relajado, se le quiebra la voz cuando pregunta y siente vergüenza de sí mismo. Ya empieza a notar el ardor en sus mejillas.

–Toma asiento, por favor –Theo se acomoda en la silla y cruza las piernas, como siempre hace cuando está nervioso–. ¿Todo anda bien, jovencito? Hace un tiempo noto que tus calificaciones han bajado, y sé que eres uno de mis mejores estudiantes.

–Si profesor, todo se encuentra en orden. Solo que este último tiempo no he estado con demasiadas ganas de estudiar, me quise relajar un poco y eso se vio reflejado –dice con la mirada baja–. Lamento si lo preocupe, no era mi intención.

–Está bien Theo, espero que no se haga costumbre, eres demasiado inteligente como para desperdiciar ese talento –le regala una sonrisa y él ríe tímido, asintiendo. Luego el profesor se levanta y se retira del salón.

Un silencio se apodera del lugar, la mayoría de los estudiantes ya se marcharon del instituto excepto aquellos que sus padres buscan tarde. No todos pueden o quieren irse por su cuenta. A veces Theo no los comprende, pero no tiene mucho que decir porque su hermana es la encargada de llevarlo a casa; a él le encantaría tener su propio vehículo, como varios de sus amigos a sus dieciocho años ya tienen, pero como aún es menor de edad debe conformarse con el pequeño auto azul de su cuñado. Por eso cuando despierta de sus pensamientos, sale del instituto y busca a Sophie por la cuadra, donde siempre está estacionada.

Se le hace extraño que ella no esté esperándolo, así que vuelve a revisar la zona por si de casualidad se ubicó en un sitio diferente, pero luego de inspeccionar por diez minutos se le hace imposible encontrarla.

–¿Dónde estás Sophie? –se pregunta preocupado. Es allí cuando escucha unos gritos a una cuadra de donde se encuentra.

–¡Cómo pudiste hacerme esto! ¡Tanto que confiaba en ti y mira cómo nos destruiste! –dice la chica furiosa, a la vez que empuja a su novio para alejarlo de ella.

–Y explícame Sophie, ¿qué querías que hiciera? Si lo nuestro ya no estaba funcionando –le responde, tratando de no hacer más escándalo–. ¿Acaso pensaste que me iba a quedar de brazos cruzados esperando a que se te pasara la locura y decidieras hablarme? Es momento de que abras los ojos y veas que esta relación no da para más, ya no estamos en la misma sintonía hace mucho tiempo –termina de decirle mientras sube a su auto.

–¿Estás terminando conmigo Adam? –Sophie ya no logra sostener sus lágrimas. No consigue creer lo que está sucediendo.

–Si, y... –hace una pausa–, también encontré a alguien más, así que no podemos seguir juntos –le confiesa mientras prende el motor–. Espero aparezca alguna persona nueva en tu vida que vuelva a traerte felicidad –Y sin más que decir, Adam se aleja en el pequeño auto azul.

Desde la distancia, Theo ve como su transporte se marcha para siempre, pero también ve a su hermana destruida, arrodillada en el césped temblando y llorando desconsoladamente, y eso es lo que más le parte el corazón. Se acerca a ella a toda prisa y la envuelve en un cálido abrazo, de esos que siempre él recibía; ahora es su turno de confortarla y ser su apoyo en lo que necesite.

–Oye, oye, tranquila. Aquí estoy So, por favor no llores más –y aunque se lo dice para calmarla, parece que es peor, porque termina de romper en llanto.

–Dime Emma, quizá no debí tomarme demasiado tiempo para mí, ¿verdad? Mira como terminó todo por mi culpa –expresa su hermana, sobándose la nariz. Theo le tiende un pañuelo que tenía guardado en su mochila.

–No So, no digas eso porque no fue tu culpa. A veces uno necesita un tiempo a solas para reflexionar sobre las cosas que está haciendo, sean para bien o sean para mal, y ver en que puede mejorar, y el resto no siempre se lo toma a gusto. Si él no quiso entender tu situación, entonces significa que no era el indicado para ti. Ya verás como la vida te trae a alguien mucho mejor que ese mamarracho –le asegura con confianza. Ella suelta una risita.

–Actúas como si fueras el hermano mayor.

–Aprendí de la mejor.

Se quedan allí sentados un buen rato más. Theo no se separa ni un segundo, por lo menos hasta ver que su hermana logra tranquilizarse y sosegar los nervios. Es en ese momento que se le ocurre una gran idea.

–Ya sé. Te invito este fin de semana a que salgamos a un lugar de tu preferencia, así puedes despejarte y tenemos una salida de hermanos, ¿qué te parece? –A Sophie le brillan los ojos.

–¿Cualquier lugar?

–El que quieras.

–No vale que después te hagas para atrás, ¿de acuerdo?

Fue en ese instante que se arrepintió de sus palabras. Pero si quería hacerla feliz, aunque sea por una tarde, ¿tan mal le podía ir?

–¡Perfecto! Iremos a Flipper's Roller Boogie. Ya verás que te va a encantar –dice con cierto tono de felicidad– Ahora, ¿podemos ir a casa? Necesito dormir un rato, me duele la cabeza.

–Por supuesto. ¿Y qué te parece si después tiramos todo lo que tengas de ese bastardo? –le regala una sonrisa. Sophie asiente, y en ese momento se siente aliviada de tener a su hermano acompañándola.

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