PERFECTA CONDENA 【 Draco Malf...

By Y1nMasked

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Adelaide Nardinia es una excelente maga que ha seguido desde hace años los pasos de Draco Malfoy, auror y aut... More

Aviso: Antes de leer
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8

Capítulo 9

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By Y1nMasked


Escuché un ruido ensordecedor proveniente del lado derecho de la cama, lo cual hizo que me sobresaltara.

- Despierte, señorita. - El elfo doméstico que anoche me trajo a la habitación, había descorrido las cortinas dejando paso a una luz muy tenue. - El desayuno está listo.

Con los ojos llenos de legañas y la comisura de los labios algo humedecida a causa de haber dormido toda la noche con la boca abierta, no pude evitar girar sobre mí misma en la cama y observar alrededor. 

- ¿Qué...? ¿Qué hora es...? - Froté los párpados con el dorso de la mano, bostezando.

- Son las seis en punto, señorita.

La boca se desencajó. ¿Las seis? Ahora entendía porqué ni siquiera el Sol estaba despierto. ¿A qué mente perturbada se le ocurre levantarse a una hora tan temprana? No tenía que ir a trabajar, pero se sentía como si tuviera aún más obligaciones sobre la espalda. Refunfuñé mientras volvía a rodar en aquel colchón tan mullido y deslicé los pies hasta tocar el suelo, buscando las zapatillas. El elfo se acercó rápidamente y me las ofreció. Un escalofrío recorrió mi espina dorsal.

- No, no hace falta que hagas eso.

- Claro que sí, es mi deber, señorita. 

El elfo se ponía nervioso, sin saber cómo reaccionar. Estaba claro que no estaba acostumbrado a un trato cercano y... mucho menos, amable.

- Puedes llamarme Adelaide. - Sonreí ampliamente, poniéndome de pie y dirigiendo los pasos hacia el vestidor. Podía encontrar toda mi ropa perfectamente ordenada. El elfo aún se encontraba frotándose las manos, sin saber qué hacer. - ¿Cuál es tu nombre?

- Lein, señor... Adelaide. - Hizo una gentil reverencia. - El desayuno está listo, en el salón principal. Es la puerta de la derecha que se encuentra al principio del pasillo inferior. 

Asentí y desapareció. Respiré hondo. Definitivamente, esa casa estaba llena de seres que hacían las tareas de la familia Malfoy. A su madre no parece que se le cayeran los anillos precisamente por limpiar un poco. La nobleza... 
De nuevo, aquel periódico inundó mi mente, toda la fortuna que poseían giraba como estrellitas alrededor de mi cabeza. Resoplé para dejar de pensar en algo tan banal y continué curioseando el armario. Me decidí por unos pantalones tejanos y una camiseta negra de media manga. Si iba a entrenar, no tenía que ir precisamente formal. 

Agradecía de que la habitación tuviera baño propio, fue un baño bastante rápido, ni siquiera pude apreciar lo suficiente los magníficos olores que poseían los frascos de gel que ahora impregnaban mi cuerpo. Ni siquiera iba a necesitar perfume. Intenté secarme el pelo dando ligeros toques con la toalla, éste cayó en cascada tras la espalda al dar un pequeño golpe de cuello para evitar que tocara la cara. Caminé por la habitación con la toalla enrollada en el cuerpo, recogiendo la varita que había dejado sobre el pequeño mueble al lado de la cama. Di un pequeño giro de muñeca, subiendo y bajando por el largo pelo. Poco a poco, de la varita comenzaba a emanar un pequeño aire cálido y la melena se secó en un abrir y cerrar de ojos. Quité la toalla y me puse rápidamente la ropa, guardando la varita en un pequeño bolsillo específico en el pantalón. Antes de abandonar la habitación, Lein estaba acomodando todo el estropicio que había dejado tras de mí. Me golpeé la cabeza contra la palma de la mano. Estaba tan absorta que ni me había parado a ordenar. Luego le pediría disculpas. 

Bajé casi dando saltos por la enorme escalera, como una niña juguetona. Comencé a dar vueltas sobre los talones, contemplando el majestuoso lugar. Los periódicos se habían quedado cortos con la fortuna, casi podía apostar a que, rascando un poco aquellas paredes, se podía esconder tablillas de oro. Sonreí para mí misma hasta que encontré el salón principal. 
Y allí estaba él, sentado al final de una larga mesa de madera, con las manos cruzadas. No tenía ningún plato, pero en la esquina contraria, se encontraba un festival de comida. El estómago rugía y me hizo ruborizar.
El señor Malfoy se giró rápidamente hacia la entrada, mirándome de abajo arriba, suspirando. 

- Buenos días también a usted. - Resoplé acercándome a la silla y contemplando con los ojos como platos toda aquella comida. Me decidí por una tostada, la cual casi me llevo a la boca si no fuera porque, de repente, el señor Malfoy me lanzó un hechizo que hizo que la comida saliera volando contra la pared y se pegara en ella. Anonadada, le miré fijamente. Otro elfo doméstico apareció rápidamente y se dispuso a limpiar la tostada que había sido asesinada cruelmente. - ¿Qué hace? - Intenté agarrar un croissant, pero recibió el mismo destino que la tostada. Furiosa, mis manos se deslizaban por cada uno de los alimentos, pero, uno tras otro, fueron desechados por la varita de Malfoy. - ¡Basta! ¿Qué le pasa? ¿No me deja desayunar?

- No hay desayuno para una persona que llega tarde a una reunión. - Sonrió maliciosamente mientras de fondo, el pobre elfo limpiaba todo el estropicio. - Ha estado remoloneando y llega casi una hora tarde, señorita Nardinia, son las siete. Ordené que se despertara a las seis y creía que, como mucho, estaría aquí sentada cuando la manecilla grande llegara a y cuarto. Quería debatir con usted sobre su entrenamiento, pero parece que deberé de pasar directamente a la práctica. 

Se puso de pie, sin darme opción a rebatirle nada. Murmuré unas palabras de hastío hacia él y tuve que seguir su ejemplo. Me dispuse a caminar a su lado, sin casi mirarle... casi. La verdad es que no pude dejar pasar por alto aquella gabardina de color verde oscuro que danzaba con cada uno de sus pasos. Un guante de terciopelo negro sujetaba con firmeza la varita y el peinado que llevaba, lleno de brillo y vida, peinado delicadamente hacia atrás, deslizándose algún mechón por la frente. Mordí el labio inferior, acompañándole hasta una puerta trasera, dejando al descubierto un precioso jardín lleno de árboles y flores. Respiré hondo, aunque no demasiado, un poco de frío se instaló en la garganta. Aún hacía frío, pero iba tan dormida, que no me percaté del detalle. 

- Ya se calentará cuando estemos entrenando. - El soberbio rubio se deshizo de la gabardina, dejándola caer al suelo, pero, antes de que si quiera pudiera rozar la fina hierba, el elfo doméstico que se encontraba en la cocina, sujetó la prenda y desapareció con ella. - Primero quiero comprobar de qué es capaz.

Hizo un gesto con la mano, alzando la varita delicadamente, sin apartar su mirada de la mía. Sonreí triunfante, le iba a terminar borrando esa soberbia de su cara. Encaré al señor Malfoy tras haber sacado la varita del pequeño bolsillo, ambos comenzamos a dar vueltas, sin desviar los ojos. 

- ¡Expelliarmus!

- Confringo.

Abrí los párpados por completo al ver el chispazo de color carmesí aproximarse hacia mí con gran velocidad. Instintivamente, repelí el ataque como pude. Un pequeño sudor empezó a asomar sobre mi frente. 

- Pero bueno, ¿qué hace? ¡Casi me mata! 

- ¡Vaya! - Sonrió con malicia. - Efectivamente, casi la mato. Creía que tenía destreza, señorita Nardinia, ¿ni siquiera hubiera sido capaz de repeler un simple hechizo? ¿Qué pensaba que era esto? ¿Un paseo por un campo de flores? 

Volvió a alzar su varita, sin darme tiempo a protestar. Repelí de nuevo el hechizo, no podía pensar en aquel momento. El señor Malfoy se desenvolvía perfectamente, no era capaz de atinarle ni un solo golpe, ni siquiera utilizando los objetos que había a mi disposición. Lancé cualquier cosa contra él mientras intentaba atacarle con un hechizo en un intento fallido de distracción. 

Dos horas habíamos estado sin parar, no podía más. Caí al suelo de rodillas, pero él continuaba atacándome. 

- ¡Pare! - Se detuvo. Aproveché para coger aire y atarme el molesto pelo, ni siquiera me había dado oportunidad de ello. - No puedo más...

- Una alumna tan sobresaliente como usted, pensaba que me daría dolor de cabeza, pero ha sido todo lo contrario. Me he aburrido. 

Había golpeado el orgullo. La verdad es que, lo había hecho tantas veces, que no sabía porqué motivo seguía admirándole. Fruncí el ceño y mordí tan fuerte el labio, que comenzó a brotar un pequeño hilo de sangre. Casi de un salto me puse de pie. Sin pensármelo dos veces, continué lanzándole hechizos, hasta que, uno de ellos, rozó su mejilla, creándole un pequeño corte. Una sonrisa triunfal se dibujó en mis labios, pero duró poco, ya que, el señor Malfoy, contraatacó, haciéndome caer hacia atrás. La espalda golpeó con fuerza la fría hierba, haciendo que dejara escapar un quejido. 

Unos pasos se aproximaban lentamente hacia mí. Tenía la respiración entrecortada, el cuerpo sudoroso y me dolía hasta la última extremidad. La mano enguantada del señor Malfoy me ofrecía ayuda, pero le rechacé girando la cabeza. Una suave risa se deslizó por mis oídos. 

- Es usted perseverante y testaruda. Ha conseguido darme... bien hecho. No pensé que en su primer día lo lograra. Por hoy, hemos terminado, es libre de hacer lo que quiera, sin salir de la mansión, por supuesto.

Se alejó de mi lado, silbando una melodía que se me hacía familiar. Intenté ponerme de pie, pero tenía el cuerpo agotado después del duro entrenamiento. ¿Iba a ser así todos los días...?



Decidí quedarme en la habitación, no quería ni acercarme al señor Malfoy en estos momentos, mucho menos a su familia. Después del denigrante combate, había entrado a la mansión de nuevo, encontrándome cara a cara con su padre y su madre, hablando por lo bajo. Ambos se quedaron callados al verme, pero se aproximaron para saludar y presentarse formalmente. Al menos ya conocía sus nombres, pero, al sentir que molestaba, simplemente di una disculpa y me marché. Parecía un pobre animalillo al que acababan de abandonar, qué vergüenza. 
Por eso, preferí encerrarme. Aunque, tampoco lo consideraba así, ya que, aquella habitación era casi del mismo tamaño que mi piso. Respiré hondo, mirando alrededor, sin poder evitar la humillación que había sufrido hace un rato. 

- ¿De verdad era tan buena...? Solo he conseguido hacerle un rasguño.

Recordé días pasados, donde entrenaba sin descanso, donde estudiaba hasta altas horas de la madrugada, todo para conseguir llegar a ser la alumna sobresaliente, la mejor de la escuela. Todo había sido en vano, el señor Malfoy había derribado las defensas en un abrir y cerrar de ojos. Estaba devastada, cansada... lo peor era que los recuerdos del edificio donde sucedió todo no dejaban de atormentarme en sueños. Por mi culpa... aquella mujer había muerto. 
Inhalé todo el oxígeno de la habitación, entrecerrando los párpados. Comencé a desvestirme, evitando llorar, pero los sollozos se instalaron en mi garganta tan rápido como un río chocando contra las rocas. Odiaba ese sentimiento, no podía reprimirlo. Las pocas veces que el señor Malfoy me había tratado bien, las podía contar con los dedos de una mano y, por desgracia, me sobraban dedos. 
Caminé torpemente hasta la bañera, abriendo el grifo de agua caliente y un poco de la fría, haciendo que ambas se mezclaran y consiguiendo una temperatura templada. Miré la estantería, curioseando los botes y sacando uno en concreto: sales de baño con olor a rosas. Ladeé la cabeza y vertí la mitad del contenido sobre el agua, haciendo pequeños círculos en el aire. 

El agua se encontraba a la temperatura correcta, las sales de baño crearon pequeñas burbujas, por lo que, en cuanto deslicé el cuerpo, éstas hacían cosquillas contra la piel. Desaté el pelo, haciendo que cayera en ondas flotantes sobre el agua. Parecían caminos, me puse a jugar con los mechones, girando sobre sí mismos y el dedo índice. Contraje las rodillas contra el pecho, apoyando la mandíbula en ellas. Cerré los párpados, intentando relajarme. Solo existía el silencio... y mi respiración.


Algo sonaba de fondo. Alguien... me llamaba. Vi una puerta de color zafiro, me acerqué a ella, pero no podía abrirla. Alrededor no había nada, de hecho, era la nada. Todo pintado de blanco, lo único resaltante era aquella puerta. Intenté de nuevo tirar del pomo, pero nada sucedía. Otra vez la voz, llamándome, suplicando. Parecía un hombre. Un hombre me buscaba. Estiré el brazo, intentando alcanzar los ecos de voz.

- ¡Adelaide! Por Merlín... ¡Adelaide! 

Tosí fuertemente, recobrando el aliento con una exagerada bocanada. Sentía el cuerpo entumecido y húmedo. Deslicé la vista hacia abajo, aún en la bañera, pero sujetada por alguien. Miré a la derecha y el señor Malfoy me miraba con preocupación, más pálido de lo normal. Titubeé, haciendo que tosiera de nuevo. 

- ¿¡Qué pretendía!? Quedándose dormida en la bañera, ¿quiere morir? 

Agaché la vista y pude ver cómo los brazos de Draco me sujetaban, tenía la mitad del cuerpo fuera del agua, mostrando la desnudez. Enrojecí al instante, pero me zarandeó para que espabilara.

- ¿¡Qué hacía!? Si no llega a ser por Lein, se habría ahogado. 

- Lo... siento... 

Los brazos del señor Malfoy comenzaron a temblar. Apretó los labios con fuerza y, sin esperármelo, me estrechó entre sus brazos. Sin saber cómo reaccionar, simplemente me aferré a su camisa, estaba empapada por sujetarme. Inhalé el suave aroma a menta y almizcle, intentando relajarme. El cariño duró pocos minutos, se alejó rápidamente y pasó las manos por el cabello, desordenándolo. Apartó la mirada y yo cubrí el pecho con las manos y el pelo. 

- ¿Por qué?

- Ha sido un accidente... estaba cansada.

- ¿Cansada? - No me miraba. - ¿Casi se ahoga porque estaba "cansada"? - Suspiró. - Solo ha estado entrenando dos horas... ¿de verdad quiere ser auror? Habrá días que no pueda dormir, noches que tenga que sentarse en un banco a esperar, papeleo, llamadas... - apretó los párpados con fuerza. 

- Necesito acostumbrarme. 

No sabía qué más decir. Maldita sea, tenía razón. Me sentía como una holgazana. Si quería llegar a ser auror, lo que había sucedido hoy no era más que un paseo, el acantilado se hallaba fuera y yo no soy capaz ni de asomarme. 

- Necesita disciplina. - Se levantó y dirigió su mirada hacia mí. - Mañana a las seis en punto la quiero en el gran salón, desayunando, ni un minuto más. Si falla, haré que la despidan. 

- ¿¡Perdone!? - Alcé el cuerpo tan rápido que me tambaleé. Él me agarró inmediatamente y yo no negué aquel contacto, de hecho, aproveché para salir de la bañera y colocar los pies sobre la toalla, tapando el cuerpo con otra. - No voy a dejar que haga algo así.

- Puedo hacerlo. Si veo que no es capaz, haré que se presente un informe de mi puño y letra para que no pueda ejercer más. 

- ¡Es usted un... un...!

- ¿Qué? 

Cruzó los brazos en el pecho, sonriendo con malicia. 

- Un demonio. 

- Los demonios no existen, señorita Nardinia. Nosotros somos nuestros propios monstruos.

- Pues usted es la personificación de la monstruosidad. Arrogante, condescendiente, soberbio, ególatra, lascivo.

Tapé mi boca ante la última palabra, haciendo que él arqueara una ceja y diera un pequeño paso hacia delante. 

- ¿Lascivo? Disculpe pero, no encuentro cómo he podido ser lascivo con usted. - Otra vez, aquella arrogancia sobre la comisura de los labios se aproximaba con abrumadora rapidez.

- Le recuerdo el encuentro en el restaurante... me dejó hecha un lío. 

- ¿Por qué? Solo fue un beso. - Escudriñó cada parte de mí. No me sentía desnuda porque no llevara ropa, sentía que el alma estaba a merced de aquel hombre rubio. - ¿O acaso usted sintió algo más? - Negué con la cabeza. - Sus mentiras son fáciles.

Como un depredador, me acorraló contra la pared, apoyando ambas manos sobre mis caderas. Respiré hondo, mirándole a los ojos. Los volcanes se apagarían si estuvieran a mi lado, sentía la cara ardiendo, la entrepierna palpitaba de deseo... por él, solo por él. 

- Deje de jugar conmigo señor Malfoy.

Intenté sonar tajante. Pero no funcionó. Empezó mordisqueando la clavícula, ascendiendo lentamente con la lengua hasta el lóbulo de la oreja y susurró:

- Jamás.

Se alejó despacio, dejándome plantada como un arbusto seco. No podía moverme, las piernas me flaqueaban. 

- Mañana a las seis en punto. Buenas noches.

El cuerpo se deslizó a lo largo de la pared y Lein apareció rápidamente en la puerta, tapándose los ojos con las orejas y tendiéndome la mano. 

Maldito imbécil... le daría una lección. Se iba a enterar de quién era Adelaide Nardinia. Mañana estaría a las seis menos cinco, culpándole por llegar tarde. Estaba cansada de sus juegos. 


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