Zec estaba mirando atónito la escena que se estaba dando en la cocina, había entrado a toda prisa sintiendo que su amigo iba a estallar.
Nunca había visto a un omega revelarse contra un alfa, ni atacarle con sus feromonas. Porque supuso que eso era lo que Ivory estaba sintiendo.
Algo en Zec no funcionaba correctamente, había mentido cuando dijo que aquel omega olía a omega usado, casi no sentía los olores de los omegas, no le provocaban nada, absolutamente nada con sus feromonas.
Solo un leve picor la vez que entró en esa misma casa cuando el omega había entrado en celo, solo Petra se había dado cuenta, si no había entendido completamente lo que a Zec le ocurría, ese día la beta lo comprendió completamente; y él intentó explicarse, mantener su secreto en silencio.
Ningún alfa hubiera podido resistirse a algo así. Ningún alfa normal.
Había aprendido a simular lo que los demás sentían, pero finalmente era más fácil saberlo por la respuesta de los demás que por la suya propia.
Porque Zec sí entendía de energías, sobre todo de energías dominantes.
A su mente volvió Petra, había conocido un mundo con ella, un mundo que se le había cerrado en la cara cuando sus padres le pusieron por delante el matrimonio concertado con los padres de Milo.
Miró a su omega, ¿lo sabría? ¿Sabría que era un alfa defectuoso? Tenía que haberse dado cuenta, quizás era algo que tenía que haber hablado con él. Darle la opción de encontrar un alfa mejor.
Pero nunca había sentido por Milo lo que había sentido por Petra. La beta era tan fuerte, tan segura y tan dominante que Zec por primera vez supo qué era lo que realmente le gustaba.
Ella le había dejado.
Por supuesto que alguien como Petra no iba a aceptar ser la "otra", escaparse para verse.
Cuando Ivory le había preguntado si estaba engañando a Milo casi se rio, ¿con quién iba a engañarlo? Un alfa que solo se excitaba cuando era dominado y usado al antojo de una beta.
Miró a Milo, él no se merecía eso, pero no era algo que pudiera cambiar, ni siquiera algo que pudiera controlar.
Y allí estaba su amigo, el anti-omegas, acariciando la mejilla de uno que le había amenazado.
Zec notó un nudo en su estómago, ¿eso era posible?
Miró a Milo y él lo estaba mirando de vuelta.
—Vámonos a casa, Milo —le dijo, porque hacía tiempo que ellos estaban sobrando en esa situación.
Ω
Milo se despidió del cachorrito, no llegaba a entender bien qué habían estado hablando, pero algo sí tenía claro.
Algo fuerte pasaba entre Ivory y Oker, posiblemente algo que ni siquiera eran capaces de entender. Pero Milo lo entendía perfectamente.
Ivory podía ser un alfa duro y seco, pero los había acogido como si fueran suyos, era tan evidente que casi era ridículo. Pero sobre todo le dolía. Era mezquino, solo tendría que alegrarse por Oker, no le había contado lo que le había ocurrido, pero estaba claro que había sido repudiado por su familia, que Kyle era el motivo y que Oker exudaba dolor entorno a esos recuerdos.
E Ivory había dado con ellos del modo más absurdo posible, podía decir lo que quisiera, pero aunque él no hubiera tenido nunca algo así, lo reconocía.
Pertenencia, atracción, familia.
Miró a su alfa, él no le ofreció nunca algo así, y dudaba que pudiera llegar a tenerlo.
Nunca había sentido las feromonas de Zec sobre él, muchísimo menos le había mirado de ese modo, nunca había usado su voz de mando con él.
Oker se merecía tener algo bueno, algo suyo, alguien que le aceptara, le cuidara y lo sintiera suyo.
¿Él no lo merecía?
—Milo, yo...
Iban en un taxi que Zec había pedido, había dado la dirección de su residencia, y Milo sabía que no sería su última parada. Que lo dejaría allí y se iría, sabía que iba a darle su clásica excusa del trabajo.
Le miró, dispuesto a aceptar que le dejara olvidado en una casa estupenda pero completamente solo.
—¿Quieres que vayamos a comer a algún sitio? —fue lo que el alfa dijo, sorprendiéndole completamente.
—¿Los dos? —No pudo evitar preguntar, casi arrepintiéndose.
—Los dos.
—Claro —dijo Milo nervioso—, he leído que han abierto un restaurante coreano del que todo el mundo habla maravillas.
Milo seguía todas las noticas sobre lugares que estaban de moda, restaurantes, museos, cualquier actividad a la que le encantaría ir pero a la que era extraño que un omega fuera solo. Por lo que al final, solo los miraba y soñaba con ir.
—¿Cuál es la dirección? —le preguntó Zec con una sonrisa.
Milo no pudo evitar excitarse, era una obviedad que a él le gustaba muchísimo su alfa, pero en su rostro no hubo ningún cambio. Sin embargo, el beta que conducía el coche carraspeó incómodo.
Milo dio la dirección y Zec se la reprodujo al taxista.
Por primera vez en meses, Milo se sintió el omega más feliz del mundo.
Su alfa estuvo toda la tarde con él, estuvo atento, conversador. No quería ilusionarse, pero cuando volvieron a su domicilio estaba excitado.
Y cuando sintió la ola de feromonas de Zec, gimió fuertemente.
Su alfa no le dejó ni siquiera quitarse el abrigo cayendo sobre él besándole.
No era su primer beso, porque en su boda Zec lo besó, pero sí era el primero que recibía con tal pasión en su vida.
Y no sabía qué hacer con ella, solo ofreció su boca, sus feromonas a su alfa, se entregó completamente.
Zec lo desnudó mientras Milo se derretía, cuando comenzó el día no esperó que pudiera acabar de ese modo.
Sentía la cabeza embotada, Zec le mordió reabriendo la marca de enlace, en ano de Milo comenzó a escurrir su fluido haciéndolo un desastre pringoso entre sus piernas.
Sabía que estaba preparado, notó el colchón de su cama contra su espalda, y a Zec sobre él, que no se apartaba de su boca, de su cuerpo.
—Sí —gimió cuando lo notó desabrocharse los pantalones.
Nunca lo había visto desnudo, pero sentía que iba a perder la cabeza.
Estaba incorporándose para poder verlo, pero Zec no se lo permitió, se contentaría solo con sentirlo. Estaba bien, estaba mucho más que bien.
El peso era enorme, pero de algún modo adecuado. Estaba tan sumergido en sus sensaciones que no fue consciente de que su alfa gruñía, pero no del modo que él hubiera esperado.
Milo le miró y Zec estaba ofuscado mirando hacia abajo, Milo no pudo evitar mirar también. No tenía más referente que sus propias erecciones, que solían ser casi nulas, pero nunca había visto la de un alfa, sin embargo, lo que estaba claro era que Zec no la tenía.
El miembro entre las manos del alfa estaba flácido y la frustración en sus gestos comenzó a inquietarlo.
—¿Puedo hacerlo yo? —dijo tímidamente—. Quizás te guste más.
Los ojos oscuros del alfa eran de puro espanto, y lo sintió retirarse, maldecir y dejarlo solo en la habitación.
Escuchó la puerta de la vivienda cerrarse y se encogió sobre sí mismo, desnudo, con una excitación que había pasado a ser un sentimiento de tristeza absoluta.
Tomó las mantas y se encogió debajo de ellas, solo supo que se quedó dormido por el puro agotamiento del llanto que no cesaba.
🥺🥺🥺🥺🥺
¿Yo por qué tengo que escribir estas mierdas tristes?
En fin, buen fin de semana ❤️
Besos
Sara