Milo miró a los dos alfas entrando, se había decidido a visitar a Oker de nuevo.
En realidad, tampoco sabía muy bien qué estaba haciendo él allí. Ya había notado que el otro omega no estaba muy feliz de verle en su anterior visita.
Y esta vez tampoco había sido muy distinta su expresión cuando el omega le abrió al puerta, pero el cachorro sí se alegró de verle.
Le había vuelto a llevar regalos y había comprado algunas cosas para comer con ellos.
Oker no era su amigo, en realidad, nunca lo había sido. Pero Milo se sentía tan solo metido en la casa que compartía junto a su alfa que ir a verles le parecía una buena idea.
Ya había probado a asistir al clubs social al que Zec estaba suscrito, y al que él mismo había asistido siendo un cachorro junto a sus padres.
Pero después de un mes el ambiente le resultó completamente deprimente.
El resto de omegas asistían con sus cachorros más pequeños, esperaban a sus alfas que aparecían más tarde para recogerles.
Pero Milo siempre iba y volvía completamente solo. Así que acabó recluyéndose en la casa que habitaba, igualmente solo, pero sin espectadores de lo que era el fracaso de su matrimonio.
La tarde antes su padre omega le había llamado, y había acabado saturado de consejos para favorecer su fecundidad.
No era lo que un hijo quería escuchar de sus padres, y como estos tenían más vida sexual que él.
Cuando Zec llegaba, lo hacía tarde y cansado, hablaban poco y trivial. A la mañana siguiente, Zec se volvía a ir a trabajar.
Pocas veces le pudo arrancar algún tipo de cita para salir juntos, salvo en sus reconocimientos médicos a los que el especialista le había pedido no acudir solo, su vida transcurría en la más absoluta soledad.
Sabía que estaba imponiéndole la presencia al otro omega, y cuando se iba se sentía aún más inadecuado.
Le gustaría volver a la vida que tenía antes del compromiso, sí, un omega de su edad sin un alfa era mal visto, pero lo que sentía ahora era mucho peor.
—Yo ... yo —titubeó sorprendido— he venido a hacerles una visita.
—Ya, bueno, no puedes venir a casa de Ivory de esta manera, Milo —dijo Zec.
Milo se estremeció, Oker también se lo había dicho, que al dueño de la casa no le haría gracia que fuera allí sin su consentimiento.
Milo no quería mirar a Ivory, ese alfa le producía incluso más malestar que el suyo.
—Tengo que hablar contigo —dijo Ivory, y la piernas le temblaron, pero se dio cuenta de que no le hablaba a él, sino a Oker, ¿iba a reprenderle por su culpa?
—Él no me invitó, vine yo porque quise —se adelantó interponiéndose a defenderle.
Oker se veía completamente pequeño al lado de ese alfa.
La mirada de Ivory esperaba verla cargada de rechazo, la misma que le vio poner cuando asistió a su boda.
Pero no la encontró, para su sorpresa, Ivory le sonrió, o la más parecido que él tenía como sonrisa.
—Tengo que hablar con él sobre una nueva escuela.
Para su sorpresa, Oker le lanzó una mirada molesta a Ivory. No esperaba que un omega como él fuera capaz de realizar ese gesto ante un alfa como Ivory. Él sin duda no sería capaz.
Ambos se apartaron levemente y él se quedó al cuidado del cachorro con su alfa mirándole.
Le gustaría tanto tener uno propio, tener su propio cachorro, una criatura tan bonita y buena como Kyle.
Alzó los ojos y vio como su alfa los miraba.
Aún recordaba cómo había tratado de insinuarse en una ocasión. Había leído algunas cosas en revistas para betas. Se había comprado por correo un conjunto para dormir calificado como "sexy", cuando lo había visto sobre su cuerpo se había sentido estúpido, pero era de la sección para omegas, y ponía que era un súper ventas.
Zec le miró, pero la reacción no fue para nada la que esperaba. El alfa se dio la vuelta en la cama y se durmió.
Ahora se sentía un poco del mismo modo, con un cachorro cerca y sabiendo que su alfa no le daría ninguno.
Su labio tembló cuando Kyle le ofreció el dibujo que había estado haciendo, no era más que un monigote hecho por un niño de 4 años, pero en todos los que había estado haciendo, todos sonreían, pero el suyo mostraba su rostro triste.
Y así era como se sentía, Zec se levantó abandonando el salón para ir a la terraza del apartamento.
Milo suspiró.
—¿Jugamos? —le pidió el cachorrillo mostrando el cubo de piezas para construir que le había llevado.
Milo asintió, quizás no debería volver, saber lo que él nunca iba a tener era demasiado duro.
Ω
—Tenemos cita a las 7 —dijo el alfa.
—No quiero que Kyle pase de nuevo por eso. —Oker podría callarse muchas cosas, pero su hijo llorando la noche anterior había sido demasiado.
—Tengo los papeles, saben tu condición, y aceptan a Kyle, pero el director quiere hablar con vosotros. —El alfa estaba sorprendentemente agradable, y aquello no le gustaba.
—Puedo buscar alguna más adecuada para él en nuestra zona.
—No lo harás, los dos lo sabemos.
Quizás era por haber estado con Milo, porque este no hacía más que recordarle quién había sido él en otra vida. Porque Kyle había sufrido mucho el día anterior, y él estaba harto, estaba muy harto de su vida.
—¿Por qué sería problema suyo?
El rostro del alfa cambió, y Oker se arrepintió de lo que acababa de decir.
—A las 7.
Y se giró para zanjar la conversación. Oker rabiaba por dentro, ese alfa solo era su empleador, no tenía derecho a inmiscuirse de ese modo en su vida, en su familia. No era el padre de Kyle, no era su alfa, no era nadie.
Su mano agarró la manga del alfa antes de que este saliera del espacio abierto de la cocina.
Los ojos oscuros del alfa estaban abiertos por la sorpresa, pero Oker no lo soltó.
—Es mi hijo —dijo lleno de rabia—, no le volverán a hacer daño. Ni tú ni nadie.
La nariz le picó, el alfa estaba exudando feromonas pero por primera vez en su vida, Oker también lo hizo.
Oker no vio como el otro alfa entró corriendo desde la terraza, no escuchó el quejido de Milo, ni el hipido de su hijo.
Oker solo veía los ojos oscuros del alfa sobre él, luchó con toda la fuerza para no doblegarse ante sus feromonas, luchó por todos esos años en los que había tenido que agachar la cabeza, porque nadie pondría a Kyle en riesgo, en un lugar donde le hicieran sentir inadecuado, inferior.
Lo que no esperó es que las feromonas del alfa cambiaran a esas que él ya sintió hacía días. Unas de calma, de confort, de familia.
—Nadie le hará daño, tendrá que pasar por encima de mí. —Y aquello sonó tanto a promesa como a amenaza.
Oker parpadeó, porque su omega necesitaba aquello más que nada en el mundo, un momento de calma, un momento en el que no estuviera solo, pero no podía bajar la guardia, lo había aprendido a las malas.
—Traiciónanos y juro que me las pagarás —dijo Oker casi al borde las lágrimas. No era su naturaleza rechazar esas feromonas, ese cobijo, no era la naturaleza de un omega retar a un alfa.
La mano del alfa ascendió hasta su rostro, acariciándole la mejilla.
—Te lo prometo —dijo Ivory con su voz de alfa, aquella era la promesa que nunca recibió, una que sabía que cumpliría.
¡Tocado y hundido!
¿Oker habrá sido poseído momentáneamente por el espíritu de Oven?
Feliz inicio de semana.
Besos
Sara