[...] Y allí, parado del otro lado de la habitación, estaba él. Apuesto, saludable, con una sonrisa de par en par... perfecto, como siempre lo había sido.
Sentía cómo la idea de volver a estar cerca de él, de verlo todos lo días, de estar obligada a hablarle, de tener que soportar su tentadora presencia en la misma habitación; hacía que mi cuerpo quisiera ceder ante un posible desmayo. Sin embargo, había sido mucha mi lucha para superarlo y no iba a permitir que un intervalo como éste arruinara mi idea de ser una mujer independiente. [...]
[...] -Solo dame una razón para no volver a intentarlo.- Pidió, con una sonrisa divertida. Yo, por otro lado, no podía con la furia. Me llevé las manos a la cabeza y gruñí. Me sacaba de las casillas que yo estuviera a punto de estallar y que él se lo tomara como un chiste.
-¡Porque nunca debimos haberlo intentado en primer lugar, Hiccup!- Le grité, abriendo la puerta para salir a través de ella y luego azotarla a mis espaldas. [...]
[...] Su cuerpo... junto al mío. Otra vez como los viejos tiempos. Sin embargo, quizás nuestro calor corporal no había cambiado, pero nosotros sí lo habíamos hecho. [...]
[...] -¡Te estás dejando cegar, Mérida! ¡Él no te ama!- Me gritó mi mejor amigo, tomándome por los hombros. Las lágrimas no paraban de deslizarse por mis mejillas, no porque me estuviera gritando... sino porque sabía que lo que me gritaba, era verdad. [...]
[...] -¡Nunca debí confiar en ti!- Lo acusé. Mi mano se movió sola y terminó clavada en su mejilla izquierda. [...]
[...] Los comienzos de las historias humanas muchas veces pueden ser muy extraños. Llenos de improvistos, de dudas y de improvisaciones. Pero al final, solo hay que abrir un poco los ojos para darse cuenta, de que cuando parece que todo termina, en realidad está empezando. Porque donde una historia acaba, otra comienza; así sucesivamente hasta que no quede nadie quien las cuente. Quizás, si hubiese entendido esto antes... las cosas hubiesen sido muy, muy diferentes. [...]
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