Besos en Guerra ©

Autorstwa dayzaccardi

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"Solo físico. Beneficios. Cero sentimientos. Y ya" Regla uno: si una mujer ingresa al sistema será aniquilada... Więcej

💋⚔️
ANTES DE LEER
⁰ Viento Negro
¹ Mushu
² El entrenador
³ Chat privado
⁴ Juego sucio
⁵ Yin Yang
⁶ El refugiado
⁸ Jugando con fuego
⁹ Tenemos un trato
¹⁰ Hola, ¿tú eres...?
¹¹ Apretados
¹² Vacío
¹³ Besame
¹⁴ Juguemos
¹⁵ Dibujos
¹⁶ Acurrucados
¹⁷ Ansiedad
¹⁸ Ultimátum
¹⁹ Las minas
²⁰ Debajo de ti (y de la lluvia)
²¹ Amigo
²² Sueños nublados
²³ Capitán
²⁴ Tú
²⁵ Quédate
²⁶ Mensaje
²⁷ Verdades a la luz
²⁸ Otro amor
²⁹ Quererte
³⁰ Contigo
³¹ Adiós
³² Sueños oscuros
³³ Fregadero
³⁴ ¿Quién es?
³⁵ Personaje secundario
³⁶ Cobarde
³⁷ Decisión
³⁸ Error del sistema
³⁹ Auxilio
⁴⁰ Caos
FINAL 1/2
FINAL 2/2
EPÍLOGO
¿BEG EN FÍSICO?

⁷ Levántate, si puedes

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Autorstwa dayzaccardi

Zayn

Henry posa sus manos en mi hombro, pretendiendo tranquilizarme. Estoy intentando no mandarlo a la mierda. Todo se vuelve tedioso al no recibir respuestas de su parte. Solo me mira y repite las tres mismas palabras «Zayn» «Rogger» «Hola». Chasqueo la lengua y apreto la mandíbula en símbolo de nervios. ¿Cómo pudo ingresar al ejército? ¿Por qué sabe mi nombre? ¿Quién lo mandó? O aún peor ¿Por qué demonios no está con el soldado que había asignado a que lo vigile?

—¿Cómo demonios llegó hasta aquí? —Se lleva las manos a su sien, disgustado.

No le contesto. Necesito analizar bien a este muchacho. Se encuentra sentado como un jodido animal en la silla de Henry jugando con sus gafas y lamiéndose la mano como un perro.

—No lo sé, pero quédate tranquilo que tengo todo controlado —miento para evitar problemas.

Pienso que nada puede salirme peor justo antes de que lleguen ellos a la oficina y cambien al cien porciento mi idea. Ese Mu... Sushu, Tukushu, o como mierda sea que se llame, ya está aquí con su compañero. El primero atraviesa la puerta fumando un cigarrillo con suma indiferencia y el segundo viene corriendo hacia el refugiado. Se lo ve agitado y con ganas de confesar, pero créanme lo que menos me apetece ahora es escucharlo.

—¡Aquí estás, pequeñin! ¡Pensé que te había perdido para siempre! —cambia la expresión de su rostro al notar que lo miro con cara de «¿Qué carajos?» y recuerda algo—. Espera, ¡no! ¡Yo estaba muy enfadado contigo! ¡Me haz mordido la mano! ¡Mira como la tengo!

—¿Haz dejado a un refugiado a cargo de un nuevo? —Henry frunce el ceño. Tanto que pienso que va a rugirme. La he cagado y lo admito, pero tampoco para mirarme así, hombre.

Mis ojos se desplazan por el panorama hasta llegar a los ojos oscuros de Mushu que buscan en los míos algo de piedad.

—Capitán, podemos explicarlo...

Pipa arruga el gesto.

—¿Podemos? No, morenito. Yo solo he venido a hacer apoyo moral. Ya estoy metido en bastantes mierdas como para que me metas en más.

Henry los fulmina con la mirada y se detiene a observar al refugiado, otra vez. Yo ignoro a las nuevas visitas e imito su acción, mientras pienso en la estupida idea de que, quizás, al mirarlo por más de media hora tal vez aprende a hablar o deja de hacerse el idiota si es que me está tomando el pelo. Porque por si no lo notaron, no soy un hombre de mucha paciencia. No la tengo. No nací con ese don tan bonito, ¿vale?

—Hola —los saluda el refugiado escaneándolos de arriba abajo mientras mueve el osico como si los estuviera olfateando.

Veo la boca de Mushu abrirse con emoción y tengo el instinto de saltar al instante:

—Habla y te corto la polla.

Pasa un dedo por encima de sus labios, haciendo una señal que demuestra que se va callar o que, al menos, lo va a intentar. Le sonrió con sarcasmo y miro devuelta al chico perro.

—¿Quién te trajo aquí?

—Hola.

Y aquí vamos devuelta.

—¿Vienes de las minas de Siria?

—Hola.

Sus ojos brillan de inocencia.

—¿Vienes de las malditas minas o no?

—Hola.

—Minas —le repito, serio—. Minas —vuelvo a decir sílaba por silaba—. Esos lugares llenos de tierra que se encuentran debajo de más tierra y donde suelen trabajar los mineros y los...

Y justo cuando tengo la sensación de que va a decirme de dónde viene, quién es, cómo sabe mi nombre, él habla para decir algo muy poético:

—Hola.

Mete su dedo en la nariz, ríe y se saca un moco. Cierro los ojos por el asco que me da mientras escucho un «diu, hasta lo moldea y todo, eh» proveniente de Pipa.

Segundos después, solo siento una leve presión en el pecho que me obliga a volverle a hablar con cierta frialdad:

—Hola, sí, ya te he saludado como unas ochenta veces. —Henry me da una palmada en mi espalda e intento retractarme—: ¿Quieres hablar conmigo?

—Hola, Zayn.

Paso una mano por mi pelo, aguantando las ganas de estrangularlo y suspiro.

—Ya. No puedo con él. Intenten hacer hablar al perro ustedes.

No detengo a Mushu cuando se le acerca y le acaricia el pelo tomándose muy en serio lo de que era como un perro. Tampoco lo hago cuando le toma la mano y le empieza a decir algo.

—No te asustes, es bueno —le explica más serio de lo normal; pero a pesar de todo, el refugiado parece asustarse cuando me mira disconforme y le comienzo a hacer muecas de digusto—. ¿De dónde lo conoces? —inquiere con mucha paz, pero el chico no contesta. Pipa suelta una risa y le da una última calada a su cigarrillo para seguir viendo la película que Mushu estaba montando—. ¿No sabes hablar? Oh, entiendo, ajá.

No puedo creer lo que estoy viendo.

—¿Qué estás...?

La oración se queda en medio camino cuando él le vuelve a hablar, interrumpiendo por completo.

—Señas. —Mueve su mano y me señala—. Si no sabes hablar, puedes señalar o escribir. ¿Lo pillas? No es tan difícil. Yo te puedo enseñar —murmura, seguro—. Ahora dime, ¿de dónde lo conoces a este rubio?

El refugiado niega con la cabeza, ladea un poco su rostro hacia un lado y me señala con su mano temblorosa. ¿Lo más gracioso? Está señalando el nombre y el apellido de mi chapa de entrenador, no a mí en general.

Joder.

Solamemte está leyendo mi chapa.

Hago sonar mis dedos y sonrío con un aire de cansancio. Mushu me mira, comprende que entendí lo que decía el perro este y me señala la puerta con un movimiento de cabeza.

—Yo le explicaré todo a Henry —se ofrece con mucha voluntad—. Tú ve tranquilo.

Aquello me da desconfianza, pero terminó accediendo solo por el hecho de que estoy algo agotado y porque necesito hacer sufrir a los soldados para usarlos como terapia.

Esta vez, ya está todo bajo control.

El perro respira.

Yo respiro.

No está muerto, es decir que podemos usarlo para quitar información.

Y tal vez, gracias a eso, descubrimos algo nuevo.

Blair

El campo de entrenamiento es enorme. Cada vez que corro dejo huellas en la arena anaranjada del piso y juego a pisar las de los guerreros que van más adelante que yo para entretenerme. Soldados con ganas de luchar, combatir y de superarse empiezan a entrenar a las primeras horas de la mañana, incluso antes de desayunar, pero yo con suerte logro levantarme para zamparme un trozo de pan duro.

La piel me suda.

¿Cuántas vueltas vamos? ¿Cincuenta? ¿Setenta? No lo sé. Mis pies ya me arden de tanto correr, y mis manos... agh, mis manos están todas resbaladizas.

Mientras sigo corriendo a la par de Grillo, me pregunto porqué Mushu y Pipa no están aquí, pero no lo menciono. Por el humor que tiene el rubito hoy —mucho peor que el habitual— lo más probable es que 1) se hayan peleado por el refugiado 2) se hayan peleado por el refugiado y él los quemó en la hoguera por inservibles 3) lo mismo que las dos anteriores opciones pero sumándole el punto de que, quizás, también los hizo atravesar una bonita tortura en ese trayecto.

Pero... ¿Qué tortura?

¿Pegarles con un látigo?

¿Ahogarlos en el lago?

¿Hacerlos carne y meterlos dentro del pastel de papa de la camarera?

—Samuel —me llama una voz grave, profunda, estricta y muy familiar, luego de hacer sonar el silbato—. ¿Tienes un segundo?

Oh sí, deja que terminó las malditas cincuenta vueltas que me hiciste dar a la montaña y ya te atiendo, bonico.

Aprovecho la ocasión para parar el trote y hacerle una mueca graciosilla a Grillo para que se riera. Por dios. Es tan mono cuando se ríe. Sus mofletes se hacen más grandes y se le forman unos hoyuelitos que dan mucha ternura.

—¿Necesita algo? —inquiero con la voz menos aguda que logro hacer. Esto ya se me está haciendo habitual. Me sale hasta sin pensarlo. A veces pienso en el día que pueda volver a ser yo misma y... joder, ¿cómo voy a hacer para sacarme este maldito habito?

Zayn me atraviesa con esos ojos rasgados oscuros y misteriosos solo para decirme:

—Me gustaría que no hagas la prueba de hoy —explica sin rodeos.

¿Todo este calentamiento para que me diga eso?

—¿De qué hablas?

Se acerca y apoya su mano sobre mi hombro permitiéndome así sentir su tacto gélido bajo mi piel caliente.

—No quiero que hagas la prueba, capullo —abro la boca y él me calla colocando un dedo por encima de ella—. No la hagas.

Me sorprendo cuando esas oraciones que salen de su boca comienzan a asemejarse más a una súplica que a un pedido considerable.

—¿De qué vas? —me muevo hacia un lado apartando su brazo, enfadada—. ¿Viene por lo del otro día?

Zayn intenta negarlo pero sus ojos hablan mucho más allá de las mentiras. Luego de pensarse una respuesta y notar que no tiene nada para discutirme en cuanto a mi sospecha, lame sus labios secos y hechos mierda —por lo rotos que están—, y se vuelve a dirigir hacia mi para susurrarme algo:

—No tienes la fuerza suficiente para hacerlo aún —murmura sin poder mirarme a los ojos—. Llevas menos de un mes aquí. Tu estado físico no te permitirá, te caerás al piso y te romperás una pierna. Créeme, no te conviene.

Supongo que lo dice bajito para que el resto no escuche y eso me enfurece más.

—Oh, ya veo —frunzo el ceño—. Capullo, debilucho, de un metro sesenta incapaz de defenderse de un refugiado, ¿es eso a lo que se refiere, capitán?

Niega, disgustado.

—No, yo dije que...

—¿No crees que yo soy el que debe decidir si me quiero romper una pierna o no?

—No.

—¿No?

—No.

—Bien —gruño por lo bajo, frustada—: ¿Se puede saber el porqué?

Da un paso hacia delante, como hace cada vez que se enfada, achina esos ojos intensos que tiene y me escupe en el medio de la cara:

—Porque soy tu puto profesor y se me da la gana —apreta la mandíbula justo cuando arrugo la nariz, enfadadisíma—. No tengo ganas de tener un maldito soldado menos cuando vengan a atacarnos, ¿entiendes o te lo tengo que explicar en otro idioma?

Cruzo los brazos, desafiante.

—¿Sabes otro idioma? —abro los ojos, sorprendida—. Eres un libro repleto de misterios por descubrir, Rogger.

Cuando entiendo que mi respiración  está chocando con su piel y que, su jodida frente, está prácticamente pegada a la mia, él me dice: «Bien. Rompete una pierna» para luego mirarme de arriba abajo con asco y terminar alejándose rápido, solo con el propósito de ignorarme y no escuchar mi respuesta de: «Te odio, comemierda»

Joder, este hombre algún día me hará explotar una vena.

__⚔__

Mushu y Pipa aún siguen sin estar presentes. Su ausencia y la discusión con el capitán hace que el ambiente sea más pesado de lo que ya es habitualmente. Me caga que sea tan cabezota. No puede creer que siempre tiene la razón cuando no la tiene. Aunque quizás, sí, es muy probable que me rompa una pierna intentando subir hacia la cima de esa enorme columna resbaladiza que tengo al frente.

Todos los soldados están rodeándola, escuchando las consignas del entrenador. Bueno, mejor dicho: escuchando los gruñidos de Zayn. Yo, por otra parte, cada vez que tengo la oportunidad, mientras él no me está mirando de reojo, aprovecho para imitar sus gestos de chico que se cree malote y joderlo un buen rato.

La columna es de madera y abarca unos cuantos metros hacia arriba. Es casi la mitad de un edificio. Está llena de jabón para hacer aún más complicado el labor de subir, y en su base tiene solo una especie de goma que, según el rubio, si la utilizas bien, es probable que puedas llegar a la cima.

¿El problema? Nadie sabe usarla, excepto él, claro.

Con un aire de superioridad, Zayn agarra con fuerza la banda de goma, rodea el palo de madera, y haciendo mucha fuerza con sus piernotas, comienza a subir como si fuera una simple escalera.

Uno.

Dos.

Tres.

Cuatro.

Levanta el medallón de oro que hay en la cima del palo, se sienta sobre la punta de la columna y saluda a todos los soldados desde arriba, presumiendo su victoria.

Volteo los ojos.

Así todo se ve tan fácil que hasta te dan ganas de intentarlo.

—El que toque la medalla tendrá un pedido a favor que será concedido por mi y por Henry, el director del campamento pre-guerra. Pueden pedir lo que sea —cuenta el rubio apenas toca el piso, peinándose un poco su cabello revoltoso. Me sorprende que su respiración esté tan tranquila luego de subir esos metros en un segundo—. Hasta el día de hoy, solo dos hombres han terminado esta prueba. Uno de ellos soy yo y el otro es el gran guerrero Ruth.

Mi padre.

Torso el gesto cuando todos los soldados se empiezan a entusiasmar haciendo la fila para intentarlo, creyendo que es fácil. Zayn se sienta en una silla que seguro trajo especialmente para la ocasión, toca el silbato y se prepara para gozar del sufrimiento del resto.

Justo cuando voy a dar un paso hacia la enorme fila, alguien me empuja con fuerza hacia adentro.

—Lo siento —se disculpa rápido un pelirrojo—, me han empujado unos gilipollas.

Me giro con ganas de insultarlo, pero dice aquello con tanta dulzura que se me hace imposible.

Le sonrío.

—¿Te están molestando? —Miro por detrás de sus brazos flacuchos a un grupo de adolescentes que se ríen por lo bajo.

Pero mi sonrisa dura muy poco al ver que esos imbéciles lo vuelven a empujar y él, como respuesta, solo expulsa un poco de aire por su boca demostrándome que ya está acostumbrado a que lo traten así.

Pero nadie tiene que acostumbrarse a esa porquería de trato.

—¿Qué mierda les pasa? —Avanzo unos pasos hacia delante y cruzó los brazos.

—El pobrecito necesita a su noviecito para que lo defienda —murmura uno de ellos, mostrando los dientes de una forma asquerosa.

Los tíos así me irritan.

—¿Por qué no cierras tu maldita boca?

—¿Quién diablos eres tú?

—¿Realmente te importa quién soy?

—Que te den, debilucho.

Y aquí vamos otra vez.

Estoy harta.

Harta que de que me tomen por débil.

—¿A quién coño le dijiste debilucho? —tomo del borde del cuello de su traje de entrenamiento y lo sujeto con toda la fuerza que logro juntar, atrayéndolo hacia mi. Al parecer, las palabras de este se extinguen cuando sus "amigos" empiezan a correr en dirección contraria con cierto miedo, dejándolo solo—. Que sea la última vez que juzgas a alguien por como luce por fuera, ¿está claro, idiota? —asiente con rapidez—. Porque yo puedo tener el peor físico del mundo comparado al tuyo, pero de aquí —toco mi cabeza dos veces— tengo mucho más que tú y que todos estos machotes que piensan que se las saben todas.

Suelto su traje y me río al notar que sus piernas corren y corren y siguen corriendo, lejos. Muy lejos.

Respiro hondo y lo miro. Parece sorprendido y quizás algo contento cuando me tiende una mano, temblorosa.

—Soy Chase —aprieta su mano con la mía— ¿Y tú eres...?

Trago grueso al notar que casi le digo mi nombre real.

—Sam. Un placer.

Tarda en soltar mi mano, pero una vez que lo hace, me escanea de arriba abajo y sonríe de lado.

—Gracias por eso.

—No fue nada —digo quitándole importancia.

—¿Eres nuevo por aquí? —inquiere, curioso.

Apreto los dientes.

—¿Tanto se nota?

—No, tranquilo. Solo lo decía porque tu cara no me resultaba conocida.

Y cuando estoy a punto de abrir mi boca para contestarle algo coherente, él apoya una mano en mi hombro para usarme de soporte como de costumbre.

—¿Interrumpo algo? —pregunta Zayn, frunciendo el ceño, pero ninguno de los dos contesta hasta unos segundos después:

—¿Sucede algo, capitán? —cuestiona Chase, preocupado.

—Samuel debe hacer la prueba.

El pelirrojo me mira de reojo al notar la tensión entre el rubio y yo.

—Justo iba a hacerla, ¿sabes? —suelto, confiada en mi misma, dejándolo con la boca entreabierta—. Disfruten del espectáculo.

Avanzo con confianza hacia la columna, entrelazo mis manos en la banda de goma, escucho los gritos de los soldados de aliento, fuerzo mi mente para apagar los pensamientos negativos y comienzo a subir.

Uno.

Dos.

Tres.

Cua...

Los gritos de aliento desaparecen.

Mis manos son las primeras en tocar el piso luego de que mis piernas abandonen el reto. Escucho crujir mi muñeca. El dolor es terrible. Me he caído miles de veces antes, pero nunca me he sentido tan... tan derrotada.

Tengo el instinto de tirarme a la arena y de hacerme una bolita en el sueño para combatir mejor el dolor. Siento punzadas en la muñeca. Algo no anda bien allí. Joder.

Todos los soldados corren a mi lado.

—¿Estás bien? —murmura el pelirrojo de antes—. ¿Te ayudo a levantarte?

El dolor de la muñeca es tan fuerte que no puedo pronunciar ninguna palabra. Tan fuerte que veo todo nublado. Tan fuerte que mi pecho comienza a latir con fuerza. Tan fuerte que todos los soldados que veo desde abajo formar una ronda a mi alrededor comienzan a dar vueltas, excepto él.

Él no da ninguna vuelta.

Observo a el rubio mirándome desde lejos, decepcionado, por un pequeño hueco que queda entre los soldados.

No fue capaz ni de acercase a ver cómo estoy.

Y lo entiendo.

Estoy derrotada.

Pero hay algo que duele más que mi muñeca. Y ese algo es mi orgullo.

__⚔__

Cuando despierto, me doy cuenta de dos cuestiones. Primero, que el golpe fue más fuerte de lo que pensaba y que, probablemente, primero haya aterrizado con un lado de mi cabeza y a consecuencia de eso haya apoyado mal la muñeca. El segundo punto, es que ahora Pipa y Mushu están a mi lado mirándome con sorpresa, como si estuvieran contentos de que despertara.

Gracias a Dios. Están vivos.

—¡Pensé que estabas muer... —Mushu está apunto de decir muerta pero se retracta al instante— muerto!

Pipa toca un lado de mi cara pasando un algodón con agua oxigenada y abre la boca.

—Unos algodoncitos más y ya estarás como nuevo, arrocito —y antes de que pueda decir algo, prosigue—: Por suerte no vimos tu caída, nos hubiera agarrado un paro cardíaco al verte caer por ese enorme palote. Ah, y por cierto, un pelirrojo estaba muy preocupado por ti y te trajo junto a ese regordete buena onda.

Suspiré.

Grillo y...

—Chase —murmuro casi sin hacer ningún esfuerzo.

Pero no lo hago porque recuerdo su nombre y ya, lo hago porque él está en la puerta de la sala blanca en la que me encuentro. Al escuchar su nombre salir de mi boca, se gira y avanza hacia mi, con emoción.

—¿Tan rápido me remplazast...? —intenta decir Mushu.

El colorado me sonríe.

—Creí que te había sucedido algo muy grave.

Giro un poco la muñeca para comprobarlo. Muerdo mis labios al sentir el mismo dolor punzante que antes. Mierda, sí que me hecho pedazos.

—Tranquilo, fue solo el golpe. Ya se me pasará.

—Sí te llegaba a suceder algo juro por mi vida que...

Alguien más entra a la sala. Un aire tenso invade a la habitación en una gran ráfaga. No tengo que ni asomarme para saberlo. Ese alguien es Zayn. Y por si se lo preguntan no, ni si quiera se mosquea al verme ahí, viva y respirando.

—¿Podemos hablar? —ruge sin tomarse el esfuerzo de acercarse un poco más a mí.

No.

—Claro que sí —le responde Mushu con felicidad para intentar quitarme ese peso de encima.

—Con Samuel —específica y mis esperanzas de ser salvada disminuyen—. A solas.

El pelirrojo me analiza con cierto pánico, y luego de mirarme con cara de «¿Quieres que me quede?» y yo responderle con cara de «Ve, tranquilo», él se aleja junto a Mushu y a Pipa que parecen ir con pasos cautelosos hacia afuera.

Zayn cierra la puerta, dejando a mis compañeros al exterior del lugar, y camina hasta llegar hacia mi lado con la cabeza en alto. No dudo ni dos segundos en pararme para ponerme un poco a su altura, a pesar de que mi mano me suplique reposo y mi cabeza esté dando todavía algunas vueltas.

—¡Un aplauso, Samuel! ¡Te haz hecho mierda la mano! —Comienza a aplaudir lento, irritándome mucho.

Enarco una ceja.

—Si vienes a refregarme en la puta cara que tenías razón, te invito a que te retires —le digo mirándole a los ojos, fijo.

Se ríe.

—¿Qué será lo próximo que te rompas? ¿Un brazo? ¿Un dedo? ¿Un ojo o...?

—Te he dicho que te vayas.

—¿No crees que yo soy el que tiene que decidir si quiere irse o no? —me la devuelve.

—No —se la devuelvo.

—¿No?

—No.

—Oh, ¿y se puede saber porqué? —vuelve a repetir mis líneas.

—Porque yo soy el que tiene una maldita muñeca hecha trozos, no tú.

Parece quedarse sin palabras cuando mira mi brazo, enfadado.

—Yo te lo dije y no me hiciste caso. Ahora disfruta las consecuencias.

—Tú dijiste que me iba a romper una pierna —escupo— no una muñeca.

Da vuelta sus ojos.

—¿Acaso importa?

—Con una caminas y con la otra no —le explico con una mueca—, tú dime.

Cruza los brazos y me desafía a una competencia de miradas intensa.

—Creí que eras más fuerte —masculla—. No puedes ni nunca podrás seguirle el ritmo a esto.

Profundizo mucho más mi mirada.

—Yo no he sido el único que no ha superado la prueba —le recuerdo, enfurecida—, de hecho, ninguno de los soldados a los que se supone que entrenas la ha logrado completar.

El rubio me mira, divertido.

—Que curioso —palmea mi hombro—, sin embargo, tú estás aquí dentro de la sala de guardia y ellos están fueras merendando.

Esas palabras me hicieron frustrarme más de lo que ya estaba.

¿Así que morirás por tu honor?

¡Moriré haciendo lo correcto!

¡Pero tú...!

Sé cuál es mi lugar y es tiempo de que tú conozcas el tuyo.

Las palabras de mi padre aparecen y desaparecen en mi memoria, haciéndome enfadar cada vez más. Mi temperamento aumenta, aumenta muchísimo. Y sin medir las consecuencias de nada, digo:

—Vete a la mierda.

Soy consciente de que esas palabras atraviesan el orgullo y el ego del capitán en cuanto abre los ojos como platos, sintiéndose herido, como si aquellas palabras fueran muy inesperadas para él.

—Vete —zanja eso con odio, con muchísimo odio. Tanto que mis pelos se ponen de punta—. ¡Lárgate de aquí, joder!

Ese grito me sensibiliza por completo, pero no lloro, no me muevo. No nada. Soy incapaz de hacerlo. No voy a desperdiciar todo mi esfuerzo por mi relación con él. Yo no... basta. No puedo seguir aquí. Debo irme, pero mis piernas están estancadas, no quieren irse. Quieren que suelte todo lo que llevo adentro.

—¡¿Así solucionas las cosas?! —chillo forzando la voz para que salga lo más grave que puedo—. ¡¿Echándome?!

Nunca lo vi con la mandíbula tan apretada como en ese momento.

—¿De qué coño vas? Tú me has tirado mierda primero —masculla dejando de gritar, pero con un tono tan frío que raspa.

Me esfuerzo en bajar un poco el tono, ya que no quiero que nos oiga todo el campamento entero, y abro la boca:

—¿Ahora es mi culpa? —toco mi cabeza, frustrada—. ¿Sabes lo qué se siente que tu puto profesor esté un mes diciéndote que eres una mierda en lo que haces todo el maldito tiempo? ¡No, no tienes ni idea porque eres don perfecto, claro!

—¡No estabas listo para la puta prueba! —repite otra vez, tomándose el pelo, furioso.

—¡Lo dices porque me ves débil e incapaz!

—¡No te veo, lo eres, joder! ¡Lo eres! —baja la mirada a mi muñeca y el mundo se me paraliza al sentir sus palabras como un balde de agua helada—. ¿No te ves a ti mismo? Te hiciste mierda en ese reto. Esto no es para ti.

—¡Yo soy el que decide si esto es o no para mi o si quiero esforzarme para que lo sea! —Retengo las lágrimas para que no salgan.

—¡Solo te intentaba proteger!

—¡Eres un maldito mentiroso!

—¡¿Yo?! ¡¿Mentiroso?!

—¡Sí, eres un mentiroso de primera!

—Si yo soy mentiroso ¡¿Tú qué coño eres, joder?!

Siento que el corazón me late a mil por hora. No puedo seguir discutiendo. No más.

—Vete —le digo casi en una súplica.

Entonces, se crea un silencio en el que solo se escuchan sus pasos agigantados dirigiéndose hacia la puerta. Y justo cuando doy la discusión por finalizada, él se da la vuelta y me hace una pregunta:

—Se me olvidaba algo —busca algo en el bolsillo de su pantalón—. ¿Cómo cojones prefieres que te llame a partir de ahora? ¿Sam o Blair?

Mi corazón deja de latir cuando saca su pistola y me apunta.

***
Nota de la autora: 

Eeeeeh, mejor salgo
corriendo, baaaai 🏃🏻‍♀️

¿Les gustó el capítulo?

¿Qué esperan que ocurra en el próximo?

Recuerden seguirme en IG @librodayss_ para estar al tanto de las actualizaciones <3

#ulalaguerrero💋⚔️















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