Con la maleta llena de sueños...

By Hubrism

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Dayana nunca ha levantado el interés de los chamos, pero eso está a punto de cambiar cuando entra a estudiar... More

Resumen + Nota de la Autora
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16 (parte 1)
Capítulo 16 (parte 2)
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29 (parte 1)
Capítulo 29 (parte 2)
Capítulo 30 (parte 1)
Capítulo 30 (parte 2)
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39
Capítulo 41

Capítulo 40

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By Hubrism

PASADO 38

En marzo del siguiente año intercambiamos los anillos de graduación por anillos de boda en una ceremonia hermosa en la Basílica de la Chinita. Por un momento me temo que la operación de los ojos salió mal porque me cuesta ver a Tomás durante la boda, pero luego caigo en la cuenta que es porque mis ojos no dejan de llover.

Es muy extraño darse cuenta de que uno ha recibido un regalo tan grande del cielo, cuando a otros les es quitado.

Valentina asiste a mi boda y sale en cada foto con una sonrisa de Miss Venezuela. Después de varias semanas de pleito en el que yo le decía que se podía vestir de negro si se sentía más cómoda, ella ganó y asistió con el vestido color crema hacia rosado de mi cortejo. Es la única vez que le he visto algo de color desde el funeral de Gustavo.

Al principio de la fiesta en el Club Náutico, le doy un abrazo tan fuerte que ella se ahoga y tiene que golpearme la espalda para que me separe.

—¿Te sentís bien? —La miro de arriba a abajo como si esperara atisbar sus lesiones, aunque todas están en su corazón.

—Sí, sí. —Pone los ojos en blanco—. No me dejéis arruinar tu día.

—No es eso...

—Déjala quieta —intercede Bárbara, que vino desde Miami para la ocasión—, yo me encargo de emborracharla pa' que al menos se olvide de todo por un ratico.

—No te olvidéis de darle comida.

—No tienen que hablar de mí como si no estuviera aquí —refunfuña Valentina—. Cambiando de tema, ¿estáis lista pa' el gran discurso?

—Si definimos «lista» como que me tomé un litro de té de tilo durante el día, sí.

—Ve lo que te tengo aquí. —Bárbara se voltea para agarrar algo de la mesa detrás de ella y nos ofrece palos de alcohol a cada una—. Tu amigo el indio. Seguro te va a ayudar.

—Ah, buena idea. ¡Salud!

Las tres nos empujamos los palos de Cacique y mientras rueda por mi garganta dejando un camino de fuego hacia mi estómago, me doy cuenta de que es Cacique 500. Del bueno.

Hay otras bebidas mucho más elegantes y costosas corriendo como agua. El sitio de la fiesta fue cosa de los papás de Tomás, que tienen una empresa constructora de tanto renombre en la ciudad que cuando me enteré, me sentí tonta por no haberme dado cuenta por mí misma. Así que para ellos esto no es gran cosa.

Mis papás y mi hermano también aportaron para la boda. A ellos les debemos que el catering incluyera mini pastelitos y tequeños, y están volando más rápidos que los platos con nombres impronunciables.

—Deséenme suerte. —Sacudo el cuerpo de los nervios y del regaño de ron.

Las dos me atacan con un abrazo tipo el que yo le di a Valentina hace rato.

—¿Quién hubiera dicho que Dayana iba a ser la que se casaba primero? —musita Bárbara en mi oído.

—La que decía que no levantaba ni una sola mosca. —Valentina se ríe en mi otro oído.

Según Tomás, en el transcurso de la universidad levanté a todo un ejército de moscas. Pero son cosas de él porque me ve más especial de lo que soy. Y al final de cuentas a mí lo único que me importa es que me lo paré a él.

Hablando de mi levante. Está conversando con Salomón de algo que los tiene muertos de la risa. ¿Por qué siento como que mi hermano le está contando una anécdota vergonzosa sobre mí? Pero no importa, porque los ojos de Tomás brillan más que las luces del techo y su sonrisa hace que una señora mayor que pasa por ahí se tropiece.

Como cosa de magnetismo, sus ojos consiguen los míos al instante y su sonrisa cambia. Ahora tiene una cierta picardía que me arranca un estremecimiento de pies a cabeza.

Me hago camino entre los invitados hacia mi esposo. Vaya, qué concepto. Al mediodía nos casamos por el civil y en la tarde por la iglesia, así que oficialmente somos marido y mujer en toda regla.

—Mi Daya linda, felicitaciones.

Inhalo con exageración cuando Javi y Enzo aparecen delante de mí. Los abrazo a los dos con toda mi fuerza.

—Gracias, mi Javi. —En su oído susurro—: A ver si atrapas el bouquet.

Mientras Javi se sonroja, le guiño el ojo a Enzo. Algún día los podré ver felices juntos sin miedos, así como Tomás y yo.

Sigo el camino hacia mi nuevo esposo. A pesar de que otros me detienen para ofrecer sus felicitaciones y darle cumplidos a mi vestido, no aparto la atención de Tomás. Su cabello negro un poco largo arriba y muy corto a los lados está perfectamente peinado con una pomada. Su traje negro de tres piezas vino directamente de Italia y se lo entalló un modista de renombre. Y es que tenía que ser así, porque nadie más tiene esos hombros anchos y esa cinturita que me vuelven loca.

Sabe que me lo estoy comiendo con los ojos porque su sonrisa se va esfumando a medida que me acerco. Lo que hay en sus ojos es lo mismo que como cuando estamos solos, besándonos como si no hubiera mañana.

Son solo unos metros entre mi punto de partida hasta cuando llego a plantarme frente a él, pero llego casi sin aliento.

—Hola —me dice Tomás.

—Hola. —Vuelco la atención un instante hacia mi hermano, que ha estado viendo la acción silenciosa con las cejas en alto—. ¿Cuál historia le contaste?

—La de cuando te caiste del tobogán mientras te deslizabas y nunca te montaste más en ninguno.

Mi esposo asiente.

—Ah, bueno esa no estuvo tan mal. —Excepto por la parte donde todavía tengo la cicatriz en mi cuero cabelludo—. Anda a contarle la historia a mis cuñados, anda.

—¿Te queréis deshacer de mí?

—Sí. —Sonrío con dulzura sin par y Salomón me sorprende con una risotada.

—Pues eso nunca va a pasar, hermanita. —Me da un abrazo y al apartarse, tiene la misma sonrisa que pone cada vez que su hija hace algo nuevo por sí sola—. Estoy orgulloso de tí, Sikiú Dayana.

Le dejo pasar eso último porque me he puesto llorosa otra vez.

—Gracias, Salomón Aquiles.

Mi hermano le da una palmada en la espalda a su cuñado y se aleja.

Inhalo profundo y el aroma del perfume de siempre de Tomás ayuda a calmarme.

—¿Estás lista? —Tomás está tan cerca de mi que veo los flecos verdes entre el marrón de los irises de sus ojos. Levanto una mano para acariciar su quijada.

—¿Para arrancarte toda la ropa y lanzarte contra el colchón? Sí.

Se ahoga con su propia saliva.

Le doy palmaditas en la espalda con una benignidad intachable. Cuando se recupera, Tomás entrecierra los ojos con supuesta amenaza. Solo logra que me den más ganas de hacerlo ahogarse.

—Que conste que tu vestido de novia no va a quedar en una pieza.

El vestido es una belleza que también trajeron mis cuñados desde Italia, hecho con corte sirena que acentúa todas las curvas que había olvidado que tenía bajo los jeans y franela que usé por cinco años en la universidad. Pero no es como que tendré otra ocasión para ponérmelo, así que estoy dispuesta a hacer el sacrificio.

Además, no aguanto hasta que Tomás vea mi elección de ropa interior para la noche de boda. Es un numerito que tuve que comprar en secreto con Bárbara y Valentina hace unos días, que las dos me aseguraron será muy exitoso. Y cómo no, si se me ve todo.

—Cuando me lo arranques te espera una sorpresita abajo —comento casualmente en su oído.

—¿Pero te quieres quedar viuda? Si me sigues atacando así me muero en frente de toda esta gente. —Me planta un beso todo dulce en la frente—. Mi pregunta original era sobre el discurso. ¿Estás lista?

—¿Más bien no podemos seguir coqueteando?

Sus labios esbozan su pequeña sonrisa, modesta como una margarita en un campo de grama verde e igual de tierna.

—Ayer me pediste que no te dejara escapar del discurso —me recuerda.

—Muy mal hecho por la Dayana del pasado —mascullo por lo bajito.

Con ron en el sistema y marido en brazo, me acerco hacia el DJ para que baje la música y nos de un micrófono. Tomás se asegura de que esté encendido y es el primero en hablar.

—Buenas noches a todos. —Me pregunto por qué, si tiene esa voz cálida y de terciopelo, no se metió a reportero o comentarista de radio. Lástima que se le de tan bien la ingeniería—. De antemano queremos agradecerles por presenciar el momento más importante de nuestras vidas.

Una ronda de aplausos voluntaria se riega por todo el salón de fiesta. Entre la multitud está toda mi familia en pleno, la de Tomás, nuestros amigos de la universidad y los no tan amigos.

Desde que Tomás rechazó públicamente a Erika en el tercer semestre y luego ella me mandó a la porra a mí, poco hemos tenido que ver la una con la otra. Pero como sigue con Yael y a él sí le tenemos aprecio, ella vino como su plus uno. Y aunque no nos ha felicitado por el matrimonio, no me ha puesto el pie para que me caiga y eso es suficiente para mí.

También están Andrea Vélez y Anderson, y aunque cortaron y él vino con otra, Andrea sí se dignó a darnos sus buenos deseos. Eso sí, salieron de mala gana, pero Tomás asegura que es lo más sincero que se puede esperar de una amargada como Andrea.

Hace años hubiera querido que este momento fuera perfecto. Que todo quedara resuelto con un lindo lazo encima. Pero he aprendido que la vida tiene sus propios planes y a veces lo mejor es ser camarón y dejarse llevar por la corriente. Nunca tendré la relación que hubiera querido con Erika o Andrea, y sobretodo la segunda siendo la mejor amiga de la infancia de mi marido, pero no todas se ganan y la que gané es lo más importante de mi vida.

En eso Tomás se equivocó. No es este momento el más importante de nuestras vidas. Es cada momento que logremos compartir juntos.

—Para celebrar la ocasión —continúa como si nada—, Dayana, que en caso que no sea claro ahora es mi esposa, quiere ofrecer unas palabras.

Ahora hay un coro de risas que deleita a Tomás. Solo se nota en el rubor de sus mejillas. Ahora me pasa el micrófono y dirige toda la atención hacia mí. Pero se mantiene a mi lado, con my mano izquierda cómodamente apoyada en su brazo, recuerdo constante de que ahora somos uno solo y mis ataques de pánico son los suyos, y sus ataques de ansiedad son los míos.

Respiro profundo. No quiero ataque de pánico hoy. Doscientos pares de ojos no son nada comparado a lo que hemos vivido. Y me recuerdo a mí misma que el discurso no es nada especial, ni es para ellos. Es para mí. Porque hoy soy otra Dayana, y Dayana Rodríguez de Arriaga no se deja vencer.

—Muchos aquí presente saben que me cuesta hablar en público —empiezo y la voz me sale temblorosa hasta que Tomás pone su mano izquierda sobre la mía—. Pero quiero contarles una pequeña historia, la que nos trae directo a este momento.

Fijo los ojos en mi hermano, que normalmente sería el que más se burlaría de mí. Esta vez tiene una sonrisa tranquila y hace un gesto con su cabeza para que siga adelante.

—El primer día que iba a empezar ingeniería mi hermano me dijo unas palabras sabias que le hacen honor a su nombre. —Él interrumpe con una carcajada—. Algo así como enfócate en los estudios y no en los hombres.

—¡Así no fue!

Tomás y yo nos reímos un poco. Muchos de los invitados murmuran en confusión, pero el chiste de las salchichas nunca verá la luz del sol.

—También me preguntó por qué Ingeniería Mecánica siendo yo una mujer. —Le saco la lengua y disfruto el coro de abucheos que lo hacen sonrojar.

—A ver, no me pintéis como el villano aquí —aclama Salomón.

—El punto es que el tonto de mi hermano no esperaba que iba a sobrevivir en un mundo de hombres sin distraerme con ellos. Tranquilos, él ha aprendido la lección.

—Ahora soy feminista, gracias. —Saluda a la multitud como un monarca.

—Pero aquí estoy —sigo—, graduada de Ingeniería Mecánica, a punto de irme a un postgrado en Procesos de Fabricación Industrial en Estados Unidos, y armada de un marido.

Mi prima y mi vecina de toda la vida revientan en vítores, se les une mi mamá y poco a poco muchos otros. Tomás me da un beso en la cabeza y yo le sonrío. Mi corazón late tan fuerte como cuando mi mente quiere lanzarme a un espiral de caos y auto duda, pero esta vez sé que es otra cosa. Porque hay mariposas en mi estómago, porque me siento cálida con Tomás a mi lado, porque estoy rodeada de gente que me quiere o al menos no me quiere matar, porque nada es perfecto y a la vez lo es.

—Y es que he aprendido que no puedo controlar lo que otros piensen de mí, y tampoco puedo controlar lo que otros hagan. Pero sí puedo levantarme cada vez que me caiga, y puedo apoyarme en mis seres queridos. Y esto es lo que quería que supieran, que aunque hoy celebramos nuestra boda, también nos despedimos de todos ustedes. Aunque no nos veremos todos los días como lo hemos hecho hasta ahora —aquí hago pausa porque mi garganta se tranca—, pase lo que pase Tomás y yo nos seguiremos levantando juntos, y que eso es gracias a cada uno de ustedes.

Paro de hablar. El aplauso es tan estruendoso que no se oye más lo que digo. Javi chifla a todo pulmón y desde aquí distingo lágrimas corriendo por sus mejillas.

Tomás hurga el bolsillo de su tux y me ofrece un pañuelo blanco, prístino, que huele igual a él. Limpio mi cara con la suave tela, y menos mal que mi maquillaje es a prueba de agua porque no lo mancho y éste sí que no se lo voy a devolver.

—¿Sigues? —murmura.

—Termina vos. —Le paso el micrófono. No tengo más qué decir ni que demostrar. La Dayana de hace cinco años hubiera sido incapaz de todo lo que he logrado, así que mi meta al entrar en la universidad está más que cumplida.

Tomás se aclara la garganta pero solo dice:

—¡Que siga la música!

Me da risa y le doy un golpe en el hombro mientras se deshace del micrófono.

—Y yo que pensé que también ibas a dar un gran discurso sobre mis virtudes o algo.

—No, mis discursos son solo para tus oídos. —Capturo una sonrisa picante antes de que se incline hacia mi oído—. Y tampoco son aptos para todo público.

—¿Y si nos vamos de la fiesta ya?

Pero Tomás nos desliza a la pista de baile, sus manos en mi cintura y las mías en sus hombros, y bailamos toda la noche entre nuestros seres queridos.

Al día siguiente nos despiden en el Aeropuerto de la Chinita. Es curioso cómo la noche anterior fue un instante de triunfo y plenitud, pero al día siguiente tengo que arrancar mi infancia y todo lo que conozco y dejarlos aquí. En el aeropuerto los otros viajeros nos miran raro al tener a eso de treinta personas despidiéndose con llanto a todo pulmón de solo dos.

No soy la única que lo sufre. Tomás también llora durante todo el vuelo a Caracas. Nuestras manos gélidas van entrelazadas todo el vuelo, siguen juntas al aterrizar, al marchar con nuestras maletas llenas de sueños entre el terminal nacional y el internacional del Aeropuerto de Maiquetía.

Después de hacer el check in, mis ojos se clavan en el mosaico de Cruz-Diez en el suelo. Algunas de las pequeñas losas han sido arrancadas o perdidas por la negligencia y se ven pequeños parches de marrón entre lo que de resto es una obra de arte colorida. Así es Venezuela, hermosa pero manchada, y por esas manchas nos vamos.

Tomás me da un beso en la mano y juntos pasamos por la aduana hacia la puerta de abordaje del vuelo rumbo a Miami. Primero nos vamos en luna de miel mientras tramitan nuestras visas de estudiantes, yo para postgrado en una universidad de Miami, y Tomás de igual manera pero para un postgrado en Diseño Computacional en otra universidad también en Miami.

Intercambiamos una mirada silenciosa pero llena de emociones. Pase lo que pase, y estemos dónde estemos, siempre nos tendremos el uno a la otra. Somos el pedacito de Venezuela que necesitamos.

NOTA DE LA AUTORA:

Ya lloré otra vez. Un capítulo más y se acaba este cuento 😭

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