Con la maleta llena de sueños...

By Hubrism

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Dayana nunca ha levantado el interés de los chamos, pero eso está a punto de cambiar cuando entra a estudiar... More

Resumen + Nota de la Autora
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16 (parte 1)
Capítulo 16 (parte 2)
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29 (parte 1)
Capítulo 29 (parte 2)
Capítulo 30 (parte 1)
Capítulo 30 (parte 2)
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39
Capítulo 40
Capítulo 41

Capítulo 35

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By Hubrism

PASADO 34

Muchos piensan que Tomás y yo nos empatamos en la gira y así se van a quedar pensando porque no le debemos explicaciones a nadie. Al menos esto es lo que me repito en mi mente una y otra vez cada vez que alguien nos mira raro en la facultad. Como si Tomás se hubiera empatado con una patilla o yo que sé.

Lo bueno es que la atención del colectivo está dividida entre dos parejas. Porque otra sí es producto de la gira. Una noche de parrillada en la casa que alquilamos en Ciudad Guayana, conseguimos a Erika y Yael dándose un jamón tan épico detrás del bus, que si no los hubiéramos interrumpido hubieran terminado en pelotas en plena calle. Así que la gente habla más de ese episodio que de Tomás y yo.

Una tarde en la universidad me consigo a Erika mirando las notas de Generación de Potencias publicadas en una cartelera.

—¿Estás bien? —le pregunto.

Ella respinga del susto y cuando ve que soy yo, se le amarga la expresión. Aunque ya no contiene tanto veneno como antes.

—¿Por qué no estaría bien?

—Bueno, es que mucha gente anda hablando guebonadas...

—¿Y no te alegra que te saliste con la tuya?

—No, ni que esto haya sido un complot mío. —Sacudo la cabeza—. Solo quería saber si lo estabas llevando bien, nada más.

Me doy la vuelta.Veo la nota otro día.

—Gracias.

Me paro en seco. Erika pasa de largo como si no me hubiera dicho la primera palabra no hostil en años.

Unos días después, Tomás me pasa a buscar a mi casa temprano en la mañana para lo que él ha descrito como una cita épica, y al montarme en su carro le echo el cuento.

—¿Podéis creer eso?

—Sí. —Levanta los hombros mientras navega las calles de Maracaibo, llenas de carros incluso un sábado en la mañana—. Tres años son más que suficientes para superar a un chamo y todo ese drama.

—Yo nunca te superaría.

Se pone una mano sobre el pecho de forma exagerada y suelto una risita.

Hoy lleva una franela blanca de Nike, de una tela deportiva que se amolda muy bien a su cuerpo. ¿Irá a llover? Ojalá.

Como me dijo que me vistiera cómoda tal como para la universidad, llevo una franela sencilla verde, jeans ajustados y unas imitaciones de Converse. Recogí mi cabello en una media cola que con el potente aire acondicionado de su VolskWagen Bora no me da calor.

Calor me da la forma en que los músculos de su brazo saltan mientras maniobra el volante.

—Entonces, ¿cuál es el plan?

—Comer —responde sin más ni más. Intento indagar otro poco pero me cambia el tema.

Hablamos de que dónde vamos a hacer las pasantías el semestre que viene, el servicio comunitario y de la tesis. Decidimos que las pasantías las podríamos hacer juntos en algún lado. Él sugiere que en la empresa de su papá y yo lo convenzo de que vayamos a otro lado donde no pueda yo cagarla con los suegros. Me asegura de que sus padres están ansiosos de conocerme y de que sería incapaz de caerles mal. Yo le recuerdo que de vez en cuando me da por convertirme en una estatua viviente y Tomás le empieza a ver la gracia a la posibilidad de hacer las pasantías donde nadie nos conozca.

Sobre la tesis decidimos hacerla con otra gente. No tanto por las historias de amistades rotas por dramas durante la tesis, sino porque yo la quiero hacer sobre soldadura y él sobre diseño de mecanismos.

—Sois un alienígena. ¿A quién carajo le pueden gustar los mecanismos después de sobrevivir esa materia?

—Tienen su encanto —explica muy serio—, como yo.

—Ay, por favor. —Pero me río.

Llegamos al primer destino, una arepera en el patio de atrás de una casa en Tierra Negra. Nos sentamos en una mesa y sillas de plástico y le lanzo una mirada curiosa.

—¿Y vos cómo sabéis de este sitio?

—Lo descubrió mi hermana. Los dueños de la casa son los papás de un amigo de ella de la universidad.

En efecto, la señora que nos sirve tremendo festín humeante lo saluda como si Tomás fuera su propio hijo. Es decir, que ha venido aquí varias veces, el muy picarón.

—¿Qué otros secretos me tenéis escondidos? —Logro soltar la pregunta un instante antes de pegarle un mordisco monumental a mi arepa dominó. Aparte hay unas mini cachapas con queso de mano que huelen a gloria, y unas mandoquitas con nata que tienen mi nombre escrito en ellas.

—Te los voy a ir mostrando durante el día. —Me guiña el ojo.

—Me hacéis el favor y dejáis el coqueteo pa' cuando te pueda comer a vos.

El pobre se ahoga con su papelón.

Superada esa crisis y acabada la comida, nos montamos de nuevo en el carro y le damos partida a los competidores.

—¿Cuánto te debo?

—Al menos un beso —contesta con tranquilidad.

—Chico, no. Del costo de la comida.

—Un beso —repite—. De resto hoy brindo yo.

—Ah bueno, entonces yo hago un estimado y te meto un rollo de billetes en el bolsillo.

—Eso déjalo para cuando te haga el striptease.

—Pero Tomás Elías Arriaga Villa —espeto con una risotada—, ¿de dónde ha sacado usted semejante idea?

Despega la atención de la carretera por un instante para fulminarme con la sonrisa más amplia que le he visto en mi vida.

—La he tenido en mente un buen rato.

—Ah, bueno. Espero que también tengáis un rollo de billetes pa' mí, pues.

—¡Sikiú Dayana!

Nos reímos un buen trecho hasta la próxima parada, que resulta ser la pista de patinaje a la que llegué a ir para fiestas de cumpleaños cuando era chiquita.

—¿En serio?

Tomás asiente con seriedad mientras tramita el alquiler de los patines.

—Tenemos que bajar la comida para poder comer más, ¿no?

—Lógica infalible —acuerdo—. Pero podíamos quemar las calorías de otras formas.

Entrecierra los ojos y se sube los lentes con un dedo.

—Deja de seducirme en público, que me metes en problemas.

Le doy un besito muy tierno en su mejilla, acompañado por una sonrisa inocente.

Termina siendo muy divertido patinar en una pista vacía a eso de las once de la mañana con Tomás. Yo no es que soy una atleta que puede hacer piruetas dignas de la máxima puntuación, pero en esto resulto ser más competente que él.

—Quién lo diría. Después de todo hay algo para lo que el gran Tomás Arriaga no es muy bueno.

—Bueno, aja. Nadie es perfecto. —Casi pierde el balance pero aletear con los brazos lo restauran. No puedo evitar una carcajada.

Me apiado de él y agarro una de sus manos.

—¿Te haría sentir mejor si te digo que ahora que sé que no sois perfecto me gustáis más? Antes me intimidabas.

Bufa con tanto ahínco que un mechón de su flequillo se levanta.

—Tampoco puedo dibujar. ¿Te gusto más todavía?

—Uf, sí. Mi corazón no para de latir a toda máquina. Dime más.

—Canto desafinado.

—Hace calor aquí.

Su pecho vibra con una risa.

—Y también... —Hace una pausa para lanzarme una mirada picantosa—. Me cuestan un montón los trabalenguas.

—Vendida al de la franela blanca —bromeo.

Tomás me hala hacia su cuerpo y menos mal que se apoya contra una pared, porque sino hubiéramos conocido al suelo de cerca. Me da un beso en la cien y nos abrazamos un rato mientras suena una canción ochentera.

—Creo que ya tengo hambre —anuncio contra su pecho.

—¿De comida o de otra cosa?

Chasqueo la lengua.

—¿Quién me pervirtió al pobre niño? Tan tímido que era hace cuatro años.

—Es tu culpa. —Sus labios consiguen los míos y por un momento la que casi se cae soy yo—. Tú eres la que me sacó de la hibernación en que vivía.

—Qué buen trabajo hizo la Dayana del pasado.

—Y la del presente.

—¿Y la del futuro?

—Ese es el plan. —Planta un besito en la punta de mi nariz.

Nos alistamos a devolver los patines y ponernos nuestras gomas otra vez, para ponerlas a trabajar hacia el carro.

El siguiente destino nos lleva a San Francisco, y nos pasamos todo el camino jugando nuestro juego de preguntas sin parar. Descubrimos cosas terribles del uno y de la otra como por ejemplo que a él no le gusta el café y a mí no me gusta el chocolate. Aceptamos que de esa manera cada uno obtendrá más de lo que le gusta. También que a él le gusta más Iron Man y a mí Capitán América.

—Dime la verdad, lo que te gusta es el actor.

—No te preocupéis que él no tiene chance conmigo.

—¿Porque vive en los Estados Unidos o porque ya tienes novio?

—Las dos cosas. —Me río ante su expresión amargada.

Estacionamos justo en frente a una casa colonial como las de la Calle Carabobo, con ventanales altísimos y angostos, y detalles de diferentes colores en toda la fachada. Sobre la entrada, abierta de par en par y repleta de gente, hay un letrero que incluye la palabra «cepillados».

—Ohh, ahora sí te la habéis comido, Tomás —comento al bajarnos del carro.

—Todavía no. —Menea las cejas.

—Cochino. —Le doy su buen trancazo en el brazo pero no le borra la picardía que brilla por sus ojos.

Salimos con dos semerendos cepillados, el de él de zapote y el mío de tamarindo.

Lo ayudo a comer un poco de su cepillado mientras conduce en vía norte, de regreso a Maracaibo, y a la vez yo me deleito del cepillado más sabroso del planeta.

—¿Y ese sitio cómo lo conociste?

—Mi papá nos llevaba cuando estábamos chiquitos.

—O sea, a tu familia les gusta el buen comer, ¿no? —Hago una pausa—. En ese caso les va a encantar como cocina mi mamá.

—Tenemos que cuadrar. —Me mira con seriedad. No tengo ni que preguntar a qué se refiere. Conocer las familias es un paso importante para... bueno, el futuro.

Puede que no sea muy seguro pero desde ese momento hasta que vuelve a estacionar el carro, mantenemos nuestras manos agarradas sobre la consola del medio.

—¿La Vereda? —Respingo al caer en la cuenta de dónde estamos.

—Según las noticias hoy no hay mucha lemna en el lago. —Se ríe con el mismo sarcasmo que el resto de los maracuchos sentimos ante este tema.

—Me acuerdo que el día de la competencia de ASME estuvo así como hoy —comento mientras caminamos hacia la orilla.

—Sí, por eso te traje aquí. Quería reescribir ese día.

—¿Y eso? —Ya en la orilla, me apoyo contra la baranda para quedar de frente a él. Tomás pone sus manos sobre la baranda alrededor de mí.

—Todo ese evento fue una batalla. —Engancha un mechón de mi cabello detrás de mi oreja que el viento había volado hacia mi cara—. Uno de los gringos no despegaba los ojos de tí. Otro de los de ASME que eran mayores que nosotros estaba a punto de invitarte a salir, para eso era todo el teatro de agradecerte en la ceremonia final. Yael les tenía arrechera porque él te quería invitar a salir también.

—¿Que, qué? —Pestañeo rápido, estupefacta.

—Y yo, todo celoso, no hallaba cómo hacerles saber que ya tenías arrejunte.

—Ya va, me estáis hablando en otro idioma.

—Yo te dije que cargabas locos a varios. —Apoya su frente contra la mía.

—Pero no puede ser, yo no vi nada raro. —Entrecierro los ojos—. Un momento, ¿por eso fue que le agarraste el micrófono y le cambiaste el tema?

—Para ser sincero, ochenta por ciento de eso fue por el pánico que te vi, y veinte por ciento fue para arruinarle el plan. —Sonríe—. Tampoco es que soy un santo.

—¿Qué hubierais hecho si no me hubiera empezado el ataque de pánico? —Rodeo su cintura con mis brazos y lo atraigo hacia mí.

—Me hubiera quedado como un pendejo parado ahí, viendo a otro mamaguebo invitar a salir a mi novia en frente de todo el mundo.

—Ah, no pero decime lo que sentís de verdad. —Suelto una risita.

—Yo nunca había sentido celos como los sentí ese día.

Suspiro.

—Perdóname. Eso no hubiera pasado si yo no me hubiera dejado controlar por lo que otros podrían pensar. Ya aprendí la lección.

Me levanto sobre las puntas de mis pies y fundo mis labios con los suyos sin tregua. Tomás sostiene la parte de atrás de mi cabeza en su mano y ahonda el beso. No importa si los transeúntes nos ven comiéndonos las bocas en pleno sol de la Vereda del Lago. Ya no me importa lo que piensen los demás.

—Ven comigo —susurro contra sus labios.

Lo halo por la mano de regreso al carro. Su confusión solo se esfuma de su rostro cuando, muy instalados en el asiento trasero de su carro, cae en la cuenta de mi plan.

Me le tiro encima, mis muslos rodeando sus caderas para agradecerle como se merece. Sus manos corren por mis muslos hasta mi trasero, lo aprieta suavemente para acomodarlo sobre sus piernas. La fricción me arranca un gemido y me separo para respirar un poco.

—Si seguimos así nos van a llamar a la policía.

Sus mejillas están tan rojas como si fuera efecto del sol en la playa, pero sé que es por mí. Traga grueso varias veces hasta que puede hablar.

—Los vidrios de atrás están bien ahumados.

—Ah, bueno. En ese caso...

Lo vuelvo a besar. Esta vez escabullo mis manos debajo de su franela. Sus músculos se tensan ante el contacto y me deleito en acariciar su piel. Tiene bastantes definidos los abdominales. Y ni hablar de su pecho.

—Este... Me vas a desvestir —comenta con voz ahogada.

Entrecierro los ojos, pensándomelo.

—¿Qué tan ahumados son los vidrios?

Tomás se ríe pero aprisiona mis manos en las suyas debajo de su ropa.

—Créeme que te tengo igual de ganas, pero mejor no salgamos en el periódico.

—Uy, es verdad. Si a mi hermano le tocara escribir un artículo sobre los dos pervertidos que fueron descubiertos en pelotas en la parte de atrás de un carro en la Vereda, y uno de esos resulto ser yo, ese día paso a la otra vida. —Con esfuerzo Herculeano me aparto de Tomás y me siento en la esquina opuesta.

Su franela aún está desacomodada y agarro un vistazo de sus abdominales. Más impresionante aún es la situación en sus jeans. Tomás se da cuenta de dónde está mi atención y se aclara la garganta.

—Ojos aquí arriba, señorita.

—Ah, perdón. ¿En los abdominales?

Se estira la franela hasta que le cubre todo.

Empieza a caer la tarde cuando finalmente nos enrumbamos al último destino para cenar. Esta vez acabamos en un restaurante italiano en las áreas de la Plaza República. Tomás había hecho reservación, con lo que entramos rápidamente. El sitio está full de gente y eso nos obliga a portarnos bien, aunque no dejamos de intercambiar miraditas fuera de tono.

Al salir del restaurante la noche huele a lluvia, y quizás mi deseo de más temprano se vuelva realidad. Caminamos por la calle hacia el estacionamiento agarrados de las manos.

—Lástima que ya la cita épica tiene que acabar. —Exhalo con tristeza exagerada.

—Tu papá dijo que te quería ver de regreso a las nueve en punto así que no se puede hacer más nada.

—Ni que no se pudieran hacer perrocalientes de día.

Se ríe.

A la distancia presiona el botón de la llave de su carro y se dispone a abrirme la puerta, cuando en eso alguien habla detrás de nosotros.

—Dame la llave si no me quieres dar la vida.

Giro sobre mis pies.

Error, porque hago contacto visual. Y el tipo tiene un arma.

Mi cuerpo se convierte en hielo. Un hilito de voz sale por mi boca.

—¿Te quieres venir conmigo, mi reina? —Me mira de arriba a abajo, su cara, sus ojos, todo retorcido con un deseo maligno.

Con un jalón, Tomás me pone detrás de él. Escucho el seguro del arma hacer click y me encojo.

—No, Tomás...

—A ver, no nos pongamos con guebonadas. Quítate o te disparo.

—No —contesta Tomás y detrás de él, veo como el tipo encañona la cien de Tomás con la pistola.

No. No.

Nonononono.

Forcejeo. Oigo gritos. No veo nada entre lágrimas gruesas. Esto no puede acabar aquí.

No va a acabar aquí.

—Toma. —Lanzo el Blackberry que me dio Salomón al suelo. Mi billetera. Rápidamente agarro la llave del carro de Tomás de su mano helada—. Llévatelo todo. No nos hagas daño, por favor. Por favor. Por favor.

Sigo rogando. Saco todo lo que está en mis bolsillos. Las llaves de mi casa. La barra labial. Mi cédula de identidad. Me pongo a vaciar los bolsillos de Tomás mientras continúo diciendo «por favor».

El tipo me tiempla de un brazo y Tomás reacciona. Me agarra por la cintura y se da la vuelta, presentando su espalda como corderillo. Contra su pecho sigo hablándole al malandro.

—Por favor déjanos ir. Te lo pido en el nombre del Señor, de la Chinita. Por favor. Por favor.

—Ay, bueno ya. Qué ladilla.

Oigo ruidos. No distingo que pasa. Tomás y yo nos aferramos con más fuerza. Solo salgo del estupor cuando siento que el carro se enciende y con chillidos de las llantas sobre el asfalto, se aleja.

Rompo a llorar dándole gracias al cielo.

PRESENTE 9

Pues, lo que interrumpió el cuento no eran ganas de ir al baño normales. Es que he roto fuente.

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