Con la maleta llena de sueños...

By Hubrism

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Dayana nunca ha levantado el interés de los chamos, pero eso está a punto de cambiar cuando entra a estudiar... More

Resumen + Nota de la Autora
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16 (parte 1)
Capítulo 16 (parte 2)
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29 (parte 1)
Capítulo 29 (parte 2)
Capítulo 30 (parte 1)
Capítulo 30 (parte 2)
Capítulo 31
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39
Capítulo 40
Capítulo 41

Capítulo 32

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By Hubrism

PRESENTE 8

Ah, por eso era que cuando Bárbara le estaba echando el cuento a sus chamos ella se guardaba tantos detalles. No era tanto por mantener el misterio de quién era el marido, sino que no se le puede revelar a los bebés que sus papás, y en mi caso sus tíos, se portaban un poquito calenturrones. Así que les cuento cada momento más subido de tono en plan «y me abrazó», cuando en realidad él me dejó un chupón en el cuello, o «lo besé» cuando le causé una crisis debajo de su cintura.

Valentina tiene rato aguantándose la risa porque ella sí sabe lo que pasó de verdad. A ella se lo contaba en persona cuando me agarré de valor, y a Bárbara se lo contaba por el Messenger Q.E.P.D.

Me frunzo toda de pronto ante una molestia en mi barriga. A estas alturas no sé si es el bebé moviéndose o si son ganas de ir al baño, con lo que lo mejor es asegurarse de no pasar vergüenza.

—Bueno, hay que hacer una pausa mientras voy al baño. —Empiezo el arduo proceso de levantarme del sofá.

—Déjame ayudarte. —Valentina me agarra de los brazos y entre las dos forcejeamos hasta que me pongo de pie.

—Adriana, quedáis a cargo de los terremotos —ordeno.

—Sí, señora. —Ella hace un saludo militar.

—Y cuando vuelvas danos más detalles —agrega la perspicaz de Martina, como si me estuviera leyendo la mente y supiera que voy a refinando lo más jugoso.

—Yo creo que debiéramos hacer pausa por hoy. Te veis como un panda hinchado con tremendas ojeras —comenta mi mejor amiga como si fuera un cumplido mientras me ayuda hacia el baño de huéspedes.

—Ya te quisiera ver a punto de parir a ver si te vais a ver mejor. —Sus labios se estiran en una sonrisa de esas que no llegan a los ojos—. Este, perdón. Vos sabéis a lo que me refiero.

—No hay rollo. —Abre la puerta del bañe y continúo balanceándome con su apoyo—. Yo lo decía echando vaina pero quizás me pasé.

—Me pasé fui yo. —Me tiembla el mentón como con ganas de llorar. Estas pajúas hormonas me tienen que no me aguanto ni yo misma. Valentina chasquea su lengua pero me da un abrazo rápido.

—En fin, no necesitáis mi ayuda pa' hacer tu asunto, ¿verdad?

—Uy, no. Tranquila, la cosa no es tan grave. —Miento. No tengo idea de cómo me voy a levantar del sanitario pero son demasiados detalles como para compartirlos.

—Bueno, entonces yo aprovecho pa' empezar a recoger a los chamos. —Hace una pausa un segundo después de darse la vuelta—. Ah, por cierto. Mañana me quedo a trabajar hasta tarde así que me releva tu hermano.

—Noooo. Salomón no puede oír lo que pasa después en la historia. Se va a poner a hablar de salchichas otra vez.

Valentina se carcajea.

—A ver, él sabe que no te preñaste sola.

—Ya, pero mejor que siga pensando que nunca hice perrocalientes fuera de la cocina.

—Qué vaina con ustedes... —Se aleja riéndose y sacudiendo la cabeza.

Mientras tanto, yo me voy a pelear una batalla contra la naturaleza y como todavía es temprano, a lo que salga les cuento lo siguiente que pasó y los dejo en ese suspenso hasta mañana.

Carajo, creo que me debiera meter a novelista. Esto es divertido. Aunque la siguiente parte tiene más drama del que los chamos sospechan.

PASADO 31

Consigo a Tomás apoyado contra la pared, escribiendo mensajitos de texto como hace cada vez que está solo. Organizamos por el PIN llegar con bastante antelación al parcial de Elementos de Máquinas II y pasar un rato juntos. De todas maneras, pesquisé la periferia y comprobé que nadie que conocemos anda por estos lares del galpón.

—¿A quién mandáis tantos mensajitos siempre?

Él levanta su cabeza. Su cabello aún está húmedo de una ducha antes de venir a la Facultad e imaginármelo duchándose no es algo que tenía en mi carta de bingo para hoy. Tengo que hacer esfuerzo sobrehumano para enfocarme en el Tomás real y no en el Tomás de fantasía.

—Sino es mi mamá es mi hermana —responde y abre los brazos—, son preocuponas.

—Ah, con que vos también tenéis a alguien así en tu vida. —Me fundo en el abrazo y reposo mi cara en su pecho, de forma que no lo apuñale con la chupeta que tengo en la boca—. En mi caso el que es así de intenso es mi hermano.

—No lo culpo, hay que cuidarte.

—¿De qué? ¿De los mosquitos? —bromeo.

—No, de las salchichas.

Le doy un golpe en su hombro. No sé para qué le conté el discurso que me dió Salomón el primer día que me traía a la universidad.

Muevo la cara hasta apoyar mi mentón en su pecho, mis brazos tan fuertemente ceñidos alrededor de su cintura como tiene Tomás los suyos en torno a la mía. Algo tiene su abrazo que me hace sentir tan cómoda como cuando estoy en mi casa. La diferencia es que esos ojos medio marrones y medio verdes me aceleran el pulso y me suben la temperatura.

Y hablando de ellos, se desvían hacia abajo.

—¿A qué sabe esa chupeta? —Su voz grave acaricia algo en mi interior que me da escalofríos.

Abro la boca para contestar y rápido como un rayo, Tomás aprovecha para robarme la chupeta.

—Aló, ¿policía? Hay un ladrón en el...

La palabra «vecindario» se atasca en mi garganta cuando él se mete la chupeta en su boca. Un sonido como de ronroneo en su pecho lo hace vibrar contra el mío y creo que me derrito. De hecho, me fallan las piernas y él tiene que sostenerme contra sí.

—Patilla —musita como si nada, sacándose la chupeta con un sonido de succión que retumba en mis oídos—. Te gustan las patillas, ¿no?

—Sí, es una lástima que no hay refresco de patilla —aclaro como si eso fuera lo importante de esta conversación. No engaño a nadie, el timbre de mi voz delata lo mucho que me está afectando.

Y he ahí la pequeña sonrisa pícara de Tomás.

—A mí me gusta más como sabes tú.

Y me besa. Su lengua acaricia mis labios con más interés que como lo hicieron con la chupeta. Succiona el labio inferior y una ola de calor corre hasta la punta de mis pies. Abro my boca y siento el sabor a patilla en su lengua. La acaricio con la mía de una forma que le saca un gemido. Sus brazos se aprietan aún más contra mí y mi espalda se curvea para amoldarse totalmente a él.

—A ver si dejáis de ser tan seductor antes de un examen, me hacéis el favor —bromeo trazando las palabras contra sus labios.

—No lo puedo evitar. Mi novia me inspira. —Se aleja para insertar de nuevo la chupeta en mi boca abierta del shock.

—Pero qué peligroso es mi novio —murmuro.

Curvea sus labios hacia un lado.

Alguien se aclara la garganta.

El brinco que pegamos Tomás y yo nos pone como dos metros de distancia de por medio. Me doy la vuelta y vuelvo a respirar otra vez cuando veo que es Javi.

Y su cara está roja como tomate, pero no sé si de la risa o por lo que pudo haber visto.

—A ver si dejan de comerse en público si no quieren que nadie los agarre.

Ah, con que vio todo eso.

Calor florece en mis mejillas y seguro se ven verdes, moradas, y azules de la vergüenza.

Tomás se aclara la garganta varias veces. Toda su cara parece un bombillo rojo de semáforo. Y ahora que lo veo mejor su cuello también.

—¿Daya? —El pobre me mira con susto.

—No te preocupéis, Javi nos adivinó en lo que andábamos pero es más seguro que una caja fuerte.

Dicho eso, Javi simula como que cierra sus labios y lanza la llave sobre su hombro.

—Aquí la pregunta es si quieren que los deje solos pa' que se sigan metiendo lengua o no.

Le meto su buen coñazo en el brazo pa' que aprenda a ser serio.

—No, quédate —respondo mientras se retuerce de dolor—. Si ya llegaste significa que deben haber otros cerca.

De hecho así resulta mejor, porque cuando el siguiente que llega es Anderson y nota este grupo medio extraño, no parece darle importancia. Varias veces Tomás y yo intercambiamos miradas de añoranza entre la multitud que se va acumulando fuera del salón.

Cómo quisiera no tener que hacer el examen del coño este, y poder irme con Tomás a trabajar las lenguas. Sea hablando o besándonos. Pero no, somos unos nerdotes responsables.

Arrastro los pies hacia el matadero, digo, hacia el salón de clase, y hasta hago un esfuerzo por sentarme lejos de Tomás. Ese es un truco que he tenido que adoptar desde que empezamos a salir en secreto, después de que me pasé una buena parte de una prueba del laboratorio de Procesos I admirando su perfil. Y obvio que no salí super bien.

En este caso no tiene mucho sentido que haga gran uso de mi concentración, porque el examen resulta ser otro de esos que no tienen sentido. Ya estoy lo suficientemente experimentada como para saber que esos murmullos en el salón son mis compañeros preguntándose los unos a los otros si el problema son ellos, o si es el Picasso de problema que puso el profesor en el examen.

Hago cuentas en mi mente, no de los problemas, sino de cuánto saqué en los dos parciales anteriores y si con esas notas fue sufiente para pasar la materia. La respuesta es no, me va a tocar aplicar el plan A, el B o el C. El A consiste en tirar piedras a ver si alguna la pega y logro sacar un flamante diez en este examen. El plan B sería recuperarlo, a riesgo de salir incluso peor y raspar la materia. El plan C, que obviamente es el ganador, es intentar A y B.

Me parto el cráneo inventando formas de resolver este problema sin saber si el resultado tiene sentido. No puedo creer que toda la nota se base en un solo problema, con lo que deduzco que el profesor asignará puntos a diferentes etapas del todo. Eso valida mi teoría de tirar piedras.

Cuando no se me ocurre nada más y levanto la cabeza, al menos la mitad del salón ha tirado la toalla. No veo a Javi y Dimas, que están en esta materia también. Deben estar en la plaza haciendo el post mortem.

A través del salón Tomás hace contacto visual conmigo y hace un gesto con la cabeza, en plan «¿nos vamos?». Asiento y me levanto a entregar el examen. Él hace lo mismo y el profesor nos mira raro, pero estábamos tan lejos el uno de la otra que no puede sospechar que nos copiamos y nos deja ir sin más.

—¿Qué bicho raro fue eso? —Sacudo mi cabeza.

—Ni idea, si saco cero cinco será mucho.

Yea rait —bufo—, viniendo de vos seguro sacáis quince.

Agarra mi mano y arruga la nariz.

—No, de verdad. Me rendí hace como una hora. Más bien te estaba esperando.

—Tenéis que aprender de los malos estudiantes como yo —explico con el tono de voz de los profesores cuando están frente a la clase—, cuando no tenéis la mínima idea de lo que estáis haciendo, invéntatelo todo.

—Malos estudiantes, dice la que nunca falta a una clase y no le queda ni una materia —Tomás comenta con sarcasmo.

—No es lo mismo pasar con diez que pasar con diecinueve, Míster Cuadro de Honor. —Lo codeo.

Al bajar las escaleras que llevan hacia el frente del galpón tengo que soltar su mano porque se oyen voces cerca. Lo oigo suspirar como si ya extrañara la sensación de mi piel en la suya. Cuando llegamos abajo pongo un poco más de distancia por si acaso y...

Tomás me agarra por un brazo. Antes de rechistarle, se pone un dedo contra los labios y me callo.

Alguien está gritando.

Yo estoy más cerca de la entrada y me asomo. El grito fue de una chama. La consigo rápido con la mirada y es Erika, un tipo extraño la tiene encañonada. Con un arma.

Mi cerebro hace un cortocircuito.

¿Armas? ¿En la universidad?

Y plural. Porque otros dos tipos apuntan pistolas hacia los muchachos, mientras un cuarto les quita todo lo que tienen.

De pronto siento un jalón. Un brazo se ciñe alrededor de mi cintura y me tiempla hacia atrás. Si no fuera por el perfume no reconocería que es Tomás.

Tropezamos contra algo y eso más bien nos espabila. Rápido miro alrededor y lo arrastro debajo de las escaleras detrás de unos armarios empolvados. Los dos temblamos al sentarnos en el piso.

—Apaga el teléfono —atina a decir Tomás mientras se hurga los bolsillos hasta dar con el suyo. El dispositivo hace una tonos al apagarse y los dos nos petrificamos, mirándonos el uno a la otra y esperando pasos.

El silencio se prolonga, y con manos de mantequilla logro apagar el mío también antes de que pudiera entrar una llamada que nos delate.

Tomás está tan pálido que sus labios se ponen azules. Yo debo estar igual. Una cosa es un robo cualquiera, pero otra es a mano armada. Aprieto la mano de Tomás con toda mi fuerza y me pongo a rezar que no oiga un tiro.

Entre el polvo y el miedo, me empieza a costar respirar y a lo que jadeo me pongo una mano en la boca. Los músculos de Tomás están tan tensos como piedras. Mantiene la cabeza volteada hacia la plaza como si eso lo ayudara a oír mejor, a pesar de que hay toda una pared de por medio.

Empiezo a sudar frío mientras espero. Solo oigo un zumbido constante en mis oídos. Lo tomo como buena señal de que no le están disparando a nadie. Sigo rezando. Me lamento de que la policía aquí no sirve para nada. Espero que los muchachos estén bien. ¿Cuándo podremos cerciorarnos de que ya los malandros se fueron?

Pasos hacen eco por el galpón. Tomás y yo nos congelamos.

En eso siento una sombra sobre nosotros. En reflejo levanto la cabeza. Pero no es un malandro sino alguien que va bajando del examen. Un chillido sale de mi boca pero Tomás la tapa con su mano y me atrae hacia su pecho. Él aprieta los ojos como con vergüenza. Me espero otra vez, a ver si quien va bajando grita o algo.

—Maricos, ¿qué les pasa? —indaga entrando a la plaza.

—¡Nos atracaron! —exclama alguien.

Atracaron. Tiempo pasado.

Me desinflo.

Agarro una bocanada de aire polvoroso. Toso.

—Tomás —mi voz sale ahogada—, creo que ya se fueron.

Él asiente pero no dice nada. Ahí es cuando me doy cuenta de que está respirando rápido y poco profundo. De que su mirada está perdida en el espacio. De que su cuerpo está enrollándose en sí mismo. Y de que está bañado en sudor frío.

Es un ataque de pánico.

De golpe me pongo de rodillas para conducir su cabeza entre sus piernas.

—Respira profundo. —Corro mi mano con su espalda con fuerza para que su mente se ancle en esa sensación—. Estoy aquí, Tomás. No estás solo. Estás a salvo.

Eso último espero que no sea una mentira.

Lágrimas ruedan por mis ojos sintiéndolo temblar en mis brazos. Sigo repitiendo las mismas frases una y otra vez. «Respira profundo. Estoy aquí. No estás solo. Estás a salvo». Es lo que me dice Salomón cuando yo tengo un ataque de pánico y siempre funciona.

Eventualmente su respiración se profundiza y se calma. Acaricio su pelo con su cabeza apoyada contra mi pecho. Me duelen las rodillas, pero eso no es nada.

—Mi morral —carraspea Tomás.

Brinco a entregárselo y me espero a que saque un pastillero. Se toma dos pastillas así en seco y se pasa el brazo por la cara, como para secar lágrimas.

—Gracias pero... No quería que me vieras así —dice con voz queda.

—Ay, Tomás. Nos llevamos un buen susto. Yo también casi me desmallo. —Desfallezco sobre mi trasero, la adrenalina drenándose de mi cuerpo—. ¿Creéis que podemos salir?

—En un momento. —Se muerde el labio, su cabeza gacha y sin mirarme.

Me recuesto contra su espalda.

—Tómate el tiempo que necesites. —Presintiendo que todavía le hace falta, lo abrazo suavemente. Su corazón palpita con tanta fuerza que golpea mi mano posada en su pecho.

Un rompecabezas se empieza a armar en mi mente. El ataque de pánico, la medicación, su timidez... Algo le ha pasado a Tomás en el pasado. Lo abrazo aún más.

Cuando corre sus manos por mis brazos hasta entrelazar sus dedos con los míos, sé que se repondrá.

NOTA DE LA AUTORA:

Yo les dije que prepararan pañitos pa' lágrimas, ¿mkay? De verdad les van a hacer falta.

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