Con la maleta llena de sueños...

By Hubrism

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Dayana nunca ha levantado el interés de los chamos, pero eso está a punto de cambiar cuando entra a estudiar... More

Resumen + Nota de la Autora
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16 (parte 1)
Capítulo 16 (parte 2)
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29 (parte 1)
Capítulo 29 (parte 2)
Capítulo 30 (parte 1)
Capítulo 30 (parte 2)
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39
Capítulo 40
Capítulo 41

Capítulo 19

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By Hubrism

PASADO 18

Ya somos niños grandes. Con el tercer semestre empezamos oficialmente el ciclo profesional y dejamos el básico atrás. También significa que tenemos nuestra primera clase en el Galpón de Mecánica, mientras el resto son en el Ala B que aunque se ve igualita que el Ala A, se siente diferente.

Javi y yo caminamos por el pasillo en el silencio con el que nos hemos entrenado a andar, y quizás también con algo de aturdimiento. Yo no sé si él opina igual, pero la clase de Cálculo III de esta mañana fue una de las vainas más sin sentido que he visto en mi vida, y eso es decir bastante cuando uno nace y se cría en un país como este. He agarrado la costumbre de empezar cada semestre preguntándome si lograré sobrevivirlo y esta vez es igual.

El pasillo está vacío. Algunos de los salones que pasamos también lo están. Otros están llenos de gente en clases. Dentro de una hora y media tenemos Estática en uno de estos. Antes de eso nos dirigimos a la cantina de Industrial a comer.

Cerca del final del pasillo y en dirección opuesta aparece nada más y nada menos que Erika Martínez.

Las dos nos frenamos en seco. Las gomas de Javi chillan contra el piso de granito cuando él pega un frenazo. Cualquiera cree que estamos en una película vaquera preparándonos para disparar primero.

Suspiro.

—Javi, te alcanzo en la cantina.

—¿Segura? —Frunce el ceño.

—No hace falta —dice Erika a la distancia—, no tengo nada que hablar contigo.

—Pues yo sí.

Los ojos de Javi viajan de la una a la otra. Erika se queda tiesa en su sitio en vez de irse como hubiera esperado. Supongo que la curiosidad la ancla a ese punto. Con un último gesto incierto, Javi sigue de largo hasta doblar a la derecha en el pasillo.

Solo en ese momento me muevo de nuevo hasta encontrarme con Erika frente a las puertas de dos salones de clases. Las luces dentro de cada uno están apagadas y se ven vacíos. A ella no parece importarle tomar ninguna precaución así que yo también tiro la mía a la borda.

—Escuché que Cintia se salió de la universidad.

—Sí, ¿y qué? —Erika encoge los hombros.

—Pues que era la única amiga que te quedaba, ¿no? —Abre la boca pero antes de que pueda rechistar yo ofrezco—: ¿Por qué no dejamos todo atrás y volvemos a ser amigas?

Y me espero.

Lo que le dije a Bárbara y Valentina es cierto, yo no soy como ellas. Me cuesta dejar las cosas ir y mucho más me cuesta dejar a la gente ir.

Durante el largo tiempo que ellas dos estuvieron peleadas yo hice lo que podía tras bastidores para ver si se contentaban. Si Valentina y yo coincidíamos en el ascensor, le buscaba algo de conversación para saber cómo estaba y tantear si podíamos contentarnos, luego no le decía a Bárbara. Esto de arreglarme con la gente lo aprendí después de tanto pleito con Salomón en la infancia.

El silencio se estira por tanto tiempo que no soporto más la incomodidad y hablo.

—Yo sé que las cosas no van a ser como antes pero al menos podemos ser civiles, ¿no?

—Es que yo no quiero ser civil con vos —espeta ella con repentino vitriol—. Me llamaste acosadora, mala amiga, me hiciste sentir como una loca y aparte te llevaste a todo el grupo como si la víctima fueras vos.

—Yo no hice nada de eso. Solo te dije que copiar el número de cédula de Tomás y así sacarle todo el horario de clase estaba mal. No es ético. Todo lo demás te lo hiciste vos solita.

Se carcajea sin nada de humor.

—¿Y quién fue la que copio el número? O sea, si no querías hubieras dicho que no, y ya.

—¡Porque justo me temía que te lo pudieras tomar a mal! —Lanzo mis brazos hacia el cielo implorando por paciencia—. No puedo creer que ya ha pasado como medio año de eso y no habéis aprendido la lección.

—Y yo no puedo creer que haya pasado medio año de eso —esto lo canturrea en burla—, y todavía te las deis de la más santurrona.

—Ah, ahora soy santurrona pero el semestre pasado en casa de Javi era una puta, ¿no?

—Eso no lo dije yo, te lo dijiste vos solita —dice mofándose otra vez.

—¿Sabéis qué? —Pestañeo rápido para contener las ganas de llorar—. Esto fue un error. Yo pensé que habías madurado y que hasta a lo mejor te sentías sola sin Cintia, pero ya veo que no es así.

Erika da un paso largo hasta estar a tan poca distancia de mí que noto las pecas en su nariz. Es chocante como alguien que es tan linda tiene tanto odio en sus ojos.

—No necesito nada tuyo. Ni tu lástima, ni tus discursos estúpidos, ni que te metas en mis asuntos. —De lo estupefacta que estoy, no me defiendo cuando me da un empujón que me hace trastabillar—. Vete a la mierda y quédate ahí, bien lejos de Tomás y de mí.

Se da la vuelta y toma el camino de regreso por donde venía.

Mi cerebro se tarda un buen rato en procesar lo que acaba de pasar. Repite la conversación como si fuera una grabación en DVD desde el principio. Quizás si soné como le tenía lástima, aunque esa no era mi intención. Yo solo quería enmendar algo que aparentemente estaba más roto de lo que yo pensaba.

Un pequeño sollozo raspa mi garganta como si fuera una lija. La dirección por donde ella se fue es el camino más corto hacia la cantina de Industrial, donde me espera Javi, pero no me la quiero encontrar otra vez. Doy la vuelta con la intención de atravesar toda el Ala B y luego tomar el camino externo, y las primeras lágrimas caen por mis mejillas. Al menos voy a tener bastante tiempo de llorar antes de ver a Javi otra vez.

Pero no doy ni un paso cuando distingo a Yael caminando hacia a mí. No me ha visto porque está tecleando un mensaje en su celular. Quiero llorar sola y sin tener que dar explicaciones, así que me escabullo dentro de uno de los salones oscuros que están detrás de mí.

Y me topo de frente con Tomás Arriaga.

Inhalo con tanta fuerza que me vuelvo a lacerar la garganta.

—To... ¿Tomás? ¿Qué hacéis aquí?

—Quería algo de paz —responde en tono irónico.

La oscuridad dentro del salón de clase no es total, gracias a la luz que se filtra por las ventanas y la ventanilla de la puerta detrás de mí. Distingo su ceño fruncido, la rígida línea de sus labios apretados.

—¿Lo oíste todo? —Es una pregunta retórica. La respuesta está escrita en el gesto de su cara.

Él se pasa una mano por su pelo que vuelve a caer exactamente como estaba, con unos mechones sobre su frente.

Los pasos de Yael hacen eco por el pasillo y me adentro más hacia el salón para que no me vea. Con el movimiento, Tomás se echa un paso atrás y se tropieza con un pupitre. Yael no lo debe haber oído porque sigue de largo, pero esa pequeña victoria no es suficiente para relajarme.

—Lo oí pero no lo entendí. Explícamelo.

Su tono de voz no suena más seco de lo normal. Las pocas veces que lo he oído hablar han sido así, muy eficientes. La falta de «por favor» y «gracias» parecen muy clásicas de él, y si no lo fueran en este momento no tengo derecho a reprochárselo. Tiene que estar molesto porque sí. La pregunta es en qué punto del rango lo está, si entre leve ladilla o furia volcánica y vengativa. Yo no me hubiera imaginado que Erika era capaz de esa categoría máxima, así que no tengo idea de como juzgar a Tomás.

Lentamente y con cuidado le cuento lo que merece saber de la historia, sin ahondar en los sentimientos de Erika porque yo no soy mezquina como ella. Pero ya el oyó que ella siente algo suficiente hacia él como para perseguirlo por toda la universidad. Y que yo la alcahueteé una vez.

—No sé si tengo derecho a pedir perdón, pero perdón. —Mantengo los ojos clavados en mis gomas que una vez fueron blancas y las usaba para Educación Física en el liceo.

Lo oigo inhalar lento y profundo y exhalar con un suspiro que mece la cortina de mi pelo frente a mi cara. Sus gomas todas prístinas y de marca aparecen en mi campo de visión de lo cerca que está.

—Saber mi número de cédula no es ilegal —murmura con esa voz gruesa que casi no usa—. Y te disculpo porque aunque no lo ibas a hacer por tu cuenta, al final sí admitiste lo que hiciste, cosa que no creo que ella haga.

Aparto la masa de cabellos de mi cara y la engancho detrás de la oreja para levantar la cara. Me esperaba al menos un insulto o alguna variante de guácala, pero no. Después de que la explicación ha concluido, lo que hay en su cara es más ladilla que furia.

—¿No estáis arrecho? —Me quiero cerciorar. A partir de ahora quiero todo más claro que el agua, y no la del Lago de Maracaibo.

—Contigo no. Con ella sí. Sospechaba que había algo raro porque me salía hasta en la sopa.

Hace una pausa para hurgar en uno de los bolsillos de atrás de sus jeans y me ofrece un pañuelo de los de tela, hasta planchado. Como ve que no proceso, me agarra una mano y lo pone en la palma.

—Tienes toda la cara mojada.

—Pero... te lo voy a ensuciar.

—Quédatelo si quieres. —Se ciñe el tirante de su morral más alto sobre su hombro y me aparto para que salga, pero se queda todavía plantado observándome.

—No me digáis que también tengo mocos en la cara, o qué.

Una de sus mejillas tiembla pero Tomás no deja salir la sonrisa que vive presa en su ser. Apunta a su pañuelo con el mentón y luego a mi cara, y caigo en la cuenta de que no me va a dejar ir, ni se va a ir él, hasta que no me limpie las lágrimas.

¿Y no es eso precisamente lo que yo quería hacer? ¿Calmarme hasta que no se viera la angustia en mi cara?

Froto mi piel con el pañuelo, una tela tan suave que es como una nube plana. Está impregnado de la colonia de siempre. Decido que este es el momento de preguntarle.

—¿Qué colonia es la que usáis siempre? Oléis igual desde el primer día de clase.

Como Tomás no contesta de una vez, inspecciono lo que dije a ver si es algo que merece tal silencio y sí. Ahora la que parece acosadora soy yo.

—Ah, es un perfume de Hugo Boss. Por eso es fuerte. —Se aclara la garganta—. ¿Huele mal?

—No, no. Era curiosidad, a ver si se lo regalo a mi hermano. —Qué va, yo no puedo comprar un perfume tan caro ni en mil años. A Salomón le sale Jugo Fos. Que Hugo Boss ni que Hugo Boss.

—Tú hueles a patilla.

Levanto la cara de golpe. Yo uso una colonia barata que vendemos en la tienda de mis papás. Me la aplico todas los días antes de salir de la casa y entre el Ruta 6 y los calores de la universidad se disipa.

O no.

Tomás baja la cara y por un momento creo que es con vergüenza, pero es para reajustarse los lentes en su sitio.

—Sois más chévere de lo que parecéis. —Doblo el pañuelo de nuevo y lo guardo en mi bolsillo. En la casa lo lavo y se lo devuelvo mañana, que sé que estamos en Dibujo Mecánico juntos.

Como respuesta lo único que hace es levantar un hombro. Entrecierro mis ojos intentando verme amenazadora.

—Pero si sois así, ¿por qué ni me decís los buenos días?

—Este... —Corre una mano por su pelo otra vez—. Es que no soy de mucho hablar.

—Bueno, a mí sí me vais a saludar de ahora en adelante.

—¿Y si Erika se pone con vainas?

Ah, verdad. Que ella me amenazó de que ni se me ocurriera respirar cerca de Tomás, y enseguida la vida me lo puso de por medio.

—Que se ponga con todas las vainas que quiera. No la voy a dejar que me controle nunca más. —Bufo y me cruzo de brazos.

Finalmente una esquina de sus labios se levanta. La picardía le queda muy bien.

—Pues en ese caso, que tengas buenas tardes, Dayana.

Una ola cálida desciende sobre mí, como si esto fuera un gran premio que he ganado después de una ardua lucha. No puedo evitar sonreír de oreja a oreja porque aunque he perdido a alguien que pensé que era mi amiga, puede que acabara de ganar un nuevo amigo.

—Igualmente para tí, Tomás.

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