Con la maleta llena de sueños...

By Hubrism

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Dayana nunca ha levantado el interés de los chamos, pero eso está a punto de cambiar cuando entra a estudiar... More

Resumen + Nota de la Autora
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 15
Capítulo 16 (parte 1)
Capítulo 16 (parte 2)
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29 (parte 1)
Capítulo 29 (parte 2)
Capítulo 30 (parte 1)
Capítulo 30 (parte 2)
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39
Capítulo 40
Capítulo 41

Capítulo 14

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By Hubrism

PASADO 13

La vida criminal es como una bola de nieves que al rodar va creciendo más y más.

A ver, saber el número de cédula de otra persona no es ilegal, y con esto de que lo tenemos que poner en las listas de asistencia de cada clase es más que obvio. Pero igual me quedo toda la clase con el estómago revuelto.

Después de eso Erika me arrastra a Secretaría Docente para cometer el verdadero crimen. Yo me aparto un poco mientras ella copia el horario de su víctima. Cada vez que entra alguien pego un brinco como si fuera yo la que está haciendo la fechoría. Justo cuando creo que ya voy a poder escapar, Erika me agarra por el brazo y me arrastra a una ventanilla libre de los empleados que atienden a los estudiantes.

—Muy buenas —saluda a la señora con una sonrisa inocente—, ¿todavía es posible cambiar materias?

Yo le pongo ojos de huevo hervido. ¿Con que éste era el plan verdadero?

Bueh, su peo. No el mío.

—Depende de si están llenas las secciones o no —contesta la señora.

—Me gustaría ver si este horario está disponible. —Erika le pasa la hoja de su cuaderno donde anotó todo y la señora chequea en su computadora a ver qué cupos hay.

—Entonces te dejo a que termines tu faena —murmuro solo para Erika y libero my brazo.

—No te vayáis, que también te conviene.

—¿Cómo?

—Ya vais a ver.

La señora se tarda lo que parece una eternidad. O quizás la culpa la tiene su sistema súper lento. Pero al final de la investigación solo sale cupo para una materia.

—La única con espacio es la electiva de ping pong.

Erika me pone una expresión de triunfo.

—Daya, ¿no me habías dicho que estabas fastidiada porque Anderson está en tu electiva de ajedrez?

Fastidiada estoy con todo esto. Pero lamentablemente eso también es cierto.

—Este, sí...

—Pasémonos a ping pong juntas.

Y por eso es que la vida criminal es como una bola de nieve, porque de pronto todo esto no me parece tan mal. No se me habría ocurrido preguntar si me podía cambiar de electiva a una semana de haber empezado, pero el prospecto de no tener que ver la expresión de oliendo a mojón de Anderson es demasiado tentadora.

Así termino cambiada a ping pong con Erika.

El plan es dejarla que haga el ridículo todo lo que quiera mientras yo juego ping pong y cumplo el requisito de la primera de tres electivas para poder graduarme.

Lo malo es que la clase de ping pong es los sábados en la mañana. Lo peor es que no está Javi, porque no quizo agarrar ninguna electiva este semestre. Lo bueno es que también están Yael y Juliette. De hecho, cuando los veo el primer día les doy un abrazo de oso como si no los hubiera visto en clase de Química I esta semana.

—¿Y este milagro? —pregunta Yael.

—Denle las gracias a Erika.

Pero la aludida ya ha iniciado el plan Ataque a Tomás.

—¿Y me puedes enseñar cómo se agarra la raqueta? —la oigo preguntarle. Desde varios pasos de distancia la veo arquear las cejas como si estuviera sufriendo.

Doy in vistazo alrededor y no consigo a Andrea Vélez. Otra buena noticia. ¿Será que Erika ya sabía que la sombra de Tomás no estaba en esta electiva?

El instructor nos llama la atención para que rodeemos la única mesa de ping pong disponible. Es un chamo a penas un par de años mayor que nosotros pero ya tiene la actitud sufrida clásica de alguien que ha estado enseñando lo mismo año tras año.

—Buenos días. —Después de que le devolvemos el saludo sigue—: A los nuevos los pongo al corriente durante la clase, pero reanudemos donde quedamos.

Sinceramente tengo tanto sueño que no le paro mucha bola a la explicación. Ayer me quedé despierta hasta tarde estudiando y de vaina no me dormí en pleno Ruta 6 en el camino. Me despabilo un poco cuando el instructor agarra a Tomás para hacer una demostración, y resulta que el odioso había agarrado esta electiva por una razón.

Es todo un profesional.

La bolita va de un lado a otro como un rayo. Erika está del otro lado de la mesa y lo que le falta es que sus ojos se vuelvan corazones, como si estuviera viendo a un beisbolista o un futbolista en pleno partido. La atención de Tomás está enteramente en el voleo, no la pierde ni siquiera cuando sus lentes se deslizan un poco más abajo en su nariz. A diferencia del instructor no hace ni un solo ruido ante el esfuerzo de perseguir la saeta que es la bolita. Creo que si esto sigue le va a ganar al instructor.

—Un consejo —susurra Yael hacia Juliette y yo—, no jueguen contra Tomás.

No tiene que decírmelo dos veces a mí.

Pero por parte de Erika, seguro que preferirá sufrir vergüenza jugando con Tomás que cederle ese puesto a otra persona.

En efecto, cuando nos toca jugar en pares, Erika se arreguinda del brazo de Tomás. Yo hago lo mismo pero del de Juliette. Yael nos pone cara de pocos amigos pero se junta con un chamo que se llama Teófilo Jiménez.

—¿Vos sabéis jugar? —me pregunta Juliette.

—Sí pero no como pa' que me manden pa' las Olimpíadas.

—Marica yo igual. Lo de Tomás es otra cosa.

En efecto, cuando nos toca a Juliette y a mí tenemos un buen voleo pero como en cámara lenta. Creo que duramos cinco minutos cuando mucho y ya siento como que me duele el hombro, pero por lo menos no pasamos vergüenza. Nos damos los cinco cuando terminamos.

Como si fueran rayos láser, mi atención es atraída por los ojos de Tomás. El pobre tiene un semblante como ladillado mientras Erika cotorrea en su oído sobre algo de ping pong. Pero en eso él rompe el contacto visual para enfocarse en sus gomas, unas Converse azules que se ven casi nuevas. Me da risa porque tengo puestas unas imitaciones de Converse llevadas por la vida.

Otra ronda más de transcurre y le empiezo a agarrar el gustico a la clase. No se me hubiera ocurrido que jugar ping pong debajo de un cují podría ser tan chévere y no lamento dejar botado el ajedrez.

—Hola chamas, ¿cómo andan? —Oír la voz de Erika de pronto me sorprende. Me doy la vuelta en plena conversa con Juliette y la consigo sola. Tomás se ha esfumado. Antes de que pueda decir ni pío al respecto, Erika me agarra del brazo otra vez—. Juliette, ¿me prestáis a Daya un momento? Necesito que me acompañe al baño.

—¿No queréis venir? —Dirijo la pregunta a Juliette pero ella sacude la cabeza.

—No, yo estoy bien. No he tomado ni gota de agua en todo el día pa' no tener que ir a los baños fuchis de aquí.

—Uy sí, yo también intento eso. —Con un suspiro triste sigo a Erika. A medio camino en el estacionamiento hacia el Ala A le espeto—: Mija, me vais a dislocar el brazo.

—Perdón, es que tenemos que apurarnos.

—Haberlo dicho antes. —Apresuro el paso como ella. Si la necesidad es urgente la entiendo. Aunque es como muy guerrera por ir al baño de la facultad sin su propio rollo de papel sanitario y eso.

Pero en eso llegamos casi a la entrada del Ala A y en vez de entrar, me empuja hacia el corredor externo. A través de los bloques con huecos de la pared del Ala A oigo una voz que cada vez se hace más familiar.

Es Tomás.

—Erika...

—¡Chito! —ordena por lo bajito.

—¿Si lo querías expiar yo qué hago aquí? —murmuro.

—Por si me descubre. Necesitaría una coartada.

Un calor más agresivo que el de «la ciudad del sol amada» sube por mi pecho y como si ella supiera que estoy a punto de reventar tapa mi boca con su mano. La única razón por la que me quedo tiesa es porque estoy intentando respirar profundo y contar en mi mente hasta que se me pasen las ganas de meterle un codazo.

—Andre ya —suena de pronto la voz de Tomás. Las dos respingamos, no solo por el apodo, sino porque nunca hubiera imaginado que él era capaz de un tono de voz tan suave.

—Andre. ¿Andrea? —A Erika se le ve como anonadada. En esto no la culpo, aunque en todo lo demás sí. Pero en eso Tomás sigue hablando.

—No te estoy regañando, tontuela. —Hace una pausa y como no se oye otra voz, asumo que está al teléfono—. Ya te dije que estoy mejor y no quiero que te sigas preocupando, ¿sí?

¿Será que estaba enfermo? Pero más que eso, lo que me impacta es que a medida que habla más, suena como... dulce.

Y eso no se lo he oído nunca con Andrea aquí en la universidad. Quizás quieren ocultar un poco su relación para que la gente no ande hablando por ahí de ellos.

Excepto que eso no tiene sentido, porque Andrea se le tira encima tan públicamente como lo hace Erika. O peor, porque al menos Erika no saca zarpazos a cualquier chama que se le acerque a su macho.

Estoy mareada de la confusión y el fastidio y el calor. Me quiero ir a mi casa.

—Está bien, yo te compro unos tequeños al volver, pero de los de Monserrate porque no me gustan los de Chops.

La quijada de Erika se abre más, como si esto fuera una afrenta personal. Pero Tomás tiene razón, los de Monserrate son superiores.

—Bueno, hasta más tarde. —Gruñe con lo que sea que le dice Andrea del otro lado de la llamada—. Aja, chaito pues.

Enseguida Erika entra en acción. La dejo arrastrarme detrás de una mata de mango porque tampoco quiero que él nos vea. Me asomo un poco alrededor del tronco y lo veo salir del Ala A. No se le ocurre mirar hacia donde estamos, así que no se da cuenta y sigue de largo hacia el estacionamiento de regreso hacia la mesa de ping pong.

—Marica. —El pánico en la voz de Erika me llama la atención de regreso—. Ellos no estaban empatados el semestre pasado. ¿Será que ahora sí?

Aprieto los dientes y cuento hasta tres antes de poder hablar.

—¿Eso qué coño importa? Te voy a pedir que por favor dejéis de arrastrarme a estas vainas, que no me gustan.

—¿Qué habláis? —Pone cara de confusión nivel clase de Química I con una profesora que se enreda sola y nos pone en crisis existencial a todos.

No puedo evitar ponerme la mano en la cabeza. Tristemente eso no alivia el palpitante dolor que se ha asentado en ella.

—Esto de espiar. Oír conversaciones telefónicas ajenas. No es normal hacer estas cosas, Erika. Te he dicho mil veces que hables con él pero normal. O sea, hazte amiga de él de la misma forma como nos tratáis a los demás y no te va a hacer falta nada de esta guebonada.

—¿Así es como te habéis sentido? —Ahora su expresión hace una metamorfosis de confusión a absoluta arrechera, como si la que se estuviera portando irracional fuera yo—. ¿En vez de apoyarme me pones esa cara de lástima como si yo estuviera loca?

—Yo no sé qué cara tengo ahorita porque ni que me estuviera viendo al espejo. Pero no te tengo lástima sino miedo. —Al instante después de que mis verdaderos pensamientos salen por mi boca lo lamento.

La expresión de Erika se endurece como el granito. Ella da un paso atrás.

—Las verdaderas amigas apoyan en todo a sus amigas. Si los roles estuvieran volteados yo estuviera haciendo hasta lo imposible pa' que fueras feliz.

—Y las verdaderas amigas se dicen cuando alguna está metiendo la pata. —Inhalo con tanta fuerza que me arde la nariz y aún así mis pulmones parecen no funcionar bien—. Y déjame que te lo diga otra vez, en caso de que no te haya entrado, esto está mal y no cuentes más conmigo. Lo mejor es que hagamos como que no ha pasado nada y lo dejemos hasta aquí.

—Pues me parece muy bien. —Levanta su nariz en el aire—. Hasta aquí lo dejamos.

Varios días después es que caigo en la cuenta de que entendimos el final de esa conversación de forma diferente. Yo me refería a que dejáramos la acosadera hasta ahí. Erika se refería a nuestra amistad.

NOTA DE LA AUTORA:

Paso por aquí para comunicarles con mucho cariño que con esta historia se va a llorar. Se les quiere, bechis 💕

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