Con la maleta llena de sueños...

By Hubrism

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Dayana nunca ha levantado el interés de los chamos, pero eso está a punto de cambiar cuando entra a estudiar... More

Resumen + Nota de la Autora
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16 (parte 1)
Capítulo 16 (parte 2)
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29 (parte 1)
Capítulo 29 (parte 2)
Capítulo 30 (parte 1)
Capítulo 30 (parte 2)
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39
Capítulo 40
Capítulo 41

Capítulo 10

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By Hubrism

PASADO 9

Tres meses pasan simultáneamente como si fueran tres días y tres años. A veces estoy haciendo algo normal como lavarme las manos o peinarme el pelo, y me freno en seco ante el súbito pensamiento de que soy una estudiante universitaria y he sobrevivido mis primeros parciales. ¿En qué momento pasó eso?

Por otro lado, siento como si hubieran pasado siglos sumergida en clases y estudios. Cuando me dieron el cronograma de clases hace unos meses, pensé que al tenerlas todas en las tardes me daría mucho tiempo de estudiar todas las mañanas. Y aunque lo intento, entre el cansancio y las guías de estudio que paren como conejos, siento como que nunca termino de estudiar.

No soy la única sufriendo, mis compañeros que antes llegaban al salón de clase justo a la hora de clase, ahora llegan horas antes para sentarse en los pasillos a estudiar juntos. Javi fue el que me dió el dato, así que ahora él y yo nos montamos en el Ruta 6 y venimos a la facultad desde la mañana a estudiar con los demás.

Ah, sí. Ahora el me llama Daya y yo lo llamo Javi.

Justo ahora estoy sentada en el piso del Ala A con Javi, Erika, Yael, un chamo que se llama Dimas Márquez que estaba en el grupo de Comunicación y Lenguaje con Javi, y una chama que se llama Juliette Palmar. Resulta que Dimas es bueno con Álgebra, así que todos estamos al rededor de él intentando entender cómo no perder el juicio ante una matriz de diez por diez a la que le tenemos que sacar la diagonal, la inversa, y vaya usted a saber qué más.

—No es tan difícil —dice Dimas con todo el privilegio de alguien que entiende—, solo hay que seguir la secuencia en orden. Primero ésta fila con ésta columna, luego ésta y ésta...

Me echo para atrás para regresar a mi cuaderno y hacer un diagrama con la secuencia.

—Sé que el profesor explicó esto en clase pero, ¿por qué no se me queda?

—Es que son demasiadas cosas nuevas —contesta Javi a mi lado. Suspira como si fuera un viejo de ochenta años ya cansado con la vida. No lo culpo.

—Sí, es como que cada profesor cree que su materia es la única que estamos estudiando. —Termino de anotar la secuencia recordando que en esa misma clase el profesor explicó como cuatro temas diferentes. No me debiera sentir tan mal si se me escapó algún detalle.

—Oí que a los de Ingeniería Industrial les están dando matrices de tres por tres —comenta Yael y el grupo entero protesta.

—¡No puede ser! Eso no es justo. —Erika cruza los brazos, su cara igual de linda cuando está gruñona.

—¿Verdad que no? A todos nos debieran dar lo mismo —concuerda Juliette.

—Mejor sería si a todos nos dieran matrices de tres por tres. —Los hombros de Dimas se sacuden con una risa.

—No marico, nos debimos meter en una de las universidades privadas. —Yael hace un gesto como si fuera a contar un gran secreto y todos nos acercamos—. Mi primo que estudia en una de esas me dijo que les dan matrices de tres por tres y aparte pueden usar calculadora en el examen.

Ahí sí que todos nos picamos.

—No joda, así es demasiado fácil.

—Pero, ¿quién los va a contratar con una educación así?

—Bueno en ese caso nuestro sufrimiento no es en vano.

Ante el giro de la conversación se hace un silencio en el que asumo que, como yo, los demás también meditan los méritos de este sufrimiento en el que nos vemos atrapados. Pero en eso me cruje el estómago. Agarro el brazo de Yael a mi otro lado y miro su reloj.

—Mi gente, yo no sé ustedes pero tengo más hambre que un perdido —anuncio mientras sobo mi estómago—. ¿Será que vamos a comer?

—Uy, sí.

—Vamos.

—Por ahí escuché —empieza a decir Yael mientras recogemos nuestros macundales—, que los tequeños de la cantina de Industrial son buenísimos.

—Vos sí sois brollero —bromeo con una risa.

—¿Estudios fáciles y comida buena? Como que me cambio de carrera —dice Juliette en tono jocoso.

—Verga, no es mala idea.

—Todavía estamos en el ciclo básico, nos podemos cambiar.

Me lo pienso solo un segundo y llego a la conclusión de que no quiero estudiar algo fácil. Soy tan masoquista como todos estos payasos que llegan igual de temprano a quemarse las pestañas estudiando. Y lo de los tequeños se resuelve sin dificultad. Solo atravesamos el Pasillo General hacia la facultad de Industrial y hacemos la cola en la cantina.

Yo había estado usando la cantina del Pasillo General todos estos meses, así que me siento extraña rodeada de estudiantes de Industrial que si andan por estos lados, están todos fuera del ciclo básico que son los primeros cuatro semestres. En efecto, nos vemos como carajitos de kindergarten en comparación a esta gente.

Los famosos tequeños resultan ser súper largos y gorditos, así que compro uno solo con una Maltín Polar. No sé si es el hambre pero son los mejores tequeños que me he comido en mi vida. Quisiera más pero sé que otro sería mucho.

—Daya, ¿compartimos uno? —me pregunta Javi de pronto, como si me leyera la mente. Él se comió dos, pero quién soy yo para decirle que no.

—Ay, sí. Todavía tengo hambre.

—Es que estudiar da hambre —comenta Yael mientras se come una papa con queso.

—Unos chamos de los semestres de arriba me dijeron que los estudiantes de Ingeniería tienen fama de tragones. —Erika se tapa la boca mientras habla, como toda una señorita—. Yo pensaba que era echadera de vaina pero es verdad, ahora me la paso hambrienta.

—Yo también. —Juliette hace un puchero—. Creo que estoy ganando peso y todo.

—Es que acuérdense que estamos jartando por dos —agrega Yael con una ordinariez que hace contraste con Erika—, por el estómago y por el cerebro.

—Marico, yo nunca había usado el cerebro tanto en mi vida —gruñe Dimas.

En eso llega Javi con otro tequeño en un plato de cartón nuevo. Se lo balancea en las piernas mientras agarra dos servilletas y lo parte más o menos en la mitad. Yo agarro la que le quedó un poco más pequeña y devoro la comida como si fuera una bestia feroz. Los ojos de Javi brillan ante el espectáculo de poca refinación.

Nada, por esto es que los chamos no me echan los perros, porque me porto peor que ellos.

—Apúrense que ya na' más nos quedan quince minutos —exclama Yael y se atapusa el resto de su tequeño.

Terminamos de comer y recogemos los platos, vasos y botellas vacías a la carrera. Todo el contenido de mi estómago brinca mientras trotamos a traviesa del campus de regreso hacia el Ala A. Me quito el sudor de la frente con el cuello de mi chemise y no la mancho porque ya aprendí mi lección de que no vale la pena ponerse maquillaje. Entre el gallinero del Ruta 6 y el horno de la universidad, lo que hago es sudar todos los días.

Cuando llegamos de nuevo al pasillo del Ala A, vemos un grupo congregado en la puerta de donde tenemos la clase de Cálculo I. Distingo que la mayoría son compañeros de nuestra sección, y entre ellos se encuentran los más sifrinos de todos. Anderson y Andrea parten la multitud como si fuera arte de magia, pero Tomás se queda recostado contra la pared mientras teclea un texto en su RAZR. Pa' variar.

—¿Qué tapa sopa? —pregunta Yael al grupo.

—Ya publicaron las notas del primer parcial de Geometría —contesta alguien.

—¿Ah?

—Pa' ver.

A fuerza de codos me hago lugar entre todo el gentío hasta llegar a la lista. La escaneo en busca de mi nombre y el proceso se tarda porque la profesora no puso la lista en orden alfabético. En eso lo consigo y con la guía de mi dedo, deslizo mi atención hacia mi nota.

Mi pecho se estruje. Saqué trece.

Trece.

Es la primera vez en mi vida que saco una nota tan baja.

¿Cómo puede ser? Tiene que haber un error.

¿Será que voy a consulta con la profesora para decirle que hay un error?

Porque esto es imposible. ¿Yo? ¿Trece?

Una risita a mi lado me saca de mi estupor. Lamentablemente mis ojos dan con la cara de Andrea, que en este momento refleja todo lo contrario que la mía debe estar mostrando.

—Debe dar pena salir tan mal en tan solo el primer parcial.

—Debe dar pena tener que hacer sentir mal a los demás para poderse sentir bien consigo misma —espeto con una vocecita burlona que imita a la suya. Alguien detrás de mí se carcajea a todo pulmón. Cuando me hago espacio para salir del tumulto veo que el risueño es Yael.

—Esa estuvo buena. —Él pone su brazo sobre mis hombros.

Los tres sifrinos odiosos nos miran y yo les saco la lengua.

—¿Y vos, cuánto sacaste? —pregunto a Yael.

—Yo quince.

¿Soy mala persona si me pongo gruñona por eso?

Emerge Javi del zaperoco, sobándose la nuca, y creo que me va a decir que raspó pero no.

—Saqué dieciocho, y no sé de dónde porque inventé la mitad del examen.

—¡Diecinueve, beibi! —exclama Dimas levantando el puño.

—Chama, no te sintáis mal —me dice Juliette cuando se escapa del grupo—, yo saqué once y me daba por raspada.

—Yo trece también. —Erika se retuerce un poco y añade—: pero la verdad pensé que me iba a ir mejor.

—El único veinte fue Tomás —comenta Yael.

El aludido levanta la cara de su celular y por primera vez desde que terminamos el proyecto de Comunicación y Lenguaje, hace contacto visual conmigo. Aprieta una esquina de sus labios en un gesto que no sé si es lástima o diversión o qué, y con la misma sigue enviando sus mensajitos. ¿A quién le escribe tanto, si su novia está encima de él todo el tiempo? Y en efecto, Andrea entrelaza su brazo con el de él.

Me distraigo porque en eso el profesor de Comunicación y Lenguaje aparece en pleno pasillo con una burda hoja de papel en su mano.

—Hola, muchachos. Sé que tienen clase pero aquí les traigo la nota del proyecto para que la vean rapidito.

Nos abalanzamos como zombies hacia él.

El profesor logra pegar la hoja contra la pared y sale expulsado de la muchedumbre. La profesora de Cálculo I llega al salón cuando yo todavía estoy en plena refriega, pero Javi me hace un puesto para que pueda ver mi nota. El dieciocho me hace sentir mejor que el trece de Geometría, pero tampoco tanto.

¿Después de tanto esfuerzo, de visitas a empresas, noches largas con el reporte, y eso es lo que merezco?

Pero en eso veo que todos los demás de mi grupo sacaron veinte.

Saco fuerza de no sé dónde y me abro paso tal como lo hizo Andrea hace rato. Avisto al profesor ya casi saliendo del pasillo y me pego en carrera como si estuviera en las olimpíadas.

—¡Profesor!

Finalmente lo agarro a medio camino en el estacionamiento.

—Profe —jadeo y me pongo las manos en la cintura como si me ayudara a empujar el tequeño y medio para que se queden en mi estómago—.  La nota... una pregunta...

—Dígame, bachiller.

—¿Por qué yo saqué dos puntos menos que los demás de mi grupo? —Quizás lo pude preguntar con más delicadeza pero ya estoy haciendo bastante esfuerzo en contener mi arrechera.

Él me mira con cara de que si mi pregunta es en serio, y ahí de golpe sé la respuesta.

—Pero bachiller, la materia se llama Comunicación y Lenguaje y a usted le costaba decir una sola oración en su presentación.

Mis ojos se llenan de lágrimas al instante y pestañeo con furia para que no caigan.

—Pero... a mí fue a la que se le ocurrió comparar a la Polar con la Regional. Bueno, lo de la comparación fue Tomás, pero lo de cuáles empresas fue a mí. Y mi hermano fue quién nos consiguió las visitas.

—¿Y dónde estaba eso en el reporte o en la presentación? —El profesor sacude la cabeza con lástima—. Eso era el tipo de cosas que usted debía defender en su presentación, no ahora.

—Pero...

—Ya no se puede hacer nada. Para la próxima, póngase las pilas desde el principio.

Sin más ni más, el profesor se da la vuelta y no se me ocurre ningún otro argumento porque él tiene razón. Es mi culpa. Él no iba a adivinar nada de eso. Una lágrima corre por mi mejilla y la dejo. Me doy la vuelta para volver al salón, aunque ahora voy tarde y seguro ya me he perdido algo importante.

Eso sí, pa' la próxima me voy a poner las pilas. Así me desmaye del pánico, no me vuelvo a sabotear mis notas yo misma.

NOTA DE LA AUTORA:

Que los de industrial y de las privadas perdonen a los personajes, no es personal 🥰

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