Con la maleta llena de sueños...

By Hubrism

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Dayana nunca ha levantado el interés de los chamos, pero eso está a punto de cambiar cuando entra a estudiar... More

Resumen + Nota de la Autora
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16 (parte 1)
Capítulo 16 (parte 2)
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29 (parte 1)
Capítulo 29 (parte 2)
Capítulo 30 (parte 1)
Capítulo 30 (parte 2)
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39
Capítulo 40
Capítulo 41

Capítulo 9

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By Hubrism

PASADO 8

—Pero yo no entiendo. —Valentina sacude la cabeza y levanta las manos como reclamándole al aire—. Si vos sois más Doña Bárbara que la misma Bárbara.

—Es verdad —concuerda mi prima, aunque le lanza una mirada de fastidio a la catira—. Y solo por eso te voy a dejar pasar el chistecito.

Yo me encojo tanto en mi puesto detrás del mostrador de la tienda, que si alguien entra no me verían. No sé para qué les conté lo de la presentación, si me he pasado años ocultándoles este pequeño detallito sobre mí.

—No es cierto —admito con un suspiro—. Lo que pasa es que como ustedes estudiaban juntas en otro colegio, nunca me vieron pasar rayón tras rayón en el liceo.

La pausa que hacen es tan larga que me asomo sobre el mostrador y las agarro mirándose la una a la otra, como teniendo una conversación telepática que no puedo descifrar.

—Pero Daya —vuelve a decir Valentina—, si te hemos visto darle tremendo discurso a cada cliente que entra en esta tienda. ¿Cómo es posible que no podáis hacer lo mismo en un salón de clase?

—Es diferente. Aquí en la tienda los clientes no vienen a juzgarme a mí sino a la mercancía. En cambio en una clase sí que me van a juzgar a mí.

—Velo más bien como que están juzgando el contenido y no a vos. —Mi prima extiende la mano sobre el mostrador para darme una palmada sobre el hombro en plan «porecita».

—Claro. —Valentina asiente con tanta furia que la cabellera rubia se le escapa de la cola y tiene que recogérsela otra vez. Mientras tanto dice—: Hacete el cargo de que estáis vendiendo lo que sea que estáis presentando como si estuvieras en la tienda. Yo que sé, aceites o cauchos o lo que sea que hacen los Ingenieros Mecánicos.

—No reparamos carros —murmuro con mal humor.

—La pregunta mía es, ¿por qué entráis en pánico con que te juzguen? —Bárbara se me queda mirando como si me estuviera leyendo la mente y ya supiera la respuesta, pero quiere que yo lo admita de mi propia boca.

Me levanto del taburete y salgo hacia el otro lado del mostrador, donde están ellas. Nuestros libros de texto están regados por toda la tienda, mucho peor que cuando estábamos en bachillerato. Las tres parece que escogimos las carreras con los libros más gruesos, y menos mal que es un sábado en la mañana tranquilo porque entre tanta perolera casi no se ve la mercancía.

Supongo que Valentina estudiando derecho va a tener que hacer muchas presentaciones durante toda la carrera. También discursos, debates, discusiones. Para todo eso se requiere carisma y confianza que le sobran. En el caso de Bárbara no son tanto esos tipos de oratorias sino más como tener la astucia de dar siempre con las causas y tratamientos, con márgenes de error de vida o muerte. Ciertamente un nivel de presión inimaginablemente alto, y aún así mi prima se ve toda plácida y segura de sí misma.

De reojo noto mi reflejo en el espejo cuerpo completo que está en la esquina de la tienda. Mis jeans a la cadera, franela entallada, los ganchitos en el pelo que combinan con mi correa, me hacen ver bonita. Y si una se ve bonita, se tiene que sentir bien, ¿cierto?

Lo malo es que la ilusión se cae cuando tengo que hablarle a un grupo. Ahí es cuando me acuerdo que no importa lo bien que me intente vestir, mi ropa no es de súper calidad ni exclusiva, mi nariz es un poco chata, no soy muy alta, mis caderas son muy anchas, no tengo un apellido europeo, no fui al mejor liceo, mi familia no tiene suficiente dinero como para que nuestros carros tengan aire acondicionado, uso el mismo morral desde que empecé el liceo, no hablo varios idiomas...

—¿Estáis llorando? —una de ellas chilla la pregunta.

—No... —Pero me paso las manos por la cara para eliminar el vestigio de esas primeras lágrimas que empezaron a caer.

—Dayana —esa es la voz bravucona de mi prima a mis espaldas—, háblanos. ¿Qué te está pasando por la cabeza dura esa que tenéis?

—Mejor no digo nada porque me van a caer a chancletazos.

—Ah, o sea que sabéis que lo que estáis pensando está mal, ¿y aún así lo estáis pensando?

Me encojo como una pasita.

—Si no es algo que nos diríais a una de nosotras, ¿por qué coño te lo decís a vos misma? —pregunta Valentina con toda propiedad.

—Es que ustedes no son tierrúas como yo.

Al instante que las palabras salen de mi boca lo lamento.

A través del espejo veo como las expresiones de ellas dos se endurecen. Es más, mi prima aprieta la quijada tanto que de vaina no se parte un diente. Los ojos de Valentina están abiertos de par en par y la hacen parecerse a Los Simpsons.

—Te mato.

—¿Quién tuvo las bolas de llamarte tierrúa? Porque la mato a ella o a él.

—No, nadie. —Me doy la vuelta para al menos poder cachar el momento en que cada una me vaya a dar el codazo que me merezco—. Bueno, no de forma directa.

—¿Y de forma indirecta?

—Bueno, ahí sí me lo ha dicho mucha gente.

Bárbara se truena los dedos. El ceño de Valentina cae como un trueno.

—Mejor lo dejamos así.

Pero las dos me agarran la una de un brazo y la otra del otro.

—¿Quién?

—¿Cuándo?

—¿Dónde?

—¿Siguen vivos? Digo, pa' cambiar ese estatus.

Bueh, ya más bajo no puedo caer. Así que quizás ha llegado el momento de compartir el gran secreto. El que me terminó de destruir la poca autoestima que tenía y la razón por la que me juré que en la universidad iba a cambiar.

—Este... —Me muerdo el labio ante la intensidad de ellas dos, como de que si no termino de contar el asunto completo me lo van a sacar a golpes—. La chama esta Andrea que estudia conmigo es una.

—¿Ah, sí? —Bárbara frunce las cejas—. Lo que nos habías dicho era lo de la presentación. ¿Qué más dijo la mosquita muerta esa?

—Se burló de mi ropa y de que seguro no conozco marcas caras y cosas así.

—Pero, ¿se cree que está en primaria o qué? —Valentina bufa.

—¿Quién más? —Bárbara da un paso adelante al hacer la pregunta. Valentina la copia. En un instante estoy contra la espada y la pared, o en este caso contra el espejo y mis dos mejores amigas que están arrechas.

Bajo la cabeza y hago un nudo con el dobladillo de mi franela. Lo deshago y lo vuelvo a hacer.

—Es que yo nunca levanto a un chamo como ustedes, ya lo saben...

—Seguí creyendo eso que te vais a volver creyón.

—Marica, eso es imposible. Si vos tenéis un cuerpazo y una sonrisa que para el tráfico.

—No, de verdad —continúo aunque me tiembla la voz—. Los chamos del liceo me paraban tanta bola que me hice un collar.

—Yo creo que los tenías intimidados —musita Valentina.

—Seguro que sí —agrega mi prima—, ¿linda e inteligente? Eso es demasiado pa' los chamos en el colegio.

—Que lo digáis vos. —Valentina la codea y se ríe. El rubor en las mejillas de Bárbara me hace sonreír un poco hasta que me acuerdo del resto del cuento.

—No acaba ahí. —Meto mis dedos en los bolsillos miniaturas de mis jeans—. Pues, en el último lapso quise seguir el ejemplo de ustedes dos y declarármele al chamo que me gustaba en el liceo.

—¿Que, qué?

—Momento, momento. —Valentina abre y cierra la boca un instante—. ¿De cuándo acá te gustaba alguien?

—O mejor dicho, ¿por qué nos vamos enterando ahora? —exclama Bárbara a todo pulmón. Una pareja que pasa por el pasillo voltea a ver cuál es la conmoción y cuando siguen de largo es que continúo.

—Porque no salió bien. —Encojo los hombros—. Obviamente si no tengo novio es porque me rechazó.

Todavía puedo ver la expresión de shock de David Fonseca cuando le dije que me gustaba. Mi corazón había estado latiendo a todo dar hasta el momento en el que logré forzar las palabras fuera de mi boca. Pero a medida de que su expresión se arrugaba más y más, un vértigo se apoderó de mí. Como si fuera posible que mi corazón se cayera de mi pecho al suelo. Y por si eso no fuera suficiente, como si alguien de paso lo aplastara con su zapato.

—Es que —comenzó su respuesta, y de golpe supe que la vaina no iba a terminar bien—, a mí me gustan más... como... como con más clase.

Después de que le echo todo el cuento a Bárbara y Valentina, completo con esa joyita de implicación de que no tengo clase, las dos rugen de furia.

—¡Yo mato a ese coño 'e su madre!

—¿Y qué se cree, que él es el Príncipe de Inglaterra?

—¡Mamaguebo!

—¿Él cree que va a salir de un liceo de Maracaibo a casarse con la Princesa de Mónaco? —Valentina está tan roja como un tomate y temo que le vaya a dar una verga. Le hago un gesto de que se calme pero me ignora—. ¡Que se vaya a mamar!

A este ritmo nos van a botar del centro comercial.

—Y vos, ¿por qué no nos dijiste cuando pasó eso? —grita Bárbara.

Mi estómago se retuerce con una combinación de vergüenza y rabia. Todo lo que sentí el año pasado regresa de golpe, se mezcla con lo de Andrea Vélez y la presentación fallida, y ahora si lloro de lleno.

—Es que... —Quito las lágrimas de mi cara con el reverso de mis manos—. No sé, tenía pena. Y ustedes cargaban bastante drama.

—Somos tus mejores amigas, pendeja. Estamos aquí pa' tu drama así como vos estáis aquí pa nuestro drama.

—O dicho de forma más bonita —añade Valentina con una sonrisa que todavía se ve feral—, somos las encargadas oficiales de mantenerte cuerda. Pero nos tenéis que dejar hacer nuestro trabajo.

—Obviamente ya el tal David ese quedó en el olvido. Así que ahora nos toca despedazar a la tal Andrea. —Mi prima se cruza de brazos pero antes de que empiece la interrumpe Valentina.

—¿Y si en vez de eso más bien le tiramos los piropos que se merece a Daya?

—Ohh, buena idea. A ver. —Bárbara se toca el mentón mientras piensa—. Siempre me ha gustado tu estilo y cómo te combináis las cosas.

—Yo quisiera tus curvas. —Valentina menea sus cejas rápidamente y me hace reír—. Como dicen por ahí, «tantas curvas y yo sin frenos».

—Ay ya, por favor. Qué vergüenza.

—Y esa melena de caballo, lisa y gruesa, es como de propaganda de Pantene —continúa mi prima—. Te la envidiaba pero la verdad ahora me gustan mis rulos.

—Y como debe ser, si son hermosos. —Por primera vez desde hace días, sonrío.

Valentina empieza a aplaudir y en eso Bárbara se le une. Es tan extraño que me congelo.

—Pero eso es lo más hermoso que tenéis —explica la catira señalando hacia mi cara—, esa sonrisa dulce que te llega a los ojos y te hace sacar huequitos en los cachetes. Yo por eso no me creo el cuento de que nunca habéis parado ni a un solo chamo.

—Marica ve, si yo seca y terca como soy paré a dos chamos, vos debéis tener un ejército de enamorados secretos —razona Bárbara y yo le pongo una mueca.

—Aún así no nos creáis, acordáte de nosotras cuando te entre ese pánico y penséis que la gente te está juzgando mal —agrega Valentina—, nosotras ni somos pendejas ni somos mentirosas. Y las dos estamos de acuerdo de que vos sois un sol.

—Pa' la próxima presentación, imagínate que la única audiencia somos nosotras dos. —Bárbara hace una pausa para decirle a Valentina—: No creo que la técnica esa de imaginarse que todo el salón de clase está en pelotas le funcione, ¿no?

—Me gusta más tu idea original —contesta Valentina con una risa.

Sin advertencia les doy un abrazo de esos que parten costillas.

—Gracias —digo entre los gemidos y chillidos de ellas dos. ¿Qué me haría yo sin ellas?

NOTA DE LA AUTORA:

Las amigas son lo máximo, de verdad 🥹💜

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