Con la maleta llena de sueños...

By Hubrism

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Dayana nunca ha levantado el interés de los chamos, pero eso está a punto de cambiar cuando entra a estudiar... More

Resumen + Nota de la Autora
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16 (parte 1)
Capítulo 16 (parte 2)
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29 (parte 1)
Capítulo 29 (parte 2)
Capítulo 30 (parte 1)
Capítulo 30 (parte 2)
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39
Capítulo 40
Capítulo 41

Capítulo 8

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By Hubrism

PASADO 7

Llegan los primeros parciales de mi carrera universitaria. Por varias semanas antes de este momento he subsistido enteramente de café, Cheese Tris, y pánico. Esa combinación me tiene con ganas de vomitar ante el primero de todos, que resulta ser la presentación del proyecto de Comunicación y Lenguaje. Una pequeña parte de mí siente alivio de que finalmente se acaba este suplicio, pero hay un problema serio.

Y es que los desgraciados de mis compañeros me seleccionaron a mí para dar la presentación.

Un grupo está presentando al frente de la clase. Quisiera que hubiéramos sido como ellos, que se están turnando para hablar. Pero no, Anderson está aprovechando que no tiene que hacer nada para estudiar Geometría. Andrea me lanza sonrisas maléficas de esas que levantan solo un lado de la cara. Tomás lleva los ojos clavados al frente de la clase desde el principio y por su parte Erika los clava en él.

A medida que el profesor llama a nuevos grupos al frente, más me cuesta respirar. Intento enfocarme en las fichas donde anoté los puntos importantes de la presentación, pero las letras de mi escritura se empiezan a mezclar entre sí hasta que dejan de tener sentido. Tengo que tragar grueso varias veces.

Nadie sabe que en pleno salón de clase, rodeada de cuarenta personas, estoy teniendo un ataque de pánico.

Odio hablar en público. Lo odio. Si pudiera no tener que hacerlo nunca sería feliz. Debí haberle pedido las mismas pastillas a mi mamá que me dio el año pasado para que pudiera hacer la presentación de la tesis. Pero el problema es que después de esto nos toca el parcial de Cálculo I y no me pareció buena idea estar dopada para eso. Cómo lo lamento.

Miro la puerta del salón, calculando qué tan fácil sería escapar. ¿Y si digo que tengo diarrea? ¿Alguno de ellos podría presentar en mi lugar?

Sé que Andrea jamás me ayudaría. Lo mismo con Anderson. Erika seguro no se estudió nada. Tomás puede que sí pero no sé si se interese en ayudar.

En eso Javier captura mi mirada. El ritmo frenético en mi mente se frena ante la expresión de preocupación que tiene.

«¿Qué pasa?» pregunta solo con los labios. Ahí se ma agúan los ojos.

—Siguiente grupo —anuncia el profesor—: Tomás, Erika, Anderson, Andrea y Sikiú. Digo, Dayana, ¿no?

Me da una sensación de vértigo tan fuerte que toda la imagen se desliza fuera de mi campo de visión y solo queda blanco.

—¿Quién o quiénes van a presentar? —pregunta el profesor al cabo de no sé cuánto tiempo de cero actividad de parte de mi grupo.

—Dayana es la voluntaria. —La voz excesivamente dulzona de Andrea me vuelve a la realidad.

Lo malo es que nada ha cambiado. Aún tengo que levantarme y plantarme frente a toda la clase frente a ochenta pares de ojos y ochenta pares de orejas. Y aún tengo que hablar de forma coherente frente a todos ellos.

No puedo.

«Sí puedo» me digo para mis adentros. Ya estoy grande. En unos meses cumplo dieciocho, no soy una bebé en pañales. Me aseguré que en la universidad iba a ser una persona diferente, con más confianza en mí misma. Si quiero lograr eso no puedo defraudarme a mí misma aquí.

Mis músculos tiemblan a medida que me levanto muy lentamente. Siento los ojos de mis compañeros fijarse en mí como si fueran cuchillos contra mi piel. De pie en medio del salón, y todavía de espaldas al profesor, me congelo.

«No puedo». Aprieto los ojos e intento respirar profundo. Pensé que esto de las presentaciones lo había dejado atrás en bachillerato. No tener que hablar en público es una de las razones por las que siempre me han gustado tanto los números. En una carrera como Ingeniería Mecánica, no debiera hacer falta decir ni pío. Anderson tiene razón, ¿para qué carajo tenemos que ver esta materia?

—Bachiller, ¿está lista?

Quiero responder que no. Pero no sé qué lograría con eso aparte de volverme el hazme reír de la clase.

—Sí —tartamudeo con una voz tenue.

—Daya. —El susurro me llama la atención y veo a Javier apretando el puño hacia mí—. Vos podéis.

Ay. Si no hubieran varios grupos de por medio me le lanzaría encima para abrazarlo.

Serpenteo entre los pupitres desordenados con paso lento y como si tuviera las articulaciones oxidadas. En mi mente intento repasar la información, pero a lo que el profesor empieza a proyectar las diapositivas que le dimos al principio de la clase, y toda la atención se centra en mí, se me olvida absolutamente todo.

—Este... —Mi labio tiembla. La respiración se me corta. Mi visión se vuelve un túnel buscando a los de mi grupo para que alguien me ayude.

Erika se hunde en su asiento. Anderson sigue con la nariz en sus apuntes de Geometría. Andrea tiene una mano contra la boca, como aguantándose una carcajada. Mis ojos se sienten tan calientes como mis cachetes. Ay no, creo que estoy llorando.

Paso mis manos rápido por mi cara e intento otra vez.

—Este... Nosotros comparamos a la Polar y la Regional.

El orgullo de haber dicho unas palabras con propiedad se me esfuma porque no me acuerdo de qué va después.

El pajúo reporte fue enfocado en los dos negocios y no tanto en lo que vimos en las visitas. Si pudiera describir las máquinas esto no sería tan difícil.

¿Cuánto tiempo ha pasado? Mierda, en realidad eso no importa si no logro soltar el resto de la presentación. Abro mi boca otra vez pero mi cerebro no produce nada qué decir. Mi pecho se estruja. Me tropiezo con la pizarra detrás de mí.

En eso veo que alguien se mueve. ¿Tomás? Se está levantando de su pupitre, empujándose los lentes mientras me observa con cara de lástima. Mis pulmones se ensanchan de alivio. Seguro me viene a ayudar, ¿verdad? No creo que se esté levantando para venirse a burlar de mí o para largarse del salón. ¿O sí?

Pero en eso Andrea se para de golpe y Tomás se congela. Los principios de alivio que sentía se transforman en terror.

—Permiso, profesor. —Andrea levanta la mano como si la atención de todo el salón no estuviera sobre ella—. Creo que Sikiú —digo, Dayana— no se siente muy bien. ¿La puedo ayudar?

—Está bien. —El profesor suspira—. Pero apúrese porque a este ritmo no vamos a terminar hoy.

Bajo la cabeza.

El ardor de mi cara parece indicar que la combustión humana es real.

Regreso a mi pupitre mucho más rápido que como cuando fui al frente. Mantengo la cabeza gacha mientras Andrea habla con una fluidez que revela que pensaba presentar desde el principio. Pero si era así, ¿por qué fue la primera en decir que yo debía presentar?

Obvio que para humillarme pero, ¿por qué? Después de todo su enemiga es Erika. Pero, ¿será que al yo ser amiga de Erika, automáticamente eso me hace enemiga de Andrea también?

Andrea termina su presentación como de periodista en televisión con aplausos de la clase. No sé por qué eso me hace sentir peor todavía.

Cuando termina la clase, sé que hay media hora antes del parcial de Cálculo I, así que salgo corriendo del salón. Alguien llama mi nombre y no le hago caso. Corro hacia el Pasillo General hasta esconderme detrás de las escaleras que llevan a la Biblioteca General. Me siento en el piso, atrayendo mis rodillas hacia mi pecho y reposando la frente en mis rodillas.

—¿Daya?

Mi cuerpo se contrae aún más. Qué lástima que un agujero negro no puede aparecer de pronto en el piso y tragarme a una dimensión donde no sea una fracasada.

—¿Estás bien? —Ahora sí reconozco que la voz de quién se sienta junto a mí es Javier.

Peor todavía. ¿Por qué tuvo que verme hacer el ridículo?

—Esa Andrea es tremenda coña 'e madre. Ya no me gusta —comenta otra voz. Me asomo un poco sobre mis rodillas y entre mi cabello suelto atisbo a Yael agachado frente a mí. La piel de su frente está arrugada de arrechera—. No soy el único que sintió como que todo eso fue a propósito, ¿verdad?

—No. —Javier también suena molesto—. A esa caraja como que le gusta hacer sentir mal a otros.

—No a otros —balbuceo débilmente—, a Erika y a mí. Nunca la he visto tratar así a los chamos.

—Les tiene envidia porque son más bonitas y buena gente que ella —dice Javier, y mi corazón de un respingo. ¿Cree que soy bonita?

No, seguro lo dijo para no hacerme sentir peor de lo que ya me siento.

—De Erika lo entiendo. Pero no sé cuál es su peo conmigo. —Levanto la cara para respirar mejor y me aparto el pelo de la cara—. Hablando de Erika, ¿dónde está?

—Ya viene —contesta Javier—, dijo que te iba a comprar una botella de agua. Creo que se siente mal con lo que pasó.

—No fue su culpa —murmuro. Aunque para ser franca, en parte sí lo es. Sé que ella tampoco quería presentar, pero al menos no hubiera votado por hacerme la presentadora también.

En eso Javier pone su brazo sobre mis hombros y me atrae hacia su costado. Agacho la cabeza para que Yael no vea cómo me afecta el gesto.

—Bueh, vele el lado positivo —explica Javier y su pecho vibra con las palabras—, ya no vais a tener que trabajar más con esa cuaima.

—Es verdad. Soy libre. —Respingo con algo de entusiasmo ante el prospecto. Le lanzo una sonrisa a los muchachos y ellos me la devuelven—. Gracias a los dos por devolverme a la vida.

—De nalgas. —Yael se ríe de su propio chiste.

—¡Dayana! —La voz de Erika llamando mi nombre por todo el pasillo nos llama la atención. Yael se levanta para salir de debajo de las escaleras y de regreso trae a Erika—. Ay, Daya. Eso estuvo feo. Tómate esta agüita.

—Gracias. —Aunque acepto la botella con gusto, todavía estoy cascarrabias con ella.

—¿Ya estáis más tranquila? —pregunta Erika mordiéndose el labio.

—Sí.

—Menos mal. Pensé que te iba a dar una vaina.

La miro con extrañeza.

—A ver, creo que tenemos que continuar esto más tarde porque ya pronto empieza el examen —comenta Yael y apunta a su reloj Casio alrededor de su muñeca izquierda.

—¿Lista? —Javier me aprieta levemente con su brazo antes de levantarlo. Pero no lamento mucho la pérdida porque me ofrece una mano para ayudar a ponerme de pie. Y obvio que me agarro bien duro.

Mientras caminamos hacia el salón, caigo en la cuenta de que no solo estoy absolutamente arrecha ante la humillación de parte de Andrea. Sino que, aparte de una botellita de agua medio caliente, Erika no hizo nada para ayudarme en el momento en que más lo necesitaba.

De hecho... se portó exactamente igual que Anderson. Con total indiferencia ante mi situación. Hasta el mismo Yael, a quien casi no conozco, se portó mejor.

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