Con la maleta llena de sueños...

By Hubrism

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Dayana nunca ha levantado el interés de los chamos, pero eso está a punto de cambiar cuando entra a estudiar... More

Resumen + Nota de la Autora
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16 (parte 1)
Capítulo 16 (parte 2)
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29 (parte 1)
Capítulo 29 (parte 2)
Capítulo 30 (parte 1)
Capítulo 30 (parte 2)
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39
Capítulo 40
Capítulo 41

Capítulo 7

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By Hubrism

PASADO 6

Esto va a ser una tortura.

Mi ceño está tan fruncido que es capaz de menguar el sol de la tarde mientras espero en una acera dentro de la facultad a que llegue mi hermano. Al menos no soy la única que piensa lo mismo.

—Lástima que no podemos ir con ustedes —comenta Javier a la vez que se señala a sí mismo y a Yael a su lado. Se han vuelto de los mejores amigos ahora que están en el mismo grupo de Comunicación y Lenguaje.

—Verga, por lo menos en el grupo de ustedes tienen chamas. El de nosotros es puro macho. —Yael pone cara de guácala, su nariz arrugándose como si los otros chamos de su grupo estuvieran a su rededor y le olieran mal—. ¿Sabéis si están solteras?

Su mirada se desvía hacia Erika y Andrea. Las dos están despidiéndose de Tomás y Anderson, que se van en el carro de uno de ellos a visitar una de las dos empresas que estamos estudiando. Por otro lado, Salomón nos va a llevar a las tres a la otra empresa.

Puedo admitir solo para mí misma que la pregunta de Yael me amarga más de lo que ya estaba. Yo sé que Andrea es súper linda por fuera, con el cabello marrón claro largo y sedoso, que le cae en ondas sobre los hombros. Es una blanquita de esas que se ve que tiene padres con al menos un apellido impronunciable, y que usa ropa que se la deben lavar en tintorería. Erika es un poco más morena, aunque no tanto como yo, y a pesar de ser tan pelada como yo, tiene una carita de muñeca de porcelana que voltea miradas.

Sin duda son las más lindas de todas las tres secciones. Pero tampoco es que yo esté pintada en la pared, ¿no?

Me cruzo de brazos mi voz sale más gruñona de lo que debería.

—Que yo sepa Erika está soltera, pero Andrea no sé. Siempre está encima de Tomás.

—Es verdad, yo creo que ahí no hay chance. —Yael se frota la barbilla.

El carro de los dos chamos finalmente departe y ellas dos quedan como desoladas de no ir con ellos. Creo que hubiera sido mejor que yo visitara una empresa sola y ellos cuatro juntos a la otra. O si Erika fuera capaz de ponerle atención a otra cosa que no fuera el chamo del que está empepada, también sería chévere hacer la visita con ella.

Por el rabo del ojo noto a Javier mirándome con una expresión críptica.

—¿Qué?

La esquina de sus labios se levanta, y está a punto de decir algo cuando una corneta familiar hace eco por el estacionamiento.

—Ese es mi hermano —balbuceo sin entusiasmo. Con más energía, grito hacia las otras dos—: ¡Epa, esa es nuestra cola!

Andrea se voltea hacia mí y si las miradas mataran yo aquí yacería.

—Muy buena la conversa pero ya nos tenemos que ir —le digo a los dos chamos con un sarcasmo que chorrea de mi boca.

—Mucho gusto en acompañarte. —Javier hace una reverencia, aunque el brillo de sus ojos hace imposible que la pequeña burla me moleste. Hubiera querido saber qué iba a decir, pero como siempre Salomón hace sus apariciones en los peores momentos.

—¿Segura que no las puedo acompañar? —Yael se ríe solo y yo le doy con el codo.

—Búscate tu propio chance, bobo.

Con eso los dejo y me monto en el puesto de pasajero del carro de Salomón. ¿Cómo es posible que sea más caliente dentro del carro que afuera?

—Buenas tardes —Salomón saluda a las dos chamas que se montan atrás, ignorando como Andrea inhala entre los dientes ante el vaporón dentro del carro—. Mucho gusto, soy Salomón Rodríguez, el hermano de Sikiú.

El codazo que le doy en el brazo lo hace encogerse pero el muy condenado se carcajea a sabiendas de la maldad que hizo.

—Te he dicho como un millón de veces que Dayana —espeto con la quijada apretada.

—¿Sikiú? ¿Qué clase de nombre es ese? —pregunta Andrea por lo bajito, con demasiado buen humor de pronto.

Me paso la mano por la cara, deteniéndome para frotar el puente de mi nariz.

—Hola —sale la voz respingada de la otra chama—. Yo soy Erika Martínez y la odiosa ésta es Andrea Vélez. Mucho gusto.

A partir de ahí la odiosa en cuestión no dice ni pío, y hasta se me olvida que está sentada detrás de mí, seguro juzgando cada cosa que mi hermano y yo decimos.

Por otro lado, Erika le monta tremenda tertulia a Salomón y yo termino apagando el radio porque es demasiado ruido. Voy nerviosa todo el camino de que el pendejo de mi hermano suelte algo más de información que me haga pasar pena, pero lo veo sobarse el brazo donde seguro le dejé un morado y creo que fue suficiente para que escarmentara.

La hora y algo que nos tardamos en atravesar la ciudad hacia la zona industrial pasa rápido. La velocidad con que se bajan Erika y Andrea del carro me da risa pero también ganas de que me trague la tierra.

—Mijo, a ver si le instaláis aire acondicionado al vejestorio éste.

Salomón pone los ojos en blanco.

—Y a ver si vos aprendéis a dar las gracias mejor. —Cierra el carro con la llave y le da la vuelta hasta plantarse al lado mío—. Que no se te olvide que yo fui el que les consiguió las visitas éstas.

Bértale, es verdad. Uno de sus amigos de la universidad trabaja en el departamento de comunicaciones para la empresa que estamos visitando. Yo no sabía que los graduados de periodismo podían trabajar en algo así. Y con la otra empresa, Salomón conoce a un director al cual entrevistó hace unos meses y lo llamó para pedirle el favor. Por si eso no fuera suficiente, nos trajo hasta aquí.

Suspiro profundo.

—Gracias, Salomón.

—¿Que, qué? —Se copa una oreja con la mano—. No oí bien. ¿Qué dijiste?

—Que le deis gracias al cielo que ya te casaste porque sino te hubierais quedado soltero, con lo insoportable que sois.

—Gracias, Salomón —canturrea con una vocecita que siempre usa para imitarme—. Eres el mejor hermano mayor de la historia, Salomón. Te debo un regalo enorme por toda tu ayuda, Salomón.

Erika se ríe y hasta la odiosa no puede evitar una sonrisita.

—Lo que te debo es un buen coscorrón.

Salomón me arrea hacia la entrada de la empresa como si fuera ganado. Me deja junto a las otras dos para hablar con el guachiman de la entrada.

—Tu hermano es muy chévere. —Erika se sonroja de pronto y dudo que sea por el sol—. Qué lástima que ya está casado.

—Ay, por favor. —Andrea bufa y se cruza de brazos—. ¿Qué acaso lo único que te importa son los chamos?

—¿Y vos qué? No sois muy diferente —le suelta Erika con más arrechera de lo que yo me esperaba. Andrea vuelca el peso completo de su mirada asesina sobre Erika.

—A mí nada más me importa uno solo.

—Pa' dentro, mi gente —anuncia Salomón de pronto, y ese es el momento en el que siento verdadero agradecimiento hacia él.

Erika y Andrea le pasan de largo con tanta furia que le echan fresquito. Mi hermano me pone cara de «¿y a éstas qué les pica?».

—A las dos les gusta el mismo chamo del salón. —Sacudo mi cabeza y camino junto a Salomón.

—Ahh, ya. —Hace una pausa corta, y luego pregunta—: ¿Y a vos no?

Bufo.

Sé en lo que anda. El discurso de las salchichas no se me ha olvidado. Salomón está a la caza del momento adecuado en el cual decirme que él tenía la razón. Y bueno, aja, de cierta forma la tiene porque ultimamente Javier me distrae mucho. Pero en este caso particular no me va a agarrar por la bajadita.

—No, qué va. El chamo que les gusta es un sifrino que ni dice las buenas tardes.

Salomón hace un ruido desde su garganta como si estuviera pensando.

Hasta ahí llega ese tema, porque finalmente terminamos de atravesar el estacionamiento a la entrada de la empresa y yo saco mi cámara para tomarle fotos a la entrada. El logo de la empresa es tan grande que tengo que retroceder un buen trecho para que salga completo en el cuadro, y aprovecho para que ellos se pongan en grupo para la foto.

Al entrar al edificio, el aire acondicionado se siente gélido. Ya con condiciones así me atrapan. En mi mente los pongo de primeros en la lista de empresas a las que aplicar a trabajo, aunque la que están visitando Anderson y Tomás me gustaba más.

—Épale —dice una voz de pronto. Un hombre de la edad de Salomón sale de un pasillo y mi hermano le da un abrazo de esos que son más golpes que caricia—. Qué de tiempo, te veis más viejo.

—Y vos más gordo.

—Con tanta cerveza qué se podía esperar. —Se ríe con las mismas ganas que mi hermano. Tiene una cara amable y la redondez en el torso típica de los maracuchos que se gozan unas frías todos los días después del trabajo.

—Ésta es mi hermana, Si... digo, Dayana. —Los ojos de Salomón destellan picardía pero me alegra que se haya atajado solo. Luego él señala a las otras dos—. Y éstas son sus amiguitas de la uni, Erika y Adriana.

—Andrea —espeta ella.

—Eso. —Salomón menea una mano como si el error no tuviera importancia.

Tengo que morder los labios para no reírme. A veces Salomón es útil.

—Pues mucho gusto, yo soy Óscar, amigo entrañable de Salomón aunque no lo he visto como en tres meses. ¿Listas para el tour?

Él y Salomón lideran el grupo, conversando de qué ha sido de sus vidas desde la última vez que se juntaron con los otros amigos de la universidad. Detrás de mí van Andrea y Erika. El silencio es tan tenso que prefiero apurar el paso y oír los cuentos aburridos de Salomón y su amigo.

Pero en eso Óscar se compenetra con el modo profesional y nos empieza a dar el tour. Hay restricciones con fotos dentro de la empresa, así que le doy la cámara y él se encarga de fotografiar lo que está permitido. A la vez nos comenta sobre la producción y alardea de no poder compartir qué hace que el sabor de esta cerveza sea del agrado de los clientes. La parte que me interesa es cuando se pone a explicar cómo hacen las botellas y cómo envasan el producto.

Cuando entramos al área de envasado como tal, el ruido de las máquinas es ensordecedor. Así que ya no le paro mucho papelón a lo que Óscar grita, sino que me enfoco en las máquinas. Mis verdaderos amores.

Me detengo frente a cada una, estudiando cómo los mecanismos hacen varias cosas a la vez. Una máquina sostiene las botellas de vidrio sobre una correa que las desplaza de un lado al otro. La otra máquina las posiciona sobre la correa para que la siguiente inyecte el producto. Unos brazos mecánicos las aprietan hasta que quedan en una configuración precisa, con la que la siguiente máquina estampa las tapas metálicas sobre las bocas de las botellas. Una última máquina sujeta todas las botellas y las deposita en las cajas plásticas con las que se vende la cerveza al mayor.

Durante cada etapa hay varios empleados supervisando que todo salga bien. Si alguna botella se desliza fuera de su sitio, la recogen. Si alguna tapa se cae, la quitan del camino para que nadie se resbale.

Es tan hermoso. No sé cómo pueden concentrarse, en vez de estarse babeando con las máquinas como yo.

Si la ida a la empresa duró una hora, la visita se siente como cinco minutos. Aunque cuando salimos del edificio, han pasado dos horas y el sol se está poniendo en el horizonte.

—¿Te gustó? —Mi hermano me codea.

—Con la enorme sonrisa de mi cara debiera ser más que obvio.

—Óscar está soltero pero estáis muy chiquita pa' él.

Me lo quedo mirando y pasan varios segundos hasta que el mequetrefe de mi hermano se empieza a reír. Levanto el puño pero él retrocede.

—Es joda —dice a la vez que pone una barrera con sus manos entre nosotros.

—¿Lo oíste? —espeta de pronto la Andrea. Por un momento creo que está hablándome a mí, pero no. Su atención está en Erika—. El rechonchito que nos dio el tour está soltero, por si también te interesa.

—Pero están muy chiquitas, dije —repite Salomón, sin darse cuenta de que el tema aquí es otra cosa.

—Si de verdad Tomás fuera tuyo no estaríais portándote como la misma cuaima, ¿no? —Erika le volea de regreso.

—Por favor, no seas igualada. ¿Por qué no te buscas a alguien más en tu nivel?

—Uy, ¿pero y a ésta cuaima qué le pasa? —me pregunta Salomón por lo bajito.

La cara de Erika se pone tan roja como un semáforo y los ojos se le llenan de lágrimas. Se me arruga el corazón porque si el insulto hubiera sido dirigido hacia mí, yo reaccionaría igual. O peor.

—Ya está buena la guebonada. —Mi tono de voz sale con una firmeza de la cual quisiera ser capaz todo el tiempo—. Si siguen con la lata las dejamos botadas aquí.

El regreso es mucho más largo después de eso. Entre el tráfico de hora pico y la incomodidad dentro del carro, la hora y media se siente como diez años hasta que las dejamos a cada una en la universidad, donde sus familiares las esperan a recogerlas.

Salomón y yo respiramos con alivio cuando nos quedamos solos.

—Verga, eso estuvo heavy.

—Yo no sé cómo voy a sobrevivir el resto del proyecto éste. Todavía queda hacer el reporte y la presentación. —Gimo ante el prospecto y descanso la cabeza contra el vidrio medio abierto.

—Tengo que admitir algo —la voz de Salomón lleva una seriedad inusual. Su atención está en el tráfico mientras habla—, y es que estaba equivocado.

—¡Paren las prensas que hay noticia de última hora!

Me ignora.

—Yo pensé que te ibas a portar como esas dos chamas cuando te vieras rodeada de salchichas. Y me alegra que no sea así.

—Poneme el otro brazo ahí pa' emparejar el morado.

Me echa vaina como siempre el resto del camino, pero en mi interior no puedo evitar preguntarme si me portaría así de insensata si una de ellas dos estuviera interesada en Javier.

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