Con la maleta llena de sueños...

By Hubrism

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Dayana nunca ha levantado el interés de los chamos, pero eso está a punto de cambiar cuando entra a estudiar... More

Resumen + Nota de la Autora
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16 (parte 1)
Capítulo 16 (parte 2)
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29 (parte 1)
Capítulo 29 (parte 2)
Capítulo 30 (parte 1)
Capítulo 30 (parte 2)
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39
Capítulo 40
Capítulo 41

Capítulo 4

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By Hubrism

PASADO 3

El horario de clases universitario es un disparate. Este semestre nos tocan todas las clases en la tarde, pero hay un día donde solo tenemos una clase larga, otro día tenemos toda la tarde llena de clases, y hoy nos tocan solo dos clases pero con hora y media de por medio. Eso no le da tiempo a nadie de irse a su casa a descansar de este calor del coño, así que Javier, Erika sin acento y yo decidimos pasear por la facultad para conocerla.

—¿A la derecha o a la izquierda? —pregunto cuando salimos del salón de clase.

—Por la derecha —asegura Javier, asintiendo para sí mismo—. Vine por ese lado el primer día y hay cosas que ver.

—Pues vamos.

Erika entrelaza sus brazos entre los nuestros, caminando en medio hacia el llamado Pasillo General. Es muy ancho, con pisos de granito limpios pero gastados por el tráfico de muchas generaciones de estudiantes. Las paredes son todas hechas de bloques de concreto con huecos por donde no entra ni una brisa, así que siento alivio cuando Erika nos suelta.

Parecemos turistas haciendo una primera pausa para observar los diferentes caminos de una encrucijada. A la izquierda hay otro pasillo, más estrecho pero muy largo y algo oscuro. Al frente hay como una taquilla, a su izquierda una salida alta y ancha flanqueada por portones abiertos, y luego a su izquierda unas escaleras. Hacia nuestra derecha se ve otra salida grande. Y hacia el frente continúa el pasillo.

—Carajo, hay muchas opciones.

—Sigamos recto. —Erika levanta los hombros, a modo de que tampoco es la decisión más crucial de nuestra vida.

Así que seguimos recto. A la derecha, la salida grande parece dar con una plazoleta. Luego pasamos una puerta con un letrero que dice Centro de Estudiantes. Hay un grupo de chamos congregados fuera de ese salón y todos tienen cara de que si nos acercamos, nos comen.

—Y la tuya también —murmullo con sarcasmo.

Javier me lanza una mirada divertida. Como que pensaba lo mismo.

—Oí que esos son los dirigentes estudiantiles —murmura Erika para que solo nosotros escuchemos—, y que lo mejor es ignorarlos.

—¿Dónde oíste eso? —Mis cejas se levantan.

—Me lo dijeron algunos del semestre de arriba.

—¿Qué más tips te dieron? —Mientras Javier pregunta, llegamos casi al fondo del Pasillo General y a la derecha descubrimos otro pasillo largo, my parecido al Ala A donde tenemos nuestras clases. Creo que ésta es el Ala B.

—Bueno, también me dijeron qué profesores evitar el semestre que viene.

—Vaina, yo no he conocido a nadie —comento yo, como si eso fuera lo más importante.

—O sea, ¿nosotros somos nadie? —Javier succiona aire de forma exagerada. Le doy un golpe suave en el brazo con el reverso de mi mano.

—No te hagáis el loco —hago pausa para poner los ojos en blanco—, yo vi que en la lista de asistencia pusiste tu nombre completo y es Javier Nadie Fernández.

—Me agarraste. —Su risa es armónica, con voz profunda y cálida. Me da escalofríos por toda la espalda y las mariposas se asientan en mi estómago.

Pongo toda mi atención en el tour, consiente de que mi corazón late como si en vez de estar caminando a ritmo plácido estuviera trotando.

«Deja la guebonada», le ordeno a mi corazón. Hay que enfocarse en los estudios, no en chamos. Con tantos alrededor la distracción sería demasiado peligrosa.

De reojo observo a Javier conversando con Erika de no se qué. El mechón de su cabello ondulado se escapa del confín de su oreja y cae sobre su cara. Sus largos dedos lo empujan detrás de su oreja otra vez y mi atención se desvía a los tendones y las venas en su mano. Vuelvo la mirada firmemente al frente.

Me da la impresión de que éste es el que más me puede desenfocar de mi meta.

Llegamos al final del Pasillo General y damos con un jardín pequeño a la derecha llena de matas de mango. Al caminar un poco más hay un edificio con un letrero que dice Escuela de Ingeniería Industrial. Una apertura en el edificio pulula con gente conversando y comiendo.

Pasamos de largo entre el edificio y las matas de mango, paralelo al Ala B, hasta que llegamos a una acera contigua a la vía principal que da la vuelta a media manzana internamente. Del otro lado hay estacionamientos y algunos edificios más.

—Yo no sé ustedes pero tengo calor y sed —comento al hacer una pausa.

—Vámonos de regreso. —Erika lidera el camino frente a nosotros.

A mi lado, Javier me codea con su brazo.

—Voy a comprar agua, ¿quieren? —Hace la pregunta a las dos pero me mira a mí.

Me muerdo el labio, a ver si la pequeña punzada de dolor me reacomoda un cerebro que quiere escaparse a perseguir pajaritos preñados.

—Bueno.

—Sí, porfa. —Erika lanza una sonrisa sobre su hombre—. Te pago en el salón.

Él cruza a la derecha hacia la plazoleta que vimos entre las dos Alas, y Erika y yo seguimos bordeando el complejo hacia el Ala A.

—Y entonces, échame el cuento. —La sonrisa picarona de Erika me pone los nervios alerta—. ¿Ya te ha picado el ojo alguno de los chamos?

Me congelo.

¿Será que se dió cuenta de que casi me babeo por Javier?

No, no creo. Mi cara es un fuerte impenetrable. La he tenido que aprender jugando dominó con mi papá, mi hermano y mi tío.

—No, ninguno. ¿Y a vos?

—¡No te creo! Si en la sección de nosotras están los más lindos de nuestra cohorte.

—Entonces qué, ¿ya pesquisaste a los de las otras dos secciones? —Me río ante su expresión de «obvio microbio».

—A ver, no fue difícil. Ayer me esperé un poquito pa' verlos salir de sus salones y marica, las como cinco chamas más en cada sección no tuvieron la suerte de nosotras.

El mismo bedel que vi el primer días está rastrillando hojas caídas de las palmeras en plena acera. Le doy una sonrisa y él asiente su cabeza como diciendo «aja, ya te vi mija, arranca». Pero la distracción no hace que se le olvide el tema a Erika.

—Sin duda el top de nuestro salón es Tomás.

—Miarma, te hacen falta lentes. —Hago una mueca.

—Mija, la ciega 'e bola sois vos. —Erika me pone cara de lástima—. El carajo parece modelo de catálogo.

—Es como muy flaco...

—Pa' mi es perfecto, pero seguro tiene novia. —Pausa para pensar un poco. A estas alturas ya estamos entrando de regreso al Ala A—. Yo diría que el segundo es Anderson.

—¡Guácala! Ahora sí se que necesitáis visitar a un oftalmólogo urgente.

—Bueno sí, es medio mosquita muerta pero si lo observáis cuando tiene la boca cerrada está lindo.

—No puedo. —Sacudo la cabeza—. Hay como un filtro de malasangre de por medio que no me deja ver ningún potencial.

—¿Y qué te parece Yael?

Hago un sonido con la garganta sin contestar nada coherente por un momento. No he hablado mucho con Yael pero se ve chévere. Fue a otro liceo público como yo, entonces no me mira como si tuviera un bigote de mojón. Y tiene un cuerpazo de gimnasio, con una piel oscura y una sonrisa brillante que una no puede evitar admirar.

Ahora que lo voy pensando, me recuerda a David Fonseca, el chamo del que estuve empepada casi todo bachillerato.

—Yael es lindo —admito con un suspiro que se me escapa al pensar en David.

—¡Esoooo! —Erika menea las cejas—. Con que te gusta Yael, ¿ah?

—¡Yo no dije eso! —Pero de la vergüenza siento mi cara ponerse tan caliente como el sol de la tarde.

Justo en ese momento levanto la mirada y consigo a Tomás Arriaga, el top de Erika, a dos pasos de nosotras. Ella inhala agudamente de la impresión. Está al teléfono y espero que su atención haya estado en esa conversación y no en la nuestra. ¿Por qué tenía que ser el sifrino éste el único afuera en el pasillo?

Bueh, peor hubiera sido si fuera Yael y empezara a pensar que me gusta.

O quizás me conviene eso, para que nadie sepa que el que me pica el ojo es Javier Nadie Fernández.

No, ¡qué digo! Ninguna de esas opciones es buena.

Mi cara sigue ardiendo cuando ya estoy sentada de nuevo en mi pupitre. Esquivo la mirada de Javier cuando llega con tres botellas de agua bien frías, aunque le doy las gracias mil veces.

Para mi fortuna el profesor de Comunicación y Lenguaje entra pocos minutos después. No sé por qué diantres tenemos que ver esta materia cuando todos estamos inscritos en un programa como Ingeniería Mecánica. Pero como si me leyera la mente, el profesor contesta a la pregunta.

—Los ingenieros también tiene que saber hablar. Sino, nadie les va a entender esas cosas ingeniosas y complicadas que se les ocurren.

Algunos ríen como si fuera un chiste sencillo, pero en mi interior se desata una tormenta aún mayor que la anterior.

Si tan solo presentándome ante el salón de clase sudé frío, ¿cómo es posible que aprenda a hablar bien?

Discretamente intento abajarme en el pupitre, con la esperanza de que este profesor nunca vea mi cara y no se le ocurra preguntarme nada. Prefiero mil veces que la profesora de Geometría me mande a pasar a la pizarra a intentar resolver problemas a los que no les veo ni pies ni cabeza.

—Así que desde este momento van a trabajar en un proyecto de grupo. —Tiene que parar el discurso para permitir que todo el salón gima y abuchee y lamentablemente no le hace cambiar de opinión—. Y los grupos los voy a asignar yo.

—¡No! —grita alguien con todo el sentimiento de la sección. El profesor se ríe de nuestro dolor.

—Entre cinco personas van a analizar una marca popular, su historia, lo que le ha salido bien o mal y por qué. Mírenlo desde un punto de vista de negocios porque unos cuántos de ustedes eventualmente van a montar sus propias empresas. La presentación y el reporte van a ser el primero de dos parciales de la materia, así que este trabajo de grupo va a valer el cincuenta por ciento de la calificación final.

«Miércoles». Me hundo lo más que puedo en mi asiento. Espero no tener que presentar. Aunque a lo mejor esa es la meta.

—Vamos a asignar los grupos. —El profesor agarra la lista de asistencia y se acomoda los lentes de leer. El silencio se apodera del salón por primera vez en la historia.

Recita los primeros nombres y es obvio que los nacientes grupitos de amigos empiezan a quedar separados. Lanzo una mirada de dolor a Javier y Erika que ellos devuelven.

—Sikiú Rodríguez.

—Dayana, por favor —sale de mi boca de forma automática.

El profesor me observa por encima del marco de sus lentes y yo me insulto a mí misma mentalmente. ¿No y que la meta era que no se fijara en mi existencia?

—A ver, Dayana —musita el profesor a la vez que reescribe sobre la lista de asistencia. Luego continúa—: Te voy a poner con Andrea Vélez, Anderson Borges, Tomás Arriaga y Erika Martínez.

A Erika se le escapa un chillido de la emoción. En contraste yo siento como si me hubieran apuñalado. Javier levanta los hombros en plan «qué se le va a hacer».

No me atrevo a voltearme para ver las reacciones de los otros tres. No me hacen falta. Está claro que este proyecto va a ser una pesadilla.

NOTA DE LA AUTORA:

Épale, mi gente linda. El sábado que viene no voy a poder actualizar porque me estaré mudando. Retomamos actualizaciones el 11 de febrero 💕

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