Con la maleta llena de sueños...

By Hubrism

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Dayana nunca ha levantado el interés de los chamos, pero eso está a punto de cambiar cuando entra a estudiar... More

Resumen + Nota de la Autora
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16 (parte 1)
Capítulo 16 (parte 2)
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29 (parte 1)
Capítulo 29 (parte 2)
Capítulo 30 (parte 1)
Capítulo 30 (parte 2)
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39
Capítulo 40
Capítulo 41

Capítulo 3

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By Hubrism

PASADO 2

Siguen llegando chamos.

En mi mente, asesto a Salomón con una selección variada de insultos, cosa que es un poco complicada cuando compartimos madre. A la vez paso mis dedos entre las greñas enredadas que antes del ataque de mi hermano fueron una hermosa cabellera adornada con una serie de ganchitos que hacen juego a mi franela. Pero sin espejo no me los puedo poner en el orden que quería y el baño está bastante lejos, así que me los guardo en el bolsillo.

—Ya estás —afirma el segundo que llegó, con una sonrisa plácida—. Soy Javier Fernández, por cierto.

—¡Mucho gusto! Me llamo Dayana Rodríguez.

Me tiende la mano y cuando le doy la mía de regreso es cuando finalmente lo analizo bien. Es moreno como yo, de cabello muy ondulado y un poco largo. Hace como un halo al rededor de una cara risueña. Sus ojos oscuros centellean, como si se hubiera querido reír ante mi deplorable estado pero se contuvo porque todavía no nos conocemos bien. Yo reaccionaría exactamente igual si las circunstancias fueran al contrario. No como el otro odioso que no dijo nada y me iba a dejar pasar vergüenza todo el día.

De reojo veo que, aparte de otros cinco chamos que se han congregado en el pasillo, otros dos llegan y saludan directo al odioso. Ahí sí que él reacciona como una persona normal, a darse palmadas en la espalda con los otros. En eso llega la primera chama que he visto en todo este rato pero mi emoción de saludarla se apaga cuando ella me pasa de largo y se abraza con el odioso como si fuera un oso koala. Obviamente todos se conocen, lo que muestra que ese chamo es un ser social excepto conmigo.

Arrugo la nariz un instante y decido olvidarme de que la última media hora de mi vida ha ocurrido. Vuelvo mi atención hacia Javier.

—Por cierto, gracias por no dejarme hacer el ridículo. —Mi voz quizás fue más alta de lo que pensaba, porque el odioso voltea hacia mí. Yo clavo mis ojos en Javier.

—A la orden, pero eventualmente me vais a tener que devolver el favor. —Sus hombros tiemblan con una risilla baja—. Soy un desastre en patas.

—Seremos dos así que no sé qué tanto te lo pueda devolver —contesto con una risa.

—Hola —llega una tercera vos, esta vez femenina. Una chama nueva se planta al lado de Javier y yo, pasándose dos mechones de su cabello detrás de las orejas. Su expresión es un poco tímida pero sonríe como con entusiasmo. En seguida le tiendo la mano y me presento, y ella dice—: Mi nombre es Erika Martínez, sin acento sobre la e.

—Mucho gusto, Erika sin acento. —Javier le da la mano también y en eso se abre la puerta del salón de clases.

Mi pulso da un respingo mientras empiezan a salir los estudiantes, el profesor mezclado entre ellos. No sé si sea el mismo que nos corresponda a nosotros, pero el hecho de que pronto entraré en mi primer salón de clases universitario me tiene nerviosa.

Cuando se despeja la entrada, nosotros tres somos los más cercanos así que tenemos la elección de los mejores puestos. Como si tuviéramos un solo cerebro, nos dirigimos hacia la esquina opuesta a la puerta, al fondo y al lado de la ventana. Los tres nos sonreímos entre nosotros.

«Bueh, por lo menos ya no me siento sola», pienso para mis adentros.

—¿De qué colegio vienen? —Erika, que se sentó delante de mí, se da la vuelta para cuchichear.

Javier viene de un colegio privado de los sencillos, como ver el de donde estudió mi prima. Erika también, pero el de ella en La Cañada de Urdaneta en vez de en Maracaibo. Yo les cuento que vengo de un liceo público de los mejorcitos. Lo que no les cuento es que fui la mejor estudiante, no solo de mi clase, sino de las cuatro secciones de mi año. No sé qué signifique ese logro para gente que viene de colegios privados.

El salón se va llenando en los próximos minutos. Y menos mal, porque no hayamos de qué hablar. Creo que Erika y Javier están tan nerviosos como yo. Por mi parte, parezco un ventilador volteándome de lado a lado para ver las caras de mis nuevos compañeros. Hay dos chamas más, así que ya vamos cinco... versus treinta chamos y contando. Un verdadero festival de salchichas y muy pocos panes como para hacer perro calientes.

Se ve que hay gente que se conocen desde antes porque se saludan con familiaridad y no tienen problema para conversar. En poco tiempo el salón se vuelve un gallinero que solo se calma cuando entra un señor que no puede ser otro estudiante.

—Buenas tardes, bachilleres. —Es la primera vez que alguien se refiere a mí como bachiller, y me sobresalta aunque tiene sentido—. ¿Cómo se sienten?

Algunos contestan que bien, otros murmullan no sé qué. Yo estoy en el equipo silencio, un poco abrumada por todo lo nuevo.

El profesor hace una mueca pícara, como si le diera gracia la disonancia. Se ve chévere, no tan aterrorizante como me imaginé que eran los profesores universitarios. Aunque de hecho mis tíos lo son y son un amor de cosas bellas. Esto me hace relajarme en mi asiento, pero eso dura lo que un peo en un chinchorro.

—Soy Edgar Palmar, su profesor de Álgebra. Me pueden llamar Profe, Profesor Edgar, o Edgar. Al que me llame por el apellido le quito un punto. —Algunos se ríen pero yo me lo tomo en serio porque me desespera cuando la gente me llama por el nombre que no es—. Antes de que empecemos los quiero conocer también, así que desde tú —dice al primero de mi fila—, Nombre, apellido, colegio de donde viene, y la nota de la Prueba de Aptitud. Y así sucesivamente hasta llegar al último.

Gemidos hacen eco en el salón de clase. Yo intento respirar profundo pero nunca he sido requete buena en oratoria. Muchas veces los nervios me apagan el cerebro y paso pena. Es una de las razones por las que me gustan los números, no hace falta que hable con ellos en frente de un montón de gente para entendernos.

Intento enfocarme en los compañeros, pero demasiado pronto llega el turno de Erika y nada de lo que ella dice me entra en los oídos. Ella se sienta de nuevo y sé que me toca a mí pero... ¿cuánto fue que saqué en la prueba? Miércoles, no me acuerdo ni de cómo funcionan mis piernas.

Aclaro mi garganta. Lentamente me obligo a despegar mi culo de la silla del pupitre. La mesilla se encaja en mi costado. El golpe casi me hace soltar una grosería. Tomo una bocanada de aire y noto al profesor haciéndome un gesto amable de que me tranquilize. Eso me da más vergüenza todavía. Siento mi cara arder y mi voz se quiebra un poco, pero logro hablar.

—Hola, soy Dayana Rodríguez. Saqué 81.3 en la prueba.

—¿Y el colegio? —pregunta el profe.

—Ah, verdad. —Con voz medio queda digo el nombre de mi liceo, y noto a algunos compañeros intercambiar miradas incrédulas.

Cuando me siento de nuevo y le toca a Javier, el que está alante de él me mira.

—Coño, ¿de verdad se puede salir tan bien en un liceo público? —Su voz tiene un toque de malicia que no me pasa desapercibido.

Ante la insinuación el rubor que está concentrado en mi cara se desparece por todo mi cuerpo. La metamorfosis de vergüenza a ira está completa.

—Piensa lo que te salga del ombligo —contesto con una sonrisa de oreja a oreja, como si no me hubiera molestado lo que dijo.

Pero no me hace mucho caso porque es su turno.

—Anderson Borges. Vengo del... —Y por supuesto, viene de un colegio de esos donde la mensualidad cuesta diez veces lo que mis padres ganan al año—. Y mi nota fue 82.1.

Pretendo como que no importa que perdí una batalla que no sabía que estaba luchando. Aunque ahora gracias al comemierda este se me instala la duda de si la gente está diciendo la verdad sobre sus puntuaciones o no.

Lo bueno es que la gente sigue presentándose y me distraigo. Hay muchos que vienen de colegios buenos, y con unos notones que paran el pelo. En eso llegamos al polo opuesto del salón, donde están la koala y ese grupo.

—Hola, soy Andrea Vélez. Estudié en... —El nombre del colegio me hace un cortocircuito, uno de esos donde solo van los hijos de los ultra ricos de la ciudad. Es el mismo donde hice el curso para la Prueba de Aptitud de la Profesora Luna García con Bárbara y Valentina. Pero en eso ella sigue—: Y mi calificación fue 79.9.

Perro. Toda esta gente ha sacado en los altos setentas y bajos ochentas. Eso quiere decir que yo era un pez grande en una pecera pequeña, y ahora que me han trasvasado a una pecera más grande resulta que de vaina puedo nadar.

A lo que ella termina se levanta el odioso. Hace una pausa para empujar sus lentes sobre el puente de su nariz y aprovecho para observarlo mejor. Como todos los demás, su fashion es una simple franela blanca de mangas cortas, y unos jeans azules claros. Pero todo le queda muy bien, como solo pasa cuando la horma de la ropa se ajusta a la figura de quien la lleva. Y sus figura no está nada mal. Es como la versión un poco más baja de Javier, pero de más presupuesto.

—Este... me llamo Tomás Arriaga. —Viene del mismo colegio de Andrea, cosa que lo explica todo—. Mi nota fue 89.7. —Y sin más, se sienta.

A todos se nos cae la quijada porque el muy desgraciado tiene la nota más alta de todo el salón.

—Mucho gusto, Este —bromea el profesor, y como el tal Tomás era el último, empieza a dar la clase.

¿Qué clase de cerebro hay que tener para sacar 89.7 en la hijo 'e puta Prueba de Aptitud Académica? Es más, ni sabía que llegar a casi 90 era posible.

Y con un salón de clases lleno de luminarias, ¿lograré brillar o me voy a apagar como linterna sin batería? Trago grueso. Mejor le paro bola a la clase con todo.

PRESENTE 2

—Aja, ¿entonces estos son los candidatos? —Martina hace una pausa en medio de recoger peroles—. El odioso, el chévere y el malasangroso.

Esos son los apodos que le di a los tres chamos, donde obviamente el chévere es Javi, el odioso Tomás y el malasangroso es Anderson. Ese tip me lo dió Bárbara cuando empecé la historia y casi se me sale el nombre de mi esposo a la primera. La verdad es mucho más divertido contarlo cuando la audiencia no tiene idea de quién es quién.

Y también con patacones en la boca.

Mastico la comida como si hubiera comido por última vez hace dos días. Empujo un buen trago de papelón antes de poder hablar.

—Mija, cálmate. Nadie te va a quitar la comida —dice mi prima.

Por supuesto que no porque los mataría. El rollo es que mi cuerpo no entiende eso y este embarazo me ha dado con muchos más antojos que con el de Samuel.

—Sí y no —contesto finalmente a Martina con la voz deformada por el masticar—. Son candidatos ciertamente, pero no son todos.

Martina pone los ojos de huevo frito y su madre menea las cejas.

—Acuérdate que eso eran puros chamos —comenta Bárbara hacia su hija.

—Pero eso sí —agrego con un suspiro cansado—, eran candidatos en mi mente nada más, porque yo no paraba ni a un perro callejero.

—No te creo, tía. Si tú eres más bonita que mami y todo. —Martina entrecierra los ojos.

—Ay, gracias por los piropos —masculla Bárbara con voz seca pero no malhumorada.

—Eso son los ojos del amor. —Bufo, sacudiendo la cabeza—. Lo que pensaban los chamos en aquel entonces era otra cosa...

NOTA DE LA AUTORA:

¿Quién entiende a los chamos? Y como alguien que también fue una de muy pocas chamas en ingeniería mecánica, les digo que entre más chamos más confusión. Así que agárrense.

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