Con la maleta llena de sueños...

By Hubrism

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Dayana nunca ha levantado el interés de los chamos, pero eso está a punto de cambiar cuando entra a estudiar... More

Resumen + Nota de la Autora
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16 (parte 1)
Capítulo 16 (parte 2)
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29 (parte 1)
Capítulo 29 (parte 2)
Capítulo 30 (parte 1)
Capítulo 30 (parte 2)
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39
Capítulo 40
Capítulo 41

Capítulo 1

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By Hubrism

PRESENTE 1

No quiero sonar dramática, pero ver a mi esposo alejarse en su camioneta rumbo al aeropuerto hace que se me nublen los ojos y me cueste agarrar aire.

O también puede ser porque hay un calor del carajo y el sol me está apuñalando los ojos. O porque los casi nueve meses de embarazo me están matando con la misma violencia con la que el clima quiere acabar conmigo.

A sus cinco años de edad, mi hijo Samuel tiene toda la energía que yo carezco. Batuquea sus brazos despidiéndose de su papá sin los estrujones que yo tengo en el corazón. No es que esté contento con que su papá se vaya a otro viaje de negocio, sino ante el prospecto del regalo que seguro le traerá al regreso el alcahueta de su padre.

El regalo que yo quiero es que él agarre vacaciones en las próximas semanas y se quede con nosotros. Pero está difícil porque en la empresa lo quieren poner a resolver cada pequeño problemita que sale, como si no hubiera nadie más con tres dedos de frente que se pueda hacer cargo. Quién lo manda a hacerse el ejecutivo más joven en la historia de la empresa.

—A ver —digo a Samuel a la vez que suspiro—. Vamos al aire acondicionado que me estoy asando.

Intento arriarlo hacia la casa pero se me escabulle de entre las manos. No es fácil mantener el balance sobre dos piernas que están bastante removidas del nuevo centro de gravedad de mi cuerpo, y Samuel lo sabe.

—¿Podemos ir a jugar con Martina y Matías? —Desde unos pasos de distancia me pone los ojitos grandes y aguados que aprendió del gato de Shrek. Con su padre funcionan de forma contundente pero conmigo es un fifty-fifty, y hoy me inclino hacia el fifty que me lleva directo a mi sofá.

—Más tarde.

—Pero, ¿de verdad? —Pone esos ojitos otra vez, su boquita enarcada en gesto triste que enternecería hasta el corazón más duro. El que no lo conoce que lo compre.

—Sí, sí. —Tomo su mano para que esta vez no se me escape.

El bebé en mi vientre es Equipo Samuel, porque da un golpecito como si estuviera alzando la mano de acuerdo con el plan de ir a jugar con sus primos. Sobo la superficie de mi barriga que seguro ha batido algún récord de tamaño. Cualquiera cree que estoy a punto de dar a luz a mellizos, pero es uno o una sola. Decidimos que el sexo fuera sorpresa, pero lo que no es sorpresa es que ya tiene una personalidad más grande que mi barriga.

En los metros entre la puerta y el sofá, el bebé decide que su carrera como boxeador —o boxeadora— profesional tiene que empezar en este mismo instante. Gruño con cada paso, pidiéndole al cielo que me de paciencia para aguantar esta semana sola con estos dos terremotos.

Mientras el uno me usa como bolsa de boxeo, el otro arma tremenda cháchara él solo sobre la nueva forma de lanzar una bola de beisbol que su primo le estaba enseñando ayer. Con cuidado, agarrándome del posa brazos del sofá, voy bajando mi cuerpo hasta lograr sentarme.

—¿Verdad, mami?

No tengo idea de qué me acaba de preguntar Samuel, pero le balbuceo dos palabras ahí y él continúa su monólogo. Si no me sintiera como si me hubiera aplastado una plancha de hacer patacones, lo atraería hacia mí para acurrucarlo un rato.

Ay, quién se comiera unos patacones con queso rallado.

Tanteo a mi alrededor buscando mi celular donde lo tiré antes de salir, soñando con poner una orden de patacones como para un ejército, pero en vez de celular lo primero que consigo es un guante de beisbol. Seguido de una cartuchera vacía. Y después un peluche tan mugriento que lo lanzo a través de la sala.

—Samuel, ¿has visto mi celular?

Sentado en la esquina opuesta del sofá, él se voltea y me muestra el dispositivo en sus manos. En vez de ser su iPad es mi celular, y está fajado jugando un juego mientras habla.

Suspiro. Me asiento de nuevo entre los mullidos cojines del sofá. No vale la pena matar el antojo de patacones si puede causar un berrinche.

—Y entonces Spider-Man se lanza del edificio y...

¿No y que estaba hablando de beisbol? ¿O será que ya me perdí varios cambios de tema por andar pensando en comida?

El bebé patea otra vez y el dolor me hace encogerme.

—Solo una semana —me recuerdo en voz baja. Mi esposo vuelve en una semana. Lo primero que le voy a pedir es que me compre patacones. Y unas empanadas. No, mejor mandocas.

Cierro los ojos para intentar descansar. No pasan ni dos minutos cuando suena el timbre.

—No jo... —interrumpo a tiempo antes de que Samuel caiga en la cuenta de lo que iba a decir. Pero en eso suena el timbre otra vez. Y otra. Unas voces se agolpan entre sí del otro lado de la puerta.

—¡Síííííííí! —Samuel sale corriendo a la puerta y normalmente no lo dejaría, pero ese alboroto lo conozco y mi hijo también. En efecto, a lo que abre la puerta sus primos se le lanzan encima—. ¡Vamos a jugar!

—Hola, primo. —Martina se ríe y le alborota el pelo a Samuel con la mano.

—Vamos al patio —es el gran saludo de Matías. La sequedad de su voz no oculta el brillo en sus ojos.

Ahí es cuando me doy cuenta de la razón. Bárbara y Diego entran juntos después de los niños. Me froto los ojos para cerciorarme de que no ven espejismos.

—Ya va, ¿ese es el Diego de verdad o te robaste otro póster del estadio?

Diego levanta una ceja y su esposa se sonroja.

—Nada más lo hice una vez, ¿okay? Y sí, este es el Diego de verdad.

—Hola, cuñada. —Diego solo nos llama así a Valentina y a mí, a pesar de que no somos hermanas biológicas de Bárbara. Con eso compruebo su identidad, aunque sigo extrañada.

—¿Y vos no y que estáis en plena temporada? —pregunto.

—Pa' eso vengo, pa' echarte el cuento. —Mi prima se sienta en el sofá pero en eso se levanta otra vez y saca mi celular, sobre el que se había sentado.

—Dame acá, que quiero patacones. —Tomo el dispositivo de sus manos con renovada alegría—. Échame el cuento mientras ordeno Uber Eats.

—¿Y si lo cuento yo? —Martina se atraviesa entre su mamá y yo. Su sonrisa pudiera hacerle competencia al sol.

—¡Tío Diego! —El alarido de mi hijo resuena en toda la casa desde el patio—. ¡Ven a jugar con nosotros!

—¡Voy! —contesta él antes de darle un beso en la cabeza a Bárbara y luego uno a su hija—. No me hagan ver como el villano otra vez, ¿okay? —Se da la vuelta y sale al patio donde lo esperan sus más dedicados aprendices.

Yo hago mi sueño realidad de ordenar unos platos bien grasientos y el prospecto hace que el bebé deje de coñasearme. Por primera vez desde que mi esposo me dijo que lo necesitaban en la fábrica de la compañía de nuevo, soy feliz.

—Aja, ¿entonces? —Termino de poner la orden y vuelco mi atención sobre mi sobri y su mamá. Las dos rebozan de alegría.

—Pues —Martina se agarra las dos manos y continúa—: voy a tener otro hermanito y entonces papi se va a quedar con nosotros permanentemente.

Se me cae la quijada.

Lo del bebé lo sabía porque Bárbara cumplió su promesa de decirme antes que a nadie qué era lo que pasaba, en parte porque le dieron la noticia cuando estaba de visita aquí. Pero esto de Diego es noticia.

—¿Cómo es el rollo?

—Diego decidió retirarse de la liga, sin más ni más —aclara mi prima.

—¿Y se va a volver amo de casa ahora?

—Sí, hasta que consiga otro trabajo. —Bárbara asiente y yo me muerdo los labios para contener la sonrisa. No me imagino a Diego encerrado en una casa por mucho tiempo, si cuando llega a una lo primero que hace es salir al patio a lanzar una pelota.

—Y mami al fin nos terminó de contar la historia sobre cómo se enamoraron papi y ella. —Martina suspira hasta desinflarse sobre los cojines—. Matías ganó la apuesta, por cierto.

—Ah, o sea que te toca lavar platos esta semana. —Ella asiente con ademán de sufrida. Como está cerca, paso mi brazo sobre sus hombros y la atraigo hacia mí—. ¿Qué te parece si más bien me laváis mis platos?

—No señora, es mía —ríe su mamá.

Martina levanta su cara y pone los mismos ojitos que su primo Samuel cuando quiere salirse con la suya. Al instante me pongo en alerta.

—Y si...

Intercambio una mirada con su madre por encima de la cabeza de Martina. Pero Bárbara tiene la misma pinta de golpe y cuida que yo.

—¿Y si me dices cómo se enamoraron tío y tú, y a cambio te lavo los platos?

—¿Y mis platos? —pregunta su madre con indignación exagerada.

—Mejor lávale los platos a tu mamá...

—¡Pero!

—Y a mí —sigo como si nada, pero con una sonrisa de oreja a oreja—, me ayudáis a recoger la casa que está hecha un chiquero porque ya no me puedo agachar.

Señalo a nuestro rededor, donde han caído todos los cachivaches que hace rato conseguí en el sofá en la búsqueda de mi celular. Así está toda la sala, juguetes de Samuel esparcidos por cada superficie, libros y papeles por aquí y por allá, algunos regalos del baby shower todavía sin abrir en una esquina, y varios snacks míos en cada esquina donde podría necesitarlos. Para mayor horror, la sala es un reflejo del resto de la casa.

—Martina, mi amor. Tu tía está muy ocupada y ya tienes suficiente material para tu tarea, ¿no?

—Pero seguro que la historia de tía también es muy bonita y la quiero oír.

—Pues sí, es bien bonita.

Martina le hace un gesto a su mamá de «¿viste?» y tardo un segundo en caer en la cuenta de que he caído en la manipulación. Se debiera meter a vendedora de carros.

—¿Seguras que quieren hacer ese trato? —Bárbara parece estar a punto reírse—. Porque no sé cuál de las dos es la que saldría ganando.

Yo me encojo de hombros.

—Creo que ganaremos las dos, ¿verdad, Martina?

—Así es, tía. Empieza el cuento pues.

Tan bella, cree que nací ayer.

—Te cuento mientras vas recogiendo.

Frunce el ceño y su madre revienta en carcajadas. Pero las ganas de Martina pueden más que su fastidio, y se levanta del sofá a recoger. El bebé se mueve como para acomodarse a escuchar cómo su papá y yo nos enamoramos, y no me queda más remedio que empezar la historia.

NOTA DE LA AUTORA:

Segundo libro, ¡wepaaa!

Para quienes tengan la pregunta: este libro se puede leer por su cuenta pero sí van a haber spoilers de «Cuando éramos felices y no lo sabíamos», y es gratis así que la pueden leer con ganas.

Algunas reglas para mantener mi cordura:

- Hablando de spoilers, me dan mucha arrechera. No le arruinen la historia anterior o esta a otra persona.
- Seamos chéveres en los comentarios, que ya el mundo está lleno de guácala.
- La universidad donde está basada esta historia es real pero las situaciones aquí plasmadas son ficticias y cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia ✨

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