(Mandey camina por una solitaria llanura hacia la granja.
Una mujer sale a recibirle)
-Madre...
-¿Mandey? ¿Eres tú?
-Madre, he vuelto.
¿Por qué te fuiste, Mandey? ¿Por qué?
Ya lo sabes, Grillo.
Ya sabes que la convivencia con Padre era imposible.
Recuérdamelo, Mandey.
Recuérdamelo una vez más...
Le dije a Padre que quería ser artista,
¿recuerdas, Grillo?
Le dijiste que ibas a ser artista, sí,
que necesitabas serlo.
Necesitaba serlo, sí,
por mi espíritu melancólico y solitario,
por mi sensibilidad desmedida...
Trataste de explicarle a Padre, sí,
que el arrebato artístico fluía por tus venas,
y que habías hallado en el Arte una cura
a tu existencia depresiva.
Una cura a mi existencia depresiva, así es.
Un ámbito donde expresar mis más hondos sentimientos.
Una luz en mi valle de sombras...
Un destino hacia el que encaminar mis pasos
en mi noche eterna.
Encaminar tus pasos en tu noche eterna, sí
hacia universos de ensueño y fantasía.
Ensueño... fantasía... sí,
Es lo que me respondió Padre...
Que no eran más que ensueños
Que poblaban mi cabeza,
Mi confundida cabeza...
Excusas para no trabajar ni esforzarme,
Y me obligó a ayudar en las labores de la granja,
junto a él y a Renato.
Quiso ponerte a trabajar, sí,
apilando el heno del ganado
y limpiando las pocilgas...
Soterrando mi talento, sí, bajo balas de paja
y montañas de estiércol...
¿Y qué pasó luego, Mandey?
Cuéntame qué pasó...
Atravesando el paseo de abedules,
apoyado sobre el mirador
hacia un atardecer de franjas anaranjadas,
me despedí de las llanuras que me vieron crecer,
del acantilado y los peñascos,
de la ribera del río.
Te despediste, sí, para no volver...
Para no volver, así es,
Y para no volver a escuchar sus acusaciones tras las paredes...
Las acusaciones de tus deudos, sí,
que eran como echar sal en tus heridas.
Acusaciones, sí, que afirmaban
que había perdido el rumbo de mi vida
y que nunca llegaría a nada...
Que sería un vago y un holgazán,
y una carga para mi familia.
Que jamás brotaría nada provechoso
de mi perturbada cabeza...
Que me había decidido a tomar la senda
que me llevaría hacia la perdición de mi alma...
Todo eso dijeron, sí,
tus queridos deudos,
tus amados parientes
Mis queridos deudos, sí,
mis amados parientes...
Jamás comprenderían
que había hallado mi camino en la vida,
Y que debía de partir.
Debías de partir, sí,
hacia tierras ignotas...
-Si te vas, no vuelvas (se despidió de ti Padre)
-Así sea (respondiste sin temor)
Respondí sin temor, sí,
Inconsciente de que aquella sería
mi última conversación con Padre.
Mis últimas palabras...
El último encontronazo entre dos mentes opuestas...
Después marchaste rumbo a la ciudad.
Marché, sí, rumbo a la ciudad,
a casa de mi tía, que afortunadamente para mí
había fallecido
y la casa había quedado vacía
para que yo la ocupara...
Para que tú la ocuparas, sí,
Y malviviste como artista durante varios años,
Sobreviviendo gracias a los pocos encargos que te llegaban
y perfeccionando tu técnica.
Poco después murió Padre.
Murió Padre, sí...
De lo contrario nunca hubiese podido regresar a la granja.
Nunca hubieses podido regresar, no, Mandey.
Nunca te lo hubiese permitido...
-Madre, he regresado...
-Mandey, ¿eres tú? ¿Eres realmente tú?
Los habitantes de la granja me han recibido con los brazos abiertos.
Te recibieron con los brazos abiertos, sí, Mandey,
especialmente Madre y las criadas,
y también tu hermana Leonora.
Mi hermana Leonora, sí...
Tan sólo Renato, el hermano de mi sangre,
se mostró indiferente y frío al verme llegar.
Indiferente y frío como un témpano, sí,
y apenas le dedicó una hosca y fría mirada
al hijo pródigo que regresaba,
al hermano holgazán y remilgado
que no deseaba ensuciar sus manos
más que con el óleo de sus pinturas.
Eso dijo, sí,
El hermano de mi sangre,
El hermano enemigo que me espía y que me envidia
y que no tardará en hacerme la vida imposible,
y poner a todos en mi contra.
Eso hará, sí,
Eso hará muy pronto...
La única verdadera alegría que me trajo mi regreso a casa
fue la de reencontrarme con mis queridas llanuras
y con los atardeceres ardientes
tan añorados por mí durante mi ausencia.
Con los atardeceres ardientes, sí,
y con tu adorada hermana Leonora,
a quien tanto tiempo hacía que no veían tus ojos.
Con mi hermana Leonora, cierto,
a quien no veían mis ojos
desde su marcha al internado.
-Mandey...
-Leonora...
-Mandey... Al fin te abrazo y te estrecho entre mis brazos.
-Leonora, hermana mía.
-Mandey, hermano, si te vuelves a ir me moriré, lo juro.
-Oh, no digas eso, por favor...
-Es la verdad, Mandey. Cuando regresé tras mi estancia en el internado con las monjas y me dijeron que te habías ido, mi corazón casi deja de latir.
-Leonora...
-Mandey, no te vayas nunca más. No me abandones... Aquí no tengo a nadie. Aquí no hay más que llanuras y páramos mire adonde mire. Mandey, aquí todo es tan deprimente...
-No te inquietes, Leonora. Algún día conocerás a alguien que te rescatará de aquí y serás muy feliz.
-Yo no quiero conocer a nadie más que a ti, Mandey.
-Leonora, mi pequeña hermana...
-Es cierto, Mandey. Esta soledad me debilita las fuerzas. Me absorbe y me arrastra hacia una espiral de angustia y desconsuelo de la que no sé cómo evadirme. Por más que cabalgo a Tormento jamás logro alcanzar los límites de nuestra comarca. Sé que nunca saldré de aquí, Mandey. ¡Estoy atrapada! ¡Atrapada! Mis ojos no ven más que vacío y desolación a mi alrededor, aunque permanezcan cerrados y el tiempo... El tiempo es como si se hubiera detenido en mi dolor y no quisiese avanzar...
-Leonora, ¿qué dices?
-Me siento extraña, Mandey. Mi cuerpo, mi mente... siento que experimentan cambios. Cambios profundos que me aterran y me mantienen en vilo todo el día y toda la noche.
-¿Qué clase de cambios, Leo?
-Cambios extraños... Puedo oír a los cuervos graznar a miles de leguas de aquí. Puedo oír a las ratas corretear por el desván y despedazarse unas a otras. Puedo oír las aguas turbulentas del río erosionar las rocas y los bramidos del viento arrancar las ramas decrépitas de los robles y mutilarlos. Puedo oír a la tía y a Padre llamarme desde sus tumbas para que me reúna con ellos. Puedo oír ésas y todas las cosas tétricas de esta región. ¡Estoy aterrada, Mandey! ¡Ayúdame!
-Leonora, los atardeceres son bellos, ¡míralos!
-¡No, no! En los atardeceres sólo veo un cielo ensangrentado y nubarrones que se desgajan. ¡Oh, Mandey! Sólo veo muerte y destrucción allí donde pose la mirada. ¿Por qué tiene que ser así? ¿Por qué?
-Leo, hermana mía, ven aquí.
-¡Mandey, abrázame! Abrázame y no vuelvas a irte ni a dejarme sola, prométemelo.
-No volveré a irme, Leo.
-Prométemelo, Mandey. Di que lo prometes...
-No puedo prometértelo. Leonora, yo no tengo el control sobre mi vida...
-¿Y quién tiene el control de nuestras vidas, Mandey? ¿Quién nos ha hechizado a ti y a mí con tanta crudeza?
-No... no lo sé, Leonora. No lo sé...
-Mandey, no me dejes...
-Leonora, yo...
-De lo contrario moriré, Mandey. Lo sé... Lo intuyo...
-Está bien... Te lo prometo, Leonora. Jamás volveré a marcharme.
-Lo has prometido... Recuerda que me lo has prometido.
Madre me ha puesto como condición para permanecer aquí
que ayude en las labores de la granja.
Te lo ha puesto como condición, sí,
Y por las mañanas te levantas temprano,
muy temprano,
y apenas tienes ocasión de contemplar
los amaneceres violáceos de tu extraño país...
De inmediato te diriges a los establos
a cuidar del ganado...
A cuidar del ganado, sí...
Jamás recibí una imposición de tan buen grado.
Jamás pensé que hallaría alivio
en las tareas agrícolas de la granja.
Jamás lo imaginaste, no...
Y pese a que no deseabas volver...
Pese a la envidia de Renato...
tu regreso resultará beneficioso.
Resultará beneficioso, sí,
Para que me olvide de mis obsesiones artísticas
y me desintoxique con el aire de los páramos
al menos por un tiempo.
Para que te desintoxiques, sí,
de las esencias del barniz y del aguarrás
que tanto enturbiaron tu mente...
Que tanto la enturbiaron, sí...
Así y todo no puedo olvidarme de mi destino,
y he instalado mis bártulos de pintor
en el granero y he montado allí mi taller.
Así has hecho, sí,
aunque lo cierto es que desde que has llegado
apenas has hecho uso de los pinceles,
ni abierto tu maletín.
No lo he hecho, no...
Y por mi mente ha cruzado incluso
la temible idea de colgar los pinceles
y liberarme de mis obsesiones imposibles...
Liberarte de tus obsesiones imposibles
de una vez por todas
y convertirte en granjero, sí.
Así es, sí...
Y sólo a la caída de la tarde,
cuando las luces del crepúsculo inflaman el firmamento
y crepitan las nubes,
vuelve a encenderse mi pasión,
y siento el arrebato artístico empujarme a las llanuras
a esbozar en soledad los atardeceres tras las colinas.
Esbozar los atardeceres de esta extraña región, sí...
De momento es todo cuanto puedes hacer,
Todo lo que tu inspiración y tus energías te permiten...
Pues proseguir tu trabajo en el granero
hubiera resultado del todo punto impensable.
Impensable, sí, con Renato merodeando alrededor.
Renato ha vuelto a espiarme...
¡A acecharme!
Le siento, detrás de mí...
Siento su hálito sobre mi nuca
y su respiración jadear como una fiera hambrienta.
Ha vuelto a hacerlo, sí...
Renato te espía,
¡Te envidia!
Y ya has comenzado a sentirle, sí,
oculto en los rincones,
tras las vueltas de las paredes...
Y sus pupilas titilar de rencor cada vez que se cruzan contigo.
Renato es al único al que le ha sentado mal
tu regreso a la granja,
y hará lo imposible por echarte de aquí
y librarse de tu presencia.
Sabes que lo hará...
Lo sé, sí.
Sé que hará lo imposible
por librarse de mí y de mi presencia...
Y que cualquier día su envidia reventará
y terminará por perder el juicio...