Reseco de veneno, sediento de...

By Poisonganger

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Las llamas lo han consumido todo: su hogar, sus vecinos, sus pertenencias y su memoria. Remo Milton es el úni... More

PRÓLOGO
FORTUNA: I
FORTUNA: II
FORTUNA: III
ASPEREZA: I
ASPEREZA: II
ASPEREZA: III
ASPEREZA: IV
CONEXIÓN: I
CONEXIÓN: II
CONEXIÓN: III
CONEXIÓN: IV
GERMINACIÓN: I
GERMINACIÓN: II
GERMINACIÓN IV
GERMINACIÓN: V
GERMINACIÓN: VI
GERMINACIÓN: VII
CRECIMIENTO: I
CRECIMIENTO: II

GERMINACIÓN: III

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By Poisonganger

Trató de ser lo más silencioso posible abriendo el portón del garaje. Utilizó la linterna del móvil para moverse sin necesidad de encender una luz. Tenía sueño y el viaje se le había hecho más largo de lo habitual, porque no quiso irse hasta que él y Luke convencieron a Rose de meterse en la cama tras un día duro de trabajo. Llegó a casa de Leo de madrugada y no quería despertar a nadie.
Accedió por la misma puerta por la que entró la primera vez con su madre, intentando no tropezarse con nada, como los mil juguetes ruidosos que Tara tenía esparcidos por el suelo. No le hizo falta esforzarse porque la luz del recibidor estaba encendida y Leo sentado en una butaca —que solo él sabía de dónde la había sacado— con la perra dormida en su regazo y una lata de cerveza extra grande en la mano que podría ser atrezzo... O no.
—¡Joder! —Remo ahogó un grito y se llevó la mano al pecho.
—¿Hijo?
Su padre también se sobresaltó, lo había pillado en medio de una ligera cabezada para matar el tiempo. Al lado de la butaca había puesto una mesita auxiliar vieja, con la pata coja y calzada con un ejemplar de bolsillo de Crimen y castigo. Sobre ella, un teléfono y un cenicero lleno de colillas.
—¿Qué ha pasado? —Leo estaba ojeroso. Las alarmas de Remo saltaron. ¿Habría pasado algo en su ausencia?—. ¿Es grave? —Le atravesó una sensación de urgencia por el estómago y en cuestión de segundos, se arrepintió de no haber hecho caso a su madre e irse a Montreal. En esa casa arrastraba al peligro a Leo y a Laika. No lo merecían.
—Que no llegabas. —Leo se frotó la cara con una mano. Estaba más serio de lo normal. Parecía incluso preocupado—. ¿Has visto qué hora es?
«Espera... ¿qué?». Remo abrió la boca y la cerró de nuevo. No terminaba de comprender el hilo de pensamientos de su padre. ¿Estaba pasando lo que creía que estaba pasando? ¿Su padre se había quedado despierto a la espera de que llegara, como las madres de los adolescentes sobreprotegidos de su instituto?
—Las cuatro y media de la mañana —respondió de forma automática. No podía sentirse amedrentado por llegar a la hora que le daba la gana a esas alturas. No tenía quince años.
—No me avisaste de que no ibas a venir a cenar.
Era cierto que había perdido su tono bromista, pero tampoco le quedaba muy bien el serio, ni siquiera él mismo se lo terminaba de creer. No obstante, lo intentaba.
—¿Tenía que avisarte?
—Te llamé y no me cogiste el teléfono. Te escribí... ¿Para eso quieres un teléfono? —Se levantó con cuidado de no molestar a Tara, que en cuanto tuvo para ella sola el asiento, se acopló sin preocuparse de nada más que de dormir a pata suelta.
Lo primero que se le pasó por la cabeza fue responder que, en efecto, él no quería un teléfono todavía, pero Remo es una persona razonable, que piensa las cosas antes de decirlas. No era la frase más adecuada en ese momento. Tampoco lo era bromear con que se había convertido en una imitación barata de Vivian.
—Perdón. Estaba distraído.
—No quiero ponerme chapas, leoncito. —Leo cogió en una brazada todas las latas vacías que encontró—. Es solo que me tenías preocupado. No quiero que te pase nada. Será mejor que estés más pendiente del teléfono. —Hablaba en voz baja, por lo que asumía que Laika estaba dormida en el cuarto de ambos.
—Tienes razón, papá. Me he descuidado. Perdóname. —Le ayudó con el cenicero lleno y lo siguió hasta el cubo de la basura.
—¿Has conducido a estas horas sin descansar? Dime que no, por favor.
La torpeza con la que abrió la puerta bajo el fregadero fue suficiente para delatarse. No importaba lo que fuera a decir... Leo se había dado cuenta.
—No quería llegar más tarde. —Se sonrojó. No quería quedarse en casa de Rose, porque quería cumplir con ambos.
—Es una irresponsabilidad por tu parte, Remo. Tendrías que haber dormido y venir mañana por la mañana. Con un mensaje habría sido suficiente.
Los dos se deshicieron de la basura y se quedaron frente a frente.
—Tienes razón. —Miró a sus pies descalzos—. Quería dejaros un poco de tiempo a solas... A Laika y a ti —explicó, algo cohibido—. Pensé que quizás agradecíais tener una noche de viernes para vosotros solos.
Los hombros de Leo se relajaron y sonrió con su mueca de siempre. Vivian no se lo habría creído, aunque fuera en un gran porcentaje cierto. Le habría dirigido una mirada inquisitiva y le habría observado las próximas horas en busca de cualquier pista que le llevara al cuerpo de un delito atroz. Leo no. Leo le había creído a la primera y le había agradado ver a su hijo pensar en ellos.
—Gracias, leoncito. Pero no hace falta. Esta casa también es tuya.
—No estáis acostumbrados a tener a alguien más con vosotros. Entendería perfectamente que...
—No. —Leo lo interrumpió, medio en broma medio en serio—. Estamos encantados de que pases una temporada con nosotros. No molestas. Ni lo pienses. La próxima vez llámanos o escríbenos un mensaje.
—Vale.
—Vamos a dormir, anda, que lo estarás deseando. Me he dejado la espalda en ese sillón del demonio. Ya entiendo por qué lo había dejado pudrirse en el garaje. —Le hizo un gesto para que subiera el primero a las escaleras. Así hizo—. Ah. —Lo detuvo agarrándolo del hombro.
Antes de darse la vuelta, Remo cerró los ojos y suspiró. Su padre tenía razón; estaba deseando irse a dormir y no quería más sermones de última hora. No iba a compensar sus años desaparecidos por una bronca de buen rollo.
—¿Sí?
—He pensado que mañana podemos ir de compras.
—¿De compras? —No se imaginaba a Leo en un centro comercial eligiendo camisetas. Ni siquiera creía que las camisetas de su padre se vendieran en centros comerciales.
—Necesitas ropa que te guste a ti y no mis sobras... Tiene que ser una mierda ir por la vida a tu edad con una camiseta de Cowboys from hell... A ver, es un discazo, las cosas como son. Un clasicazo. Pero bueno, eso, que igual habría que actualizarse un poco...
Lo que más le apetecía era responder que no tenía dinero para comprar más ropa. Pero no. En realidad, lo que más le apetecía, sí, era irse a dormir, por lo que asentía con la cabeza. Podría haberle dicho que quería ir a una orgía satánica que habría asentido de todas formas. Al día siguiente, ya descansado, averiguaría a qué se había comprometido la madrugada anterior.
Cambió el peso de su cuerpo de una pierna a otra.
—También quiero comprarte un portátil. Ahora mismo me pillas sin excedente.
«Espera...».
—¿Qué? ¿Un ordenador?
—Sí. No sé... Creo que es más sencillo que busques trabajo online que yendo tantos días a Nueva York. No es que no confíe en ti, pero es un poco irresponsable por nuestra parte permitir que conduzcas sin haber hecho un chequeo médico en condiciones. ¿Y si te pasa algo? Es mucho riesgo. Creo que tenemos que pensar en esas cosas para no decepcionar a tu madre, ¿no? —Remo le permitió hablar, porque no tenía argumentos válidos—. Un ordenador te va a venir muy bien para hacerte un curriculum en condiciones y esas cosas. Es una pena que no sepas nada de programación, ni de diseño, porque podría hacer algunas llamadas... Bueno. —Detuvo su monólogo—. Da igual, mañana lo hablamos. ¿Te despierto con tiempo para que te duches y todas esas cosas? Podemos cenar allí, ¿qué te parece?
—Claro, papá.
Para qué iba a decir más a las cinco menos veinte de la madrugada, en las escaleras de la casa de su padre, después de haber secuestrado su coche y su vida por algo tan egoísta —y quizás estúpido— como averiguar si era capaz de hacer crecer un tulipán amarillo en cuestión de minutos. No había nada más que decir.
—Genial, hijo. Pues buenas noches.
Remo también lo notaba incómodo. Estaba haciendo su mejor esfuerzo por comportarse de la manera más cercana a lo que había sido su madre. Estaba poniendo de su parte.
—Buenas noches, papá.
Los dos se dirigieron en silencio a sus respectivos cuartos y cerraron la puerta lo más suave posible para no despertar a Laika.
Buscar trabajo online, sin estar tanto tiempo en Nueva York, le había dicho su padre. ¿Cuánto había pasado desde que entró por primera vez, siendo el Remo amnésico, en Silvera? ¿Cuánto margen le quedaba para llegar a alguna conclusión sin tener que salpicar a su padre? ¿Cuándo podría ver a Rose de nuevo? Se habían disparado las alarmas de Leo. Se avecinaba una pequeña temporada atrapado en Boston hasta que su padre volviera a bajar la guardia.
No se arrepintió de haberle hecho la cena a su amiga.

***

Gritos, niños correteando y revolcándose por el suelo, adolescentes gritando, comiendo helado por los pasillos y fumando en la puerta trasera del cine. Padres desesperados por tener algo de vida social con sus amigos en una cafetería cualquiera; miles de tiendas con logotipos diferentes pero la misma ropa que en dos semanas pasaría de moda. Maniquíes en poses imposibles y medidas irreales llenos de etiquetas con precios más irreales. Un bucle continuo de consumo, de desechos, de irresponsabilidad que a Remo le puso el vello de punta e incluso le revolvió el estómago. El sábado lo pasaron los tres juntos en un centro comercial lleno de cualquier cosa que uno pudiera imaginarse. Ropa y ordenadores también.
Estaba aturdido, por lo que no disfrutó en especial del plan, ni fue muy participativo. Se dejó arrastrar por Laika cuando le sugería a qué tiendas entrar para buscar un par de pantalones, algún jersey y tres o cuatro camisas. No les permitió pasar por calzado ni abrigos, porque no podía dejar de pensar en la cantidad de veces que su padre pasó la tarjeta por el lector de la caja y lo que iba a costar el ordenador que se había empeñado en regalarle.
La ropa a Leo le había sido indiferente. Se indignó cuando encontró una camiseta de The Ramones en un escaparate y estuvo a punto de desmayarse al ver una sudadera de Metallica conjuntada con lentejuelas y un lazo del pelo. Pidió a Laika piedad para tomar un frappé que le devolviera las ganas de vivir. Aprovechó el momento de recuperación como una lección rápida de ordenadores, con la intención de descubrir cuál sería el mejor que encajaba con Remo en relación calidad-precio. A Remo le daba lo mismo, así que se limitó a asentir y fingir interés en las memoria RAM, en la tarjeta gráfica, los procesadores, la pantalla y la placa base.
Leo correteó por la tienda, probando ordenadores, leyendo etiquetas y tecleando con velocidad (dejó un selfie suyo poniendo cara rara de fondo de pantalla de uno). Ni siquiera se dio cuenta de que su hijo no le hizo ni una sola pregunta sobre la próxima adquisición. Daba igual. Él encontraría el perfecto y si no, se lo montaría a piezas, aunque viendo la frecuencia con la que viajaba y lo que tenía por delante hasta asentarse, decidió que lo mejor era un portátil. Podría enchufar un monitor extra más adelante, cuando supiera dónde se iba a quedar. Por el momento, estaba servido. Solo tendría que abrir las redes sociales de trabajo e inscribirse en las webs de empleadores.
Terminaron cenando hamburguesas después del cine improvisado. Leo había descubierto que la nueva película de Marvel estaba fuera y no se la podía perder. Remo estuvo a punto de dormirse unas ochenta y cinco veces los primeros veinte minutos, hasta que llegaron los ruidos tormentosos de los efectos especiales. Laika sostuvo la mano de su novio durante toda la película y este le explicaba cada easter egg que aparecía, emocionado. Aguantó las lágrimas en un par de ocasiones, para que su hijo no lo viera en un momento tan delicado. La redacción de su curriculum lo pospusieron al día siguiente. Habían llegado tarde y todos estaban cansados.
—Vale, lo primero es poner Derecho.
Estaban los dos sentados en la mesa del comedor, con el portátil nuevo encendido. Leo no había necesitado más que unos minutos para dejarlo listo. Bebía una cerveza sin alcohol de brazos cruzados, a la espera de que su hijo diseñara la estructura de la hoja.
—¿Puedes preguntarle a tu madre si has hecho algún curso más o has tenido beca? Creo que me ha bloqueado otra vez.
—¿Y para qué lo voy a poner si no me acuerdo de nada?
Leo lo observó, algo incrédulo y puede que nervioso.
—¿Todavía nada?
Remo negó con la cabeza y los labios apretados.
—¿Y quieres ponerte a buscar trabajo si no te acuerdas de nada?
—No me voy a pasar en paro toda mi vida.
—Hombre, hijo, no. Pero al menos hasta que vayas al médico y empieces a trabajar en la amnesia, ¿no crees? De momento nadie necesita que te pongas a trabajar con urgencia.
—No quiero ser una carga para nadie.
Responderle que estaba buscando trabajo de mentira, para no descubrir sus verdaderas intenciones en Nueva York, era imposible. El día anterior había entendido el motivo por el que su madre decidió mantenerlo al margen. Ella era más pragmática. Él un poco más sentimental; tampoco quería poner en riesgo su vida si finalmente resultaba estar metido en una trama oscura de a saber qué cosa.
—No te volveré a repetir que no eres una carga para nadie, porque me rayas, como decís vosotros.
—Yo no digo eso.
—Es verdad, que tú tienes una madre que te ha educado en ser la mejor persona del mundo.
—Papá, vale ya. No está aquí, relájate.
—Tienes razón. —Leo se hundió en la silla, con la vista clavada en la pantalla del ordenador—. Deberías poner que trabajabas de voluntario en el centro de mujeres maltratadas. No sé qué asociación era, pero... —Dejó de hablar y abrió la boca. Miró a su hijo como si estuviera experimentando una epifanía.
—¿Qué pasa?
—¿Por qué no las llamas? Tienen que estar flipando con que estés desaparecido.
«Mierda».
—No te entiendo, papá. —Remo dejó el teclado y el ratón. También se cruzó de brazos.
—Si no apareces a trabajar te despiden, y eso...
—Era voluntario, no pueden despedirme porque no estaba... —Ante la expresión de su padre se rindió. No era estúpido, no podía subestimarle. Tampoco contarle la verdad, que lo más probable es que su madre las llamara para fingir que había muerto en el incendio. No podía volver con ellas. Eran un cabo suelto—. Tengo que llamarlas, vale. Las llamaré.
—Tienes que hacer un montón de cosas, hijo. No quiero agobiarte, pero tienes que buscar un psicólogo que te trate bien el estrés postraumático, el chequeo, el curro... —Dejó de enumerar antes de meter la pata y decir en voz alta «llamar a la familia de Lorena». Era mejor que no lo hiciera.
—No voy a buscar un psicólogo aquí si me voy a ir.
—¿Cuánto tiempo te quieres quedar? Han pasado unas semanas. Puedes tenerlo de momento, pero no te puedes quedar en el limbo, ¿no? —Hasta al propio Leo le asombraba hablar de una forma tan dura—. Lo siento —dijo, algo avergonzado—. No quiero agobiarte. Solo ayudarte.
—Gracias, papá. —Tocó una tecla del ordenador con distracción cuando se puso a hibernar—. Me estás ayudando mucho, de verdad. Pero no soy tan inútil, ni estoy tan delicado como pensáis. Soy funcional, ¿vale?
«Si obviamos el pequeño detalle de mi amnesia».
—¿Por qué no llamas a las chicas de la asociación? Quizás te puedan echar una mano en encontrar trabajo ahora que lo necesitas de verdad. No te cortes en pedir favores, lo hace todo el mundo. Así es como se llega a los más alto, con favores.
Tragó saliva. No habían pasado ni 48 horas en Boston, con Leo y Laika, y ya quería irse. Estaba perdiendo el tiempo en tonterías mundanas, pero sabía que se encontraba en el límite y no podía anunciar que volvía a Nueva York. Tendría que ser dócil unos cuantos días... Miró el calendario del ordenador. Todavía quedaba algo de tiempo para el 31 de octubre. Necesitaba encontrar la excusa adecuada y cumplir con la promesa que le había hecho a Rose.
—Vale, papá. Lo haré todo. Es solo que necesito tiempo... —A pesar de que le costó, lo miró a los ojos—. Estoy bien físicamente, pero emocionalmente no tanto... Y sé que el psicólogo ayuda, pero también ayuda tomarme las cosas con calma. Me siento sobrepasado. Siento que no puedo hacerlo todo solo, que todo me queda grande, que no voy a volver a ser capaz de tener nada parecido a lo que destruyó el incendio. He perdido a mi novia, mi casa, mi trabajo, mis expectativas de futuro... Y no sé cómo arreglarlo. Gracias por apoyarme, pero —sonrió— Roma no se hizo en dos días. Es algo que siempre dice mamá.
—Ya lo sé —admitió, con una mueca torcida—. Vale. Iremos con paciencia. Pero pregúntale a tu madre si has hecho más cursos. Estoy seguro de que tarde o temprano, lograremos superar la amnesia.
—Yo también, papá.
Leo captó las indirectas en el lenguaje no verbal de Remo y se levantó de allí, para dejarle a solas. Su hijo no duró mucho más en el ordenador. No le apetecía hacer nada con ese cacharro. Solo era útil para la productividad y no le apetecía ser productivo, ni tenía ocio relacionado con ello. Solo quería coger el coche e ir a Silvera, pedirle a Rose que le enseñara más cosas, que le enseñara a defenderse, para poder buscar a los malnacidos que perseguían a su novia, para encontrar respuestas y para ver a Lorena. Lo había dejado apartado y se arrepentía.

***

No sabía por qué le daba vergüenza escribirle a Rose por teléfono. No quería hablar con su padre y Laika cerca, así que se limitó a escribirle un mensaje rápido explicándole la situación. Rose respondió a los cinco minutos y él respondió al momento. Después, Rose tardó un poco más y al siguiente mensaje, menos. Se pasó media tarde echado en el sofá con el chat de Rose abierto mientras Leo y Laika paseaban de aquí a allá, haciendo cosas a las que no les prestó ni el mínimo de atención.
—Remo... —Laika se acercó a él despacio—. Vamos a cenar. ¿Quieres cenar con nosotros?
Apartó la vista de la pantalla, sorprendido. ¿Qué hora era? Se había sentado con la intención de decirle a Rose que no podría ir en unos días para que su padre no sospechara nada extraño y había terminado echado, debatiendo con ella nombres de gatos a cada cual más feo y genérico. Rose no era una persona muy creativa en nombres de gatos. Ella le había respondido que al nombre número 59 se le había agotado el repertorio.
Cuando llegaron a la conclusión de que no se iban a poner de acuerdo, Rose le pasó la fotografía de un tipo pintado de verde, con un traje espeluznante hecho de hojas de plástico. Era la versión masculina de Poison Ivy, según ella. Había encontrado su disfraz perfecto, solo tenía que no dar vergüenza ajena como en la foto y maquillarse mejor. Remo tuvo que reprimir reírse en voz alta. En vez de negarse, le preguntó de qué quería disfrazarse ella. No tardó ni dos segundos en responder que «obviamente» de Harley Quinn.
—Eh... Sí, claro. —Se incorporó, algo aturdido por no haberse movido en horas.
Rose le había prohibido hablar por chat o teléfono sobre el tema. Le dijo que solo podían tratarlo en persona, así que no avanzarían hasta que no pudiera volver a escaparse a Brooklyn. Era una mierda, pero agradecía que alguien tuviera cerebro y pensara ese tipo de cosas en las que él nunca habría caído porque era demasiado inocente.
Siguió a Laika hasta la mesa donde esa mañana había hecho el teatro del trabajo. Le habían apartado el ordenador para llevar la comida y los platos. Leo estaba sirviendo de una fuente puré de patata cuando llegaron los dos para sentarse.
—Porque estás de luto, que si no pensaría que tienes a alguien en Nueva York, chico —comentó su padre, de una forma más molesta de lo que Remo esperaba.
—¡Leo! —Laika le reprimió con la mirada, sin cortarse. Desde que Vivian no andaba cerca, había dejado el perfil bajo de lado—. Eres un bruto, no tienes filtro, joder.
—¿He dicho algo malo?
Tanto Remo como Laika se sentaron. Esta última le dedicó un gesto a Remo, para disculpar a su novio.
—No pasa nada —murmuró en voz baja, aunque estaba sonrojado.
—Tu padre me ha dicho que se te da muy bien la jardinería. —Laika empezó a comer. Leo y Remo la imitaron.
—Sí, supongo. Se me daba bien...
Se acordó de Rose, del diminuto brote de tulipán. «No eres un genio precoz, pero nos vale». ¿Qué estaría haciendo? ¿Habría terminado con el encargo de la productora? Al día siguiente tendría que madrugar mucho para recibir a la furgoneta o camión que los recogería. Le habría gustado estar allí para ayudarla. La fuerza no era una de sus virtudes.
—Falta poco para Halloween...
Remo se envaró. Su padre comía, ajeno a la conversación. Era Laika la que se estaba esforzando por hablar con él. ¿Lo había hecho aposta?
—Me preguntaba si podrías ayudarme a mejorar un poco el jardín. Podemos decorarlo este año, ¿qué te parece, cariño? —Miró a Leo en busca de su complicidad.
—Oh... —Se rascó un lateral de la cabeza—. No me acordaba de que era Halloween. ¡Sí! La verdad es que suena divertido.
—¿Qué os parece si esa noche hacemos maratón de pelis?
«Oh... No».
—¡Podemos ver Fast and Furious! —Leo se animó—. No dan mucho miedo, pero...
—Me parece bien. —Laika sonrió a Remo, a la espera de que compartiera el entusiasmo de ambos.
—¿No las habéis visto ya? —Revolvió los guisantes de su plato con el tenedor.
—Hace mucho, pero podemos verlas otra vez —dijo Laika.
—No, me refiero a que si no las habéis visto este viernes.
—Ah, no. —Leo negó con un gesto de mano—. Queremos verla contigo, leoncito. Si no... ¿qué gracia tiene? Lo dejamos para verlas contigo. Es un buen plan de Halloween, ¿verdad? Será mejor que vaya a comprar caramelos.
—Sí. —La sonrisa de Leo era tirante. Lo que quedó de cena analizó con dedicación a Laika. No podía creer que en tan poco tiempo le hubiera fastidiado tanto. No parecía haber ninguna intención oculta. Halloween era una fecha señalada; era normal que quisieran compartirla con él, sobre todo si estaban intentando ganar puntos en la carrera de ver quién era mejor padre de los dos. Aunque Vivian les llevaba años de ventaja, ellos no querían rendirse una vez que habían entrado en la competición en serio.

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