Evan 1. Renacer © [En proceso...

By Luisebm7

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En un futuro cercano, donde los avances científicos se propagarán como milagros y donde el poder residirá en... More

Notas
Prólogo
01 - Las CES
02 - Storm Company
03 - Unidad 7
04 - Dolor
05 - Tarde libre
06 - El encuentro
07 - Malas noticias
08 - La cena
09 - La redada
10 - El cambio
11 - Disculpas
12 - Concupiscencia
13 - Ira
14 - Perversidad
15 - El experimento
16 - Brote
17 - Dudas
18 - Cacería
19 - Monstruos 1
21 - Respiro
22 - Resultados
23 - Mentiras
24 - Muertos vivientes
25 - Las instalaciones
26 - Rescate
27 - Atrapados
28 - Huida
29 - Perseguidos
30 - Sacrificio

20 - Monstruos II

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By Luisebm7

El grupo de Ethan se había sumido en el horror cuando la luz regresó. Atónitos, descubrieron que el ruido metálico que escuchaban provenía de Mike. La barra que atravesaba el cuello de este chocaba con las máquinas de ejercitación a su paso. Lorena, con los pechos y los labios mutilados, también deambulaba por allí. Otros dos agentes, en un estado igual de espantoso, penetraban por la puerta opuesta.

―¡Oh, joder! ―expresó James, boquiabierto.

―¡¿Cómo se sostienen en pie de esa manera?! ―cuestionó la estupefacta Mei, incapaz de hallar una explicación racional.

―¡Esto da asco! Y no me encuentro muy bien ―comentó Carlos, que sudaba como si estuviera frente a la entrada del infierno.

―¿Cuáles son sus órdenes, teniente? ―preguntó Irina, que apretaba los dientes para conservar la compostura.

―Por este lado son solo cuatro. Apresurémonos y salgamos por la otra puerta ―propuso Ethan.

―Voy delante ―indicó Richard y abrió fuego contra Mike, fulminándolo de un tiro en la cabeza.

Irina acribilló a balas a Lorena en su desgarrado tórax. Tras despejar medio camino, los agentes avanzaron hacia la otra puerta. Sin embargo, Loren y Samuel, cuyos agujereados pechos causaban repulsión, se interpusieron en su trayecto. Otras siete criaturas, ansiosos por devorar carne fresca, se abalanzaron detrás de ellos. Por mero instinto, el equipo retrocedió, pero se percataron de que los otros seres habían empezado a colarse por la puerta parcialmente bloqueada.

―¡Estamos rodeados! ―resaltó Carlos, presa del pavor.

―Y no puedo tirar ni una puta granada ―murmuró James.

―¡Disparad a ambos lados! ―ordenó Ethan.

Los proyectiles volaron en ambas direcciones. Dado que algunos objetivos no portaban uniformes, los agentes no centraron todos los disparos en la cabeza, por lo que malgastaban munición sin saberlo. Durante la tensión, Lorena, pasando desapercibida, se arrastró hasta aferrarse a una pierna de Irina y morderle la pantorrilla a través de su pantalón ajustado. La agente se quejó en cuanto aquellos dientes penetraron su piel e igual de rápido reaccionó agujereándole el cráneo a Lorena con su última bala.

―¡Mierda! ¡No me queda munición! ―avisó Irina.

―Recién se me ha terminado a mí también. ¡Maldición! ―añadió Richard.

―¡¿Cómo es que no se mueren?! ―dudaba Mei, que contemplaba con terror aquellos cuerpos sin alma incorporándose una y otra vez.

―¡Estoy sin balas! ―comunicó Carlos y arrojó el cargador.

Las ráfagas de disparos cesaban a medida que las horrendas criaturas ganaban terreno. Ethan y Mei acertaron en las frentes de las dos más próximas, eliminándolas por completo, aunque la médica agotó sus últimas balas y tuvo que agarrar una barra ligera para defenderse. Irina, por otra parte, recurrió a su destreza en las artes marciales para repelerlas. Agradecía que no fueran tan fuertes como Erickson y que ella contara con el tratamiento experimental de Storm Company, que la dotaba de un vigor sobrehumano. Mientras Richard las golpeaba con su fusil, Carlos se favorecía de su protección. James y Ethan eran los únicos que aún contaban con munición, pero eso no impedía que se vieran acorralados.

Los hambrientos compañeros atacaban como fieras. Deseando desgarrarlos y devorarlos hasta las entrañas, extendían los brazos y se precipitaban sobre ellos. Cuando cercaban a sus presas como una manada de lobos a un rebaño de ovejas, uno de ellos cayó tras un estruendoso disparo. La cabeza de otro reventó de forma similar. El segundo equipo había aparecido justo a tiempo para ayudar a sus amigos.

―¡Teniente, dispáreles a la cabeza! ―le informó Elisa, transmitiendo cierto alivio a los demás en cuanto se presentó con los suyos.

Una firme lluvia de tiros los libró de sus enloquecidos compañeros. Por fin disponían de unos breves segundos para recuperar el aliento, aunque también se martirizaban por dentro, pues observaban con pesar que los enemigos muertos sobre un mar de sangre eran sus propios amigos, y ni siquiera se podían explicar lo que estaba ocurriendo. Antes de que pudieran intercambiar una palabra, el sonido de varios disparos provenientes del pasillo atrajo su atención.

Era Adams quien corría despavoridamente y disparaba hacia atrás las pocas balas que le quedaban. Sandra, desplazándose por las paredes y el techo a toda prisa, lo perseguía como una temible cazadora. En cuanto lo tuvo a su alcance, saltó sobre él. Adams le lanzó su cuchillo y le perforó la frente, pero eso no impidió que ella lo derribara. El agente luchaba para sujetarla por las muñecas y retener sus despiadadas manos, mientras que Sandra, subida encima de él, asomaba su espeluznante lengua y extendía sus garras hasta casi rozarlo para intimidarlo.

―Monstruos ―murmuró Elisa en la puerta del gimnasio, justo al lado de donde aquellos dos habían caído. Sin un ápice de duda, accionó el gatillo de la escopeta. Toda la parte posterior de la cabeza de Sandra se esparció por el aire y su cuerpo se desplomó.

―Pensé que no lo lograría... Gracias, Elisa ―le agradeció Adams y recibió su ayuda para ponerse de pie.

―No hay de qué. ―Elisa sostuvo una débil sonrisa.

―¡Cuidado! ―alertó Stuart cuando observó por las cámaras que Sandra estiraba la lengua y se incorporaba.

Adams se percató de la repentina reacción de alarma de Elisa y le arrebató la escopeta. Él mismo realizó el disparo definitivo que arrasó con el resto de la cabeza de Sandra, salvo su mandíbula.

―Por los demás, zorra ―pronunció Adams, denotando su resentimiento, y le devolvió el arma a Elisa. Su comentario fue suficiente para que el resto de agentes sobreentendiera que los otros miembros de su equipo habían muerto.

―Teniente, será mejor que abandonéis el cuartel. Lo aislaré y lo monitorizaré hasta que lleguen los refuerzos ―recomendó Stuart.

―Tienes razón. Al final, los únicos enemigos eran nuestros propios amigos ―expresó Ethan con pena.

Cuando el equipo de Elisa reabasteció la munición de sus compañeros, todos se encaminaron hacia el vestíbulo principal.

Stuart creyó ver una sombra desplazándose por la sala de máquinas, pero no distinguió nada más, por lo que continuó codificando el sellado del cuartel. Llegando al vestíbulo, un inesperado y desquiciado grito de Carlos captó la atención del grupo. Una sustancia amarillenta de características ácidas le consumía medio cuerpo, y era secretada por otra monstruosidad.

Se trataba de Alex, que se había convertido en una aberrante criatura de extremidades anormalmente largas. Le habían crecido dos patas, una a cada lado de la cintura, que estaban en carne viva. Además, el cuello se le había alargado hasta perder las proporciones humanas. En la frente de su espantosa cara, se había creado el orificio por donde liberaba la toxina. Realizando movimientos retorcidos, se desplazaba como un aterrador ser arácnido tras su alimento.

―¡Teniente! ―Tanque se interpuso con el escudo para salvar a Ethan. El baño tóxico cubrió el muro defensivo y fue capaz de fundirlo, por lo que el cabo tuvo que soltarlo antes de que le alcanzara el brazo.

Alex saltó sobre los retales de Carlos mientras los agentes, atónitos, le disparaban. Le aplastó el cráneo de un pisotón, haciendo que estallara a ras del suelo. Luego, chilló y sacudió el horripilante brazo en busca de alguna presa.

Adams apartó a Mei y recibió el impacto en su lugar, saliendo despedido hasta estamparse contra la pared. Leonard y Richard corrieron para socorrerlo a la vez que Tatiana pasaba por debajo del arqueado torso del monstruo con una voltereta y le agujereaba el pecho. Irina, desde un flanco y con el apoyo de James, le reventó la pata con la que pretendía cazar a la francotiradora. Elisa terminó el trabajo fragmentándole los sesos con la escopeta.

―Alex... ―pronunció Adams con dolor mientras Mei lo asistía.

―No quedaba nada de Alex en esa cosa, ni en Sandra ni en Arnold ―expresó Irina, igual de afectada.

―Espero que ahora sí se haya terminado ―comentó Elisa mientras le estrechaba la mano a Tatiana para ayudarla a incorporarse.

―Stuart, ¿qué demonios hacías para no ver esa cosa en las cámaras? —cuestionó Ethan al tiempo que indicaba a sus agentes que abandonaran el recinto.

―Lo siento, jefe —se disculpó Stuart—. Estaba concentrado con el código de aislamiento.

―Adiós, cuartel ―murmuró James con desánimo después de respirar el aire libre.

***

Numerosos furgones blindados de las FOP y de las CES se presentaron en el cuartel. Los agentes se desplegaron rápidamente alrededor de las instalaciones y acordonaron el perímetro. Ethan se ocupó de reportar lo que había sucedido a un alto mando de las CES. Las grabaciones de seguridad avalaron las palabras del teniente, palabras de difícil credibilidad. Mientras todos los accesos al recinto eran controlados, un helicóptero y una unidad de Storm Company aterrizaron en el aparcamiento. A Ethan no le agradó que asumieran el protagonismo.

―¿Qué demonios hace Storm Company aquí, coronel? ―preguntó Ethan de camino al helicóptero tras dejar a su equipo en manos de los paramédicos.

―Esa boca, teniente ―lo riñó el coronel Xavier Clement, un hombre mayor, canoso, pero de presencia imponente―. No he sido notificado sobre esto. Veamos qué quieren.

El equipo de Storm Company, formado por soldados disciplinados y armados hasta los dientes, se preparaba para recibir las órdenes de su líder. Cuando abrieron la puerta del helicóptero, una mujer madura y bella, de largos cabellos rojos y piel ligeramente morena, hipnotizó a muchos con su presencia. Aparte de sus gafas de moldura roja, su reloj plateado y sus cuidadas uñas rojizas, su generoso escote también conquistó algunas miradas. Resultó evidente que era una científica por la bata blanca que cubría parte de sus ostentosas blusa y falda, además de ser la persona al mando.

―Hola, soy la doctora Evelyn S. Harrison, directora de las instalaciones de Storm Company en Land Heart. —Extendió la mano con educación—. Encantada.

―Un placer, doctora Harrison. Soy el coronel Xavier Clement.

―La hemos reconocido ―remarcó Ethan con sequedad y ella rehusó estrecharle la mano al verlo cubierto de sangre―. ¿Qué busca Storm Company aquí?

―Coronel, debería ponerle el bozal a su perro ―enfatizó Evelyn, lanzándole una desafiante mirada a Ethan.

―¡Serás...! ―replicó Ethan, ofendido, pero se contuvo.

―Teniente Ethan, compórtese ―exigió el coronel―. Perdone sus modales, acaba de salir de un infierno. Pero es cierto que nos inquieta su presencia.

―Traigo una autorización firmada por el gobierno. Han solicitado nuestra colaboración directa a raíz de la serie de ataques terroristas que están teniendo lugar. ―Evelyn mostró el documento.

―¿Ataque terrorista? ¡Esos que estaban ahí dentro eran mis compañeros! ¿Insinúa que eran terroristas? ¡Jamás hubieran hecho algo así! ¡¿Cómo explica que se transformaran en monstruos sin conciencia?! ¡¿Qué eran esas cosas?! ―bramó Ethan, indignado.

―¡Por favor, teniente! Si vuelve a perder la compostura, le pediré que se marche ―le impuso Xavier con dureza.

―No se preocupe, coronel. Le dejaré claro a este desinformado lo que ocurre aquí. ―Evelyn lo provocó con su soberbia mirada―. Se ha desatado una epidemia de... locura, llamémosla. Creemos que los terroristas han desarrollado algún tipo de droga que altera el comportamiento de las personas. Lamentablemente, parece que los efectos son irreversibles y que dicha sustancia se propaga como un virus cuando entra en contacto con un organismo vivo. La misión de Storm Company es evitar el contagio y la propagación, así como encontrar una cura.

―¿Una cura? ¿Vuestros tratamientos milagrosos no pueden solucionar esto? ―expuso Ethan con cierto sarcasmo.

―Desafortunadamente, no. Nuestros productos fueron desarrollados para enfermedades existentes, teniente Ethan, no para cosas creadas en laboratorios. Land Heart corre un grave peligro, por si no se ha dado cuenta.

―Por supuesto que me he dado cuenta. Debería haber visto esas cosas ahí dentro. Pero ¿quién podría superar a la famosa Storm Company en avances médicos? ¿Quién podría tener un laboratorio tan sofisticado como Storm Company para crear una droga semejante? ―Ethan pretendía ponerla en evidencia.

―No lo sabemos. Pero si no ha visto las noticias, nuestras instalaciones en Cyrean fueron atacadas por terroristas. Nos robaron. Cualquiera con una mente prodigiosa y estudios podría crear la llave del infierno ―contestó Evelyn, conservando la seriedad.

―Esto no pinta bien ―intervino el coronel―. Díganos toda la información que debamos saber.

―Lo primero ya lo sabéis. Esa sustancia es peligrosa. Lo segundo es que debéis evitar tener contacto físico con personas afectadas. Por alguna razón, la droga se multiplica en el torrente sanguíneo y se vuelve contagiosa a través de la sangre, la saliva y cualquier fluido en general. Si alguno de vuestros hombres ha sido herido por un infectado, debería ser aislado ahora mismo.

―Los que hemos sobrevivido estamos bien. Deja a mis hombres en paz, han tenido suficiente por hoy. Lo que me gustaría que me explicaras es por qué sus cuerpos se transformaron en monstruos y otros hasta caminaban con hoyos más grandes que sus cabezas ―exigió Ethan.

―Como quieras... —Evelyn alzó las cejas—. Eso no lo sabemos con claridad. Quizás la droga cause mutaciones a raíz de su propagación por la sangre, creando nuevas células y nuevos tejidos para seguir multiplicándose. Y si caminan con hoyos como los que dices, supongo que los impulsos neuronales los mantienen en pie. Así son las drogas, ¿no? Te estimulan y te conducen a los extremos. ―Esbozó una leve sonrisa―. También buscamos a un traidor de Storm Company. Este sujeto engañó a la compañía, escapó y no dudamos que esté involucrado en los ataques terroristas.

―¿De quién se trata? —preguntó Xavier con interés—. No hemos recibido ninguna información sobre ningún sospechoso.

―Su nombre es Evan Smith. Tratamos esta información con discreción. No queremos que él descubra que vamos tras sus huellas. Cualquier cosa que sepáis sobre él, agradeceríamos que nos la notificarais.

―De eso se encargará la ley, doctora. Si localizamos a ese tal Evan Smith, nosotros nos ocuparemos ―remarcó el coronel con firmeza.

―Como queráis, pero tened presente que es un hombre tan peligroso como esa droga ―advirtió Evelyn con aura siniestra―. Si me disculpáis, he perdido mucho tiempo con esta charla. Mis hombres tienen trabajo. Tenemos que recoger todos esos cuerpos y poner esta zona en cuarentena. Coronel, ¿sería tan amable de indicarles a sus soldados que faciliten el trabajo a los míos?

―De acuerdo. Terminemos con esto. Ethan, hablaremos luego. Ustedes, venid conmigo. ―Xavier guio a los soldados de Storm Company.

―No me fío de ti. Tengo la sensación de que no has contado toda la verdad ―escupió Ethan al quedarse a solas con ella.

―Eres un hombre obstinado, ¿verdad? He dicho lo que sé. Vosotros colaboráis y yo colaboro. Así funcionan las cosas.

―Conozco a la gente como tú. Disfrutas mandando a los demás a hacer el trabajo sucio. Te sientes poderosa en tu puesto de directora, teniendo el mundo a tus pies. En realidad, te importa tres pimientos lo que le haya pasado a esa gente. Lo único que deseas es experimentar, obtener resultados que luego puedas vender a un precio elevado. Si hubieras estado un simple minuto con esas criaturas ahí dentro, seguro que te habrías meado encima.

―¿No tenías a nadie más con quien tomarla? Odio que me juzguen a la ligera. Me encantaría abofetearte, pero no me comportaré como una perra rabiosa igual que tú. Normalmente no perdería el tiempo con una persona prejuiciosa como tú, pero por lo que has hecho aquí creo que puedo darte una oportunidad. Cena conmigo esta noche y conóceme de verdad ―le propuso Evelyn, desconcertándolo.

―¿Qué es esto, una broma? ¿Me tomas por idiota? ―dudó Ethan.

―No, Ethan. Lo digo de verdad. Esta es mi tarjeta. Si quieres romper con tus prejuicios, llámame. Ahora, si me disculpas, tengo trabajo que hacer ―concluyó Evelyn y, tras entregarle la tarjeta, se marchó con una sonrisa en los labios.

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