Cénit (Sol Durmiente Vol.3)

By AlbenisLS

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Tercera Parte de la Trilogía "Rosa Inmortal". El mundo de Rosa Arismendi es completamente diferente al de hac... More

En algún lugar del bosque. Octubre de 1988.
Capítulo 1: Puerto La Cruz, Venezuela. Octubre de 1988.
Capítulo 2.
Capítulo 3.
Capítulo 4.
Capítulo 5.
Capítulo 6.
Capítulo 7.
Capítulo 8
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14.
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20.
Capítulo 21
Capítulo 22.
Capítulo 23.
Capítulo 24.
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28: Cielo.
Capítulo 29: Infierno
Capítulo 30: Eternidad
Capítulo 31.
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36

Capítulo 9

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By AlbenisLS

Tres días habían pasado desde que Héctor y Lucía Bolívar habían visto a su hermano Cristóbal saltar del avión privado de su familia hacia el vacío de la noche. Tres días durante los cuales, por más esfuerzos que pusieron de su parte, no lograban dar con algún rastro de su paradero.


—Él no pudo desaparecer así como si nada—. dijo Héctor, quien se encontraba en la sala de la mansión color ámbar. Estaba recostado sobre uno de los muebles largos, observando a través de los amplios ventanales las nubes grises que se arremolinaban en el cielo, anunciando la terrible tormenta que estaba por venir.


—Créeme querido, yo tampoco entiendo por qué no podemos comunicarnos con él. Cristóbal jamás había bloqueado sus pensamientos de esa forma. Es impenetrable—. admitió Lucía, quien se recogía sus largos cabellos castaños en una cola de caballo, mostrando su pálido cuello. Ella estaba de pie, pues los nervios le impedían doblar su cuerpo para lograr sentarse.


Era extraño que desde el momento en el que Cristóbal se había dado cuenta de las intenciones de Héctor de llevarlo ante Marianne, éste cerró su mente en un muro incluso más potente que el que ya de por sí tenía luego de que Rosa se fuera.


—Creo que fue un error haber sugerido ir por Marianne a Hungría. Ni siquiera estoy seguro de que aún se encuentre allí. Hace más de veinte años que no se de ella— dijo Héctor, incorporándose en su asiento y frotándose la cara con ambas manos en un gesto agobiante.


Ambos habían decidido suspender el viaje a Budapest para dedicarse a buscar a su desaparecido hermano. Después de haberlo pensado mejor, no había sido una de las mejores ideas haber mencionado el nombre de su creadora frente a Cristóbal, porque tanto Lucía como Héctor sabían la razón por la que el tercer vampiro integrante de su clan había dicho que prefería la muerte antes que toparse de nuevo con Marianne.


—Estabas haciendo lo que considerabas mejor, Héctor. Pero tenías que recordar que Cristóbal odia a Marianne.— dijo la mujer, en un intento de consolar a su marido. Se acercó a él y le presionó su cabeza contra su vientre, abrazándolo. Dedicó una mirada atenta hacia afuera, donde las señales de mal tiempo empeoraban.


—Lo sé Lu, pero ¿qué quería que hiciera? Por lo menos logré sacarlo de su inanición— Héctor miró a su esposa desde abajo, observando los suaves rasgos que lograron que se enamorase de ella. Suspiró y se puso de pie, donde de nuevo miró a través de la ventana y puso un gesto incómodo ante la vista, por lo que su esposa le imitó.


El clima afuera comenzaba a ponerse turbulento, según lo que podían observar ambos inmortales bajo la seguridad de un techo que los había protegido durante casi ochenta años.


—Esta tormenta no es normal— dijo el hombre caminando con lentitud hacia el amplio cristal de la ventana.


— Ay Héctor, no me asustes. Ya tenemos suficiente con todo esto que está sucediendo. Pero creo que tienes razón ¿las brujas están detrás de la tormenta?— Lucía le acompañó y se acercó hasta la ventana hasta el punto que su nariz casi tocaba el cristal.


—No lo sé. Ya no entiendo nada, Lu. La advertencia de Alaysa fue demasiado real, vi en sus ojos que hablaba en serio. Si no encontramos una forma de detener lo que está en marcha, creo que nos tendremos que ir de San Antonio para siempre—


—¿Irnos? Si este ha sido nuestro único hogar— Lucía suspiró de tristeza.— No quiero irme de Venezuela. Ya me acostumbré a vivir aquí y hasta tenía pensado en cambiar el aspecto de la casa nuevamente—


Aquella mansión había sufrido remodelaciones en numerosas oportunidades a lo largo de las décadas, pues cada vez que los Bolívar decidían regresar a San Antonio, Lucía se quejaba de que la casa era muy antigua.


En 1890, cuando la carretera que actualmente unía a San Antonio con Caracas no tenía planes de existir y el pueblo era menos que una simple villa de agricultores, los Bolívar llegaron a ese neblinoso lugar con las intenciones de habitarlo. Fue en ese entonces cuando surgieron los rumores.


Entre los pobladores se había esparcido el terrible temor de que durante las noches de niebla que constantemente asediaban a San Antonio, criaturas de aspecto humano y sedientas de sangre se alimentaban de cualquier alma solitaria que estuviera en el lugar y momento adecuados.


Durante aquellos años, los cuatro vampiros se hacían pasar una familia de ricos empresarios españoles que vieron potencial en el pueblo debido a su cercanía con la capital y quienes hicieron del pueblo una fuente importante de alimentos para la Caracas del inicio de la edad de oro. Gracias a los Bolívar, el servicio eléctrico fue instaurado en el pueblo y viendo que podría convertirse en un verdadero hogar para ellos luego de tantos años vagando por el mundo sin algún rumbo, pensaron en declararlo su territorio.


Era casi perfecto, hasta que descubrieron que muy cerca del pueblo, en algún lugar en las profundidades del bosque, se encontraba un aquelarre de brujas. Entre ellos y la reina se establecieron los límites de su territorio


Podrían vivir allí cuando quisieran y como quisieran, bajo cualquier personalidad, conviviendo con el resto de los agricultores, mas sin poder alimentarse de ellos para guardar las apariencias y no espantar a la comunidad. Además, por su ubicación y su clima nublado se les hacía sencillo poder alimentarse en Caracas y volver al pueblo caminando bajo el cielo gris y libre de sol.


En menos de un año los Bolívar eran una de las familias más queridas en San Antonio, pero se vieron en la triste necesidad de abandonarlo cuando, al pasar el tiempo, todos en el pueblo se cuestionaban la buena apariencia y la juventud de los cuatro jóvenes empresarios. Por lo que aprovecharon el terrible Golpe de Estado de 1908 para desaparecer de Venezuela sin dejar rastro, rumbo a Argentina.


—Es nuestra única opción. Es irnos o enfrentar el desastre inminente. No podemos enfrentar a las brujas nosotros dos. Ni siquiera yo soy tan fuerte como para hacerle frente a Alaysa y su aquelarre— admitió Héctor, cerrando sus ojos verdes ante la idea de irse. Él tampoco quería irse. Amaba el pueblo y aún les quedaban varios años antes de que los habitantes volvieran a preguntarse el por qué los Bolívar parecían no envejecer.


—Alaysa desconoce lo que nosotros sabemos. Ella no sabe que no es nuestra culpa lo de los asesinatos. Debemos hablar con ella, Alaysa...—


—¡Ella no va a razonar con nosotros!— le interrumpió Héctor a Lucía en un tono de voz potente que denotaba su nerviosismo. El vampiro se pasó rápidamente las manos por sus cabellos color miel— Disculpa por gritarte, Lu—


—No te preocupes, cielo. Sé que no lo hiciste a propósito— le respondió Lucía, dándole un beso en la mejilla a su amado esposo.—Debemos irnos, pero antes hay que hallar a Cristóbal—


—Eso es obvio. No nos moveremos del país sin saber que Cristóbal está bien— Héctor miró a su esposa con detenimiento.


Él amaba a su familia como a nadie en este mundo, y si algo le llegara a suceder a alguno de ellos por su culpa, nunca se lo perdonaría. Si tuviera que quedarse a observar las consecuencias del caos que su antiguo hermano Ariel había causado el tranquilo pueblo de San Antonio hasta estar juntos los tres nuevamente, él lo haría sin pensarlo. Después de todo, él era el más antiguo de la familia, el hermano mayor, y su actitud de capitán de barco no le había abandonado incluso después de casi cuatrocientos años.


Héctor tomó un largo respiro y abrazó a su esposa, quien le devolvió el abrazo cariñosamente. Fue en ese instante que ambos sintieron una presencia dentro de sus mentes. Una que habían estado esperando desde hacía días.


"Héctor..." al principio fue un susurro, pero claramente se trataba de la voz de Cristóbal Bolívar "Lucía..."


"¡Hermano! ¿dónde estás?" inquirió Héctor, abriendo sus ojos por la repentina aparición de su hermano.


"Estoy bien." dijo la voz de Cristóbal, que parecía rebotar dentro de la caja craneana de ambos vampiros.


"Cristóbal, querido ¿dónde estás? Vamos por ti de inmediato" Lucía estaba sorprendida de igual forma que su esposo, y casi lloró al escuchar su voz.


"No hace falta. Voy camino al pueblo." sonó de nuevo la voz profunda y grave de Cristóbal por última vez dentro de sus cabezas, para luego desaparecer.


—De nuevo volvió a bloquearse— soltó Héctor en un ataque de emociones que no sabía si se trataba de alegría, miedo o rabia al verse incapaz de volver a entablar una conversación con Cristóbal.


—Él viene en camino, querido. Nos dijo que regresaba. Cristóbal siempre dice la verdad— Lucía le tomó de la mano y sonrió, en un intento de tranquilizar al manojo de nervios en el que se había convertido su esposo.


Héctor había asumido el liderazgo del clan Bolívar desde que Marianne los abandonó a su suerte, muchos años atrás. El hecho de que en las situaciones de "paz", el hombre rubio se comportara de forma jovial y en cierta forma relajada ante la vida, no implicaba que en momentos en los que la seguridad de su familia se encontraba en riesgo se convirtiera en un ser preocupado y ansioso. Por suerte, Lucía estaba allí para hacerlo razonar.


Aproximadamente veinte minutos pasaron mientras ambos vampiros esperaban pacientemente el regreso de su hermano, cuando de repente algo sucedió. Las luces de la casa comenzaron a parpadear de manera intermitente por un rato, hasta que finalmente se extinguieron.


—¿Qué fue eso?— preguntó Héctor, que fijaba su vista en la enorme lámpara que colgaba de la sala.


—No sé, pero dudo que sea un apagón natural. Esto tiene que ver con las brujas— Lucía frunció el ceño. Había dicho que era culpa de las brujas, pero lo que en realidad había querido decir era que había sido culpa de Ariel. Muy dentro de ella, sabía que aquel sádico vampiro había cambiado. Al compartir la misma sangre, todos los Bolívar podían sentir cosas acerca de los otros. Incluso de Ariel, quien aunque había roto el lazo del clan seguía siendo "hijo" de Marianne.


La puerta de la casa se abrió y tanto Héctor como Lucía se dieron la vuelta para observar a quien había regresado. Cristóbal tenía mucho mejor aspecto que la última vez que lo vieron. No parecía un cadáver viviente, sino que su piel volvía a estar tersa y lozana. Se había alimentado recientemente, pues sus ojos azul oscuro brillaban con intensidad.


—¡Ya era hora!— exclamó Héctor, sonriendo y apareciendo al lado de Cristóbal. Lo rodeó por el cuello con un brazo y lo introdujo a la casa mientras le daba palmadas en el estómago con la otra mano.


Cristóbal sonreía levemente y aún caminaba con cierta lentitud, pero era una alivio volverlo a ver de pie, moviéndose, vivo.


—No tienes idea de lo mucho que nos habías preocupado— dijo Lucía, quien abrazó a su hermano. Cirstóbal quedó inerte por algunos segundos, pero luego le devolvió el gesto.—Héctor casi se arranca los cabellos—


—¡Hey!— dijo Héctor, y Lucía y Cristóbal sonrieron, mostrando unos dientes sobrenaturalmente blancos.


—¿Dónde estuviste durante estos tres días?— preguntó Lucía, quien llevaba a su hermano directo hacia el sofá, donde luego estuvieron sentados los tres. Había sido un alivio volver a estar reunidos. No era habitual entre los Bolívar pasar más de un día solos y sin comunicarse.


El hombre de cabello negro cerró los ojos y suspiró. Al principio, le costó comenzar a emitir palabras, pero luego de una paciente espera, habló.


—En las calles. No paraba en ningún lugar, me mantuve en las sombras todo el tiempo, como hacíamos antes de crear esta imagen falsa de herederos de empresas. Por primera vez en años, me sentí libre. Estaba harto de fingir ser lo que no soy. Soy vampiro, una criatura de la noche. No soy ningún empresario heredero de una gran fortuna— su voz sonaba igual como de costumbre, pero algo había cambiado en ella. Había crueldad.


—Pero esto lo ideamos entre todos. Habíamos pensado que era lo mejor si queríamos llevar una vida normal— dijo Héctor, consternado. Sus cejas castañas estaban casi unidas.


—Lo sé. Por eso fue que regresé— dijo Cristóbal, suavizando su voz llevándola a un punto en que se mostró todo el cariño que le tenía a su familia.— Luego que tuvieras la gran idea de buscar a Marianne, había pensado en cometer la atrocidad de abandonar el clan, ¿pueden creerlo?—


Héctor estaba sorprendido. Tan fuerte había sido su reacción que de verdad había pensado en romper su unión con el clan.


—Pero luego pensé en que no era la mejor solución. Ustedes son mi familia. No puedo abandonarlos y dejar en sus manos esto que está sucediendo por mi culpa—


—No es tu culpa, querido—


—En parte sí lo es, Lu. De haber sido sincero con Rosa desde un principio, nada de esto habría sucedido. Ahora tengo que enmendarlo todo. Voy a llamarla y a decirle que me perdone—


—Pero si fue ella quien te dejó. ¿No debería ser ella la que debería estar de rodillas pidiéndote perdón? Además, ni siquiera sabes si está en su casa. Rosa es indetectable— dijo Héctor, y los otros Bolívar le miraron. Al cabo de un minuto, Cristóbal reanudó la conversación.


—Sí, ella fue quien me dejó. Pero fue por mi culpa. Yo fui un tonto con Rosa, no le expliqué nada de lo que sucedía y tuvo que arreglárselas sola. Ahora, lo único que me me interesa es saber que ella es feliz—


En ese preciso instante, Cristóbal abrió sus ojos hasta que casi se salieron de sus órbitas. Pudo sentir cómo dentro de él salía una fuerza similar a una corriente eléctrica que atravesaba todas las distancias y obstáculos, como si un rayo destructor hubiese sido disparado desde su pecho hacia un lugar soleado y rodeado de playas, en donde se encontraba una mujer de cabellos negros sentada en un sofá de lo que seguramente se trataba de su casa.


—¿Qué te pasa?— preguntó Lucía, asustada por la expresión de asombro en la cara de su hermano.


—Puedo sentirla. A Rosa— dijo, aún impactado por la sensación tan extraña que se había apoderado de él. No había sido la primera vez que Cristóbal había sentido aquello con Rosa. Un año atrás, cuando buscaba entre los resúmenes curriculares de varios aspirantes a la gerencia de la editorial, en el momento en el que Cristóbal tomó entre sus largos y pálidos dedos la hoja con la información de aquella chica guapa y de mirada penetrante llamada Rosa Arismendi, ese mismo rayo plateado se había dirigido hacia ella, pudiendo sentirla e incluso ver un atisbo de dónde estaba.


Esa había sido la razón por la que el vampiro le insistió tanto a sus hermanos que ella, una periodista sin ningún tipo de experiencia editorial o profesional, debía convertirse en gerente.


—Eso significa...— susurró Héctor, cuya cara estaba sombría y nuevamente nerviosa.


—Que Rosa está en peligro. Las brujas y Ariel podrán encontrarla— terminó de decir Cristóbal, poniéndose de pie y mirando a sus dos hermanos con decisión. En aquellos tres días, el hombre alto de mirada oscura había cambiado de una manera trascendental.


—¡Oh, no!— exclamó Lucía en una expresión de terror.


—Es hora de terminar con todo esto de una vez— dijo Cristóbal con decisión en su voz, sonando tan fuerte y peligroso como lo podía ser un vampiro de casi doscientos años.— Hay que capturar a Ariel y entregárselo a Alaysa—





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