𝗢𝗡𝗘 𝗦𝗛𝗢𝗧𝗦 | hamilton

By summeddows

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━━━ ⚖️ ❛𝗢𝗡𝗘 𝗦𝗛𝗢𝗧𝗦❜ | hamilton. "Look around, look around. Look at where you are, Look at where you... More

𝗢𝗡𝗘 𝗦𝗛𝗢𝗧𝗦
✧ 𝟬𝟮 ❛𝗪𝗛𝗔𝗧 𝗪𝗢𝗨𝗟𝗗 𝗛𝗔𝗣𝗣𝗘𝗡 𝗜𝗙...?❜ hamgelica
✧ 𝟬𝟯 ❛𝗡𝗘𝗪 𝗟𝗢𝗩𝗘 (𝗙𝗥𝗜𝗘𝗡𝗗𝗦𝗛𝗜𝗣)❜ laugelica

✧ 𝟬𝟭 ❛𝗛𝗘𝗟𝗣𝗟𝗘𝗦𝗦❜ john laurens

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By summeddows

❛HELPLESS❜
john laurens x oc!female

INVIERNO, CIUDAD DE NUEVA YORK, BAILE, INDEFENSA. Cuatro palabras que se habían vuelto bastante destacables en mí memoria desde aquella noche, dónde todo se me puso de cabeza. Claro, no pretendo que la gente o la historia se fije en este suceso cuando durante casi toda mí existencia estuve rodeada de personajes históricos que hicieron muchas más cosas que yo, por eso me tomo la molestia de contarla yo misma.

Mis hermanas y yo adorábamos pasear por la ciudad y observar a los estudiantes, a los jóvenes, las ideas y nuevos movimientos que se generaban conforme la revolución se acercaba.

En especial Angelica, mí hermana mayor.

Éramos cuatro hermanas : Angelica, Elizabeth (Eliza), Margarita (Peggy), y finalmente yo, Donatella, aunque la mayoría optaba por llamarme Della.

¡Las hermanas Schuyler!

Creo que muchos nos conocían, ya que éramos hijas de Phillip Schuyler, un hombre adinerado y reconocido en la ciudad.

Una vez que estalló la guerra en busca de la independencia él no dudó en ir a pelear, y eso nos dió cierta libertad, pero tampoco podíamos abusar de ella. La ciudad entera de Nueva York estaba al tanto de nuestras vidas y cualquier cosa que hagamos se convertiría en un chisme que rápidamente llegaría hasta sus oídos en el campo de batalla.

Pero cuando llegó el invierno y la invitación al baile que cambiaría nuestras vidas, hicimos caso omiso a todo chisme que pudiera surgir y fuimos sin importar lo que dirían.

La fiesta estaba llena de rebeldes, soldados jóvenes y alguna que otra figura importante de autoridad o de alta clase social.

El ambiente era estupendo, todos bebían, comían, bailaban, reían, y la banda tocaba sin detenerse.

Angelica destacaba entre todas las damas del lugar, y llamaba la atención más que cualquiera. Tenía a un montón de muchachos tratando de conseguir su atención, y varios soldados jóvenes que consiguieron una noche para divertirse la observaban desde lejos.

Supongo que porque algunos ya sabían quién era nuestro padre y no se atrevían ni a pedirle un baile.

Eliza, Peggy, y yo estábamos en una esquina de la habitación, riéndonos de cómo nuestra hermana mayor era continuamente emboscada por diferentes muchachos mientras intentaba llegar a dónde estábamos nosotras.

—En poco tiempo se enojara y empujara a uno de ellos —dijo Eliza.

Peggy y yo asentimos a la vez, con una sincronización rara que nos hizo reír.

Seguimos riendo y viendo los intentos de Angelica de sacarse de encima a los tipos coquetos, cuándo dos figuras entraron a la habitación, captando nuestra atención.

Y cuando digo “nuestra” me refiero a la atención de Eliza y a la mía.

Peggy siguió riendo, pero ya no escuchaba, no escuchaba a nadie en general. Fue como si todo se desvaneciera de repente, y lo único que podía escuchar eran los latidos de mí corazón y mí sangre bombear, creando un zumbido en mis oídos.

Mis mejillas se pusieron rojas, y sentí todo mí rostro calentarse.

Dos soldados jóvenes entraron a la habitación, abrazados y riendo, demostrando que claramente eran amigos. Las casacas azules de su uniforme los hacían pasar desapercibidos entre todos los otros soldados, pero sería imposible que no se distinguieran de una forma u otra.

Los mire con atención, y admire con el rostro colorado a uno de los dos, más específicamente al muchacho de pecas, ya que él me había llamado completamente la atención.

Eran guapos, y estoy segura de que lo sabían, ya que captaron la atención femenina solo riendo y bebiendo con sus amigos.

—¿Por qué se quedaron en silencio?, ¿Qué sucedió? —preguntó nuestra hermana menor, con rostro preocupado.

Nos habíamos quedado en silencio de repente e ignoramos totalmente a la pobre Peggy.

Me sentí mal de inmediato.

—Nada, solo me distraje —conteste y le sonreí, tratando de transmitirle tranquilidad.

—Me sucedió lo mismo y deje de prestar atención, nada más —Eliza también le sonrió.

Peggy solo se encogió de hombros y dejó el tema ahí, pero no volvimos a hablar. Estábamos las tres en la misma esquina, pero todo se volvió silencioso entre nosotras, y nuestra hermana menor era la única que seguía soltando risitas mientras miraba a algunas personas hacer el ridículo.

Poco a poco me acerqué a Eliza, tomándola del brazo.

—¿Con quién intentas cruzar miradas? —le pregunté en un susurro.

Con la cabeza señaló sutilmente a uno de los muchachos que había visto, más específicamente al que tenía una pequeña barba y unos ojos brillantes.

Suspiré aliviada al ver qué no era el que me había llamado la atención a mí.

—¿Y tú a quién miras con tanta atención? —ella me devolvió la pregunta, también en un susurro.

Ahora fue mí turno de señalar con la cabeza.

Ambas sonreímos emocionadas.

—¿Cómo podremos acercarnos?

Eso asustó de inmediato a Eliza.

—No, no. Yo no podría, no tendría el valor de acercarme como si nada.

Asentí, sabía que tenía razón, yo tampoco podría, me avergonzaría de inmediato y antes de formular una oración ya estaría corriendo para alejarme de cometer un error.

Guardamos silencio nuevamente, pero ahora las dos mirábamos en una misma dirección y suspirabamos, mirándolos como si hablarles fuera algo que no estaba a nuestro alcance, y así nos sentíamos.

Angelica llegó junto a nosotras, tambaleante.

—Acabo de conocer a alguien que Iguala mi intelecto-...—se calló abruptamente al notar nuestras expresiones — ¿Qué les sucede?

Nuestra hermana menor se encogió de hombros y Angelica nos miró de vuelta, notando algo en nosotras que pareció descolocarla.

Ella vió lo que nosotras sentíamos en ese momento. Ella se dió cuenta de que nos sentíamos indefensas, y siguió nuestra mirada, viendo directamente a los dos amigos que bebían e ignoraban nuestras presencias.

Eliza al notar que Angelica se había dado cuenta, se acercó emocionada a ella y la tomó del brazo.

—Ese es mío —la escuché susurrar.

Los ojos de la morena parecieron cristalizarse, pero de igual forma le sonrió a Eliza, y se soltó de su agarre, comenzando a cruzar la habitación.

Entre en pánico.

—Oh por dios, ¿Que está haciendo?

Eliza me miró, luciendo igual de asustada —Ya termine, este es el fin —dramatizo, nerviosa.

Angelica llegó hasta ellos y le tocó el hombro amablemente a uno de los dos, y le habló por un momento como si lo conociera.

Comencé a unir los puntos en mi mente, y no me gustó para nada el pensamiento que me invadió.

La vimos hablar con él y pronto su amigo, el muchacho de pecas que había dado vuelta a mi corazón en unos pocos minutos, también se involucró en la conversación, y cuando menos lo esperaba, ¡Pum! Ambos voltearon hacía nuestra dirección.

Su sola mirada me hacía sentir indefensa, y mis manos comenzaron a temblar.

Eliza a mi lado estaba igual o peor, nunca podría decir quién de las dos estaba más nerviosa en ese momento.

Agarrados del brazo, Angelica camino con los dos soldados hacía nosotras, y comencé a sentir mi rostro enrojecer. La sangre subía a mis mejillas y mi respiración se dificultaba por cada paso que daban.

Los escuché hablar.

—¿A dónde me llevas?

—Estoy a punto de cambiar tu vida.

—Entonces, lidera el camino —le sonrió.

Finalmente llegaron hasta nosotras y Peggy se hizo a un lado, un tanto incómoda por la situación.

Ella apenas estaba ingresando a la edad de los cortejos, y todavía aborrecía tener muchachos cerca de ella.

No sabía que decir, las palabras se me habían escapado y mi cerebro no podía formar dos frases coherentes que sonarán bien para presentarme.

Eliza se apresuró, y se presentó primero.

—Elizabeth Schuyler, es un placer conocerte —tomó la mano del muchacho de lindos ojos y la estrechó.

La confusión se reflejaba en su rostro.

—Schuyler? —miró confuso a Angelica.

—Mis hermanas —nos presentó.

Sin saber que hacer y temiendo quedarme atrás, sonrojada y nerviosa, decidí decir algo.

—Gracias por todo su servicio —dije, haciendo referencia a su trabajo en el frente de batalla.

Su mirada se encontró con la mía, y una sonrisa se extendió en su rostro. Tomó mi mano y dejó un casto beso en ella, haciéndome perder el aliento.

—John Laurens —se presentó.

—Donatella Schuyler —me presente también.

Sus pecas parecían estrellas con la iluminación de las velas, y quedé embelesada por su sonrisa.

—Los dejo solos —Angelica soltó una risa forzada y se alejó con Peggy a su lado.

La conversación fluyó sola, aunque gracias a los nervios parecía más tímida de lo que era, y me quedaba callada en varios momentos dónde no sabía exactamente qué decir. Sin embargo, él tenía algo que decir siempre para esos huecos dónde había silencio, y pronto nos alejamos de Eliza y su amigo Alexander, para hablar con más tranquilidad.

John era un joven noble y de ideales claros con una sonrisa encantadora. Sin importar el tema del que estuvieses hablando él escucharía, y si tú lo escucharás quedarías maravillado por todos los planes y sueños que alberga en su mente.

Por cada minuto de la noche que transcurría a su lado me sentía más y más maravillada con todo lo que él era, y comenzaba a temer la hora en la que la fiesta se terminará.

Al momento de salir al porche y sentir el aire frío de la noche, comencé a relajarme aún más. Sin las miradas ni los susurros me sentía más cómoda, y a este paso ya había tomado confianza.

—A veces me pregunto si la guerra pondrá fin a todo tipo de privación de la libertad —comenté, casi al final de la noche, luego de dejar mis nervios de lado —Esta es una lucha por la libertad de las colonias, para tener independencia y alejarnos de la monarquía. Pero ignoramos completamente que dentro de todo, por más que nos independicemos, seguirá habiendo muchos hombres, mujeres y niños esclavizados, sin poder soñar siquiera con la libertad para su descendencia.

Sus ojos reflejaron emoción.

—Nunca pensé encontrar a alguien que pensará igual que yo…—murmuró, antes de sonreírme —Alexander y yo estamos escribiendo ensayos contra la esclavitud, sin embargo todavía no es algo muy relevante o que nos pueda servir de ayuda. Uno de mis mayores sueños es tener el primer batallón negro a mi cargo, y poder condecerle la Libertad y los mismos derechos que nosotros poseemos.

La banda dejó de tocar, y la música dejo de escucharse.

La fiesta había terminado.

Ví a mis hermanas acercarse. Peggy hablaba entusiasmada mientras que Angelica la escuchaba cabizbaja, por otro lado, Eliza y Alexander salieron tomados del brazo, sonrientes.

—Ya tenemos que irnos —informo mi hermana mayor, sacudiendo su vestido naranja —Alexander, Laurens, fue un placer conocerlos. —ella les sonrió de forma forzada, aunque tratando de parecer amable.

La gente comenzó a irse también, y de reojo ví a Eliza despedirse de Alexander mientras él dejaba un pequeño beso en el dorso de su mano.

Solté un suspiro. No pensaba que la noche se acabaría tan rápido.

John me tomo de la mano, trayendome a la realidad de nuevo. Apenas pude reaccionar cuando sentí sus cálidos labios dejar un pequeño y suave beso en el dorso de mi propia mano.

Me sonroje de inmediato.

—Espero poder mantener el contacto contigo —me sonrió —Tratare de escribirte una carta pronto, y supongo que Alexander hará lo mismo con tu hermana.

—Entonces esperaré esa carta con ansias.

Eso fue lo último que dije antes de que esa noche finalizará, pero el recuerdo siempre quedó en mi mente, pues fue una noche preciosa para mí. Nunca olvide su sonrisa, el brillo en sus ojos o sus pecas esparcidas a lo largo de todo su rostro.

Desde ese entonces pasé de tener días aburridos a tener días de ensueño. Cada que veía la correspondencia llegar me precipitaba escaleras abajo emocionada, a la espera de que Angelica leyera el remitente y nos entregara la que era para cada una.

A la par que llegaban cartas de John, también llegaban cartas de Alexander, y la emoción era tan grande que incluso olvidé que quizás la sonrisa de Angelica cuando Eliza leía sus cartas era falsa.

Las cartas de Hamilton eran como poesía : largas pero hermosas. Sus versos y las palabras que utilizaba eran increíblemente bellas, y la expresión ilusionada y enamorada de Eliza eran lo que aquellas cartas querían conseguir, era notorio.

En cambio, las cartas de Laurens no sé enfocaban tanto en halagarme o tratar de conseguir mi admiración. Me contaba cosas y me comentaba sus ideas para planes futuros, y siempre, casi al final de cada carta, dedicaba unas breves líneas a las palabras románticas y a despedirse diciendo que ansiaba volver a verme pronto.

Al comparar el panorama a veces me costaba entender por qué aquellos dos eran tan amigos, si incluso en sus cartas se reflejaba lo diferentes que eran.

El “cortejo” duró poco, ya que apenas nuestro padre tuvo un descanso y regresó a casa, los dos amigos vinieron a realizar una visita y a pedir, cada uno, nuestra respectiva mano. La idea no me disgusto. A ese paso ya estaba lo suficientemente enamorada y dispuesta a casarme, además, entendía perfectamente que el apuro se debía a que ellos podían morir en cualquier momento debido a la guerra.

Mi padre les ofreció una cena, mientras que mis hermanas y yo estábamos estresadas en la sala de estar, ya que nunca ví a mi padre tener un rostro tan poco expresivo en mi vida.

Trate de no llorar y tranquilizarme a mí misma, diciéndome internamente que todo saldría bien, mientras ellos cenaban, bebían y conversaban.

Primero Papá escuchó a Alexander, antes de caminar hacía él, estrechar su mano y decirle “Sé sincero”, concediéndole su bendición. Cuando él voltea a ver a Eliza, todas festejamos con ella, emocionadas.

Pero cuando nuestro padre dirigió su mirada a John, sentí que en cualquier momento podría desmayarme del miedo.

—Todavía no tengo claro cuáles son sus intenciones, joven Laurens.

Mi padre imponía miedo y respeto cuando se lo proponía, y sabía perfectamente que lo estaba haciendo a propósito para probar su resistencia.

—Señor, con todo el respeto que siento por usted, tanto dentro como fuera del campo de batalla, quiero pedirle la mano de su hija Donatella en matrimonio —sentí un escalofrío recorrer mi espalda al escuchar esas palabras —Como ya le dijo mi buen amigo Alexander, no estamos seguros de cuánto tiempo podamos vivir mientras la guerra continúe, y si he de morir, espero hacerlo después de haberme casado con la joven que capturó completamente mi corazón.

Papá le estrechó la mano mientras que mi corazón se detenía y el aire se escapaba de mis pulmones.

—Solo hazla feliz, hijo.

Ante el apodo cariñoso sentí que volvía a la vida, y sin medir mi emoción me levanté y fui rápidamente a darle un abrazo a mi padre, alegre de que le haya concedido la bendición.

¡Me iba a casar!

Esa fue la mejor de las noticias para mí pobre corazón, y antes de que ellos se fueran de nuevo, me tomé un tiempo para hablar a solas con John, pues sabía que no lo volvería a ver hasta que finalmente se celebrará el final apropiado para el cortejo : la boda.

—¡Estoy tan ilusionada! —confesé, feliz —Nunca me imaginé que mi padre dijera que sí, por más que confesarlo sea confesar que de cierto modo dudaba de su compasión por nosotros. Ahora que ha dicho que sí, no sé cómo puede caber tanta felicidad en mi cuerpo.

Me sonrió, enternecido por mi reacción.

Delicadamente acomodo uno de los mechones de mi cabello que se había escapado de su lugar, y me congelé por un instante.

—Della yo…—soltó un suspiro —Tengo muchos sueños y planes que van más allá de un matrimonio, lo sabés. Vengo de una familia adinerada, y mientras esté vivo prometo que no te faltará nada, aunque quizás mi presencia a tu lado no sea constante, y eso es algo que espero no te haga más infeliz que siendo la esposa de un hombre común.

Me quedé callada, pero observé su rostro detenidamente, y pude ver la sinceridad en sus facciones. Me estaba diciendo la verdad, lo sabía. Yo estaba consciente de todo lo que él quería lograr, y probablemente para conseguir aquello su presencia sería escasa.

Le sonreí de nuevo, con dulzura.

—Lo supe desde que te conocí, y no tengo ningún problema con ello —tomé su mano —Siempre y cuándo tenga la certeza de que te mantendrás vivo y de que cuando cumplas tus metas regresaras a casa.

Sus ojos brillaron y sentí que no me hacía falta nada más. ¿Sería difícil? Sí, pero en ese momento no quería pensar en nada más que no fuera sus ojos o su sonrisa.

No diría que sentí mariposas en el estómago, pero sí puedo decir que en ese momento los nervios me nublaban todos los sentidos.

—No quiero faltarte el respeto.

—No lo harás —le garantice.

Lentamente se fue acercando, y sabía que probablemente mis hermanas estaban detrás de alguna ventana observando todo. Use ese pensamiento para calmarme, por más que no hubiera sido el apropiado para cuándo estás a nada de dar tu primer beso.

Lento y despacio, como si tuviera miedo de asustarme, se fue acercando, y cuando estuvo lo suficientemente cerca como para que su respiración choque con la mía tímidamente me tomó de las manos.

Mi respiración se detuvo por un instante, cuando él finalmente cortó la distancia entre nosotros.

Mi cuerpo estaba rígido por los nervios y la sorpresa, pero poco a poco comencé a relajarme ante la suavidad de sus labios y la lentitud de su beso. Sus manos estaban entrelazadas con las mías, dándome una sensación de seguridad para atreverme a corresponder. Y eso hice, lo bese, con la poca experiencia que podía tener, adquirida de las novelas que mamá solía leer, y con todo el amor que mi corazón podría sentir.

Su dulzura y gentileza me motivaban a amarlo, a sentirme segura a su lado, a besar sus labios sin miedo o desconfianza.

Se separó igual a como se acercó, lento, pero su nariz aún rozaba con la mía y sabía que estaba sonriendo.

—Contaré los días para volver a verte, aunque suene exagerado.

—Nada que venga de ti me parece exagerado —contestó, antes de juntar sus labios con los míos una vez más.

Y lo volví a besar, permitiendome sentir su calidez y sus labios sobre los míos una última vez antes de que fuéramos marido y mujer.

Esa fue la última vez que lo ví antes de portar un velo blanco sobre mi cabeza, y me permití guardar el recuerdo de ese beso para calmar mis ansias de volver a verlo.

Los preparativos, igual que todo lo demás, fueron rápidos. Festejariamos ambas bodas a la vez, con el fin de no derrochar demasiado dinero en tiempos de guerra y que ellos no estén fuera demasiado tiempo.

Las cartas siguieron llegando, y la sonrisa de nuestra hermana mayor comenzaba a flaquear conforme se acercaba el día de la ceremonia.

Finalmente, cuando el día llegó, sentía que no podría albergar más felicidad en mi cuerpo.

Angelica le colocó el velo a Eliza con un suspiro, y luego me lo puso a mí, dándome una sonrisa orgullosa.

Éramos las hermanas del medio, y las primeras en salir de casa. Se sentía tan extraño y tan emocionante el cambio que se avecinaba, que en ningún momento pensé en su tristeza o en la melancolía que reflejaban los ojos de Angelica, cosa de la que hasta ahora me arrepiento.

La ceremonia fue pequeña, cómo cualquiera que se celebraba en los tiempos en los que combatiamos con los ingleses.

La primera en ingresar fue Eliza, agarrada del brazo de nuestro padre, con nuestras hermanas como damas de honor detrás. Incluso ví a uno de los amigos de John reemplazar a “la niña de las flores” cosa que me dió risa.

Pero cuando llegó mi momento, cualquier intento de reír fue expulsado de mi sistema. No podía ni moverme.

Mi padre me tomó del brazo y me llevó hasta el altar, pero yo permanecí en un estado poco consciente. Estaba tan nerviosa que trataba de no llorar para que los presentes no pensaran que era un matrimonio arreglado o algo parecido.

Sabía que amaba a John, pero entonces, ¿Qué me detenía?

Sus manos tomaron las mías y me miró, expectante, cuando llegó el momento de decir mis votos. Me había quedado en silencio, asustando a todos los invitados y a mi padre, quién parecía el más alarmado de todos.

Abrí la boca para hablar, pero nada salió de ella.

La duda se instaló, en conjunto con el silencio, y entonces tuve que hablar, contra todos los nervios que habitaban mi cuerpo en ese momento.

Yo no dudaba, solo estaba temerosa. Temerosa del futuro, de un futuro que sabía que sería incierto, de un futuro que podía estar plagado de tristeza o de felicidad.

—Yo, Donatella Schuyler, prometo amar, respetar, servir y serle fiel a John Laurens, quién me toma como esposa ante los ojos de dios y los presentes.

La sala completa soltó un suspiro colectivo, que estoy segura más de uno no sabía que estaba conteniendo.

Y todo se reanudó, pero la emoción en mi interior crecía conforme el final del sermón se iba acercando y la hora del beso que sellaría todo llegaba.

—Puede besar a la novia.

Y esas palabras fueron suficientes, suficientes para sellar el destino.

Y contrario al primer beso que me había dado, este fue más apresurado. Levantó el velo de forma rápida y me tomó de la cintura, acercándome a él, para estampar sus labios con los míos.

Yo me deje llevar y seguí el ritmo como pude, escuchando los aplausos y vítores en la habitación.

Estábamos casados.

Y nunca olvidaría las palabras que pronunció esa noche, la segunda noche más importante desde el día que lo conocí :

—Te prometo que mientras viva nunca volverás a sentirte indefensa.

—Y estoy segura de que así será, cariño —y me besó de nuevo, con sus labios sabiendo a alcohol y su respiración agitada.

Fue cierto, desde que me casé con él no volví a sentirme indefensa.

Y fueron los mejores momentos de mi vida.

Cómo él me había prometido, no me había faltado nada debido a su riqueza, y aunque su presencia fue escasa, sus cartas abundaban, siempre contándome lo que sucedía en el frente de batalla, y dedicando las últimas líneas a decirme cuando me amaba.

Nada de eso cambió, y cuando el principio del fin de la guerra ya había llegado, me ví obligada a escribir una carta con una noticia.

❛❛John Laurens, señor.

Es tan extraño dirigirme a tí como si fuera una desconocida, aunque así me siento en este momento. Antes de casarnos confesaste que no pasarías tanto tiempo conmigo como pensaba, y lo acepte, dispuesta tomar todos los riesgos que
aquello significaba.

Ahora no diré que me arrepiento, te amo con todo mi corazón, y soy feliz sabiendo que tú eres feliz luchando por tus creencias y sueños, por más que eso signifique tenerte lejos de mí.
Lo que sucede es que ahora esto no se trata solo de mí, y debo asegurarme que con el fin de la guerra tu regreso a casa estará asegurado.

No pretendo retenerte, ni presionarte, pero si puedes mantenerte vivo por mi y por la vida que llevó en mi vientre, eso será suficiente.

Asegúrate de regresar a casa cuando todo termine, así sea solo para conocer a este niño o niña que portará con orgullo tu apellido y el mío.
Regresa sano para contar las pecas que seguramente heredará de tí, o para poder escucharlo decir su primera palabra. Regresa para poder enseñarle tus valores, para abrazarlo cuando la noche llegué y sienta miedo de que la luz se apague.

Con eso sería suficiente.

Su amada y dedicada esposa,
Donatella S.L

Pd : la despedida la saqué de una vieja carta de mamá, no te sorprendas al leerla.❜❜

Esa fue la carta que envié, y la respuesta que recibí fue una carta el doble de larga que la mía, dedicada solamente a preguntas emocionadas y a planteos sin sentido acerca de este futuro hijo.

“¿Hace cuánto lo sabes? La carta tardó un mes en llegar, así que supongo que ya tienes unos dos meses. ¿O me equivoco? Nunca hice cuentas acerca de un embarazo, y lamento tanto no haber aprendido nunca algo acerca de eso”

“¿Cómo podríamos llamarlo? Si fuera varón no me disgustaría el nombre de tu padre, Philip, pero estoy enterado de que tu hermana también está en cinta, y no dudo de que Alexander querrá adelantarse para que su hijo sea el que porte el nombre de su suegro. ¿Y si es niña? Dejaré que tú escojas el nombre en ese caso, yo elegiría un nombre terrible y perdería toda la magia y romanticismo que quisieras añadirle”

“Apenas pueda regresaré a casa, pero sé que no podré quedarme mucho. Me arrepiento de haberte dicho que no estaría tanto tiempo a tu lado cuando ahora mismo solo quiero abrazarte. Pero trataré de sacar ese pensamiento de mi cabeza, no quiero estar distraído en plena guerra”

“¿Y qué opinas del nombre de Harry? Se parece al nombre de mi padre, Henry, pero sin ser exactamente igual, para evitar comparaciones”

Fue la carta suya más larga que recibí, y es por ello que la atesoro con todo mi corazón.

Sería suficiente que regresará a casa, que siguiera con vida, que se mantuviera sano para conocer a este hijo o hija.

Las cosas irían bien, o eso creía.

Fue la última carta con relevancia que recibí de su parte, y el fin de la guerra se acercaba. Conforme pasaban los meses las noticias fueron cada vez más escasas, y la preocupación en mi crecía a la par que mi embarazo avanzaba. Pasaba noches sin dormir, preguntándome si estaría bien, llorando por algo que no sabía si había ocurrido o no.

La muerte se convirtió en una sombra despreciable sobre mí.

—Desde que Alexander partió de regreso a la guerra solo me ha escrito una vez —me contó Eliza una tarde, mientras tomaba el té con ella —Dijo que Laurens estaba en Carolina del Sur, pero se me hace muy raro que no te haya escrito.

—En realidad, escribía con regularidad. Después de su respuesta a la noticia de mi embarazo, las cartas fueron escaseando —explique — Y ahora no sé si está bien o si regresara a casa.

Su rostro era de pena pura.

—Oh querida…te entiendo a la perfección. Nos casamos con espíritus libres y rebeldes, por más que queramos retenerlos no podremos, y rogarle a Alexander que se mantenga con vida fue lo único que pude hacer antes de dejarlo partir de nuevo.

Asentí, sabía lo que se sentía.

—Por momentos siento que me arrepentiré de haber aceptado casarme con él, y luego recuerdo el amor que le tengo y me siento una tonta por pensar así. ¿Sabés? Él me dijo que así sería, que sus planes iban mucho más allá de un matrimonio y que quizás no estaría a mi lado tanto tiempo. Yo lo acepte…—suspire — no pensé que pasaría noches enteras pensando en si está vivo, con la incertidumbre y la desesperación.

—Lamento que todo haya resultado así, pero estaré aquí para lo que necesites —puso su mano sobre la mía, y me dió un pequeño apretón, consolándome — Si vuelvo a saber algo de él, te lo diré de inmediato.

Y lo cumplió.

Me enteraba de las cosas gracias a las cartas que Alexander le enviaba a Eliza, pero eso tampoco podía darme tranquilidad total. Deseaba con todo mi ser que alguna de mis cartas fuera respondida y no tener que enterarme por terceros, pero era lo único que pude conseguir, y era mejor eso que nada.

Hasta que la noticia de la batalla de Yorktown llegó a mi.

La rendición había sucedido por fin, y las calles estaban inundadas de gente y festejos, mientras las campanas de la iglesia sonaban una y otra vez. Éramos libres, ¡Por fin libres! Fue una noticia tan liberadora que no pude evitar sonreír en cuanto me enteré.

Con la guerra por fin terminada empezaría una nueva era, nuestros combatientes regresarían tarde o temprano a casa. Papá volvería a casa, Alexander volvería con Eliza, quizás…quizás él también regrese a casa.

El tiempo siguió pasando, y esperé pacientemente, sin queja alguna, ya que sabía que en algunos lugares las tropas inglesas aún no se habían retirado, como en Carolina del Sur.

Me concentré en otras cosas mientras tanto, como en Eliza, quién tenía un embarazo mucho más avanzado que el mío, y dió a luz a su primogénito, un hermoso niño a quién nombró Philip.

Ver la reacción de Hamilton cuando lo conoció fue lo mejor.

La nueva vida fue otra cosa en la que me concentré, ignorando por completo que la muerte me pisaba los talones sin que me diera cuenta. Philip era un niño encantador, y cuidando de él junto con Eliza aprendí cosas importantes acerca de cómo tratar a los niños pequeños.

Claro, no aprendí cómo tenía que reaccionar cuando me llegará el momento a mí de traer a un ser humano a la vida.

Y así, durante una tarde fría, di a luz a mi hija.

Una niña increíblemente bella, con unas pequeñas pequitas rodeando su nariz y un mechón de cabello castaño.

La llamé Eleanor, en honor a la madre de John, y escribí una carta que esperaba si fuera contestada :

❛❛Querido.

En estos meses sin noticias directamente tuyas me acostumbré a no llamarte por tu nombre. La gente a mi alrededor comenzó a no hacerlo por miedo a hacerme sentir mal, y me he convertido en una “mujer abandonada” ante los ojos de la sociedad.

No te culpo por ello, debes estar demasiado ocupado, pero debes agradecerle a Alexander, tu amigo, que no me haya muerto de preocupación.
Suena exagerado, pero las noches sin dormir desde que dejaste de comunicarte fueron muchas, y el único consuelo que encontré fueron las pequeñas menciones que él hace sobre ti en sus cartas para Eliza.

¿Tienes idea de cuan bajo he caído? Mi amor por ti no me permite cerrar los ojos cuando llega la noche, porque mi corazón está preocupado por tu bienestar, y mi mente mete ideas de muerte cuando menos puedo esperarlo.

No pretendo soltar un sermón ahora, esta no es una carta que hable sobre eso, no. Tengo una noticia mucho más importante que dar, y una que debes leer obligatoriamente.

Mi tiempo en cinta ha concluido, y mientras escribo esto nuestra pequeña hija duerme y babea entre sueños. Dijiste que si era niña me dabas la libertad de elegir el nombre, así que la llame Eleanor, por tu madre.

Tengo el placer y el orgullo de decirte que es una pequeña hermosa. Con un mechón de cabello castaño como el mío, y unas diminutas pecas que rodean su nariz como si fueran constelaciones. Quisiera que la conocieras y contarás tu mismo sus pecas, o la cargaras por primera vez.

Espero que está carta te aliente lo suficiente para soltar la espada y tomar la pluma, contestar y mantenerte a salvó.

Eleanor merece conocerte, yo merezco volver a verte, mantente bien.

Donatella S.L❜❜

La mandé, con esperanza de una respuesta, e ignorando la pesadez en mi pecho cuándo dejé que aquella carta fuera enviada.

Nuevamente pasó un tiempo antes de la respuesta, un mes más exactamente.

Eliza se encontraba en casa cuando sucedió.

Philip y Eleanor eran muy pequeños, pero se entretenían juntos mientras nosotras conversábamos, y durante una de las tantas tardes dónde hablábamos el correo llegó.

—¿Puedes ir a revisarlo tú? —pedí —Yo iré a ver si el té ya está listo para servir.

Ella me sonrió y asintió, yendo a revisar las cartas nuevas que habían llegado. Secretamente me encontraba a la espera de una en particular, pero preferí mantener la calma mientras servía el té en dos tazas.

Los lentos pasos de mi hermana haciendo rechinar la madera me provocó un escalofrío.

De repente todo se sentía frío, y no supe por qué.

—D-Della…—me llamo, con la voz entrecortada.

Un escalofrío recorrió mi espalda, y pretendí que todo estaba bien. Fingí que no sentía su inquietud, que no note su tono tan extraño, y voltee, sonriente.

—¿Qué sucede?

Eliza dejó un par de cartas sobre la mesa, y sostuvo una con las manos temblorosas.

Indefensa…

—Es una carta de Carolina del Sur —me informo.

Puede que no viva para ver nuestra gloria.

—Tal vez sea la respuesta a la carta que envié hace un mes, una respuesta de…—pronunciar su nombre después de tanto se me volvió difícil — John.

Ella negó con la cabeza, despacio, acelerando mi corazón.

—Es de su padre.

Mis ojos comenzaron a humedecerse, sabiendo lo que aquello significaba.

Una parte mía luchaba por aferrarse, y hablé con dificultad —¿Puedes-...¿Puedes leerla?

Pero con gusto me unire a la lucha.

Mi hermana abrió la carta lentamente, y se preparó para leerla, con los ojos igual de llorosos que los míos.

—El martes veintisiete, mi hijo fue asesinado en un tiroteo contra las tropas británicas en Carolina del sur —solté un inminente sollozo, que trate de evitar, llevándome la mano a la boca — Estas tropas aún no habían recibido algún mensaje de Yorktown de que la guerra había terminado. Será sepultado aquí hasta que su familia pueda mandar por sus restos.

Y cuando nuestros hijos cuenten nuestra historia…

Las tazas que había llenado de té cayeron al suelo cuando accidentalmente las empujé, y comencé a llorar, sin contenerme de ninguna forma.

Eliza siguió leyendo, luchando contra sus propios impulsos de llorar al verme en un estado tan deplorable.

—Como podra saber, John estaba ocupado, reclutando 3000 hombres para el primer regimiento militar totalmente negro. Los sueños de libertad de estos hombres mueren con él —Eliza se detuvo, levantó la vista de la carta para mirarme —Della no creo…

—Terminala de leer, p-por favor…—rogué, entre lágrimas.

Contarán la historia de esta noche.

La castaña obedeció, aclarándose la garganta —Me veo en la obligación de avisarle a usted, en memoria de mi hijo, quién no hubiera querido que se enterará de su muerte por terceros. Mi querido John la amaba incondicionalmente, y escribía una carta casi diariamente, cartas que nunca enviaba debido a lo ocupado que se encontraba. Igualmente vió por usted desde la distancia, y cuando recibió la noticia del nacimiento de la pequeña Eleanor estaba tan feliz, que se cuenta que fue la primera vez que muchos lo vieron llorar de alegría. Lamentablemente él no llegara a conocerla, pero guarde todas las cartas, notas y dibujos que él realizó para enviárselas a usted, y para que en un futuro se las pueda enseñar a su hija.

La carta concluía ahí, y la temblorosa Eliza dejó la carta sobre la mesa, rodeada de las otras que no tenían importancia, antes de abrazarme.

El llanto de los niños se escuchó desde la otra habitación, a la par que yo lloraba.

Trataba de callar mis sollozos lo más que podía, pero no podía parar el llanto de ninguna forma. Me sentía indefensa y desolada, mi alma parecía haber sido arrancada de mi cuerpo, mi corazón se sentía roto y lastimado.

No podía dejar de llorar.

Y mientras mi dulce hermana trataba de consolarme en vano, solo un pensamiento me venía a la mente, el pensamiento más lastimero que tuve jamás.

—Te prometo que mientras viva nunca volverás a sentirte indefensa.

—Y estoy segura de que así será, cariño.

Rompiste tu promesa, la rompiste.

Rompió la promesa, porque en brazos de mi hermana, llorando su muerte después de pedirle tantas veces que se mantuviera a salvo, me sentía más indefensa que nunca.

Estaba indefensa ante el mundo, por más que en ese momento el mundo fuera solo mi cocina, y mis lágrimas la lluvia que lo empapaba.

Rompió su promesa.

Y yo volví a sentirme indefensa.

⚖️

NOTA! Estoy llorando, pero no porque haya escrito una obra de arte o algo parecido, llorando porque Laurens Interlude me desarma el alma y me deja por el piso.

Ahora, me veo obligada a preguntar :
¿Notaron las referencias a That Would Be Enough? Diría que Helpless y Laurens Interlude fueron solo referencias, pero el one shot se baso prácticamente en esas dos canciones.
That would be enough solo se coló.

Espero que les haya gustado.

Goodbye!

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