Evan 1. Renacer © [En proceso...

By Luisebm7

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En un futuro cercano, donde los avances científicos se propagarán como milagros y donde el poder residirá en... More

Notas
Prólogo
01 - Las CES
02 - Storm Company
03 - Unidad 7
04 - Dolor
05 - Tarde libre
06 - El encuentro
07 - Malas noticias
08 - La cena
09 - La redada
10 - El cambio
11 - Disculpas
12 - Concupiscencia
13 - Ira
14 - Perversidad
15 - El experimento
16 - Brote
17 - Dudas
19 - Monstruos 1
20 - Monstruos II
21 - Respiro
22 - Resultados
23 - Mentiras
24 - Muertos vivientes
25 - Las instalaciones
26 - Rescate
27 - Atrapados
28 - Huida
29 - Perseguidos
30 - Sacrificio

18 - Cacería

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By Luisebm7

Cerca de las 8:00 a.m. del lunes, los miembros de las Unidades 1, 3 y 7 llegaban al cuartel de las CES para comenzar su jornada laboral. A más de uno le extrañó que el aparcamiento exterior estuviera lleno de vehículos, como si ninguno de los compañeros del turno del fin de semana hubiera abandonado el recinto. Además, las luces exteriores e interiores estaban apagadas, algo inusual a esa hora. A medida que los agentes se reunían y se saludaban en el aparcamiento, debatían al respecto.

―Parece que aquí tuvieron una buena fiesta el fin de semana ―comentó James con humor.

―Apuesto a que sí. Olfateo estríperes, quizás alguna despedida de soltero ―añadió Carlos, el bromista de la Unidad 3.

―Los coches de Arnold, Sandra y nuestro teniente siguen aquí —observó Adams—. Me parece raro.

―¿Habrán quedado antes para discutir su baja médica? ―supuso su compañera Irina.

―Elisa, ¿podemos hablar? ―le pidió Tatiana, muy discreta, con la esperanza de que su amiga le diera una oportunidad.

―No quiero hablar contigo, Tatiana. Déjame en paz ―replicó Elisa con un tono gélido.

―¿Qué tal el fin de semana, Mei? ―Stuart echaba de menos intimar con la médica.

―Muy bien. Realmente bien. Se me hizo tan corto... ―Mei sostuvo una amplia sonrisa al recordar las traviesas vivencias que compartió con Simón.

―Tengo una mala sensación ―comentó Leonard junto a Ethan, Richard y Tanque.

―Pienso lo mismo, algo no me huele bien. Me adelantaré para ver qué pasa. ―Ethan se apresuró hasta la entrada principal.

Cuando la puerta de cristal reforzado se abrió automáticamente, el teniente se detuvo de forma abrupta frente a la segunda puerta de acceso. Espantado, contempló que había sangre por todas partes, incluso huellas ensangrentadas que indicaban que alguien había intentado huir. El vestíbulo estaba destrozado, como si el infierno se hubiera desatado allí dentro, y el mismo panorama se extendía hasta donde alcanzaba la vista.

―¡¿Qué cojones ha pasado aquí?! ―dijo Ethan para sí y retrocedió a toda prisa―. ¡Teniente Marc! ¡Teniente! ―alertó al jefe de la Unidad 3, un honrado hombre de familia.

―¡Por Dios, Ethan! Hacía tiempo que no veía una expresión como esa en tu cara ―resaltó Marc, percibiendo la gravedad del asunto.

―¡Rápido! ¡Hay que organizar los equipos! Aquí ha pasado algo terrible.

―De acuerdo. ¡Muchachos, prestad atención! ―vociferó Marc, captando todas las miradas.

―El cuartel ha sido atacado —expuso Ethan sin rodeos—. No sabemos lo que ha pasado ahí dentro. Quienes tengáis el equipo a mano, preparaos ¡ya! Los que no, tendréis que apañaros con lo que tengáis en el furgón. Stuart, hackea el sistema. Quiero ver lo que ha pasado.

Solo unos pocos portaban los nuevos uniformes consigo. Aunque prácticamente contaban con las armas personales, el furgón los abasteció con un mínimo de recursos extras. Mientras se preparaban, la inquietud se propagó entre ellos como un virus, pues ninguno se habría imaginado que el cuartel de las CES fuera el objetivo de un ataque. Impacientes, presionaban a Stuart para que pinchara las grabaciones de seguridad.

―¡Dadme un respiro! ―protestó Stuart, cuyos ágiles dedos sudaban al teclear con nerviosismo―. Gran parte de la electricidad está cortada. Vale, estoy dentro del sistema. A ver, rebobinemos hasta que todos nos fuimos el viernes... Ahí entra la Unidad 2 y todos se quedan solos como de costumbre. No salió nadie más. Todo está tranquilo... ¡Joder! ―El sonido de un disparo sobrecogió al informático, que minimizó enseguida todas las cámaras del cuartel para buscar un comportamiento extraño junto con sus compañeros. Entonces, los agentes vieron a Arnold y a Sandra asesinando al teniente Sam.

―¡Es Arnold! ―destacó Adams, boquiabierto.

―¡Dios! Lo ha matado sin más ―comentó Elisa, igual de estupefacta que el resto.

―¿Qué coño le ha pasado en el cuerpo? ―señaló Tanque.

―¿Será culpa de los uniformes? ―sospechó James, que también reparó en las voluminosas proporciones de Arnold.

―¡¿Por qué mataría a un teniente de esa manera?! ¡¿Y Sandra se quedó tan tranquila?! ―planteó Irina, una de las más horrorizadas por aquella grabación.

―Continúa. Quiero ver qué pasó con los demás ―ordenó Ethan, que luchaba para mantener la compostura.

―¡Oh, por Dios! ¡¿Cómo ha podido hacer eso?! ―enfatizó Mei, denotando su pavor, cuando contempló las imágenes donde Sandra le arrebataba la vida a Erickson de forma sangrienta.

―¡Mierda! Hay interferencias. Las grabaciones debieron dañarse por el corte del suministro eléctrico ―reportó Stuart y proyectó imágenes aleatorias donde otros agentes disparaban y eran atacados por algo indescriptible. En la última grabación, varios miembros deambulaban por el recinto como cuerpos sin alma―. Esto ha sido todo, no se ha podido salvar más.

―Hay compañeros heridos ahí dentro ―indicó el teniente Marc.

―Y también parece haber algo más, señor ―remarcó Patrick, un pesimista agente de la Unidad 3.

―¿Qué podemos hacer? ―preguntó Alex, un esbelto agente de la Unidad 1.

―No abandonaremos a nuestros compañeros. Entraremos, para eso somos soldados de las CES. Nuestro deber es proteger a los demás ―decía el carismático Ethan―. Propongo que formemos tres grupos. Cada uno penetrará en el cuartel por una vía distinta. Peinaremos hasta el último rincón del cuartel. Ayudaremos a los supervivientes y eliminaremos lo que suponga una amenaza letal.

―Estoy de acuerdo, teniente Ethan —asintió el teniente Marc—. Organice los grupos.

―Bien. Stuart, te quedarás aquí controlando los accesos. Serás nuestros ojos cuando consigamos restaurar el suministro. Avisa a las FOP y al cuartel general. Si algo sale mal, tendrás que aislar el cuartel... ―dictó Ethan.

―Lo haré, jefe ―dijo Stuart con firmeza.

―El primer grupo lo formarán Adams, Susana, Alex, Patrick, A. J. y usted mismo, teniente Marc. Su tarjeta de seguridad será necesaria para entrar por el antiguo túnel. Deberéis aprovechar la ubicación para acceder al cuarto de máquinas y restaurar el suministro. Después, peinaréis las zonas próximas hasta encontrarnos ―ordenó Ethan.

―Entendido, teniente ―contestó Marc en nombre de su equipo.

―El segundo grupo lo liderará la sargenta Elisa. Leonard, Tatiana, Tanque, Anthon y Estefany te acompañarán. Vuestra misión es acceder por el aparcamiento subterráneo. Asegurad el vestuario y la sala de armas. Aprovechad para equiparos y buscar supervivientes ―les indicó Ethan.

―Sí, jefe ―asintió Elisa con seguridad.

―Carlos e Irina, vendréis con Richard, Mei, James y yo. Seremos el tercer grupo. Entraremos por la puerta principal y nos centraremos en buscar supervivientes. Rescataremos a los nuestros, muchachos. ¡Vamos! ―los alentó Ethan, enérgico.

Los tres grupos, tras desearse suerte, se dividieron y se encaminaron hacia sus respectivos destinos. Algunos ni siquiera portaban su uniforme, pero se mostraban dispuestos a cumplir su misión.

***

El primer grupo se desplazó en un vehículo para llegar al túnel. La entrada no estaba lejos, pero no había tiempo que perder. Solo los altos rangos como los tenientes conocían la ubicación exacta de aquella galería secreta. Marc explicó que existía desde hacía años, antes de construir el cuartel, y que las CES había decidido conservar aquel pasadizo como vía alternativa de escape ante situaciones de emergencia. La puerta estaba oculta en una loma del pequeño bosque que había en las inmediaciones del recinto. El teniente empleó su tarjeta de seguridad para desbloquearla.

―Esto está demasiado oscuro sin luz ―comentó Patrick cuando accedieron al interior del sombrío túnel.

―Usad las linternas y guardad silencio. Podría haber algún terrorista por aquí ―advirtió Marc, suponiendo que las CES estaba en el punto de mira de los antisistema.

―Al menos podemos caminar tranquilos. La galería es bastante amplia, aunque lo compensa con la humedad ―apreció Alex, que detestaba los espacios pequeños por los inconvenientes que le generaban debido a su alta estatura.

―Yo le sigo, teniente, que llevo uniforme y rifle ―dijo A. J., un hombre aficionado a la música en su tiempo libre y miembro de la Unidad 3.

―Hay varias bifurcaciones ―contempló Susana, una joven madre y agente de la Unidad 3―. ¿Cómo sabe cuál es la correcta?

―Es sencillo. Todo recto. La galería principal es la clave. Venga, guardad silencio de una vez ―ordenó el teniente.

Casi a medio camino, una siniestra risita resonó en los alrededores, por lo que Marc detuvo la marcha. Los agentes, intentando localizar el fluctuante sonido, apuntaron con las linternas en todas direcciones.

―¿Qué es eso? ¡¿Qué es esa risa tan escalofriante?! ―Patrick, inquieto, agitaba la linterna sin control.

―¡Shh! Avancemos despacio ―aconsejó Marc.

Todos distinguieron una lluvia de polvo cayendo desde lo alto y Adams advirtió sobre un movimiento fugaz por una pared. La perturbadora risita se desplazó de un lado a otro hasta que cesó de forma repentina.

—Juegan con nuestros sentidos para intimidarnos. No os dejéis engañar por esos trucos sonoros baratos de las películas de Tatiana —dijo el teniente Marc para apaciguar los nervios que percibió en su equipo.

En plena calma, un sigiloso cuerpo se unió a ellos.

―Os destriparé a todos ―murmuró una espeluznante voz.

Al instante, un alarido de Marc estremeció las paredes y erizó la piel de sus subordinados. Cuando los agentes dirigieron las linternas hacia él al unísono, contemplaron las garras que abandonaban su rostro para luego despedazárselo de un zarpazo. Petrificados, observaron el desplome de su teniente.

―¡Disparad! ―ordenó Adams, el único que fue capaz de reaccionar.

La sanguinaria silueta femenina desapareció entre los destellos de los disparos, momento que los agentes aprovecharon para acercarse a Marc.

―El teniente ha muerto ―confirmó Alex con desaliento.

―¡Qué mierda! ―exclamó A. J., llevándose una mano a la cabeza.

―¡¿Muerto?! ¡Dios! Yo no llevo ni uniforme. ―Las pulsaciones de Patrick se revolucionaron hasta brotarle en forma de sudor.

―No creo que el uniforme te salve de eso ―remarcó Adams.

―Era Sandra. ¡La vi! ―aseguró Susana, cuyo espanto afloraba por su boca―. ¡¿Cómo podía moverse así?! Ese rostro...

―Sé que esto escapa a toda lógica, pero debemos mantener la compostura. Somos las CES. Tenemos una misión que cumplir ―los animaba Adams mientras recogía la tarjeta del teniente―. ¡En marcha!

Los agentes retomaron los pasos a toda prisa, notando que aquel ser los perseguía en las sombras para darles caza.

―No escaparéis. ―Sandra emitió un horrendo chillido.

―¡Es un puto monstruo! ―Patrick, aterrado, adelantó a sus compañeros para sobrevivir.

―¡Por allí! ―señaló Alex al avistarla y disparó su rifle.

―¡Esto es una mierda sin la ventaja tecnológica! ―protestó A. J., que echaba en falta su lente holográfico.

Patrick se detuvo abruptamente y, un segundo después, Susana gritó con horror cuando percibió las garras que se asomaban por la espalda del agente. Tras un rápido movimiento vertical, el cuerpo se dividió en dos mitades y un chorro de sangre salió disparado como la erupción de un volcán. Los chicos apretaron los gatillos en cuanto tuvieron a la ensangrentada Sandra a tiro. Sin embargo, esta se les escapó de entre las manos una vez más.

―Lo ha... Lo ha... ―repetía Susana, que sucumbía ante el pánico.

―¡Vamos! ¡Vamos! No os detengáis. ¡Veo una luz roja más adelante! ―los alentó Adams.

Los cuatro corrieron despavoridos, evitando mirar atrás. Una puerta abierta, que se distinguía al final del túnel, los incitaba a aumentar las zancadas. Estando a escasos metros de ella, un inesperado alarido de Alex frenó su carrera. El agente rodó por el suelo y atrajo la atención de sus compañeros. Cuando ellos apuntaron las linternas hacia él, descubrieron que había perdido un pie y que se estaba desangrando.

―¡Estamos tan cerca! ―recalcó A. J., lamentando la desgracia que nutría su desesperación.

―¡Susana, detén la hemorragia! ¡Te cubriré! ―le ordenó Adams y se plantó delante de ellos como un muro infranqueable.

―V-vale... ―Susana se agachó junto a su compañero herido, que se retorcía de dolor, pero su miedo era tal que apenas podía concentrarse y las manos le temblaban hasta el punto de no poder sostener la venda.

―¡Largaos! Ahí viene ―advirtió Alex, luchando contra la agonía, al enfocar a Sandra con la linterna. Ella, serena, caminaba hacia ellos y desgarraba la pared con sus descomunales garras. Aquello empeoró los pavorosos espasmos de Susana―. Lleva el uniforme de combate, no puedes hacer nada —le dijo a Adams para impedir que desperdiciara las balas—. ¡Largaos de una vez!

―No te abandonaré, Alex ―se opuso Adams, que sufría con la expresión de dolor de su amigo―. Cargaremos contigo.

―T-tenéis que iros, Adams. Cuando cierres esa puerta, ella quedará atrapada aquí abajo. Si cargas conmigo, ninguno escapará. Yo la retendré. ―Alex estaba dispuesto a sacrificarse.

―¡Hay que darse prisa! ¡Se acerca! ―alertó A. J.

―¡Lo siento, Alex! ¡Lo siento! ―se despidió Susana, conmovida.

―Alex... ―pronunció Adams con pesar.

―Somos soldados de las CES. La Unidad uno. Los mejores ―articuló Alex, forzando la sonrisa―. Vete.

Adams, presa de una creciente angustia en su pecho, miró a su amigo una última vez. Esa mirada sabía a despedida, a una amarga despedida para siempre. Aunque los ojos se le humedecieron, el agente lideró al resto hasta cruzar la puerta y se aseguró de cerrarla.

Alex, tras quedarse solo con Sandra, le vació el cargador encima. Tal y como había intuido, su antigua compañera estaba intacta, por lo que se dio por muerto.

―Asesina de mierda. Y pensar que quería echarte un polvo ―escupió Alex, que palidecía, para distraerla y ganar tiempo para los demás―. Es increíble que vaya a morir a manos de una compañera... ¡Venga, hazlo ya!

―Alex, Alex... ―Sandra se bajó la cremallera del uniforme y se desvistió hasta la cintura con una inquietante sensualidad. Luego, se sentó encima de él.

―¡¿Qué cojones haces?! ―Alex deseó tener una bala para perforar el pecho desnudo de Sandra. En vano, la golpeó con la culata del rifle.

―¿Querías echarme un polvo o aporrearme? ―Sandra, riendo, le aprisionó los brazos por encima de la cabeza―. La Unidad uno volverá a estar completa, Alex. Te unirás a nosotros.

―¡Prefiero morir antes que formar parte de esta locura! ―chilló Alex con rabia.

―Complaceré tus deseos. ―Sandra exhibió su repugnante lengua.

Al otro lado de la puerta, Adams le asestó un puñetazo a la pared cuando dio por muerto a su compañero. Mientras, A. J. optó por adelantarse para explorar.

―Lo siento, Adams ―expresó Susana para consolarlo―. Ha sido mi culpa.

―No, tranquila. Alex tenía razón, no había otra alternativa. Esto es de locos, Susana. Es normal que estés asustada. Te sacaré de aquí y te tomarás unas vacaciones con tu peque. ―Adams le frotó el hombro, como si así se calmara a sí mismo. Había perdido a prácticamente toda su Unidad, a sus leales amigos, con los que había compartido múltiples misiones y vivencias memorables. A pesar del riesgo implícito en su trabajo, nunca imaginó que pudiera vivir semejante tragedia.

―No sé si esto es una pesadilla o qué, pero solo pienso en despertar para abrazar a mi peque e invitarte a un café...

―Chicos, encontré la ruta hasta el cuarto de máquinas, está cerca. Menos mal que estas luces de emergencia funcionan, aunque ese color rojo me toca las narices ―informó A. J., que suplía su aflicción centrándose en los objetivos de la misión, y lideró el camino.

Dado que Adams poseía conocimientos sobre electricidad, se encargó de la reparación del cuadro eléctrico. Conectaba los cables que habían sobrevivido a lo que parecía un bestial zarpazo mientras Susana aguardaba a pocos metros de él y A. J. vigilaba la salida a las escaleras.

―¡Aah! ―gritó Susana de pronto.

Enseguida, A. J. acudió al cuarto y Adams se volteó. Lamentablemente, ninguno pudo hacer algo para salvarla, pues Sandra la había capturado por detrás y le arrancaba medio cuello de un mordisco.

―¡Nooo! ¡Susana! ―pronunció Adams con los ojos bien despiertos, afectado por aquella atrocidad.

―Estaba deliciosa. Tenías que habértela tirado ―dijo Sandra, sosteniendo su endemoniada expresión, y soltó el cuerpo como si se tratara de un despojo. Para mofarse de los agentes, enseñó la tarjeta que le había permitido pasear libremente por el cuartel y escapar del túnel.

―¡Hija de puta! ―la insultó A. J., repleto de ira.

―¡Muere, maldita bruja! ―añadió Adams.

Ambos abrieron fuego a la vez contra el torso desnudo de Sandra. La agujerearon hasta que ella se desplomó sobre el suelo.

―¿Qué coño es todo esto, Adams? La pobre Susana. ¿Qué pasará con su hijo? ―cuestionaba A. J., que se desmoronaba a nivel emocional.

―No entiendo nada de lo que está pasando, pero me jode perder a tan buenos amigos... —expresó Adams junto al cadáver de Susana, cuyo rostro acarició. A pesar de tener un nudo en la garganta, apretó los dientes y se incorporó—. Será mejor que sigamos con esto. Los demás nos necesitan. ―Tras un profundo suspiro, siguió conectando cables.

***

El segundo grupo se había dirigido al aparcamiento subterráneo. El acceso para los coches estaba cerrado, por lo que tuvieron que emplear la puerta auxiliar. Elisa lideraba el equipo. Tatiana y Anthon la seguían de cerca. Tanque, que agradecía haber tenido su escudo en el furgón, vigilaba la retaguardia. Leonard y Estefany se abrían por los flancos. Apenas se reflejaba luz en lo que parecía una cueva, pero las linternas bastaban para alcanzar el objetivo y todos contaban con que conocían el camino.

―Esto está muy tranquilo ―murmuró Leonard.

―Es un placer estar bajo el mando de una excelente sargenta como tú, Elisa ―la aduló Anthon, expresando en cierta manera la atracción que sentía por ella.

―¡Cierra el pico! ―le ordenó Tatiana, incomodada por el comentario.

―Silencio, Tatiana. Hasta un cadete es más responsable que tú. No queremos delatar nuestra posición ―la riñó Elisa.

―Como si no lo hicieran ya las linternas ―murmuró Estefany, la arrogante agente de la Unidad 3, con burla.

―¿En serio? ¿A mí? ―protestó Tatiana, tan disgustada como dolida.

―¿Es que nunca aprenderéis de Ethan? Dejad los problemas personales para otro momento ―las sermoneó Leonard y todos se enmudecieron.

Poco después, el grupo llegó a la puerta que comunicaba con el cuartel. Comenzaban a cruzarla cuando escucharon un intrigante ruido metálico en el aparcamiento. Por mero instinto, barrieron diferentes perímetros con las linternas para descartar que estuvieran rodeados, pero no distinguieron nada hasta que, creyendo que alucinaban, vieron un coche elevándose por los aires.

―¿Cómo? ―pronunció Estefany, alarmada como el resto.

―¡Rápido! ¡Entrad! ―Tanque intuía que aquel coche no levitaba en vano, por lo que prácticamente empujaba a sus compañeros para salvarlos del peligro.

En efecto, el vehículo no tardó en volar hacia ellos como un proyectil. El cabo, con la respiración cortada, fue el último en salir del aparcamiento. Tanto la puerta como la pared se estremecieron a sus espaldas a causa del salvaje impacto, incluso se agrietaron y amenazaban con derrumbarse.

―¡¿Cómo ha sido eso posible?! ―cuestionó Estefany, que encarnaba la exaltación de la mayoría.

―Había algo más allí ―afirmó Leonard, sembrando cierta inquietud.

―Démonos prisa. Estamos dentro, eso era lo importante ―subrayó Elisa para evitar que su equipo flaqueara.

El grupo tomó las escaleras de inmediato. Elisa los lideraba hacia el vestuario, remarcando que necesitaban sus uniformes y equiparse mejor. Mientras se alejaban, fuertes aporreos azotaron la puerta del aparcamiento. Algo siniestro los perseguía.

El camino hasta el vestuario estaba ensangrentado, parecía una horrorosa escena sacada de sus peores pesadillas. No se imaginaban qué había podido pasar allí con exactitud para que hubiera sangre hasta en el techo y paredes rotas, aunque el coche que les habían lanzado decía mucho.

En cuanto entraron en el vestuario, una perturbadora imagen los petrificó. La agente Sonia, que seguía apoyada en las taquillas y cuyos intestinos estaban desparramados frente a ella, extendía los brazos y emitía roncos gruñidos. Las luces de emergencia habían revelado lo suficiente para que Estefany tuviera arcadas.

―¡¿Qué diablos?! ―expresó un impresionado Tanque.

―Pobre mujer ―murmuró Tatiana.

―Dios... Te ayudaré, Sonia. Tranquila. ―Anthon se le acercó.

―Alguien tendrá que cuidarla hasta que encontremos a los demás ―indicó Elisa.

―Seamos realistas, no lo conseguirá. Debió chutarse algo para resistir unas horas ―expuso Leonard con frialdad.

―¡Dios, Leonard! ¿No tienes corazón? Está justo delante de nosotros ―le recriminó Elisa.

―No lo escuches, Sonia. Llevo algo para el dolor. ¿Puedes hablar? ―Anthon, tras arrodillarse a su lado, se dispuso a inyectarla. Entonces, Sonia se abalanzó sobre él como una fiera―. ¡Ah! ¡Sonia! ¡¿Qué haces?! ―El agente, sometido por la agresiva compañera, forcejeaba para quitársela de encima, sobre todo, porque veía aquella espeluznante boca luchando por devorar su cara―. ¡Ayuda! ¡No puedo apartarla!

―Imposible ―comentó Leonard, estupefacto como la mayoría.

Tatiana sustituyó su rifle por su pistola. Sin contemplaciones, le voló la sien a Sonia a quemarropa. Los sesos salpicaron las taquillas cercanas y Anthon chilló por el susto.

―¡Estás enferma! ―la insultó Estefany a la vez que Tanque tragaba saliva.

―¡¿Por qué has hecho eso, Tatiana?! ―la reprendió Elisa.

―He acabado con su sufrimiento. Mira toda la sangre que hay a su alrededor. ¿Crees que una persona normal seguiría viva? Era como aquella chica de La Explanada... ―alegó Tatiana.

―Pero no tenías ningún derecho a matarla a sangre fría. Podíamos haberla salvado ―continuó Elisa, atravesándola con la mirada.

―¿De verdad piensas que se podía salvar o es solo una excusa para gritarme? ―replicó Tatiana, asumiendo que la riña de Elisa era más personal que profesional.

―Ya está bien, ¡joder! ―intervino Leonard con dureza―. Una persona normal tendría que haber estado muerta. A pesar de que Sonia estaba en ese estado, Anthon no podía con ella, así que algo no iba bien. Quizás esto tenga que ver con lo que vimos en las noticias, pero no importa ahora. Ya está hecho. Tal vez nuestros compañeros se hayan masacrado unos a otros por esta locura inexplicable. Pero no podemos arriesgar a los que estamos bien por los que intentan dañarnos.

―Lo siento ―se disculpó Elisa―. Venga, poneos los uniformes.

Salvo Tanque, los demás abrieron sus taquillas para cambiarse. Anthon no pudo reprimir su deseo de contemplar a Elisa en ropa interior. Ella, por su parte, intercambió expresivas miradas con Tatiana, miradas que destellaban un cóctel de emociones. Estefany era la única que permanecía ausente debido a que le costaba digerir la espantosa muerte de Sonia, por lo que Leonard la asistió para que no se retrasara.

―Venga, daos prisa ―instó Tanque desde la entrada, instante en el que una corpulenta figura se ubicó detrás de él.

―¿Q-qué es eso? ―señaló Estefany, atónita, al mirarlo.

Para cuando Tanque se volteara, un descomunal puño se precipitaba sobre él como un asteroide. Apenas tuvo tiempo para protegerse. El brusco impacto abolló el escudo y el cabo salió despedido hacia el interior del vestuario. Entonces, Arnold se asomó en la puerta y los aterrorizó con su desproporcional cuerpo y su desquiciada sonrisa. Era él quien los había acechado desde el aparcamiento.

―Pulgas. ¿Qué le habéis hecho a Sonia? Os uniréis a ella. ―Arnold avanzó.

―¡Disparad, vamos! ―los alentó Leonard para que reaccionaran.

Una lluvia de disparos cayó sobre Arnold. Sin embargo, el monstruoso agente no temía por las balas que rozaban su rostro, además de que el uniforme lo convertía en una máquina de matar blindada. Con una inquietante calma, invadió el interior del vestuario y agitó el brazo derecho. El tentáculo se alargó hasta castigar a Leonard, que hubiera terminado con un par de costillas rotas de no haberse puesto su traje de combate. Tanque, que se había incorporado, cubrió a su compañero con el escudo, librándolo así de más azotes y favoreciendo su retirada junto con los demás.

Arnold agarró el banco más inmediato y se lo arrojó a Elisa, que había bajado la guardia por un segundo para cambiar el cargador. Ante el inminente golpe, Tatiana saltó sobre la sargenta y recibió el violento ataque en su lugar. A pesar del daño, la francotiradora se puso de pie tras rodar con Elisa y la guio hasta que ambas se ocultaron detrás de las filas de taquillas.

El monstruo sacudió otro tentáculo hacia el lado izquierdo en busca de Anthon y Estefany. Ella se tiró al suelo y, arrastrándose, se refugió entre las torres de taquillas. Ni siquiera había tenido tiempo para ponerse la parte superior del uniforme. Anthon, en cambio, no se libró del hostil latigazo que lo lanzó por los aires hasta hacerlo desaparecer detrás de las montañas de taquillas.

―Compañeros cobardes de las CES, os ocultáis como ratas. Por eso nunca podríais pertenecer a la Unidad uno ―decía Arnold, que rastreaba a Estefany—. Puedo oler vuestro miedo.

―Necesitamos armas pesadas para hacerle frente y perforar su uniforme. Tenemos que ir a la armería. Cuando se voltee, corremos por el otro lado ―dictó Elisa en voz baja cuando se reunió con su equipo tras los muros de taquillas.

―¿Qué cuchicheáis? Malditas cucarachas, os haré salir. ―Arnold se aventuró por el lado izquierdo del vestuario, aporreando y derribando taquillas a su paso. Para intimidar a sus presas, desplegaba los tentáculos como gigantescas anacondas que acechaban a sus objetivos en silencio.

En cuanto la criatura se alejó de la puerta, Elisa le indicó a su equipo que corrieran sin mirar atrás. A pesar de que la tensión regía los cuerpos de los agentes, obedecieron a la sargenta y se apresuraron con cautela. La huida se efectuaría con éxito, pero, por desgracia, el escudo de Tanque chocó accidentalmente con una puerta entreabierta de una taquilla.

―¡Mierda! ―se lamentó el cabo.

―Corred, ratas, pero no podréis escapar. ―Arnold agilizó sus movimientos.

Elisa y Estefany eran las últimas del grupo. Estaban a punto de alcanzar la salida cuando la sargenta vio que su compañera se desplazó veloz hacia atrás. Estefany había sido capturada por un tentáculo y otro se dirigía hacia ella. Gracias a que Tatiana tiró de su brazo, Elisa saboreó un destino diferente. No obstante, le dolía abandonar a Estefany a merced de aquel monstruo, pero, a pesar de que Tatiana la arrastraba en contra de su voluntad, sabía que esta tenía razón al recalcar que no podían combatirlo con esas armas.

―¡No! ¡Por favor! ¡No me hagas daño! ―suplicaba Estefany, que parecía una marioneta suspendida en el aire y gobernada por Arnold.

―¿No eras la mejor corredora? ¿No eras la mejor tiradora? ¿Qué más solías decir? No importa. Te partiré en dos ―la intimidaba Arnold, que le mantenía los brazos apresados con el torso.

―¡Quiero vivir! ¡Arnold, por favor! —La mandíbula le temblaba a Estefany, tiritaba de miedo.

―Está bien. Cumple tu deseo. Vive... ¡pero de otra forma! ―expresó Arnold con malicia y, fugaz, le introdujo un grueso tentáculo por la boca. El cuello de la agente se expandió mientras la carnosa protuberancia penetraba por su esófago. Sus ojos, ensanchados como si se fueran a salir de las cuencas, liberaron lágrimas de asfixia y de dolor. Su agonía se prolongó hasta que la punta del tentáculo se abrió paso entre sus piernas.

Los otros cinco corrieron despavoridos por los pasillos. En ocasiones, percibían la sombra de Arnold pisándoles los talones. Pronto accederían a la armería y se encerrarían en ella. Sin embargo, habían perdido las linternas y se habían quedado a oscuras. Entonces, unos escalofriantes gruñidos perturbaron el silencio.

***

El tercer grupo se había acercado a la entrada principal del cuartel. Cuando Ethan desbloqueó la segunda puerta, todos entraron en el vestíbulo y tomaron posiciones defensivas para asegurar el perímetro. Discretamente, el teniente le puso la mano encima del hombro a Mei.

―Eres la única con el uniforme nuevo, pero no quiero que cometas ninguna tontería. ¿Está claro? ―le murmuró Ethan.

―Sí, jefe ―asintió Mei.

―No hay cuerpos, pero sí mucha sangre ―observó Irina.

―El cuartel parece la casa de los horrores ―bromeó Carlos.

―¿A dónde nos dirigimos, jefe? ―le consultó Richard.

―Encaminémonos hacia los despachos ―indicó Ethan.

El equipo tomó las escaleras más próximas. La claridad del amanecer penetraba por algunas ventanas, favoreciendo la visión durante el trayecto por los corredores. Los agentes apuntaban en cada esquina donde se asomaban, pero no veían nada más allá de sangre y destrucción hasta que encontraron los restos del teniente Sam. Para algunos, contemplar aquella carnicería en persona resultó más desagradable que en las grabaciones. Lo mismo ocurrió cuando abrieron la puerta del despacho de Stephen.

―Joder, Stephen. Te han dejado irreconocible. Lo siento, amigo ―expresó Ethan con pesar.

―¡Coño! ¡Qué susto! ―chilló James cuando percibió a alguien que se apoyaba en la pared del pasillo al andar para sostenerse―. Creo que es Erickson.

―Es imposible —contradijo Richard—. Vimos cómo le sacaban los órganos en las grabaciones.

―¿No será una broma de estos cabrones o un simulacro para ponernos a prueba? —sospechó Carlos—. Tal vez estos cuerpos sean muñecos y mucho kétchup.

―Eres un idiota —lo insultó Irina—. ¿Te parece que sean muñecos?

―Voy a socorrerlo. ―Mei se adelantó―. ¡Es Erickson! —confirmó, optimista, a pocos metros de él—. Erickson, ¿estás bien? ¿Qué ha pasado? ―le preguntó a la vez que le sujetaba la mejilla para alzarle la cabeza y comprobar su estado. Cuando sus inocentes ojos conectaron con aquellos tan perturbadores, Erickson la atacó como una bestia rabiosa y le mordió el antebrazo con sus escasos dientes―. ¡Ah! ¡Ayuda! —gritó la médica, cuyo uniforme había impedido que la repugnante boca perforara su frágil piel.

―¡No! ¡Mei! ―Ethan corrió y todos lo siguieron.

El teniente intentó apartar a Erickson, pero este opuso una resistencia sobrehumana, por lo que Richard y James intervinieron. La fuerza conjunta de los tres agentes bastó para derribarlo hacia atrás.

―No se mueva, agente Erickson ―le advirtió Irina mientras le apuntaba con el arma.

―¡Está loco! —exclamó Mei, agitada por la tensa situación que acababa de vivir—. Me habría arrancado un trozo de no haber tenido el uniforme.

―Tranquila, ya está. Déjame verte... —le decía James mientras la examinaba para calmarla—. Ese desgraciado no pudo hacerte daño, bien.

―Erickson, ¡quédate donde estás! ―Ethan también le apuntó con su pistola, pero el agente, destilando una conducta voraz, se arrastraba hacia ellos y se incorporaba de forma retorcida.

―Ha perdido el juicio por completo. Intentaré reducirlo. ―Richard, tras ubicarse detrás de él, le aprisionó el cuello y un brazo, pero sentía que carecía de la fuerza necesaria para someterlo. Por un instante, recordó a la chica de la redada―. ¡Carlos, ayúdame!

―¿Tan fuerte es el hijo de puta? ―dudó Carlos y acudió.

Erickson, al verse atrapado, se sacudió de un lado a otro como un animal encolerizado y se deshizo de ambos, que rodaron por el suelo. Enseguida se abalanzó sobre el vulnerable Carlos. Este se quejó y se estremeció de dolor cuando el puñado de dientes le arrancó un pedazo de carne del pecho y las uñas desgarraron sus brazos. Era una presa fácil sin el uniforme.

Richard se levantó de un salto para asistir a su compañero. Pateó a Erickson y le golpeó la cabeza con el rifle, pero nada conseguía apartarlo de su alimento. Mientras Carlos suplicaba, Mei y James permanecían estupefactos. En cambio, un repentino disparo de Irina sobrecogió a todos. La agente había acertado en el uniforme de Erickson siendo consciente de que no le causaría daño, ya que solo pretendía asustarlo. La criatura, lanzándole una fulminante mirada, abrió su ensangrentada boca y gruñó. En ese instante, un tiro en el entrecejo acabó con Erickson. Había sido Ethan quien había apretado el gatillo en esa ocasión, dejándolos boquiabiertos por su drástica acción.

―Teniente... ―pronunció Mei.

―Ayuda a Carlos ―le ordenó Ethan y ella obedeció―. Ese ya no era Erickson. No sé qué le pasaría en realidad, si lo de la grabación fue verdad o no, pero no era él. A partir de ahora, os autorizo a disparar a aquellos que se muestren hostiles. No permitiré que mi equipo corra peligro. Si portan uniforme, disparad a la cabeza.

―Entendido, teniente ―asintió Irina.

Mei empleó las cintas de sutura inmediata que guardaba en el cinturón de su uniforme para detener el sangrado de Carlos. Estas, además, tenían un efecto analgésico. En cuanto dio el visto bueno, el equipo continuó peinando los pasillos.

Los agentes, después de tomar una intersección, se toparon con otros tres que estaban de espaldas varios metros más adelante. Agachados, devoraban un cadáver.

―¿Serán hostiles? ―cuestionó Mei con inocencia.

―Joder, Mei. Se están comiendo un puto humano muerto. ¿A ti qué te parece? ―contestó James.

―Creo que son Alison, Johan y Andrew ―los nombró Richard al reconocerlos.

―Sí, son de la Unidad 6 ―confirmó Irina―. Llevan los uniformes.

Aquellos seres levantaron la cabeza a la vez y se voltearon hacia ellos. Alison tenía medio rostro devorado, a Johan le faltaba parte del cuello y Andrew tenía la piel arañada. Pero ninguno de los agentes reparó en esos detalles con claridad porque las tres criaturas echaron a correr hacia ellos como bestias hambrientas.

―¡Ah! ¡Vienen más! ―avisó Mei al percibir otra oleada que se aproximaba por otro pasillo.

―¡No hay tiempo para retenerlos! ¡Corred por la vía libre! ―ordenó Ethan ante la creciente tensión y ocupó la retaguardia para apoyar la retirada de los suyos con su fusil.

Huían de siete compañeros que se comportaban como salvajes caníbales bañados en sangre. Las balas no los detenían debido a los sofisticados uniformes, y los agentes tampoco se arriesgarían a frenar para apuntarles a la cabeza, sobre todo, porque intuían que la fuerza física de aquellos seres era superior a la suya y más les valía que no los alcanzaran. Para colmo, dos más se unieron a la horda tras bajar por otras escaleras.

Richard señaló el gimnasio como refugio. Dado que aquellas criaturas estaban prácticamente encima de ellos, los agentes no lo pensaron dos veces. Entraron y bloquearon la puerta con la barra de hierro más cercana. La oscuridad ganó terreno, pero el par de linternas con las que contaban sirvió para distinguir un expositor de pesas. La desesperante tensión impulsó a Mei a emplear la fuerza extra conferida por su uniforme por primera vez. Junto a sus compañeros, empujó el expositor para reforzar el bloqueo de la puerta, pues las violentas embestidas amenazaban con derrumbarla.

―¡¿Qué mierda se han metido en el cuerpo?! ¡¿Es que no nos reconocen?! ―planteaba Carlos, fatigado y nervioso como el resto.

―Juraría que vi a alguien sin cuello. ―Irina no sabía si todo era real o una alucinación.

―¡Shh! ¿Oís eso? ―Ethan distinguió un sonido diferente al del aporreo en la puerta, como el de un metal rozando con otro, por lo que le quitó la linterna a Carlos―. No estamos solos aquí dentro.

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