Resplandor entre Tinieblas

By WingzemonX

36.9K 3.5K 923

La Dra. Matilda Honey ha dedicado toda su vida a ayudar a los niños, especialmente a aquellos con el "Resplan... More

Capítulo 01. El Sujeto
Capítulo 02. Vengo aquí para ayudarte
Capítulo 03. De una naturaleza diferente
Capítulo 04. Demasiado peligrosa
Capítulo 05. Evelyn
Capítulo 06. La Huérfana
Capítulo 07. Mi mejor intento
Capítulo 08. Un horrible presentimiento
Capítulo 09. Mátala
Capítulo 10. ¿Fue la niña?
Capítulo 11. Adiós, Emily
Capítulo 12. Avancemos con Cautela
Capítulo 13. Un Poco de Sentido
Capítulo 14. Imagen de Niña Buena
Capítulo 15. ¿Nos vamos?
Capítulo 16. ¿Qué está ocurriendo?
Capítulo 17. Su nuevo mejor amigo
Capítulo 18. El Detective de los Muertos
Capítulo 19. Ojos Muertos
Capítulo 20. ¿Trabajamos juntos?
Capítulo 21. Respira... sólo respira
Capítulo 22. Un Milagro
Capítulo 23. Entre Amigos
Capítulo 24. Carrie White
Capítulo 25. Todo será diferente
Capítulo 26. Plan de Acción
Capítulo 27. Sin Pesadillas
Capítulo 28. Abra
Capítulo 29. Cosas Malas
Capítulo 30. Yo mismo
Capítulo 31. El Monstruo
Capítulo 32. Mi Niño Valiente
Capítulo 33. Has despertado mi curiosidad
Capítulo 34. Tenerte miedo a ti mismo
Capítulo 35. Él aún la busca
Capítulo 36. Un poco de aire
Capítulo 37. Algo está pasando
Capítulo 38. Ya no puedes detenerme
Capítulo 39. El Baile Negro
Capítulo 40. Usted me lo prometió
Capítulo 41. No me detendré
Capítulo 42. Mira lo que hice
Capítulo 43. Tuviste suerte esta vez
Capítulo 44. No estoy bien
Capítulo 45. ¿Qué haremos ahora?
Capítulo 46. Ningún lugar a dónde ir
Capítulo 47. Buenas amigas
Capítulo 48. Tío Dan
Capítulo 49. Lo mejor es dejarlos ir
Capítulo 50. Bobbi
Capítulo 51. Tu última misión
Capítulo 52. Una leal sierva
Capítulo 53. Hacia el sur
Capítulo 54. Pagar por los pecados de otros
Capítulo 55. Un Iluminado de Dios
Capítulo 56. Se viene una batalla
Capítulo 57. Ya estás en casa
Capítulo 58. Calcinarlo vivo
Capítulo 59. Ayudar a alguien que me necesita
Capítulo 60. No enloquezcas
Capítulo 61. Ven conmigo
Capítulo 62. Vamos por él
Capítulo 63. Una pequeña bendición
Capítulo 64. Santa Engracia
Capítulo 65. Ann Thorn
Capítulo 66. Amor y fe
Capítulo 67. La quinta tragedia
Capítulo 68. Yo siempre le he pertenecido
Capítulo 69. La Caja
Capítulo 70. Lote Diez
Capítulo 71. Andy
Capítulo 72. Hola otra vez
Capítulo 73. Oscuro y maligno
Capítulo 74. Nosotros perduramos
Capítulo 75. El castigo que merecemos
Capítulo 76. Maldigo el momento
Capítulo 77. Juntos y Vivos
Capítulo 78. Mami
Capítulo 79. ¿Qué demonios eres?
Capítulo 80. Últimas lágrimas
Capítulo 81. Inspector de Milagros
Capítulo 82. Orden Papal 13118
Capítulo 83. Protector de la Paz
Capítulo 84. Quizás era demasiado
Capítulo 85. Su queja está anotada
Capítulo 86. Gorrión Blanco
Capítulo 87. El plan ha cambiado
Capítulo 88. Tenemos confirmación
Capítulo 89. No la abandonaré
Capítulo 90. Noche de Fiesta
Capítulo 91. No hay que preocuparse por nada
Capítulo 92. Así como lo hace Dios
Capítulo 93. Se te pasará
Capítulo 94. Rosemary Reilly
Capítulo 95. Yo soy su madre
Capítulo 96. No debes titubear
Capítulo 97. Reunidos como una familia unida
Capítulo 98. Un trato
Capítulo 99. Un tonto que se cree héroe
Capítulo 100. Soy Samara Morgan
Capítulo 101. Gran Huida
EXTRAS 1: Memes y Cómics (Parte 1)
EXTRAS 1: Memes y Cómics (Parte 2)
EXTRAS 1: Memes y Cómics (Parte 3)
Capítulo 102. Un regalo para su más leal servidor
Capítulo 103. Inconcluso
Capítulo 104. Un lugar seguro
Capítulo 105. Volver a casa
Capítulo 106. Nuestra única oportunidad
Capítulo 107. Al fin nos conocemos de frente
Capítulo 108. Terminar la misión
Capítulo 109. Fuego de Venganza
Capítulo 110. Objetivo Asegurado
Capítulo 111. Mi poder es mío
Capítulo 112. Si lo deseas con la suficiente fuerza
Capítulo 113. Terminar con este sueño
Capítulo 114. Código 266
Capítulo 115. El Príncipe de Chicago
Capítulo 116. Una buena persona
Capítulo 117. Somos Familia
Capítulo 118. Un mero fantasma
Capítulo 119. Bienvenida al Nido
Capítulo 120. Confirmar o enterrar sospechas
Capítulo 121. Mucho de qué hablar
Capítulo 122. Encargarnos de otras cosas
Capítulo 123. Era mi hermana
Capítulo 124. No Ha Terminado
Capítulo 125. Lo que tengo es fe
Capítulo 127. Primera Cita
Capítulo 128. Levántate y Anda
Capítulo 129. Una chica tan bonita como yo
Capítulo 130. Eres extraordinario
Capítulo 131. Resentimientos
Capítulo 132. Una verdad más simple
Capítulo 133. Yo no necesito nada
Capítulo 134. En lo que tú quieras
Capítulo 135. Me necesitas
Capítulo 136. Miedo Irracional
Capítulo 137. Eli
Capítulo 138. Duelo a Muerte
Capítulo 139. Adiós, estúpida mocosa
Capítulo 140. Algo viejo y destructivo
Capítulo 141. Nuevo Truco
Capítulo 142. VPX-01
Capítulo 143. Propiedad Privada
Capítulo 144. Base Secreta
Capítulo 145. Lo que se esconde en su interior
Capítulo 146. Sólo queda esperar
Capítulo 147. El Lucero de la Mañana ha Salido
Capítulo 148. Ataque a Traición
Capítulo 149. La Destrucción del DIC
Capítulo 150. Combate en dos frentes
Capítulo 151. Una pesadilla hecha de realidad
Capítulo 152. Destrucción Fascinante
Capítulo 153. Las Ruinas del Nido

Capítulo 126. Haré que valga la pena

84 15 0
By WingzemonX

Resplandor entre Tinieblas

Por
WingzemonX

Capítulo 126.
Haré que valga la pena

Al mismo tiempo que la reunión de los Apóstoles terminaba en Chicago, los ojos de Verónica se abrían en su habitación de hospital de Los Ángeles, enfocándose ahora sí en el techo sobre su camilla. Tras recuperarse un poco de la desorientación que el cambio de escenario le causaba, comenzó a darle forma a sus pensamientos lo mejor posible.

Habían ocurrido más cosas en esa reunión de las que se esperaba, y ciertamente Daniel Neff había sido la sorpresa de la tarde. No había previsto que tuviera bajo la manga todo un plan tan detallado para salvar a Damien, y al parecer nadie en la reunión tampoco. Sus intenciones igualmente resultaban evidentes para ella, pero más que preocuparse o molestarse como Adrián, Lyons o Ann, Verónica debía aceptar que se sentía un poco impresionada.

«Ahora veo porque Argyron siempre habló tan bien de ti» pensó, intentando a su vez imaginar de qué forma el mayor podría llegar a serle útil en un futuro. Algo surgiría, eso lo tenía seguro.

Sin embargo, de momento había que concentrarse en algo más. Si todo salía tal y cómo Neff había expuesto, la Hermandad estaba a punto de lanzar su ataque al Nido en máximo un par de días. Era algo que había previsto que pasaría, pero no pensó que fuera a ser tan pronto, o que estuvieran tan preparados como para que dicho ataque barriera con toda la base entera. Eso la obligaría a moverse más rápido de lo que se esperaba. Aunque claro, tenía la pequeña desventaja de que la condición actual de su cuerpo le impedía en realidad hacer muchas cosas fuera de esa camilla.

«Creo que tendré que despertar más pronto de lo esperado a mi nueva amiga» se dijo a sí misma. Pero antes de hacer cualquier cosa, tendría que hacer una pequeña excursión de reconocimiento para ver cuál era la situación real, y en especial qué opciones tenía disponibles.

Pasó entonces a moverse lentamente por la camilla hasta sentarse en la orilla. El dolor de sus heridas punzaba un poco con cada movimiento, pero sabía bien cómo lidiar con él. Se puso de pie con cuidado, y se dirigió cojeando hacia su silla de ruedas. Lo más complicado fue acomodar el suero al que aún la tenían conectada en el gancho de la silla, pero nada del otro mundo.

Quizás estaba un poco limitada de momento, pero nunca lo estaría del todo.

— — — —

A media tarde, los detectives Samantha Hills y Arnold Stuart arribaron al Hospital Saint John's para darle seguimiento a uno de sus casos; uno en particular que al Det. Stuart lo tenía intrigado desde hacía dos noches, cuando había encontrado a aquella mujer inconsciente a la orilla del río, gravemente herida pero al menos respirando aún; apenas. Estaban a la espera de que despertara y pudiera darles más detalle de su atacante, o atacantes, y de cómo había terminado en esas condiciones. Sin embargo, para ese momento la mujer seguía sin despertar.

El doctor encargado de la misteriosa paciente, un hombre bajo de tez morena y gruesos anteojos cuadrados, los recibió con gusto en cuanto llegaron, y los encaminó hacia el área de cuidados intensivos, en donde en esos momentos la mujer seguía reposando.

—Como les dije por teléfono, detectives, su desconocida no ha presentado ningún cambio en su estado —les informaba el médico con tono afable, aunque algo cansado, mientras ingresaba por las puertas del área de cuidados intensivos. Los dos oficiales de policía lo seguían de cerca—. Le extrajimos las balas, que ya deben estar camino a su laboratorio, y sus heridas fueron tratadas lo mejor que pudimos. De momento se encuentra fuera de peligro, pero la verdad es todo lo que podemos hacer por ella de momento.

Los tres avanzaron entre las dos filas de camillas, la mayoría desocupadas en esos momentos, hasta colocarse delante de la tercera del lado derecho. Ésta se encontraba ocupada por la persona en cuestión, una mujer joven, de rostro delgado y facciones finas, de piel pálida como nieve, con algunos lunares notables adornándola. A pesar de llevar al menos dos días inconsciente, sus cabellos castaños rojizos se veían brillantes y acomodados, casi como si alguien se hubiera tomado la molestia de lavarla y peinarla recientemente.

El médico encargado tomó de los pies de la camilla el expediente y lo hojeó de manera rápida para ver si acaso había algún dato nuevo que se le hubiera pasado. Sin embargo, no lo había; todo seguía siendo casi igual al último vistazo que había dado la noche anterior.

—No sabría asegurarles cuánto tiempo le tomará despertar —suspiró el doctor, colocando de nuevo el expediente en su sitio—, o si lo hará siquiera. Si sigue sin reaccionar, tendremos que trasladarla a un área de cuidados más especializados.

La Det. Hills se aproximó a un costado de la camilla, para poder contemplar más de cerca el rostro de aquella mujer, plácido y tranquilo, sin ninguna señal de dolor o incomodidad. De hecho sus mejillas presentaban un rubor natural saludable, al igual que el llamativo rosado de sus labios, que no se veían para nada resecos o agrietados. Si no fuera por sus ojos cerrados, los vendajes que envolvían su cabeza y brazo, y todos los aparatos que tenía conectados, uno creería a primera vista que se encontraba totalmente sana.

—Pobre chica —masculló Samantha en voz baja para sí misma.

Samantha Hills tenía ya para esos momentos casi quince años de experiencia como detective de la Policía de Los Ángeles. Aquella desconocida no era ni de cerca la primera víctima con la que le tocaba lidiar; viva, muerta, mujer, hombre, encontrada a la orilla del río, habitación de hotel, portaequipaje de un vehículo... No creía haberlo visto todo en absoluto (y cada nuevo caso parecía de alguna forma confirmarlo), pero sí lo suficiente. Y, aun así, había algo en aquella mujer que le causaba desde la otra noche una opresión en el pecho de congoja cada vez que la veía. Casi como si sintiera personal el verla en ese estado, como si fuera su hija o su hermana, y no una completa extraña.

No podía decir con seguridad por qué sentía eso, y quería convencerse a sí misma de que no era tan superficial como para que fuera sólo por lo bonita que era; casi como una hermosa muñeca hecha con las delicadas y cuidadosas manos de un artesano. Una hermosura que le parecía ciertamente irreal. Pero encima de eso, era por mucho una chica fuerte. Recibir esos disparos, ese horrible golpe en la cabeza, caer al agua, y aún así salir de ahí con vida... Era una muestra impresionante de su deseo por vivir.

¿De dónde había venido? ¿Quién era en realidad? ¿Quién la odiaba tanto como para hacerle eso? Todas esas eran preguntas que Samantha quería de alguna forma resolver, y deseaba con una intensidad casi desbordada que abriera sus ojos y poder preguntárselo directamente; escuchar al menos una vez cómo sonaba su voz.

—¿Qué arrojaron los análisis? —escuchó de pronto que la voz de su compañero preguntaba con seriedad, sacándola de golpe de su ensimismamiento. Samantha apartó la mirada, se talló discretamente un ojo con sus dedos, y se dirigió de regreso a lado de Arnold.

—El examen de agresión sexual salió negativo —le respondió el médico—. Claro que el agua podría haberse llevado mucha de la evidencia, pero no presenta ninguna laceración, hematoma o algún otro signo esperado. De hecho, no presentó ninguna herida adicional a los disparos y el golpe en la cabeza al caer al canal.

—¿Y el examen toxicológico? —preguntó el Det. Stuart un tanto impaciente—. ¿Encontraron algo en su sangre?

El médico pareció ponerse un poco tenso al oír esa pregunta. Carraspeó un poco, y luego intentó responder con la mayor naturalidad posible.

—Están en proceso. Tuve que pedir que los realizaran una vez más.

Aquello dejó un tanto perplejos a los dos oficiales.

—¿Por qué? —inquirió Samantha, cruzándose de brazos.

—Nada de cuidado. Es sólo que los primeros análisis de sangre arrojaron valores... anormales en varios parámetros; bastante anormales —recalcó—. Además de saturación de una sustancia desconocida, igual en niveles que no podrían ser posibles, sea lo que fuera ésta. Muy probablemente se trató de algún error en el laboratorio —se apresuró a aclarar antes de que alguno pensara siquiera en preguntar algo más—. No es usual que pase, pero tristemente no es algo que se pueda evitar por completo. Pedí que se hicieran una segunda vez. Si vuelven hoy en la noche, de seguro ya estarán listos.

Samantha y Arnold se miraron el uno al otro en silencio. Sus ojos por sí solos le indicaron al otro que aquello les resultaba extraño, por decirlo menos. Pero tampoco tenían motivo para dudar de la palabra del doctor, mucho menos para cuestionarle más al respecto. Así que sólo les quedaba confiar.

—Supongo que volveremos más tarde, entonces —indicó Arnold con resignación—. Gracias por su tiempo, doctor —dijo justo después, extendiendo su mano hacia él.

—Encantado de ayudar como siempre —le contestó el médico, estrechándole firmemente su mano—. Si me disculpan, debo atender a más pacientes.

Ambos detectives lo despidieron con un ligero ademán de sus cabezas, y el doctor se dirigió con paso veloz hacia la puerta.

Los oficiales permanecieron un rato más de pie frente a la camilla, contemplando a su ocupante en silencio, casi como esperando que el deseo de Samantha se cumpliera y en cualquier momento abriera sus ojos y les hablara. Aquello, por supuesto, no pasó. Y tras unos minutos, o quizás menos, ambos se dirigieron a la puerta sin necesidad de indicarle al otro que era tiempo de irse.

—¿Balística ya comparó si las balas en el cuerpo de esta chica concuerdan con las de la otra mujer muerta en la bodega? —preguntó Arnold en voz baja mientras caminaban.

—No he recibido su informe —respondió Samantha, negando con la cabeza—. ¿Sigues pensando que ambos casos están conectados?

—Llámalo una corazonada.

La Det. Hills sonrió, divertida. Las corazonadas de su compañero solían dar en el clavo una de tres veces, pero eso no le impedía seguir cada una como un gato al punto rojo del láser, esperando que lo llevaran a algo. Y para bien o para mal, era ella a quien le tocaba acompañarlo en cada una de sus búsquedas.

En cuanto atravesaron las puertas del área de cuidados intensivos, doblaron a la derecha para dirigirse hacia el vestíbulo. Sin embargo, habían dado apenas unos tres pasos cuando escucharon una voz a sus espaldas:

—Detectives —pronunció con tono animado, obligando que ambos se detuvieran y se giraran en sincronía hacia atrás. Miraron entonces a una joven de cabellos rubios quebrados, aproximándose hacia ellos sobre una silla de ruedas que ella hacía avanzar lentamente con sus manos—. Qué sorpresa verlos por aquí —dijo aquella joven, esbozando una amplia y despreocupada sonrisa—. ¿Me estaban buscando, acaso?

Su cabello estaba algo desalineado, su rostro un poco pálido, y sus ojos mostraban unas discretas ojeras por debajo de ellas. Aun así, ciertamente les resultó familiar desde el primer vistazo, pero sólo cuando estacionó su silla de ruedas a un par de metros de ellos, Arnold logró identificarla con certeza.

—Tú eres... la asistente del joven Thorn —murmuró el Det. Stuart, señalándole—. No, corrijo. La asistente de su tía, ¿no?

Ese pedazo de información era justo el que le faltaba a Samantha para también identificarla. Era la joven que estaba en ese pent-house en donde dos desconocidos habían ingresado por la fuerza hace dos días. Ella estaba ahí con aquel chico, Damien Thorn, cuando ambos fueron a interrogarlo sobre el allanamiento. Samantha recordaba sobre todo que aquel muchacho había sido un tanto grosero con ella. Aunque claro, era difícil que aquello no fuera opacado por el hecho de que Andy Woodhouse en persona se había presentado también en aquel sitio de la nada.

Definitivamente había sido un día fuera de lo común.

—Qué buena memoria, detective —indicó la joven de la silla de ruedas, asintiendo—. Pero si vienen a hacerme alguna pregunta sobre el ataque, ya di mi declaración completa a los otros oficiales, y no creo tener algo más que añadir. ¿O es que tienen alguna novedad?

—No, lo sentimos, señorita... —se apresuró a responder Samantha, quedándose a la mitad de su explicación al no recordar su nombre, si es que acaso se los había dado en aquel entonces.

—Selvaggio —indicó la joven rápidamente—. Verónica Selvaggio.

—Srta. Selvaggio —pronunció la Det. Hills con mayor seguridad—. La verdad es que estamos aquí por otro asunto. Pero escuchamos lo ocurrido.

Era difícil no hacerlo. La extraña explosión ocurrida en el pent-house del edificio Monarch esa misma noche de hace dos días, había sido una noticia demasiado sonada por toda la ciudad. Y Arnold en particular no había soltado el tema en todo ese tiempo.

—¿Se encuentra bien? —añadió Samantha, sonando sincera.

Verónica le sonrió con sosiego, sus labios rojizos resaltaban en la palidez de su rostro.

—Bueno, lo más bien que se puede estar luego de recibir un disparo y que una varilla de acero te atraviese la pierna —bromeó divertida, encogiéndose además de hombros—. Pero sí, estoy bien. Recuperándome.

—Nos alegra escucharlo —expresó Samantha, y se dispuso al momento a disculparse para que se retiraran de una vez. Sin embargo, Arnold se adelantó a hablar primero; justo lo que intentaba evitar.

—Es una pena que haya tenido que estar presente cuando eso ocurrió —masculló el Det. Stuart, en un tono que no dejaba claro si era una afirmación, o algún tipo de pregunta disfrazada.

—Mala suerte, diría yo —respondió Verónica con tono relajado.

—¿Y el chico Thorn? —preguntó Arnold justo después—. Entiendo que él no estaba.

—Oh, no —contestó Verónica, negando rápidamente con la cabeza—. Gracias a Dios no. Él ya estaba en ese momento camino de regreso a Chicago.

—¿Y usted no iba con él? —preguntó Arnold, sintiéndose en ese punto ya algo insistente.

—Esa era la idea, pero me atrasé con algunos asuntos —respondió Verónica con tranquilidad, encogiéndose de hombros—. ¿Acaso me está interrogando, detective? Porque me dijeron que no hablara con la policía sin un abogado de Thorn Industries presente. Por seguridad, usted sabe.

—Lo entendemos —se apresuró Samantha a intervenir, dando un paso al frente antes de que su compañero prosiguiera—. Y disculpe las molestias, Srta. Selvaggio. —Sacó en ese momento de su bolsillo una de sus tarjetas, y se la extendió a la joven en la silla de ruedas—. Si podemos ayudarle en cualquier cosa, no dude en llamarme. ¿De acuerdo?

—Muchas gracias, detective —agradeció Verónica, tomando la tarjeta entre sus dedos, y después le sonrió con gentileza.

—Si nos disculpa —murmulló la Det. Hills justo después, y al momento tomó a su compañero del brazo y prácticamente comenzó a jalarlo a la salida.

Mientras se alejaban, Verónica los despidió desde su silla, agitando lentamente una mano en el aire.

—¿Qué te pasa? —le reprendió Samantha a Arnold, una vez que estuvieron lo suficientemente lejos—. Ese ya no es nuestro caso, y lo sabes.

—Y hace que te preguntes el porqué, ¿no crees? —le respondió Arnold con reticencia.

Samantha suspiró, un tanto cansada, y un tanto más resignada.

—¿Acaso también crees que esa explosión tuvo que ver con los otros dos casos?

—No dije eso —murmuró Arnold entre dientes, no sintiéndose del todo sincero—. Sólo que pasaron muchas cosas raras ese día.

—Ya hablamos de eso, ¿recuerdas? Son los Ángeles, Det. Stuart; pasan cosas raras todo el tiempo.

Ambos salieron por las puertas automáticas del vestíbulo principal, siendo recibidos por el sol de la tarde, intenso y brillante, pero el clima fresco lo compensaba un poco.

—Deja tus conspiraciones por un segundo y mejor dime qué planes tienes para Acción de Gracias —propuso Samantha de pronto, más que deseosa de cambiar de tema.

Arnold soltó una risilla irónica antes de dar su respuesta.

—¿Además de ir al bar, beber y ver el juego como siempre? Nada en especial. ¿Por qué la pregunta? ¿Piensas invitarme a cenar?

—Lo dices como si fuera una horrible alternativa —masculló Samantha con tono de ofensa. Ambos ya se estaban encaminando por el estacionamiento hacia su vehículo.

—No es eso, sólo que sabes que yo y tus pequeños no nos llevamos muy bien...

La Det. Hills no pudo evitar reírse divertida. Arnold Stuart era una persona curiosa que acostumbraba cuestionar a todo el mundo sobre casi cualquier cosa, pero se portaba evasivo cuando era él quien tenía que responder preguntas; en especial si estás venían de un niño de ocho y un niña de diez, y rozaban tan peligrosamente el terreno de lo personal como sólo un niño sin demasiados filtros podía atreverse. Samantha debía reconocer que resultaba divertido ver a su enorme compañero, cuya apariencia por sí sola bastaba para intimidar hasta los pandilleros más aguerridos, siendo intimidado por dos pequeños

—Supéralo, Arnold —señaló Samantha, dándole un par de palmadas en su brazo—. Además, estás de suerte pues Richard los tendrá toda la semana, y se los llevará a Flagstaff. Así que seríamos sólo tú, yo... —Hizo una pequeña pausa, carraspeó un poco, y sólo volvió a hablar cuando ambos se encontraban en lados opuestos del vehículo—. Y Minerva...

Arnold volteó a verla rápidamente por encima del techo del auto. Sus ojos se abrieron grandes, casi como los de un animal espantado preparándose para correr.

—¿Tu hermana? —exclamó con más fuerza de la necesaria. Por supuesto no era una pregunta real; él sabía bien de quién le hablaba—. No, Sam. No otra vez.

—Tranquilo —musitó Samantha entre risas—. Actúas como si te hubiera arrollado con el auto o algo. Sólo fue una cita, y según ella no salió tan mal como tú dices. Anda, sin ti, se me quedará todo el pavo guardado hasta Navidad.

Samantha hizo una nada sutil cara de inocente suplica, que muy poco pegaba con ella como bien Arnold sabía. Éste suspiró con pesadez y miró a su alrededor, como si en verdad estuviera buscando la mejor ruta de escape posible.

—Haré también ese puré que tanto te gusta —murmulló Samantha con tono juguetón.

—Lo pensaré, ¿de acuerdo? —respondió Arnold algo resignado, abriendo justo después la puerta de su lado para meterse al auto—. Pero nada de dejarnos solos, ni que me pidas llevarla a su casa cuando termine la cena, ni nada parecido.

—¿Por quién me tomas? —masculló Samantha entre risas, subiéndose también en el asiento del conductor.

El vehículo se dirigió a la salida del estacionamiento unos minutos después.

— — — —

Cuando los detectives la dejaron, Verónica se dirigió hacia el interior del área de cuidados intensivos, como era su plan original. Intentó ser lo más discreta que una chica en sillas de ruedas podía ser. Su Señor debía estarla cuidando, pues sólo se cruzó con una enfermera en su trayecto, pero ésta parecía tener algo mucho más importante que hacer pues prácticamente la pasó de largo sin cuestionarle si debería estar ahí o no.

Guió entonces su silla hacia la tercera camilla a la derecha, la misma que los detectives Stuart y Hills habían ido a visitar hace unos momentos. Su ocupante, por supuesto, continuaba en el mismo estado de inconsciencia. Verónica se colocó justo a un lado de la camilla, e inclinó su cuerpo al frente, lo más que su herida le permitió, para echarle un vistazo al rostro dormido de la hermosa Mabel, alias la Doncella del una vez temido, aunque poco conocido, Nudo Verdadero.

Fue una sorpresa el encontrarla en ese sitio; ni siquiera esperaba que siguiera con vida. Y, viendo las heridas que le cubrían el cuerpo, su suposición no estaba tan desacertada. Al parecer la Doncella se encontraba más fuerte de lo que pensaba. De seguro el vapor que Damien le había dado recientemente tuvo algo que ver. Aun así, evidentemente no había sido suficiente para evitar que entrara en ese estado comatoso. Y aunque no se consideraba del todo conocedora de cómo era la anatomía de estas criaturas no humanas en particular, dudaba que hubiera algo que la medicina de ese sitio pudiera hacer para ayudarle.

Lo único que podría darle el empujón suficiente para levantarla de esa camilla, era una dosis de vapor. Pero tendría que ser más directo que los vagos rastros que de seguro flotaban en el aire de ese sitio, cortesía de la gente muriendo o sufriendo de dolor de ese hospital, y que muy seguramente eran los culpables de ese envidiable rubor que le coloreaba las mejillas, pero que no haría mucho más por ella.

¿Quedaría alguno de los cilindros que Damien tenía? Lo dudaba. Le parecía que Mabel se había llevado el último cuando se fue del pent-house para buscar a Samara. Así que si la quería de pie pronto, tendría que obtener esa dosis de vapor de alguna otra parte. Y tendría que ser lo más pronto posible, pues mientras más tiempo pasara ahí más probable era que los médicos se dieran cuenta de que estaban lidiando con alguien, o algo, muy lejos de ser común.

Pero, ¿valdría la pena arriesgarse tanto? Era cierto que necesitaba a alguien que cuidara sus intereses en Maine mientras se recuperaba, pero esta mujer no era del todo confiable. Pero tenía dos cosas a su favor: primero, Verónica tenía algo que ofrecerle para que el trabajar con ella le resultara al menos tentador. Y segundo, la Doncella ahora estaba totalmente sola, y una persona sola se podría volver desesperada.

Como fuera, primero tendría que pensar de dónde sacar el vapor, y luego preocuparse si el riesgo lo valía o no.

Pensativa, y algo frustrada, dirigió su silla de nuevo de regreso al pasillo, y posteriormente se encaminó hacia los elevadores. En el camino, sin embargo, cruzó justo enfrente de uno de los módulos de las enfermeras, donde un chico con chaqueta de paramédico se encontraba al parecer firmando unos formularios.

Verónica se detuvo unos instantes y contempló a aquella persona desde la distancia. Le parecía conocido. Era alto y joven, quizás un poco más de veinte años. Piel morena, cabello negro corto; latino, si no se equivocaba. ¿De dónde lo conocía?

El chico terminó de firmar los papeles y se los extendió junto con la pluma a una de las enfermeras. Intercambió unas cuantas palabras con ella que Verónica no alcanzó a escuchar. Ambos se sonrieron, y luego soltaron una risa, con el volumen moderado considerando el lugar en el que estaban. El joven paramédico se despidió, y entonces avanzó en dirección a Verónica. Cuando estuvo a unos cuantos pasos de ella, supo al instante de dónde lo conocía. Y, cuando los ojos de él se posaron en ella a su vez, fue evidente que él también la había reconocido.

—Hey, hola —dijo el joven paramédico, esbozando una luminosa sonrisa.

—Hola —murmuró Verónica despacio, acercando un poco más su silla hacia él—. Yo te conozco, ¿cierto? Eres el paramédico que me atendió afuera del edificio la otra noche.

—Sí —asintió el joven—. Bueno, uno de ellos, sí.

—Muchas gracias —murmuró Verónica, sonriéndole de regreso—. Salvaste mi vida.

—No, claro que no —murmuró el paramédico, claramente apenado—. Yo sólo...

—Acepta el agradecimiento, ¿quieres? —rio la mujer en la silla de ruedas, y justo después le extendió una mano a modo de saludo—. Soy Verónica.

—Miguel, encantado —le respondió el muchacho, estrechándole la mano que le extendía, aunque cuidado de no ejercer demasiada fuerza.

En cuanto sus manos se tocaron, Verónica lo percibió claramente. Era poco, apenas lo suficiente para ser perceptible... pero podría ser suficiente para lo que necesitaba.

—¿Cómo te estás sintiendo? —preguntó el paramédico Miguel con genuino interés.

—Un poco mejor —respondió Verónica, encogiéndose de hombros. Su semblante se tornó serio de pronto—. Tú... atendiste también a ese otro hombre, ¿cierto? El que murió en la ambulancia.

Aquella repentina mención pareció poner notablemente nervioso a Miguel, o quizás más incómodo que otra cosa.

—Sí, yo... —balbuceó mirando en otra dirección—. No sabía que él había sido el responsable de aquello, o que te había atacado.

Verónica sonrió levemente. Así que esa versión de los hechos ya se había esparcido; eso le complacía.

—¿Hubiera cambiado algo si lo supieras? —inquirió Verónica con tono de complicidad—. Era tu deber intentar salvarlo, ¿cierto? Y pareces ser alguien que nunca haría a un lado su deber, sin importar de quién se tratase.

—Sí, supongo que es cierto —musitó Miguel en voz baja. No parecía ser que dudara de la veracidad de la afirmación, sino más bien le daba pena admitirlo frente a ella, temeroso de que aquello la pudiera molestar de alguna forma.

«Si supieras...» pensó Verónica, divertida por dentro como una niña que hizo una travesura por la que terminan culpando a su hermanito.

—¿Te dijo algo? —le preguntó de pronto, tomando un poco por sorpresa al paramédico.

—¿Cómo qué?

—No sé —respondió Verónica, encogiéndose de hombros—. Todo lo que pasó es muy confuso para mí. Ni siquiera estoy segura de por qué ese hombre hizo todo eso. Sólo pensé que quizás te habría dicho algo que lo aclarara todo un poco.

Miguel vaciló. Intentó disimularlo, y quizás a una persona común esto hubiera pasado desapercibido. Pero para el ojo observador de Verónica, fue claro que sí había algo que le cruzaba por la cabeza, pero no estaba muy convencido de compartirlo. Y tras unos segundos de meditación, su elección fue en efecto guardárselo.

—Nada, lo siento. Sólo desvariaba, pero no decía nada... con sentido.

Verónica asintió y sonrió, sabiendo con total certeza que mentía. Desconocía qué clase de "desvaríos" eran los que Jaime había compartido con él, pero podía imaginarlos, y le preocupaba un poco. En especial si entre ellos se incluía la palabra "Anticristo" o el nombre de "Damien Thorn".

—Tengo que irme, lo siento —se disculpó Miguel de pronto, señalando en dirección a la salida.

—Sí, descuida —musitó Verónica, haciendo su silla a un lado para abrirle el paso. Sin embargo, Miguel apenas y dio un par de pasos antes de que le hablara de nuevo—. Pero, oye... ¿Qué harás hoy en la noche?

Miguel se detuvo y se giró hacia ella, un tanto confundido.

—¿Perdón?

Verónica aproximó su silla de nuevo hacia el joven paramédico, con movimientos de sus manos sobre las ruedas que se sentían incluso tímidos.

—La verdad es que... me he sentido muy sola —susurró la joven italiana, agachando su mirada con vergüenza—. No soy de aquí, y no conozco a nadie en realidad. Fuera de abogados y la policía, nadie más ha venido a verme; ni siquiera mi madre ha podido desocuparse de su trabajo lo suficiente como para tomar un avión y venir a visitarme. Y tú en verdad me pareces un chico lindo. Sólo pensaba que, quizás, sería agradable pasar el rato con...

Hizo una pausa, y desvió su rostro ruborizado hacia un lado, cubriéndose la boca con una mano.

—Olvídalo, es una tontería —comentó de pronto, haciendo girar la silla rápidamente—. No me hagas caso.

—No, no, está bien —pronunció Miguel rápidamente, avanzando con apuro hasta colocarse a su lado antes de que se fuera. Verónica detuvo su huida, volteando a verlo desde abajo con mirada reservada—. Yo... hoy termino mi turno a las ocho —le informó el paramédico, sonriéndole nervioso—. Puedo pasar quizás a esa hora o a las nueve. Podríamos charlar, o bajar a comer algo a la cafetería, si quieres.

Verónica sonrió dulcemente, y su rostro se suavizó un poco.

—¿Te dejarán entrar fuera del horario de visitas?

—Conozco a varias personas aquí —contestó Miguel con tono confiado—. Puede arreglarse.

—Muchas gracias —exclamó Verónica, visiblemente encantada—. En verdad eres un buen chico, Miguel...

La joven aproximó sólo un poco más su silla a él, pero esos escasos centímetros resultaban quizás ya ser demasiados. Y antes de que Miguel lograra reaccionar o decir algo más, notó que algo en la mirada de aquella chica cambiaba. En general la dulzura y agradecimiento seguían presentes, pero detrás de esos ojos claros, revoloteaba una chispa ladina, casi seductora, con la que Miguel debía aceptar no estaba del todo acostumbrado. Pero que aun así, lo tuvo lo suficientemente cautivado para que se quedara quieto, sin desviar su mirada en ninguna otra dirección que no fuera en la que se encontraba el delgado y sonrosado rostro de ella.

—Yo... te aseguro que haré... que valga la pena —susurró Verónica muy despacio, únicamente para los oídos del chico delante de ella. Miguel sintió de pronto una de sus manos sobre su brazo; no supo en qué momento la había colocado ahí, pero sí que sintió como las yemas de sus dedos se deslizaban por su piel, llegando a su mano, y saltando discretamente de está a su cintura, y luego bajando lentamente por el costado de su pantalón—. Quizás esté herida, pero... hay varias cosas que puedo hacer por ti, sin necesidad de levantarme de esta silla...

Miguel se quedó totalmente mudo, escuchando el sonido de su propio corazón retumbando en sus oídos. No lo había notado en un inicio, debido a su evidente estado actual. Sin embargo, de un momento a otro no pudo evitar reparar en lo singularmente atractiva que era aquella muchacha. No era precisamente una belleza convencional como las chicas que a Miguel le solían gustar, pero... había algo en sus ojos y en la forma tan específica de su sonrisa que simplemente lo flechó. Y el roce de sus dedos, aunque fuera a través de la tela de su ropa, lo hizo estremecerse como si lo hiciera directo contra su piel desnuda.

Se quedó tan embobado con todo esto, que sólo reaccionó hasta que sintió que los dedos que bajaban por su pantalón se retiraron abruptamente. Notó entonces que Verónica sujetaba ahora entre sus dedos su teléfono, mismo que hasta hace un segundo traía guardado en su bolsillo izquierdo, apenas sobresaliendo un poco de éste, pero lo suficiente para que Verónica lo tomara y lo retirara sin mucho problema.

La chica en la silla de ruedas le ofreció una discreta mirada coqueta, antes de voltearse hacia la pantalla de su teléfono y comenzar a mover sus pulgares sobre ésta, evidentemente escribiendo algo en ella. Miguel sintió el impulso de preguntarle qué hacía, pero su mente estaba tan aletargada todavía que ninguna palabra surgió de su boca, y en su lugar solamente permaneció en silencio, observándola como una obediente mascota.

—Mi número —indicó Verónica, extendiéndole el teléfono de vuelta una vez que terminó. Desconcertado, Miguel tomó de nuevo el teléfono y lo revisó. La pantalla desplegaba la lista de contactos, en la cual había uno nuevo bajo el nombre de V. S.

—¿Cómo lo desbloqueaste? —fue la primera pregunta que logró articular de alguna forma, aunque no por ello resultaba la más relevante. Como fuera, Verónica no le respondió, y se limitó a simplemente guiñarle un ojo.

—¿Hasta la noche? —comentó tras unos segundos, a lo que Miguel sólo pudo responderle con una afirmación:

—Hasta la noche...

Con su cabeza dando vueltas, y con una presión bajo su pantalón que había surgido repentinamente y resultaba difícil de pasar por alto, Miguel se dio media vuelta y comenzó a caminar hacia la salida, andando por un rato como zombi sin un rumbo fijo. Verónica lo contempló mientras se alejaba, sin borrar la sonrisa astuta de su rostro.

Era en verdad un buen chico, pero un chico al final de cuentas. Y Verónica había aprendido muy bien cómo leerlos y manejarlos; desde luego, mucho antes de que "Verónica" fuera su nombre.

FIN DEL CAPÍTULO 126

Notas del Autor:

—Los detectives Samantha Hills y Arnold Stuart son personajes originales no basados en ningún personaje ya existente. Estos ya habían aparecido anteriormente, primero en el Capítulo 105 interrogando a Damien, y posteriormente en el Capítulo 113, sacando a Mabel inconsciente del canal.

—El paramédico Miguel es también un personaje original no basado en ningún personaje ya existente. Ésta ya había aparecido anteriormente en el Capítulo 112 atendiendo a Jaime y posteriormente a Verónica.

Continue Reading

You'll Also Like

2.1M 224K 131
Dónde Jisung tiene personalidad y alma de niño, y Minho solo es un estudiante malhumorado. ❝ ━𝘔𝘪𝘯𝘩𝘰 𝘩𝘺𝘶𝘯𝘨, ¿𝘭𝘦 𝘨𝘶𝘴𝘵𝘢 𝘮𝘪𝘴 𝘰𝘳𝘦𝘫...
90K 8.1K 28
La vida de Paula parecía perfecta, tenía un esposo que la amaba y un pequeño y dulce niño. El futuro de la joven familia parecía próspero pero luego...
314K 47.7K 37
Una sola noche. Dos mujeres lesbianas. ¿Un embarazo? ¡Imposible!
327K 18.4K 52
«No es fácil ser parte de la familia Jones y mucho menos si intentas ser parte de esta. » «Los Cooper no son tan perfectos como parecen, y menos si...