Una mentira sin importancia (...

By Auro2602

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Lauren es una científica reconocida que es invitada a un programa de televisión. Lo que ella pensó que sería... More

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Nota
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X Final

VI

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By Auro2602

Lo primero en lo que se había fijado Camila de Lauren era su inteligencia, su autenticidad y su ingenio. Respetaba a Lauren más que a ninguna otra mujer que hubiera conocido y su personalidad la atraía, no había vuelta de hoja. Sin embargo, cuanto más tiempo pasaba cerca de Lauren, más atracción física sentía y empezaba a notarse obsesionada con tocarla. Lauren no tenía ni idea de lo sexy que era. Camila no pensaba disculparse por desearla, pero la regla que mantenía su relación a nivel platónico obstaculizaba ligeramente sus anhelos.

Pablo y Lucy ya se habían marchado y Camila estaba haciendo todo lo que estaba en su mano para no mirarle el culo a Lauren mientras esta se aclaraba el pelo en el lavabo. Los tejanos bajos le quedaban mejor que a ninguna otra mujer: no eran demasiado ajustados —sencillamente marcaban lo bastante como para insinuar el misterio sobre el que reflexionaría por la noche, mientras se quedaba dormida— y eran lo suficientemente anchos como para no romper con el aire recatado que la caracterizaba y que a Camila empezaba a volverla loca de deseo.

Deseaba a Lauren.

Dios, cómo la deseaba.

El peinador de plástico negro se le había abierto y dejaba al descubierto la fina cintura de Lauren. En la parte baja de la espalda tenía algo de vello finísimo y casi invisible y Camila se descubrió con ganas de acariciarlo, de pasarle las manos alrededor del suave vientre plano y estrechar a la atractiva profesora entre sus brazos. De frotarse contra Lauren hasta que entendiera lo mucho que la deseaba y lo cachonda que la ponía.

—¿Bueno, lo ves bien?

Camila apartó la mirada lujuriosa de golpe.

—¿Qué?

Lauren levantó la cabeza, envuelta en una toalla como si fuera un turbante. Tenía las mejillas ligeramente sonrojadas.

—El berenjena —explicó, como si fuera algo obvio—. ¿Estoy ridícula? Dime la verdad.

Camila tragó saliva, aunque notaba la garganta seca y agarrotada. Lo que deseaba beber no le pertenecía. Por lo que había visto, el baño de color le había quedado brillante e intenso, a Lauren le iba a encantar, pero Camila tenía la cabeza en otra parte y en ese momento la traía sin cuidado.

—Antes de nada, tenemos que peinarte, pero te prometo que no estás ridícula. ¿Por qué no vas a por el secador? — sugirió, mientras se volvía para organizar sus suministros.

Se tomó su tiempo, con la esperanza de que la mirada de deseo que llevaba escrita en la cara se desvaneciera y pudiera pensar con claridad. Camila no estaba segura de cuánto tiempo más podría sobrellevar lo de ser solo amigas. Joder, la deseaba. ¿Tan malo era? ¿Es que el destino iba a negarle la posibilidad de tener una relación más profunda con aquella mujer sorprendente solo porque habían empezado con mal pie? Camila quería cortejarla y seducirla, mirarla a los brillantes y amables ojos mientras le hacía el amor y conectaban de la manera más intensa posible, creando un vínculo que nadie podría reemplazar.

La putada era que Lauren ni siquiera pretendía atraerla, pero su candidez no hacía más que intensificar los sentimientos de Camila. Le gustaba todo de Lauren: desde su seriedad a su ingenio, lo limpia que tenía la casa, lo importante que eran sus amigas para ella y la sólida educación que le habían dado. No se parecía a nadie que hubiera conocido antes. Claro que quería ser su amiga, pero también quería más. Mucho más.

Había ido a Colorado siguiendo un impulso, en busca de una mujer que la intrigaba, pero lo que había encontrado era una mujer a la que sabía que con el tiempo podía llegar a amar con toda su alma.

Joder, daba mucho miedo. No sabía si sería capaz de ser el tipo de mujer que Lauren se merecía.

«Vale, respira hondo.»

Estaba adelantándose a los acontecimientos. Distancia, eso era lo que necesitaba. Necesitaba espacio para...

Lauren le rodeó la cintura con el brazo y todo pensamiento racional se hizo añicos dentro de Camila. El cuerpo cálido, suave y perfumado de lavanda de Lauren se amoldaba perfectamente a su espalda y, cuando le apoyó la mejilla en el omoplato, fue vagamente consciente de que la toalla húmeda le estaba mojando la camiseta. Por supuesto, no le importó, sino que se dejó abrazar y cerró los ojos. ¿Era real o una cruel manifestación de los deseos de su mente?

—No tienes ni idea de lo mucho que te agradezco lo que has hecho por Pablo —le susurró Lauren.

Su aliento le hizo cosquillas a Camila en la espalda.

Esta no dijo nada, no se movió. No quería romper el hechizo de aquel momento precioso.

—No pretendía escuchar a hurtadillas, Camila, pero me alegro mucho de haberlo hecho. Yo... yo nunca había conocido a nadie tan amable y tan generosa como lo has sido tú con ese pobre pequeño.

«No soy mejor que los críos que le pegan.»

El insidioso pensamiento aguijoneó a Camila, pero lo apartó de su mente.

—No he hecho nada especial, querida. No me des más mérito del que tengo —dijo, echando el brazo hacia atrás para apretar a Lauren contra su cuerpo con más fuerza e inclinando la cabeza.

—¿Cómo puedes decir eso? —murmuró Lauren—. No habría hablado con Lucy ni con Vero. Tampoco hablaba conmigo. Pero en el salón lo tenías comiendo de tu mano.

—Ha sido la camioneta —carraspeó Camila—. Le gusta mi camioneta, así que hemos conectado.

Lauren suspiró.

—Fuera lo que fuera, estoy impresionada. Y agradecida. No... no tengo palabras. Gracias... Muchas gracias. Un día serás una madre excelente, Camila.

Solo de pensar en Lauren embarazada de un bebé de las dos hizo que a Camila le temblaran las rodillas y fue incapaz de responder.

—Y a pesar de cómo nos conocimos, me alegro mucho de que seamos amigas —añadió Lauren con firmeza, al tiempo que la liberaba del inesperado abrazo.

«Amigas.»

La palabra quedó colgada en el aire, como un muro de ladrillos. El momento se había roto y, antes incluso de que Camila dejara de lamentar la pérdida, Lauren salió de la habitación. La pintora giró sobre sí misma, preguntándose si se lo había imaginado todo. No podía ser un sueño, ya que el aire le refrescó el hombro allá donde la toalla de Lauren le había mojado la tela de la camiseta y ella se tocó la tela húmeda en gesto distraído.

Lauren la había abrazado. Había sentido su aliento en la piel. Habían conectado... Y se había ido.

Camila se inclinó hacia delante y apoyó los codos en el mármol, con la cabeza gacha. Apretó involuntariamente los puños manchados de tinte y apretó los dientes. Qué boba que era. Había leído más de lo que debía en un momento espontáneo y ahora se sentía como si la hubieran atado a la vía y la hubiera atropellado el tren de una montaña rusa emocional yendo a toda velocidad. Varias veces.

—Joder —farfulló entre dientes.

Lauren quería que fueran amigas. Y Camila quería complacerla. Estaban en un punto muerto. Muy bien, pues daría un paso atrás y sería su puñetera amiga. De acuerdo. Pero para lograrlo, iba a necesitar algo de distancia física y emocional. En definitiva: no podría permanecer cerca de Lauren por más tiempo sin querer más que una simple amistad, porque ya hacía mucho que había cruzado aquella línea. Le hacía falta una ducha. Fría. Eso sin mencionar un vibrador. Turbo.

* * *

Media hora más tarde, Lauren se miraba en el espejo del baño, con el pelo ya seco y peinado.

—Me encanta. De verdad. —Volvió la cabeza a los lados para admirar el sutil reflejo color mora de su cabello—. Berenjena, ¿quién iba a pensarlo?

—Me alegro de que lo apruebes.

—¿Sabes por qué me gusta? —continuó, tratando de no preocuparse por el hecho de que Camila se mostraba distante y ansiosa por alejarse de ella.

¿Y si se había enfadado porque la hubiera puesto en la tesitura de hablar con Pablo? A lo mejor no le gustaban los niños o no quería que Lauren la metiera tanto en su vida personal.

—Me... me gusta porque es mi estilo, pero... mejor —concluyó, en un intento de lanzarle una indirecta sobre el tipo de cambio de imagen que quería.

Ojalá Camila decidiera rebajar un poco el tono de exotismo que tenía previsto.

—Es verdad —dijo Camila, sin mirarla directamente—. Que es tu estilo, quiero decir. Pero no temas, que para la fiesta del semestre haremos algo un poco más atrevido. Con el pelo de punta, quizá.

Lauren se quedó helada mientras se atusaba el pelo.

—¿De punta?

Camila asintió y le tembló un músculo de la mandíbula mientras le daba a Lauren un repaso objetivo y profesional.

—Puede que un poco de purpurina también. Queremos que destaques para que a la Issartel no se le escape tu presencia.

Pues vaya con rebajar el tono. Estaba claro que a Camila los cambios de imagen sutiles le parecían demasiado aburridos en comparación con las mujeres explosivas del Chapultepec que tanto le gustaban. Ahogó un suspiro. Por ridículo que fuera, le tocaba la moral pensar en que a Camila la pusieran cachonda aquellas seductoras despampanantes. A lo mejor a ella le parecían exóticas, pero Lauren las veía postizas y desesperadas. Ella nunca podría tener un aspecto tan... chabacano. Y sería lo último que querría. ¿Cómo había pasado de ser una mujer segura y centrada en su carrera a alguien tan obsesionada con su puto aspecto? Era absurdo.

No debería de importarle nada de todo aquello. Ya le había dicho a Camila que no la deseaba y, a juzgar por la actitud distante que mostraba Camila en aquellos momentos, claramente se había dado cuenta de que Lauren tampoco era su tipo. ¿Y qué otra cosa cabía esperar?

«Basta ya, Lau.»

Tenía una venganza que cobrarse, y lo que sintiera Camila por ella era irrelevante para el esquema de las cosas. Además, si aceptaba los consejos de Camila sobre su cambio de imagen, fueran cuales fueran los resultados, puede que esta empezara a verla de otra manera, al margen de remordimientos o lástima o lo que quiera que hubiese sido lo que había impulsado a dejar su trabajo e ir en coche hasta Colorado así, de buenas a primeras. Con suerte, ya no parecería que quisiera estar en cualquier sitio antes que allí.

Lauren se dio la vuelta y apoyó el trasero ligeramente en el lavabo.

—¿Sabes qué? Tienes razón. Lo del pelo de punta estaría genial.

Camila enarcó las cejas. Casi se diría que se había sobresaltado.

—¿Sí? —Cuanto más atrevido, mejor.

Camila torció el gesto con suspicacia.

—¿Desde cuándo?

—Oh, no lo sé. —Lauren se encogió de hombros—. Desde ahora. ¿Qué tengo que perder? ¿Quieres de punta? Pues de punta —sonrió—. Saca el cuero.

Se hizo el silencio, roto únicamente por el goteo del grifo del pequeño lavabo que llevaba tiempo queriendo arreglar. Había esperado una reacción más efusiva, pero Camila se limitaba a mirarla fijamente, con el rostro impenetrable.

Lauren abrió los brazos.

—¿Qué? Creía que te alegrarías de que estuviera de acuerdo contigo. ¿No se trataba de eso? ¿No quieres que tenga un look exótico?

Al cabo de un momento, Camila carraspeó y le puso la mano en el brazo.

—No, sí. Quiero que estés contenta y que te veas... exactamente como quieres verte. Es que me has sorprendido, eso es todo. —Camila esbozó una sonrisa torva—. Parece que es algo que se te da bien.

* * *

El sol de la tarde caía a plomo sobre Lauren mientras se dirigía al apartamento con una misión y un objetivo: averiguar por qué Camila había estado evitándola y lograr que dejara de hacerlo. Maldita sea, echaba de menos su compañía. En los últimos días, no la había visto más que un par de minutos y todavía no le había dicho nada de sus lentillas nuevas.

¿Por qué? ¿Qué había hecho?

Desde que había metido a Camila en los problemas de Pablo, estaba claro que la pintora evitaba a Lauren a toda costa. En lugar de pasar tiempo con ella, Camila se pasaba el día en casa o haciéndole chapuzas a Lauren. Y esta se lo agradecía, pero si dependía de ella prefería saber qué le pasaba a Camila por la cabeza antes de que le arreglara la puerta que chirriaba, los grifos que goteaban y las tablas sueltas del porche.

Toc, toc, toc.

Dio un paso atrás y esperó en el arco del umbral de la entrada del apartamento, tratando de regularizar su respiración.

Dentro se oía música zydeco y también a Camila moviéndose. El sonido de sus pasos se aproximó a la puerta, sonó el cerrojo al descorrerse y a continuación... Se produjo una pausa incómoda.

—Hola —la saludó Camila, pestañeando como absorta.

Obviamente, Lauren la había sorprendido al presentarse sin previo aviso. Dentro olía muchísimo a pintura y trementina y a Lauren le escocieron los ojos, así que dio un paso atrás para respirar aire fresco.

—¿Estás bien? —Camila miró a su espalda y a continuación se deslizó fuera y entornó la puerta—. Perdona por el olor. Yo estoy acostumbrada, pero sé que puede ser terrible.

Camila iba descalza y llevaba los tejanos Levi's rotos que tanto le gustaban y una camiseta de tirantes igual de gastada como único atuendo, a no ser que las manchas de pintura contaran como accesorios.

—No pasa nada, estoy bien. Es que... últimamente no te he visto mucho. —«Patético», pensó Lauren, arrugando los hombros—. Somos vecinas, así que he pensado en pasar a saludar.

Vale, aquella situación era horriblemente incómoda. ¿Camila pensaba invitarla a entrar? No lo parecía, así que Lauren se cruzó de brazos.

—Así que... hola.

La mirada de Camila se dulcificó y esbozó una sonrisa lenta.

—Hola.

—¿Estás muy liada? —quiso saber Lauren, indicando la puerta cerrada tras Camila, para luego volver a mirarla a la cara.

—Yo... eh... —Camila se frotó la barbilla con el dorso de la mano y señaló al interior con el pulgar—. Estoy trabajando.

—Ya lo he supuesto. ¿Qué tal va la cosa?

—Genial —contestó ella. Los ojos le chispearon—. Hay un par de galeristas interesados en echarle un ojo a algunos de mis trabajos. Puede que consiga alguna exposición o incluso venda algo.

—¡Es maravilloso! —exclamó Lauren, juntando las palmas de las manos.

De repente, ya no se sentía tan ignorada. Si Camila se hacía un hueco en la comunidad artística, puede que tuviera algún incentivo para quedarse cuando terminara su acuerdo sobre el cambio de imagen. Joder, estaba dispuesta a retenerla a su lado como pudiera.

—¿Cuándo te dirán algo?

—No estoy segura. He estado trabajando como una loca para que esté todo listo. —Miró al suelo—. Supongo que por eso no he estado muy... sociable.

—No pasa nada —aseguró Lauren, aunque no acababa de creerse la excusa—. No tienes que darme explicaciones. Además, ¿qué mejor razón? —Quiso añadir «lo único es que te echo muchísimo de menos», pero no lo hizo—. Estoy orgullosa de ti.

Camila escrutó su semblante y le acarició la mejilla con la yema de los dedos. Fue una caricia tan inesperada como breve. También irresistible y sexy.

—¿Todavía sigue en pie ir de compras mañana?

A Lauren le cosquilleaba la cara y se le había quedado la boca seca.

—Claro. Vamos, si tienes tiempo.

—No me lo perdería por nada del mundo.

¿Ah, sí? Muy bien, Lauren estaba oficialmente confusa. Camila no parecía enfadada con ella. De hecho, casi se la veía contenta porque Lauren hubiera ido a verla. Entonces, ¿por qué había dejado de desayunar con ella en la terraza de la parte trasera? No podía ser solo por la pintura, porque todo el mundo se tomaba un descanso de vez en cuando.

—Vale, perfecto.

Titubeó, porque quería decir algo más, pero no estaba segura. Especialmente, porque no sabía si había hecho algo que hubiera ofendido a Camila.

—¿Te pasa algo?

—No. —Lauren se quedó callada un momento—. Bueno, en realidad sí. —Soltó una risilla—. Es que me preguntaba si querías cenar hoy en mi casa.

Por un instante Camila pareció acongojada, pero enseguida se le pasó.

—Bueno, es que tengo mucho trabajo...

—Venga, Camila. Vienen Lucy y los niños. Alexa iba a venir, pero al final no podrá.

Analizó la reacción de Camila y no le pareció que la echara para atrás cenar en grupo. Es más, casi diría que sus armónicas facciones se tocaron de algo sospechosamente parecido al alivio.

—Seguro que Pablo se llevará un disgusto si no estás. Eres como su superheroína, ¿sabes?

Camila resopló.

—Créeme, no soy ninguna heroína.

Lauren levantó la barbilla, preparada para llevarse una decepción, pero sin contener sus siguientes palabras.

—Luego podríamos alquilar una película. No será como salir de fiesta por la ciudad, que es a lo que estarás más acostumbrada, pero...

Camila le puso los dedos sobre los labios para hacerla callar.

—Deja de intentar convencerme. Me encantaría ir.

—¿Sí? ¿De verdad?

—De verdad.

—Genial. —Lauren luchó por contener el entusiasmo. No tenía ningún sentido que hiciera ver que estaba acostumbrada al rechazo—. Pues, perfecto. —Fue a marcharse, pero se dio la vuelta otra vez—. ¿A las siete?

Camila estiró el brazo y se apoyó en el marco de la puerta. Su mirada líquida penetró a Lauren como una lanza.

—¿Qué tal las seis?

—¿A las seis? Ah, bueno. No tendré la cena lista, porque los demás llegarán a las siete. —Hizo gesto de recolocarse las gafas, pero como no las llevaba, entrelazó las manos a la espalda y esbozó una sonrisa leve—. No me acostumbro a no llevar gafas.

—Normal. Pero me va mejor a las seis. Te ayudaré a cocinar.

—¿A cocinar? —se mostró reacia Lauren—. ¿Seguro?

—Lolo... —dijo Camila, casi en un suspiro.

Lauren no supo cómo interpretar que Camila suspirara su nombre de aquella manera. Lo único que sabía era que tenía que alejarse y coger un poco de aire a su vez. Aquella mujer la desconcertaba.

—Vale, tú ganas. A las seis.

—Genial. ¿Llevo algo?

—Con que vengas, basta, Camz. Solo eso.

«Eso es todo lo que necesito.»

Lauren emprendió el camino a su casa, contenta como unas castañuelas. Se sentía como si le hubiera tocado el gordo, y le costaba Dios y ayuda no regodearse. El cuerpo le zumbaba y tenía ganas de echarse a correr, pero apretó los puños con fuerza y se concentró en caminar con tranquilidad.

—Querida —la voz aterciopelada de Camila detuvo a Lauren en seco. El corazón se le disparó—, siempre me han gustado tus gafas, ya lo sabes. Pero también te quedan muy bien las lentillas.

Lauren se dio la vuelta lentamente y las dos se sostuvieron la mirada. Si no supiera de sobra que no era el caso, habría pensado que Camila deseaba cubrir la distancia que las separaba y darle un beso. No obstante, aquello era imposible, porque llevaba días evitándola como si tuviera una enfermedad contagiosa.

A Lauren le entró el pánico y prefirió huir antes de lanzarse al cuello de Camila, porque el piropo le había llegado al corazón.

—Gracias —dijo por fin, y se recolocó un mechón de pelo detrás de la oreja innecesariamente—. Me gustan.

* * *

Camila se frotó las palmas de las manos y echó un vistazo circular por la cocina.

—Muy bien, sous-chef Cabello a tu servicio y lista para cocinar. ¿Qué puedo hacer?

La cocina estaba iluminada por el resplandor dorado de las últimas horas de la tarde y la melosa voz de Norah Jones flotaba en el aire. Lauren llevaba una vaporosa falda larga de color vino estampada con florecillas azules y una camiseta azul a juego. También llevaba un delantal de tela de saco que le cubría casi toda la ropa, y se la veía tan hogareña que a Camila le alegró el corazón. Las sandalias de Lauren dejaban al descubierto sus brillantes uñas esmaltadas y toda la cocina olía a lavanda, como ella. La situación y la compañía eran tan propicias para el romance que Camila dio gracias a Dios porque Lucy y los niños estuvieran a punto de llegar para actuar como filtro.

—Mmm, bueno, puedes servir una copa de vino para cada una, y luego tú eliges. —Señaló con el cuchillo de cocina—. Sazonar las chuletas, cortar las zanahorias, remover la ensalada o preparar las patatas. El postre ya está listo.

—Hago una zanahoria glaseada para chuparse los dedos —afirmó Camila, mientras abría los armarios hasta dar con las copas de vino. Cogió dos con la misma mano y las colocó en el mármol—. ¿Qué te parece si hago eso y las chuletas y tú te encargas de la ensalada y las patatas?

—Trato hecho.

Trabajaron sumidas en un silencio cordial durante varios minutos, hasta que terminaron la mayoría de los preparativos. Entonces Lauren cogió su copa de vino, se sentó en una silla encantada de poder descansar un poco y giró los tobillos.

—Ya no hay nada que hacer hasta que lleguen —dijo—. No quiero que la carne quede demasiado hecha.

Camila se sentó en la silla de enfrente.

—Sienta bien relajarse un poco, ¿eh? —comentó, mirando en derredor. Levantó los hombros y los dejó caer de nuevo con un suspiro—. Me gusta tu casa.

—Eres muy amable —sonrió Lauren—. A mí también me gusta, sobre todo desde que me has arreglado las cosillas que me daban más la lata. Sabes que no tenías por qué.

Camila se encogió de hombros, sin darle importancia.

—De nada.

Lauren miró el reloj y esperó que Lucy hubiera montado a los niños en el coche sin demasiados problemas.

—Te aviso, los hijos de Lucy son muy tiquismiquis con la comida. Y estoy siendo amable —torció el gesto—. De un día para otro, nunca sé lo que va a gustarles y lo que no.

—Bueno, son niños. Yo también lo fui. —Camila dio un sorbo de vino y observó a Lauren por encima de la copa—. ¿Cómo está Pablo, por cierto?

—Bueno, ya sé que no te gusta que te alabe, pero Lucy dice que hacía tiempo que no lo veía tan animado. —Hizo una pausa—. Desde que hablaste con él.

—Me alegro —contestó Camila, aunque su rostro se ensombreció momentáneamente y se apresuró a cambiar de tema —. Háblame de la mujer de Lucy. ¿Vero, verdad?

—Sí. —Lauren agitó la mano y apoyó la cabeza en la pared—. La verdad es que no hay mucho que decir. Vero y Lucy están juntas desde los quince años, si no recuerdo mal. Eran la única pareja lesbiana del instituto que había salido del armario y «les traía sin cuidado lo que dijera la gente» —dijo, haciendo un gesto de entrecomillar sus palabras —. Eran la pareja perfecta, ya sabes, y al final casi todo el mundo acabó por aceptarlas. Siempre supimos que estarían juntas para siempre —explicó, cruzándose de piernas y alisándose la falda.

—¿Pero...? —la animó Camila.

Lauren sorbió algo más de vino. Se preguntaba cómo había notado Camila que tenía algo más que añadir.

—Solo es mi opinión y nunca le diría nada a Lucy, pero Verónica ya no le presta la misma atención que antes. Sé que tiene un trabajo muy duro y absorbente...

—¿Patrulla las calles?

Lauren asintió, sin despegar la mirada de la copa. La volteó entre los dedos, pensativa.

—Seguramente lo hará siempre, porque supongo que le gusta la adrenalina. De todas maneras, si me preguntas a mí, diría que Vero da a Lucy y a los niños por sentados.

—Es una pena.

—Ya se arreglarán. —Lauren dejó la copa a un lado y miró a Camila directamente a los ojos—. Siempre lo hacen.

Camila alargó el brazo y le cogió la mano.

—¿Y qué hay de ti, querida? ¿Por qué no has sentado la cabeza con la mujer perfecta?

Lauren se puso roja como un tomate. ¿A qué había venido eso?

—Supongo que no he encontrado a la mujer perfecta.

La sonrisa de Camila sacó su hoyuelo a relucir.

—La respuesta clásica.

—Vale, ¿quieres la verdad?

Lauren resopló y apartó la mano. Le daba un poco de vergüenza, pero no quería esconderse. Así era ella, tímida y solitaria. Soltera por elección. Si Camila era su amiga de verdad, no le importaría. Hizo una mueca.

—Nunca he tenido una relación seria.

—¿Nunca? Lauren negó con la cabeza.

—En el instituto... nadie me pidió salir. Luego vino la universidad y el doctorado. Estaba... demasiado ocupada. Bueno, o esa es la versión que pienso mantener. —Dejó escapar una risita amarga y ya no fue capaz de sostenerle la mirada a Camila—. Patético, ¿eh?

Camila se acercó con la silla y le levantó la barbilla delicadamente con el dedo.

—Si tú eres patética, yo también lo soy, Lolo.

Lauren pestañeó varias veces.

—¿Qué quieres decir?

—Lo que quiero decir es que he salido con mucha gente, pero tampoco me he enamorado nunca.

—No me lo creo —dijo Lau, anonadada.

Camila se encogió de hombros.

—No tengo por qué mentirte sobre eso.

—Pero... pero, ¿por qué? ¿Por qué no te has enamorado nunca? —balbuceó—. No hay razón por la que una mujer como tú...

—Ya estamos con lo de «una mujer como tú». —Camila meneó la cabeza, medio en serio medio en broma—. ¿Sabes lo que me gustaría, Lauren? Que dejaras de ponerme en esa especie de categoría mental y sencillamente me vieras. Por cómo soy, no por cómo crees que debería ser.

Lauren sintió que le subía el rubor al cuello y estuvo a punto de hipar. Dios, Camila tenía razón. Lauren era una imbécil cargada de prejuicios.

—Tienes toda la... Lo siento. No lo digo como un insulto.

—Lo sé, no pasa nada. Lo que intento decirte es que todas tenemos nuestras razones para evitar la intimidad. Tú tienes las tuyas y yo tengo las mías —dijo Camila, cogiéndole a Lauren las dos manos y apretándolas entre las suyas para acariciarle los nudillos—. Deja de pensar que eres tan diferente, profe. Casi nadie encuentra a su amor verdadero en el instituto como Lucy. Yo no lo hice y tú tampoco y, ¿sabes qué? Para mí no tenemos nada de raro.

Antes de que Lauren tuviera tiempo de profundizar en la revelación de Camila, la puerta delantera se abrió e interrumpió el momento. Lauren y Camila se separaron al tiempo que dos pares de pasos diminutos corrían en dirección a la cocina y se sonrieron cuando oyeron a Lucy gritarles a los niños que no corrieran dentro de la casa. A los pocos segundos, Pablo y Tadeo las habían envuelto en sus efusivos abrazos. Se sucedieron los saludos, las risas y exclamaciones de hambre lobuna y, para cuando Lucy tuvo a los chicos sentados a la mesa, toda la casa olía deliciosamente a chuletas asadas y demás. Lauren se sirvió una segunda copa de vino para ella y para Camila y le ofreció una a Lucy. Los niños bebían leche. Camila dio el toque final a las chuletas y las llevó a la mesa. Lucy bendijo la mesa, que era algo que intentaba inculcar a sus hijos, y empezaron a repartirse los platos.

—Yo no quiero eso —anunció Tadeo, observando asqueado el bol de zanahorias glaseadas que tenía ante él. Cuando se inclinó hacia delante y arrugó la nariz se le levantó un recalcitrante mechón que siempre se le ponía tieso en la coronilla—. La «vedura» me da asco.

—Puaj. Yo tampoco quiero —añadió Pablo, estirando el cuello desde su asiento de honor, al lado de Camila, para ver el bol.

Los cardenales ya se le habían ido casi del todo y el único recuerdo de sus problemas era una marca amarillenta.

—Tadeo, no seas maleducado —le riñó Lucy, con las mejillas arreboladas por vergüenza materna. Miró a Lauren con expresión de disculpa—. Te comerás lo que ha cocinado la tita, jovencito, o te quedarás con hambre. —Fulminó con la mirada a su primogénito y señaló la fuente de loza—. Pablo, espero que le des buen ejemplo a tu hermano. Coge zanahorias.

A Pablo le tembló la barbilla ante el horror de cargar con la responsabilidad de dar ejemplo.

—Mamá, por favor, no me obligues. Son naranjas.

—En realidad no las he hecho yo —intervino Lauren, con la esperanza de echarle un cable a Lucy. Les sonrió a los niños y se puso la servilleta sobre el regazo—. Las ha hecho Camila. Están glaseadas, lo que quiere decir que tienen mantequilla y azúcar moreno.

—¿De verdad las has hecho tú, Camila? —preguntó Pablo con gravedad.

Claramente no daba crédito a que la mujer a la que idolatraba se hubiera rebajado tanto como para hacer semejante porquería para cenar.

—Claro que sí.

—Pero sigue siendo «vedura», da igual quién la ha hecho —murmuró Tadeo, echándose hacia atrás y subiendo los pies a la silla.

—Los pies abajo, jovencito.

Tadeo obedeció. Lucy estaba que echaba humo.

—Debería daros vergüenza estar portándoos así de mal. Pedidles perdón a Camila y a la tita Lauren ahora mismo.

—Perdóoon —farfullaron ellos, con clara falta de sentimiento.

—No pasa nada. ¿Me lo pasas? —Camila señaló el bol y Lauren se lo quitó de delante a Tadeo y se lo dio a Camila, que le dedicó un guiño de complicidad—. Gracias. —Se volvió hacia la madre de los niños—. Las zanahorias son lo que comen los superhéroes, Lucy. No creo que estos niños sean lo bastante mayores para comerlas, así que mejor: más para mí. Mmm, ñam ñam —añadió, sirviéndose un buen plato.

—¿Los superhéroes? ¿Qué...? Ah, ya —asintió Lucy, que tardó solo un segundo en comprender—. Casi se me había olvidado. —Buscó a Camila con la mirada, sin saber por dónde saldría la mujer, pero dispuesta a seguirle la corriente. Lauren miró a los niños de reojo. Estaban mirando a Camila con una mezcla adorable de veneración y horror.

—Pero cuando eras pequeña no te las comías, ¿no, Camila? —preguntó Pablo, en tono ansioso. No podía ser que tuviera que bajarla de su pedestal. Camila enarcó las cejas, acabó de masticar y tragó.

—¿Estás de broma? Comía zanahorias a todas horas. Claro que yo tenía un permiso especial para comer comida de superhéroes, porque quería crecer y tener superpoderes.

Flexionó el brazo y su torneado y firme bíceps atrajo todas las miradas. Lucy no pudo disimular su admiración y le lanzó una significativa mirada a Lauren, que frunció el ceño. Pablo se había quedado con la boca abierta y miraba el bol de zanahorias con renovado interés.

—¿A qué saben?

—Lo sabrás cuando seas lo bastante mayor para probarlas —contestó Camila, llevándose dos trozos más a la boca y masticando con deleite.

Pablo reflexionó sobre su respuesta.

—¿Y eso cuándo será?

—Al menos tienes que tener diez años, ¿verdad, tita?

Lauren se mordió el labio para no sonreír y asintió. Definitivamente, Camila Cabello era un genio.

—Casi tengo diez —dijo Pablo, observando las zanahorias con anhelo—. Tengo seis años y casi son diez.

—Mamá, ¿de vedad tienes que tener diez para comerlas? —susurró Tadeo, en tono quejumbroso—. No es justo. Pablo no tiene diez.

—No es suficiente, chavalito —le contestó Camila a Pablo, fingiendo que no había oído a Tadeo—. Lo siento.

Pablo chasqueó la lengua y se enfurruñó. Camila se recolocó en la silla.

—Pero supongo que si de verdad las quieres puedo pasarte un par de extranjis. Al niño se le iluminó la cara.

—¿De verdad?

Camila fingió que se lo pensaba. Se mordió la cara interna de la mejilla y negó con la cabeza.

—Pensándolo mejor, no quiero romper las reglas de los superhéroes.

—Oh, venga, Camila —botó Pablo en la silla—. Nadie lo sabrá. Mamá y la tita no lo dirán, ¿verdad?

Las dos aludidas negaron con la cabeza.

—Por favooor... —intervino Tadeo con voz lastimera.

—¿Tú también quieres, pequeñín?

—Sí —dijo Tadeo, con los ojos muy abiertos, sentado sobre las manos.

Camila puso cara de asombro y miró a Lauren y a Lucy.

—¿Qué pensáis vosotras? ¿Deberíamos romper las reglas?

Lucy casi no podía ni hablar y tuvo que taparse la boca con el puño para aguantarse la risa. Lauren se aclaró la garganta.

—Bueno, Tadeo tiene cuatro años y Pablo, seis. Si lo sumamos llegan a diez —comentó, encogiéndose de hombros.

—No lo había pensado así. Supongo que por eso eres la científica, Lolo.

Camila frunció los labios y rumió la idea mientras los niños esperaban su conclusión, quietos como estatuas. Cuando la tensión alcanzó el punto deseado, cedió.

—Vale, solo por esta vez, podéis comer zanahorias.

—¡Yupi! —exclamaron Pablo y Tadeo a coro.

Mientras Lucy les servía las zanahorias, le lanzó a Camila una mirada sarcástica.

—Mujer, no sé dónde has estado todo este tiempo, pero eres una D-I-O-S-A. Me rindo a tus pies.

Camila se echó a reír y señaló a los pequeños con la barbilla. Ya no prestaban atención a la conversación de los mayores.

—Nah, es que yo también marraneaba mucho la comida cuando era pequeña y sé lo que hay que hacer.

—Bueno, cielo, puedes venirte a comer a casa cuando quieras.

Camila partió su chuleta y puso sus ojos en Lauren, que volvía a mirarla como si fuera su paladina y acabara de rescatarla de los dragones.

* * *

La cena fue un éxito absoluto. Después de que Camila se ganara a Lucy con el brillante truco de psicología inversa de las zanahorias, conquistó a Pablo y a Tadeo al llevarlos afuera y dejarlos subir a su codiciada camioneta. Incluso le revolucionó el motor para ellos. Era la invitada perfecta y una amiga maravillosa y a Lauren le gustaba más que nunca. Lucy se llevó a los niños a casa temprano y Lauren y Camila decidieron tomarse un café en el porche de atrás antes de irse a dormir. La luna llena arrojaba su resplandor plateado sobre el jardín y soplaba una brisa suave. Lauren cerró los ojos, sostuvo la taza caliente con las dos manos y se deleitó con aquel momento casi perfecto.

—Ha sido divertido. Al final todo ha salido bien.

—Pues sí. Estoy llena —afirmó Camila, dándose una palmadita en el estómago.

La silla de jardín crujió cuando se recolocó—. No debería haber repetido de pastel de chocolate.

Lauren volvió la cabeza hacia Camila, más relajada en su compañía de lo que se sentía normalmente. Le gustaba estar así con ella, sin todo el tema del cambio de imagen, la Issartel y el recuerdo del fiasco de Barry Stillman de por medio.

—¿Qué hay de malo en darse un capricho de vez en cuando?

—Cierto, pero no voy a poder pegar ojo después de haber comido tanto —hizo una mueca—. No me digas que eres una de esas personas irritantes que se controlan todo el tiempo y siempre se dejan algo en el plato.

Lauren se echó a reír y decidió no responder a la traviesa pregunta.

—Podríamos ir a dar un paseo, si quieres. El ejercicio me iría de fábula.

—¿Sí? Me encantaría.

Camila se puso de pie y se ajustó el pantalón como si le apretara en la cinturilla de avispa.

—Vamos, antes de que explote.

Cerraron la casa y pasearon por la calle atravesada de sombras. Al llegar a una esquina especialmente oscura, Camila echó un vistazo en derredor.

—¿Este barrio es seguro?

—Relativamente —contestó ella—. Yo no saldría sola por la noche. —Hizo una pausa—. Pero contigo me siento bastante segura.

Camila sonrió, le pasó el brazo por los hombros y la atrajo para sí.

—Siempre tienes la respuesta adecuada, querida.

A Lauren no le molestó en absoluto que Camila dejara el brazo donde estaba.

—¿Qué yo siempre tengo la respuesta adecuada? ¿Y qué me dices del numerito de las zanahorias para superhéroes que te has montado? Ha sido brillante. ¿Has visto cómo Pablo y Tadeo engullían la verdura?

—«Vedura» —la corrigió Camila.

Lauren soltó una carcajada.

—Ha sido un buen truco, aunque está mal que lo diga yo —afirmó Camila en tono arrogante, se sopló las uñas y fingió que se sacaba brillo con la camisa de Lauren.

—Ya te lo digo yo —rio Lauren, que fue a ajustarse las gafas, pero se detuvo a medio gesto y dejó caer la mano—. No me acostumbro a no llevar gafas.

—Siempre puedes ponértelas otra vez.

Lauren prefirió pasar por alto el comentario antes que embarcarse de nuevo en la conversación de lo bien que le quedaban los anteojos.

—Ya sé que no te gusta que te eche flores, Camila, pero no puedo evitarlo. Gracias por esta noche, por enseñarles la camioneta a los niños. Por... todo.

—De nada. Me gustan. Los niños son animalitos muy curiosos.

—Lo sé, por eso son tan divertidos. —Lauren miró a Camila de perfil—. ¿Cómo es que se te dan tan bien?

Ella se encogió de hombros.

—No sabía que se me daban bien. Como te decía, no he tratado con muchos. Supongo que sencillamente... —Hizo una pausa y se pasó la mano por la cara—. Me acuerdo de cuando era pequeña y lo duro que era crecer. Empatizo con ellos.

Lauren fue caminando por la acera, esquivando los baches y las grietas del pavimento, perpleja por las enigmáticas palabras de aquella encantadora mujer. No la comprendía, ya que ella había tenido una infancia maravillosa junto a unos padres que la querían y la apoyaban. Tampoco era tan ingenua como para creer que todo el mundo había tenido la misma infancia idílica y quiso que Camila le contara a qué se refería, pero no quería parecer entrometida.

Cruzaron la calle y llegaron al patio de la escuela primaria, que estaba desierto.

—¿Es este el colegio de Pablo?

—No, Verónica y Lucy no viven en el barrio.

Lauren observó el patio tras las cadenas que hacían las veces de cerca. La cadena del juego de tetherball tintineaba al chocar contra el poste, y el sonido tenía algo de desolador y siniestro. Los columpios se balanceaban lentamente y había pequeñas huellas de niños en la arena del final del tobogán.

«Nadie debería tener una infancia difícil.»

La idea de que para Camila ese hubiera sido el caso entristeció enormemente a Lauren, pero, antes de que pudiera decir nada, Camila la cogió de la mano y tiró de ella hacia el patio.

—Venga. Hace un montón que no bajo por un tobogán.

—¿Hablas en serio?

Camila sonrió ampliamente.

—Relájate, Lolo. ¡Tonta la última!

—No es justo, yo llevo sandalias y tú llevas botas.

—¡Gallina!

Lauren se quedó con la boca abierta unos segundos, hasta que despertó la niña que llevaba dentro.

—El que lo dice lo es, ¡el mundo al revés!

Empujó a Camila con todas sus fuerzas y aprovechó el tropezón para lanzarse a la carrera. Camila echó a correr tras ella y al final la adelantó. Se detuvieron junto al tobogán y las dos se doblaron con las manos en las rodillas, para coger aire.

—Has hecho trampa —la acusó Camila, entre risas.

Lauren se señaló las sandalias.

—Solo he equilibrado la balanza.

—Y aun así, he ganado —se pavoneó Camila, con ojos chispeantes.

Lauren resopló.

—Anda ya. Te he dejado ganar. No quería herir tu ego de superhéroe.

Camila echó la cabeza hacia atrás y soltó una risotada. Cuando recuperaron el aliento, fueron pasando de aparato en aparato, riendo libremente. Camila se colgó de las barras y Lauren se subió al tobogán. Se mareó un poco cuando Camila le dio vueltas en el tiovivo, así que descansaron un rato en los columpios. Lauren dejó el pie colgando y dibujó formas en la gravilla con la punta de la sandalia. Como seguía intrigada por la infancia de Camila, sacó el tema.

—Seguro que de pequeña lo pasabas en grande.

La luz de la luna iluminaba a Camila de perfil y cuando apretó la mandíbula le tembló un músculo de la sien. Al final se volvió hacia Lauren y empezó a girar lentamente, con las cadenas de los columpios en el hueco de los codos y los brazos cruzados, de manera que se sostenía de cada cadena con la mano opuesta.

—Lauren... hay algo que deberías saber de mí.

Lauren se puso tensa de golpe, en guardia ante el tono grave de Camila. ¿Sería una exconvicta? ¿Estaría casada? ¿Sería hetero? Vale, aquello era un poco cogido por los pelos. Se obligó a dejar de pensar en tonterías y dejar hablar a Camila.

—Va-vale, dime.

Camila espiró y fijo la mirada en las solitarias barras un segundo. Empezó a hablar sin mirar a Lauren.

—Cuando era niña no... no era una persona agradable. Después de todo lo que se había estado imaginando, algo tan ínfimo estuvo a punto de provocarle la risa a Lauren, pero se contuvo, ya que la expresión cauta de Camila era indicativa de que para ella era una confesión importante.

—¿Qué quieres decir?

Camila batalló con las palabras adecuadas para expresarse.

—Todos adoptamos un papel cuando somos pequeños, igual que Pablo y Tadeo. Ese papel nos moldea.

Lauren asintió, en muestra de acuerdo.

—¿Y qué papel tenías tú?

Camila la miró directamente a los ojos, con tanta vergüenza que a Lauren se le cayó el alma a los pies.

—Yo era la abusona —admitió Camila con voz estrangulada—. Era una chica dura, creída y déspota, sin conciencia ni remordimientos. Estaba llena de ira o lo que fuera... se me iba la olla. No era... no era mejor que los niños que le pegan a Pablo.

La confesión sorprendió a Lauren, que no supo qué decir, porque lo cierto era que nunca había conocido a nadie tan amable como Camila Cabello. Tragó saliva y midió sus palabras.

—Camz, los niños pequeños suelen ser muy crueles con los demás. —Se mordió el labio—. Lo sabes, ¿verdad?

—No era tan pequeña. —Camila le dio una patada a la grava y levantó un arco de tierra—. Era cruel y desagradable y estaba resentida con todo el mundo hasta que cumplí los dieciocho. Era... una persona horrible.

—No digas eso.

Lauren alargó el brazo y le apoyó la mano en la pierna, al percibir que Camila necesitaba el contacto.

—La Camila que yo conozco es amable y...

—No, por favor. No me des un mérito que no me corresponde, querida —replicó Camila, poniéndose rígida—. Si no hubiera sido por un hombre, mi profesor de arte, seguramente continuaría siendo así hoy en día.

—Pero... pero eso es absurdo.

Camila alzó el rostro de golpe.

—Le otorgas a ese hombre más importancia de la que tiene en haberte convertido en el tipo de persona que eres. — Lauren levantó una mano—. Y no pretendo infravalorar su contribución a tu crecimiento personal. Todos tenemos mentores y guías a lo largo de nuestro camino, pero ¿acaso te controlaba él? ¿Eras su marioneta?

—No, pero... Lauren se inclinó para cogerle la mano a Camila.

—Cariño, la gente cambia. Evoluciona. —Guardó silencio un instante y tragó saliva al darse cuenta de que acababa de llamarla «cariño». Vale que a sus mejores amigas siempre las llamaba así, pero aquella vez había sido diferente. Siguió hablando antes de que Camila pudiera contradecirla—. Cualquiera que te conozca sabe que eres una persona buena y generosa. Por otro lado —Lauren hizo una pequeña pausa—, sí, supongo que podría decirse que aún eres una abusona.

—¿Qué, qué?

Lauren asintió.

—Es la verdad, solo que ahora te maltratas a ti misma. Y no te lo mereces, Camz. Para nada.

El momento quedó prendido entre ellas con tanta intensidad que hasta las cadenas del patio se aquietaron. Camila le sostuvo la mirada a Lauren, con el bello y anguloso rostro contraído por una miríada de emociones: asombro, incredulidad, gratitud, alivio.

Lauren nunca se había sentido tan cerca de ninguna otra persona. Alzó la mano y le acarició la mejilla a Camila.

—No puedes basar la imagen que tienes de ti misma como adulta en la niña o en la adolescente que fuiste. Con ira o sin ella.

A Camila se le puso un nudo en la garganta.

—Yo podría decirte lo mismo a ti.

Lauren se echó hacia atrás y parpadeó, confusa.

—¿A qué te refieres?

Se produjo un largo silencio.

—Lau, ¿quién te convenció de que no merecías ser amada?

Lauren bufó, arqueó las cejas y miró hacia la luna.

—¿Quieres decir aparte de Keana Issartel, Barry Stillman y doscientos espectadores en directo con pancartas?

Camila negó con la cabeza, sin arredrarse.

—Eso son cosas superficiales, que no te merecías. Pero ya tenías que creértelo de antes para que te hiciera tanto daño.

Lauren escrutó el rostro de Camila unos segundos antes de apoyar la mejilla en la cadena del columpio con un suspiro.

—Nadie me ha dicho eso exactamente, pero oí algo por casualidad. Y sí, supongo que ha influido en mis elecciones vitales. Nunca he buscado una relación. En lugar de eso, me he centrado en mi carrera.

—¿Qué oíste? ¿Quién lo dijo?

—Mi tía Luz.

Para su eterna humillación, notó que los ojos se le llenaban de lágrimas y una se le escapaba mejilla abajo. Así de fácil: Camila Cabello había abierto una grieta en su coraza protectora.

—¿Qué pasó? Cuéntame.

Le contó la triste historia, sin darse cuenta de que la primera lágrima vino seguida de muchas más, que pronto le salpicaron el regazo. Cuando terminó de hablar, Camila le cogió la barbilla con la mano; Lauren sorbió las lágrimas, pero no miró a su amiga a los ojos.

—Lauren, mírame, por favor.

Ella lo hizo, a regañadientes.

—Nena, si pudieras verte a través de mis ojos, sabrías lo preciosa y maravillosa que eres —susurró Camila. Su voz era como una caricia—. ¿Cuándo vas a escuchar a tus mejores amigas, que te tienen en un pedestal? Lolo, no solo has crecido a nivel de apariencia, sino que has crecido en todos los aspectos.

Lauren se sorbió las lágrimas de nuevo. Junto a Camila se sentía segura y no le daba miedo decir lo que sentía.

—Eso no lo sé, pero tú... tú me haces sentir bien conmigo misma.

—¿Sí? —Camila esbozó una sonrisa triste y le secó una lágrima de la mejilla a Lauren—. Entonces mi vida está completa.

Lauren sintió que el corazón se le salía del pecho y apretó la mejilla contra la mano de Camila.

—Ahora dime, Camila Cabello —pidió con voz trémula—. ¿Una abusona habría dicho algo así?

Se hizo el silencio hasta que, de repente, Camila cogió las cadenas del columpio de Lauren, la atrajo para sí y la atrapó con las piernas al tiempo que la rodeaba con fuerza con los brazos en un abrazo extraño y suspendido. Los anclajes del columpio chirriaron sobre sus cabezas y el resto del mundo desapareció.

—No digas nada, querida —le dijo Camila cuando Lauren despegó los labios—. Estoy guardándome este instante en el corazón.

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