Lust 2 (Oliver Hamilton)

By Virginiavb_libros

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SINOPSIS Oliver Hamilton, alias Hércules, dueño del Lust, el club sexual que está pegando fuerte en Nueva Yor... More

CAPÍTULO 1
CAPÍTULO 2
CAPÍTULO 3
CAPÍTULO 4
CAPÍTULO 5
CAPÍTULO 6
CAPÍTULO 7
CAPÍTULO 8
CAPÍTULO 9
CAPÍTULO 10
CAPÍTULO 11
CAPÍTULO 12
CAPÍTULO 13
CAPÍTULO 14
CAPÍTULO 15
CAPÍTULO 16
CAPÍTULO 17
CAPÍTULO 18
CAPÍTULO 20
CAPÍTULO 21
CAPÍTULO 22
CAPÍTULO 23
CAPÍTULO 24
CAPÍTULO 25
CAPÍTULO 26
CAPÍTULO 27
CAPÍTULO 28
CAPÍTULO 29
CAPÍTULO 30
CAPÍTULO 31
CAPÍTULO 32
CAPÍTULO 33
CAPÍTULO 34
CAPÍTULO 35
EPÍLOGO
Historia de Rebeca
‼️ATENCIÓN‼️

CAPÍTULO 19

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By Virginiavb_libros

Oliver paró en su tienda favorita de delicatessen para comprar algunas cosas y hacerle esa noche a la asturiana una cena suculenta y también compró una botella de vino. Todo de la mejor calidad. Él no era un sibarita, a pesar de haberlo tenido todo en la vida, sus padres lo habían educado de la forma que entendiera que las cosas no caían del cielo, que había que ganárselas, pero de vez en cuando le gustaba gastarse la pasta en productos exclusivos. Se lo merecía. Y sí, quería impresionar a su mujercita con sus dotes culinarias, para qué mentir. Y cuando él cocinaba, lo hacía con productos de la mayor calidad posible, era la mejor manera de asegurarse que todo estuviera delicioso. Eso y el mimo que él le ponía a la tarea de cocinar. Era raro, pero le gustaba hacerlo, que se le iba a hacer.

Una vez hecha la compra, se dirigió a su casa. No tenía muy clara la hora de llegada de la asturiana, no habían quedado en nada, pero suponía que sería antes de las ocho. Esa mañana, con la idea de cerciorarse de que ella estuviera bien y, no hubiera cambiado de idea, se había pasado por su trabajo llevándose la desagradable sorpresa de que estaba de descanso. Con las ganas que tenía de verla Y eso que habían estado juntos hasta bien entrada la madrugada del domingo, pero ella era como un imán que lo atraía poderosamente y no podía controlarlo.

Llegó a casa y lo primero que hizo, aparte de dejar las bolsas de la compra en la cocina, fue ponerse un pantalón de deporte negro y una camiseta gris de la universidad. Luego, sin más tiempo que perder, regresó a la cocina y dispuso sobre la encimera los ingredientes que iba a necesitar para la cena. Un par de buenos chuletones de buey, setas frescas para la guarnición, y las verduras para la ensalada. Se lavó las manos y se puso manos a la obra.

En casa de Jenny, Sheila estaba embelesada viendo por segunda vez los vídeos que su amiga había hecho en Las Vegas mientras ésta se daba una ducha. Ella tenía razón, hacían muy buena pareja, y aunque se notaba un pelín que estaban un poco pasados de copas, también se notaba que entre ellos había una química especial. Pero, sobre todo, se veía a leguas que se lo estaban pasando de puta madre. La primera vez que vio el vídeo de la discoteca Oasis, donde el rubiales le había pedido matrimonio, se había sorprendido muchísimo al ver su propia reacción. Saltaba y gritaba como una loca ante ese rubio como si de verdad estuviera deseando casarse con él. Había un dicho en España que decía que, los niños, y los borrachos, siempre decían la verdad. ¿Sería cierto? Porque viendo las imágenes esta segunda vez, su corazón había golpeado con fuerza su caja torácica y su estómago se había encogido. ¿Por qué tuvo esa reacción si por aquél entonces no podía ni verlo? No lo entendía. De verdad que no.

—Ese hombre es increíblemente guapo —dijo su amiga asomándose por encima de su hombro—, y ni se te ocurra decir lo contrario.

—Dios me libre.

—¿Te has fijado cómo te miraba cuando estabais en la capilla ante Elvis? —preguntó sentándose a su lado. Ella negó con la cabeza. Había muchas cosas en las que, por la emoción y los nervios, no prestó atención—. Pues deberías de fijarte porque wauuuu, amiga, te mira de una forma que provoca taquicardias y sofocos.

—Sí, tengo que mirarlo con más detenimiento. —Tenía la sensación de que había algo que se le escapaba, pero no conseguía dar con ello—. ¿Puedes enviármelos a mi móvil?

—Sí, claro. Ahora que ya sabes que los tengo, yo no los quiero para nada.

—Hay algo que no entiendo —dijo mirando a su amiga—, si sabías que él y yo nos habíamos casado, ¿por qué me preguntaste al día siguiente cuando llegué a casa de tu primo qué tal me había ido con él?

—Porque quería saber de tu noche de bodas Las mujeres siempre pensamos en esa noche, ¿no?

—No sabes lo que me fastidia no acordarme de ninguno de estos momentos —chasqueó la lengua contra el paladar.

—Lo imagino ¿Y él? ¿Se acuerda de algo?

—Pues sinceramente, no lo sé. No es que hayamos hablado mucho del tema, la verdad. Cuando nos despertamos al día siguiente en el Montecito, dijo que no recordaba nada. Se cabreó muchísimo al ver el anillo colocado en su dedo, así que, imagino que no mentía. Ya ves, una noche de locura y desenfreno, y ahora tengo que compartir mi vida con él durante treinta días Ni se te ocurra casarte en Las Vegas estando borracha, Jenny, o ya sabes a lo que te expones.

—No sé por qué pones esa cara de espanto. Ese hombre está buenísimo, Sheila, aprovecha estos días y haz con él lo que quieras. Al fin y al cabo, es tu marido, ¿no?

—Ojalá fuera tan sencillo como eso —suspiró.

—¿A qué tienes miedo?

—A enamorarme —reconoció.

—Y eso sería un problema porque

—Porque yo no quiero enamorarme. Nunca.

—Pero eso es imposible, cielo. El amor llega cuando menos te lo esperas y, con la persona que menos imaginas. El amor es un sentimiento muy bonito, amiga, no entiendo por qué te niegas a vivirlo, a sentirlo

—Hace tiempo alguien de quien estuve muy enamorada me hizo mucho daño, Jenny, psicológica y físicamente. Me costó mucho recuperarme de aquella historia. Me costó mucho desintoxicarme de aquel amor enfermizo. Por eso mismo me prometí a mí misma que jamás ningún hombre tendría tanto poder sobre mí. Y la única manera de cumplir esa promesa, es no enamorándome, ¿entiendes?

—Ese tío, ¿te te maltrataba? —preguntó con cautela. Aquel era un tema muy delicado.

—Psicológicamente, mucho. Físicamente, sólo una vez. Pero esa vez casi me cuesta la vida. Aún tengo pesadillas de vez en cuando, ¿sabes?

—Oh, cielo, lo siento tanto —dijo abrazándola—. ¿Quieres contármelo? Hablar de ello podría ayudarte.

—Gracias, pero lo que de verdad quiero es olvidarlo y no acabo de conseguirlo. —Los psicólogos también le habían dicho que hablar de ello sería bueno, pero no era capaz de hacerlo. Aún no.

—Sheila, no todos los hombres son unos desalmados hijos de puta. Entiendo perfectamente cómo te sientes, pero esa determinación de no enamorarte nunca es una tontería. Una no elije cuándo enamorarse ni de quién. ¿Y si el guaperas es el amor de tu vida? ¿No te gustaría descubrirlo?

—Es imposible que sea el amor de mi vida, Jenny. Él también lleva a cuestas la historia de un desamor. También ha sufrido por ese sentimiento que tú te empeñas en hacerme creer que es tan bonito. Da la casualidad de que ninguno de los dos cree en cupido. Así que ya ves nuestra historia es imposible.

—No estoy de acuerdo. En esta vida, nada es imposible. ¿Quién te dice a ti que no habéis pasado por todo eso con un fin común? No me mires como si estuviera loca —protestó—. ¿No crees en el destino? Porque yo sí creo en él. Y algo me dice que el rubiales, como tú lo llamas, es tu destino, amiga. Deja que los dioses, los astros, o lo que sea que haya allá arriba, muevan sus hilos. Si ellos han decido que él es tu amor, no tienes nada que hacer. Bueno sí, romper tus barreras y vivirlo con todas tus fuerzas. Eso es lo único que tienes que hacer.

—Gracias, puede que tengas razón, pero yo no pienso como tú.

—Bueno, tú sólo déjate llevar. Vive el momento. Lo que tenga que ser, será. Te lo aseguro.

—Ya veremos ¿Te apetece que demos una vuelta? —Necesitaba salir a la calle y respirar. Aquella conversación la había dejado sin aire. Su amiga asintió y diez minutos después, caminaban cogidas del brazo en dirección a Central Park.

Oliver, probó la salsa de pimienta que había preparado para la cena y le dio el visto bueno. Estaba deliciosa. No era por presumir, pero la cocina se le daba muy bien. Miró el reloj. Faltaba una hora para las ocho de la tarde, o más bien de la noche, porque fuera ya estaba oscureciendo. Su mujercita estaría a punto de llegar, o eso creía. Ahora que iban a vivir juntos, aunque fuera por un tiempo determinado, tendría que pedirle el número de teléfono para poder estar en contacto en el caso de que algo sucediera. Sí, lo sabía, esa era sólo una disculpa para hacerse con el número. Pero es que no sabía de qué otra manera pedírselo sin que se notara que estaba ansioso por tenerlo. Preparó la mesa en el salón y, dudó si encender unas velas para que el ambiente fuera más íntimo, finalmente optó por no hacerlo, no fuera a ser que ella lo tomara como lo que realmente no era. Volvió a mirar el reloj. Joder, que lentos estaban pasando los minutos en esa última hora.

Mientras esperaba a que Rebeca llegara de su sesión de gimnasio para despedirse de ella, Sheila se tumbó encima de la cama y cogió el móvil que descansaba encima de la mesita de noche. Había visto los vídeos que su amiga Jenny le envió tropecientas veces, y siempre que lo hacía, tenía la misma sensación. Algo se le escapaba. Pero ¿qué? Por más vueltas que le daba, llegaba siempre a la misma conclusión. No tenía ni idea.

Le dio al Play de nuevo. Estaba segura de que lo tenía delante de las narices Pero como la imagen del rubiales siempre la dejaba idiotizada, al final se olvidaba del tema en cuestión. La iglesia era una horterada, pequeña y atestada de flores multicolores. Soltó una carcajada cuando se vio vestida de Marilyn. Dios, ¿cómo podían ser tan frikis? Las patillas del rubiales a lo Tom Jones la hicieron llorar de risa. Lástima que ninguno de los dos se acordara de esos momentos, porque eran únicos. Un tío entrado en carnes vestido de Elvis los esperaba con las manos apoyadas en una especie de atril con forma de dado. Madre mía, se descojonaba cada vez que veía al tipo en cuestión. Menudos huevos tenía para ponerse un traje de esa índole con el pedazo de barriga que tenía. Ole él y su falta de complejos. ¡Sí, señor! Siguió observando la pantalla del teléfono. La boda duró escasos diez minutos, lo justo para decir sí quiero y darse un beso de tornillo de esos que quitaban el sentío. Por lo visto, todavía les duraba el calentón de lo que había pasado en aquel despacho del Montecito, porque aquella forma de besarse no era normal. Ese primer encuentro entre ellos sería muy difícil de olvidar, por no decir imposible.

Después del beso, vinieron los aplausos y vítores de los presentes. El primo de Jenny, y sus amigos. A ésta, sólo se la oía gritar vivan los novios. Luego, todos desaparecían por la puerta para esperar a los recién casados en la calle. Bueno, todos no, su amiga seguía dentro con ellos sin dejar de grabar. Habían vuelto a besarse antes de caminar por el minúsculo pasillo hacia el exterior. Una vez fuera, alguien propuso ir a celebrarlo a un pub que estaba en aquella misma calle. Todos estuvieron de acuerdo. Después de eso, no había más imágenes. Cerró los ojos intentando revivir ese beso ardiente y húmedo ¡Un momento! Se incorporó en la cama de golpe. Con manos temblorosas volvió a poner el vídeo. ¡Joder! ¡Joder! Por fin daba con la pieza del puzle que le faltaba. ¿Cómo narices pudo pasársele lo más importante? Buscó el teléfono de su amiga y marcó.

—Jenny, soy yo —dijo en cuanto ésta contestó la llamada—. Necesito hacerte una pregunta muy importante.

—Oye, te noto nerviosa, ¿pasa algo? —preguntó preocupada.

—Verás, estaba viendo el vídeo y de pronto me di cuenta de algo muy importante.

—Dispara.

—Tú has grabado toda la ceremonia, ¿verdad?

—Sí, de principio a fin. ¿Por qué?

—¿Te das cuenta en qué momento firmamos los papeles?

—¿Qué papeles?

—Los del registro civil

—Que yo recuerde en ningún momento firmasteis papeles. Si en el vídeo no aparece ese momento, es porque sencillamente no ocurrió. ¿Eso es importante?

—¿Que si es importante? ¡Joder, Jenny! Si esos papeles no se firmaron, la boda no es legal, ¿entiendes? Es una boda de coña.

—Ya veo Entonces, eso significa que

—Sí. Eso significa que el rubiales me está viendo la cara. La boda no existe, bueno, sí existe, pero no es válida. Lo que quiere decir que ni hay papeles del registro civil de Las Vegas, y que el convenio regulador que me mostró con la cláusula que nos obligaba a vivir juntos durante treinta días es falso.

—¡Hostia puta! ¿Estás segura?

—Completamente.

—¿Y qué vas a hacer, Sheila?

—No tengo ni idea, pero algo se me ocurrirá. —Su mente bullía pensando en ese algo.

—Por favor, no cometas ninguna locura.

—Si con locura quieres decir que no lo mate con mis propias manos, tranquila, no lo haré. Estoy loca, pero no hasta ese punto. —Dios, que cabreo tenía—. Pero, que el muy cabrón me las va a pagar, eso seguro.

—¿Quieres que vaya hasta ahí y que juntas pensemos en algo?

—Gracias, pero no es necesario. Necesito pensar detenidamente en ello y, prefiero hacerlo sola. Pero no te preocupes, te mantendré informada de todo.

—Sheila, por Dios, piensa bien las cosas antes de hacer nada, no vaya a ser que sea peor el remedio que la enfermedad.

—Tranquila, ese cretino se ha reído de mí en mis propias narices. Ahora me toca reír a mí. No haré nada que vaya contra la ley. Así que relájate, ¿vale? Mañana te llamo y te cuento.

—Está bien, como quieras. Pero que sepas que no me quedo tranquila. Te conozco y sé que, cuando te encabronas eres capaz de cualquier cosa. Llámame esta misma noche o de lo contrario no podré pegar ojo pensando en lo que habrás hecho.

—Vale, lo haré. Ahora te dejo, tengo que planear una venganza. Gracias por este vídeo, amiga. Si no hubiera sido por él, ahora estaría yendo de camino a casa de ese gilipollas para cumplir con una ley que no existe. Hablamos más tarde. Adiós. —Y sin más colgó. Tenía que pensar en algo ya.

«¡Me cago en su santa madre! —despotricaba enfurecida—. ¡Me cago en toda su casta!». Jamás hubiera imaginado que el rubiales fuera capaz de hacer algo así. Qué bien se lo debería de estar pasando el muy hijo de su madre a su costa. Riéndose de ella. Y qué estúpida era ella por creerse a pies juntillas esa patraña. Claro, por eso no le había enseñado el viernes los papeles del registro civil. ¡No existían! Estaba tan cabreada Podía presentarse en su casa y decirle que sabía toda la verdad, pero eso no sería suficiente para devolverle el golpe. No. Tenía que hacer algo para que él solito se humillara y confesara. Pero ¿qué? Estaba tan enfurecida que iba a desgastar el suelo de tanto caminar de un lado a otro como un león enjaulado. «Piensa, Sheila —se repetía una y otra vez—. Piensa». «¡Joder!» —gritó frustrada. Su mente estaba completamente en blanco. No podía ser que no se le ocurriera nada.

Se paró frente al espejo y observó su imagen en él. Menuda cara de loca tenía Cerró los ojos y respiró profundamente para tranquilizarse. Mientras estuviera en ese estado, su mente no funcionaría. Lo sabía por experiencia, por eso hizo todo lo posible para calmarse. Inspiró varias veces con fuerza hasta que los latidos de su corazón se ralentizaron. Y entonces ocurrió. El plan fue formándose en su cabeza sin esfuerzo. «¡Oh, sí, aquello haría que el rubiales se hiciera caquita» —Pensó con regocijo!

Pero, si quería que funcionara, tendría que presentarse en su casa desesperada, angustiada y llorando. Lo malo es que ella cuando estaba cabreada no lloraba y tenía que llorar a moco tendido, a poder ser. ¿Cómo conseguirlo? La respuesta parpadeó en su mente igual que parpadeaba el neón de un club de carretera. ¡Qué bien se lo iba a pasar viendo la cara que se le iba a quedar a ese capullo manipulador y mentiroso! Sin tiempo que perder, entró en la cocina y abrió el frigorífico. De éste, sacó una cebolla y la partió a la mitad. Envolvió una de las mitades en film transparente y la guardó en su bolso. Aquella verdura, haría que ella llorase como una magdalena. Se puso el anorak, cogió las llaves que había dejado encima del aparador de la entrada y, colgándose el bolso de uno de sus hombros, se dijo antes de salir por la puerta: «te vas a cagar, rubiales. Te vas a cagar...».

Oliver comprobaba si la carne ya estaba hecha mientras pensaba dónde demonios estaría la asturiana. Ya eran las nueve pasadas y todavía no había dado señales de vida. Estaba intranquilo. Su corazón palpitaba con fuerza cada dos por tres. ¿Por qué cojones estaba tan nervioso? Quizá, porque sabía que estaba arriesgando mucho al mentir de aquella manera tan descarada. O, quizá, porque hacía mucho tiempo que no convivía con nadie. Desde que se había separado de Lilian, tres años atrás, ninguna mujer con la que mantuviera relaciones había estado en su casa. Ninguna. Era una promesa que se hizo cuando su exmujer lo abandonó, y ahora esa promesa se iba al traste. Porque él quería, claro. Descorchó la botella de vino y la metió dentro de la hielera que había dejado junto a la mesa. Bueno, ya estaba todo listo, ahora sólo faltaba que su mujercita apareciera. De repente sonó el portero automático, sobresaltándolo. Abrió sin molestarse siquiera en mirar en la pantalla azul iluminada. Sabía de sobra quien era Y mientras él esperaba impaciente su llegada, Sheila preparaba su actuación dentro del ascensor.

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