Rodeada por un bosque de espesura agobiante,
Al pie de la ondulante cordillera escarlata,
Encuéntrese un paraje de tiniebla innata,
Dominio de la infame Morada Susurrante.
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Sopla la brisa sobre el hondo lago,
La niebla empaña su zafíreo espejo.
Posa la noche su oscuro reflejo,
Sobre el terreno borda manto aciago.
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Gira la luna por el cielo umbría,
Silente y fría desde las alturas.
Parca silueta con afán conjura,
Sombras que reinan al morir el día.
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Ascienden leviatanes de la tierra profunda,
Yace abierto el portal, partido el sello.
Mas no se ha vislumbrado nunca aquello,
Pues un terror mayor no hay quien infunda.
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Resuenan en el aire sonidos hechizantes,
Guían a los incautos por sendas peligrosas,
A las fauces voraces de encubiertas diosas,
Complacientes sonrisas y colmillos punzantes.
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Vagan por las murallas criaturas sombrías,
Figuras taciturnas ocultas en la bruma.
Pútrido es el hedor que a todo abruma,
Y temibles los rostros de expresiones impías.
*
¡Pobres de aquellas almas prisioneras!
Alta es la suma de su desventura,
A merced de quimeras traicioneras.
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Arde, ¡Ah, como arde el fuego eterno!
Quema con el fragor de mil hogueras,
Con la inclemente flama del averno.
*
¿Cómo se han de librar de aquel suplicio?
No hay paz en la jornada venidera,
Ni Arcángel con espada justiciera,
Capáz de combatir tal estropicio.
*
Pero cuenta un susurro más afable,
Llegará un día al horrído paraje,
Portando poco más que su equipaje,
Cierta doncella de esencia inefable.
*
Que ni el infierno y todas sus crueldades,
Doblegaran con su mordaz fiereza.
¡Glorioso ser que a todos embeleza!
Es escudo su amor de tempestades.