Caperucita con botas y el gat...

By Pattmaguina

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Historia narrada con ilustraciones de la autora. Firomena es una niña sencilla y muy trabajadora que admira m... More

Mensajillo
1. La niña de la caperuza
2. El castillo de Carabás
3. Brujas y hechiceros
4. La torre oeste
5. El aliado desconocido
6. La historia del gato
7. Crepúsculo rojo
8. Advertencias
9. El sabio del bosque
10. Los regalos de las hadas
11. El pozo escondido
12. El señor del bosque
14. Los despojos del castillo
15. Puck

13. El corazón expuesto

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By Pattmaguina

Firomena había conocido hasta ese momento el lado apacible de su amigo, por lo que se quedó boquiabierta al ver su gatuno rostro arrugado en una expresión feroz. A pesar de que podía hablar y razonar, había una parte salvaje en él.

Pero si acaso algo pudo sorprenderla más, fue la velocidad sobrenatural del gato. El lobo había abierto sus fauces para tragárselo entero, en pleno salto, pero Zapán se había convertido en una mancha roja, como una brisa. Firomena atisbó por un instante el brillo plateado de sus garras al contacto con los rayos lunares, como si estuviesen hechas de acero. Y lo siguiente que pasó fue que en el bosque atronó un aullido de dolor tan agudo que perforó los oídos de Firomena.

De pronto, el lobo sacudía su cabeza y con su pata intentaba frotarse su ojo derecho. Solo cuando volvió a levantar la mirada, Firomena se percató que uno de sus ojos estaba cerrado y derramaba lágrimas rojas. Pero lejos de dolido, el lobo estaba más furioso que antes, sus colmillos temblaban con cólera, y se abalanzó esta vez sobre el gato.

Lo que sucedió fue un revoltijo de colores. Zapán fluctuaba de un lugar a otro con su extraordinaria velocidad, escurriéndose entre las patas del lobo, mientras que este intentaba morderlo en pleno movimiento. Los lobos de la manada los habían rodeado. Aullaban y gemían, escandalizados, pero sin animarse a participar, como si supieran que aquel era un duelo entre dos.

—Hay que detenerlos —murmuró Firomena. Si el lobo atrapaba a Zapán entre sus fauces, sería el fin de su amigo. Una luz empezó a titilar en Crepúsculo rojo—. Hay que...

—Joven hechicera, ambos están en su derecho. No debes interferir —dijo Jasparo, estaba vez cubriendo el báculo con su ala para indicarle que no debía usarlo—. Son nuestras reglas, y son tuyas ahora también.

A Firomena no le gustaban estas reglas. ¿Por qué Zapán había sido tan tonto como para caer en la provocación? ¿Por qué esas reglas permitían tanta violencia? No podía entender cómo alguien tan tranquilo como Zapán estuviera de acuerdo con tales leyes. Y, sin embargo, así era. Todos allí parecían consentirlo.

Entonces se dio cuenta de algo. Algo que los demás no percibían por estar inmersos en el fragor de la pelea. Era un temblor. Pero no era uno continuo. Era como si alguien golpeara la tierra. Un golpe. Otro golpe. Otro golpe... Cada vez se sentía más fuerte y cercano. Otro golpe, otro golpe. Solo que no eran golpes... Eran pasos.

Firomena se volvió hacia atrás para ver el preciso momento en que una figura colosal emergía de la espesura de los árboles. Un gigante de panza circular, de piernas regordetas y cara similar a un cerdo identificó en la lejanía la escena que se estaba desarrollando en la isla. Su enajenada mirada porcina resplandeció con un tinte de triunfo cuando se centró en Firomena, que sostenía con fuerza a Crepúsculo rojo. Pero al momento, sus ojos saltaron al pozo gris que se ubicaba cerca de ella, y sus labios se curvaron en una siniestra y bobalicona mueca de ira.

Era la primera vez que lo veía en persona, pero Firomena supo que se trataba de Pantagruel. ¿Por qué estaba aquí? ¿Por qué...? ¡La luz de Crepúsculo rojo! Debió haberse notado desde el castillo. ¡Sin querer lo había traído!

El ogro saltó al lago para atravesarlo a pie. Incluso en sus zonas más profundas, el agua apenas le llegó a la pantorrilla. A cada paso, Firomena sintió que se hacía cada vez más grande.

—¡Firomena, huye!

El grito de Zapán la hizo volver en sí. Lo único bueno de la aparición del ogro era que la disputa entre el lobo y el gato se había pausado. Ambos pasmados de terror ante la llegada del gigante. Firomena estuvo a punto de obedecer y abordar de nuevo en Jasparo. Pero entonces, sucedió algo que no había anticipado.

A la orden de un aullido, el rey lobo y su manada corrieron al encuentro del ogro. Ni bien arribó en la isla, Pantagruel se vio rodeado de dientes relucientes como dagas y gruñidos. Los lobos, que hasta hacía unos momentos lucían tan colosales para Firomena, de pronto, en comparación con el ogro, empequeñecían como perros de tamaño mediano.

Pero el ogro no se vio intimidado por ellos. Más bien soltó una estúpida risa que le recorrió todo el cuerpo, y de pronto, creció. Se hizo más alto y más alto. Cuando el primero se le abalanzó encima, lo apartó de un tosco manotazo. El pobre lobo cayó aullando y se quedó tendido e inerte.

—¡Fuera de mis territorios! —aulló el rey lobo.

—¿Tuyos? ¿Cómo van a ser tuyos, perro sarnoso? —vociferó Pantagruel, y profirió unas risas guturales y palurdas. Y mientras repartía golpes, patadas, puntapiés y codazos a todo lobo que se atreviera a acercársele, siguió parloteando—: ¡Este bosque es mi jardín y ustedes son mis perros! ¡Malditos perros maleducados! ¿Así tratan a su amo? ¡Asquerosos sacos de pulgas! ¡Les daré una lección!

Al principio los lobos lo evadían con cierta eficacia, pero uno a uno fueron cayendo. Excepto el rey lobo, que había logrado prodigarle algunos mordiscos al ogro y se mantenía a raya de sus agresiones a pesar de estar ciego de un ojo. Pero la piel del ogro era dura y los colmillos no penetraban la carne.

Entonces, el ogro pareció desconcentrarse por una repentina mancha roja que empezó a revolotear entre sus pies. Zapán trepó por sus piernas y su espalda, y Pantagruel empezó a bailotear como quien quiere sacarse un bicho de encima.

Aquello fue suficiente para que Firomena se decidiera. Se había quedado sobrecogida por la brutalidad del encuentro, pero ahora sabía que no podía irse y dejarlos a todos ellos a la merced del ogro. Ella también debía hacer algo porque era la nueva hechicera.

Entonces corrió hacia el pozo, su respiración ya estaba agitada por la emoción, y el corazón le latía con fuerza. Con la misma fuerza con la que estaba latiendo el corazón del pozo.

"No solo responde a mis deseos —se dijo Firomena—. El báculo también responde a mis sentimientos".

Y en ese momento tenía un tumulto de sentimientos.

Apretó la madera del báculo entre sus manos, aspiró fuerte y golpeó la barrera invisible sobre el pozo. Un estruendo de cristales rompiéndose reverberó en la isla y un resplandor rojizo se expandió como las ondas en un cuerpo de agua tranquilo al que le han lanzado una piedra.

Firomena cayó de espaldas por el impulso y desde el suelo, vio que el ogro se había percatado de lo que había hecho. Entonces, con más ahínco Pantagruel trató de desasirse de los lobos y el gato, para alcanzar el pozo. Pero en su apuro, el rey lobo aprovechó para lanzársele encima y sostuvo su brazo entre sus fauces.

Pantagruel berreó de exasperación. Tomó al lobo desde el hocico y con una mano cogió la mandíbula superior mientras que con la otra tomó la inferior y empezó a tirar, abriendo la boca del lobo a la fuerza mientras este gemía de dolor.

Firomena gritó. Lo iba a partir en dos. No se le ocurrió otra cosa que entrar de un salto al pozo mientras el aullido de sufrimiento del lobo le entraba directamente al cerebro.

No sabía si iba a poder lanzar otro rayo rojo fulminante, así que se fue por lo seguro. Clavó con toda su fuerza la punta de madera del báculo en el corazón del ogro. De pronto, el aullido del lobo cesó para ser reemplazado por un rugido lastimero de Pantagruel.

Pero el corazón del ogro era duro. Firomena se dio cuenta que ni siquiera lo había perforado, solo le había repartido un pinchazo de dolor cardiaco. El corazón seguía latiendo con fuerza.

Ba bum, ba bum, ba bum.

—Maldita mocosa —escuchó gritar al ogro.

—¡Hazlo otra vez, Firomena! —escuchó la voz de Zapán.

Ella volvió a pinchar el corazón del ogro, y este hincó una rodilla, su mano viajó a la altura donde debería estar su corazón. Y chilló de dolor de nuevo cuando sintió el arañazo del gato en ese bulto que debería ser cuello. pero era una fusión de su cabeza con el resto de su cuerpo.

—¡Su cuello! —dijo Zapán—. ¡La parte blanda de su cuerpo es su cuello!

Ni siquiera terminó de decirlo cuando el rey lobo se abalanzó sobre el ogro directamente a su punto débil. Sea por lo arañazos del gato, la propia fuerza del lobo o las estocadas del báculo de Firomena, Pantagruel se removía de dolor y cayó al suelo. Aunque intentó, no pudo levantarse, atrapado entre las fauces del lobo. Una piscina de sangre oscura y espesa se vertió generosamente.

Firomena no vio cómo el color del rostro del ogro pasó de ser de un rosado porcino a un blanco mortuorio. Estuvo dentro del pozo, escuchándolo todo. Pero más que nada, contemplando el corazón de Pantagruel retorcerse. Luchando por vivir.

Ba bum... ba... bum... ba... bum... Ba.

Y vio el preciso momento en que dejó de latir.

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