Nerd 3: rey del tablero [+18]

By AxaVelasquez

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«Las mentiras terminaron, pero las obsesiones se multiplican». Sinaí cree ser la reina del tablero, y persegu... More

ADVERTENCIA Y ACLARACIONES
PREFACIO
Capítulo 0 [+18]
1: La Inocente
2: Definitivamente
3: Hoy lo siento
4: Un verano sin ti
5: Tres pecadores y una mentirosa
6: Volví
7: Happier
8: Freys y Mortem [+18]
9: Odisea [+18]
10: El tiburón y el mini demonio
11: Aysel Mortem
12: Beggin' [+18]
13: Liar
14: Llamado de emergencia [EDITADO]
15: Si tu ex es Axer Frey...
16: Los ángeles de Poison
17: Quédate lejos
18: Obediencia
19: A los enemigos de Víktor Frey [+18]
20: Vas a quedarte
21: Desnudarte
22: La ocasión [+18]
23: I see red [+18]
24: Blanco y negro
26: Problemática [+18]
27: Positions [+18]
28: Madrugada
29: Jaque mate
30: No soy celoso, pero...
31: Dama de cristal
32: Doce horas para el gambito
33: Apertura
34: El rey ahogado
35: La satisfacción de un ganador
36: Diáfano
37: De reina a peón
38: La persona en la vida del otro
39: Anillos de esmeralda
40: Misión gambito

25: Ella es el veneno

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By AxaVelasquez

Azrel

Azrel llegó al fuerte de Terrazas, la urbanización privada de los Jespers en Malcom, donde Aaron había confinado al equipo veneno.

Y lo encontró vacío.

Fue por su ordenador y utilizó los códigos necesarios para acceder al rastreador de Poison. Todos en el equipo se habían puesto uno en el antebrazo para tener acceso a la ubicación y signos vitales de cada uno por precaución. Así, en caso de secuestro serían fácilmente localizados.

Cargó toda la información de Poison.

La aplicación indicó que todavía estaba en Malcom, incluso seguía en Terrazas, pero al otro extremo de la urbanización en una zona más despejada de los palacios de los magnates y alejada del área comercial, justo entre una cancha de tenis y un campo de golf privado. El edificio donde se encontraba ella no estaba identificado por su mapa.

Sus signos vitales no eran dignos de alarma, pero a Azrel igualmente amargaron su día. Su ritmo cardíaco estaba disparado y en ascenso, y había otra única fuente de calor junto a ella. Otra persona.

Los músculos de su mandíbula se tensaron. Azrel tomó lo necesario para forzar las entradas que hicieran falta, sus armas y municiones y se marchó en aquella dirección.

~🌱🐍🌱~

Poison

      Si quisiera vivir encerrada, aislada e inactiva habría escogido ser ama de casa.

Sin ofender a las desgraciadas, su vida me da más miedo que el purgatorio. No sé cómo lo soportan. Mis respetos.

Y puede parecer que no escogí la vida en Dengus, pero es falso. Cada segundo que invertía en destacar sobre mis compañeros, cada minuto invertido a mi aprendizaje y entrenamiento, cada esfuerzo duplicado por resaltar en las misiones y cada vez que tuve la oportunidad de escapar y la dejé pasar, fueron una decisión. La decisión de ser incluso más que esos tiburones tan obedientes en su subordinación...

La elección de ser la maldita princesa veneno.

Azrel, Dominik y Aaron se fueron al archipiélago de los Frey a avanzar con la misión. Mientras, yo me debí quedar encerrada en el fuerte fingiendo no existir para no arruinarlo todo y conseguir que me maten.

Odio eso. Odio a la puta de Aysel sobre todas las cosas, porque ella es la culpable de esto. No puedo dar la cara con libertad, menos en Malcom. Soy la presunta asesina del hijo del gobernador, la persona más buscada por esos todopoderosos multimillonarios.

Odio que no le bastara con destruirme en su juego, sino que además robara mi posibilidad de ser libre.

Puta. Puta. Puta.

Es todo en lo que puedo pensar mientras salto la cuerda como una maldita maníaca para producir toda la serotonina con la que me bendice el ejercicio y provocar la adrenalina que tanto he extrañado.

Giro la cuerda tan rápido que el aire silba en torno a ella como si pudiera cortar.

Mis saltos tan seguidos me agitan, pero ese es el encanto. No pienso parar, ese sentimiento de que mi corazón va a salirse en el próximo rebote de mi pecho es justo lo que me motiva a mantener el ritmo.

Mi única pausa es para cambiar a salto cruzado mientras el cronómetro me indica que he subido las repeticiones por minuto significativamente.

Mis muñecas están sueltas por tantos giros, ya fluyen con la cuerda como una extensión de la misma. Mi espalda está recta, mi mentón erguido.

Entonces suelto la cuerda de una de mis manos y la tenso como un látigo impactando con fuerza el saco de boxeo que tengo a mi izquierda.

No solo me imagino la cara de Aysel en dicho saco, literalmente la veo a ella en todos los obstáculos del gimnasio gracias a los lentes de realidad virtual.

Aaron y su contacto con genios me ha resultado más útil de lo que creía. Diseñaron para mí una aplicación que me permite entrenar como en una situación de verdadero riesgo proyectando enemigos al azar con ataques distintos que me obligan a reaccionar al momento sin más salvavidas que mi propio instinto de supervivencia.

Me agacho para evitar una patada alta de una Aysel virtual y giro con la pierna extendida por el piso para tumbarla.

Vuelvo a tensar la cuerda y esta vez la impacto contra el objetivo a mi derecha. Aunque este estaba un poco más lejos, le pego y según los códigos de la aplicación he dado con la fuerza justa para hacer daño con el impacto.

Corro hacia las escaleras y subo esos escalones casi a ciegas, a ritmo precipitado y sin detenerme, justo como haría en una persecución.

Llevo la ropa adecuada para el ejercicio, pero no demasiado especializada para suponer una ventaja. Quiero probarme como si realmente me hubieran tomado por sorpresa. Llevo solo una camiseta verde militar, un short, sostén deportivo y una coleta alta que deja mi cabello castaño cayendo cerca de mis caderas.

No termino de subir las escaleras y me tumbo para esquivar la lluvia de balas que la aplicación proyecta desde arriba, ignorando el dolor del impacto en mis rodillas al no tener protectores.

Cuando el enemigo cesa para cargar sus balas, me levanto y corro tomando impulso de un extremo del escalón al otro para lanzarme lo más alto posible hasta que mis manos dan con la plataforma que pende del techo.

En una flexión que tensa los músculos de mis brazos, me levanto y consigo subirme a la plataforma.

Tengo dos armas en mi cinto descargadas, pero según la realidad virtual tengo seis balas. No quiero gastarlas en largas distancias. Si tuviera un rifle, pondría mi ojo en la mirilla y dispararía desde aquí. Fui de los mejores francotiradores en Dengus.

Pero no hay rifle en esta situación, así que arranco una de las dagas en las ligas de mis piernas hinchadas por el ejercicio y la lanzo hacia el objetivo al pie de la escalera. Según su anatomía en la aplicación, cae inmediatamente por una herida en el cuello.

Camino manteniendo el equilibrio por la débil plataforma, esperando que la adrenalina no me juegue en contra y me precipite. Llego al borde y me tiro hasta alcanzar la cuerda al centro del gimnasio.

Al principio mi agarre es torpe y me deslizo, pero pronto logro asirme con más fuerza y la fricción acaba por detener mi caída. Los guantes impidieron que me sangren las manos, pero no del todo, pues llevo los dedos descubiertos.

En lugar de dejarme caer por la soga, la escalo más solo para ejercitarme y probar la resistencia de mis bíceps y tríceps. Toco el techo y voy de regreso.

Podría dejarme caer, pero no quiero atajos, la sutileza a veces es tan importante de trabajar como cualquier músculo.

Ya cuando estoy a pocos metros del suelo me suelto y caigo agazapada con una mano en el suelo. La otra la echo hacia atrás y destrabo el arma en la parte posterior de mi cinto.

Tiro del gatillo y disparo al frente, con un salto y voltereta hacia atrás esquivo una bala desde mi lateral, aterrizo de pie y ya tengo mi armamento en ambas manos.

Un brazo totalmente extendido a mi derecha, el otro en el ángulo de quien me disparó antes. Sin respirar para no errar los tiros, y disparo ambos, evitando caer en el retroceso por la posición estratégica de mis pies.

Amo ser ambidiestra.

Suelto las pistolas y doy una voltereta doble hacia atrás quedando de pie y descargo un golpe con mi codo a otro objeto.

Por las indicaciones de la aplicación ya sabía que este era un objetivo material, no solo un holograma. Lo confirmo al sentir el saco de boxeo mecerse por mi golpe.

Cuando viene de regreso descargo una patada lateral hacia el; salto, cambio de pie y hago lo mismo con la otra.

Puta. Aysel. Maldita. Aysel.

No puedo pensar en nada más mientras descargo un golpe tras otro en el saco restando sus signos vitales según la aplicación.

Ojalá la tuviera en frente en realidad, que no le va a quedar tráquea para maldecirme de todo el daño que le voy a hacer a su puto rostro.

Uno. Dos. Diez golpes más probando mi alcance y flexibilidad. El saco agoniza según la app, pero no me importa. Le seguiré pegando hasta que se me rompan los huesos si hace falta.

El timbre de la entrada suena y, frustrada, me arranco los lentes de realidad virtual y los tiro al piso del gym.

Apoyo las manos en mis rodillas y jadeo. No había sentido la necesidad de detenerme a respirar y ahora que lo hago mis pulmones queman tanto como mis músculos. He entrenado al límite. Me seco el sudor de la frente con el guante y voy por una botella de agua que prácticamente derramo más sobre mi rostro que en mi boca. De todos modos mi escote ya era un desastre de sudor.

Voy a abrir la puerta sin miedo. El gimnasio es un lugar confinado para que los vampiros de Parafilia se entrenen para la cacería. No está abierto en esta época del año sino para miembros exclusivos y a un muy alto costo.

Si uno de esos caníbales es quien toca la puerta de la instalación, él debería correr, no yo.

Todavía me queda una daga, pero de todos modos tomo la pistola apostada junto a la entrada. Las de entrenamiento están descargadas, pero esta no.

Me asomo por la mirilla y sí, es quien esperaba.

—¿Rosa Melano? —pregunta el repartidor en la entrada.

—Sí, soy yo. Muchas gracias —digo tomando la caja con mi delivery.

Entonces recuerdo que dejé el dinero al otro lado del gym, pero no quiero dejar la puerta abierta.

—Ehh... ¿Te molestaría pasar un momento mientras busco el dinero?

—No hay problema —dice, y no me pasa por alto cómo intenta patéticamente no mirar mis tetas.

No lo culpo. Yo también me miraría si fuera él.

De hecho... Se me ocurre una idea estúpida e irresponsable, pero no por ello menos digna de considerar.

Dejo que el tipo pase y voy por el dinero. Me tardo más de lo debido porque realmente no lo estoy buscando, solo finjo que revuelvo todo el lugar en su búsqueda para hacer tiempo.

Dejo de procrastinar de un momento a otro y vuelvo con el repartidor, pero antes de entregarle el dinero que tengo en las manos me quedo mirándolo.

Noto que se siente intimidado por mí. Esto va a ser muy fácil si decido lanzarme.

Pero lo pienso sin dejar de mirarlo. No me resulta especialmente atractivo, pero no se necesita mucho de eso para un polvo. No es su físico lo que realmente me preocupa, me molesta que sé que, si me acuesto con este, tendré que pensar en el hijo de puta que no me sale de la cabeza para lograr sentir algo.

Pero puede valer la pena, me excita la probabilidad de que este desconocido me desnude y descubra el nombre de Azrel cicatrizado en mis costillas. Ni siquiera dejaría acabar a este homosapien, buscaría mi placer y solo el mío, estoy harta de recibir lo contrario de los hombres de mi pasado.

Así que inspiro profundo consciente de que sus ojos siguen fielmente la manera en que mi pecho se hincha en esa acción, y tomo mi decisión.

—Perdona la tardanza, en serio. Este lugar es inmenso.

—Sí... Me di cuenta.

Funcionará si no abre la boca. Tengo que convencerme de ello. La elocuencia me prende más que los músculos, y a este tipo le ha ido terrible en su examen preliminar al respecto.

—¿Aceptas tomar algo conmigo como compensación por la espera?

—Ehh... ¿Tomar? ¿Tomar qué? ¿Agua?

Ahogo una risa antes de que escape de mis labios.

—¿Ves esa nevera? —digo señalando—. Está llena de cervezas, refrescos y jugos. Tú dime lo que quieres y yo te lo traigo.

—Vale, de acuerdo —dice con una sonrisa y ya parece menos asustado—. Un refresco para mí.

«No voy a poder», pienso con una tirante sensación de fastidio porque no estoy sintiendo nada de química.

Pero es que necesito descargar toda esta maldita energía...

«Con él lo que vas a descargar son tus ganas de vivir», me traiciona mi mente.

Cuando regreso con su refresco me quedo paralizada por la escena que presencian mis ojos.

Azrel Mortem, el hijo de puta que ha sido la perdición de toda mi promiscuidad, está rodeando al repartidor con su brazo tan bien esculpido por la manga larga negra.

No he terminado de devorarlo con mis ojos, absorta por cómo los tatuajes de su espalda se asoman a su cuello y cómo esos ojos grises parecen ensombrecidos por un hambre asesina, cuando el repartidor se desploma en el suelo entre nosotros.

—¡NO, MALDITO IMBÉCIL! —grito corriendo hacia el cuerpo y empujándolo a él en el proceso.

Me pongo en cuclillas junto al repartidor para empezar las maniobras de primeros auxilios que conozco, pero los brazos de Azrel me toman de los codos y me someten.

—Suéltame, hijo de puta —espeto mientras todavía me queda algo de tolerancia. Sus brazos son letales, me tienen asida muy fuertemente y no escatiman en su dominio sobre mí, pero si no es por las buenas tendré que soltarme por mis medios y no le van a gustar nada.

—¿Qué pasa? —pregunta su voz de verdugo a mi oído, mi espalda pegada a su torso—. No me digas que le agarraste cariño a esa cosa.

—Tus celos van a matarnos un día de estos, imbécil —digo con otro forcejeo—. Era un cochino repartidor. Lo mataste por hacer su puto trabajo.

—Ah.

Solo entonces sus brazos aflojan su presa, pero no me sueltan del todo sino en un acto más gradual, como si tratara con una bestia peligrosa.

No está muy equivocado.

—De todos modos no lo maté, solo lo dejé inconsciente —se excusa con total indiferencia mirando al homosapien del piso con altivez.

«Sí, maldito ególatra, tú estás muchísimo más bueno. Superalo», pienso mientras extiendo mis brazos para despejar el dolor por la llave reciente.

—¿Qué hacías? —demanda mirándome con un arco en su ceja. En serio está metido en su papel de controlador hasta los huevos.

—No es tu puto problema, ¿o sí?

Él se abalanza sobre mí y me agarra por el cuello con una presión que duele de inmediato. Y aunque sus ojos me intimidan en su letalidad, sus dedos son mi collar favorito. No puedo temer cuando me toma así, lo que sucede es que mi debilidad comienzo a acumularse en forma líquida entre mis piernas.

—Deja de intentar reemplazarme con basura tan insignificante —dice llevándome muy cerca de sus labios—. Tus orgasmos son caros, solo yo puedo pagar el precio y lo sabes.

Me encanta lo que ha dicho. Me fascina mucho más la forma en que lo ha dicho, y que esas palabras salieran de su boca. Le doy una mirada de arriba a abajo...

Sí, lo necesito.

—A la mierda —digo lanzándome a sus brazos para besarlo.

Al momento me corresponde, pero si una persona he conocido con un orgullo similar al mío ha sido a él.

—¿Qué pasa con tu reticencia habitual? —pregunta extasiado por el beso.

—Olvídalo. Necesito esto.

Me sorprendo cuando siento que me toma por los hombros y me separa de él.

—Si quieres un orgasmo cómprate un maldito juguete.

—Por favor... —me burlo al borde de la risa—. ¿Herí tu ego?

—Te he dicho mil veces ya cuál es mi condición, eso no ha cambiado. Eso no cambiará nunca. No quiero un polvo con la princesa veneno, quiero una vida para cogérmela a diario, yo y solo yo.

—Basta ya con esa mierda del matrimonio, Azrel, no funcionaría. No puedo ser la esposa que quieres.

Su mano en mi quijada no parece de acuerdo con lo dicho.

—Funcionará, precisamente, porque no tienes ni puta idea de cuál es el tipo de esposa que quiero.

—¿Y cuál es?

—Ninguna. Jamás se me cruzó por la mente la idea de atarme a nadie. No hay un tipo, Poison, solo tú.

Se escucha tan bien...

A veces dejo que sus palabras se cuelen en mí y las saboreo, pensando en qué habría pensado la Gabriela que algún día asesiné para dar vida a Poison. Pero sé que no es a esa Gabriela a quien le gusta Azrel, ella habría esperado por un príncipe. Es a mí, quien quiera que sea ahora, a la que le pueden los buenos villanos.

—Mi respuesta sigue siendo no.

—Y la mía —dice soltándome—. Tendrás que conformarte con tus dedos.

—No debería, si no dejaras inconsciente a cada hombre que me quiero coger.

—Eso no es un hombre, Poison, un peluche sería de más utilidad. Deja la caridad con estos imbéciles.

Lo voy a matar. Voy a hacerle la vida imposible, no dejaré que se le acerquen ni las moscas. No puedo estar sola en esta jodida frustración. Así me toque ponerle cámaras en el pene, voy a igualar las condiciones de toxicidad en esta no-relación.

Cuando vuelvo a mirarle me doy cuenta de que él ya lo estaba haciendo.

—¿Qué haces? —inquiero.

—Dios tiene sus favoritas, definitivamente. No consigo nada qué criticarte —dice mirándome de los senos a la cintura.

—Dios no tiene mucho que ver, esto es el resultado de una vida como la que he llevado hasta ahora.

—No me importa quién es el responsable, solo que quiero recorrer todo tu cuerpo con mis manos, con mi lengua y...

—Mucho bla bla y poca acción —corto y le doy la espalda—. Nos vemos más tarde.

—De eso nada. Nos vamos.

Me volteo de nuevo para encararlo.

—¿A dónde?

—A mi casa. Hoy pasarás la noche conmigo.

—¿Tienes una casa en Malcom?

—¿Te estás escuchando? Fui director de la facultad por la misión de Aysel, ¿dónde carajo crees que vivía?

—Estás en tus días, ¿no? De todos modos no iré contigo, debo...

—Debes... ¿Qué? Déjate consentir por una maldita vez, Poison. Te quedarás conmigo, no te estoy preguntando nada.

—¿Y Aaron?

—Aaron, Aaron... —Azrel bufa obstinado y toma mi rostro entre sus manos—. Me importa un carajo Aaron, tú eres la jefa aquí, no tienes que darle explicaciones de una mierda.

Me zafo de su agarre y clavo mi vista en el piso. Su voz, sus órdenes exaltadas, sus invitaciones tan tentadoras... Me aterra lo mucho que me está gustando todo eso.

—No sé...

—Mírame a la cara, Gabriela, no estoy hablando con la pared.

Cómo me prende que me hable así este griego hijo de puta.

Respiro hondo y lo miro a los ojos, la química entre el gris y aceituna haciendo un contacto explosivo.

—Bien. Pero deja de llamarme Gabriela.

—Como digas, Gabriela. Te espero en el auto en tres minutos. Si tengo que venir a buscarte te llevaré arrastrada.

~🌱🐍🌱~

     Hemos llegado a su espectáculo de casa y lo primero en lo que pienso al ver que nos conduce a ambos a la cocina es en que dejé el delivery en el gimnasio. Además del repartidor inconsciente con una buena propina.

Veo esa monstruosidad toda limpia y elegante, y cómo Azrel abre la nevera, apoya su codo en la puerta y se pone a analizar su interior.

E inmediatamente entro en pánico.

—Azrel, yo...

—¿Mmm?

—Es que... —carraspeo—. No sé cocinar.

Azrel se voltea a verme con ambas cejas crispadas por la noticia.

—¿Cómo? —pregunta caminando hacia mí—. ¿No te enseñaron eso en la mega brigada criminal en la que creciste?

Pongo los ojos en blanco justo cuando sus manos se apropian de mi rostro y sus labios alcanzan los míos en un beso que me desarma entera.

Me muero por lanzarme a sus brazos y quedarme en ellos una eternidad.

—No se preocupe, princesa veneno, yo cocinaré para ambos.

Abro mis ojos y miro los suyos. ¿Por qué estoy sonriendo? ¿Por qué no me estoy mintiendo sobre lo mucho que él me encanta?

Cuando lo veo arremangarse su camisa negra tan adherida a su cuerpo y lavar sus manos en el fregadero, inmediatamente pienso en el instante en que nos conocimos, cuando me recibió en la puerta de aquella mansión secando sus manos enjabonadas.

—«Perdona, lavaba los platos», me dijo entonces. Jamás voy a superar eso.

Jamás voy a superar lo sexy que se ve ahora sacudiendo sus manos para volver a su inspección de la nevera.

—¿Qué quieres? —me pregunta.

—Huevo.

Él ni siquiera voltea, todo lo que veo es su espalda y sus dedos impacientes golpeando la puerta de la nevera.

—Poison.

—Tú preguntaste.

—Y la pregunta va en serio.

—De acuerdo. Puede ser chorizo.

Él cierra la nevera y se voltea hacia mí recostado de la puerta.

Se ve severo, y eso solo ensancha mi sonrisa.

—Para ti no hay de lo que pides —dice.

Me encojo de hombros.

—Con algo de leche me conformo.

Azrel cierra los ojos e inspira con su mandíbula en tensión. Quiere matarme. Y yo quiero que lo intente.

—Largo de aquí —me dice volviendo a la nevera—. Ve a bañarte, a mi cama no te subirás así.

Ahora soy yo la indignada.

—A veces olvido que eres un Frey.

No espero la reacción que mis palabras provocan en él, pronto lo tengo avanzando hacia mí y atrayéndome con sus mano en mi cuello. No es gentil, esto es con toda la intención de asustarme.

—No vuelvas a compararme con esa gente. Soy un hombre civilizado al que no le gusta el sudor en sus sábanas limpias a menos que sea yo el que provoque dicho sudor. ¿Entiendes eso?

Me suelta bruscamente y el aire arde al volver a mis pulmones. Esto me ha arruinado la ropa interior definitivamente. Agradezco la posibilidad de ese baño para deshacer esta maldita tensión en mi centro.

~🌱🐍🌱~

     Estoy desnuda bajo las sábanas desde hace un rato, el televisor está apagado. No quiero ver nada, solo disfruto de estar en su cama, de esta inmensidad, de lo cómodo que es pasar una noche de escapada casual con un tipo al que le tengo todas las ganas del mundo. Casi me hace sentir que mi vida es normal. Que lejos de estas paredes no existe todo un tablero donde blancas y negras no son rivales, sino aliados en su deseo de destruir mi trono.

Azrel entra con una bandeja y aunque esperaba un sándwich y agua a duras penas, el muy imbécil ha optado por alardear trayendo una ensalada de frutas, un omelette y un jugo de un tono borgoña.

—Cómelo todo.

—Dámelo, entonces. Te juro que no voy a dejar nada.

Él me de una mirada de pies a cabeza, la sábana blanca apenas cubre mis pezones, mi brazo la presiona de forma que las lomas de mis senos resaltan. Una de mis piernas está por completo fuera de su cobertura e incluso se ve una parte de mi vientre. Él lo devora todo en una mirada.

Y luego solo me extiende la maldita bandeja.

—Voy a bañarme, no me sigas —dice antes de salir de la habitación.

Cuando regresa ya me he comido casi todo y lo estoy pasando con el jugo mixto. Está tan delicioso que la idea de casarme con este ser de género masculino ya no me resulta tan impensable.

Está cubierto solo de la cintura para abajo con una toalla. Viene secando su barba y cabello con un paño más pequeño.

Por el Señor al que Aysel adora... Ese cuerpo no se talló solo. Es el resultado de una disciplina que ha hecho de Azrel Mortem el arma explosiva que es. Las cicatrices y los tatuajes son los detalles que hacen de su lienzo moreno único e irrepetible. Esa espalda es mi perdición, y las letras de tinta que forman mi nombre en su nuca son lo que me recuerdan que yo soy la suya.

«Lánzate, idiota, es gratis...».

Pero la misión de abrirme a sentir algo más que deseo me parece incluso más terrorífica que la que todos llevamos a cabo.

—Ten —dice quitándose el paño y desvelando la preciosura que lo dota entre sus piernas—. Te faltaba esto por devorar, acosadora.

—Gracias —digo sin inmutarme, tirándome bocabajo con los codos en el colchón y mi rostro en mis manos para admirarlo mejor.

«Maldita perra» —escucho que me gruñe en su idioma.

Sabe cómo volverme loca. ¿Quién mierda le dio el curso?

Se aproxima a mí y dobla su tren superior para alcanzar con su rostro mi culo y tomarlo a la vez entre sus manos.

Lo maravilloso de esto es que me queda su hermosa verga erecta justo frente a mis ojos.

—Esta es una oportunidad ideal para un sesenta y nueve —dijo con mis labios rozando su ingle.

—Cierra la boca, Poison, estoy admirándote.

Justo cuando dice eso, sus manos hacen presión sobre mis glúteos de una manera en que pronto invoca el dolor.

Yo llevo mi mano a su glorioso trasero y lo tomo sin pedir permiso, con la otra acaricio tan cerca de lo que me está tentando, pasando por toda la curvatura de su ingle y bajando hasta masajear sus testículos. Escucho en su respiración cómo le cuesta contenerse para no meterme toda su longitud a la boca.

Entonces siento sus manos separar mis piernas lentamente, y esa exposición de mi desnudez hace que la masturbada que me eché en la ducha no sirviera de nada. Ya lo necesito, y mucho. Mi centro está ardiendo por él.

Por cualquiera. No he tenido sexo en muchísimo tiempo, con cualquiera me confirmaría.

«Mentirosa...».

—Pensé que habías dicho que no me cogerías —digo mientras él sigue separando mis piernas.

—No te voy a coger. Solo quiero probar qué tanto puedes abrirte. Tus patadas me han dado un indicio que quiero comprobar.

Sonrío cuando él completa la abertura de mis piernas. Gracias al ejercicio reciente ni siquiera siento tan dolorosa la tensión habitual, de hecho termino de extender mis rodillas antes flexionadas para quedar totalmente recta ante sus ojos.

Entonces es cuando siento su lengua arrastrar la humedad de mi sexo y saborearla.

Voy a matarlo.

Cierro los ojos ante la sensación y estoy segura de que le daré lo que sea que mi pida mientras que sus labios no se alejen de donde me está besando.

Tomó la base de su miembro entre mis manos y lo recorro en reconocimiento. Lo he extrañado, y lo necesito de inmediato dentro de mí. No puedo más con este estatus de desahuciada sexual.

—Dime... —dice antes de penetrarme con su lengua—. ¿Tu decisión es definitiva?

—En este momento ni siquiera sé qué es una decisión —digo apretando su verga hasta que mis dedos se blanquean. La odio tanto porque la deseo como a ninguna.

Él me da un último beso entre mis piernas y se incorpora nuevamente. Queda de pie frente a mí, mi mano todavía en su miembro. Se ve tan imponente desde arriba...

Y él se ve tan descolocado por la visión que tiene de mí que...

—Chúpamela —pide con voz ronca.

Me muero por ello, pero no voy a darle nada con este maldito castigo que me ha impuesto.

—No —le digo.

—No te estaba preguntando.

Cuando me agarra por el cabello con tanta maldad autoritaria sé que estoy jodida.

Me desequilibra que me trate así, se crea un charco en mi entrepierna cuando me golpea la cara con su miembro y luego abre violentamente mi boca con este para penetrarme sin piedad.

Mierda, sí.

Qué bien se siente cuando me ahoga intentando clavarse entero en mi garganta. Cuando sale de mí soy un desastre de saliva y tos, pero él no me da tregua y repite, ahora embistiendo apoyado por su firme agarre en mi cabello.

Quiero agarrarme a él y a su torso, pero me dejo inerte a su merced. En este momento me prende tanto ser usada que sé que repetiré esta escena en mi cabeza cuando vuelva a tocarme para calmar esta maldita tensión entre mis piernas.

Azrel Mortem es mi perdición, y lo confirmo cuando casi chillo porque sale de mi boca sin concederme ni una puta gota del líquido que buscaba.

Está tan duro... Necesito sentirlo dentro de mí.

—¿Qué haces? —digo limpiándome los labios cuando lo veo alejarse de la cama en dirección a la puerta.

—Nada. Voy por el vino.

—¡No seas tan malcriado, carajo!

Pero cierra la puerta dejándome con ganas de estrangularlo.

Nota:

Si este capítulo llega a 1k de comentarios subo el siguiente de Sina y Axer enseguida<3

Hace tiempo que no teníamos la voz de Poison en su narración y ya hacía falta. Poison es un personaje al que yo le dejo que me pise si algún día le falta una alfombra. Una sobreviviente que escogió ser la pesadilla de quienes intentaron destruirla. ¿A ustedes qué les parece el personaje?

Disculpen el maratón+18 que se viene y lean con Biblia en mano, por favor.

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