Evan 1. Renacer © [En proceso...

By Luisebm7

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En un futuro cercano, donde los avances científicos se propagarán como milagros y donde el poder residirá en... More

Notas
Prólogo
01 - Las CES
02 - Storm Company
03 - Unidad 7
04 - Dolor
05 - Tarde libre
06 - El encuentro
07 - Malas noticias
08 - La cena
09 - La redada
10 - El cambio
11 - Disculpas
12 - Concupiscencia
13 - Ira
14 - Perversidad
15 - El experimento
17 - Dudas
18 - Cacería
19 - Monstruos 1
20 - Monstruos II
21 - Respiro
22 - Resultados
23 - Mentiras
24 - Muertos vivientes
25 - Las instalaciones
26 - Rescate
27 - Atrapados
28 - Huida
29 - Perseguidos
30 - Sacrificio

16 - Brote

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By Luisebm7

Elisa regresó al cuartel de las CES para firmar su reingreso en el cuerpo. Ethan aprovechó el momento a solas para disculparse una vez más, justificando su decisión de haberla sancionado en base a lo mucho que ella le importaba. Nunca se hubiera perdonado perderla por no haber actuado como un jefe. La agente comprendió las intenciones de su amigo y le agradeció que siempre estuviera pendiente de su bienestar.

La sargenta, tras pasar por el vestuario para asegurarse de que sus pertenencias estuvieran listas, se reunió con sus compañeros en la sala de ocio. Había poco trabajo en las calles ese día, por lo que básicamente lo dedicaban a entrenar y a adaptarse al nuevo uniforme.

―¿Qué opinas de los nuevos trajes de gala de las CES? ―le consultó James.

―A pesar de que parecen livianos, se nota que están reforzados y bien compartimentados. Pareceremos superhéroes. No tendré el mío hasta la semana que viene, así que no sé qué tan cómodos son ―respondió Elisa.

―Créeme, son muy cómodos por dentro ―afirmó Tanque.

―Y son más ajustados. Mira los melones que se le marcan a Tatiana ―bromeó James―. A Mei se los agranda a nivel de percepción.

―Es que no tiene los pechos tan pequeños como parece ―objetó Stuart, acordándose de más momentos íntimos que había compartido con la médica durante la semana.

―James, pues a ti no es que te favorezca en nada ahí abajo. ¿Conoces el truco de los calcetines para rellenar lo que te falta? ―se mofó Mei, despertando una risa colectiva.

―Estás muy alborotada desde que paseas con Adams. ¿Ya habéis tenido tema? ―insinuó James.

―Ya empiezan ―murmuró Leonard, que volteaba cartas sobre la mesa.

―Solo somos amigos ―aclaró Mei, aunque recordó que había salido más veces con Adams esos días y que había vivido travesuras con él.

―Elisa, ven. Tenemos temas de chicas pendientes. ―Tatiana la apartó del resto para hablar con intimidad.

―Joder, ¿qué pasa en las calles últimamente? Las FOP tiene trabajo como nunca ―enfatizó Richard al poner las noticias, pues reportaban los recientes crímenes cometidos en los callejones de la ciudad, rememoraban los atentados en los hospitales, e informaban sobre una zona residencial donde los habitantes habían perdido el juicio y se mataban unos a otros. Algo similar ocurría en el campus de la universidad y en un instituto.

―Por Dios. La gente no está bien ―comentó Elisa.

―Estás desaparecida. ―Tatiana captó su atención al tomarla por la barbilla―. Pensé que me visitarías uno de estos días, pero ni me has devuelto las llamadas y los mensajes. ¿Va todo bien?

―Lo siento, Tatiana. Sí, todo está genial por fin. Esperaba verte para contártelo en persona, así es más emocionante.

―¿Qué tienes que contar? ―indagó Tatiana con interés.

―Sigo viéndome con Evan. ¡Por fin lo hicimos! Lo hacemos todos los días. ¡Es increíble! Creo que me he enamorado por primera vez ―le contó Elisa repleta de entusiasmo.

―¡Qué pilla! Te noto feliz y eso me alegra mucho. Imagino que Evan debe ser muy bueno en la cama para que estés así de radiante al referirte a él ―expresó Tatiana con picardía, aunque los celos la mataban por dentro.

―¡Ni te lo podría explicar! Es muy intenso. Tengo medio cuerpo lleno de arañazos, ni los noto cuando me los hace.

―¿Y si lo traes para que lo conozcamos? Follará muy bien, pero necesita nuestra aprobación de amigos ―planteó la risueña Tatiana, anhelando ponerle cara al hombre que había cautivado a Elisa de esa manera.

―No sé. Creo que es pronto para someterlo a semejante presión. Esperaré un poco más. También quiero ver cómo sigue la relación.

―¿Tu hermano lo sabe?

―No le he dicho nada todavía. Intento estar en casa para cuando regresa del trabajo, así no se preocupa y estamos juntos.

―Quizás deberías decírselo para que vea que confías en él ―le aconsejó Tatiana.

―Tienes razón. Pero también esperaré el momento oportuno. Me da miedo que se lo tome a mal.

―Creo que se lo tomará bien. Parece que ha cambiado mucho, lo digo porque el domingo hablamos lo suficiente. De hecho, ¡je!, tendría que contarte una cosa. No me gusta ocultarte nada ―articuló Tatiana con cierto nerviosismo.

―¿Pasó algo? ¿Fue irrespetuoso? ―temió Elisa.

―Sí, pasó algo. Me acosté con él... ―confesó Tatiana de sopetón. Sabía el riesgo que implicaba tal revelación, pero necesitaba ver la reacción de su amiga.

―¡¿Qué?! ―Elisa, mientras digería aquellas palabras, sintió una incómoda quemazón en el pecho.

―No fue su culpa. Fui yo... ―aclaraba Tatiana hasta que una fuerte bofetada la interrumpió. El estruendo del golpe alertó a los demás.

―¡Vaya! Así que así hablan las chicas sobre sus cosas. A mí me parece más bien una pelea de pareja ―bromeó James.

―No te metas, James ―le advirtió Stuart en voz baja.

―¿Va todo bien? ―intervino Richard.

―Sí, Richard. Va todo bien. No seáis entrometidos y seguid mirando las noticias ―replicó Tatiana, tan gélida como avergonzada.

―Eres mi amiga, follas conmigo. ¿Cómo has podido acostarte con mi hermano? ―le recriminó Elisa con enojo, aunque evitando alzar la voz.

―Lo siento, ¿vale? No pensé que fuera algo malo. Simón es mayor, está soltero, y tú y yo no tenemos un compromiso, ¿no? ―alegó Tatiana con la esperanza de que Elisa afirmara lo contrario.

―Ese es tu problema, que nunca piensas. ¡Es mi hermano! ¿Sabes que nunca lo he visto con una novia en su vida? Tú no te comprometes, pero él podría enamorarse, y más siendo tú. Además, te acuestas conmigo, no me hace gracia que lo hagas con él también.

―Joder, Elisa, lo siento. No soy perfecta, cometo errores. ¿Cómo iba a saber que te lo ibas a tomar así? Solo hemos follado una vez, nada más. Tú te tiras a ese Evan y yo no te digo nada.

―¡Pero Simón es mi hermano! Esa es la diferencia. Si fueras mi amiga, lo habrías pensado mejor ―subrayó la disgustada Elisa, insinuando los límites que alcanzaría.

―¿Qué quieres decir con eso? ―Tatiana, temiendo lo peor, sintió que se le hacía un nudo en la garganta.

―Que he perdido la confianza que te tenía. No quiero una amiga como tú. No quiero seguir con esto. Me voy ―expresó Elisa con plena frialdad.

―¡Por favor, Elisa! Espera —le rogó Tatiana, cuyo tono flaqueó, y la agarró por la muñeca—. Perdóname.

―¡Déjame en paz! ―Elisa se libró de su tacto con una brusca sacudida y se marchó sin ni siquiera despedirse.

James pretendía bromear al respecto, pero su sonrisa se desvaneció cuando contempló las lágrimas que se precipitaron por las mejillas de Tatiana. Fue el primero en acercarse a la francotiradora para consolarla. Por primera vez, todos la veían llorar en su vida real, incluso temblar a causa de la aflicción que se había apoderado de ella. La idealizada estrella de cine, la agente más dura que disparaba sin compasión, había expuesto el lado más frágil de su corazón. Los miembros de la Unidad 7, los únicos presentes en la sala de ocio, intentaron calmarla como los buenos amigos que eran.

―Tranquila, Tata. Sea lo que sea, se solucionará. ―James le echó el brazo por encima de los hombros para arroparla.

―Yo... solo quiero estar sola. ―Tatiana se limpió las lágrimas y huyó en busca de privacidad.

Así terminaba la jornada laboral para la Unidad 7 junto con otros equipos que se despedían y se deseaban un buen fin de semana. Ethan invitó a su grupo a tomar unos tragos, pero Tatiana se negó y Mei tenía otros planes.

***

La Unidad 2 permaneció en el cuartel para cubrir la tarde y la noche del viernes. Siete agentes y un teniente de merecida reputación formaban el equipo. Pero no eran los únicos presentes en el cuartel tras la partida de los demás.

El teniente Stephen se había reunido con Arnold y Sandra en su despacho porque le preocupaba el estado de estos. Sus mejores agentes mostraban signos de estar gravemente enfermos y rechazaban todo tipo de ayudas. No era de extrañar que temiera por la integridad de ellos, pues lucían pálidos, sudorosos y decaídos, igual que en sus recientes misiones, donde su pésimo rendimiento había puesto en peligro alcanzar el éxito de los objetivos.

―Bueno, basta de tonterías y chiquilladas. Yo soy el primero que se muere por este trabajo, pero existen unos límites ―los reñía Stephen―. Esa disposición me ha tocado las narices. Habéis tenido episodios delirantes, os habéis desmayado, habéis sufrido fatigas, pero habéis rechazado la baja médica hasta que se descubra de una puñetera vez lo que os pasa. Me veo obligado a suspenderos hasta que se resuelva esta cuestión médica.

―No haga eso, señor. El trabajo es todo para nosotros ―le pidió Arnold.

―Por favor, teniente, concédanos una semana más ―añadió Sandra―. Mejoraremos.

―¿Es que habéis perdido la cabeza? ¿No sois conscientes de vuestro estado actual? Si parece que os sostenéis en pie gracias a esos uniformes. No puedo permitir que sigáis en el cuerpo en esas condiciones. Si no veláis por vuestras vidas, lo haré yo. Además, solo entorpecéis a vuestros compañeros, ponéis sus vidas en peligro constantemente ―expuso Stephen con extrema seriedad.

―¡Eso no es verdad! —replicó Arnold, alzando la voz—. Damos lo mejor de nosotros. ¡Cumplimos con nuestro trabajo!

―¡Compórtese, soldado! —bramó Stephen—. Ya no sabe ni lo que es el respeto. No estáis capacitados para seguir trabajando. Vuestro rendimiento está por los suelos.

―¡¿Qué coño sabe usted sobre nuestro rendimiento?! ―Arnold aporreó el escritorio con el puño, partiéndole un trozo. Sus ojos estaban bañados en sangre y su rostro expresaba furia.

―¿Qué cojones? Está totalmente fuera de control, Arnold. Le ordeno que se retire y que no vuelva a pisar este cuartel hasta que recupere su compostura ―dictó Stephen mientras lo señalaba con el dedo.

―¡Hombrecillo de mierda! ―Arnold, en un ataque de cólera, se abalanzó sobre él. Durante la arremetida, sus músculos crecieron de forma anormal, agrandando las dimensiones de su cuerpo, y el uniforme se adaptó a las nuevas proporciones. El salvaje agente capturó a Stephen por el cuello de su camisa de oficial y lo sacó de su asiento como si arrancara un hierbajo.

―¡Arnold! ―pronunció Sandra, alarmada, y recibió un bofetón tan descomunal de su compañero que rodó por el suelo junto con la silla.

―¡¿Qué coño haces?! ―bramó Stephen, cuyos ojos exaltados se le querían salir de las cuencas―. ¡Suélteme, Arnold!

―Y pensar que lo respetaba. Mírese, no es más que una sabandija. Rata, se está cagando encima ―le dijo Arnold mientras lo mantenía suspendido encima del escritorio. Las venas del cuello se le hincharon hasta el punto de agrietarle la piel.

―¡Lo siento, Arnold! ―El teniente, como medida desesperada, le disparó en el abdomen tras desenfundar su pistola. Sin embargo, no le causó ninguna herida.

―¡Ja, ja! Idiota. ¿Olvidó que hoy nos dieron los nuevos uniformes? ―resaltó Arnold con burla y, carente de piedad, le arrancó el brazo con que sostenía el arma de un violento tirón. Stephen, sumido en un agonizante dolor, chilló como un cerdo en el matadero mientras su sangre bañaba su escritorio, las paredes y todo aquello que salpicaba. Arnold lanzó al teniente al suelo y el brazo a un lado.

―S-Sandra. ¡Escape! ¡P-pida ayuda! ―le dijo el moribundo Stephen, que había caído junto a ella, en plena agonía.

―Yo... ―pronunció Sandra con un tono delicado, pero espantó al teniente cuando le mostró su rostro de sonrisa enloquecida y sus ojos absorbidos por la oscuridad―. Yo no me perderé la diversión.

―¡Ah! ¡Ah! ¡Socorro! ―gritó Stephen antes de que Sandra lo destripara a zarpazos.

La pareja abandonó el despacho y avanzó por el pasillo, pero Sam, el teniente de la Unidad 2, se cruzó con ellos. Aquel hombre canoso, uno de los veteranos del cuartel, había escuchado el disparo y los gritos, por lo que había salido empuñando su arma.

―¡¿Qué demonios ha pasado?! Pero qué... ¿Agente Arnold? ―Sam se quedó estupefacto al fijarse en el monstruoso cuerpo de Arnold.

Su momento de duda se convirtió en su desgracia. Arnold, tras rodearle todo el cuello con sus enormes dedos, lo estampó contra la pared. Recibió varios disparos en el torso, pero el traje de combate lo protegió. Eufórico, le aplastó la cabeza con la palma de la mano. Los restos del cráneo, el cuero cabelludo y los sesos se adhirieron a la pared, creando un río descendente después de soltar el cuerpo. Sandra rio como una desquiciada y ambos tomaron rutas diferentes.

***

Un agente de la Unidad 2, que pasaba cerca de allí para dirigirse al comedor, escuchó los disparos. No tenía ningún sentido que usaran un arma en esa zona, por lo que se apresuró hasta el área de la que provenía el ruido. En cuanto se detuvo en la esquina de la intersección, sostuvo su Glock modificada porque notó que alguien se aproximaba. Suspiró y, veloz, encaró al sospechoso con su arma.

―¡Quieto! ―exigió el agente.

―¡Erickson! ¡Qué susto! ¡¿Qué haces?! ―Sandra fingió ser la misma de siempre para jugar con su presa.

Erickson era un treintañero proveniente de la Nación de Europa del Oeste. Siempre había sido un agente disciplinado y eficaz en su trabajo. Su deseo era ser promovido a la Unidad 1 para estar cerca de Sandra, pues estaba enamorado de ella, un secreto que la mayoría sabía, pero nunca había tenido el valor de pedirle una cita.

―¡Sandra! No sabía que fueras tú. ¡Perdona! ―El agente, nervioso, enfundó la pistola con torpeza―. Escuché unos disparos. ¿Va todo bien? ¿Has visto algo? Espera, ¿eso es sangre? ¿Estás bien? —Reparó en las salpicaduras que ella tenía encima.

―Nada. A lo mejor oíste el desastre que armé en la cocina del comedor con la salsa de tomate. Pensaba escaquearme, ya que no hay testigos, pero me has descubierto. ¿Sabes, Erickson?, eso me recuerda que estamos solos ―improvisaba Sandra, añadiendo sensualidad a sus gestos y su tono―. He visto cómo me miras. He esperado que me invites a salir, pero me he cansado de esperar. ―Cogió las manos del agente y se las colocó descaradamente en el trasero. Por un instante, Erickson pensó que soñaba despierto―. ¿Creías que no me gustarías? Te falta iniciativa, pero yo me ocuparé de eso. ―Lo sedujo con la mirada y le acarició los hombros. Luego, lo besó como si le perteneciera.

Erickson se entregó al calor de los labios con que fantaseaba. Su cuerpo se prendía por poseer a la mujer que deseaba. Disfrutó del apasionado beso hasta que la lengua de Sandra se volvió gruesa y babosa, e invadió su garganta. Al abrir los ojos, se encontró aquella mirada perturbadora. Espantado, luchó para apartarse, pero ella le sujetó la cabeza.

El agente se asfixiaba a causa del descenso de la desagradable lengua por su esófago. No pudo contener las lágrimas ni la orina. Forcejeó, incluso tuvo tiempo de dispararle, pero todo fue en vano. Sandra le arrebató la vida por la boca. Mientras retiraba su horrenda lengua, arrastraba con ella gran parte de las entrañas de Erickson. Todo aquel cóctel sangriento mezclado con los dientes que se le desprendieron al agente en el acto se desparramó frente al cadáver.

―Nunca hubieras sido mi tipo. No tenías aguante. ―Sandra sonrió y se relamió―. Quiero follar.

***

Otro miembro de la Unidad 2 defecaba en una cabina del baño. Se trataba de Kim, un afroamericano de aspecto rudo, el arma letal de su equipo. Leía una revista de motos tranquilamente hasta que sintió a alguien entrar y llamar a su puerta.

―Ocupado ―avisó Kim, pero volvieron a tocar―. Te dije que está ocupado. Será por retretes. ―Golpearon la puerta de nuevo―. ¿Mike? Mike, ¿eres tú, cabronazo? Te partiré las piernas cuando salga, cabrón. ―Aporrearon una vez más―. ¡Maldito tocapelotas! Me estás cabreando.

De pronto, la puerta salió despedida junto con las bisagras. El susto provocó que Kim evacuara y liberara sus flatulencias, en especial, cuando vio el deformado rostro de Arnold asomado en la cabina. El agente convertido en criatura lo cazó con sus voluminosas manos.

―¡Arnold, hijo de puta! ¡¿Qué coño haces?! ―protestó Kim, aterrado y sin poder reaccionar. Arnold le torció un brazo hasta quebrarle los huesos, estimulando sus intensos alaridos, y gobernó su musculoso cuerpo como si fuera una marioneta. Tras elevarlo, lo volteó hasta que la mirada de Kim conectó con el váter―. ¡No, no, no! ¡No, Arnold! ¡No, para! ¡Nooo! ―suplicó al intuir sus intenciones, pero eso no lo salvó de la muerte cuando Arnold le estampó la cabeza brutalmente contra el inodoro.

***

Sandra, sigilosa, entró en el vestuario. Sorprendió a Sonia, una agente de la Unidad 2, cambiándose de ropa. Aquella mujer alta y pelirroja era una de las mejores tiradoras del cuerpo. Recién se desvestía y lucía su ropa interior de encaje.

―¡Qué cuerpazo! ―la halagó Sandra desde corta distancia.

―¡Dios, Sandra! No te sentí. —Sonia, tras sobrecogerse, se fijó en su inquietante estado—. ¿Estás bien? ¿Y esa sangre?

―Estoy bien. Creo que me rompí la nariz mientras entrenaba con el uniforme nuevo.

―Ven, deja que te mire eso. ―Sonia cogió una toalla.

―¿Quieres follar? ―le propuso Sandra, desconcertándola.

―¿No te habrás golpeado la cabeza en lugar de la nariz? Estás fatal ―bromeó Sonia y le sonrió.

―Erickson quería, pero escupió el corazón por la boca. ¡Qué pena! ―Sandra exhibió sus aterradoras garras.

―¡Dios! ¡¿Qué...?! ―Sonia retrocedió en cuanto las vio, pero las taquillas la frenaron.

―Si hubieras dicho que sí... ―Sandra, en una fugaz sacudida, le penetró la zona baja del vientre. La desgarradora perforación doblegó a Sonia, que, sumida en un tormentoso dolor, observó la temeraria mano que dañaba su piel y la sangre que le brotaba sin cesar, tiñendo de rojo sus bragas destrozadas por las garras―. Esto te lo podía haber metido en otro lado―. Sandra le mostró su horrible rostro y, realizando un rápido movimiento vertical, la rajó hasta la garganta. El cuerpo de la agente resbaló junto a las taquillas hasta quedar sentado en el suelo, donde continuó desangrándose y sus intestinos se abrieron paso entre el abdomen rasgado.

***

Samuel y Loren eran dos jóvenes traviesos de la Unidad 2. Cumplían con su deber de forma ejemplar, pero cometían imprudencias en el cuartel desde que mantenían una relación amorosa. Aprovechaban cada segundo libre que tenían para consumar el amor en algún lugar como parte de sus fetiches. En esa ocasión, habían optado por intimar en la sala de prácticas de tiro. A pesar de saber que había cámaras grabando, el dúo de cabellos teñidos de colores se entregaba a la lascivia allí mismo.

Loren, que tenía el uniforme bajado hasta los muslos, estaba inclinada sobre la mesa auxiliar con la vista puesta en las lejanas dianas. Samuel, a quien el traje de combate también le colgaba, la embestía gustoso desde atrás. Con total certeza, los habrían suspendido una temporada después de aquella infracción.

Samuel le azotó las nalgas y ella, entregada al placer, arqueó la espalda para empinar más su trasero. Fue entonces cuando el agente distinguió en el reflejo del cristal de la cabina un enorme brazo precipitándose sobre ellos.

―¡Cuidado! ―alertó Samuel y la protegió creando una cúpula con su cuerpo sobre ella. El brazo reventó la parte superior de la cabina, provocando que los trozos de cristal les llovieran encima. Enseguida, el chico la ayudó a colocarse el uniforme hasta la cintura―. ¡Corre! ¡Corre!

―¡Aah! ¡Es un monstruo! ―gritó Loren cuando vio a Arnold por un breve segundo.

Dado que el monstruo había bloqueado la salida, ambos se aventuraron hacia la pista de las dianas con la intención de alejarse de él. Arnold destruyó el resto de la cabina de un manotazo para darles caza. Mientras los veía correr hacia las dianas como dos conejos que huían de su depredador, les apuntó con las manos extendidas. Dos carnosos tentáculos salieron disparados de sus palmas a gran velocidad. Como despiadados látigos, se enredaron en los cuellos de los jóvenes.

Arnold, oprimiéndoles el gaznate con fuerza para que agonizaran con la asfixia, los sostuvo en el aire. En ese instante, otros dos tentáculos puntiagudos agujerearon el resistente uniforme bajo sus costillas. Luego, volaron rumbo a las presas como certeros arpones y las empalaron por la espalda a la vez. Los enamorados, cuyo aliento bañado en sangre se apagaba a causa de aquellas protuberancias que se asomaban por sus pechos, intentaron cogerse de las manos durante un último esfuerzo, pero no lo consiguieron.

***

Restaban dos miembros de la Unidad 2 en el cuartel. Uno era Mike, catalogado como la oveja negra del grupo por tener la costumbre de incordiar a sus compañeros, aunque no por ello dejaba de ser un buen rastreador. La otra era Lorena, la hermana mayor de Loren. La gran mayoría la definía como mucho más recatada que su jovial hermana, incluso existía una apuesta oculta sobre su virginidad.

―¿Dónde crees que estarán follando tu cuñado y tu hermana esta vez? ―expuso Mike con malicia mientras corrían en las cintas del gimnasio.

―¿Y eso qué más te da? No es asunto tuyo ―replicó Lorena.

―Venga, confiesa, ¿por qué te lo tomas así? ¿Envidias a tu hermana? ¿Te gustaría estar en su lugar recibiendo la verga de Samuel?

―¿Es que no tienes algo mejor de lo que hablar? Eres muy pesado con ese tema.

―No te sientas acomplejada. Estás más buena que tu hermana. Si quieres, podemos buscar un rincón para nosotros ―le propuso el descarado Mike.

―Antes me pegaría un tiro.

―O podéis hacer un trío conmigo ―articuló Sandra al entrar en el gimnasio. Su horrendo rostro ensangrentado y sus espeluznantes garras teñidas de rojo hablaban por sí solos.

―No parece normal... ―murmuró Mike, perplejo.

―Os destriparé en el momento en que os corráis. ―Sandra comenzó a andar hacia ellos, contoneándose como una vil seductora.

―¡Yo me voy! ―Lorena, inquieta porque no sabía si se trataba de una broma macabra, se bajó de la cinta.

―Camina muy rápido. ¡Corre! ―advirtió Mike y tomó la delantera.

Sandra cogió una de las barras de pesas y la lanzó como si fuera una jabalina. Con gran precisión, ensartó el cuello de Mike. El agente, que milagrosamente respiraba aún, quedó tendido en el suelo. Su cuerpo padecía pequeños y constantes espasmos, mientras que la expresión de su rostro carecía de voluntad y la lengua le colgaba fuera de la boca.

Lorena gritó al presenciar semejante atrocidad. Por un segundo, miró atrás para asegurarse de que todavía disponía de ventaja para huir. Sin embargo, Sandra había desaparecido. Despacio y temblando de miedo, la agente siguió retrocediendo y barajó la idea de que a lo mejor su compañera le había perdonado la vida.

―Estoy aquí arriba ―susurró Sandra con un tono siniestro.

Cuando Lorena levantó la cabeza, vio a Sandra en el techo. Liberó un último grito de espanto antes de que la criatura se precipitara sobre ella y la despedazara. Sandra se reservaría a Mike para el postre.

El cuartel se había convertido en un recinto de horrores. Dos equipos más sucumbirían en aquel infierno.

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