Desestabilidad [Dramione]

By VictorieWords

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Si Hermione Granger volvió a Hogwarts sin Harry ni Ron, y Draco Malfoy también asistió, pero esta vez señalad... More

Desestabilidad
Prefacio
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 9
Capítulo 10
Epílogo

Capítulo 8

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By VictorieWords

Desestabilidad

El invierno llegó a su fin, la nieve descubrió las montañas, los campos volvían a destaparse por el verde césped y flores silvestres. Detestaba la naturaleza, pero recibir desde su ventana el viento cambiando de temporada, admirar el canto de las aves y a las mariposas revolotear entre los colores de la primavera, lo calmaba inmensamente. Lo reconfortaba tanto que ya lo había convertido en una rutina.

Draco Malfoy descubrió pequeños detalles de la vida que le resultaban necesarios para su bienestar mental, detalles en los que nunca pensó encontrar placer porque nunca prestó atención a lo que en verdad sucedía a su alrededor. Como disfrutar de cada sorbo de té caliente a medio día, el crepitar de la leña por la noche y la fragancia de pétalos de rosas que su memoria constantemente le reiteraba.

Después del baile de navidad y la intensa discusión con Granger, se vio metido en un lio de dudas y conjeturas respecto a las sensaciones que experimentó. Se sintió vulnerable por permitir que aquella chica penetrara en su alma, impotente por no saber cómo demostrar sinceridad y atormentado por llegar a desear tocarla.

Evitó todo contacto con ella durante el resto del descanso y cuando tenían clase de aritmancia no le dirigía más que una impasible mirada, agradeció que la profesora Wenlock no organizara trabajos en equipo. El objetivo de ganarse su perdón lo mantenía, pero eso no quería decir que iba a ponerse en ridículo rogando.

—Es demasiado injusto —exclamó Blaise Zabini de mal humor—. En cualquier momento esa maldita profesora Wenlock nos reunirá en equipos y yo no sé cómo voy a pasar el resto del año con ese incompetente Gryffindor que me ha puesto.

—Te cambio a la mía, es una completa ternura —dijo Pansy Parkinson con ironía.

—Solo hay una razón por la que no se acoplan a su compañero —comentó Bianca Hilliard, sin apartar la vista de la copia de El Profeta.

—Dinos.

—Porque son exactamente iguales a ellos.

— ¿Disculpa? —replicó Pansy indignada— No solo debo mostrar respeto por los sangres sucias, también sugieres rebajarme a su mismo nivel.

—No tiene nada que ver con eso. La profesora Wenlock nos juntó con un compañero que se adhiera a nuestras mismas habilidades para conseguir explotarlas. Blaise no se adapta a August Prince porque los dos esperan a que el otro resuelva el trabajo, y tú querida Pansy eres una mandona y nadie te va a obedecer mientras no cambies tu actitud. Si no pueden entenderse a sí mismos cómo van a entender la mente de otro.

—Lo dices muy fácil, tienes al estúpido de Longbottom babeando por ti.

—Incluso Draco se entretiene debatiendo con la sabelotodo de Granger y no es que sean iguales —dijo Blaise—. No es cuestión de habilidades sino de ponerlos en su lugar.

—He visto cuan azorrillado te escabulles por los pasillos para evitarla —añadió Pansy, tambaleándose provocativa frente a Malfoy—. ¿Te amenazó porque ya se cree muy importante?

—Yo más bien creo que descubriste lo bien dotada que se puso este año, ¿es por eso que no te quejas de ella?

—Agh, Blaise —exclamó Pansy, con una mueca de asco—, cuándo no pensando morbosidades.

—Se sienten superiores, pero ninguno es capaz de aceptar su reflejo en alguien más —aclaró Draco, con un tono de voz tan tranquilo que era intimidante—. Mejor mantengan la boca cerrada si quieren conseguir buenos testimonios. De lo contrario ya no pierdan tiempo, una celda en Askaban espera por ustedes.

Parkinson y Zabini se miraron recelosos entre sí, dando por concluida la conversación. Las distantes y cortantes repuestas de Draco ya no eran insólitas para ellos, su actitud para con todos se había vuelto indiferente, pero apreciaban las verdades que salían de vez en cuando de su boca aunque fuera un recordatorio de lo desacreditados que estaban.

—Buenos días —la firme voz de Hermione sonó a su lado. Se hizo el distraído leyendo números en su libro, pero distinguió su aroma desde que se aproximaba a él. Le molestó.

Pensó en que quizá la reacción que le provocó el joven cuerpo de Hermione en el baile de navidad fue obra del alcohol que estuvo ingiriendo, aunque de haber sido así no tendría el recuerdo tan vivo de aquel momento, lo habría olvidado como lo hizo con muchas aventurillas entrada su adolescencia. Pero ahora que dominaba sus cinco sentidos estaba decidido a ponerse a prueba.

Puso atención en el sonido de sus livianos huesos dejándose caer delicadamente en la banca, observó sus delicadas manos encontrar hábilmente la página destinada a tratar en pareja, y luego se posó en su túnica, estaba limpia, la capucha arreglada uniformemente sobre sus hombros y se notaba el cuidado con que mantenía la tela.

Detestaba a la gente descuidada en dejar migajas de pan o manchas de té sobre la ropa. Se reprendió por no considerar desagradable los hábitos de la castaña.

—Ganarse el perdón de alguien es una cuestión de honor —habló Granger sin mirarle—. No se compra con nada porque de lo contrario no es genuino. Aunque no pido que lo hagas, tendrás que esforzarte y tu dinero no te será útil. Tu libro.

Hermione extrajo de su mochila el ejemplar de Guía Moderna de la Transformación, y lo puso con cuidado sobre la mesa. Malfoy le dedicó una mirada circunspecta, pero en realidad sintió que lo despreciaba, anheló tanto su aprobación. Pero de ningún modo se lo iba a revelar, optó por ser indiferente.

—Consérvalo, Granger. No conozco a nadie más que lo aprecie —soltó con voz gélida.

—No puedo.

—Entonces dónalo a la biblioteca —dijo con desdén—. No tengo más que discutir.

Malfoy estaba siendo cortante, aunque no ofensivo, pero si odiaba que le hablara de aquella manera. Por un momento Hermione se olvidó de que era un Slytherin, de que nunca habían congeniado bien debido a la rivalidad que existía y que si él en realidad quería cambiar y rendirle cuentas a ella, había hecho una elección muy complicada.

— ¿Será así? —Malfoy la miró irritado— Escucharé tus rendiciones cuando te sientas culpable o trates de obtener perdón y debo recibir tu indiferencia cuando lo creas oportuno. No soy yo quien debe ordenar sus prioridades.

—No somos amigos.

—Tampoco somos iguales.

¿A dónde traba de ir con esas afirmaciones? Hermione Granger irradiaba bondad, pero también podía ser obstinada y desafiar con una simple mirada. Pensó que ella era la mejor candidata con quien aprendería a disculparse, pero subestimó su capacidad competitiva.

Granger era un completo enigma que lo desestabilizaba, sin embargo, era consciente de que lo complicado le atraía y que ahora su objetivo había aumentado. Deseaba conocer quién era Hermione y por qué lo enviciaba tanto.

Por eso cuando la profesora Bridget Wenlock anunció que las pruebas en aritmancia durante el resto del año serían más complejas, que debían prepararse individualmente para los exámenes EXTASIS y que les permitía elegir a su pareja de clase a su propio criterio; Malfoy no hizo el intentó de renegar a su compañera.

—Señorita Granger a quién debo anotar como su compañero —pidió la profesora.

Hermione apretó con nerviosismo la pluma en sus manos, mantuvo una mirada sagaz con él durante un par de segundos, los suficientes para acordar, sin necesidad de palabras, continuar. Malfoy no deseaba estar con nadie más, a pesar de lo fastidiosa que a veces le resultaba, trató de expresarse por medio de su candorosa mirada, y Hermione lo entendió porque deseaba lo mismo.

—Permaneceré en mí mismo equipo, profesora —respondió con un tono seguro.

— ¿Está de acuerdo señor Malfoy? —la mujer lo miró con una ceja alzada.

—Completamente, profesora.

Conservar la compañía de Hermione en clase lo invadió de una emoción desconocida, pero que no temió experimentar. Quiso ocultarlo y falló en su intento porque su boca esbozó una ladeada sonrisa de victoria que Hermione pudo vislumbrar a la perfección.

Draco Malfoy mejoró significativamente en sus destrezas para todas las asignaturas, incluso añadió horas extras de estudio porque mientras menos tiempo pasara en la sala común de Slytherin su estado mental se reponía con rapidez. O tal vez era la presencia de Granger en la biblioteca en esas horas extra la que disfrutaba admirar y la que lo beneficiaba física y emocionalmente.

Le divertía verla frustrada porque el cabello rizado se le alborotaba y parecía una bruja maniática, sus mejillas enrojecían tiernamente, pero su nivel de paciencia era nulo y podía explotar con el simple ruido de una pluma cayendo al suelo.

Nunca consideró la idea de entablar una relación fuera del aula porque, aunque jamás lo confesaría, encontraba más entretenimiento admirándola a lo lejos. Estaba seguro de haber sido lo bastante sutil para no levantar falsas sospechas.

Cuando la primavera llegó, entre Hermione Granger y Draco Malfoy existía una cordialidad mutua, las palabras que se dirigían eran únicamente para tratar a fondo las clases de aritmancia y en ocasiones las de transformaciones. El grado de rivalidad en los debates también se aminoró porque Hermione sabía reconocer sus errores y Malfoy aceptó, no fácilmente, que ella era la mejor.

Cambió completamente el concepto en que ambos se tenían, pero entonces surgió un sentimiento desconocido, amenazador y que por más veces que lo pensaran era un laberinto sin salida, una ecuación sin solución.

•♦•

La noche era calurosa, las sábanas le pesaban, su propia ropa le quemaba la piel y sentía que ni una ráfaga de aire se filtraba por la ventana, pero no sabía con precisión de dónde provenía tal sofocación.

Draco no recordaba que habían discutido, pero la adrenalina y un frenesí eran patentes en el ambiente. Hermione Granger estaba frente a él, sus femeninos hombros estaban tensos, sus puños apretados con fuerza y le ofrecía una mirada desafiadora. No le gustó sentirse inferior a ella, vulnerable bajo esos ojos marrones.

Percibió la opresiva bruma que los rodeaba, estaba extremadamente molesto, pero en cuanto posó su mirada en las mejillas encendidas de un rojo atractivo, y el pecho de Hermione creciendo a causa de su descontrolada respiración, su mente ya no pensó con claridad. Se vio invadido por una súbita excitación.

Conocía lo temible que podía ser dominado por la ira, sin embargo, le frustraba que la postura de Granger se mantuviera erguida ante él y su mirada infranqueable, decidida a no someterse.

Quería infundirle respeto mordiendo con fervor sus rosados y finos labios. Pero se reprendía, se detuvo porque él no era merecedor de ese enfrentamiento. Cuántas veces la había humillado, despreciado y hecho llorar...

No obstante, todavía no aceptaba ser considerado tan bajo. Su autocontrol colapsó cuando su respingada nariz se inundó por la fragancia de pétalos de rosas. Fue su delirio, su desestabilidad. Hermione lo había hecho olvidar la paciencia y ahora iba a pagar las consecuencias.

Sintió un nerviosismo en su interior que aceleró su ritmo cardíaco y lo impulsó a acercase amenazador a Granger. Ella en su intento por protegerse retrocedió, pero su espalda rebotando contra la pared la regresó a su posición inicial, acorralada por el estremecimiento que la encendida mirada de Malfoy comenzaba a provocarle.

Malfoy sintió su rostro caliente, le costaba trabajo respirar y los músculos tensos de su mandíbula empezaban a molestarle. Percibió una pasión arremolinándose en su estómago, crecía con facilidad cada que la fragancia que lo enviciaba, impregnada en aire volvía a introducirse en él. Su deseó palpitó con ansias cuando la mirada de Hermione le dio a entender que estaba siendo presa del mismo arrebato.

No se permitió tocarla en ningún momento, no podía, la chica merecía su entero respeto. Pero supo que la estaba desesperando mientras se deleitaba lentamente con cada discreta curva de su cuerpo, su aliento frenético y sus latidos agitados se lo revelaron.

No le quitó de encima su mirada audaz, a pesar de que sus entrañas se retorcían por el temor y el calor de tener a Granger solo para él. Sus piernas temblaban, pero fue capaz de infiltrarse y arremeter una embestida en ella. Sintió como Hermione se paralizaba y se aferraba a sus hombros para mantenerse de pie. Le gustó que no desistiera en la batalla.

Pensó en hacerla sufrir mucho por todo el poder que tenía sobre él. Cauteloso y sin romper el encanto en el que habían entrado, la tomó firmemente por el cuello y acarició con la punta de su nariz la de ella, pasando por la suave y roja piel de sus mejillas, hasta culminar en la comisura de sus labios. Esbozó una sonrisa engreída dejándolos con una sensación insatisfecha que Hermione hizo patente con un gruñido.

Había alcanzado su límite, porque aunque deseaba ardientemente sentirse pleno, lleno y liberado en la joven piel de Granger, no era merecedor de su bondad. Ni siquiera de su perdón.

Entonces Draco se enderezó sobresaltado, con sudor en la frente y su respiración incontrolable. Examinó a su alrededor, la habitación se encontraba en penumbras, pero fue muy capaz de percatarse de sus húmedas sábanas y la excitación dentro de sus pantalones.

Se sorprendió volver a experimentar la sensación, y odió que la responsable de sus despertadas inquietudes fuera Hermione Granger. Se sentó al borde de la cama mientras lanzaba un hechizo no verbal para limpiar el desastre que era.

Iluminó el dormitorio con su varita y miró el reloj sobre la cómoda que marcaba la una de la mañana, permaneció en silencio con la mirada pérdida en la obscuridad tratando de hallar un momento de serenidad, pero su mente se negaba a abandonar aquel encuentro. No quería seguir recordando, sentía vergüenza, remordimientos, culpa; no podía aspirar a nada con Granger porque ella era demasiado buena para él.

Toda su vida se consideró superior al resto de los magos y brujas, era ridículo como una simple mirada de Hermione lograba crear semejante caos en él.

Decidió salir a dar un paseo nocturno por los pasillos que durante sus años más demandadores fueron su refugio, tal vez revivir su pasado le serviría para recordar el lugar que se había ganado.

En cuanto estuvo fuera de la sala común de Slytherin emprendió el ascenso al castillo, sabía que la vigilancia nocturna continuaba siendo rigurosa y para evitar escándalos que lo relacionaran con un intento de practicar magia oscura, su camino fue alumbrado únicamente para él por su Mano de Gloria.

Tenía en mente visitar la torre de astronomía, pero cuando llegó al pasillo que conecta en su mayoría a todos con el gran comedor, una tenue luz flameante se reflejaba en la pared indicando que todavía estaba alguien despierto. Examinó con cuidado el perímetro, pues no pretendía encontrarse con nadie indeseado y ocultó la Mano de Gloria cuando llegó a la entrada del salón.

Malfoy no fue el único con problemas para conciliar el sueño después de un indebido deseo guardado en el subconsciente. Granger buscaba lo mismo que él, un lugar tranquilo, que le recordara sus principios y disipar sus desconocidos impulsos. Terminó sumiéndose entre libros, sin darse cuenta que se le pasó una hora de intenso estudio.

—Estudiando hasta tarde, Granger —habló Malfoy con voz ronca y fuerte, sus palabras arrastradas resonaron en un eco por todo el comedor.

Hermione fue asaltada por un pánico indescriptible que supo disimular con absoluta inferencia en cuanto levantó la vista por escasos segundos, para regresar con su labor de redacción.

— ¿Acaso Gryffindor no tiene una sala común? —inquirió el rubio, aproximándose con lentitud a la mesa de Slytherin.

—La tiene —contestó ella—. Evidente es que estaba ocupada.

Malfoy permaneció estático a varios pasos de distancia de Granger, la observó absorta en su redacción y sin prestar atención a nada del exterior. Entonces dudó muy en serio si aquella chica había hecho reavivar su interior, a tal punto que deseo unirse a ella.

Él no logró descifrarlo, pero en el semblante de Hermione era evidente que su presencia le causaba incomodidad y desconcierto, que solo se transmitió en un silencio tenso y desesperante.

Quería aclarar si Granger era tan buena como su sueño le mostró, quería cerciorarse si de verdad era digna de él. Caminó con sigilo, con las manos cruzadas por detrás hasta posicionarse delante de la mesa de Gryffindor, y examinar cada uno de los tomos que Hermione tenía esparcidos por la mesa en un orden que solo ella conocía. Le pareció que era una cantidad exagerada de análisis para una noche.

Constelaciones de nebulosas oscuras. Encantamientos de ocultación. Libro reglamentario de hechizos, grado 7. Árboles carnívoros del mundo. La fundación del Hospital San Mungo. La alquimia en la época medieval. Elaboración de Pociones avanzadas. Guía de la transformación nivel superior. Nueva Teoría de la Numerología —nombró algunos títulos en voz alta, siendo cuidadoso de guardar una distancia bastante prudente.

—Te parece que desconozco lo que estudio —Hermione lo miró molesta.

—No estaba subestimando tu inteligencia.

La castaña no contestó, volvió a su redacción y estaba decidida a no permitir que la presencia del rubio continuara desestabilizándola. Sin embargo, escuchó un lejano sonido que le impidió concentrarse, como si un montón de libros cayeran con fuerza al suelo. No tardó mucho para que en el gran comedor aparecieran flotando en el aire algunos ejemplares de pastas duras y voluminosas páginas, que Draco Malfoy había invocado sin emitir palabra alguna. Observó la elegancia y facilidad con la que los dirigía con su varita hasta la mesa de Slytherin.

— ¿Qué crees que haces? —preguntó, y aunque quiso que su voz sonara imponente, solo se le notó el pánico arremolinándose en su interior.

—Si voy a tener una buena contrincante en clase, es imperativo adherirme a su nivel —respondió, acomodando sus libros y haciendo un hábil movimiento con su varita para encender el candelabro de su mesa.

—No enciendas más —lo detuvo ella—. Nadie debe saber que estamos aquí. Puedes utilizar la mesa a mi lado.

Draco se paralizó un momento, extrañado en gran manera por la sugerencia de Hermione e indeciso por desobedecer o correr el riesgo de aceptar la invitación a sentarse en la mesa de Gryffindor y estudiar junto a la chica de sus pasiones.

Con la misma destreza cambió sus libros, plumas y pergaminos a la mesa que la castaña señaló, fue silencioso en su labor y cuando tuvo que sentarse notó una rigidez en sus movimientos ante la escrutadora atención que Granger le brindaba. Ninguna mujer le había provocado tan profundo estremecimiento, se enfadó al instante en que su cuerpo lo delató desestabilizándose bajo la mirada de la chica.

Agradeció que esa atención fuera nula porque durante los siguientes minutos ambos estaban sumidos en sus rigurosas lecturas, las plumas hechizadas para escribir pergamino tras pergamino, enfrascados en la esfera del estudio que sorprendentemente disfrutaban.

El silencio entre los dos se volvió más intenso, pero esta vez ya no abundaba la incomodidad porque Malfoy se desatendió de todo por su profundo análisis en las asignaturas que compartían, como Guía de la transformación nivel superior y Nueva Teoría de la Numerología.

Lo que le permitió a Hermione poder continuar con sus propios deberes y ambiciones, sin embargo, constantemente se sorprendía apreciando discretamente que bajo la tenue luz de los candelabros, la piel de Malfoy era demasiado pálida, fina y cuidada que llegó a percibir cierta delicadeza en él, pensamiento que desechó inmediatamente en cuanto se fijó en sus masculinas facciones.

Observó su rostro, conocía el color de sus ojos y no quería verlos porque no podría ocultar que un sueño indecoroso había cambiado el concepto en que lo tenía. Esbozaba una expresión furibunda y tensaba los hombros cada que no lograba resolver algún argumento del libro; le hizo recordar a un lejano niño caprichoso y entonces tuvo que plantearse en qué momento aquel gesto comenzó a no mortificarle más.

—Granger —la voz ronca de Malfoy irrumpió en su cabeza—. ¿Qué quieres?

Creyó ser bastante sutil en sus indagaciones, no tenía como negar que había perdido el interés a la lectura por estar meditando en su reciente curiosidad por observar la elegancia que Malfoy desbordaba sin ninguna dificultad. No obstante, recordó la última página del libro de aritmancia que había leído.

—Página 262, tu opinión —habló con firmeza. Malfoy soltó un pesado suspiro antes de posar su mirada en la búsqueda de la página.

—Volviste a adelantar lecciones —señaló severo.

— ¿No lo entiendes? —Malfoy notó un atisbo de provocación en esa pregunta.

—Ambas tablas están conectadas, contienen números o letras en común, para hallarlos se usa esta otra tabla que contiene fórmulas. Sin embargo, me parece bastante sencillo encontrar el número en común si conoces que el verdadero significado de las letras.

Hermione lo miró atónita, aunque en el fondo supo que obtendría la explicación detallada que Malfoy brindaba eventualmente desde que aprendieron a trabajar en equipo.

—No eres la única que lee los libros —añadió altivo, retomando su mirada déspota—. Piénsala mejor la próxima vez.

Ella trató de provocarlo, ahora él le devolvía la misma jugada. Los viejos hábitos nunca cambian pensó Hermione mientras esbozaba una sonrisa incrédula. Con Malfoy siembre había que competir, abundaba una pasión por llevarse la contraria todo el tiempo, pero esta vez él decidió jugar limpio.

—Tu destreza por ser molesto no cambia.

—Pudiste elegir a alguien más —espetó brusco, y buscó su mirada para mostrarle que no recibiría sus reproches.

—Pareció agradarte que no lo hiciera.

Mantuvieron una rigurosa mirada engreída durante un rato. Estuvieron en completo acuerdo permanecer el resto de las clases de aritmancia juntos, sabían que la rivalidad se estaba disipando, pero ninguno lo aceptaba con facilidad.

—Tus conocimientos superan a cualquier otro de la clase, perdí tiempo... —la guerra le había quitado tiempo, pero pensó que al igual que ella, Malfoy merecía olvidar los crueles años. Suficiente tiene con sus propios remordimientos— No estoy para enseñar.

"Superas a cualquier otro de la clase", no era un alago era una verdad, lo sabía porque provenía de la boca de Granger. Pero para confesarlo ella debió de opacar la indiferencia que tenía contra él. Entonces su mirada vagó por la mesa llena de libros y escondido entre aquella multitud encontró un indicio de esperanza, una oportunidad, un motivo de vida.

—Pensé que no éramos amigos —enunció con una seguridad falible.

—No lo somos.

—Conservaste el libro —señaló Malfoy con un aire altivo, pero en realidad era curiosidad. Hermione no supo que responder, ni cómo ocultar que sus sentimientos habían cambiado por conservar ese libro.

—Todos merecen enmendar sus errores —dijo, con sus ojos fijos en él—. Pero nunca siento piedad por nadie en clases, mucho menos por ti.

—No la quiero. Compartimos una ambición por ser el mejor, una ambición en la que tus amigos no se atreverían a competir porque saben perfectamente que jamás podrán igualarte. Pero yo no tengo miedo de enfrentarte y descubrir que eres mejor que yo.

No volvieron a entablar conversación después de su último argumento, se sorprendió él mismo siendo extremadamente paciente con Granger después del indecoroso sueño y por temor a que esa situación cambiara se sumió de nuevo en el estudio.

La noche pareció transcurrir con bastante lentitud, disfrutó la compañía que tenía en la mesa contigua, le gustó la combinación de aromas que abundó a su alrededor, las hojas de los libros, madera de pino del comedor, el té de frambuesa de Hermione y que por educación aceptó cuando ella le ofreció; pero el que realmente le embriagaba era el aroma de pétalos de rosas.

Cuando el reloj marcó las tres de la mañana el cansancio se hizo presente en los hombros de Malfoy y sintió su cerebro sobreexcedido de asignaturas, estiró los brazos para alivianarse y levantó la mirada para encontrar que el sueño había alcanzado a Hermione.

Sostenía la pluma en posición para escribir, pero la mejilla recargada en la mano izquierda, sus parpados estaban cerrados y su respiración apenas era perceptible. No llevaba mucho que el sueño la había vencido porque de lo contrario su cabeza se habría estampado contra la mesa.

Con el propósito de que eso no sucediera Malfoy se deslizó en la banca hasta estar frente a ella, entonces tuvo mucho tiempo para contemplar las femeninas facciones de su suave y limpio rostro. Reconoció que era más soportable y vulnerable sumida en la calma del sueño. Era una mujer valiente, perseverante, bondadosa y un dolor de cabeza cuando se lo proponía. Era una combinación extraña de talentos y atributos que resultaban en una belleza única.

Fijó la atención en una marca de diente todavía perceptible en su rosado e hinchado labio que el estrés del estudio la había inducido a provocarse, le recordó como horas antes se había deleitado haciéndola sufrir con una caricia provocativa, cuando en realidad era él quien deseaba ferozmente besarla. Logró controlarse al recordar que muchas veces la quiso muerta también.

—Granger —le habló tranquilamente, retirando la pluma de su mano para evitar manchar su redacción—, ve a la cama.

Draco entendió dos cosas esa noche, la primera fue que Hermione Granger era una bruja excepcional sin importar su estatus de sangre, aquel asunto le importaba ya bien poco, pensaba pedir disculpas por las veces que se lo recordó. Ella conservó el libro que le envió en navidad, y la actitud que mantuvo cambió significativamente y eso le demostró que quien no era digno era él. No merecía tal generosidad.

En segundo lugar estaba su sueño, fue bastante claro lo que le trataba de decir. Su abatido y vano corazón quería disfrutar momentos en que la risa de Hermione abundara como lo hizo en la enfermería. Deseaba tocar y besar cada centímetro de su suave rostro, conocer cada curva de su cuerpo, deleitarse con cada caricia y embriagarse de su aroma mientras se hundía en ella.

Le asustó que el propósito de obtener su perdón lo llevara al grado de quererla con tan ardiente pasión. Pero, si ya había descubierto sus impulsos ¿Alguna vez sucumbiría a ellos o estaba sentenciado a sepultarlos para siempre? ¿Podría aspirar por primera vez a tener a alguien bueno como ella en su vida?

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