Vampire Anomaly

By Gabianni

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LIBRO 2 DE VAMPIRE KISS ¿Cómo puedes recuperar lo que no sabes que está perdido? Seis meses después de los ev... More

💀Ley de la Anomalía Prohibida💀
💀Prefacio
💀Capítulo 2. No estás muerto
💀Capítulo 3. No te he olvidado
💀Capítulo 4. No la dejes sola
💀Capítulo 5. No es un misterio
💀Capítulo 6. No es opcional
💀Capítulo 7. No recuerdes
💀 Capítulo 8. No llores más
💀Capítulo 9. No es tu pasado
💀Capítulo 10. No todo es verdad
💀Capítulo 11. No le hagas daño
💀Capítulo 12. No te reconozco
💀Capítulo 13. No te rindas con él
💀Capítulo 14. No lo salves
💀Capítulo 15. No le creas
💀Capítulo 16. No lo dejes marcharse
💀Capítulo 17. No lo dejes caer
💀Capítulo 18. No lo tientes
💀Capítulo 19. No lo añores
💀Capítulo 20. No temas
💀Capítulo 21. No te dejaré
💀Capítulo 22. No lo rompas
💀Capítulo 23. No lo marques
💀Capítulo 24. No la dejes
💀Capítulo 25. No lo sigas
💀Capítulo 26. No la arrebates
💀Capítulo 27. No puedes ser tú
💀Capítulo 28. No hay tiempo
💀Capítulo 29. No es una farsa
💀Capítulo 30. No eres nadie
💀Capítulo 31. No te engañes
💀Capítulo 32. No lo lamentes
💀Capítulo 33. No lo deduzcas
💀Capítulo 34. No la conoces
💀Capítulo 35. No eres el mismo
💀Capítulo 36. No seas cobarde
💀Capítulo 37. No aún
💀Capítulo 38. No lo liberes
💀Capítulo 39. No es eterno
💀Epílogo💀

💀Capítulo 1. No eres tú

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By Gabianni

Carmilla Di Rosaria acababa de enterrar un cuerpo.

Le hubiese gustado que no fuese en el sentido más literal y morboso, pero por desgracia, sí lo era.

Hace seis meses que la vampira fue rebajada a puesto de limpiadora. Cada vez que se cometían los asesinatos mal denominados "cacerías", ella se quedaba con la molesta tarea de erradicar todo rastro. Incluyendo los cuerpos, por supuesto.

Por desgracia, aquella noche venía demasiado bien arreglada y ataviada para siquiera considerar ensuciarse las manos, así que recurrió al truco más viejo del manual e hipnotizó a un humano despistado que pasaba por allí para que se encargara del cadáver. El muerto en cuestión era una Anomalía Prohibida de licántropo y bruja. No era una Anomalía peligrosa, pero el Salvador ordenó que aniquilaran a todas las Prohibidas puesto que, según sus palabras, las Anomalías Prohibidas útiles debían estar bajo su yugo y las inútiles cesar de existir. Como cazadores de Anomalías, su tarea era deshacerse de ellas de la manera más discreta posible para no levantar sospechas, por lo tanto, la Anomalía en cuestión yacía con el cuello roto. Fácilmente podía encubrirse con que sufrió un aparatoso accidente.

—Excava más rápido —ordenó al humano hipnotizado. Llevaron el cuerpo a un terreno baldío y, aprovechando las altas horas de la noche y la falta de luz, lo enterraron allí.

El humano cavó con más rapidez, sudando a mares. Carmilla solo pudo observarlo con cierto asco y luego suspirar con agobio cuando recibió un mensaje:

«Bar Temerary. No tardes».

No necesitaba ver el nombre del contacto para saber que se trataba de Nicte, la escueta bruja cuyos mensajes no podían ser más crípticos. Por suerte, Carmilla sabía que era la ubicación de un licántropo con demasiada información acerca de El Salvador y sus cazadores de Anomalías, vendiendo dicha información a cualquiera que la necesitara, ya fuese para capturarlos o asesinarlos. No era más que un maldito estorbo.

Exhaló, cerró momentáneamente los ojos, y se tomó un segundo para apartar aquel fastidio de su mente. Separó los párpados y se volvió hacia el humano que acababa de tirar el cadáver envuelto en una bolsa de basura en la fosa recién cavada y la volvía a cubrir con tierra. Carmilla se acercó a él, lo miró a los ojos, y dijo:

—Termina en dos minutos, olvida las últimas dos horas y vete a casa —ordenó.

El humano reanudó su tarea con celeridad y, una vez terminada, Carmilla se cercioró de que se marchara para luego ella tomar su propio rumbo. Pidió un taxi y fue dejada en una avenida repleta de bares y restaurantes nocturnos. No pudo evitar pensar en Core, en Plague, en esa vida que duró poco, pero disfrutó como no se atrevía a admitir.

Caminó a través de la acera con la frente en alto, la expresión impertérrita y las manos dentro de los bolsillos de su gabardina carmesí, sintiendo como los humanos que salían tambaleándose de los bares la miraban de pies a cabeza sin descaro alguno. De no tener un encargo, los habría hipnotizado para caer de cara contra el pavimento y fracturarse la nariz... de no ser el cráneo.

Finalmente arribó al bar que buscaba. «Temerary», ese era el nombre que estaba grabado en los cristales. Este era un bar Híbrido —como lo denominaban en la Sociedad Ulterior—, una locación que se mezclaba con el mundo humano y a la que solo podían acudir monstruos cuyas apariencias pudieran pasar desapercibidas entre los mortales.

Carmilla ajustó el cuello de su gabardina y le dio volumen a su cabello antes de entrar al local. En cuanto abrió la puerta y la campanilla que colgaba de esta anunció su presencia, muchas miradas recayeron sobre ella; humanos sorprendidos por su belleza sobrenatural y monstruos que, con tan solo un vistazo, sabían que se trataba de una vampira más.

Escudriñó el sitio hasta toparse con una silueta sentada entre las sombras del bar, oculta en la poca iluminación y cerca de la puerta trasera. Una medida preventiva por parte del licántropo en caso de que tuviese que salir corriendo.

—El lobo aúlla a la luna —dijo en código al aproximarse.

El licántropo dejó su trago de ron de lado y conectó su mirada con la de Carmilla. Sus iris de una tonalidad café anaranjada y las pupilas ligeramente afiladas traicionaban su verdadera naturaleza. El hombre lobo esbozó una media sonrisa y solo entonces ella se percató de su deplorable aspecto; el cabello revuelto y canoso, la barba incipiente, el traje color beige mal tallado. Era desagradable.

—¿Tú eres la sombra a la que debo aullarle? —respondió él.

Carmilla se quitó el abrigo, revelando el vestido rojo que portaba debajo.

—Solo si tú eres el lobo.

Él asintió con fervor, mirándola por todas partes sin pena ni vergüenza.

—Lo soy. Definitivamente lo soy.

Carmilla se sentó en el espacio junto a él, cuidadosa de mantener una distancia razonable por el asco que le ocasionaba.

—Aúlla entonces —ordenó con frialdad, mirando la hora en su celular—. Tienes diez minutos.

El licántropo chasqueó la lengua.

—No digo nada de a gratis —advirtió, deslizándose hacia ella—. Lo sabes, ¿no es así, vampira?

Carmilla frunció el entrecejo.

—Habla primero y después concluiré si tu información es merecedora de una recompensa —replicó.

—Así no funciona —refutó con aspereza—. Este es mi juego y yo marco las reglas.

—¿Juego? —inquirió con un bufido—. Esto no es un juego. Vine a ti porque quiero que me digas qué sabes sobre El Salvador y sus cazadores...

—Cierra la boca —acotó él con frialdad, colocando una mano sobre la pierna de ella y acercándose a su rostro para susurrar con su aliento a alcohol: —ya sabes lo que quiero a cambio.

El licántropo se aproximó hasta casi rozar sus labios. Carmilla estaba a punto de tomar el vaso y romperlo contra su cabeza, pero se le adelantó una mano que se aferró al seboso cabello del hombre lobo, lo jaló hacia atrás y luego lo estrelló con fuerza contra la mesa de madera. Se encogió de dolor al oír como los huesos tronaban por el recio impacto y luego levantó la mirada, hallándose con un par de relumbrantes ojos dorados.

—No debiste hacer eso —reprendió con un mohín.

Ahí estaba el causante de todas sus dificultades en los últimos meses. El cazador de Anomalías por excelencia, la Anomalía número 55: Dorian Welsh. El chico que ella misma casi había asesinado, ahora estaba parado frente a ella, portando una simple camisa negra arremangada, con su piel demasiado pálida bajo la tenue iluminación del bar y las protuberantes bolsas debajo de sus ojos. Él la ignoró y volvió a jalar el cabello del licántropo para que alzara la cabeza. Sangre le escurría de un profundo corte en la frente, se quejaba de dolor e intentaba liberarse del agarre.

Dorian esbozó una sonrisa revoltosa.

—Tomarás un trago de tu bebida, te ahogarás y morirás —susurró Dorian a su oído, haciendo uso de su voz de medio Banshee, una que le permitía controlar a cualquiera.

—¡No! —exclamó Carmilla al percatarse de ello, pero fue demasiado tarde.

El licántropo, con los ojos nublados de terror, tomó tembloroso el vaso de ron y se lo llevó a los labios. Batalló contra el poder de Dorian, pero su fuerza de voluntad era insuficiente. Bebió un gran trago y, en cuanto este bajó por su garganta, comenzó a convulsionar y toser. Dorian cubrió su boca para callarlo mientras forcejeaba y, tras unos largos minutos, dejó de batallar y se quedó inmóvil, con la mirada perdida y asustada. Muerto.

Dorian por fin lo soltó, dejando que su cuerpo cayera lánguido y su cabeza nuevamente colisionara contra la superficie de la mesa con un golpe seco.

Carmilla, iracunda, se levantó de súbito y dio un zapatazo contra el suelo.

—¡Debíamos descubrir qué tanto sabía sobre nosotros, imbécil! —siseó—. ¡Pero no pudiste aguantarte las ganas de matarlo!

Dorian miró sus manos con asco y limpió los restos de saliva y sangre del licántropo en la ropa de este último.

—Que Nicte extraiga la información de su mente —sugirió con desinterés—. No lo necesitamos vivo.

—No sabemos quién más está enterado de nuestra existencia o ha visto tu rostro después del alboroto que armaste en Collapse. ¿Qué parte de ser discretos no te queda clara? —masculló Carmilla, sacando su celular del pequeño bolso que llevaba consigo—. Maldito egoísta.

Dorian la miró con incredulidad.

—¿En serio ibas a permitir que te tocara? —inquirió. Carmilla no respondió, pero la respuesta era obvia, por supuesto que no iba a permitir tal cosa, pero tampoco iba a matarlo. Dorian mostró nuevamente aquella sonrisa casi macabra que hacía un perturbador juego con sus ojos dorados, y bufó—. Eso pensé.

Se dejó caer en el asiento junto al cadáver y fijó su mirada en el ron a medio tomar. Lo tomó con curiosidad y bebió un sorbo. Hizo una mueca de repulsión y aventó el vaso a la mesa.

Mientras tanto, Carmilla le enviaba un mensaje a Nicte para que viniera en ese instante. Una vez enviado, observó a Dorian con el rabillo del ojo. Lo odiaba, pues a pesar de perder todas sus memorias y volverse macabro y despiadado, seguía conservando esa fastidiosa faceta demasiado leal con aquellos que le importaban, pero no podía serle leal a ella, y mucho menos importarle, pues fue ella quién terminó con su vida anterior y lo convirtió en un vestigio de lo que en realidad debía ser.

Aquella noche después de salvar a Viktor, Carmilla los acompañó a casa del padre de Dorian, fingiendo que todo estaba perfecto y que no había intenciones ulteriores. Horas antes hizo un trato con Nicte; a cambio de ayudarla a recuperar todas las memorias de Viktor, Carmilla se encargaría de capturar a Dorian para regalárselo al Salvador y le daría el crédito a ambas. La bruja le dio una daga antigua, una cuya hoja poseía la capacidad de absorber almas. Dejaron una replica del cuerpo de Dorian para fingir su muerte y se llevaron al verdadero junto con su alma encerrada en una daga. Nicte tardó tres días en extraer el alma de Dorian y, una vez hecho, lo primero que hizo fue alterar sus memorias, empujando su pasado al área más recóndita de su mente.

Dorian no estaba muerto, pero se sentía como tal. Muchas veces Carmilla prefería pensar que lo estaba, puesto que así no tenía que vivir con la culpa de haberle quitado al amor de su vida a su mejor amigo... A Viktor.

«¿Serás capaz de perdonarme algún día?» Pensó. Tal vez en un futuro muy lejano, cuando Dorian estuviera realmente muerto y Viktor solo otra vez. Se reencontrarían en su soledad y todo volvería a ser como antes. «No seas estúpida. Eso jamás ocurrirá», le gritaba la parte racional de su mente.

—Ustedes son un par de pendejos —irrumpió la voz de Nicte—. Nunca pueden hacer nada sin derramar sangre.

Carmilla hizo un mohín.

—Culpa a Dorian.

Dorian la miró de reojo, tamborileando la mesa con sus dedos.

—Y continúas llamándome así.

—No voy a llamarte Anomalía 55 —replicó con fastidio—. Eso es cosa del Salvador, no mía. Para mí eres Dorian.

Dorian rodó los ojos, exactamente la misma expresión que hacía cuando Viktor lo fastidiaba o algo le parecía ridículo.

«Cuando todo era mejor».

—Muerte por asfixia. —Nicte silbó mientras inspeccionaba el cuerpo—. Esta no la conocía.

Dorian esbozó una discreta sonrisa de satisfacción. Como si esto solo fuese un juego para él.

Carmilla no lo veía como un juego, y tampoco como una cuestión de honor y responsabilidad como Nicte. Para ella era una deuda que, una vez saldada, le brindaría una gran recompensa.

«Traeré a tu familia de regreso», juró El Salvador. Él nunca rompía un juramento.

Suspiró, pero cuando estaba por ordenarle a Nicte que rebuscara en la mente del licántropo, sintió una molesta punzada en los colmillos. Conocía bien aquella sensación, la experimentó demasiado en los últimos meses. Se alejó un segundo y abrió la boca, dejando que la sangre escurriera sobre la palma de su mano. Una palabra comenzó a formarse. Era Viktor intentando comunicarse con ella por milésima vez. No se rendía a pesar de que ella jamás le contestaba.

—¡Carmilla! —llamó Nicte con fastidio—. ¿Procedo?

La vampira se tragó el resto de sangre en su boca y la que estaba en su mano la limpió con la tela de su gabardina colgada en el respaldo de la silla. Se recompuso al instante y se dirigió hacia la bruja.

—Sí, rebusca en su mente antes de que su cerebro se desconecte por completo —ordenó.

Nicte la miró con desagrado

—No lo hagas sonar como una orden, Isabella.

Carmilla odiaba cuando Nicte la llamaba por su verdadero nombre. Cuando comenzaron a trabajar juntas, la bruja lo descubrió al instante.

«¿Isabella Brown? Ahora entiendo porque lo cambiaste a Carmilla. No podías ser más diva».

Nicte limpió la sangre que quedó en la frente del licántropo con su dedo índice, y la lamió. Cerró los ojos y colocó ambas manos en las sienes del muerto. Recitó palabrería y media en voz baja y, tras unos minutos, volvió a abrir los ojos.

—Estuvo aquella noche en el club Collapse, pero parece que fue el único que se percató de que algo andaba mal por la máscara que Dorian llevaba puesta y logró escapar justo a tiempo —informó—. Ha oído rumores sobre El Salvador y por eso reconoció la máscara de Dorian. Nada más allá de un intento de traficante de información poco valiosa. De hecho, fuiste su primera clienta.

Carmilla exhaló con disimulado alivio.

«De todas formas nos espera un castigo», se lamentó, porque aunque se había encargado de deshacerse de todos los cabos sueltos que pudiesen haber visto a Dorian, El Salvador no estaba nada contento con el desliz.

Dorian, en cambió, se levantó de la mesa y estiró los brazos sobre su cabeza. Se veía regocijado, como si lo único que le causara placer fuese cumplir con su labor.

—¿Regresamos ya?

—El Salvador ordenó nuestra presencia inmediata —informó Nicte y se cruzó de brazos—. Ya se imaginarán para qué.

—No tengo idea —contestó Dorian con tono sarcástico y salió por la puerta trasera sin decir más.

—Nos metió en líos —se quejó Nicte—. De nuevo.

—Iremos tras él.

Nicte miró a Carmilla con sus ojos de dos tonos distintos achicados y una fina línea en sus labios.

—¿Lo odias?

Carmilla apretó las manos en un par de puños.

—Lo aborrezco.

—Las mentiras no combinan con tus bellos ojos, Isabella —bromeó la bruja, pasando a su lado—. Y tampoco esa necedad tuya de tratar de detenerlo.

Nicte tenía razón, sí intentó detenerlo en repetidas ocasiones antes de llegar a la conclusión de que era fútil. El Salvador hizo un buen trabajo al deshacerse de toda la esencia de Dorian hasta convertirlo en un ser cruel y despiadado, un asesino de Anomalías. Vivía y moría por su misión, y Carmilla se temía que nunca volvería a ser el de antes. 

(...)

Dorian no recordaba cómo era antes. Sabía que en su vida existió un antes, un ahora y esperaba que algún día un después. Para él, fue como si hubiese nacido aquel día en que despertó dentro de una celda, con el Salvador observándolo y llamándolo Anomalía número 55. Aunque, en el fondo, prefería ser llamado Dorian como Carmilla lo hacía. Le gustaba la sensación de un nombre, una identidad.

Estaría mintiendo si dijera que no sentía una morbosa curiosidad por saber quién solía ser. Nicte afirmaba que su pasado fue peor que habitar en el infierno y, por su propio bien, era mejor empujar esas memorias al fondo de su subconsciente. Cada vez que un breve recuerdo lo atormentaba, el reloj que portaba en la muñeca derecha emitía un pitido. Era una alarma, una advertencia, tal vez su salvación.

Miró el reloj mientras salía del bar, este tenía una correa de piel negra y el reloj en sí era plateado con un cristal rojo incrustado en el centro. Las manecillas no marcaban la hora, sino en qué momento sufrió la última regresión. A las cinco treinta y dos fue esta y Nicte, como siempre, apareció para desvanecerla. Ella prometió que en algún momento las memorias ya no volverían y sería libre. Dorian ansiaba que ese momento llegara. 

Apartó su atención del reloj y se enfocó en la avenida frente a él. Era una calle repleta de vida nocturna, restaurantes y bares de todo tipo, incluso de los más costosos. Se aproximó a uno de estos, fijándose en el valet parking que recibía las llaves de lujosos coches que los clientes le confiaban. El valet recibió la llave de una llamativa mujer y se subió a un reluciente Porsche 911 color plata. Condujo lejos del club y dobló en la esquina. Dorian lo siguió de cerca, metiéndose a un estacionamiento subterráneo.

El valet dio dos vueltas en busca de un sitio vacío y, cuando estaba por dar la tercera, Dorian se atravesó en su camino, obligándolo a frenar de golpe.

—¡Oye, idiota! —bramó el valet a través de la ventana—. ¡¿Tienes mierda en la cabeza o qué demonios te sucede?!

Dorian no respondió, en cambio, se acercó a la ventana con pasos lentos. El valet estuvo a punto de volver a subir el vidrio, pero lo detuvo la mano de Dorian alrededor de su cuello. Lo estrujo, ignorando sus quejidos, y lo miró fijamente a los ojos, reflejando el dorado de sus iris en las pupilas de su víctima.

—Bájate del coche y lárgate de aquí —ordenó.

El valet ni siquiera intentó batallar contra su control —los humanos tenían barreras mentales frágiles—, simplemente se apeó en cuanto Dorian lo soltó y, con la expresión y ojos vacíos, se fue caminando. Dorian se subió, sintiendo la vibración del motor encendido y escuchando cómo rugía cuando pisaba el acelerador estando en neutral. Movió la palanca de velocidades hacia directo, giró el espejo retrovisor para ver que el valet se alejara, y luego volvió a pisar el acelerador a fondo.

Salió del estacionamiento subterráneo como un bólido, rebasando coches, ignorando semáforos y serpenteando como si fuera el dueño de la calle. Sentía la adrenalina al límite, una sensación que le provocaba un cosquilleo en cada extremidad de su cuerpo y formaba una sonrisa casi maníaca en sus labios.

Condujo hacia una carretera abandonada de la ciudad; un amplio y largo túnel que servía como entrada secreta hacia Reverse York, el reverso de Nueva York, prácticamente una dimensión paralela para ocultar la Sociedad Ulterior más grande de toda América.

Encendió la radio y rebuscó entre las estaciones hasta dar con una canción que reconoció: Sweet Child O'Mine de Guns N' Roses. Recordaba sus gustos, sus pasiones, pero nada de quién solía ser. No era una carcasa como Carmilla afirmaba, sino más bien una página en blanco con garabatos, pero nada escrito de manera coherente.

Aceleró a través del túnel que solo era iluminado por los faros del coche y en cuyo eco resonaba el rugir del estruendoso motor. En la cabina sonaba la canción a todo volumen y él la cantaba con fervor hasta que llegó al final del túnel, el coche dio un giro de 360 grados como si manejara a través de la espiral de una montaña rusa, y se apagó de súbito. El impulso restante fue más que suficiente para terminar el nauseabundo giro, derrapar, y atravesar a Reverse York. El carro terminó perdiendo el control y girando en el aire hasta aterrizar de cabeza con un fuerte estruendo.

Dorian, sintiendo un molesto mareo por el cambio de ambiente y el impacto, maldijo y pateó la puerta del coche para derribarla y poder salir del destrozado Porsche. Se tambaleó lejos hasta que sus piernas dieron de sí y cayó sobre pavimento de espaldas, con la respiración agitada y el cabello pegado a la frente.

Soltó una risa descompuesta mientras fijaba su mirada en el particular cielo nocturno de tonalidad azules y violetas de Reverse York. Escuchó a lo lejos como el motor del coche borboteaba y, unos instantes después, explotó. De pronto el ambiente apestaba a gasolina y caucho quemado y el cielo se tiñó de anaranjado.

A sabiendas de que no podía quedarse tumbado ahí mucho tiempo, Dorian se levantó, estiró el cuerpo, y soltó una larga y tendida exhalación. A la distancia vislumbró las luces de la ciudad, esta era casi idéntica a Nueva York, una Nueva York de los años sesenta con un peculiar estilo gótico.

Dado que perdió el coche, Dorian tuvo que caminar hacia allá. Estaba exhausto, pero este seguía siendo el método más rápido para viajar a Reverse York. El método legal consistía en atravesar una tediosa aduana en la estación del metro. Conociendo a Carmilla, ella y una obligada Nicte viajaron de la "manera correcta". Al menos era más seguro por las entradas legales, puesto que las ilegales eran conocidas como "grietas" y eran tan inestables que podían colapsar en cualquier instante.

Cruzó la ciudad a través de callejones y callejuelas de mala muerte, ocultándose de ojos curiosos y cazarrecompensas que lo buscaban por ser una especie de leyenda urbana. Cazador de Anomalías Prohibidas, era un título espantoso, pero aquella era su misión de vida.

Llegó a la guarida del Salvador; una capilla abandonada que bautizó como La Catedral Roja. Atravesó la barrera que la mantenía oculta de los ojos chismoso y, con tan solo poner un pie dentro, pudo escuchar el recuerdo de la voz de su jefe:

«Matarás a todas las Anomalías Prohibidas. Solo te necesito a ti», le ordenó.

Dorian, en ese entonces, había inclinado la cabeza ante él y aceptado su misión:

«Sí, mi Salvador».

Así que eso hacía, las mataba a todas y cada una de ellas con el poder de sus pensamientos y palabras. Esa era su misión y su objetivo.

Y planeaba cumplirlo.

¡Al fin se van resolviendo misterios inconclusos del primer libro! Ya tenía unas enormes ganas de explicar cómo es que Dorian estaba vivo al final y por qué estaba trabajando para El Salvador. ¡Aaaah, la de cosas que se vienen con este personaje!

Les daré también un pequeño adelanto: en el siguiente capítulo veremos a cierto vampiro coqueto... 👀

¡Muchísimas gracias por leer! 💀

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