Evan 1. Renacer © [En proceso...

By Luisebm7

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En un futuro cercano, donde los avances científicos se propagarán como milagros y donde el poder residirá en... More

Notas
Prólogo
01 - Las CES
02 - Storm Company
03 - Unidad 7
04 - Dolor
05 - Tarde libre
06 - El encuentro
07 - Malas noticias
08 - La cena
09 - La redada
11 - Disculpas
12 - Concupiscencia
13 - Ira
14 - Perversidad
15 - El experimento
16 - Brote
17 - Dudas
18 - Cacería
19 - Monstruos 1
20 - Monstruos II
21 - Respiro
22 - Resultados
23 - Mentiras
24 - Muertos vivientes
25 - Las instalaciones
26 - Rescate
27 - Atrapados
28 - Huida
29 - Perseguidos
30 - Sacrificio

10 - El cambio

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By Luisebm7

Las FOP y emergencias se unieron a las CES tras el fin de la redada. Los reporteros de las diferentes cadenas de televisión también se sumaron para difundir el triunfo de la justicia. Un acto tan humano como el que había tenido lugar merecía ser compartido con el mundo. Solo una científica de Storm Company se mordía las uñas al reconocer el lugar de los hechos en la televisión.

Mei acompañó al agente Adams a la ambulancia y les explicó a los paramédicos los detalles de las heridas. Luego, ambos agentes se quedaron a solas.

―Te recuperarás pronto, Adams. Por suerte, los disparos no han sido graves ―lo animó Mei, que estaba sentada junto a la camilla en el interior de la ambulancia.

―Sí, te lo debo a ti por atenderme ―enfatizó un risueño Adams.

―Eso no tiene ningún sentido. ―Mei rio―. Gracias por arriesgar tu vida por Elisa.

―No ha sido nada. A fin de cuentas, todos somos compañeros. Supongo que me tendrán unos días en el hospital, ¡qué fastidio!

―Mira el lado positivo, serán como unas vacaciones.

―Será un aburrimiento, en especial sin ti. Las mañanas en el cuartel se me pasan volando contigo ―coqueteó Adams.

―¡Ja, ja! Vale, te enviaré fotos para que sientas que estás allí.

―Ya que lo mencionas, ven, hagámonos una foto. Quiero salir junto a mi salvadora.

―¡Tonto! Yo la hago, no te muevas demasiado. ―Mei extendió el brazo con su teléfono y ambos posaron con alegría―. Y... enviada.

―Gracias... ¡Qué pena! Aunque esta mañana no me respondiste, quería quedar contigo esta tarde.

―Podemos vernos cuando salgas del hospital. ¿Te gusta el sushi?

―Sí, desde luego.

―Conozco un restaurante donde podemos ir a comer ―propuso Mei.

―Puedes ir reservando si quieres. Estaré como nuevo dentro de tres días ―dijo Adams, destilando puro optimismo a pesar de palidecer.

―¡Estás loco! ―Mei rio―. Bueno, voy a seguir trabajando.

Los agentes de las CES regresaron al cuartel. Las Unidades 1 y 7 recibieron la enhorabuena por su trabajo. En cambio, el radiante entusiasmo fue sofocado por el cubo de agua fría que les cayó encima cuando se quedaron a solas con sus tenientes. Ethan, en especial, los riñó por su insubordinación, su falta de concentración, sus impulsivas tomas de decisiones sin la aprobación de sus superiores y sus disputas inoportunas.

―Lo he dicho mil veces. Se discute en el cuartel, no en plena misión cuando sois un blanco fácil. Guardaos vuestros juicios morales y vuestras tonterías para cuando estéis en casa. ¡Joder! Retiraos de mi vista. Tenéis el resto del día libre. ―Ethan se encerró en su despacho.

Todos respiraron un aire de descontento, de incomodidad y de insatisfacción, pero nadie replicó. Poco después, Ethan llamó al departamento científico para solicitar información sobre los nuevos uniformes mejorados tecnológicamente.

Parte del equipo de la Unidad 7 intentó contactar con Elisa, ya que estaban preocupados por ella, pero ninguno obtuvo respuestas. Richard informó que pasaría por la casa de su compañera para ver a su hermano y, de paso, descartar que ella estuviera allí. Tatiana se ofreció para ir porque ansiaba partirle la cara al indeseable muchacho, necesitaba desahogarse, pero la convencieron de que semejante acto empeoraría la situación.

Elisa, en busca de paz y soledad, se había marchado lejos. Había encontrado un lugar en la playa donde llorar sin nadie que pudiera molestarla. Ignoró todas las llamadas. Vivía uno de los peores días de su vida. El trabajo era lo único que tenía, donde podía pasar horas sintiéndose bien, y se le había convertido en un sueño roto. Eso, unido a su situación familiar, la destrozaba. Por si fuera poco, revivía el perturbador encuentro con Dmitry en su cabeza una y otra vez.

***

Richard acudió al apartamento de Elisa. Tocó el timbre con insistencia hasta que Simón respondió.

―¡Maldita sea! ¿Eres tan estúpida que te has dejado las llaves en casa? Debería dejarte fuera... ―gritaba Simón y, tras abrir la puerta, se sorprendió al ver a Richard―. Ah, eres tú.

―Hola, Simón. ¿No ha venido tu hermana por aquí?

―Obvio que no, ¿no crees? Mi hermana no está. Vete a buscar otro coño al que follarte por ahí ―replicó el grosero Simón.

―No me cierres la puerta. ―Richard la bloqueó con una mano.

―Tiene un buen revolcón, ¡eh! Entonces espérala si quieres. Me sobra una cerveza, puedes cogerla ―indicó Simón y dejó la puerta abierta.

―En realidad, he venido a verte a ti ―aclaró Richard.

―¿A mí? No soy marica, colega. Te puedes ir olvidando.

―Te gustaban los coches y el boxeo, ¿verdad? Cámbiate, te llevaré a un sitio.

―No me apetece ―dijo Simón, acentuando su actitud de vago.

―Si te niegas, te daré una paliza. Nadie sabrá que fui yo y nadie te creerá. Tengo testigos que afirmarán que estaba de paseo ―lo intimidó Richard.

―¡Joder, vale! No hay que ponerse así. ―Simón se cambió la apestosa camiseta por otra menos sucia y acompañó al agente.

Realizaron la primera parada en un circuito de karts. Simón, a pesar de reprimirse, exhibió una leve sonrisa al contemplar aquellos pequeños coches que tanto le fascinaban. Sin embargo, su rostro cambió por completo cuando Richard le puso un casco entre las manos.

―¿Listo para correr? Apuesto a que no me ganas ―lo retó el agente.

―Lo dudo ―expresó Simón con más ánimo y se puso el casco.

La carrera tuvo lugar en una pista reservada para los dos. Al principio, la competición estuvo reñida, pues se mantenían casi a la par. Después de la mitad de las vueltas, Simón tomó la delantera y se volvió inalcanzable. Ganó con ventaja.

―¡Toma! ¡Menuda paliza! ―celebró Simón―. Tienes los reflejos de un abuelo.

―Se notó tu mejoría cuando te acostumbraste al circuito. Muy bien, chico. ¿Listo para la siguiente actividad? Tenemos tarde por delante.

―Listo. ¿Qué será esta vez? ―preguntó Simón con interés, pero Richard alimentó su intriga.

El agente lo llevó a un gimnasio donde se entrenaba boxeo. Un cuadrilátero libre aguardaba por ellos. Richard conocía al dueño y ya había hablado con él para que le hiciera el favor. Ambos se prepararon con el equipo que les facilitó el encargado.

―Suelo venir aquí a desestresarme, a aclarar mi mente, a desahogarme, y a entrenar de vez en cuando. Enséñame qué tan fuerte eres ―lo desafió Richard cuando ocuparon el cuadrilátero.

―Pensaba que veríamos una pelea o que le pegaríamos a un saco ―comentó Simón, dudando de haberse puesto los guantes.

―Venga, no te retraigas. Aquí no tienes que reprimirte. Dalo todo. ¡Pega! ―le exigió Richard.

―No me apetece mucho. ―Simón dio un ligero puñetazo.

―¿Eso es todo? Pensaba que eras un macho. ¿Qué hay de aquello sobre que no eres un marica? ―lo provocó Richard.

―No vayas por ahí ―expresó Simón y, presa de la irritación, pegó con un poco más de fuerza, pero Richard lo ridiculizó al sacudirle la cabeza.

―Sigue, ¡vamos! ¡Demuestra lo hombre que eres y lo que vales por ti mismo!

―Me estás cabreando. ―Simón empezó a boxear contra las manos de Richard. Este lo esquivaba en ocasiones y lo golpeaba al azar.

―Me sigues pareciendo un blandengue. ¿No ibas de duro? ¿No te gusta pegarle a tu hermana por puta?

―¡Cabrón! ―chilló Simón y su furia se manifestó en la potencia de sus puñetazos.

―Así que tienes un punto débil, ¡eh! ¿Qué pasa? ¿No soportas que tu hermana sea mejor que tú? ¿Te molesta que sea una trabajadora y tú, un puto vago?

―¡Hijo de puta! ¡Eres un cabrón!

―¡Eso es! ¡Sácalo todo! ¡Niñato mantenido de mierda! ¿Disfrutas explotando a tu hermana? ¿Es eso? ¿Te divierte humillarla aunque se desviva por cuidarte? ¡Eres un malagradecido del carajo!

―¡Cállate! ―Simón arremetía con rabia, como un ciclón.

―¿Qué? ¿Me vas a callar tú? ¿Qué hará un muchachejo que pega a su hermana? ¿Es que me equivoco? ¡Maldito maltratador y aprovechado!

―¡Para, hijo de puta! ―Los ojos de Simón, humedecidos, resplandecieron.

―¡Eres la vergüenza de tu familia! ¿Qué dirían tus padres, que criaron a un desarmado, a un vago de mierda? ¿Tal vez a un abusador que maltrata a su hermana? ¿Es que te ha importado tu hermana alguna vez? ¡Puto parásito! Estarías mejor sin ella, ¡¿eh?! ¡Sanguijuela de mierda! ¿Te preocupas por ella alguna vez como hace ella contigo? No, seguro que no. ¡Los mierdecillas como tú solo tenéis tiempo para sí mismos! ―Richard lo hostigaba con palabras y bofetadas aleatorias. Sabía que Simón estaba a punto de explotar―. Hoy se podía haber cumplido tu sueño, miserable rata. ¿Sabías que encañonaron a tu hermana? La iban a violar y le iban a volar la cabeza. Eso es lo que te hubiera gustado para tu hermana la puta, ¡¿no?! ¡Pedazo de escoria!

―¡No! ¡No! ¡Basta! ¡Basta! Por favor... ―suplicó Simón al estallar en lágrimas. El muchacho bajó la guardia y se derrumbó en el suelo―. Quiero a mi hermana. ¡La quiero! ―confesó entre sollozos.

―¿Y por qué cojones le demuestras lo contrario? ―Richard se sentó a su lado.

―Porque... Porque... ―Simón tenía dificultades para expresar sus sentimientos, pero el momento de debilidad lo ayudó a abrirse―. ¡Porque tengo miedo de perderla! ¡No quiero perderla como a nuestros padres!

―¿Y no crees que estás haciendo lo contrario, que la estás alejando de ti comportándote como te comportas?

―No quiero comprometerme con nada porque luego todo desaparece. ¡Eso pasó con mis padres! ¡Se fueron! ―se lamentaba Simón.

―¿Y pagas tu sentimiento egoísta con Elisa?

―¡Ella no merece un hermano como yo! ¿Crees que no lo sé? Me convertí en su carga cuando nuestros padres murieron. ¡Mi pobre hermana! Tenía que trabajar y estudiar para mantenernos. ¡Yo era un puto crío que no podía hacer nada por ella! Mi hermana estuvo pendiente de mí todo el tiempo. Me cuidó. Se aseguró de que no me faltara de nada. ¡Joder! La quiero, ¡no quería ser una carga para ella!

―Eres un idiota, Simón. Nunca fuiste una carga para tu hermana. Te cuidó porque te quiere. Pero no supiste valorar su amor. ¿En qué crees que te has convertido? ¿Crees que con esa actitud le demuestras tu gratitud y tu amor por ella?

―¡Debí saltar del puente hace mucho!

―Y entonces la hubieras destrozado por completo. Si de verdad quieres a tu hermana, debes renunciar a esos sentimientos egoístas y pensar en ella. Nunca es tarde para cambiar. Solo tú tienes el poder para decidir quién quieres ser y cómo quieres tratar a los demás. Eres todo para tu hermana y quiero pensar que ella es todo para ti. Sois familia, solo os tenéis el uno al otro. Aprende a vivir aceptando las desgracias que ocurren como la muerte de tus padres, y aprende a vivir con intensidad, a darle vida a cada segundo. Si tú cambias, crearás un cambio a tu alrededor. Ahora mismo, el único hombre del que depende la felicidad de tu hermana eres tú.

―Yo... no sé qué hacer... No podría mirarla a la cara después de lo de ayer... ―Simón lucía arrepentido y avergonzado. La flaqueza de su voz y la vulnerabilidad de su llanto encarnaban el lado más puro de su corazón.

―Tu hermana tuvo un pésimo día hoy. ¿Sabes lo que puedes hacer? ―Richard alcanzó sus pertenencias y le acercó el teléfono―. Llámala y dile lo mucho que la quieres.

Simón se escurrió las lágrimas y tomó el teléfono. Con la mano temblorosa, buscó a su hermana en la agenda. Elisa se fijó en la llamada entrante, creyendo que sería una más de sus insistentes compañeros. Sin embargo, le extrañó ver que se trataba de su hermano, pues hacía meses que no se comunicaban por esa vía. Pensando que debía ser una urgencia, respondió a la vez que se limpiaba las lágrimas.

―Simón, ¡¿estás bien?!

―Hermana... ¡Lo siento! ¡Te quiero mucho! ¡Lo siento! ―Las lágrimas de Simón recorrieron sus mejillas de nuevo.

Richard, conmovido, apretó la mandíbula.

―¡Yo también, hermano! ¡Yo también te quiero! ―exclamó Elisa con emoción.

―Vuelve a casa esta noche, por favor. Quiero cenar contigo ―le pidió Simón.

―Volveré, te lo prometo ―le aseguró Elisa y, tras despedirse, sonrió y lloró de felicidad.

―Bien hecho, muchacho. No te arrepentirás. Y otra cosa. ¿Te gustaría trabajar aquí? ―le propuso Richard.

―¿Aquí en el gimnasio? ―preguntó Simón con asombro.

―Sí. El dueño, Frank, está un poco cansado y necesita una mano extra que le ayude por las tardes a limpiar y organizar el gimnasio. Son pocas horas y no pagará mucho, pero podrías recibir entrenamiento gratis y, lo más importante, tu deuda por inactividad social se detendría y se reduciría a la mitad automáticamente. ¿Qué te parece? ―le explicó Richard.

―Estaría bien, pero no creo que me quiera... ―dijo Simón, retomando el pesimismo.

―Olvídate de esa negatividad. Ya había hablado con él. Solo falta tu "sí".

―¿En serio? Entonces sí, digo que sí. Podré empezar a ayudar a mi hermana pronto.

―Esa es la actitud, Simón.

―Eres un gran tipo, Richard. Me alegro de que seas amigo de mi hermana.

―Hay pocas personas en el mundo con un corazón como el de tu hermana, Simón. Vamos, te presentaré informalmente a Frank, es un cachondo. Luego, iremos a tomar algo y te dejaré en casa para que sorprendas a Elisa ―expuso Richard y ambos compartieron una sonrisa.

Elisa viviría una noche encantadora con su hermano. Aún sería pronto para cantar victoria, pero la semilla del cambio había empezado a germinar. La sinceridad de su hermano, el amor que le expresaba y el mero hecho de que le cocinara eran la prueba de ello.

***

Stuart había invitado a Mei a su casa para jugar a videojuegos. Para acompañar el ocio, se sirvieron unas copas y varios tentempiés. James, por su parte, se limitaba a mirar la pantalla y a meterse patatillas en la boca como si fuera un robot automatizado. El plan era relajarse y olvidar la trágica mañana, pero se convertía en un agobio para el artillero.

―¡Chicos! Me rindo. Seguid divirtiéndoos como críos, yo iré a correr un rato ―dijo James y abandonó el sofá.

―¿Seguro? ¿No quieres meterte en la piel de un elfo de la Edad Media y cargarte a esta orca? ―insistió Stuart sin apartar los ojos de la pantalla.

―No sé cómo no te aburres. La orca te ha decapitado unas sesenta veces. Así que sí, seguro. Necesito actividad física.

―¡Ja, ja! Ahora serán sesenta y una veces ―comentó Mei y venció a Stuart.

―Esa no cuenta, James me ha distraído ―se justificó Stuart.

―Banda de vagos, nos vemos en un rato ―se despidió James después de cambiarse―. Ni se os ocurra llamar a un estríper sin mí.

―Tu novio está fatal de la cabeza ―comentó Mei cuando James se marchó del apartamento.

―Sí, se le va la cabeza de vez en cuando ―afirmó Stuart mientras preparaba la siguiente partida.

―Estuve hablando con Adams. Finalmente hemos quedado para dar un paseo ―contó Mei, sentándole como una patada en el estómago a su amigo.

―Ah, ¿sí?

―Sí. Nos veremos cuando salga del hospital. Hemos acordado ir a comer sushi.

―¿Y ese cambio de idea?

―¿Qué cambio? No le respondí cuando me preguntó en el cuartel. Creo que es buena persona y siempre ha sido amable conmigo. Seguro que pasamos un buen rato ―expuso Mei mientras jugaba.

―Eres guapa. Está claro que va detrás de ti por otras intenciones ―comentó Stuart, llevado por los celos.

―A lo mejor no. Tal vez quiere que seamos amigos.

―Mei, eres muy inocente. Lo que quiere es follarte y se lo estás poniendo a tiro ―alegó Stuart, que apenas se concentraba en el juego.

―Bueno, quizás vaya siendo hora de que sea un poco más abierta. Es mono, a lo mejor me termina gustando ―dijo Mei y Stuart se bloqueó por la inquietud que sintió―. ¡Muerto! ¡El elfo ha vuelto a lamer el polvo!

Mei celebró la victoria con una amplia sonrisa. Extrañada por la quietud de Stuart, lo miró en busca de alguna reacción. De pronto, el antiguo hacker se le echó encima. Tras aprisionarla en el sofá, invadió sus labios con descaro y pasión. Ella se había quedado perpleja, pero no se opuso y cerró los ojos. Ambos soltaron los mandos. La atracción que sentía Stuart por la médica hacía que tomara la iniciativa. No tardó en apretujarle los pechos, arrancándole un gemido en el acto. Por puro instinto, se tumbaron en el sofá.

Stuart se acomodó entre las suaves piernas de Mei. Le chupaba el cuello mientras le descubría los pechos. Arrastró el sostén junto con la camiseta hacia los lados y jugueteó con los endurecidos pezones de su amiga. Los pequeños encantos de ella lo enloquecían.

Mei se limitaba a gemir y a disfrutar, ignorando todo lo demás, pues era la primera vez que sentía el vigor del placer carnal. Las manos de Stuart descendieron hasta los muslos de exquisita piel para elevarlos y abrirle más las piernas a la médica. El informático deslizó los dedos rumbo a la tentación, explorando lo que ocultaba la falda, y dispuesto a retirarle las bragas. Entonces, sus atrevidos movimientos fueron frenados. Mei apretó sus muñecas para retenerlo y reprimió el absorbente apetito sexual. El propio Stuart recuperó la conciencia al mirarla a los ojos. Después de cubrirle los pechos, se sentó en el sofá.

―No sé ni qué decir ―murmuró Stuart y tragó saliva.

―No digas nada. Simplemente, no digas nada ―remarcó Mei mientras se incorporaba y se reajustaba el sostén.

―Vale... ―Stuart se dio un trago y reparó en la risa que se le escapó a Mei. Al mirarla, se percató de que se debía a su notable erección, por lo que también rio.

―Coge el mando, anda. A ver si mejoras un poco ―dijo la risueña Mei, cuyos pómulos seguían sonrojados, y continuaron jugando.

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